En mayo salí corriendo y no paré hasta que llegué a Málaga.
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En mayo salí corriendo y no paré hasta que llegué a Málaga.
La vida, cuántas veces, es el resultado de una suerte de casualidades que se van enlazando.
Quizá el primer eslabón de la cadena de casualidades fuera un regalo del día de Reyes en forma de un par de billetes de tren para hacer una escapada en mayo a Málaga. La bella Málaga cuántas visitas se merecería. Tan rica. Con su playa, su buen clima, y tantos lugares culturales a disfrutar, a cual mejor. ¿Quién no va a querer hacer una escapada a Málaga?
Y una de esas visitas culturales que no podía faltar era el Museo Picasso. Y de pronto, la segunda casualidad: Justo este verano en dicho Museo una exposición de la pintora María Blanchard. ¡Me gusta mucho! Esa pintora santanderina (1881-1932) de principios del siglo XX, a quién no tratamos nada bien, por ser un poco maltrecha, por ser mujer, porque somos así, y se tuvo que ir a Francia donde dejó de llamarse María Gutiérrez (su primer apellido Gutiérrez-Cueto) para hacerse llamar solo María Blanchard (su segundo apellido). Pobre María qué vida debió tener... Ella que pintaba de dentro afuera. Una persona que cruza la calle y se le cuela dentro. Y pasado el tiempo, años, una vez que ha ido madurando poco a poco aquella cara, aquel gesto, dentro, María recurría a su interior y sacaba a aquella mujer con la que se había cruzado hacía un montón de años... Qué atractivos los personajes de sus pinturas, con esas expresiones tan profundas, tan tristes, con esa forma de mirarte, atrapándote desde el lienzo consiguiendo que te pares porque te hipnotizaron.
Y la tercera casualidad, ya en el Museo Thyssen, también de Málaga, tropezar con un pequeño libro que acaba de publicar la editorial Casimiro "María Blanchard" de Federico García Lorca, dice el título. Ni noventa páginas, pero todo retratos escritos por diferentes autores: García Lorca, por supuesto, pero también Gómez de la Serna, Bergamín, Gerardo Diego, Isabelle Riviere... trece textos a propósito de María Blanchard. Personas más próximas o lejanas. Pero en conjunto una delicia si te quieres acercar a la figura de esta pintora tan desconocida por algunos.
Os podría contar que, a veces, una tiene suerte y se puede medio colar en un grupo que ya estaba previsto que visitara la mítica "Imprenta Sur". La que fundaron el tándem Emilio Prados y Manuel Altolaguirre en Málaga en los lejanos años 20 del siglo pasado. La misma imprenta de la que salieron libros de los entonces jóvenes pero después importantes autores de la Generación del 27, así como varios números de la famosa revista literaria Litoral. Menuda trayectoria larga la de la emblemática imprenta, gracias a cuyas antiguas máquinas, aún en la actualidad, salen editados libros de poesía de forma artesanal.
Pero os contaba que, a veces, una tiene suerte y se acerca al Centro Cultural donde ahora está instalada, un poco a probar suerte y otro poco a ver qué pasa, porque estar en Málaga y no intentar verla... Y, tal y como en el fondo esperaba, te dicen que, claro, así de pronto, pues no se puede visitar. Pero ¡atención! que si al día siguiente vuelves a eso de las 11 justo te podrás unir a un grupo que ya tiene la visita apalabrada. ¡Ole! ¿Y cómo no vas a ir? Con la importancia que tiene. Haces cambalache de planes y ahí estás al día siguiente como un clavo.
Lo curioso fue que, no nos lo habían dicho, pero era un grupo de discapacitados intelectuales el que tenía la reserva. Si algo me ha enseñado cuidar en exámenes donde se pueden presentar estas personas, es que bajo la etiqueta de discapacitados intelectuales cabe un sinfín de síndromes y patologías con resultados muy, muy diferentes. Qué interés tenían algunos en ver todo, en qué se lo explicaran bien, en hacer preguntas, en demostrar que ellos sabían ya de lo que les hablaban. Digno de admiración.
Hay momentos que no se pueden reseñar en dos palabras. Caras, frases, ruido, entusiasmo. No creo que se nos olvide fácil aquella visita.
Lo que está claro es que en esa soleada mañana en Málaga se unió la significación de la imprenta que estábamos visitando, con el enriquecimiento personal que supuso que el grupo que tenía la reserva nos permitiera visitarla con ellos. Doble lujo.
Era mayo y yo había ido a pasar cinco días a Málaga. Quería ir a ver algunos de sus múltiples Museos y disfrutar del sol y la playa. Qué ciudad tan completa. Pero acabé estando en más lugares para reseñar.
Aquella tarde noche teníamos reserva para hacer una visita guiada por Málaga titulada "Misterios y leyendas de Málaga" o algo parecido. Sin embargo, a la salida de una de sus librerías, vi en la puerta un cartel donde se anunciaba que esa tarde en el Museo de Málaga Irene Vallejo presentaba la segunda edición del cómic de "El infinito en un junco".
