Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

lunes, 15 de marzo de 2021

"Cerrando el ciclo" en la Fundación Canal de Madrid

 


Y a veces ocurre que vas a ver una exposición y, en vez de salir con fotos de la expo (que además era de fotografía), sales con otras hechas en los aseos.

Así de curiosa es la vida.

Y está bien que sea así.

Porque no es que yo diga que la exposición que iba a ver:  "Magnun. El cuerpo observado" en la Fundación Canal, en  la calle Mateo Inurria de Madrid, esté mal, que no lo digo. Pero es que me sorprendió muchísimo más la mini exposición que tienen en los baños. 

Es verdad que hacía mucho tiempo que no iba a esa Sala de Exposiciones, por la pandemia, no por otra cosa.  Y que luego he leído que lleva ahí ya mucho tiempo, pues es una intervención artística que se hizo con motivo del 18º aniversario de la Fundación que fue en el 2019. Pero qué bueno estuvo encontrarmela, así, por casualidad.

Este letrerito que encabeza la entrada estaba en el puerta del cuarto de baño, por detrás. Lo ves cuando estás dentro. En todas las puertas los había.

A mí los ojos se me van detrás de los letreros, y si son ocurrentes yo tengo que arramplar con ellos ¡Qué le vamos a hacer! Mi alma es una ladrona de letreros.

Y me hizo tanta gracia, que ya tuve que pararme a verla todo con detenimiento. Se trataba de una expo paralela: "Cerrando el ciclo" se llamaba. 

Por medio de estos letreros y estas viñetas tan graciosas te explican el ciclo del agua de forma muy amena e instructiva.

Un acierto.

 











viernes, 12 de marzo de 2021

"450.000 fotografías" Relato de Rocío Díaz.

 


 

#HistoriasdePioneras.

 

450.000 fotografías

 

Se llamaba Katia y a los 14 años descubrió que nada le habría hecho más feliz que sentir circulando por sus venas, en vez de sangre, ríos de lava. Aunque lo cierto era, que de algún modo, ya la recorrían. Solo así podía explicarse esa fascinación que desde niña sentía por esos montes que nos conectaban con el centro de la tierra. Esa mujer menuda llegaría a adorar las montañas de fuego. Y en justa correspondencia el dios de los volcanes la reclamó para sí.

Katía había nacido en la Alsacia francesa, en su infancia conoció los volcanes por los vídeos y los libros. Pero tanto la hipnotizaron que en cuánto tuvo uso de razón pidió que la llevaran a visitarlos. A los 7 años conoció el Etna, el Strómboli, el Vulcano. Los sentía poderosos.

En la Universidad de Estrasburgo donde estudió física y geoquímica, tuvo la inmensa suerte de coincidir con otra persona con idéntica pasión. ¿Quién podría decir si no, que le gustaría morir en un volcán? Solo alguien que a continuación lamentase que la probabilidad de poder hacerlo era bastante baja. Pero qué equivocado estaba. ¿En qué momento la pasión se convierte en enfermedad? Katia siempre supo que no encontraría a otro como él. Eran las únicas dos piezas del mismo puzle. El suyo fue un amor que duraría hasta que, un cuarto de siglo después, ambos corrieran en busca de la peor erupción que habían visto en su vida.

Pero hasta que llegó ese día unieron sus vidas para dedicarla al estudio de los volcanes. No hay demasiados vulcanólogos en el mundo, y entre ellos apenas unos cincuenta se dedican a los volcanes activos. Los Krafft destacaron entre éstos últimos, haciéndose muy famosos por estar siempre al pie del volcán más peligroso.

Su primer viaje juntos, a modo de luna de lava, fue al Strómboli. No tenían mucho dinero, y su equipo no era el apropiado. Años después se reirían juntos viendo en las fotos y grabaciones como su ropa iba desintegrándose por los gases, a medida que iba transcurriendo el viaje. Qué desastre.

