Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

viernes, 21 de agosto de 2009

"Aviones de papel en el cementerio" Relato de Rocío Díaz


Hoy es viernes.

Los viernes son promesa de tiempo libre, de relajación, de ocio. Los viernes son promesa de vida.

Por eso os voy a regalar un relato.
Esta vez tendrá que ser uno de los míos. Os dejo con "Aviones de papel en el cementerio", un relato que premiaron hace ya tres años, en Villarubia de los Ojos, con el primer premio en su Certamen Nacional de Literatura, modalidad de prosa, 2006. Recuerdo que fue una entrega distinta. Bueno en realidad cada entrega de premios es única. Qué tontería. Pues bien ésta se hizo en verano, al aire libre, por la noche, en un gran auditorio en el que se dió el Pregón de las fiestas, se nombró a las Reinas de las fiestas de ese año, y se dieron los premios de literatura, prosa y poesía. Toda una celebración. Y luego todos juntos a cenar. Fue curiosa. La verdad.
Y hasta allí me llevó este relato.
¿Quién no ha hecho alguna vez un avión de papel? ¿Quién no lo ha echado después a volar? Lejos, muy lejos, tanto como uno desearía echar a volar las penas o las preocupaciones.

Pues de algo así va esta historia. Pero mejor la leeis y luego ya me decís ¿No?
Espero que os guste.


Aviones de papel en el cementerio


...Que nosotros seremos mayores, pero leche que no somos Adán y Eva, le decía yo a mi Genaro. Pero claro no porque fuéramos a quedarnos como ellos salen en los cuadros, con todas las vergüenzas casi al aire, a ver que se va a pensar usted de nosotros, que seremos mayores pero muy decentes, que no ha sido premeditao, ni somos unos pervertidos de esos que salen en las noticias... Mayores sí... pero no Adán y Eva, ni por los años ni por nada, no fastidien... Yo era por animarle a hacer una locura... Pero entiéndame locura y animarle en el mejor de los sentidos...

Pero con decir que éramos viejos y que los viejos pa qué iban a estar con esas tontunas... de ahí no le sacabas. Que a estas alturas que qué necesidad había... pues menuda diversión... No lo hicimos de jóvenes y lo vamos a hacer ahora, de viejos, a ti se te ha ido la cabeza Trini, no fastidies... ¿Qué necesidad hay...? Y yo le decía: Que no Genaro, que vieja es la ropa, que nosotros viejos no: mayores... ¿Y además por qué no? le decía... ¿Por qué no...? ¿Quién nos lo quita...? Pa chasco va a ser cosa de necesidad, necesidades nosotros y gracias a Dios ya bien pocas, lo sabes tú Genaro, lo sabes tú mejor que nadie, le decía, y lo sabe usted porque se lo estoy contando tal y como es, necesidades nosotros bien pocas y todavía ésta me funciona... la cabeza la tengo sobre los hombros y bien sobre los hombros, como le dije también a él, que te veo venir Genaro con esa cara, que no, que tampoco es que me haya trastornado del disgusto hasta ahí podíamos llegar... al cabo de tantos lustros... Y tampoco por divertirnos, pues claro que no, que no es eso... Si nosotros ya no somos ningunos chiquillos, a la vista está... ¿Y no vamos a saber a estas alturas divertirnos más, mejor y más agustito que brincando por un cementerio...? Eso le dije a mi Genaro y eso le digo a usted calcaíto de cómo lo dije aquel día. Pues claro que sabemos ¿O no Genaro?... Pobre, mírele si no le salen ni las palabras, abochornaíto el pobre... Abochornaíto de verse aquí en el cuartelillo, medio en cueros y por esta razón tan vergonzante que diría él si acertara a decir algo... Pero ya ve mudo del susto que se ha quedado en cuando les ha escuchado llegar... y mudo que sigue dos horas y pico después.

Pero usted no se preocupe que yo se lo voy a contar, se lo voy a contar bien clarito y en un santiamén y ya verá como me entiende a la primera. Que eso es lo que yo le decía a mi Genaro que no me quería entender, no me quería entender... y yo tenía mis razones.

Pero mujer, me decía él, mira que porfías y porfías cuando algo quieres... Eres peor que los hijos cuando de críos chillaban por algún antojo... Tu no estás bien... ¿A qué no estás bien...?. Yo Genaro estoy mejor que nunca, y por eso mismo es, porque estoy mejor que nunca... “Mira no quiero escuchar más paparruchadas me voy a la partida...” Y con esas cada tarde daba por terminada la discusión. Pero yo no, hasta ahí podíamos llegar, yo no la había acabado y por la noche erre que erre, erre que erre con el tema... ¿Pero cómo vamos a ir al cementerio a tirar aviones de papel...? ¿Avioncitos de papel a los setenta y tantos...? ¿Pero tu te escuchas lo que estás diciendo...? ¿Tu te escuchas Trini? Te regará bien el cerebro mujer, no te digo yo que no, pero por ahí dentro algo de tanto riego se te ha empapuchado... o se te ha roto, de fijo, fijo que se te ha roto algo del raciocinio, o se te ha soltado de su sitio, o yo que sé... porque si no yo Trini no me lo explico... ¿Pero que te cuesta Genaro, que te cuesta? ¿Pero tu no ves que nos van a llevar al cuartelillo, tu no ves que cualquiera que nos vea... eso si no acabamos en la residencia... se enteran los chicos y nos ponen en la residencia esa de la capital pero en menos que canta un gallo, pero ¿no los ves que están deseandito de vender todo esto y darle buen aire a los cuartos...? Que les estoy temiendo... ¿Pero no digas tonterías? le contestaba yo ¿Quién nos va a ver? Los chicos están en Madrid y nadie les va a ir hasta allí con el cuento... ¿Verdad señor guardia que no les van a decir nada a los hijos...? Bastante tienen ellos con sus cosas para que les anden molestando por semejante chiquillada... Porque eso de que nos lleven a una residencia a mi Genaro le quita el sueño... y eso le decía yo para que se olvidara rapidito: “No empieces tú también con que nos van a llevar a la residencia que te temo cuando empiezas con ese tema...” ¡Echale...! ahora el temoso soy yo... gritaba él ¡Lo que me quedaba por oír...!... Y yo volvía a la carga.

Hasta que ya una noche con un suspiro cansino me dijo mi Genaro: ¿Es que no has tenido ya bastante...? Y ahí, ahí fue cuando yo vi que al fin le tenía convencido, me había costado lo mío, ¡vaya si me había costado! de darle y darle vueltas al guisito de lo del cementerio, pero esa noche ya vi que me había llevado el gato al agua, si le conoceré yo... Y para acabar de rematar bien, bien la costura, le dije con una mijita de voz, como le gusta a él que le hable en la cama, con una mijita de voz: “Pues de eso se trata Genaro, de eso, de poner las cosas en su sitio, de hacer las cosas bien, como Dios manda...”¡¿Pero tú de verdad crees que Dios nos manda hacer esas chifladuras que a ti se te meten en la cabeza...?! ¿Tú lo crees...? ¿O no será que al pobre ese de allá arriba le tienes tan mareado como a mí con tus historias...?

Pero no me llevó mas la contraria, no se vaya usté a pensar, que tiene un pronto mi Genaro que pa qué las prisas, un pronto de decir siempre que “no”, su palabra es “no” de primeras y casi de últimas... “No”. Pero luego de unos días de ir diciéndole las cosas así poquito a poco, poquito a poco, se va reblandeciendo, se va reblandeciendo la costra, y ese “no” que tiene siempre entre los labios como la colilla, sea va vertiendo, vertiendo como el agua por la barba pa abajo, hasta que es un charco de ná. Y a mí y a paciencia no me gana nadie y a él, a mi Genaro, lo mismo le pasa, que al final y conmigo sobre todo, tampoco es nadie...

Por eso él nunca me dijo lo de las cartas, porque él sí lo sabía, que él a escondidas ahora resulta que se había leído alguna... pero me dejaba con mi ilusión. Fíjese. Que por ahí empezó este tinglado... Y que yo la verdad, no se lo contaría, que maldita la gracia que me hizo a mí enterarme de eso, aunque ya hubieran pasado cincuenta años, que se dice pronto, cincuenta... Pero créame, me dolió en el alma en ese momento, como si acabara de pasar... Qué jodío mi Paco, pero que jodío... Y no, no se piense que me equivocao, que sé bien lo que me digo, no lo voy a saber... Y he dicho mi Paco. Sí señor. Mi Paco, mi primer marido. Porque ese pobre que está ahí agachaíto y mudo, mi Genaro, es mi segundo marido. Parece que bosteza usté ¿no le hemos dejado dormir esta noche verdad señor Guardia? Pero ándese tranquilo que enseguidita yo le cuento y lo apunta usté todo ahí y en la cama todos en un santiamén que ya va siendo hora... mi Genaro el primero... que ahí le tiene: derrotaíto.

Pues eso, que resulta que yo me casé de primeras con mi Paco. Mi Paco era un muchacho de muy buena planta, que no es por desmerecer a mi Genaro, pero la verdad es que mi Paco era más buen mozo, más guapote, mas alto, mas fuerte, más resultón en conjunto, la verdad, y claro por eso el muy canalla también era más liante. Y vaya si me lió, que le he estado creyendo a pies juntillas hasta después de cincuenta años de muerto, fíjese usted lo que le digo, cincuenta años, si me tendría bien engañada el jodío... Porque allá por entonces, cuando se marchó al frente, que usted ni había nacido ni pensamientos que tenían sus padres que andarían en pantalón corto de que usted viniera al mundo... pues yo no sabía leer. Que ahora ya sé, pero esto se lo contaré más adelante. Pero entonces yo no sabía, y claro como llevábamos muy poquito de casaos que no llegábamos ni a los tres años, pues imagínese usted lo que era estar separaos tan pronto. Jóvenes como éramos y con tantas ganas de estar juntos, y tan enamoraos que nos casamos, por lo menos yo... porque él ya ni lo sé, de verdad que mis dudas me han quedado. Pero bueno el caso es que nos escribíamos de cartas... Virgen santa... Un cerro bien grande de cartas que nos escribimos en aquellos tiempos... Un cerro, dos cajas enteras que tenía yo guardadas hasta esta noche... Bien guardaditas y metiditas cada una en su sobre tan estiraditas como el primer día, casi nuevas hasta esta noche. Y lo que nos hemos reído... no se vaya usté a pensar... Que feliz mi Genaro de verme tan contenta... porque lo he pasado mal no se crea... que disgusto más grande.

