Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

miércoles, 8 de abril de 2020

"La madre de Frankenstein" de Almudena Grandes


Dice mi blog que ya está bien, que me ponga inmediatamente con las reseñas de los libros que he leído. Bueno me lo ha dicho en mayúsculas, así que supongo que más que decirlo, me lo ha gritado. Que barriobajero se puede llegar a poner, si supierais...

Pero es cierto que tenía un pelín abandonada esta sección. Así que, aunque se podía haber ahorrado las mayúsculas, le voy a hacer caso. 

El asombro (1954)

Cuando el taxi se detuvo ante el portal de Gaztambide 21, sentí que me faltaba el aire. El resto de los síntomas se manifestó muy deprisa, antes de que tuviera tiempo para autodiagnosticarme una dolencia que habría reconocido a tiempo en cualquier otro paciente.
—¿Le pasa algo, señor? —el taxista se volvió a mirarme con el ceño fruncido—. Se ha puesto usted muy blanco. ¿Quiere que le lleve a la Casa de Socorro?
—No, gracias —me esforcé por ralentizar el ritmo de mi respiración aunque sabía que la opresión en el pecho aumentaría—. ¿Cuánto le debo? —así aprendí que al controlar la hiperventilación también se disparaba la frecuencia de las palpitaciones cardíacas.


Así comienza el libro que, hace tres libros y valga la redundancia, me terminé: "La madre de Frankenstein". Que ya sé que lo sabéis, pero he decir que es de Almudena Grandes.

 Es el título que tocaba de la serie "Episidios de una Guerra Interminable". Ya nos leímos "Inés y la alegría", donde estuvimos en el Pirineo de Lerida, después nos fuimos a un cuartel de la Guardia Civil de Jaen con "El lector de Julio Verne". De ahí nos vinimos a Madrid para "Las tres bodas de Manolita" y saltando entre Madrid y Buenos Aires estuvimos con "Los pacientes del doctor García". A mí blog y a mí nos han gustado mucho todos. Cada uno con su historia y sus personajes pero los hemos disfrutado mucho, y eso que esta serie de alegre no tiene mucho. Pero... ya nos hemos encariñado con ella, con esos personajes que esperamos que aparezcan en alguno de los siguientes libros y sobre todo con la forma de narrar de Almudena Grandes con esas descripciones minuciosas con las que transmite tanto.

Bueno, pues le tocaba el turno a "La madre de Frankenstein" donde hemos estado a unos kilómetros de Madrid, en Ciempozuelos. Más concretamente en el psiquiatrico o manicomio de Ciempozuelos. Aunque también nos contará unos años en Suiza. Eso en lo que se refiere a las coordenadas locales.
En cuanto a las coordenadas temporales, como no podía ser de otra forma, hemos avanzado en el tiempo con respecto a las novelas anteriores, y ya estamos situados en los años 50. Más concretamente se va a centrar en el binomio de años comprendido entre el año 1954 y 1956, pero la trama retrocederá hasta los años de la guerra civil, y después saltará hasta el año 1979. Comprende un período extenso de años, eso le da mucha profundidad a la historia y sobre todo mucha agilidad a la narración cuando avanza y retrocede.

Es una historia que se va a desarrollar en torno a la figura de la famosa Aurora Rodríguez. Señora muy culta de su tiempo, idealista, feminista, que se obsesionó con tener a la hija perfecta en la figura de Hildegart. Pero como pasado un tiempo ya no se lo parecía tanto, y se creía dueña de su obra, asesinó de cuatro tiros a su hija cuando a punto de cumplir los 18 ésta le anunció que se iba a marchar de casa. Tremendo sí. Y tranquilos, que no os estoy descubriendo nada porque es un episodio muy conocido de aquel tiempo y desde el que parte la novela.

Los protagonistas de la historia son Germán Velázquez, un psiquiatra, que conoce a Aurora Rodríguez de niño, y la vuelve a encontrar en ese manicomio al cabo de los años cuando vuelve a España para trabajar en Ciempozuelos donde está recluída. Y María Castejón, huerfana y cuidadora de Aurora. Son personajes fascinantes tan bien perfilados que se vuelven reales y te los crees totalmente. Ya sabemos de la maestría de la autora a la hora de crear sus personajes. Siempre en sus libros destacan. Luego el triangulo protagonista de esta novela serían Germán, María y la misma Aurora que orbita entre ellos.
Y si hablamos de personajes tenemos que decir que tropezaremos con algunos muy conocidos y reales de aquella época como son los psiquiatras Antonio Vallejo Nájera, militar y catedrático y Juan José López Ibor, uno de los médicos más radicales y famosos por algunas de sus técnicas para "curar" la homosexualidad. Y por supuesto nos reencontramos con alegría con otros que ya habían aparecido en otras obras de la serie, como Pepe el Portugués de El lector de Julio Verne, o Rita de "Las tres bodas de Manolita" y alguno que otro más. 