Viaje a viaje, fueron aprendiendo. Y mientras lo hacían, iban desaprendiendo a tener miedo. Fueron pioneros en hacer reportajes de volcanes en erupción. Ella fotografiaba, él filmaba. Ambos se necesitaban, se complementaban, se extasiaban con la cruel belleza de la lava. Y gracias a sus reportajes, a la información que ellos proporcionaban desde el lugar, se pudieron evacuar zonas en peligro salvándose muchas vidas.

Pero ¿En qué momento la pasión se convierte en enfermedad? Cada vez querían sentir erupciones más tremendas, cada vez contemplarlas desde más cerca, a menudo rozando los 30 centímetros de distancia. A la mínima señal de humo saliendo de cualquier volcán del mundo, cogían lo necesario y eran los primeros en aparecer. Valientes e intrépidos, en un año recorrieron el mundo 8 veces, saltando de volcán en volcán.

Hubo veces que solo se hablaba del Sr. Kraff, cuando se daban a conocer los hallazgos importantes para la ciencia, a los que habían contribuido ambos. Algunos medios no nombraban a Katia, aunque siempre estaba a su lado. De hecho, fue ella quien creó el cromógrafo, un pequeño analizador de gases portátil, y quién se especializó en los volcanes de nubes ardientes.

Pero fueron ambos los que realizaron conferencias, publicaron libros, participaron en programas de televisión y entrevistas. Él sumó unas 300 horas de filmación y Katia unas 450.000 fotografías. En la mayoría de ellas se los puede ver siempre al borde del abismo, la lava casi a sus pies, recortándose su silueta sobre el fondo rojo y gris de un volcán en erupción. Ambos vestidos con sus trajes especiales, plateados o de aventura, ambos con el mismo gorro rojo, e idéntica y enorme sonrisa, trotando apenas a unos pasos. Y como fuegos artificiales el material piroclástico cayendo en cascada tras ellos. 450.000 fotografías trasmiten su felicidad.

Katia fue una pionera de la vulcanología activa, los dos lo fueron, mientras sucumbían a su mayor pasión.

 

Hasta que la mañana del 3 de junio de 1991 los encontró muy cerca de El volcán Unzen en Japón. Llevaba dormido casi 200 años y cuando despertó quiso mostrar al mundo todo el sueño acumulado. Quiénes llevaban más de veinte recorriéndolo y presenciando erupción tras erupción, no hicieron caso de su alarde. Quizá porque habían perdido el miedo, quizá porque ya nos les importaba morir. Y quisieron acercarse más, pensando que era seguro quedarse en la meseta que eligieron. De pronto el Unzen quiso demostrarles su error y escupió una densa e inmensa nube de gases, rocas y cenizas de 800 grados centígrados que se abrió paso en cuestión de segundos, envolvió y arrasó todo lo que encontró y avanzó segura en la dirección en la que estaban.

¿En qué momento la pasión se convierte en enfermedad? Quizá su marido, al final, consiguió cumplir uno de sus sueños: Navegar de algún modo sobre un río de lava. Lo que no podemos dudar es que a su lado, con la cámara colgando del cuello y una enorme sonrisa, iba Katia de su brazo. 

 

 Rocío Díaz Gómez

 

lunes, 8 de marzo de 2021

"La cesta de caperucita" Relato de Rocío Díaz

 

La preciosa Ilustración es original de Johanna Concejo

Os dejo uno de mis cuentos para este día 8 de marzo.

Quizá algunos ya lo conocereis, pero nunca sobra un cuento.