Bueno a lo que íbamos, en aquel entonces yo las tenía mucha ley, las esperaba impaciente y en cuantito veía venir al cartero con la carta, corría hasta las escuelas para pedirle a la maestra, la señorita Nieves, que me la leyera... La señorita Nieves no era del pueblo, pero ya llevaba cuatro o cinco años allí y la verdad todos la queríamos mucho porque era muy buena con los muchachos. El caso es que yo, que estaba cegaíta con mi Paco, en cuanto tenía su carta en mis manos corría a que me la leyera ella. Y ella tan contenta que se ponía también, se alegraba de verdad, por mí... Y me la leía con una cosa, con un sentimiento, que hasta se la salían las lágrimas... Y yo la estaba tan agradecida... Porque a ver, yo sin saber leer... ella era como mis ojos.

El caso es que mi pobre Paco, del frente no volvió. O eso me dijeron. Un mal día, su nombre fue uno de esos que leyeron en la plaza... Que dolor tan grande, no se puede usted hacer una idea... Que dolor... tan joven como era yo, y lo enamorada que estaba de él... La maldita guerra... Allí en la plaza que nos abrazamos aquella tarde la señorita Nieves y yo y venga a llorar y a llorar como dos magdalenas... Que no había quién nos despegara a la una de la otra... Que desgraciaíta que era yo entonces... que desgraciaíta y lo requetemal que lo pasé.

Después fue cuando unos pocos años mas tarde conocí a mi Genaro. Pero como cinco o seis años después no se piense. Que le costó a mi Genaro que yo me interesara por él no sea crea, un buen tiempito, me acordaba tanto de mi Paco... Pero vi que era un buen hombre y que me quería... y bueno la verdad es que le cogí también cariño y ya lo ve toda la vida juntos aquí donde nos ve... Hemos tenido los hijos, los hemos visto crecer, se han ido fuera a trabajar, nos han traído nietos, y aquí seguimos... tan pegaditos como el primer día... No ha sido nunca muy hablador la verdad... y ya lo ve, hay veces que hasta mudo. Pero nos queremos, vaya si nos queremos ¿verdad Genaro...? Pobre aún le dura el disgusto...

Bueno pues el caso es que hace unos meses, fíjese a la vejez viruelas... Vino al pueblo una maestra que nos habló de las clases para mayores... Para los viejos según mi Genaro, pero ella dice para “adultos”... Échele... unos adultos un pelín arrugaos ya todos... quién dice un pelín... como uvas pasas... Pero en fin... Que mi Genaro fue el primero que me animó a que fuera, él y los chicos la verdad... porque él me ha dicho siempre que yo soy lista y espabilada, cazurra como la que más, pero lista... Y bueno la verdad es que a la primera clase fui a regañadientes no se vaya usté a pensar, porque no sabía yo muy bien como iba a ser aquello... y ya tiene una bastantes dolores de cabeza para andar buscándoselos... Pero oiga que me gustó, me gustó lo de aprender, y la verdad y eso no se lo diga a mi Genaro es que yo quería leer mis cartas, quería leerlas yo solita, para saborearlas cuando quisiera, porque mi Genaro es muy bueno pero esas cosas tan dulces y requetebonitas que me decía mi Paco, pues la verdad, no le voy a engañar, jamás me las había dicho... Con una ilusión que yo aprendí para releerlas... y bien de rápido que lo hice, que me lo decía la maestra, que qué bien se me estaba dando...

Así hasta que una noche que ya leía de corrido me senté en la mesa camilla con mis cajas de cartas delante y empecé por leer mi nombre en los sobres, mi nombre y su remite, Paco Sánchez, mi Paco, que ilusión... era como verle otra vez delante de mí... con esa planta que tenía...

Allí también que me encontró mi Genaro dos horas después, allí sentadita tal cual, llorando y venga a llorar unas lágrimas más gordas que garbanzos cocidos... Lloré tantas aquella noche que hubiera tenido garbanzos para todos los cocidos que había hecho desde entonces... No le digo más lo que pude llorar... si yo creo que hasta dormida lloré aquella noche, porque cuando me levanté tenía empapaíta la almohada, imagínese... Porque esas cartas no eran para mí... ¿Puede usted creerlo? No eran para mí... solo eran para mí las dos o tres primeras... las demás, todas las demás eran para la señorita Nieves... Que penita más grande... Era mi nombre el que tenían los sobres, mi nombre por aquello del que dirán... pero ya está, no había nada más para mí en todas aquellas cartas. Estaba tan seguro el jodío de que yo no las iba a poder leer... bien sabía él a quién se lo pediría... Se le cierran los ojos... no se apure que ya termino...

Luego me acordé claro, me acordé de cuando a los pocos meses de habernos enterado de la muerte de mi Paco una tarde la señorita Nieves se vino a despedir. Me dijo que le había salido trabajo en otro pueblo más cerca del suyo y se fue. La verdad es que lo sentí mucho, había sido tan buena conmigo siempre... Y ya nunca más supe de ella. Me extrañó que aquel día me pidiera una de las cartas de mi Paco. Me extrañó tanto... pero la verdad como ella había sido quién me las había leído todas, y yo la sentía tan cerca de mí, y de mi pena, no me pude negar... Y total yo tampoco sabía leer... ¿Quién me iba a decir a mí que con el tiempo lo haría...? Siempre había recordado a esa mujer con tanto cariño...

Hace ya de eso siete meses, siete, imagínese y no se lo creerá pero hasta esta noche no me he vuelto a sentir bien. Porque yo todos estos años que he estado casada con mi Genaro, no he estado mal, cómo iba a estarlo, era un amor tranquilo, suave, pero ha habido muchas veces que yo he echado de menos aquel de mi Paco, aquel que me había hecho temblar y gritar y bueno... muchas veces, y todas esas veces yo iba y miraba mis cartas... y era una tontería pero eso me daba fuerzas ¿sabe? Entonces desde aquella noche que las leí era como si me hubieran arrancado de cuajo eso, como si me hubiera quedado de pronto sin esa puerta que abrir. Y que vacío señor guardia, que vacío tenía yo aquí dentro...

Pero resulta que una semana después me empezaron a llegar cartas otra vez, sobres con mi nombre y el remite de mi Genaro. Sí ese que ahí anda dando cabezadas... qué hombre... No sé ni como se le ocurrió semejante idea... Pero oiga que no parece ni el mismo hombre cuando escribe... como si me le hubieran dado la vuelta como a un calcetín... que cosas... pero así es. La primera carta es que yo no me lo podía creer, me quedé tan extrañada... que allá que me planté en jarras delante de él en cuanto volvió del campo con el sobre en la mano a decirle mitad asombrá mitad enfadá ¿Y esto...? Y ¿Sabe usted lo que me dijo? Que a ver si se iba a creer el Paco ese que solo él sabía escribir cartas de amor... Échele... Era la primera vez, la primera, puede usté creerme que mi Genaro mentaba a mi Paco, la primera en todos estos años y la ultima. Porque me dejó helá, pero heladita, heladita, tanto que ya nunca más lo hemos vuelto a hablar, no le digo más. Pero las cartas no me dejan de llegar no se crea usté... Que son ya cuatro las cajas llenitas de cartas que tengo... y cada vez se le da mejor al jodío... que ya podía haber empezado treinta años antes... Mírele si es un pedazo de pan...

Y por eso fue señor guardia, por eso fue que me empeñé en tirar todas las de mi Paco. ¿Para qué quería ya eso ahí...? Pero no romperlas y quemarlas de cualquier forma en la lumbre, no, como decía mi Genaro, no a mí eso no me valía... Yo quería hacer con ellas aviones de papel como cuando íbamos a la escuela y aviones que volaran sobre su tumba... Que ni es sacrilegio ni ná porque esa no es su tumba, que está vacía, que ya sabe que él nunca volvió... Que vaya usté a saber si no volvió a ninguna parte o solo a este pueblo... que ahora que voy hilando e hilando, ya me creo cualquier cosa... Yo a mi Paco le conocí de críos, le conocí echando a volar cometas, y era por eso... Una tontuna como decía mi Genaro, una tontuna como cualquier otra, pues si, una tontuna, que a mi Genaro no le falta razón, pero una tontuna que a mí me hacía una ilusión bárbara... Y en esa chiquillada que embarqué a mi Genaro, mi Genaro, que al final siempre se deja embarcar... el pobre.

Y que requetebién que nos lo hemos pasado los dos allí echando a volar todas esas cartas que no eran para mí... Y que risas que parecíamos dos críos arrugados y locos haciendo trastadas... y bueno pues qué le voy a contar con las risas y los saltos, bueno saltos, saltos... por decir algo, y de los saltos a los abrazos... y bueno que qué le voy a contar ya nos ha visto usté que se nos ha ido un poco el santo al cielo... Pero vamos solo un poco no se vaya usté a pensar, que no somos Adán y Eva... Y a lo mejor yo sí que me estaba dando cuenta, no le voy a engañar, pero entre usté y yo: no se crea que ya es fácil pillar a mi Genaro tan contento y tan cariñoso así que... Pues oiga que nos hemos dejado llevar un poco... y si hay que confesar pues una se confiesa, pero solo un poco, a ver que se va usté a creer... ¿Pero oiga...? ¿Oiga...? ¿No me digas que está roncando...? Anda la leche...