¿Hoy? ¿Esta tarde? ¿Aquí? ¡Y ahora ¿qué?! Buf. El maravilloso don de la ubicuidad aún no lo he alcanzado y mira que habré yo clamado al cielo y a todas sus divinidades por él. Recoloqué la vida en mi cabeza como si fuera el cubo de Rubik, compartí las dudas, los pros y los contras, y finalmente llamé la agencia para "llorarles" y ver si había posibilidad de cambiar la visita para el día siguiente porque ¡Compréndanlo! Irene Vallejo aquí ¡y yo también! Total, tres cuartos de hora antes de la hora prevista para la conferencia hacíamos fila para entrar porque nos avisaron de que estaría "petadísimo", tal y cómo comprobamos que realmente estaba. Mucha gente se quedó sin entrar pero ahí estaba yo, con sonrisa triunfante, en un rinconcito dispuesta a disfrutar de un diálogo que prometía ser muy interesante sobre uno de mis libros favoritos.
Siempre tengo tentaciones de releerlo. Lo leí en los ratitos de sobremesa de la pandemia. Siempre me acuerdo de aquella primavera, antes de volver a mi mesa del ordenador a teletrabajar por la tarde, leía en el patio, al sol, unas cuántas páginas de "El infinito en un junco". A sorbitos, porque el libro con sus casi quinientas paginitas, por mucho que nos gusten los libros y sus historias, no es para darse el atracón. Es un libro para saborearlo, para descubrir y aprender, disfrutando a ratos de cada pequeña explicación, cada mínima historia que contribuyó a la andadura de la lectura.
Era mayo, era Málaga, y mereció la pena el cambalache. Qué interesante la conferencia, cuánto cuenta Irene Vallejo, qué instructivo y ameno todo lo que se habló. Qué entretenido ese diálogo con Rocío García, profesora de Universidad. Y cómo se luce la vida cuando tantas cosas buenas se juntan: un destino, el tiempo libre, una siesta en la playa y después, el escritor de uno de tus libros de cabecera ahí, tan cerquita, al alcance de la mano para enriquecerte el día.
La literatura es una calcomanía que llevas pegada a la piel.
Y nunca te sientes más tú, que cuando la estudias, la lees o escribes.
¿Dónde te contagiaste de este mal que crece contigo?
Ese mal que ¿te persigue ?
¿O será que tú la persigues a ella?
Inventas "escapadas" pero no escapas de ella, sino que te mueves, sin saberlo, hasta encontrarla allá donde esté.
Como ocurrió en aquel tiempo por las calles de Málaga.
Allí encontraste las casas donde nacieron aquellos dos poetas de la Generación del 27. En la calle Strachan núm. 4 nació Manuel Altolaguirre. Te habías topado con él en aquella entrada que dedicaste a Concha Mendez porque fue su marido. Era poeta e impresor y juntos trabajaban en la imprenta.
"En 1932 Méndez y Altolaguirre se casan, lo que supone un escándalo pues ella era siete años mayor. Sus testigos son Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Lorca, Moreno Villa, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y Morla Lynch. Con la llegada de la guerra se exiliaron, primero en Cuba y después en México, de dónde ya sólo volvieron de visita."
Un poco más adelante, seguiste callejeando por los alrededores de la conocida y central calle Larios, y hallaste la Paloma Quiromántica, en la calle Bolsa.
La Farola de Málaga. Verano 2020 |
Y llovió.
Llovió y llovió tanto ese día, que se hizo un gran charco en el patio en el que se miraron todas las flores de otoño.
Los crisantemos y las flores del cactus, los cyclamen y las caléndulas, contemplándose en aquella superficie lisa y líquida, se nos volvieron nenúfares.
Y el agua, creciendo sobre el pavimento, nos rodeó,
nos invitó a entrar despacio en su ilusión.
Y no sé por qué lo hicimos,
pero sacamos la colección de faros.
Todos los que habíamos ido trayendo,
de aquí, de allí y de allá.
Todos los que habíamos ido guardando celosamente a salvo del paso del tiempo y la desmemoria, fuimos sacando al patio,
fuimos dispersando,
y recolocando entre aquellos improvisados nenufares.
Y era noviembre, y hacía frío,
pero miramos a nuestro alrededor,
y sonreímos.
Teníamos un mar, un mar nuestro.
Solo nos quedaba dejarnos llevar, mecernos, disfrutar.
E hicimos olas.
Os lo juro, las hicimos.
Con las palmas de nuestras manos, chapoteando entre sueños, inventamos olas.
Olas enormes, de cuatro metros algunas, y otras chiquitas, chiquitas y suaves, de esas que se deslizan y solo alcanzar a mojarte las plantas de los pies.
Las hicimos.
Muchas, muchas olas.
Olas que salpicaban los faros, que movían los nenúfares, que
nos dejaron sumergirnos en ellas, subirnos a su cresta, y
a lomos de su humedad
escapar,
escapar,
muy lejos de nuestra ciudad.
Faro de Puenta Doncella en Estepona. Verano 2020 |
El Faro de Torroz /Málaga) Conjunto arqueológico Villa Romana. Verano 2020 |
Faro de Calaburras (Mijas costa) Verano 2020 |
Faro de Marbella. Verano 2020 |