Decimos siempre en mi tertulia que los poemas no hay que entenderlos, que te llega su belleza, su sonoridad, te transmite unas sensaciones, te conmueve... O no te llega.
Creo que con la danza contemporánea ocurre un poco lo mismo.
Aunque tengo que confesar que como yo tengo alma de cuentista, lo primero que hago, casi sin pensar, es buscarles su historia. A veces se la encuentro, a los poemas y a la danza contemporánea, pero hay veces que me cuesta más y tengo que decirme: "Que no Rocío, que no, cambia el chip, que lo único que tienes que hacer es dejarte llevar por las sensaciones que te provoca".
Ayer fuimos a ver un espectáculo de danza contemporánea. Y subrayo espectáculo, porque lo era en el mejor sentido de la palabra. La compañía de Sharon Eyal con su coreografía "Into the Hairy" (¿En lo peludo?) nos tuvo ensimismados casi una hora pendientes de la sincronización perfecta de aquellos siete bailarines al ritmo de una música que sonaba a tribal y a génesis.
Me hipnotizaron con el perfecto engranaje de sus preciosos cuerpos moviéndose al unísono, unas veces como si fueran solo uno y otras como si todos formaran otra cosa, a veces una máquina con sus mecanismos precisos, a veces un extraño animal mitológico, y en la mayoría de las escenas, os confieso que no sé el qué. Era un todo sinuoso, muy sinuoso, pero de un virtuosismo impecable. Las manos aleteaban expresivas, los cuerpos se acomodaban como fichas de un puzzle, y unos seres expresivos que se movían de puntillas, como si tuvieran patas, habitaban gráciles en un planeta oscuro, metálico, lejano y profundo.
La danza contemporánea, a veces, es difícil de explicar, como ocurre con algunos poemas. Es críptica, pero te subyuga, te suscita incógnitas, mientras los "bravos" comienzan a sonar y el público de aquella gran sala roja comienza a levantarse para aplaudir entusiasmados.
En la última escena ¿No os parecía una mantis encerrando al macho? Mis chicas me miraron con otras preguntas dibujadas en sus ojos: "¿Una mantis? ¿Qué mantis?" Y los chicos ni sabían ni contestaban porque, buscando aparcamiento, llegaron diez minutos más tarde y no les dejaron ni pasar.
Hay días que todo se alborota, días que quizá todos acabamos también danzando "conte", como dice mi Marina.