Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

sábado, 27 de marzo de 2021

Antón García Abril y la música de aquellas series

 


La niña que tú eras aún está sentada en el sofá del comedor.

Aquel sofá con cojines de ganchillo de colores. Aquel, donde nos apretujábamos todos los hermanos nada más cenar, justo cuando iba a comenzar el capítulo de la serie que tocara. 

Todos a la vez, todos juntos.

El olor a tortilla francesa inunda el aire, y en nuestras bocas languidece el último sorbo de la leche con colacao y las galletas. 

Los olores son seguros y los afectos también. 

Nunca te sentiste más protegida que en aquella casa de dos plantas donde todos terminásteis cayendo por esa escalera empinada que se quejaba, siempre en los mismos peldaños, de vuestras pisadas alocadas. Esa misma casa donde creciste, entre las voces de los hermanos y la atenta mirada materna.

En aquel mismo sofá os encontraba cada noche el final del capítulo, cada uno recostado sobre el hombro del otro, unos durmiendo y otros no, compartiendo el estrecho espacio, buscando la postura más cómoda. 

Los que estaban despiertos se iban moviendo mientras la madre mandaba a la cama a los dormidos o incluso guiaba al más pequeño, que todavía dormido se dejaba llevar por los hombros mientras caminaba con los ojos cerrados hacia la cama. 

Todos juntos, todos a la vez.

En aquella tele, a la que había que golpear a veces para seguir viéndola, todavía sigue sonando la sintonía de aquellas series.

Esa sintonía ya para siempre familiar.



Curro Jiménez. 


El hombre y la tierra. 1974


Fortunata y Jacinta 1980



Anillos de Oro. 1983



Este marzo del 21 ha muerto Antón García Abril (1933-2021) que, entre otras obras, compuso más de 200 bandas sonoras para cine como 'Los santos inocentes', 'El crimen de Cuenca', Sor Citroën) y sintonías de series de televisión como 'El Hombre y la Tierra', 'Curro Jiménez', 'Anillos de Oro' o 'Fortunata y Jacinta'.

Ha muerto el hombre que compuso la banda sonora de muchas de nuestras noches familiares. 

 

jueves, 25 de marzo de 2021

Lectura de la Tertulia Literaria Rascamán. Lectura con mis compañeros

 


¿Os venís mañana?

Sí, mañana, viernes, 26 de marzo.

No hace falta que os movais del sillón o del banco del parque. No hace falta que reserveis, ni pilleis entrada ni tan siquiera la pagueis. Pero ¡un momento! que por eso no tiene menos valor... Nosotros estamos ahí, detras de cada letra, de cada frase, cada verso.

¿Entonces qué? ¿Venís? ¿Nos acompañais?

Os invitamos a un directo por Instagram, una lectura literaria, relatos y poemas.

Os invitamos a un rato diferente, una hora no más, escapar de la rutina y refugiarnos en la literatura.

Seremos 7 personas compartiendo contigo un pedacito de nuestra propia cocina, nuestra forma de escribir, lo que nos apasiona.


¿Vendrás?


En el perfil @j_diazgil de Javier Díaz Gil.

Os esperamos. 

¡Hasta mañana! 

 

 

sábado, 20 de marzo de 2021

20 de marzo. Día Internacional de la Felicidad

 



Hoy, 20 de marzo, es el Día Internacional de la Felicidad. 

Pues sí, también ha entrado la primavera, es el Día Internacional del Color, el del Gorrión, el de la Lengua Francesa... ¡y de todos nosotros que lo estamos viviendo!

Pero hoy, es el Día Internacional de la Felicidad, que fue decretado por la ONU en el año 2012.

Lo de celebrarlo es por la importancia que tiene la felicidad como parte integral en el desarrollo y bienestar de todos los seres humanos. 

 

Y, antes de que el calendario ponga encima de este día una crucecita roja, yo quería aprovechar para hablar de la exposición que os comenté de pasada el otro día: "Magnum. El cuerpo observado" que está en la Fundación Canal de la calle Mateo Inurria de Madrid.

