Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

miércoles, 30 de diciembre de 2020

De las uvas y la Nochevieja

 


 

Parece ser que en diciembre de 1882, el entonces Alcalde de Madrid, D. José Abascal, estableció una tasa de 1 duro a los que celebrasen la llegada de los Reyes Magos.

Por aquel entonces no era costumbre celebrar la Nochevieja, sino que los madrileños salían a las calles, haciendo el consiguiente alboroto, para festejar la llegada de sus Majestades de Oriente. Lo que ocurría es que se les debía ir la mano con las celebraciones, el ruido, y las burlas a todo el que pasara por allí.

Como consecuencia de la prohibición, los chulapos que se habían quedado sin su tradicional celebración de llegada de los Reyes, aprovechando que aún se permitía reunirse en la Puerta del Sol para escuchar las campanadas del reloj en Nochevieja, idearon el plan de que todos comieran uvas, para de paso ridiculizar a los más adinerados de este Madrid, que habían tomado la costumbre en la cena de Nochevieja de emular a los vecinos franceses, bebiendo champán acompañado de uvas.  

Así se fue repitiendo aquello año tras año, olvidándose el por qué comenzó, y quedándose entre nosotros como una más, pero muy importante, de nuestras tradiciones navideñas. 

A ello ayudó la superstición de la época, que se encargaron los empresarios de fomentar, de que  "comiendo uvas el día primero del año, se tendrá dinero durante todo el año". Las uvas de la suerte.

 

Hay otra teoría que dice que en el año 1909 hubo una cosecha tan buena, que para favorecer su venta y que no se terminan estropeando, los empresarios decidieron venderlas como “uvas de la suerte”.

En cualquier caso, aunque a mí me gusta más la primera explicación, es una costumbre muy española, la de tomar las uvas de la suerte. En otros países intentan atraer la fortuna de mil y una formas: comiendo lentejas (los italianos), brindando con champán (los franceses), besándose a la medianoche (los estadounidenses), rompiendo la vajilla (los daneses), dejando restos de cena en el plato hasta pasada la medianoche (los alemanes), cenando su Christmas puding (los ingleses) y practicando el "first footing" o lo que es lo mismo llegando los primeros a casa de familiares y amigos nada mas pasar las campanadas; quemando un muñeco con ropas viejas (los mexicanos, venezolanos y peruanos)... 

 

Pero lo nuestro son las uvas. La palabra "uva", etimológicamente, nos ha llegado tal cual de la palabra latina "uva" que tenía el mismo significado: el fruto de la vid. 

 uva1

Del lat. uva.

1. f. Baya o grano más o menos redondo y jugoso, fruto de la vid, que forma racimos.

2. f. Baya de ciertos arbustos.

3. f. Enfermedad de la campanilla, que consiste en un tumor pequeño de la forma de una uva.

4. f. Especie de verrugas pequeñas que suelen formarse en el párpado, juntas y como pegadas unas con otras.

5. f. Ar., Man., Nav. y Rioja. Racimo de uvas.

 

A su vez, vid proviene del latín "vitis":

 vid

Del lat. vitis.

1. f. Planta vivaz y trepadora de la familia de las vitáceas, con tronco retorcido, vástagos muy largos, flexibles y nudosos, cuyo fruto es la uva.

vid salvaje, o vid silvestre

1. f. vid no cultivada, que produce uvas pequeñas y de sabor agrio.

 

Y la tenemos tan incorporada a nuestro lenguaje coloquial, que a menudo utilizamos frases hechas que la contienen, como:

- Tener mala uva, 

- Nos van a dar las uvas...

- De uvas a brevas...

De las que todos conocemos su significado.


Hay uvas muy diferentes con nombres muy curiosos: Tempranillo, Viura, Malvasía, Malbec, Cabernet Sauvignon, Merlot, Chardonnay... 

Y tanto esos nombres de las uvas, como otros datos suyos, son oficialmente establecidos por una ciencia que se llama ampelografía, palabra que nos viene del griego:

ampelografía

Del gr. ἄμπελος ámpelos 'vid' y -grafía.

1. f. Descripción de las variedades de la vid y conocimiento de los modos de cultivarlas.

 

En fin, es tan curioso el lenguaje y las historias, sean verídicas o no, que podríamos seguir saltando de historia en historia sobre las uvas y no acabaríamos...

Y como mañana es 31 de diciembre, solo cabe finalizar esta entrada deseandoos que vuestras uvas, que nuestras uvas, nos traígan muuuuuucha suerte en el 2021. 



domingo, 27 de diciembre de 2020

"Vacuna" viene de Vaca

 


Hoy, domingo 27 de diciembre, es un día importante: se ha puesto la primera vacuna del COVID en España.  

La palabra Vacuna viene de la palabra "vaca". Supongo que ya lo habréis oído en más de una ocasión.

Deriva del sustantivo femenino vaca, que a su vez tiene su origen en el vocablo latino vacca, y su historia está ligada a la de un médico rural inglés, Edward Jenner, del siglo XVIII, y al nombre que dio al tratamiento que descubrió: vaccine (de vaccinus  ‘relativo a las vacas’).


Jenner observó que las vaqueras que ordeñaban a las vacas, se contagiaban de viruela bovina, pero en cambio no se contagiaban de la viruela que aquejaba a los humanos, muy corriente por aquel entonces. De hecho estas vaqueras solían tener una piel mucho más lisa, eran más "guapas", porque mucha gente por entonces tenía muchas marcas debido a la terrible viruela que te dejaba, si conseguías sobrevivir, muchas cicatrices donde habías tenido pústulas.

Entonces nuestro médico, muy observador, se dedicó a hacer experimentos para investigarlo. Y comenzó a ensayar con un niño sano de 8 años, James Phipps, a quién le inoculó pus de una lesión de una ordeñadora. El niño enfermó pero de forma leve, y a los pocos días ya estaba bien. El siguiente paso fue infectarle con la viruela humana, y comprobó que no desarrolló ningún síntoma. 

Por lo tanto se había inmunizado. La vacuna con la viruela de las vacas lo había protegido. Y la llamó vaccine (vacuna). 

 

Probablemente muchos ya supiérais que la palabra "vacuna" viene de "vaca". Pero qué mejor día para recordarlo.