La cesta de Caperucita


Blancanieves despertó y nada más sacar las piernas de debajo de la colcha vio horrorizada que le habían crecido en ellas unos pelos más largos que su melena, bueno quizá no tanto, pero desde luego sí más negros que la boca del lobo de la casa de al lado. Corriendo fue derecha al cuarto de baño cogió la silkepil y, sin tan siquiera desayunar su kiwi acostumbrado, se la acercó decidida a las piernas. El aullido tuvo tal potencia que no solo se escuchó en todo el cuento, sino que atravesó todos los cuentos del libro en el que vivían, sobrevoló los demás libros de ese estante y terminó por recorrer la librería entera antes de perderse en el horizonte. Fueron tantas las palabras malsonantes que salieron de la dulce boquita de la princesa, tantos los juramentos e insultos que profirió mientras se frotaba la pierna dolorida, que hasta los piratas y gentes de mal vivir de otros cuentos tuvieron que taparse los oídos y quedaron mudos de la impresión durante siglos. Se cree que Mudito lo es, desde ese aciago día.
Caperucita que vivía en el cuento de al lado, y aún no había salido de casa, preocupadísima corrió hasta su puerta. Pero Blancanieves aunque escuchó el timbre no quiso abrir. ¿Con esa pinta? Porque desde luego ella no pensaba acercar jamás esa silkepil infernal a su pierna. Prefería otra indigestión de perdices, y mira que las había cogido asco.
Caperucita, viendo que nadie abría, olvido el decoro y comenzó a llamarla con unas voces más fuertes que Garbancito en la tripa del buey. “Shhhh, ya voy, calla” dijo Blancanieves reconociendo la voz de su amiga y preocupada por si despertaba a Bella que vivía tres cuentos más allá. “Estarás ronca…” fue lo primero que dijo Caperucita. “Ronca ¿yo?”. “Sí tú ¿Te duele la garganta? Después de ese grito…” insistió irónica la de la capucha. “No estoy para tonterías porque mira…” solo contestó Blancanieves, y sin decir más se abrió la bata de princesa de par en par mostrándole las peludas piernas.
El de Caperucita fue el segundo alarido de pavor de aquella mañana. “¡Pero tía que eres princesa no puedes ir así por el cuento!” “Ya lo sé…” -Contestó entre hipidos Blancanieves- “Pero duele muchííísimo” y señaló la silkepil como si fuera la guillotina de María Antonieta. “¿Has probado con la cera?” contestó Caperucita y sin esperar respuesta corrió hasta su casa y trajo varias cajas de tiras, pues con una caja y semejante pelambrera, no iban a tener ni para las corvas… Pero solo fue capaz de colocarle una tira. Primero llegaron las mil y una quejas: “¡Pero qué está ardiendo! ¡Céntrate que soy Blancanieves no Juana de Arco!” Y después al primer tirón el ronco aullido que salió de la garganta de Blancanieves antes de desmayarse despertó de golpe a la Bella durmiente sin beso de amor ni nada parecido pero con una taquicardia tal que casi desaparece de su cuento y de todos por siempre jamás.
Caperucita mojó un pico de su capa en agua fría y se la puso a Blancanieves en su regia frente a ver si espabilaba. “Blanqui, blanqui, venga, ya pasó, ya pasó…” le decía con ternura mirando de reojo a sus piernas peludas con aprensión. Blancanieves, pálida ya de por sí, estaba del color del papel en que la inventaron. Pero Caperucita insistió tanto en sus paños fríos que tras un par de estornudos a Blancanieves le fue volviendo el color. Sin embargo abrió los ojos, vio sus piernas de nuevo y comenzó a llorar sin remedio: “Tengo más pelos que los siete enanitos juntos ¿Qué voy a hacer?” “Tú no te preocupes, que ya inventaremos algo…” le consolaba Caperucita. “¿Pero no lo ves? Digo yo los siete enanitos juntos ¡tengo más pelos que tu lobo!” “¡Ay no me hables de mi lobo, no me hables! -contestó Caperucita- ni me lo mientes que me tiene contenta…” “Peor que lo mío no será…” “Pues no sé qué decirte…” dijo Caperucita moviendo su cabeza preocupada. “A ver cuenta, cuenta” le dijo Blancanieves olvidando por un momento su pena. “Pues tía que ahora le ha dado por colgarse del brazo mi cestita” “¡Qué me dices!” “¡Cómo lo oyes! Y se mira al espejo, y se remira, y ahora va para acá y ahora para allá, con más soltura que yo, mientras le hace morritos al espejo. Y chica como siempre está con ella al retortero, voy a salir y ni la encuentro… Como hoy. Me has pillado en casa por eso. ¿Dónde me la habrá metido?” “No andará muy lejos” “Pues no la encuentro y mira que he rebuscado en páginas y páginas de nuestro cuento. Pues no aparece. No me tiene roja, me tiene negra y más que negra. Éste es muy capaz de haberse ido a la calle con ella…” Y la imagen del lobo con la cesta por el bosque terminó por hacerlas soltar una carcajada. “No sé ni cómo me río…” dijo Blancanieves. “Si tú supieras… ¿Pero de quién te crees que son éstas tiras de depilar?” “¡No fastidies! Pero qué dolor, es inhumano!” “Normal, él no es humano… Además dice que la belleza es dolor y lejos de importarle cuando no está con la cesta está liado con las tiras… Me va a volver loca, y entonces ya seremos dos en mi cuento”. “Qué animal –dijo pensativa Blancanieves- con la suerte que tiene de ser lobo. La suerte de poder salir con sus pelos al aire. Lo que yo daría por no tenerme que depilar…” Y ambas se quedaron calladas pensando. Hasta que Caperucita mirándola fijamente le dijo “Y exactamente ¿Qué darías? No lo digas por decir, y piénsalo bien ¿Qué darías por no depilarte? ¿Qué darías por no hacer lo que se supone que debes hacer siendo princesa?” Y a Blancanieves no le costó demasiado contestar: “Cambiaría el cuento”. “¿Sí? ¿De verdad lo harías?” Insistió Caperucita a la que ya le rondaba una traviesa idea bajo la capucha. “De verdad de la buena” contestó Blancanieves, acariciándose sus peludas piernas de princesa antes de sonreírle.
Cómo era de imaginar desde aquel día Caperucita y Blancanieves cambiaron sus papeles y por tanto su destino. Caperucita se ha acortado la capa, y con la tela que le ha sobrado se ha hecho un tanga rojo con el que espera feliz a su príncipe de turno.
Blancanieves prefiere al lobo. Le encuentra menos afectado y le da mucha más libertad. Ella es feliz sin estar a merced de maquinitas despiadadas y arropada por sus pelos; feliz sin vestirse de princesa y mucho más sin tener qué parecerlo. Y a él le gusta más ella cuando se gusta a sí misma. Además anda dándole vueltas a lo del laser, le han dicho que, aunque es más laborioso, el resultado es mucho más definitivo.
El problema es la cesta. Sigue sin aparecer. Así que habrá que seguir cambiando el cuento, uno a uno los cuentos, hasta que todos los personajes estén contentos y en paz con ellos mismos, con lo que tienen y lo que son.
 Y mientras, seguiremos atentos a ver si aparece la dichosa cesta.