¿Os acordais que os hablé de ella cuando hablé de la de "Cerrando el ciclo" que está en el mismo lugar? Sí aquella del ciclo del agua de los aseos.

Pues yo tenía pendiente hablaros de: "Magnum. El cuerpo observado"

Solo estará hasta finales de marzo, y merece la pena. No quiero que pasen más días sin hacerlo.

Es cierto que a mí me gustan las exposiciones de fotografía, pero os comento de ésta que es muy variada. Se trata de un conjunto de 136 imágenes de 14 fotógrafos de la agencia Magnum Photos, presentándonos su visión del cuerpo humano.

A través de su enfoque del cuerpo reflexionan sobre la sexualidad, la identidad, la intimidad... Múltiples temas muy importantes. Ahondando en la idea del cuerpo como vehículo de expresión.

 

Marilyn Monroe y Philippe Halsman. 1954.

 

Reconozco que a mí me gustó especialmente la sección de Philippe Hallsman (Riga, Letonia, 1906 – Nueva York, EE.UU, 1979). Halsman reunió varias fotografías de personajes famosos o conocidos saltando. Y eso pensé cuando me fijé en estas fotos: ¡Qué felicidad trasmiten! 

Me gustaron mucho.

Y por eso precisamente quería hoy, Día Internacional de la Felicidad, hablaros de ellas.

Dice el fotógrafo:

“Cuando el sujeto salta, en un repentino estallido de energía, supera la gravedad, no puede controlar a la vez sus expresiones, sus músculos faciales y las extremidades. La máscara cae”.  

 El fotógrafo llamó a su técnica "Saltología".


En la exposición veremos que saltaron estrellas de Hollywood como Marilyn Monroe o Grace Kelly, artistas como el pintor Salvador Dalí o el arquitecto Walter Gropius, y hasta aristócratas como los Duques de Windsor.

 

 

Audrey Hepburn


 

La exposición es mucho más que este fotógrafo, si vais ya vereis que esta es una muestra muy, muy pequeña. Pero lo cierto es que a mí éstas me llamaron mucho la atención y dado el día que es, no quería dejar de mostrároslas.

Ojalá pongan una exposición solo de este fotógrafo cualquier día, porque tiene fotos muy sorprendentes, que era lo que él buscaba. 

Por ahora nos tenemos que conformar con éstas incluídas en "Magnum. El cuerpo observado".


Newsletter, black friday, mid season sale, Streaming... De Extranjerismos y extranjerismos.

 


Dice mi blog, que qué me pasa que no le escribo.

Dice que echa de menos las cosquillitas que hacen las letras en el blanco impoluto de sus entradas. 

Dice que espabile, que es finde, que no tengo excusa. 

 

Y aparco la aspiradora y la ropa tendida que no tienen glamour ninguno. Aparco los email que ya veré más tarde. Guardo el ebook que me tienta. Y le digo al jogging, al shoping, y todas las cosas que hago terminadas en "ing" los sábados por la mañana, que esperen, que luego. 

Porque ahora tengo que hablar de una cosa que me lleva días rondando la cabeza.


¿Nos parece que en nuestro idioma no hay palabras suficientes para denominar lo que queremos decir?

Porque yo creo que sí, que tenemos vocabulario de sobra... Nuestras palabras no huelen a garbanzos o a ajo como decía aquella... No, de verdad que no, nuestras palabras huelen a Cervantes, a Siglo de Oro, a la edad de Plata o Generación del 27, solo por poner algunos ejemplos.

Pero, cada vez utilizamos más extranjerismos. Nos están atacando por muchos frentes (gastronomía, internet, la moda, los deportes, los espectáculos...) y nos están venciendo. 

Y no sé si es que no nos damos cuenta, o que no queremos verlo, que es peor...


¿Por qué decir "newsletter"? ¿Que es una newsletter? Una publicación digital que se utiliza para comunicar. ¿Y por qué no decimos boletín de noticias, boletín informativo, boletín de novedades? 