 

#palabras

 

 

 


 

sábado, 26 de diciembre de 2020

"Los últimos románticos" de Txani Rodríguez

 

 

 «Y a todas las personas que fueron amables alguna vez conmigo»

 

Anoche me terminé este libro: "Los últimos románticos" y la verdad es que creo que está bien.  

Está bien porque consigue metérsete dentro. Es una novela corta, tiene apenas 200 pagínas, pero está llena de detalles de esos que os digo que se te quedan revoloteando alrededor de la cabeza; pequeñas pinceladas que ves, que con pocas palabras han dibujado un ambiente, un atmósfera que logra situarte, de un plumazo, en medio de la historia. Y eso dice mucho de la escritora, en mi opinión.

La protagonista es Irune, que vive en un pueblo cerca de Bilbao, un pueblo en el que hay una fábrica de papel donde trabaja nuestra protagonista. Irune es solitaria, y parece que lleva una vida un poco sosa donde se deja llevar un poco por las circunstancias. Reparte su tiempo entre ir a trabajar, venir de trabajar y poco más. Pero tiene varios problemas: un problema físico, uno vecinal, y uno laboral, que van poco a poco empujándola a tomar las riendas de su vida.

Más o menos este es el argumento, sin querer contaros mucho para no destriparos nada.

Con este pequeño argumento aborda variados y enormes temas: La soledad, el maltrato, la lucha y la solidaridad obrera, la enfermedad, el amor... 

 

"Podría decir que me sorprendió, pero ya me había acostumbrado a que me dejara el descansillo hecho un asco. Así que apoyé las bolsas en la pared, abrí la puerta de casa, saqué una escoba y un recogedor del armario del balcón y volví al rellano. Esta vez solo había esparcido un puñado de colillas apestosas. Podía haber sido peor. Desde que lo denuncié, raro era el día en el que no me encontraba cáscaras de naranja, pieles de pollo o verduras putrefactas, entre otros restos orgánicos.

  

Eso también me ha gustado de esta novela. Que sin ser una novela trepidante, sin tener los grandes giros en la narración, porque está contada de forma líneal y pausada, no da ningún salto en el tiempo, ni prácticamente en el argumento, va hacia adelante, hacia adelante y de algún modo te engancha. Y ahora que lo pienso te engancha porque aunque está contada de forma muy sencilla aborda temas muy importantes que te calan, cómo os decía antes.

Me ha encantado la dedicatoria, que os he copiado al principio: "Y a todas las personas que fueron amables alguna vez conmigo". Ole. Qué bueno, qué mejor forma de agradecerlo que dedicarles un libro, con lo que cuesta escribir una novela... Muy bien. 

También reconozco que me llegado bastante el título "Los últimos románticos". Y me ha dibujado una sonrisa la parte de sus llamadas periódicas a Renfe preguntando por billetes a diversos lugares.

En fin... Que esta novela, sin tener un ritmo trepidante, sin contar las grandes hazañas es chirimiri que te va empapando. Es una novela con muchos silencios que tú tienes que llenar. Las flores de papel que hace en casa y luego lleva a un lugar, la ropa tendida en el balcón de su vecina, las asas de una bolsa que se clava en los dedos, la voz que le responde siempre cuando necesita escuchar a alguien, los compañeros apostados en frente de la fábrica... Todos esos detalles crean una atmósfera, te cuentan una historia muy cercana, que la hacen especial.

 

"Los japoneses no son gente parlanchina, y eso me gusta. Tienen sus perversiones sexuales y sus cosas raras, ya lo sé, les gusta salir a la calle vestidos de peluches, frecuentan bares de gatos, lo tienen todo lleno de máquinas expendedoras, y diría que gastan muy mal carácter, pero no conozco a nadie que sea absolutamente normal. Yo, por ejemplo, suelo calentarme la cara con el aire del secador de pelo, y no creo que eso me caracterice en absoluto, aunque es probable que a algunas personas esa costumbre les parezca denitoria. También tengo que caminar siempre por la derecha y cuando me rodean muchas personas, me mareo. Además, pagaba el alquiler de un piso, a pesar de ser la propietaria de una vivienda desocupada, para que al levantar la vista de mis tareas pudiera ver la lápida de mis padres."


La escritora vasca Txani Rodríguez es periodista y guionista, además de novelista. Además de publicar cuatro novelas, ha publicado un libro de relatos y varios cómics como guionista. También, colabora en programas radiofónicos y en el diario “El Correo”.

 



domingo, 20 de diciembre de 2020

"Las voces del Pamano" de Jaume Cabré. Reseña

 

 

"Para combatir la muerte es necesario escribir: es cruel escribir y que la muerte oculte todo signo de esperanza. Seguramente fue entonces, mientras esperaba a Jordi, cuando entendió que Oriol Fontelles había escrito desesperadamente, para que la muerte nunca dijera la última palabra."


Este fin de semana he terminado de leer "Las voces del Pamano" de Jaume Cabré.

No es un libro nuevo, fue publicado por primera vez en el año 2004.

Pero no me lo había leído, y me atrajeron algunas críticas hasta tal punto que comencé su lectura. Lo cierto es que me ha gustado bastante.

 Es una historia cuyas coordenadas espacio-temporales son las siguientes: Se ambienta en una población imaginaria llamada Torena, que está situada cerca del pirineo de Lérida. Cerca del río Pámano, que dicen que si se escuchan sus aguas, morirás pronto. Y cronológicamente abarca un período de la historia que comienza hace cien años, en los años 20 del siglo XX, y termina recién instaurada la monarquía, tras la muerte de Franco. 

Sin embargo, una de las características de este libro que más me han atraído es que no lleva un registro fiel al tiempo cuando está contado, sino que salta contantemente adelante y atrás, centrándose sobre todo en el tiempo de recién terminada la guerra, cuando los maquis y los falanguistas se disputan esa zona muy de cerca. Y cuando digo que salta en el tiempo, no solo me refiero a que los hechos están desordenados cronológicamente, sino que el narrador puede volver a ellos más de una vez para contártelos con más detalle, o desde otro punto de vista... o bien con distinto recurso literario. El autor puede llegar incluso hasta entremezclarte en una misma frase dos tiempos muy diferentes.

Los temas que subyacen al argumento son la venganza, los odios, el amor, el afán de poder y los secretos. 