Genaro, shhhsss, Genaro, ssshhh espabila Genaro, que te has traspuesto un poco... Venga hombre que te va a doler el cuello de la postura... Venga despierta hombre de Dios... que ya no tienes edad de está ahí hecho un cuatro... Mira, espabila, mira, que se nos han dormido las autoridades... así que andando que es gerundio y venga para la casa que ya es tarde... Mañana ya hablaremos más con estos señores... aunque no sé que más van a querer saber... Y tu tranquilo, que yo me ocupo, tu tranquilo... que a los hijos no les van a decir nada de nada. Venga Genaro, espabila hombre...

©Rocío Díaz Gómez

jueves, 20 de agosto de 2009

Un relato de Lorenzo Silva: Elogio de la funcionaria


Lo reconozco me ha gustado. Y por muchas razones. Ha dibujado una sonrisa en mi cara y una especie de reconfortadora sensación me ha llenado cuando he terminado de leerlo "Hombre... me he dicho ¡qué bien!". Porque una está acostumbrada a que de los funcionarios se hable mal, y no se puede evitar que cuando no es así te llegue al alma (alma de funcionaria sí, que para eso he opositado dos veces, tres mejor dicho, una de ellas habiendo aprobado también, pero sin plaza; alma de funcionaria sí, que me lo he ganado, pero alma al fin y al cabo...).

Estoy hablando de un relato. Uno corto que encontré en la sección de cultura del periódico El Mundo. Un relato de Lorenzo Silva del que hablaré en otra entrada. Seguro. Porque me gustan mucho sus libros, porque a mi modo de ver es un buen escritor y porque además no le importó nada de nada, sino que lo hizo con mucho agrado, venir una tarde a nuestro de taller de Villaverde (cuando éramos taller) a hablarnos de literatura y de ser escritor. Eso siempre se agradece.

Por todo eso aquí os dejo el relato en cuestión. Porque leerlo fue un descubrimiento. Porque Lorenzo Silva siempre me gusta escribiendo. Porque gracias otra vez. Y porque claro, va de funcionarias, pero de las buenas, eso sí.


Espero que os guste.



Elogio de la funcionaria
Así es el desolador aspecto que presenta el Registro Civil. Foto: Efe
Lorenzo Silva*


Actualizado jueves 21/05/2009 11:20 horas



La gestión, en sí misma, ya era bastante desagradable. Solicitar una certificación de divorcio. Tanto como pedir que la autoridad acredite, a todos los que la vieren y entendieren, que el interesado ha errado en una de las decisiones cruciales de la vida.

Por eso a Armando, de entrada, le apetecía poco el trámite, pero cuando vio la cola de 50 personas que había a las puertas del Registro Civil a las 8.15 de la mañana, 45 minutos antes de que la oficina abriera, se lo llevaron los demonios.

Por si aquella multitud fuera poco, dos carteles pegados en la puerta advertían que había una funcionaria de baja y que a las 13.00 se dejaría de atender a quien no hubiera conseguido a quien no hubiera conseguido uno de los 20 números que se repartían en el momento de la apertura.

Armando observó a la concurrencia. En un 80%, inmigrantes. No dejaba de ser lógico, ellos protagonizaban el grueso de los partos, y buena parte de las vicisitudes sobre tutela y custodia de menores, que son el negocio fundamental del Registro Civil. Además de las nacionalizaciones y los trámites a ellas asociados. Seguramente eso explicaba el maltrato administrativo. Bastante tenía, aquella horda de indios, negros y moros, con respirar el aire de la Unión Europea.

Armando supuso (mejor dicho, habría apostado) que aquella oficina tendría un responsable que a las 8.15 distaba de estar incorporado a su puesto de trabajo. Imaginó que a las 11.00 (dentro, cómo no, de esas ínfimas cuatro horas de atención al público), los funcionarios saldrían media hora a tomar un café. Y poco a poco se fue envenenando. Cuando a las 9.04 (ya sólo serían tres horas y cincuenta y seis minutos de atención al público) se abrió por fin la puerta y la cola de sufridos y dóciles administrados se apelotonó a la entrada, estaba más que predispuesto a montar la de San Quintín.

Pero entonces, sucedió un milagro. Al otro lado del mostrador sólo había una funcionaria. Cincuenta y muchos años, poca estatura, voz enérgica. En apenas un cuarto de hora liquidó la cola. Clasificó a la gente. Los que venían a hacer un trámite largo, a los que les daba un número. Los que venían a recoger un papel, a los que despachaba en el acto. Los que venían a hacer una gestión corta, a los que también atendía sobre la marcha.

A Armando le pasó una breve instancia, donde sólo debía aportar tres datos, y le pidió que la rellenase. Luego se la recogió y le dijo que tendría la certificación en dos días. Armando osó alegar que su nueva vida estaba a 600 kilómetros. La funcionaria le dijo que si se lo acreditaba de algún modo tendría el certificado en dos horas. Sin dar crédito, Armando extrajo su DNI.

Dos horas después, con el certificado en la mano, Armando reparó en la tragedia. Aquella funcionaria no recibía del Estado mayor recompensa que los que con su desidia contribuían (incluidos todos sus jefes, hasta el ministro) a que en pleno siglo XXI, España tuviera una administración del siglo XIX.


*El escritor continúa esta nueva serie de relatos con elmundo.es sobre personas anónimas inspirada en hechos reales.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Frases hechas. Artículo de Amando de Miguel


Hoy os dejo aquí con un artículo que ya tiene un par de años pero vigente porque aborda las cuestiones de las frases hechas. A mí me parece curioso. Incluso habla de la controvertida frase "En olor de multitudes".
Bueno aquí está. A ver qué os parece a vosotros.




FRASES Y EXPRESIONES


Ramón (supongo que García Vinuesa) desea saber el significado de la locución «largo y tendido». No tiene mayor misterio. Indica que algo ocupa una amplia extensión. Se supone que es una pieza rectangular cuya fórmula del área es la multiplicación de lo largo por lo ancho o tendido. Es muy parecida a la expresión «a lo largo y a lo ancho». Vienen a ser ilustraciones de un principio retórico muy característico del idioma español por el que se construyen expresiones adverbiales reduplicativas.



Recordemos:

De modo y manera (= así)

Única y exclusivamente (= solo)

Lo primero y principal (= principalmente)

Al fin y a la postre (= en definitiva)

Lo cierto y verdad (= verdaderamente)

Más pronto que tarde (= en seguida)

De una vez por todas (= decisivamente)


No hay por qué desechar tales construcciones retóricas, pero tampoco hay que abusar de ellas.

Pilar María Rojas me pregunta por el significado de «a la sazón». Es un modo adverbial, equivalente a «entonces», «en aquel tiempo». Se deriva del latín satio-onis (= tiempo de sembrar, sementera); requiere que la tierra esté en su momento oportuno para esas labores. De ahí, sazón como el estado adecuado de algo, por lo general de un fruto cuando está maduro. De modo más amplio, la sazón es tanto como la ocasión o la coyuntura propicias para proseguir con alguna acción.


Respecto a la famosa frase «¿Ladran? Señal de que cabalgamos» Alicia C. Morales me comunica que Claudio Verdú Egea afirma que el origen está en la novela Cristo en los infiernos de Ricardo León. Creo recordar que ya comentamos aquí esa referencia. No obstante, Ricardo León la debió de tomar de algún otro sitio. Ricardo León es un escritor exageradamente retórico y nada creador. Seguimos sin saber cómo se originó la frasecita. Desde luego, no es del Quijote, como muchas personas creen.


José María Navia-Osorio, hablando del orbayo, se pregunta por el sentido de la expresión «llover a chuzos», incluso «caer chuzos de punta», para una lluvia o granizo intensos. Se trata de una expresión hiperbólica para llamar la atención de algo que resulta exagerado. El chuzo era el arma tradicional de los serenos o vigilantes nocturnos: un palo rematado por un pincho de acero. Es clara la impresión de la lluvia o granizo fuertes como si lo que cayera fueran chuzos y, no digamos, chuzos de punta. Con la misma función hiperbólica, en inglés se dice que «llueve gatos y perros». En español hay muchas alusiones hiperbólicas al cuerpo: «poner los pelos como escarpias», «hacerse la boca agua», «hacer de tripas corazón», «respirar por la herida», etc.


Fausto Deza me recrimina el uso de en olor de multitudes como «una de las expresiones erróneas más desafortunadas y malsonantes que existen». Para don Fausto «la expresión correcta es en loor de multitudes». La cual «se ha corrompido en tan desagradable resultado [en olor de multitudes] como consecuencia, seguramente, del analfabetismo funcional que impera en los profesionales de la comunicación [...] Se trata de una forma de hablar impuesta por unos cuantos». Pues no, señor; no tiene usted razón. Reconozco mi analfabetismo funcional y mi ignorancia, pero en este caso -lo siento- las cosas son al revés de cómo usted pregona. En olor de multitudes es una lógica derivación de en olor de santidad. Simplemente al descubrir los cadáveres de algunas personas tenidas por santas, se verificaba que sus cuerpos no se habían corrompido. La piadosa leyenda era que de esos cadáveres incorruptos emanaba una natural fragancia muy agradable; era el «olor de santidad». El juicio no lo establecía ningún tribunal, sino el pueblo congregado en la plaza, la multitud. Es lógico, por tanto, que el carisma de una persona viva se reconociera por el recibimiento que le hacía el pueblo. De esa manera, el personaje en cuestión se sentía acogido «en olor de multitudes».