©Rocío Díaz Gómez

 

 

viernes, 5 de marzo de 2021

De "pagar". Pagar a tocateja y pagar el pato. Frases hechas. Etimología

 


¿Os acordáis, los que sois más o menos de mi generación, de cuando en la serie Fama la profe de baile les decía "¡Buscais la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar!"?

Pues de eso vamos a hablar hoy. No de fama no, de ¡pagar!

¿Cuantas formas conoceis de pagar? Porque hay unas cuántas...

 

Pagar al contado, pagar a escote.

Pagar los platos rotos, pagar justos por pecadores.

Pagar con la misma moneda, pagar el pato, pagar a tocateja.


Nosotros nos vamos a detener un poco en las dos últimas formas de pagar: pagar el pato y pagar a tocateja. Porque tiene historia el origen de ambas expresiones.

 

"Pagar a tocateja".

Lo que ocurre es que yo he encontrado dos posibles orígenes para esta expresión.

En cualquiera de los dos, eso sí, nos tenemos que remontar al siglo XVII para buscar el principio de esta expresión que hemos ido heredando en nuestro lenguaje.

En la primera explicación, son los tiempos de Felipe III y se acuña una moneda de oro que tenía un tamaño considerable. Pesaba casi 350 gramos y medía 7,15 centímetros de diámetro. Esta moneda se llamaba centén y tenía el valor de 100 escudos. Parece ser que también se utilizó mientras los reinados de Felipe IV y Carlos II, duró bastante su uso.