Y el argumento que podemos encontrar en cualquier parte es el extracto de cómo comienza el libro: 

 Tina, una pacífica maestra, fotografía al azar una escuela de un pequeño pueblo de un valle del Pallars que está a punto de ser demolida. Tras la pizarra, se encuentra una cajita que contiene una larga carta escrita en un cuaderno escolar que jamás llegó a su destinatario. Poco a poco, Tina se irá adentrando en la memoria de esos valles e irá desvelando las piezas de una historia de maquis, falangistas y héroes anónimos envuelta en la bruma del olvido y la tergiversación, que se mezcla con los vuelcos de su propia vida.

Es una novela coral, hay varios personajes y cada uno va hilando su propia historia. Aunque todas forman un entramado que se cruza y descruza, y entre la que resalta la historia del personaje principal "Elisenda Vilabrú". Puesto que este personaje nos va a acompañar todos los años que se cuentan, desde que es jovencita y se casa, hasta el momento final donde ya es una anciana. Después está "Tina Bros", que es una maestra gordita que encuentra por casualidad los cuadernos del otro personaje principal, el maestro "Oriol Fontelles". Estos dos últimos me han parecido entrañables. Y luego al otro lado tenemos al "Alcalde Targa". Son personajes bien perfilados, muy intensos.

No quiero contaros mucho para no destripar la novela. No es para nada una novela trepidante, ni siquiera rápida. Es lenta, densa. Es una historia donde todo se cuece despacio, muy despacio, al calor de la venganza, del ansia de poder y del amor. Una historia fruto de los acontecimientos que se dieron lugar en un período de nuestra historia muy violento y triste, el de la guerra, y sobre todo la posguerra. Es una novela sobre los vencedores y los vencidos. Que sí, que hay muchas con este tema, pero creo que ésta es diferente, sobre todo por cómo está contada. 

Eso, cómo está contado, me ha resultado de lo más atractivo. Mucho. La prosa me ha parecido muy rica, y muy original. Lleva monólogo interior dentro de los diálogos, lleva humor en cierta forma de contar, retranca, y muchos giros y coletillas, que repite a lo largo de toda la novela que hacer hincapie en ciertas cosas. Te cuenta la historia desde varios lados por distintos caminos.

Esto es lo que más yo resaltaría de esta novela, la forma de contar la historia. Muy conseguida. Una novela que te engancha y ya no la puedes soltar. Pero en mi caso, sobre todo, porque me ganó la forma de narrar de este autor. Ese estilo complejo que tiene donde se transparenta su pericia como escritor. Te cuesta entrar, pero una vez le has cogido la forma de escribir, la coges con tanto gusto que hasta la saboreas. Y terminas el libro y a pesar de sus seiscientas y pico páginas que has leído, pasan los días y todavía lo llevas dentro.

Tengo que leerme más libros de Jaume Cabré.


#novela

#JaumeCabré


sábado, 19 de diciembre de 2020

Exposición "El sastre de Galdós". Benito Perez Galdós y Sastrería Cornejo. 1920

 

 

"Al fin y al cabo en la ficción, el hábito sí hace al monje, y los ropajes son una pista para entender su psicología individual. Por eso no solo en el teatro, sino también en la novela de la época, los autores empezaron a dedicar una gran atención a la descripción de los vestuarios. Galdós, que escribe bajo esta influencia, es un buen ejemplo."

 

 Dicen que esta exposición nació de un casualidad. 

El comisario de las exposiciones de Galdós, Juan Carlos Pérez de la Fuente, que durante ese año celebramos por aquí y por allí, fruto de la conmemoración del centenario de su muerte, resulta que se equivocó y llamó sin querer a Humberto Cornejo, el propietario en la actualidad (tercera generación) de dicha Sastrería. 

Se saludaron, charlaron, y Humberto le dijo que cómo le iba con su comisariado, "qué fijate qué casualidad que nosotros (Sastrería Cornejo) también celebramos los 100 años, pero de su fundación."

Y así de esa conversación improvisada nacida de una equivocación, surgió la idea de hacer una exposición conjunta como homenaje a ambos centenarios. 

La sastrería Cornejo ha hecho los trajes de varias películas y obras de teatro de obras de Galdós. ¿Quién no recuerda la "Fortunata y Jacinta" de Mario Camus, que vimos todos en la tele, con la banda sonora de García Abril? Pues bien en esta exposición podemos ver entre otros los trajes súper elegantes de Jacinta y los más modestos de Fortunata. 

 

  

Es una exposición no muy grande, que se puede visitar en los pasillos de la Sala Verde, de los Teatros del Canal de Madrid. Por pura causalidad también, yo acerté a pasar por allí el mismo día de su inauguración. Eramos los únicos que la visitábamos aquel viernes.

La moda del siglo XIX es la que figura en la mayor parte de las novelas de Galdós. Aunque también hay uniformes, casacas, de la época de Napoleón de sus Episodios Nacionales.

Vemos el traje de Fernán González como El abuelo de la peli de Garci. Vemos los trajes del elenco del montaje teatral de Tristana... Se exhiben tocados, zapatos, guantes... y algo de ropa interior.

 Así como mantones de Manila, de los que Galdós también hablaba. El autor describía muy bien la indumentaria de sus personajes. 

 

La sastrería Cornejo se fundó en 1920 por los abuelos (Humberto y Gabina) del actual propietario en la Cava baja de Madrid. Porque también un poco por casualidad, y van tres, pudieron disponer de la herencia de una colección de trajes de un conocido, con las que comenzaron a trabajar.

En estos cien años, de la sastreria Cornejo han salido los trajes de muchas películas y series famosas: 

- La caída del Imperio Romano, 55 días en Pekín, El perro del hortelano, Ay Carmela, Piratas del Caribe, Doctor Zhivago... Muchas, hasta ultimamente la última película de Ridley Scott.

- Series como El Ministerio del Tiempo, Fariña, Las chicas del cable, Juego de Tronos ... 

También han comprado el vestuario de películas ya hechas de clientes que ya son suyos, como los de Gladiator, Maléfica...

Son tres talleres que tienen su sede en Madrid y donde todo se confecciona en esta ciudad. Dicen que trabajan en 20 o más producciones simultaneas a nivel nacional e internacional.

Como podemos imaginar, después de cien años, y tantísimas obras en las que han trabajado, tienen almacenes impresionantes, enormes, ordenados por épocas y tipos de trajes, en Madrid y en varios pueblos fuera de Madrid, donde guardan toda la ropa.