No, decimos "newsletter". 

Como decimos "black friday" y en "streaming". 

Decimos tablet, email, ebook, glamour, casual, chic, celebrity, cool, show, performance... Y para todas estas palabras, a poco que pensemos, encontraremos nuestra palabra correspondiente en español. 

Decimos coach, feedback, back-up, hacker…

Decimos blog, link... ¿Y OK? Lo decimos muchas veces.

Hemos perdido la batalla ya con muchos términos: Nadie dice "almazuelas" sino patchwork, ni nadie dice "tienda de productos descatalogados", decimos outlet.  Perdimos la batalla con bacon, boicot, casting, hobby, parking, ticket, gay, marketing...

¡Checking! ¡¿Cuántas veces hemos dicho checking cuando íbamos a volar?! 

¡Ay! tantos y tantos ejemplos.

Supongo que, muchas veces, es por comodidad, porque son más cortas, o porque creemos que son más universales. No sé. 

Pero una cosa está clara:

Tendríamos que cuidar más nuestro idioma, o seguiremos perdiendo batallas. 

 Ea.

 

Mi blog luce una sonrisa ladeada, mientras me mira de reojo. 

Vale, me he levantado reinvidicativa. 

Pero he vuelto ¿no? le digo sin decírselo.

Y mi blog, qué tunante, me guiña un ojo.

 

 

 

No hace falta deciros que la viñeta es del gran Forges ¿verdad?

lunes, 15 de marzo de 2021

"Cerrando el ciclo" en la Fundación Canal de Madrid

 


Y a veces ocurre que vas a ver una exposición y, en vez de salir con fotos de la expo (que además era de fotografía), sales con otras hechas en los aseos.

Así de curiosa es la vida.

Y está bien que sea así.

Porque no es que yo diga que la exposición que iba a ver:  "Magnun. El cuerpo observado" en la Fundación Canal, en  la calle Mateo Inurria de Madrid, esté mal, que no lo digo. Pero es que me sorprendió muchísimo más la mini exposición que tienen en los baños. 

Es verdad que hacía mucho tiempo que no iba a esa Sala de Exposiciones, por la pandemia, no por otra cosa.  Y que luego he leído que lleva ahí ya mucho tiempo, pues es una intervención artística que se hizo con motivo del 18º aniversario de la Fundación que fue en el 2019. Pero qué bueno estuvo encontrarmela, así, por casualidad.

Este letrerito que encabeza la entrada estaba en el puerta del cuarto de baño, por detrás. Lo ves cuando estás dentro. En todas las puertas los había.

A mí los ojos se me van detrás de los letreros, y si son ocurrentes yo tengo que arramplar con ellos ¡Qué le vamos a hacer! Mi alma es una ladrona de letreros.

Y me hizo tanta gracia, que ya tuve que pararme a verla todo con detenimiento. Se trataba de una expo paralela: "Cerrando el ciclo" se llamaba. 

Por medio de estos letreros y estas viñetas tan graciosas te explican el ciclo del agua de forma muy amena e instructiva.

Un acierto.

 











viernes, 12 de marzo de 2021

"450.000 fotografías" Relato de Rocío Díaz.

 


 

#HistoriasdePioneras.

 

450.000 fotografías

 

Se llamaba Katia y a los 14 años descubrió que nada le habría hecho más feliz que sentir circulando por sus venas, en vez de sangre, ríos de lava. Aunque lo cierto era, que de algún modo, ya la recorrían. Solo así podía explicarse esa fascinación que desde niña sentía por esos montes que nos conectaban con el centro de la tierra. Esa mujer menuda llegaría a adorar las montañas de fuego. Y en justa correspondencia el dios de los volcanes la reclamó para sí.

Katía había nacido en la Alsacia francesa, en su infancia conoció los volcanes por los vídeos y los libros. Pero tanto la hipnotizaron que en cuánto tuvo uso de razón pidió que la llevaran a visitarlos. A los 7 años conoció el Etna, el Strómboli, el Vulcano. Los sentía poderosos.