La cosa viene de lejos. Odor urbanitatis decía Cicerón, esto es, «aroma de elegancia». En español se emplea correctamente «en olor de...» (se completa con cualquier sustantivo ponderativo). Covarrubias escribe en el Tesoro: «Olor: la fragancia que echan de sí las cosas que se evaporan; algunas veces es malo y otras bueno». El Diccionario de Autoridades dice de olor: «Metafóricamente se entiende en las cosas morales por fama, opinión y reputación». Precisamente de esa ambivalencia resulta la incomprensión popular de la expresión metafórica en olor de multitudes. En su lugar, hace unos pocos lustros se empezó a decir en loor de multitudes, pero esa expresión sí es producto del analfabetismo disfuncional. La transmutación es la consecuencia de no entender la estupenda ambivalencia de olor. La suprema elegancia del lenguaje está en que muchas palabras mantienen distintos significados, incluso contradictorios. Quien no sepa entender esa cualidad del lenguaje, por favor, que no escriba.


Definitivamente el DPD (Diccionario panhispánico de dudas) reconoce la locución en olor de multitudes: «con la admiración y la aclamación de muchas personas, en medio del fervor y el entusiasmo de mucha gente». Añade el DPD que la versión «en loor de multitudes» [es] «una ultracorrección que debe evitarse».



Autor

Amando de Miguel
Libertad Digital (Madrid, España)
Martes, 9 de Enero del 2007

martes, 18 de agosto de 2009

"La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey" de Mary Ann Shaffer


El último libro que he terminado de leer ha sido La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey de Mary Ann Schaffer.

La historia transcurre en el año 1946, recién acabada la ocupación alemana, y salta desde Londres a la isla de Guernsey, una isla del Canal de la Mancha. La protagonista es una periodista, Juliet, que recibe una carta de Dawsey Adams, un habitante de Guernsey, único territorio británico que estuvo bajo el poder de los alemanes durante la segunda guerra mundial. A raíz de esta primera carta empiezan a intercambiarse otras y Juliet empieza a conocer los curiosos pormenores de una sociedad literaria bastante peculiar que nació de forma extravagante en un toque de queda en plena guerra.

Es una historia amable contada en forma de cartas que empiezan a sucederse entre Juliet y varios habitantes de Guernsey. De este modo vamos conociendo a distintos personajes: sencillos, sarcásticos, intolerantes, ingenuos, divertidos… De todo tipo. Sobre los que impactó de forma distinta la ocupación nazi. Distintos personajes, la mayoría de ellos con un nexo común: los libros y la forma en que éstos les ayudaron.

Es curiosa la forma epistolar en la que está contada la historia. Son curiosos la mayoría de los personajes que ofrecen una mirada multiperpectivista a la narración. Es una historia sencilla, muy fácil de leer. Con la que entran ganas además, de salir corriendo a conocer esta isla del Canal de la Mancha.

Quizás en algún momento la caracterización de algunos personajes quede corta y se podría haber incidido más sobre la particularidad de alguno de ellos. Seguramente. Pero en general me ha parecido una historia sin grandes ambiciones, una historia agradable, ágil, entretenida, que trata de refilón la ocupación nazi y sus estragos, que refleja de forma original una época. Una historia de vecinos que se las ingenian para burlar sus circunstancias. Una historia de sus preocupaciones y sus deseos. Una historia de escritores y argumentos, de referencias literarias, de importantes libros y clásicos autores, una historia de improvisados y sencillos lectores en torno a un pastel de patata.

jueves, 13 de agosto de 2009

Un artículo de Maruja Torres "Los abrazos no dados"


Os copio hoy este artículo del periódico del último domingo. Creo que da que pensar.




MARUJA TORRES PERDONEN QUE NO ME LEVANTE


Los abrazos no dados
MARUJA TORRES 09/08/2009

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Muere alguien cercano –y, créanme, estoy en una edad en que ello sucede a menudo-, y me pregunto si le abracé lo suficiente. La memoria contiene atenciones dedicadas a la piel, al perfume de cada uno. En mi olfato evocador permanecen los referentes de esa persona con la misma exactitud con que ahora mismo, si cierro los ojos, evoco el olor de la gente viva a la que quiero, tanto si permanece lejos como si voy a encontrármela en el transcurso del día de hoy. Registramos la percepción que recibimos de las personas amadas –y hay muchas formas de amar, afortunadamente–, el aroma que desprenden y la manera en que nuestra capacidad para el encuentro lo adopta y clasifica. Pues se mezclan, en los sentimientos que perdurarán para el recuerdo convertidos en una sensación única, el olor del otro y nuestro don más o menos afilado para recibirlo.


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“Estamos en una época en que el contacto físico ‘sentido’ acobarda”


Y es entonces, cuando alguien muere, y te llegan a los sentidos el vaho de su cabello en verano, la frescura de sus pecas en invierno, el mensaje de su ropa… Es entonces cuando te preguntas si os abrazasteis lo bastante.


Inevitablemente, uno mira alrededor para comprobar si está abrazando lo bastante a quienes le rodean y le importan. Y comprende que hay mucho abrazo vano y mucho besuqueo en el aire, pero que nos falta acercar el pecho, darse con el torso uno de esos toques profundos, una de esas transmisiones de afecto que el otro metaboliza, que acompañan.


¿Se han dado cuenta de la cantidad de personas que retroceden un paso cuando pretendemos abrazarlas así? Sobre todo hombres. Los hombres sufren, para su desgracia –no es el caso de los gays, desde luego-, de falta de aprendizaje para los contactos que no sean sexuales. La ternura los inunda, pero carecen de espitas para darles cauce. Entonces los abrazas y callan, temiendo que se vaya a abrir el mar Rojo y los vaya a engullir, o que se vaya a abrir el mar Rojo y sencillamente los escupa. Es decir, temiendo, pero no sabiendo qué temer. Estamos en una época en que el contacto físico sentido, no el de las palmadas en los hombros ni las formalidades, acobarda.


No hablo de amantes –ése sería otro cantar: que hablen quienes aún tienen hormonas–, hablo de amigos. ¿Nos apretamos las manos, no para saludarnos, sino para comunicarnos? ¿Lo hacemos en público, sin importarnos los demás sólo porque nos lo pide el cuerpo, sólo porque nos parece necesario, sólo para decir “estoy aquí, contigo, como siempre”? A veces sí. Pero no con tanta frecuencia como deberíamos.


Hay personas ríspidas, hirsutas, erizadas. Me faltan definiciones, pero muchas tienen que ver con los moluscos. Mal educadas en las emociones físicas, con una infancia a cuestas que aún destila sequedad o exceso de leche materna, y que tienden a envararse, confundiendo la sobriedad con el papel de lija.


Hay gente que no sabe abrazar y que no lo sabrá nunca, con lo que eso supone de soledad interna para ellos, y de despellejamiento de los abrazos de uno, de frustración. Y hay gente que abraza demasiado, tanto que se desvaloriza, y termina dando tanto que da muy poco.


Pero entre medias hay personas que aprenden a abrazar, que superan el miedo al compromiso –o simplemente, a no saber hacerlo, a que se les note la falta de costumbre– y que se van abriendo de a poquitos. Créanme de nuevo –pues entre lectores y leídos siempre hay algo de relación de mutua fe–, es una sensación extraordinaria asistir a eso, al descubrimiento de los tiernos gestos físicos, gestos amistosos hasta el tuétano, gestos puntuales que acercan más que las palabras o que dotan de sangre y calor a las palabras, o que hablan con una elocuencia para la que aún no hemos inventado palabras.


Hay personas que aprenden a abrazar, y personas que aprendemos a apreciar su esfuerzo y a respetar sus caminos. Y agradecemos que eso ocurra, porque es un trabajo que habremos hecho en vida y del que nadie se arrepentirá.

lunes, 10 de agosto de 2009



Y ahora vamos a comentar algo curioso: los falsos amigos”.

En el lenguaje se le llama “falsos amigos” a las palabras que son iguales o casi iguales en dos lenguas diferentes, y en cada una de ellas tienen significados diferentes a los de la otra.

Hay muchos casos y en todas las lenguas, pero vamos a poner algunos ejemplos en inglés, francés e italiano:


INGLES / ESPAÑOL

Actual / actualInglés: Efectivo, real, de verdad.
Español: Del momento presente, de actualidad, hoy en día.


Bigot / bigoteInglés: Intolerante, fanático
Español: Pelo que nace sobre el labio superior.

Bizarre / bizarroInglés: Raro, extraño, estrambótico
Español: Valiente, arrojado.


Constipated / constipadoInglés: Estreñido
Español: Resfriado

Crime / crimeInglés: Se utiliza para toda clase de delitos, así el robo y el hurto son “crimes”.
Español: Generalmente implica algo muy serio, un delito moral o sangriento.


Exit /éxitoInglés: Salida.
Español: Salir airoso de un negocio o empresa.


Gripe / gripeInglés: Cólico, retortijón.
Español: Enfermedad epidémica aguda, acompañada de fiebre y con manifestaciones variadas, especialmente catarrales.


Infant / InfanteInglés: Lactante, niño de un año o menos de edad.
Español: Los hijos del Rey y a ciertas clases de soldados.


Parent / parienteInglés: El padre o la madre.
Español: Tíos, primos y otros familiares de parentesco más o menos próximo.


Relevant / RelevanteInglés: Pertinente, que viene al caso.
Español: De mucho relieve, destacado, importante.


Sensible / sensibleInglés: Sensato, prudente.
Español: Que se emociona con facilidad.


Topic / TópicoInglés: Tema, materia que se ha de tratar.
Español: Lugar común, expresión manida.


FRANCES / ESPAÑOL

Constipé / ConstipadoFrancés: Estreñido
Español: Resfriado


Salir / salirFrancés: Ensuciar
Español: Irse, partir.


Placer / placerFrancés: Poner, colocar.
Español: Agradar, gusto.


Sol / solFrancés: Suelo
Español: Centro de nuestro stma. planetario


Subir / subirFrancés: Sufrir
Español: Ascender



ITALIANO / ESPAÑOL


Subire / subirItaliano: Sufrir
Español: Subir


Salire / salirItaliano: Subir
Español: Pasar de dentro a afuera, partir.