El despacho de Galdós
 

Si volvemos a la exposición podemos decir que, con los textos de Galdós como hilo conductor, ésta se divide en escenas, en cinco muy blancas, donde se va homenajeando a varios asuntos atendiendo a todo el universo que quieren abarcar: 

El supuesto despacho del escritor Galdós con sus textos, dedicada al autor, es la primera escena que nos encontramos.

Después pues se homenajea a la sastreria, recreando un taller de confección en los tiempos de la producción de Fortunata y Jacinta.


 

La tercera escena es un camerino como homenaje a los actores, a su principio. La cuarta escena es un escenario como homenaje al público, y acaba, en la quinta, con la trasera del camión donde van todos los trajes simbolizando cuando se va la representación teatral.

 

En fin... os dejo con algunas fotos de esta pequeña exposición, tan distinta, tan vistosa y tan sugerente.

 


Un extracto de Los Episodios de Galdós. Puerta del Sol.

Simulación de la trasera del camión donde viaja la producción.



Hasta el 10 de enero en los Teatros del Canal. Gratuita.

#Galdós 

#Cornejo

#Teatros del Canal de Madrid

lunes, 14 de diciembre de 2020

14 de diciembre. San Juan de la Cruz. Patrono de los Poetas. Amancio y Morella.

 


Hoy 14 de diciembre es San Juan de la Cruz, Patrono de los poetas.

Este fraile carmelita murió a los 49 años en la madrugada del 14 de diciembre de 1591. Clemente X lo beatificó el 25 de enero de 1675. Benedicto XIII lo canonizó el 27 de diciembre de 1726. Pío XI lo declaró doctor de la Iglesia en 1926, y Juan Pablo II patrono de los poetas en 1993.

 

Y si lo juntas con Amancio Prada...


 

 

Podrías escapar escuchándoles ¿verdad? 

Escapar y escapar y llegar volando hasta un rincón precioso: El Jardín de los Poetas. Un jardín vistoso en un pueblo tan bonito como Morella (Castellón) que os aconsejo que visitéis en cuánto podáis.

 



sábado, 12 de diciembre de 2020

"Solo" exposición del fotógrafo Matías Costa en la Sala Canal Isabel II de Madrid

 


 "Estamos hechos de otros. Llevamos a otros dentro, como muñecas rusas. Y eso que nos pusieron al nacer, nosotros lo ponemos en nuestros hijos, y ellos en nuestros nietos. Gastamos parte de nuestra vida en saber qué hacer con eso que llevamos dentro. Podemos llevarlo intacto hasta la siguiente generación, o colocarlo, después de años, en su lugar, y librarnos de lo que no es nuestro. "



La etiqueta "Exposiciones 2020" lloraba en un rincón del blog sintiéndose rara, vacía, sola. 

No te preocupes -le dije limpiándole una lagrimita- antes de que termine este año triste, te prometo que alguna entrada te voy a dedicar.  

¿De verdad? ¿De fotografía? -me preguntó erizando sus letras de ilusión- Me gustan mucho...

Sí, sí, una por lo menos de fotografía y si puede ser alguna más... -y le guiñé el ojo.

 

Mi espíritu y mi blog son compinches. 

Se alían para llevarme a su terreno, inventan salidas a sitios que me encantan y me convencen para que haga excursiones a deshoras y cuando casi no hay nadie, cuando casi "a salvo" pueda escaparme con el botín de una salida, de unas fotos, de un café y una conversación. 

Después, saben que me sentiré como una planta a la que riegan, enriquecida. 


La Sala Canal de Isabel II de Madrid, ese lugar mágico, ese antiguo (data del año 1911) depósito de agua que se dedica desde el año 86 a albergar exposiciones de fotografía, me atrae como un imán. 

Ahora se puede ver la exposición "SOLO" del fotógrafo Matías Costa. Siete series fotográficas que se hicieron en distintas partes del mundo. 

Hijos del vertedero (1995-1997), dedicada a la comunidad romaní que habitaba junto al vertedero de Valdemingómez; El país de los niños perdidos (1998), un retrato de los huérfanos del genocidio de Ruanda; Extraños (1999-2005) los movimientos migratorios sur-norte, con el litoral europeo como puerto de llegada. Cuando todos seamos ricos (2006), un trabajo sobre el salto al capitalismo en la China posterior a las reformas de Deng Xiaoping. En Cargo (2008-2017), se ocupa de la concentración de barcos soviéticos varados en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria. De Canarias, Costa viaja a Panamá con la serie Zonians (2011-2013), para detenerse en un fenómeno postcolonial escasamente conocido: la comunidad de estadounidenses expatriados a Panamá para administrar el legendario canal que une dos océanos. La última serie, The Family Project (2008- actualidad) es un relato intermitente por las escenas primordiales que marcan la biografía de Matías Costa.





Pero lo que más le ha gustado a mi espíritu, lo que más querría trasmitir a mi blog, son las páginas de sus Cuadernos de Campo. Esos Cuadernos donde el fotógrafo pretendía, de algún modo, unir el mundo exterior con su mundo interior. Toda la exposición está salpicada de sus cuadernos, entrelazándose con su arbol genealógico compuesto de fotografías, documentos y páginas y más páginas. A través de ellos se filtran en la exposición retazos de la vida del fotógrafo, de sus pensamientos, recuerdos y sueños. 







 

Mi espíritu y mi blog son compinches. 

Gracias a ellos no soy una sombra más en este Madrid, gracias a ellos no soy un jirón de ropa y pelo que corriendo va del trabajo a casa y de casa al trabajo. Gracias a ellos soy una ráfaga de algo más sustancial que un nudo de prisas y responsabilidades. 

Gracias a ellos, soy más yo.







 

 Matías Costa (Buenos Aires, 1973) es periodista y fotógrafo. Cofundador del colectivo NOPHOTO y miembro de PANOS Pictures, realiza proyectos de largo recorrido en los que reflexiona, mediante imágenes, textos y material de archivo sobre el territorio, la memoria y el azar. Ha recibido distinciones como el World Press Photo o primer Descubrimientos PhotoEspaña. Es colaborador habitual de medios como El País Semanal, The New York Times o La Repubblica y su obra forma parte de colecciones nacionales e internacionales como la del Ministerio de Cultura, el CA2M o el Nederlans Fotomuseum de Róterdam.