En la Universidad de Estrasburgo donde estudió física y geoquímica, tuvo la inmensa suerte de coincidir con otra persona con idéntica pasión. ¿Quién podría decir si no, que le gustaría morir en un volcán? Solo alguien que a continuación lamentase que la probabilidad de poder hacerlo era bastante baja. Pero qué equivocado estaba. ¿En qué momento la pasión se convierte en enfermedad? Katia siempre supo que no encontraría a otro como él. Eran las únicas dos piezas del mismo puzle. El suyo fue un amor que duraría hasta que, un cuarto de siglo después, ambos corrieran en busca de la peor erupción que habían visto en su vida.

Pero hasta que llegó ese día unieron sus vidas para dedicarla al estudio de los volcanes. No hay demasiados vulcanólogos en el mundo, y entre ellos apenas unos cincuenta se dedican a los volcanes activos. Los Krafft destacaron entre éstos últimos, haciéndose muy famosos por estar siempre al pie del volcán más peligroso.

Su primer viaje juntos, a modo de luna de lava, fue al Strómboli. No tenían mucho dinero, y su equipo no era el apropiado. Años después se reirían juntos viendo en las fotos y grabaciones como su ropa iba desintegrándose por los gases, a medida que iba transcurriendo el viaje. Qué desastre.

Viaje a viaje, fueron aprendiendo. Y mientras lo hacían, iban desaprendiendo a tener miedo. Fueron pioneros en hacer reportajes de volcanes en erupción. Ella fotografiaba, él filmaba. Ambos se necesitaban, se complementaban, se extasiaban con la cruel belleza de la lava. Y gracias a sus reportajes, a la información que ellos proporcionaban desde el lugar, se pudieron evacuar zonas en peligro salvándose muchas vidas.

Pero ¿En qué momento la pasión se convierte en enfermedad? Cada vez querían sentir erupciones más tremendas, cada vez contemplarlas desde más cerca, a menudo rozando los 30 centímetros de distancia. A la mínima señal de humo saliendo de cualquier volcán del mundo, cogían lo necesario y eran los primeros en aparecer. Valientes e intrépidos, en un año recorrieron el mundo 8 veces, saltando de volcán en volcán.

Hubo veces que solo se hablaba del Sr. Kraff, cuando se daban a conocer los hallazgos importantes para la ciencia, a los que habían contribuido ambos. Algunos medios no nombraban a Katia, aunque siempre estaba a su lado. De hecho, fue ella quien creó el cromógrafo, un pequeño analizador de gases portátil, y quién se especializó en los volcanes de nubes ardientes.

Pero fueron ambos los que realizaron conferencias, publicaron libros, participaron en programas de televisión y entrevistas. Él sumó unas 300 horas de filmación y Katia unas 450.000 fotografías. En la mayoría de ellas se los puede ver siempre al borde del abismo, la lava casi a sus pies, recortándose su silueta sobre el fondo rojo y gris de un volcán en erupción. Ambos vestidos con sus trajes especiales, plateados o de aventura, ambos con el mismo gorro rojo, e idéntica y enorme sonrisa, trotando apenas a unos pasos. Y como fuegos artificiales el material piroclástico cayendo en cascada tras ellos. 450.000 fotografías trasmiten su felicidad.

Katia fue una pionera de la vulcanología activa, los dos lo fueron, mientras sucumbían a su mayor pasión.

 

Hasta que la mañana del 3 de junio de 1991 los encontró muy cerca de El volcán Unzen en Japón. Llevaba dormido casi 200 años y cuando despertó quiso mostrar al mundo todo el sueño acumulado. Quiénes llevaban más de veinte recorriéndolo y presenciando erupción tras erupción, no hicieron caso de su alarde. Quizá porque habían perdido el miedo, quizá porque ya nos les importaba morir. Y quisieron acercarse más, pensando que era seguro quedarse en la meseta que eligieron. De pronto el Unzen quiso demostrarles su error y escupió una densa e inmensa nube de gases, rocas y cenizas de 800 grados centígrados que se abrió paso en cuestión de segundos, envolvió y arrasó todo lo que encontró y avanzó segura en la dirección en la que estaban.