Guardare / Guardar
Italiano: Mirar
Español: Cuidar, vigilar, custodiar.


Nudo / nudo
Italiano: Desnudo
Español: Lazo que se estrecha y cierra de modo que con dificultad se pueda abrir.


Caldo / caldoItaliano: Caliente
Español: Liquido que resulta de cocer los elementos en agua.


Lectura en la radio de mi microrelato:"Boca abajo"


Esta es una entrada solo para comentaros que si queréis podeis escuchar el microrelato que me premiaron en el Ojo Crítico la semana pasada, tema: “Quemaduras Solares”, en Internet.

Cómo no sé si va funcionar lo del enlace aunque os lo copio debajo, os digo poco a poco, los pasos a seguir. Entrar en la página de Radio Televisión Española:

http://www.rtve.es/radio/

Luego más abajo pinchar en “podcasts” y luego en la “E” buscar “El Ojo Crítico”, pinchais en él,

http://www.rtve.es/podcast/radio-nacional/el-ojo-critico/

y después en el programa del 5 de agosto:

http://www.rtve.es/mediateca/audios/20090805/las-futuras-estrellas-del-flamenco-union-ojo-critico/562590.shtml


Es todo el programa de ese día, mi relato está más o menos hacia la mitad, porque lo leyeron a las siete y media más o menos. Y claro dura nada, porque es muy corto.

Espero que os guste con la musiquita de los Ángeles de Charlie y la lectura tan dramatizada que hacen.

Ya me contareis...



viernes, 7 de agosto de 2009

De las Alojerías a las Botillerías y de ahí a los Cafés y tertulias de antes...


Y de nuestra tertulia del Galdós para atrás...




Antiguamente en Madrid a los únicos sitios donde se podía ir en caso de sed eran las “alojerías”, locales donde se servía una sola bebida, el alojo. Esta consistía en mezclar agua con miel y especias, servidas en tazones de cristal con asas. Estos establecimientos se reconocían por tener a la puerta una bandera blanca con una franja roja cruzada, distintivo que procedía de las tiendas de los campamentos cristianos, donde se repartía esta bebida a los soldados con fines curativos.

En el siglo XVIII y conviviendo con las alojerías, surgieron las botillerías. Lugares donde se podían consumir helados y algunas conservas. Como no servían cafés comenzaron a decaer a partir de 1808 siendo sustituidas por los cafés, que ya habían hecho su aparición a finales del XVIII.

Las alojerías desaparecieron entre 1835 y 1838 y las botillerías entre 1846 y 1848.

Los primeros cafés aparecieron en la primera mitad del sigo XIX sustituyendo a las antiguas botillerías. Se situaron en torno a la plaza de Santa Ana, por su proximidad al teatro Español, en aquel entonces el teatro más importante de Madrid. Cafés como el Príncipe, Venecia, Solito y Moreno, todos a muy poca distancia unos de otros, favoreciendo el poder pasar de uno a otro sin tener que andar demasiado. Larra, Zorrilla y Espronceda fueron sus primeros contertulios.

Con los años, los cafés fueron multiplicándose. Así, al Café de San Sebastián, de la calle Atocha, acudían a reunirse sobre todo médicos, Ramón y Cajal entre ellos.

En el Café del Pombo, Gómez de la Serna tenía una tertulia semanal, conocido también como el “café de los cagones” porque su especialidad eran los sorbetes de arroz, con los cuales se evitaban o curaban las famosas diarreas de verano.

El Comercial, el Gijón, y la Nueva Montaña tienen en común una misma cosa: ser cafés de los de antes. Los dos primeros coexistiendo con las modernas hamburgueserías y el último ya desaparecido. El Comercial y el Gijón están la glorieta de Bilbao y en el paseo de Recoletos respectivamente, y la Nueva Montaña estuvo en los bajos del Hotel París, en la Puerta del Sol. Los tres fueron frecuentados por las generaciones del 98 y del 27. Precisamente, en el café La Nueva Montaña, Valle Inclán perdió su brazo en una riña. Si las paredes hablaran... Al café Gijón, se acercaba después de la guerra, un pintoresco personaje que se hizo famoso porque pagaba una consumición que no tomaba, pues bebía agua de una cantimplora que siempre llevaba consigo y leía un periódico norteamericano de fecha muy atrasada. Más recientemente, el fallecido alcalde Enrique Tierno, era muy aficionado al Café Comercial, donde semanalmente, jugaba unos décimos de lotería con Manolo el limpiabotas y Valentín el empleado más antiguo.


Curiosidades y anécdotas de Madrid.
Maria Isabel Gea Ortigas.

Ediciones La Librería

Ultima tertulia del Galdós antes de las vacaciones

























Con julio despedimos nuestra tertulia hasta septiembre u octubre. Despedimos el curso 2008-2009 y lo hicimos en compañía de Fabio Aristimunho (Brasil 1977), abogado, poeta y traductor brasileño.

Fabio Aristimunho estaba durante unos días en Barcelona donde le habían becado y Javier, que ya le conocía pues él había sido uno de los organizadores del Tordesilhas-Festival Ibero-Americano de Poesía Contemporánea al que asistió Javier en Brasil, le invitó a que nos acompañara en nuestra última tertulia.

Por una vez los protagonistas de la sala del fondo fuimos nosotros. No había ninguna mesa más ocupada, sino que nos cerraron las cortinas y allí estuvimos en un gran círculo tertuliando sobre lo humano y lo divino.

Comenzamos hablando de la antología de poesía española traducida al portugués por Fabio. Cuatro tomos, cada uno dedicado a una lengua española: castellano, catalán, vasco y gallego, desde los orígenes de la poesía española hasta la guerra civil. Y de ahí pasamos a los intercambios de poetas en Latinoamérica, al comentario sobre "el portuñol": mezcla de español y portugués que se habla en algunas zonas de Brasil, de nuestras propias lenguas y su vigencia en una época u otra gracias a la comparativa que ha hecho en sus libros, hasta terminar hablando de las dos Españas en una discusión interminable medio política medio literaria.

Por supuesto también escuchamos a Fabio leernos en portugués algunos de los poemas que ha traducido, como “Las coplas de la muerte de su padre” de Jorge Manrique, o “La vaca ciega” de Joan Maragall. Y terminamos en una rueda de lecturas diferentes por parte tanto de Fabio como del resto de los asistentes a la tertulia.
Desde aquí va mi agradecimiento para Fabio Aristimunho, que puso un acento distinto pero muy cercano entre nosotros.

Resultó una tertulia muy dinámica, rica en matices, viva, ruidosa, entretenida y especial.

Tanto que como es muy difícil despedirse, siempre en el aire queda la pregunta de si haremos alguna que otra tertulia extraordinaria para agosto o septiembre.


Seguro que sí.

jueves, 6 de agosto de 2009

Microrelato de verano de Rocío Díaz Gómez


Dice mi amigo David una frase que a mí me ha gustado mucho “La vida es una especie de chistera de mago”. Y es verdad ¿No es así?


Me lo ha dicho a propósito de algo que me pasó ayer. Algo extraordinario y digo lo de extraordinario porque desde luego se salió de lo ordinario. Y lo que es más importante: me alegró el día.


Lo que pasó ayer tiene detrás una historia que lo hace aún más curioso:


Porque yo suelo escuchar "El ojo crítico", ese programa de Radio Nacional de España sobre cultura que hay de 19 a 20 h de lunes a viernes, que siempre es interesante. Pero aunque lo suelo escuchar siempre que puedo, no puedo obviamente todos los días, claro... y menos ahora en verano que uno sale más y me pilla en la piscina o de vacaciones o tomando algo... Vamos que es más raro. Pero justo el otro día, el jueves o el viernes estaba en casa y vi que aún podía escuchar algo y al encender la radio dio la curiosidad de que hablaban de un concurso de microrelatos pero la verdad es que como la noticia estaba empezada no me enteré del todo bien, pero debe ser que me quedé con la copla. Y ayer, que terminaba ayer miércoles, no sé por qué alguien en el trabajo dijo algo de las quemaduras solares y por esas asociaciones raras que uno hace sin querer, me acordé del premio y me acordé de que el concurso del Ojo Crítico tenía ese por tema, y también de que me sonaba que yo tenía un micro que más o menos hablaba de eso. Pero a ciencia cierta no sabía seguro cuando terminaba el plazo, ni las palabras máximas, ni si tenía que ser con seudónimo... Pero estaba tan agobiada con cosas del trabajo (que parece mentira que sea agosto) que me dije: "Mira voy a desconectar diez minutos y voy a hacer esto... que me he ganado un ratito... me lo merezco" Y ahí me tenéis a cien por hora buscando el micro, releyéndolo deprisa, repasándolo, ajustando a lo que más o menos pensaba que sería de longitud y muy rápido todo les mandé un correo diciéndoles que bueno que me parecía que pedían eso, pero que si no me ajustaba a las bases pues que lo entendía y que al menos así aprovechaba para darles la enhorabuena por el programa. Y después de hacer todo eso en un tiempo record, resulta que el correo en cuestión veo que se me queda en la bandeja de salida estancado porque justo el correo en ese momento en el trabajo no iba nada bien. Así que yo ya convencida de que con tanta aceleración no se pueden hacer las cosas y que de ahí no saldría nada de nada. Llegaron las tres hora de irme a casa y ahí seguía el correo en la bandeja de salida, así que me encogí de hombros y para casa.