Como ya hemos dicho tenía un buen tamaño, y precisamente se cree que seguramente por eso se comenzó a conocer como "tejo". Lo que ahora nosotros diríamos "un ladrillo". Pero ellos lo bautizaron así, porque por aquel entonces en muchos juegos infantiles se utilizaba un pedazo pequeño de teja, al que apodaban "tejo". Ya sabeis, estamos hablando de los tiempos en el que los niños jugaban más en la calle. Nosotros todavía lo hemos hecho con las canicas y las chapas. Pues los niños de entonces recurrían al tejo, al que con el tiempo llamarían teja.

De ahí vendría la expresión pagar a "tocateja". Pagar tocando la teja, pagar tocando el centén, pagar tocando la moneda. O lo que es lo mismo "al contado", con dinerito.


Y en la segunda explicación, resulta que en vez de referirnos al "centén" la moneda de oro, nos tenemos que apoyar en una moneda de plata de unos noventa milímetros de diámetro, cincuenta reales de plata fuerte y ciento veinticinco de vellón. 

Estas monedas que datan de la misma época que las primeras, los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, se llamaban coloquialmente "tejas". 

Y de ahí vendría la expresión pagar a "tocateja", pagar tocando la teja, pagar tocando la moneda.

 

 

"Pagar el pato"

La expresión "pagar el pato" también tiene historia. Y proviene de los siglos XVI y XVII.  

He leído en varias fuentes que puede ser que provenga de una deformación de la palabra "pacto". En aquella época los judios proclamaban su "pacto con Dios". Gracias a este pacto ellos decían que su fe se mantenía a lo largo de los siglos. 

Los cristianos viejos se burlaban de ellos utilizando su misma expresión, diciéndoles que "pagarían el pacto". Es decir que los amenazaban, aunque hay variedad de teorías sobre la forma en que "pagarían", si en forma de impuestos, o con daño físico. 

El caso es que la expresión que ha llegado a nosotros como "pagar el pato", se supone que es una deformación de ese primitivo "pagar el pacto" de los cristianos y el pueblo judio. Entonces éstos ultimos eran los que recaían con todas las culpas, y ahora se lleva la culpa el que "paga el pato".

 

Y poco más. Otro día seguimos pagando. Si os parece.

La foto de la mercería la hice yo este verano por tierras andaluzas.

jueves, 25 de febrero de 2021

"Ancalagüela" o de la palabrota "Apócope"

 

Vilafamés (Castellón)


Podemos ir "calauela" o "ancalagüela" que la abu se pondrá tan contenta de vernos, lo digamos como lo digamos. 

 

¿Quién no ha escuchado alguna vez esta expresión "en ca..."?  ¡¿Que levante la mano quién no solo la ha escuchado, sino que la ha dicho?!

En Andalucía, Castilla, Albacete, Extremadura, Cataluña... ¿Alguien da más? En muchos lugares de nuestra geografía hemos escuchado a menudo este apócope de la palabra casa.

Y ya hemos soltado la palabrota: ¡Apócope! ¿Y qué quiero decir? Pues mejor que yo, nos lo dirá el Diccionario de la Real Academia:

apócope

Del lat. tardío apocŏpe, y este del gr. ἀποκοπή apokopḗ.

1. f. Fon. Supresión de algún sonido al final de un vocablo, como en primer por primero.

 
El término proviene del griego apokopé que quiere decir “cortar”.

Aunque no nos demos ni cuenta, muchísimas veces cuando hablamos estamos utilizando apócopes. A poco que nos fijemos vemos que lo hacemos siempre que acortamos, ya sea por cariño o por abreviar, algunos nombres propios: Tere, Maru, Montse, Euge, Edu, Vero... ¡Apócope que te crió! Cuando acortamos los números: Primer, tercer, cien... ¡Apócope! Siempre que coloquialmente decimos: auto (por automóvil), súper (por supermercado), foto (fotografía)... estamos "apocopando". Y así hasta el infinito. 


Y en lo que se refiere a nuestra expresión, "a casa de" o "en casa de", y siempre desde el habla popular, la palabra "casa" la hemos reducido a "ca". Además son expresiones que han ido perdiendo preposiciones. Por las prisas, por la comodidad o por lo que fuera, hemos terminado diciendo "En ca Fulanito" o incluso "An ca tía Eulalia". Con "an" en vez de "en". Hasta que directamente nos hemos olvidado de la preposición "en" y decimos "calaguela", "Vamos calaguela".