¿En qué momento la pasión se convierte en enfermedad? Quizá su marido, al final, consiguió cumplir uno de sus sueños: Navegar de algún modo sobre un río de lava. Lo que no podemos dudar es que a su lado, con la cámara colgando del cuello y una enorme sonrisa, iba Katia de su brazo. 

 

 Rocío Díaz Gómez

 

lunes, 8 de marzo de 2021

"La cesta de caperucita" Relato de Rocío Díaz

 

La preciosa Ilustración es original de Johanna Concejo

Os dejo uno de mis cuentos para este día 8 de marzo.

Quizá algunos ya lo conocereis, pero nunca sobra un cuento.


La cesta de Caperucita


Blancanieves despertó y nada más sacar las piernas de debajo de la colcha vio horrorizada que le habían crecido en ellas unos pelos más largos que su melena, bueno quizá no tanto, pero desde luego sí más negros que la boca del lobo de la casa de al lado. Corriendo fue derecha al cuarto de baño cogió la silkepil y, sin tan siquiera desayunar su kiwi acostumbrado, se la acercó decidida a las piernas. El aullido tuvo tal potencia que no solo se escuchó en todo el cuento, sino que atravesó todos los cuentos del libro en el que vivían, sobrevoló los demás libros de ese estante y terminó por recorrer la librería entera antes de perderse en el horizonte. Fueron tantas las palabras malsonantes que salieron de la dulce boquita de la princesa, tantos los juramentos e insultos que profirió mientras se frotaba la pierna dolorida, que hasta los piratas y gentes de mal vivir de otros cuentos tuvieron que taparse los oídos y quedaron mudos de la impresión durante siglos. Se cree que Mudito lo es, desde ese aciago día.
Caperucita que vivía en el cuento de al lado, y aún no había salido de casa, preocupadísima corrió hasta su puerta. Pero Blancanieves aunque escuchó el timbre no quiso abrir. ¿Con esa pinta? Porque desde luego ella no pensaba acercar jamás esa silkepil infernal a su pierna. Prefería otra indigestión de perdices, y mira que las había cogido asco.
Caperucita, viendo que nadie abría, olvido el decoro y comenzó a llamarla con unas voces más fuertes que Garbancito en la tripa del buey. “Shhhh, ya voy, calla” dijo Blancanieves reconociendo la voz de su amiga y preocupada por si despertaba a Bella que vivía tres cuentos más allá. “Estarás ronca…” fue lo primero que dijo Caperucita. “Ronca ¿yo?”. “Sí tú ¿Te duele la garganta? Después de ese grito…” insistió irónica la de la capucha. “No estoy para tonterías porque mira…” solo contestó Blancanieves, y sin decir más se abrió la bata de princesa de par en par mostrándole las peludas piernas.
El de Caperucita fue el segundo alarido de pavor de aquella mañana. “¡Pero tía que eres princesa no puedes ir así por el cuento!” “Ya lo sé…” -Contestó entre hipidos Blancanieves- “Pero duele muchííísimo” y señaló la silkepil como si fuera la guillotina de María Antonieta. “¿Has probado con la cera?” contestó Caperucita y sin esperar respuesta corrió hasta su casa y trajo varias cajas de tiras, pues con una caja y semejante pelambrera, no iban a tener ni para las corvas… Pero solo fue capaz de colocarle una tira. Primero llegaron las mil y una quejas: “¡Pero qué está ardiendo! ¡Céntrate que soy Blancanieves no Juana de Arco!” Y después al primer tirón el ronco aullido que salió de la garganta de Blancanieves antes de desmayarse despertó de golpe a la Bella durmiente sin beso de amor ni nada parecido pero con una taquicardia tal que casi desaparece de su cuento y de todos por siempre jamás.