Y cuando llego al trabajo ayer, me fijo, y veo un "entregado" de Radio Nacional de España y digo ¡anda pues sí que llegó! Y no me volví a acordar en todo el día. Cuando resulta que estoy ayer por la tarde hablando por teléfono y veo que son las siete y media y le digo a la persona del otro lado del teléfono: "Oye que ahora te llamo que es que justo está el programa éste que me gusta y voy a ver porque he mandado un micro, a ver si dicen algo más y me entero bien..." pero sin la más minima esperanza ni nada de nada, solo para saber... Y justo, justo enciendo la radio y ¡oigo mi nombre! A veces pasan cosas así, cosas increíbles, casualidades mágicas que de pronto dices: ¡¡Pero bueno que esa soy yo!! Y estoy en la radio, y me están leyendo... Jo, qué gracia. Bueno ¡que cosas! es que no me lo creía, y qué graciosa y qué bien dramatizado por parte de la lectora, con su música de fondo de los "¡Ángeles de Charlie!" y todo... De verdad que me ha dado una cosa de oír mi nombre en la radio y de ver que lo leían así tan curioso, con la de incidentes que había tenido para mandarlo, que había sido una cosa así sin prestar demasiada atención ni nada... que es increíble.


Y bueno toda esta historia es para dejaros el micro en cuestión. El tema eran Quemaduras Solares, la extensión menos de 350 palabras. Y el premio un lote de libros. Qué mejor regalo. En el blog del Ojo Crítico han dejado la noticia. Y me dijeron cuando hablé con ellos por teléfono que colgarán el audio del relato leído en la página de Radio Nacional de España, así que estaré pendiente y cuando lo hagan os lo dejaré aquí porque es muy curioso cómo lo dramatizaron.


Aquí os transcribo el micro:



BOCA ABAJO

Tenía trece años y una piel más blanca que la leche Frixia que entonces compraba mi madre.

Eran los tiempos en que todavía la mercromina y el agua de sal lo curaba todo, tiempos de estirar y estirar aburridos veranos en las playas de la Costa Brava.

Hasta que hice aquel descubrimiento dentro del puesto de Avidesa.

¡Dios! No lo podía creer. Era igual, igual que Starsky, el de Hutch. Quizás más alto, más fuerte, no tan moreno, ni su pelo tan rizado... pero ¡vamos! que prácticamente igual. No podía creerlo. Pero aún creí menos el guiño y el beso que me tiró desde dentro del puesto.

Vuelta y vuelta, vuelta y vuelta, y otra vez vuelta y vuelta en la toalla. Así una y otra vez. Una y otra. Hasta que me armé de valor y fui a por un helado.

Entonces me dijo aquello de “Nena, cuánto te pareces a Sabrina, la de los Ángeles de Charlie”. ¡Madre mía...! Como una medusa hinchada por el piropo, floté esponjosa alrededor del puesto... ¡Madre mía...! Hasta que recordé que mi hermano decía que “...de las tres, Sabrina era la más plana”.

A partir de ahí pasé todo el día tumbada boca abajo en la toalla. Siempre boca abajo, por favor que no me viera por delante, que no se fijara... Boca abajo, pero sin quitarle ojo, sonriendo tontamente.

Boca abajo.

Boca abajo.

Boca abajo.

Dorándose mi piel. Enrojeciéndose. Tostándose. Achicharrándose. Hirviendo con casi quemaduras solares de segundo grado.

Seguí boca abajo durante casi tres semanas, noche y día, día y noche.

Aquel amor duró lo que dura una insolación. Aún el olor a vinagre me devuelve aquel guiño y aquel beso que me llegó desde dentro de un puesto de Avidesa, ese vinagre que mi madre echaba sobre mi piel para curar las quemaduras. Aún el olor a vinagre termina recordándome el primer plantón de mi vida: el que me dió tres semanas después un Starsky de Casteldefells.

Aquel, que no curó el vinagre ni tampoco las lágrimas que cabrían en un enorme y salado Mar Mediterráneo.
©Rocío Díaz Gómez


lunes, 3 de agosto de 2009





La verdad es que a veces me gustan tanto los dos que no sé muy bien por quién decidirme, supongo que depende del momento, así que os dejo con ejemplos de ambos.

EL ROTO y FORGES.

domingo, 2 de agosto de 2009

"La importancia de las cosas" Marta Rivera de la Cruz




El último libro que me he terminado y me ha gustado mucho ha sido “La importancia de las cosas” de Marta Rivera de la Cruz.

Descubrí a esta autora leyendo “En tiempos de prodigios” con el quedó finalista del premio Planeta hace dos años. “En tiempo de prodigios” fue todo un descubrimiento, me gustó mucho cómo estaba escrito y me gustó mucho la historia que contaba. Me gustó tanto que siempre que he visto otro libro de la autora me lo he comprado sin pensármelo dos veces. Por eso después leí “Hotel Almirante” y “Que veinte años no es nada”.

“La importancia de las cosas” es su último libro y cuenta la historia de Mario Menkell, un tímido y apocado profesor de escritura creativa en una universidad, famoso por un único libro, que de pronto tiene que hacerse cargo de todas las pertenencias de un inquilino suyo al que no conocía porque se ha suicidado y no tenía familia. Es entonces cuando Menkell descubre que el misterioso inquilino tenía la casa abarrotada de cosas, de pequeñas cosas, colecciones de todas clases. Ahí arranca la historia.

“La importancia de las cosas” habla de las casualidades, que muchas veces ocurren. Habla de los amores cobardes, esos amores eternos que uno mantiene en secreto durante años porque está convencido de que nunca podrán existir. Habla de que a veces el destino te hace guiños y te ofrece segundas oportunidades. “La importancia de las cosas” es una historia romántica y sobre todo es una historia sentimental porque habla de sentimientos, habla de amor, de compañerismo, de ambición, de complicidad, de falta de autoestima, pero en ningún momento su forma de ser contada cae en la cursilería.

“La importancia de las cosas” habla de personas con las que no te es difícil identificarte. Habla de la vida, de cualquier día. Es una historia aparentemente muy sencilla, pero donde todos los acontecimientos van encontrando acomodo y al final encaja todo, y la historia no era tan sencilla como parecía.

“La importancia de las cosas” habla de esas pequeñas cosas que vamos guardando y que aunque no tengan demasiado valor nos importan tanto y solo nosotros les encontramos un sentido. Habla también de los misterios que hay detrás de cualquier vida por muy simple que parezca.

“La importancia de las cosas” es uno de esos libros que me he leído de un tirón, una historia sencilla, dulce, tranquila, agradable aunque misteriosa, una historia contada con claridad, con agilidad, sin grandes artificios en la escritura, ni un mensaje profundo, ni demasiadas imágenes ni lirismo en la forma de contarla, quizás algo previsible, no es una obra maestra, pero me atrapó en cuánto la empecé a leer, después he podido saborearla página a página y no quería que se acabara.

Os dejo aquí con el principio de la novela:

“De no ser por un cúmulo de circunstancias escasamente ordinarias, los caminos de Mario Menkell y Fernando Montalvo no hubieran tenido nunca la ocasión de cruzarse. Habían nacido con destinos distintos, y sus expectativas personales eran tan diferentes entre sí, que resultaba casi milagroso el que sus vidas se hubieran tocado, ni siquiera de refilón, en algún punto de la sinuosa trayectoria vital de cada uno. Y los hados, o algún dios sin nombre, quisieron jugar de esa forma las cartas de la suerte, quizá para divertirse, o a lo mejor para dar a Mario Menkell la oportunidad de enderezar su vida.

Estaba acabando de desayunar cuando recibió la llamada del representante de la agencia inmobiliaria. El hombre saltó por encima de los saludos de rigor – incluso de aquellos que van de la mano de la más elemental educación- para soltarle la noticia a bocajarro.
¿Es usted Mario Menkell? Soy Losada el de agencia. Tengo novedades. El señor Montalvo se suicidó anteayer.
¿Cómo dice?
Fernando Montalvo. Su inquilino. Se ha matado.
La mayoría de las veces a Menkell le costaba recordar que estaba en posesión de un piso con arrendatario. Había heredado ambas cosas –el inquilino y la casa- de una tía en segundo grado a la que ni siquiera conocía mucho...”
¿A que os apetecería seguir leyendo...?
Rocío Díaz

Relato de verano de Rocío Díaz Gómez: "El día que la abuela hizo top less"



Para empezar agosto os voy a dejar con un relato muy veraniego: "El día que la abuela hizo top less".

Este relato lo premiaron con el primer premio en el VI Certamen de Relato Corto "Doris Lessing" de la Universidad Carlos III de Madrid, el año pasado, en su edición 2008 y en la Modalidad "Premio no Comunidad Universitaria".
Espero que os guste.



El día que la abuela hizo top less
El día que la abuela hizo top less nuestro mundo se dio la vuelta como un calcetín. ¡Abuela! Fue el grito que al unísono dimos todos. Todos los que consiguieron abrir la boca y exclamar algo coherente. Pero al que no pudo hacerlo de viva voz, el grito, inquieto, imparable, feliz, se le escapó por los ojos asombrados, las manos en jarras, o libre y entrecortado, consiguió huir a golpe de risas. Por una vez en la vida toda mi familia estuvo de acuerdo en algo: “la abuela ha perdido el norte”.

Sin embargo, nunca su brújula estuvo más acertada.


Todos los veranos de nuestra infancia yo los recordaba en aquel pueblo, en aquella playa, bajo aquel tenderete que improvisaba la abuela colgando unas gruesas lonas de tres viejas pero resistentes sombrillas, de colores vistosos, clavadas a la orilla misma del mar. La abuela llevaba años y años alquilando una casita en el mismo pueblo costero para reunir allí a toda la familia. Pero los días eran largos, apacibles, soleados y pasábamos más tiempo en la playa que en la casa. Blancos de leche solar los más pequeños, encroquetados de arena los chavales, resbaladizos de aceite bronceador los adolescentes y a la sombra los más mayores. Todos juntos haciendo campamento, como decía la abuela. A ella le encantaba la playa, la arena, nuestra compañía; le encantaban aquellos días luminosos rodeada de toda la familia cercana y revuelta.