 



martes, 8 de diciembre de 2020

De "Conchita", de "Concha", de los Hipocorísticos.

 

 

Hoy, 8 de diciembre de 2020, es la Inmaculada Concepción. La patrona de España.

Celebramos el santo de las Inmas, las Concepciones, las Conchis y Conchitas. Además de las Esther, que pasan desapercibidas, pero también lo celebran. Ainsss pobres Esther toda la vida de camuflaje detrás de las "Conchis"...

En fin... 

Pero como a este blog le encantan todas las cuestiones de lenguaje y aledaños, yo os escribía porque quería contaros que hoy la Rae, la Real Acedemia, nos dice que la palabra "Conchita" procede de la palabra italiana "Concetta" o lo que es lo mismo "concebida". Por tanto, en origen, no es un diminutivo de la palabra "Concha", sino que fue al revés. Nos dice que a partir de "Conchita" se originó el nombre propio "Concha".  

¡Halaaa! he pensado yo. Pues toda la vida pensando que era al revés. ¿Os acordais de aquello del huevo y la gallina... ?

Pero es que mi sorpresa no ha terminado ahí, porque toda la vida de Dios yo pensé que "Conchita" era un  "hipocorístico".

Esta palabrota en realidad designa a todos esos nombres que utilizamos de forma familiar o cariñosa, como diminutivo, abreviatura o incluso cierta deformación del nombre propio del que proceden.

Son hipocorísticos nombres como: "Paco, Curro, Pancho"... que proceden todos del nombre propio original de "Francisco". Ya lo veis en la viñeta que encabeza esta entrada...

Son hipocorísticos las "Merches" que proceden de "Mercedes", las "Chelos" que proceden de "Consuelo", las "Lolas" que proceden de "Dolores", los "Nachos, e Iñakis" que proceden de "Ignacios", los "Pepe" por "José"...

Y tantos otros que todos conocemos.

Del mismo modo yo pensé que "Conchi" era un hipocorístico de "Concepción". Pero ahora que me dice la Rae que viene directamente de "Concetta" yo ya no sé si es correcto lo que pensaba... ¿O no tiene nada que ver?

¿Vosotros qué opinais?

Le he preguntado a la Fundeu, la Fundación del Español Urgente, peeero, ésta ha sido su contestación:

“Conchita”


Sentimos mucho no poder ayudarla, pero el servicio de consultas
de la FundéuRAE se centra en la resolución de dudas puntuales, prácticas
y concretas en el uso actual de la lengua española.

Saludos cordiales

 

Así que... quizá se lo pregunte a la RAE directamente. 

Mientras tanto, seguiré tejiendo (dudas) como Penélope.

 


lunes, 7 de diciembre de 2020

El Silo de Hortaleza. Madrid.

 

 

A un paseo de casa tienes un faro curioso. 

Un faro que no tiene mar ni barcos a los que indicar el camino a puerto.

Este faro distinto, con doce lados y una base de trece metros, ilumina un camino que abarca desde su pasado agrícola hasta su futuro cultural. 

 

Te gusta verlo, erguido y claro, defendiendo el ayer de un barrio, que aún no era Madrid, sino pueblo rodeado de hortalizas y cereales. 

El faro te mira desde sus 20 metros de altura y te cuenta de un pasado como silo de grano, construído en 1928, acompañado de un granero, un establo y un palomar, en un paraje que llamaron Huerta de la Salud. 

Pero el paso del tiempo, el "progreso" mal entendido, los fue arrinconando entre bloques de vecinos, condenándolos al olvido, dejando que la desidia los envejeciera sin cuidado, hasta que incluso las cigueñas los abandonaron, volando lejos de allí.


 

Pero aquel faro, antaño granero, siguió altivo, viendo como cambiaba la villa, y después el barrio, hasta conseguir atraer las miradas de los que pudieron rehabilitarlo. 

Años y años de rehabilitación hasta que viste como volvió a la vida este otoño.



A un paso de casa tienes otro tipo de faro.

Ahora tiene cerca una biblioteca y la histórica puerta de piedra del complejo de donde partió.

Ahora tiene un mirador en lo alto y siete plantas, una sala de lectura y alberga en su interior vistosas exposiciones. 

Ahora, el Silo está aún más vivo.


jueves, 3 de diciembre de 2020

La literatura en Málaga.

 

La literatura es una calcomanía que llevas pegada a la piel. 

Y nunca te sientes más tú, que cuando la estudias, la lees o escribes.

¿Dónde te contagiaste de este mal que crece contigo? 

Ese mal que ¿te persigue ? 

¿O será que tú la persigues a ella?

Inventas "escapadas" pero no escapas de ella, sino que te mueves, sin saberlo, hasta encontrarla allá donde esté.

Como ocurrió en aquel tiempo por las calles de Málaga.

Allí encontraste las casas donde nacieron aquellos dos poetas de la Generación del 27.  En la calle Strachan núm. 4 nació Manuel Altolaguirre. Te habías topado con él en aquella entrada que dedicaste a Concha Mendez porque fue su marido. Era poeta e impresor y juntos trabajaban en la imprenta.

"En 1932 Méndez y Altolaguirre se casan, lo que supone un escándalo pues ella era siete años mayor. Sus testigos son Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Lorca, Moreno Villa, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y Morla Lynch. Con la llegada de la guerra se exiliaron, primero en Cuba y después en México, de dónde ya sólo volvieron de visita."


 
 
«Nuestra imprenta tenía forma de barco, salvavidas, faroles, vigas de azul y blanco, cartas marinas, cajas de galletas y vinos para los naufragios».
 
 
 
 
 
 En el núm. 7 de la misma calle nació el poeta Emilio Prados, que también terminó exiliado en Méjico. Y con Manuel Altolaguirre funda y edita la famosa revista Litoral.
 
 

 


 
 
Continuando por el centro de Málaga llegaste al famoso Café de Chinitas. Era un teatrillo que comenzó a funcionar en el año 1857 y que cerró en el año 1937, en plena guerra civil. 
Entre los años años 20 y 30 del siglo pasado, llegó a ser el Café-Teatro más famoso de España y en él se daban cita muchas personalidades tanto de dentro como de fuera de nuestro país. 
Su fama trascendió gracias a la composición popular Café de Chinitas que García Lorca compuso en 1931.
 
Federico García Lorca también presentó a Concha Mendez y Manuel Altolaguirre. Está muy presente en este itinerario.
 