Caperucita mojó un pico de su capa en agua fría y se la puso a Blancanieves en su regia frente a ver si espabilaba. “Blanqui, blanqui, venga, ya pasó, ya pasó…” le decía con ternura mirando de reojo a sus piernas peludas con aprensión. Blancanieves, pálida ya de por sí, estaba del color del papel en que la inventaron. Pero Caperucita insistió tanto en sus paños fríos que tras un par de estornudos a Blancanieves le fue volviendo el color. Sin embargo abrió los ojos, vio sus piernas de nuevo y comenzó a llorar sin remedio: “Tengo más pelos que los siete enanitos juntos ¿Qué voy a hacer?” “Tú no te preocupes, que ya inventaremos algo…” le consolaba Caperucita. “¿Pero no lo ves? Digo yo los siete enanitos juntos ¡tengo más pelos que tu lobo!” “¡Ay no me hables de mi lobo, no me hables! -contestó Caperucita- ni me lo mientes que me tiene contenta…” “Peor que lo mío no será…” “Pues no sé qué decirte…” dijo Caperucita moviendo su cabeza preocupada. “A ver cuenta, cuenta” le dijo Blancanieves olvidando por un momento su pena. “Pues tía que ahora le ha dado por colgarse del brazo mi cestita” “¡Qué me dices!” “¡Cómo lo oyes! Y se mira al espejo, y se remira, y ahora va para acá y ahora para allá, con más soltura que yo, mientras le hace morritos al espejo. Y chica como siempre está con ella al retortero, voy a salir y ni la encuentro… Como hoy. Me has pillado en casa por eso. ¿Dónde me la habrá metido?” “No andará muy lejos” “Pues no la encuentro y mira que he rebuscado en páginas y páginas de nuestro cuento. Pues no aparece. No me tiene roja, me tiene negra y más que negra. Éste es muy capaz de haberse ido a la calle con ella…” Y la imagen del lobo con la cesta por el bosque terminó por hacerlas soltar una carcajada. “No sé ni cómo me río…” dijo Blancanieves. “Si tú supieras… ¿Pero de quién te crees que son éstas tiras de depilar?” “¡No fastidies! Pero qué dolor, es inhumano!” “Normal, él no es humano… Además dice que la belleza es dolor y lejos de importarle cuando no está con la cesta está liado con las tiras… Me va a volver loca, y entonces ya seremos dos en mi cuento”. “Qué animal –dijo pensativa Blancanieves- con la suerte que tiene de ser lobo. La suerte de poder salir con sus pelos al aire. Lo que yo daría por no tenerme que depilar…” Y ambas se quedaron calladas pensando. Hasta que Caperucita mirándola fijamente le dijo “Y exactamente ¿Qué darías? No lo digas por decir, y piénsalo bien ¿Qué darías por no depilarte? ¿Qué darías por no hacer lo que se supone que debes hacer siendo princesa?” Y a Blancanieves no le costó demasiado contestar: “Cambiaría el cuento”. “¿Sí? ¿De verdad lo harías?” Insistió Caperucita a la que ya le rondaba una traviesa idea bajo la capucha. “De verdad de la buena” contestó Blancanieves, acariciándose sus peludas piernas de princesa antes de sonreírle.
Cómo era de imaginar desde aquel día Caperucita y Blancanieves cambiaron sus papeles y por tanto su destino. Caperucita se ha acortado la capa, y con la tela que le ha sobrado se ha hecho un tanga rojo con el que espera feliz a su príncipe de turno.
Blancanieves prefiere al lobo. Le encuentra menos afectado y le da mucha más libertad. Ella es feliz sin estar a merced de maquinitas despiadadas y arropada por sus pelos; feliz sin vestirse de princesa y mucho más sin tener qué parecerlo. Y a él le gusta más ella cuando se gusta a sí misma. Además anda dándole vueltas a lo del laser, le han dicho que, aunque es más laborioso, el resultado es mucho más definitivo.
El problema es la cesta. Sigue sin aparecer. Así que habrá que seguir cambiando el cuento, uno a uno los cuentos, hasta que todos los personajes estén contentos y en paz con ellos mismos, con lo que tienen y lo que son.
 Y mientras, seguiremos atentos a ver si aparece la dichosa cesta.