Aquel verano acababa de empezar. A lo largo de la semana habíamos ido llegando todos. Nada parecía presagiar ningún cambio, había amanecido una mañana como cualquier otra de aquel mes caluroso. Y así discurría, sencilla y lenta. Los pequeños entraban y salían del agua, empapados y despeinados. Los más jóvenes estirábamos el aburrimiento tumbados en nuestras toallas. Mi prima Rosa delicada, preciosa, a los pies de la abuela, boca abajo. Mi hermano Raúl y yo, él más musculoso, más espontáneo, yo enclenque, tímido, atisbando el mundo siempre tras unas gruesas gafas de empollón. Pero apostados los dos, a cada lado de mi prima, muy pendientes de los cambios que aquel invierno hubiera podido operar en su bella anatomía, esperando atentos a que hiciera el menor movimiento para admirar sus incipientes curvas. Aunque aquella mañana, raro en ella, no terminaba de volverse boca arriba... En un plano algo superior no dejaba de hablar tía Catalina, altiva, apretada toda ella, dentro de su encorsetado bañador. Es increíble, decía siempre papá a mamá cuando nadie le oía, “es increíble que de tu hermana Catalina haya salido tu sobrina Rosa ¿no crees?” Mamá, la versión dulce de las hermanas Castañar, le miraba con ojos sonrientes mientras le mandaba callar con un gesto apenas visible... Algo más allá, tío Luis siempre vegetaba sentado detrás de su periódico abierto, ajeno al mundo y sobre todo a su mujer. Cerca de nosotros Mamá hacía ganchillo y charlaba con tía Catalina. Papá, como siempre en la orilla, cuidaba y jugaba con los más pequeños. El mundo está bien, el mundo discurre plácido, parecíamos decir todos con nuestros gestos. Pero a la vista de lo que ocurrió después, quizás no fuera cierto.

La abuela estaba sentada en su silla, vestida con su atuendo playero y recatado, sencillo e impecable, mirando el mar y escuchando en silencio, sin perder ni una palabra pero sin apenas participar en las conversaciones. Cualquier extraño al verla hubiera jurado que era una anciana dócil, bien cuidada, cobijada por las atenciones de los suyos. Pero mi abuela era mucho más que eso. Era las raíces profundas, el tronco firme y resistente de mi familia.

Ahora sé qué fue lo que impulsó su gesto. Pero en aquel momento, como todos, no conseguía explicarme, no lograba salir de la sorpresa en la que de cabeza nos zambullimos todos al ver lo que hizo.

De pronto, sin mediar palabra, sin avisar y poco a poco, la abuela empezó a desabrocharse uno a uno los botones de su bata de tergal floreada y fresquita. Creo que en un principio nadie estaba mirando. Sin embargo, el gesto casi imperceptible de ir liberando cada botón de su respectivo ojal no se detuvo cuándo las leyes no escritas del recato y las convenciones sociales para una persona de su edad aconsejaban, sino que se extendió en el tiempo, persistiendo tenaz en la acción. Porque lo que tenía la abuela no era un simple acaloramiento propio de las horas centrales de aquel día veraniego, sofoco que se hubiera podido resolver con dos o tres botones desabrochados. No. Lo que tenía la abuela era la firme determinación de quedarse en paños menores, como ella decía. No nos dio tiempo ni a reaccionar. El caso es que cuando nos dimos cuenta la abuela siguió desabrochándose y desabrochándose la bata, hasta llegar a la cintura. Sin decir ni media, se bajó un hombro, se bajó el otro e inmediatamente después se echó las manos a la espalda y se soltó resuelta los dos corchetes de su ancho sostén de color visón, y con un solo movimiento y en un segundo artrítico, dejó libres, al aire y ante la vista de cualquiera, aquellos dos pechos abundantes y de setenta y tantos que, en ese momento descubrí impresionado, guardaba celosamente mi abuela.

- Jo-der, explotó mi hermano con dos golpes de voz nada más verla...
- Raúl, esa boca... -dijo mi abuela inmediatamente y mirando impasible nuestros gestos boquiabiertos preguntó indolente: ¿Os pasa algo?...
- ¿A nosotros? –acerté a decir yo resistiéndome a despegar los ojos de sus pechos desnudos- No, no abuela...
- Ah creía...
- ¿Qué les va a pasar? ¿O nos tiene que pasar algo? –dijo entonces tía Catalina, pero sin decir, con esa habitual y fingida condescendencia para con las cosas que censuraba su moral y que solía traducir en preguntas sin respuesta...
- Catalina, Catalina, -contestó rápidamente la abuela- si alguien te conoce soy yo, que te parí hace ya nosecuántos años, porque aunque me acuerdo perfectamente del día y año, por ti, no lo voy a decir aquí delante de toda la playa... Pero por eso mismo, Catalina, si me quieres decir algo a mí, me lo dices y en paz, y no me hables a medias y con ese tonito que usas para el pelele de tu marido, a mi no me hables así, porque soy tu madre, tu madre Catalina... un respeto.
- Pero madre...
- Ni madre ni gaitas... -contestó la abuela dándose un giro tremendamente peligroso para sus años y sus huesos, que hizo volar durante unos segundos eternos aquellos pechos de setenta y tantos que nos tenían hipnotizados...

E impermeable a nuestro asombro, siguió mirando el mar.

- Pero madre... -insistió tía Catalina- que se le ha caído el sujetador...
- No seas absurda Catalina -contestó ella sin mirarla siquiera- que se va a caer... me lo he quitado.
- Pero madre ¡a su edad va a hacer top less!
- ¡que “tolés, tolés” estoy haciendo destape! ¿O no se dice así Fernando? -Le preguntó la abuela a mi padre que a duras penas sofocaba incrédulo la risa...
- Sí, sí, claro que sí, destape, se dice destape, es que Catalina se lo ha dicho en ingles...
- Vamos... Échale en inglés... A mí, que soy de Toledo... -contestó entonces la abuela más para sí misma que para nadie...
- Pero madre ¿qué tonterías está usté diciendo? -Insistía tercamente tía Catalina- ¿Pero no ve que se va a constipar...?

Pero la abuela ni tan siquiera se molestó en volver a mirar a tía Catalina. Impertérrita, con los abundantes y desparramados pechos al aire siguió el resto de la mañana mirando el mar. Impactados por la sorpresa, no acabábamos ninguno de encontrar una explicación a su actitud, pero visto que ella no estaba dispuesta a cambiar de opinión, ni mucho menos de postura, cada uno volvió a lo suyo, aparentando una indiferencia que estábamos muy lejos de sentir. Mi tía Catalina de vez en cuando se acercaba a su marido que seguía parapetado detrás del periódico y le decía en voz baja: “Pero Luis ¿tú has visto a mi madre?” y el tío Luis contestaba tranquilamente: “Como para no verla Catalina, como para no verla...” y de ahí la tía no le sacaba. De vez en cuando la abuela salía de su mutismo y le decía a la prima Rosa: “Rosa, tesoro ¿no te cansas de estar boca abajo?”. Pero mi prima Rosa contestaba que no, que no se cansaba y seguía en esa posición... De vez en cuando mi padre y mi madre se miraban sin comentar nada. Y tía Catalina cuando se cansaba de mirar con ojos despavoridos a su madre, cuando se cansaba de preguntar a su marido, volvía a charlar sobre cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza...

Era más que evidente que aquella mañana el mundo se había dado la vuelta como un calcetín. Mi prima Rosa, que desde siempre, y desde el primer minuto que pisaba la playa no paraba quieta, ahora se tumbaba boca arriba, ahora boca abajo, ahora se bañaba, ahora se iba a por un helado, ahora se reía, ahora hablaba por teléfono... mi prima Rosa que se moría por tatuarse cada rayo de sol en su piel medio desnuda y no paraba hasta que no lo conseguía, esa mañana no abandonaba su posición boca abajo, sin apenas hablar. Mi hermano y yo, atentos a cualquier movimiento de ella, acabamos por cansarnos y decidimos ir a bañarnos. Lo nunca visto. Eso por supuesto, sin hablar de la abuela, que de pronto y a los setenta y tantos, ahí estaba tan feliz, haciendo destape, sin mirar a nadie.

Afortunadamente llegó la hora de comer y todos nos pusimos en movimiento. Con un profundo respiro de alivio, visible no solo para nosotros sino para toda la playa, tía Catalina celebró que su madre volviera a colocarse el sostén, y a abrocharse hasta arriba la bata. La prima Rosa decidió abandonar su estática postura y enfundándose deprisa también en su camiseta, se vistió de otro humor, el suyo, el de siempre, alegre y cariñoso. Mis padres volvían a mirarse en silencio mientras vestían a los más pequeños. Tío Luis dobló en cuatro el periódico y poco a poco todos volvimos a ser quiénes éramos antes de llegar aquella mañana a la playa.

Con el egoísmo propio de los trece años, más preocupado por si nos dejarían ir esa noche al cine de verano que por cualquier otra cosa, no tardó en olvidárseme esa mañana tan rara... Durante la tarde todo fue como siempre, como siempre habían sido aquellos días de playa. Supongo que los mayores, tal y como dijo tía Catalina, resolvieron interpretar la salida de tono de la abuela, como el primer síntoma evidente de la vejez, porque yo no volví a escuchar nada, y después nos fuimos al cine. A la mañana siguiente, una tormenta de verano y la excursión al mercadillo donde habitualmente nos aprovisionábamos de fruta y verdura, nos robaron la mañana de playa. Así que hasta pasados dos días no volvimos al mar y la arena.

Temprano, como acostumbraba desde que se murió el abuelo, la abuela se había ido con mi padre a clavar las sombrillas, para guardarnos el sitio. Después, nos había traído los churros calentitos para que estuvieran preparados para cuando los nietos nos levantáramos. Y tras dejar a mi madre y a mi tía al cargo de nosotros y las cacerolas, donde ya humeaba la comida, dándose un paseo se fue tranquilamente a esperarnos a la playa. Y hacia allá nos encaminamos cuando estuvimos preparados.