 


Un poco más adelante, seguiste callejeando por los alrededores de la conocida y central calle Larios,  y hallaste la Paloma Quiromántica, en la calle Bolsa.

 Esta escultura es un homenaje a uno de los novelistas que jugaron un papel crucial en la vida cultura de la ciudad en la segunda mitad del siglo pasado, Rafael Pérez Estrada.
 

 
 
Y finalmente descansaste al lado del mismísimo Hans Christian Andersen. 
 
Su estatua de bronce está en una plazoleta muy cercana. 
Parece ser que el autor de tantos inolvidables cuentos estuvo en Málaga en el año 1862 y se sintió tan bien tratado que escribió:
 
  «En ninguna otra ciudad española he llegado a sentirme tan dichoso y tan a gusto como aquí».

 ¿Te acuerdas? la niña que aún llevas dentro sonreía de oreja a oreja.
 
 

 

domingo, 29 de noviembre de 2020

"La herencia de una pasión" Relato de Rocío Díaz

 


Se nos va noviembre, así de callando, casi sin darnos cuenta. 

Y antes de que se vaya, he pensado dejaros con uno de mis relatos. Le dieron un segundo premio en el XXII Premio de Narrativa "Montserrat Roig". 

No pude ir a recogerlo con esta pandemia que nos tiene a todos tan limitados, pero siempre es motivo de alegria y nos empuja a seguir peleándonos con las historias y las palabras.

Aquí os lo dejo por si os apetece leerlo.


 

LA HERENCIA DE UNA PASIÓN

El Eusebio no me entiende. Por eso tampoco entendería que yo le diera unas perras cada día al pequeño de la maestra por venir hasta aquí arriba y echarme una mano con lo de la escritura. Por eso no se lo he dicho. Mejor así.
El primer día que llegó el Eusebio de faenar y le encontró aquí, en la cocina, sentado a mi lado y yo escribiendo, me miró con ojos de pez frito y no dijo ni media. Entonces le dije al muchacho que ya iba siendo hora de cenar y el chaval, que avispado es un rato, también sin decir ni pío, recogió en un santiamén y salió corriendo. Al poco entraron los hijos, y las muchachas se liaron a poner la mesa y con el cacharreo y el guirigay de las cenas parece que se le fue de la cabeza. Pero ya sabía yo que al Eusebio no se le iba a olvidar así como así. Por eso al día siguiente ahí me tienes, con un ojo en la escritura y otro pegadito al reloj, para que antes de que llegara el Eusebio, el pequeño de la maestra ya se hubiera ido. ¡Pero me cachis que me descuidé! Estuve un día y dos y tres pendiente de la hora, que no se me escapaba ni un minuto, a punto de quedarme con un ojo mirando para cada lado de por vida, de tanto atender aquí y allá, allá y aquí, pero al cuarto día estaba tan enfrascada en lo que quería escribir que ¡ahí iba a estar yo a vueltas con el dichoso reloj! Y claro llegó el Eusebio y ahí andábamos los dos, con el trajín de las palabras... Y por muy pronto que quise yo espabilar al muchacho, ya sabía yo que el Eusebio algo me iba a decir en cuántito nos quedáramos solos.
- ¿Y ese...?
- ¿Quién? -Pregunté yo haciéndome de nuevas.
- Quién va a ser, el de la maestra. ¿Qué pintaba aquí? Porque ya no es el primer día que llego y me lo encuentro.
- Pues que va a ser... Que su madre lo manda con el recado de preguntar cómo sigo. Acuérdate de que me caí...
- ¿No me iba a acordar? Que cosas tienes... ¿Pero para preguntarte cómo sigues se tiene que andar sentando ahí contigo a escribir no se qué cuentos...?
- Hombre Eusebio, que de bien nacíos es ser agradecío, y si la mujer me manda al muchacho le tendré que sacar algo, que viene con la lengua afuera y está en edad de crecer. Que para eso somos vecinos...
- No sabía yo que para masticar se necesite escribir. ¿A que venían tantas palabras...?
- ¿A santo de qué van a venir? Pues que le he dicho que me escribiera cuatro letras bien puestas para dar las gracias a su madre, que es la mar de atenta conmigo, la verdad, tú lo sabes.
- Lo que sé es que desde que esa mujer llegó, te llenó la cabeza de pájaros. Esto es lo que sé. Y los pájaros los cazo yo con la escopeta de perdigones y me los como.
- Anda, anda, anda... si luego eres un bendito. Hablando de pájaros ¿Quieres los huevos en tortilla o fritos?
- ¡Que pregunta...! Fritos, como Dios manda... ¿De cuando acá ando yo con las mariconeces esas de las tortillas...?
- Cómo decías que te dolía una muela y no sabes comerte el huevo frito sin andar mojando y mojando pan. Porque no te hicieras daño con el churrusco tan duro, al masticar...
Al Eusebio se le va la fuerza por la boca, que no es mal hombre, pero bruto, lo que se dice bruto, lo es y mucho. Que si alguien le escuchara a veces cuando habla se creería que anda siempre con la escopeta de perdigones al hombro apuntando a lo que se mueve y a lo que no... ¡Ay que hombre! Pero yo ya aprendí hace mucho tiempo a cogerle el aire y sé cómo llevarle hasta mi terreno.