©Rocío Díaz Gómez

 

 

viernes, 5 de marzo de 2021

De "pagar". Pagar a tocateja y pagar el pato. Frases hechas. Etimología

 


¿Os acordáis, los que sois más o menos de mi generación, de cuando en la serie Fama la profe de baile les decía "¡Buscais la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar!"?

Pues de eso vamos a hablar hoy. No de fama no, de ¡pagar!

¿Cuantas formas conoceis de pagar? Porque hay unas cuántas...

 

Pagar al contado, pagar a escote.

Pagar los platos rotos, pagar justos por pecadores.

Pagar con la misma moneda, pagar el pato, pagar a tocateja.


Nosotros nos vamos a detener un poco en las dos últimas formas de pagar: pagar el pato y pagar a tocateja. Porque tiene historia el origen de ambas expresiones.

 

"Pagar a tocateja".

Lo que ocurre es que yo he encontrado dos posibles orígenes para esta expresión.

En cualquiera de los dos, eso sí, nos tenemos que remontar al siglo XVII para buscar el principio de esta expresión que hemos ido heredando en nuestro lenguaje.

En la primera explicación, son los tiempos de Felipe III y se acuña una moneda de oro que tenía un tamaño considerable. Pesaba casi 350 gramos y medía 7,15 centímetros de diámetro. Esta moneda se llamaba centén y tenía el valor de 100 escudos. Parece ser que también se utilizó mientras los reinados de Felipe IV y Carlos II, duró bastante su uso.

Como ya hemos dicho tenía un buen tamaño, y precisamente se cree que seguramente por eso se comenzó a conocer como "tejo". Lo que ahora nosotros diríamos "un ladrillo". Pero ellos lo bautizaron así, porque por aquel entonces en muchos juegos infantiles se utilizaba un pedazo pequeño de teja, al que apodaban "tejo". Ya sabeis, estamos hablando de los tiempos en el que los niños jugaban más en la calle. Nosotros todavía lo hemos hecho con las canicas y las chapas. Pues los niños de entonces recurrían al tejo, al que con el tiempo llamarían teja.

De ahí vendría la expresión pagar a "tocateja". Pagar tocando la teja, pagar tocando el centén, pagar tocando la moneda. O lo que es lo mismo "al contado", con dinerito.


Y en la segunda explicación, resulta que en vez de referirnos al "centén" la moneda de oro, nos tenemos que apoyar en una moneda de plata de unos noventa milímetros de diámetro, cincuenta reales de plata fuerte y ciento veinticinco de vellón. 

Estas monedas que datan de la misma época que las primeras, los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, se llamaban coloquialmente "tejas". 

Y de ahí vendría la expresión pagar a "tocateja", pagar tocando la teja, pagar tocando la moneda.

 

 

"Pagar el pato"

La expresión "pagar el pato" también tiene historia. Y proviene de los siglos XVI y XVII.  

He leído en varias fuentes que puede ser que provenga de una deformación de la palabra "pacto". En aquella época los judios proclamaban su "pacto con Dios". Gracias a este pacto ellos decían que su fe se mantenía a lo largo de los siglos. 

Los cristianos viejos se burlaban de ellos utilizando su misma expresión, diciéndoles que "pagarían el pacto". Es decir que los amenazaban, aunque hay variedad de teorías sobre la forma en que "pagarían", si en forma de impuestos, o con daño físico. 

El caso es que la expresión que ha llegado a nosotros como "pagar el pato", se supone que es una deformación de ese primitivo "pagar el pacto" de los cristianos y el pueblo judio. Entonces éstos ultimos eran los que recaían con todas las culpas, y ahora se lleva la culpa el que "paga el pato".

 

Y poco más. Otro día seguimos pagando. Si os parece.

La foto de la mercería la hice yo este verano por tierras andaluzas.