La abuela nos esperaba sentada en su silla, mirando el mar. Con su bata puesta, y su habitual cariño y dedicación para cada uno de nosotros, a punto para ser desplegado. Todos fuimos ocupando nuestros invisibles lugares. La tía Catalina se quedó en bañador y se puso la palabra en la boca, hilando una conversación con otra y ésta con otra sin ánimo de callarse jamás. Mientras tanto tío Luis con el periódico bajo el brazo tomó posición en un lugar lo bastante alejado de la tía como para poder desconectarse a gusto. Papá echó protector en la piel de los pequeños y corriendo se fue al agua con ellos. Y mamá mientras con una sonrisa les veía correr hacia las olas, sacó su labor. Casi al mismo tiempo la prima Rosa se desnudó y durante tres segundos exactos nos dejó a mi hermano y a mí contemplar embelesados su bikini y de paso imaginar cuánto habría debajo de aquella tela, para inmediatamente después, al cuarto segundo volverse a tumbar boca abajo. Raúl y yo, fieles centinelas de sus curvas, estiramos nuestras toallas cada uno a un lado de ella. Estábamos ansiosos por que se tumbara boca arriba, porque la ley de la gravedad se demostrara una y otra vez bajo la tela nimia de su bikini con cada uno de sus movimientos...

Otra vez el mundo estaba bien, otra vez parecía discurrir en armonía bajo el sol, sobre la arena... Pero otra vez nos engañábamos.

No se cuánto tiempo había transcurrido desde que estábamos allí, pero quizás habrían pasado una hora o dos... No sé... aburrido de esperar a que mi prima se moviera de una santa vez me había ido a bañar, y había vuelto y hasta me había dado tiempo a dormitar un buen rato más... El caso es que llegado un punto la abuela volvió a las andadas. Raúl me hizo una seña y cuando quise mirar en su dirección ya el sostén volaba por los aires y de nuevo bajo el sol relucían de puro blancos sus pechos prohibidos de abuela.

- Pero Madre ¿otra vez? -Gritó escandalizada tía Catalina en cuánto la vio...
- ¡Ay Catalina...! que cansina te pones... -contestó mi abuela con voz aburrida sin hacer ni caso...

Estaba visto que el incidente de la otra mañana no iba a ser algo aislado, algo raro a olvidar... No. La abuela una de dos: o empezaba a tener rarezas de vieja, como decía tía Catalina, o a los setenta y tantos había decidido ponerse morena, como decía Raúl. Razón que a mí tampoco me convencía mucho... Fuera por lo que fuera, yo nunca a mi abuela le había visto hacer tal cosa y no dejaba de sorprenderme. Pero nos tuviera más o menos alucinados, parecía que la abuela tenía muy decidido que cada mañana de aquel verano nos iba a hacer el numerito del destape, como ella lo llamaba.

Y pasó una mañana de playa, y otra, y otra, y otra... Y ya fueron cuatro las mañanas que mi abuela se pasó con la bata por la cintura y el sostén colgando del brazo de su silla... De vez en cuando le preguntaba a la prima Rosa si no se cansaba de estar boca abajo... “Rosa tesoro...” “No, abuela no” le cortaba ella sin dejar que terminara la frase. Si mi abuela estaba decidida a hacer top les, mi prima estaba tan decidida o más a ponerse morena solo por la parte de detrás de su cuerpo. Cosas de chicas... ¿Quién las entiende?

Y no fue hasta la quinta mañana de playa de aquel verano cuando el mundo acabó por ponerse patas arriba. Todos estábamos en nuestros lugares invisibles, todo discurría como si aquella mañana fuera un papel de calco de las anteriores, hasta que de pronto y nada más quedarse la abuela con los pechos al aire, fue mamá la que dejando a un lado su labor se decidió a emular a su madre.

- Pero... ¡Por Dios! ¿Nos estamos volviendo todos locos? Le preguntó tía Catalina a su marido... siguiendo su línea de traducir el descontento en preguntas sin respuesta.

Pero tío Luis esa vez no contestó. Echó una fugaz mirada a su alrededor para saber de qué hablaba tía Catalina y nada más ver a mamá, como los avestruces hundió la cabeza aún más dentro del periódico, y sin atreverse a mirar más de la cuenta a su cuñada, se volvió enteramente hacia otro lado y se parapetó por completo dentro del diario... Raúl y yo nos removimos inquietos en nuestras toallas, no estábamos acostumbrados a ver a mamá desnuda o medio desnuda delante de todos, el mundo se estaba volviendo loco... muy loco. Esperando que en cualquier momento Raúl dijera algo que no pudiera callarse, miré a papá pidiendo auxilio con los ojos, y rápidamente éste solo movió la cabeza un milímetro, primero mirando a Raúl y luego a mí, en una seña muda de que estuviésemos tranquilos... Sin embargo mi prima siguió sin moverse.

Y no fue hasta el momento en que mi padre se dirigió al tío Luis con su propuesta cuando ya no me cupo ninguna duda que el sol este año nos estaba sentando muy, pero que muy mal...

- Entonces qué Luis... ¿No vamos a seguir a las chicas? ¡Ha llegado el destape...!

Y nada más oírlo, creí que la arena, de pronto movediza, se hundía vertiginosamente bajo mi peso. En un segundo me vi a mí mismo desnudo también, porque parecía que toda mi familia había perdido el norte ¿A dónde nos estaba llevando la abuela? Pensé. Porque aquello no era normal, no era ni medio normal, porque yo nunca le había visto los pechos, y ahí estaban al aire, enormes, tan blancos... y a la vista de cualquiera. Y después mamá, que aún me daba vergüenza echar una mirada para allá, porque no es porque fuera mi madre, pero había que reconocer que... y era mi madre... eso era pecado por lo menos... ¿Y ahora qué decía papá? Que el tío Luis y él se iban a bajar el bañador, porque así sin decirlo, se lo estaba diciendo, y madre mía... que esto es contagioso, que empezaban a animarse todos... Y ¿cómo acabaríamos? Porque después iríamos nosotros... que yo ya lo estaba viendo... Y claro Raúl estaba cachas el tío, y podía quedarse desnudo... ¿Pero yo? ¿Yo desnudo? Delante de todo el mundo... ¿Con este cuerpo? ¿Delante de mi prima Rosa? ¡Dios! Me moriré, me moriré seguro... y ya casi me estaba muriendo, me moría a chorros, cuando me di cuenta que Raúl se empezaba a levantar, porque mi hermano no se podía callar, y visto el panorama que se avecinaba... cuando justo también y sin decir ni media mi prima Rosa se dio media vuelta y por fin se quedó tumbada boca arriba...

Y al principio casi ni me dí cuenta, hipnotizado como estaba por el ombligo de mi prima, esa montaña rusa diminuta, no me dí casi ni cuenta, pero creo que ese día aprendí que las mujeres muchas veces, casi todas las veces, mueven el mundo. Que mira que yo se lo había oído decir a papá, pero hasta ese momento no lo entendí de veras. Porque fue mi prima darse la vuelta, cuando de pronto todos, sin decir nada, sin apenas hacer movimientos, como obedeciendo a un clic muy poderoso e invisible, volvieron a sus lugares, volvieron a ser los de siempre. Raúl inmediatamente volvió a tumbarse al lado derecho de mi prima, fiel centinela, papá volvió a sus juegos con los más pequeños, el tío Luis volvió a su periódico, mamá se subió el bañador, la abuela estiró su sostén y empezó a ponérselo y no había acabado de abotonarse la bata cuando tía Catalina ya estaba otra vez hablando de lo que nadie escuchaba... Mi prima se puso boca arriba y el mundo que estaba patas arriba se dio la vuelta despacio hasta volver a su ser.

Los trece años es una edad muy elástica, acabas de dejar la niñez, y aunque para algunas cosas sigues siendo algo infantil, empiezas a darte cuenta de otras muchas del mundo adulto en las que antes ni reparabas. En ese momento nadie quiso contarnos demasiado, pero yo empecé a darme cuenta de que por debajo de lo que se dice, de lo que se hace, de la aparente normalidad, siempre hay latiendo, mucho más, de lo que parece a simple vista.

A partir de ese día mi prima Rosa volvió a ser la de siempre, volvió a querer tatuarse en su piel, en toda su piel, ansiosa, cada rayo de sol que lucía para ella y solo para ella. Y tan pronto estaba boca arriba como boca abajo como boca arriba otra vez, demostrando todas las leyes de la gravedad, para satisfacción de nuestros entregados ojos.

Nunca quise saber qué pasó en realidad aquel verano. Ahora que ha pasado el tiempo imagino que algo le debió a pasar a mi prima, no sé muy bien el qué, pero lo que ocurriera, no sé si la cambió por fuera, no llegué nunca jamás a ese grado de intimidad con ella, y el top less, a diferencia de mi abuela, nunca estuvo entre sus aficiones... Pero lo que ahora sí sé es que no sé si la cambió por fuera, pero por dentro si la estaba cambiando... Y aunque tía Catalina no quisiera verlo, supongo que la abuela no estaba dispuesta a que llegara a un punto de difícil retorno en ese cambio. Y la pobre se debió morir del bochorno, porque no creo que fuera nada fácil para ella, con sus años y su educación, pero ahí estuvo firme frente a todos.

Todos los veranos de nuestra infancia yo los recordaba en aquel pueblo, en aquella playa, bajo aquel tenderete que improvisaba la abuela colgando unas gruesas lonas de tres viejas y resistentes sombrillas, clavadas a la orilla misma del mar. Pero aquel verano, lo recordaría siempre como un antes y un después en mi vida. Lo recordaría como el verano más raro, más familiar, el más entrañable. Al fin y al cabo, no todos los veranos a la abuela de uno, a sus setenta y tantos y muy bien llevados por cierto, le da por hacer top less... Perdón, destape.


©Rocío Díaz Gómez