Iván no me entiende. No entendía por qué quería dejar las clases que daba por Internet, decía que eso lo único que iba a reportarme, es falta de tiempo. Por eso lo del árbol genealógico ni tan siquiera se lo comenté. Era mejor así.
La mente práctica y cuadriculada de Iván no entendería que necesito saber más de mis antepasados. Necesito llenar unos huecos que no conozco, profundizar en mis raíces, reconocerme como parte de un pasado al que pertenezco y está tan desértico en contenidos que no siento como propio. Pero confeccionar el árbol genealógico supone tiempo y dinero. Justamente las dos cosas por las que Iván siempre estaría en desacuerdo conmigo.
Con la cuestión del tiempo ya tuvimos varias discusiones cuando decidí dejar de dar clases por Internet. No entendía que yo necesitaba conocer a mis alumnos, relacionarme con ellos, saber de sus gestos y su sentido del humor.
- ¿Pero para enseñarles a escribir les tienes que conocer?
- A escribir no se enseña…
- Bueno ¡pues a eso que hagas con ellos!
- Compréndelo... ¿Cómo te diría yo? Es más frío hacerlo por correo electrónico. Es mucho más enriquecedor tanto para ellos como para mí que sea en forma presencial. Me gustan las tormentas de ideas y las asociaciones de palabras, la improvisación y su opinión, el posible debate, la tertulia…
- O sea que apenas tenemos tiempo para estar juntos y tú ¿prefieres irte de charla con los alumnos?
- No es eso… -suspiraba yo derrotada- No se trata de preferir nada. ¡Anda! Déjalo, ya lo hablaremos, ahora estamos cansados. ¡Va venga! Date prisa que he reservado para cenar en el sitio aquel al que querías ir…
Iván nunca entendería que escribir y llevar un taller de escritura es un raro placer que uno no siente con otra cosa. Y no solo se trata de escribir, yo necesitaba regalar una voz a lo que está escrito. Escucharlo de quién nació, corregirlo en voz alta, buscarle su sentido junto al autor... Compartirlo. Quería compartirlo con ellos, a quiénes les importaba tanto como a mí. ¡Pero cualquiera dice eso! Iván no lo puede entender, pero yo ya he aprendido a distraer su atención de aquello que nos separa, ofreciendo, poniendo a sus pies algo que le guste mucho. Y eso no me suele fallar...
La verdad es que estamos pasando una época complicada. La hipoteca de nuestra casa no deja de subir y subir, así que trabajamos sin parar para poder ganar algo más de dinero. Unos extras que nos permitan afrontar los pagos y que aún nos dejen en una posición desahogada. Pero inevitablemente trabajar más, significa también vernos menos. Es un círculo vicioso.
Y luego está el tema de los niños. Iván quiere que tengamos algunos para ya. Pero yo voy retardando la cuestión, dándole largas, y en ésta demora llevamos ya cuatro años. Él no me dice nada, pero yo sé que le preocupa que yo ande rondando ya una edad peligrosa... Pero no seré ni la primera ni la última que tenga su primer hijo a los cuarenta... Hay tiempo para todo.


El Eusebio anda con la mosca detrás de la oreja, así que he tenido que mandar recado al pequeño de la maestra para que llegue más tarde y se vaya antes. Noto al chaval revenido con el cambio, porque quieras o no son menos perras... Lo comprendo, ¿no lo voy a comprender? y a mí bien que me pesa, él se ganaba unos dinerillos que yo le pagaba bien a gusto y andábamos los dos la mar de contentos en el trato. Pero el diablo no deja de enredar está visto y más que visto... ¡Ay si el Eusebio lo supiera! Se le llenaría la boca de voces, diciendo que el muchacho es un sacacuartos y yo más corta que las mangas de un chaleco. Échale el espabilado… “Tirar el dinero así, con el sacacuartos esmirriado ese. ¿Dónde anda la escopeta de perdigones?” Preguntaría a voces para que le oyeran bien desde el pueblo. Angelito, si lo hace más que nada por hacerme un favor, que no será por lo que el pobre se saca. Y para lo poco que es, encima tengo a media familia en danza.
Gracias a mis pequeñas que aún no tienen años para mandarlas a la escuela pero me han salido más listas que el hambre, sin que se entere el Eusebio hemos multiplicado los quesos. Las dos más crías se encargan de hacerlos conmigo. Qué buen remango se dan ya con ellos. Y las tres mayores los llevan a vender por los mercadillos. Así me quedo con las perras que sacamos por ellos a escondidas de los hermanos y el padre.
En esta casa hay tantas bocas que alimentar y por cuerpos por vestir… Pero ya nos encargamos nosotras de que alcance para lo más necesario y además nos sobre para intentar que llegue para las pequeñas cosas que nos hacen más felices. Todas a una para que a las mayores les alcance para ir haciéndose el ajuar a su gusto. La mediana quiere un pellizco, que va ahorrando, para ir a aprender a coser como Dios manda, que es lo que ella quiere hacer algún día. Y yo lo que quiero, es que a las pequeñas no les falten unos buenos zapatos para cuando empiecen a bajar a la escuela, que tienen una buena caminata; unos que les abriguen los pies, que luego se les quedan helados por mucho ladrillo caliente en el que los apoyen, a ver si por aprender las cuatro reglas se me van a poner malas las pobrecitas. Y si sobra, que ya me encargo yo de las reparticiones para que sobre, con eso, es con lo que yo tengo que pagar al muchacho, que algún día será maestro como su madre, porque lo lleva en la sangre y ¡anda que no se le nota! Y yo le pago unas perrillas bien a gusto para que también vaya ahorrando, mientras viene a enseñarme a escribir mejor. Enseñarme más palabras, enseñarme más verbos y a hacer las frases tan largas como hablan ellos, que dicen las cosas de esa forma tan enrevesada y bonita...
Dice el muchacho que escribiendo me parezco a los terneros recién paridos que se enganchan a chupar de la madre, ansiosos, desesperados por sacar más, que todo es poco para ellos... Eso me dice el muchacho de cómo escribo yo. Y a mí me gusta.