En Cataluña sí, diríamos el conocido "can".

Cómo me gusta a mí el lenguaje coloquial, tan breve, tan fresco, tan cercano. Me gusta mucho inventar personajes que se expresen de esta forma, cuando escribo.

Y dicho ésto, pues no sería mala cosa que cuando os apeteciera asomaros por aquí pensárais que vais "EncaRoci" ¡Y apocopéis!

Al fin y al cabo, ya sabéis dónde me tenéis, aquí os espero.

 

 

Las fotos de esta entrada las he ido tomando yo cuando viajo (cuando viajaba, mejor dicho. Qué ganas de perder de vista este virus y volver a recuperar esta afición). 

Y vamos ampliando nuestra colección de nombres curiosos de tiendas. Si os apetece dar un repaso a las que tenemos, que son ya muchas, muchas, podéis echar un vistazo a la etiqueta "Los nombres de las tiendas":

http://rociodiazgomez.blogspot.com/search?q=los+nombres+de+las+tiendas

http://rociodiazgomez.blogspot.com/search?q=nombres+de+tiendas

 

El Puerto de Santa María (Cádiz)

 

domingo, 21 de febrero de 2021

El baúl de las veletas

 

Vilafamés (Castellón)

Algunas tardes de los domingos abríamos el baúl de las veletas.

Cogíamos una holgada mochila, metíamos dentro cinco o seis de ellas escogidas al azar, y nos echábamos a la calle.

Eran esas tardes mustias que no conseguíamos espantar la tristeza. Esas que se nos pegaba a la piel una sensación de frustación e impotencia que, a traición, secuestraba nuestro ánimo y las ganas de pelear. Cuando un vaho de incertidumbre pegajoso nos iba derrotando de dentro afuera sin remedio. Arrugándonos.

Primero sacábamos del botiquín las frases curativas. Una buena frase enrollada al cuello abriga mucho y reconforta. Pero a veces según las sacábamos se deshacían en palabras huecas que caían al suelo, rodando y rodando en todas direcciones. 

Entonces, sujetándonos el corazón para que no se cayera tambien al suelo, y se nos rompiera aún más, recurríamos a las veletas. 

Nuestro tesoro.

Las habíamos ido atesorando viaje tras viaje, y guardábamos celosamente en un enorme baúl. 

 

Castellón ciudad

Cogíamos una holgada y resistente mochila, metíamos dentro cinco o seis de ellas escogidas al azar, y nos echábamos a la calle.

Cada tres manzanas sacábamos una y nos dejábamos guíar por lo que señalara. 

Que si la de la bruja, que si la del castillo, que si la del león o la sirena.

Castellón ciudad
 

Cada una era la puerta de entrada a un cuento. 

Cada una suponía una nueva dirección para echar a andar de nuevo. 

Nos daría otra vez el aire en la cara.

Nos sentiríamos arropados.

Y de la mano recorríamos despacio el barrio siguiendo a las veletas de nuestro baúl, hasta cansarnos.

Con la ilusión intacta, con la esperanza de distraer la tristeza, de darle esquinazo, de respirar profundamente hasta llenar los pulmones.

Y seguir caminando.

 

Benicarló (Castellón)

@Rocío Díaz

viernes, 19 de febrero de 2021

"Ganarse la vida" de David Trueba. Reseña Literaria

 

 

"A mi madre se le daban bien las plantas. No les hablaba ni hacía con ellas nada especial. Era un cariño delicado y discreto con el que arrancaba las hojas muertas, repartía los nuevos esquejes y giraba los tiestos para orientar hacia el sol la cara que se estaba quedando más triste. Los geranios floridos de mi madre en las cuatro ventanas que daban a la calle del barrio de Estrecho en el que vivíamos atraían la mirada desde lejos. Algunas mañanas era mi padre el que se empeñaba en regar las macetas con una garrafa de agua. Solía causar destrozos a su paso. Al regar los geranios de nuestro cuarto, mojaba los apuntes de mi hermano Jesús sobre la mesa, sus notas de clase y sus estrategias para el equipo de baloncesto que entrenaba. Muchas mañanas yo amanecía con los gritos de mi hermano cuando le recriminaba a mi padre que mojara sus papeles un día sí y otro también.

La misma buena mano que tuvo mi madre con las plantas la tuvo con sus hijos. (...)"

Este libro me lo he leído en un suspiro.

Cierto es que no tiene demasiadas páginas, pero las que tiene son tan entrañables que te metes en la historia que nos cuenta y no dejas de leer.

Y la historia que nos cuenta es la del escritor y director de cine David Trueba. El pequeño de los Trueba, sí. Y lo que pretende contarnos y lo consigue muy bien, es dónde está el origen de su vocación de escritor. 

"Yo era el pequeño y me llevaba con mi hermano mayor, Juanjo, los mismos años que mi madre con él, dieciocho. A su vez, mi padre, que cuando yo nací tenía cincuenta y tres años, le sacaba casi otros dieciséis a mi madre. En el pasillo de mi casa, en un día normal, nos cruzábamos cuatro generaciones de españoles. Desde mi padre, nacido en 1916, hasta el hijo más pequeño, nacido a finales de 1969. "

El estilo de escritura se caracteriza por la naturalidad, la historia va fluyendo entre recuerdos y apreciaciones de su vida doméstica. En ese piso del barrio de Estrecho de Madrid, donde él era el más pequeño de los ocho hermanos discurría la vida de una familia de los años 70, una familia religiosa donde la madre tenía una casa de huéspedes y el padre era vendedor. 

Y David Trueba lo va contando con un lenguaje sencillo, con anécdotas, de forma tan evocadora que consigue transmitirte su historia con cercanía, haciendo que compartas mucho de aquello, no solo porque viviste años parecidos, sino porque lo narra de una forma muy universal.

El autor escribe esta especie de memorias cuando se cumplen 25 años de la publicación de su primera novela "Abierto toda la noche".

“Durante aquellos años en que no acudí al colegio, pasaba las mañanas con mi madre. Escuchábamos la radio, ya que la tele no empezaba hasta las dos de la tarde. Dibujaba y le ayudaba a elegir lentejas, porque eran compradas a granel y contenían una enorme proporción de piedras. También le echaba una mano con los postres, y así podía rebañar la crema pastelera con los dedos. Doblábamos juntos las sábanas lavadas, tendíamos la ropa en las ventanas traseras y observaba a mi madre dar cera al suelo de terrazo que siempre soñó sin éxito cambiar por uno de madera o parqué”.

 Yo me había leído tres novelas de David Trueba, la primera que ya hemos nombrado, la segunda "Cuatro amigos" y "Saber perder". De éstas que enumero, la primera y la última me gustaron mucho. "Saber perder" que es su tercera novela y obtuvo ese año el Premio Nacional de la Crítica me pareció muy bien escrita. Pero la verdad es que ésta última, con ser tan breve, no se le queda atrás.

Es una narración muchas veces conmovedora, sobre todo cuando habla de su madre. Después va intercalando episodios de su crecimiento, sus gustos, sus primeras lecturas y películas, sus aventuras... 

No se puede contar mucho más, hay que leer esta pequeña obra especial. Disfrutarla, saborearla, y dejar que su gustillo te quede rondando dentro.

Porque en definitiva nos habla de celebrar, celebrar el regalo de la vida. 

Nos habla de honrarla y estar a su altura.



David Trueba (Madrid, 1969) estudió Periodismo y pronto comenzó a trabajar en prensa, radio, cine y televisión. Su primera película como director fue La buena vida, a la que siguieron Obra maestra, Soldados de Salamina, Bienvenido a casa, premio al Mejor Director en el Festival de Málaga, el documental sobre Fernando Fernán-Gómez La silla de Fernando, Madrid, 1987, Vivir es fácil con los ojos cerrados y Casi 40. Sus artículos de prensa en diferentes medios se han recogido en diversas antologías. Sus novelas son: Abierto toda la noche, Cuatro amigos, Saber perder, Blitz y Tierra de campos.