Iván anda enfadado porque cuatro tardes a la semana me ausento de casa unas horas para ir a dar clase a un centro cultural que me ha contratado. Ya dijo tantas cosas al respecto antes de decidirme, que ya no me ha vuelto a decir más, simplemente ha transformado el discurso en una actitud distante salpicada de largos silencios. Odio verle así, en el fondo prefiero los reproches, porque ellos me dan la medida exacta de su ofuscación. Pero cuando se vuelve así, para adentro, huraño, frío, me gusta menos y lo sabe. Quiero creer que se le pasará, seguro que sí, pero por ahora tengo que aguantar estoicamente esa fingida indiferencia con la que me trata. Pero porque le quiero, y no me gusta que estemos así, a cambio le he dicho que me pensaré lo del niño para primavera...
Aunque la verdad es que ya lo tenía decidido, no me lo voy a pensar más. Y la verdad también, es que de esas cuatro tardes que me ausento para ir a dar clases, solo dos lo hago, las otras dos las dedico a lo del árbol genealógico. Pero él, eso aún lo entendería menos, y la pérdida de tiempo, entre comillas, con la que lo bautizaría “mi capricho” cómo diría también, le haría enfadarse aún mucho más. Por eso he omitido convenientemente esta parte de la sinceridad mutua. Es mejor así.
Es muy laborioso lo del árbol genealógico y necesito ese tiempo. Un tiempo para multiplicar mis visitas a los parientes más longevos. Y me alegro de haberlo hecho. En esta vida andamos siempre tan ocupados y con tantas prisas que olvidamos el placer de escuchar. Y estos viejos parientes siempre tienen tanto que contar... Empezar a escucharles es como abrir la caja de Pandora. Les hago una visita, les hago compañía por un rato, y ellos me obsequian con el maravilloso regalo de sus historias. Son un verdadero tesoro que voy reuniendo y anotando. Mientras con las fechas que logro apuntar entre unos y otros, he consultado ya varias parroquias y juzgados, anotando y anotando datos, rellenando huecos, dando un nombre y apellidos a los parientes que ya no están.
Lo mejor de todo es que me ha mandado aviso una tía abuela para que vuelva a visitarla en su residencia. Pobre mujer, dice que ha recordado que en el desván de su casa, aún hay una vieja caja con papeles de su madre... Mi bisabuela. Y yo que creía que estaba medio senil... Pero ella ha pedido a una enfermera de la residencia que me llame y me dé su recado. Y a lo mejor es una tontería, un delirio de grandeza de una memoria que se va marchitando. Quizás... Pero el detalle de pedir que me llamen, de querer dejarlo en mis manos, me ha parecido tan tierno, tan conmovedor, que yo voy a acercarme a por esa caja. Quizás no sea ningún delirio y no me perdonaría el habérmelo perdido. Claro que voy a acercarme. Mañana mismo.


El Eusebio un día llegó torcido de faenar, y como un toro al que le ponen un trapo rojo delante, arremetió contra el pequeño de la maestra que aún estaba por aquí. Ya eran demasiados días los que llegaba y yo me había despistado con la dichosa hora. Demasiados sumaban ya, en los que la cara del muchacho era lo primerito que veía mi Eusebio, y lo de ser agradecío ya no coló. Menudo se puso el Eusebio con el muchacho y menudo se puso éste con el Eusebio. Y no me extraña ni pizca porque mira que se ponen brutos los hombres, da igual los años que les hayan caído encima. ¡Hay que ver! Que parecía que al muchacho no se le movía la ropa pero échale el genio que sacó de algún sitio de su esmirriado cuerpo.
El Eusebio, más bruto que un arado, lo resumió en que “si hay hombre de por medio, por muy verde que esté o parezca, siempre es que mujer quiere”. Y el otro, muy gallito él, fue y le hizo frente. Parece mentira, como críos que llegaron a las manos por una gallina vieja como yo, que no valgo ni para hacer caldo y que lo único que quiere es escribir.
Escribir no más ¿Es eso tan difícil de entender…?
Pues debe ser que sí. Sentí en ese momento, que mi pellizquito de las sisas de los quesos de más, que seguíamos haciendo a escondidas, ya no iba a ir a parar a los ahorros del maestrito. Y ¡vaya sí lo sentí! Que se me pasaban en un suspiro las dos horas que él estaba aquí conmigo enseñándome a dejar en el papel todo aquello que yo necesitaba escribir. ¡Qué lástima!


Iván no sabe de dónde he sacado la caja de los viejos papeles. Imagina que he andado revolviendo entre mis trastos de niña o que los he traído de casa de mi madre. Tampoco le han interesado mucho, les ha echado una mirada fugaz y se ha ido a sentarse en el ordenador. A sus cosas. Pero por una vez en la vida a mí no me ha importado su desinterés para con las mías. Es más, creo que hasta he sentido alivio e incluso alegría. Son míos y solo míos.


El Eusebio me prohibió que el muchacho viniera más. Que simples son los hombres a veces… Porque no hacía falta, antes de que él me lo prohibiera yo ya, en mis adentros, me había despedido de él con todo el dolor de mi corazón. No quiero que los hijos le vean enfadarse, por estas cosas. No me gusta. Y tampoco quiero dar ejemplo a las muchachas de una mujer que se enfrenta a su marido… No… No quiero que aprendan eso. En menos que canta un gallo, porque los años pasan volando, ellas estarán en sus casas, con sus familias, y no quiero haberlas enseñado eso. Las mujeres, siempre se lo digo, podemos conseguir las cosas de otra forma, callandito, callandito, pero nosotras a lo nuestro… Como ha sido siempre y debe de ser. Eso le enseñó mi abuela a mi madre, y después mi madre a mí, y ahora yo debo enseñárselo a ellas. Sin dar tres voces al pregonero de lo que pasa dentro de su casa, ni dentro de una misma.

Iván no me entiende. No entendía por qué quería dejar las clases que daba por Internet, decía que eso lo único que iba a reportarme, es falta de tiempo. Por eso lo del árbol genealógico ni tan siquiera se lo comenté. Era mejor así. Y ahora sé que hice bien.
Tengo un tesoro de palabras. Un montón de listas con la letra que debió tener mi bisabuela donde les contaba a sus hijas, mi abuela y tías abuelas, como se hacía ésta o aquella comida. Tengo los refranes que le gustaba repetir, los consejos que les dejó, tengo, al fin y al cabo, el testamento de su necesidad de escribir.


Mi Eusebio me podrá prohibir que venga hasta aquí el pequeño de la maestra, pero no me va a prohibir que yo escriba… Eso nunca. Por eso desde aquel mal día del rifirafe, aunque no sube el muchacho, yo sigo sentándome mis dos horas cada tarde delante de un papel. En un cuaderno voy dejando mis días, solo por el gusto de verlos escritos en unas líneas, en frases largas llenitas de palabras distintas y muchos verbos que antes no conocía. También voy escribiendo listas y listas de cosas, cómo se hacen las comidas, qué faenas hay que hacer en cada estación y solo en esa, remedios, consejos y santos del día, refranes y pensamientos. Y cuando me canso, aún me dan las ganas para escribir muchos testamentos, muchos, que no habrá perras que dejar a los hijos, pero sí mucho cariño y buenos deseos que deshacer en palabras que una vez escritas el tiempo no podrá borrar.


Iván no sabe que queriendo hacer mi árbol genealógico, no solo he descubierto el nombre de algunos de mis antepasados, sino también el origen de esta pasión mía por la letra escrita.
Iván no me entiende, no entiende, pero como diría mi bisabuela:

 ¿Qué necesidad tengo yo de que lo haga…? 


@Rocío Díaz Gómez