"—Mamá.
La piel de su rostro, tan fina y arrugada como la de mis zapatillas favoritas, me impresionó menos que su melena desaparecida, el pelo ralo y canoso, corto, que transparentaba ahora el contorno de su cráneo. Pero nada me preocupó más que el volumen que había perdido su cuerpo, la desconocida, huesuda delicadeza de los brazos que me rodeaban, la crueldad del aire que rellenaba el contorno de su cintura, el grito de sus costillas, visibles sobre la ausente redondez de sus caderas. Y sin embargo era ella, seguía siendo ella y estaba allí. Era mi madre y la llamé muchas veces, mamá, mamá, mamá, sólo por escucharme decir esa palabra, por pronunciar dos sílabas idénticas que muchas veces había temido no volver a pronunciar jamás.
—¡Ay, Germán! —musitó mi nombre mientras me abrazaba, y separó su cabeza de la mía para mirarme con una sonrisa abierta, las mejillas empapadas en llanto—. Germán, hijo mío, no sabes cómo me alegro… Ahora ya no me importaría morirme, de verdad te lo digo —y me besó muchas veces en los mofletes, haciendo ruido, como cuando era pequeño—. ¡Ay, cariño! Pero qué bien estás, y qué mayor, si eras un crío cuando… —me tocaba la cara, el cuello, los hombros, como si no pudiera verlos, y se echó a reír, y dejó de llorar—. No me puedo creer que estés aquí, aunque la verdad es que no entiendo…
—tiró suavemente de mí para meterme en el recibidor y, aunque cerró la puerta, su voz descendió en un segundo, como un animal bien domesticado, hasta el volumen de un susurro—. Con lo bien que estabas en Suiza, sigo pensando que no deberías haber vuelto."


Tengo que decir que lo que menos me ha gustado de esta obra ha sido el final. Me ha resultado un poco atropellado el ritmo en las últimas páginas. Y además me hubiera gustado que terminara de otra forma. Pero bueno, no es que esté mal escrito, por supuesto, sino que yo quería otro destino para los protagonistas. En fin, no siempre los finales nos tienen que gustar.

En cualquier caso, es una novela muy recomendable, como todas las de Almudena Grandes. Yo la he disfrutado tanto como las anteriores, porque es muy emotiva. Está impecablemente escrita, en primera persona pero contada por distintos narradores, un multiperspectivismo que resulta muy esclarecedor y ahonda en el perfil psicológico del personaje que lo cuenta. Ya he resaltado sus descripciones minuciosas, el diseccionamiento que logra la escritora de los sentimientos. También hay que resaltar ese humor que palpita bajo el ambiente gris que quiere trasmitir. La ironía que subyace en muchas escenas. En conjunto tiene la virtud de trasladarte totalmente a aquel ambiente de los años 50 en Madrid y su provincia, que no debía ser la verdad ni muy alegre ni muy espontáneo. Y al mismo tiempo logra que te enamores de sus personajes, que vivas con ellos todo el tiempo que dura la lectura de la novela y a los que ya estás echando de menos cuando en las últimas páginas ves que los vas a perder de vista. Lo bueno de esta autora es que puede volver a traer a alguno de ellos en la próxima que ya estamos esperando.


#Almudena Grandes
#Novela

sábado, 4 de abril de 2020

"Vailima" de Aute. La literatura hecha canción.



Hoy se nos ha ido Luis Eduardo Aute.

La de veces que habré pasado apuntes, o limpiado o habré hecho mil cosas, sobre todo en mi adolescencia, con la voz de Aute de fondo.

Tenía yo entonces muchas cintas de casette grabadas suyas y un vinilo, el de "Fuga".
Tenía, muchas canciones favoritas que ponía una detrás de otra, tarareándolas de principio a fín.
Y tenía también un concierto en una cinta de video, ya no sé si beta o vhs, donde salía mi Aute con una camisa blanca cantando "Dos o tres segundos de ternura" que debí ver millones de veces.

Tengo la voz de Aute trenzada conmigo en la memoria.

En fin...
 

He pensado que, como pequeño homenaje, volvería a dejaros una entrada de este blog de diciembre de 2014. En ella inaugurábamos una sección que llamamos "Literatura y Música", donde nos íbamos a detener en las canciones que encierran literatura.

Entonces quise empezar con la canción "Vailima" de Aute.
Y así empezaría siempre.



Vamos a empezar con "Vailima" de Luis Eduardo Aute, qué preciosa canción:






Os dejo con la letra de la canción de Aute:

También pudiera ser
que huyéramos hacia el azul
con rumbo a un atolón
perdido en los mares del sur,
y allí te construiría
con corales y bambú
una cabaña bajo
un silencioso alud
de blanca luz.
Veríamos junto a las olas
a Daniel Defoe
bebiendo con John Silver
un barril de viejo ron,
a Robert Louis Stevenson
con una leve tos
jugándose a Maureen O'hara
al dominó
con Robinson.
Y el tesoro de la isla
yace bajo algunas rimas
en la cumbre prohibida
de Vaea, en Vailima.
Baroja y Joseph Conrad
raptarían a Melville
para ponerlo a salvo
de la airada Moby Dick;
con Shanti Andía bailaría
un tamouré Lord Jim,
cantado por Jacques Brel
desde su Plat Pays
en Tahití.
Del brazo irían Garfio
y Don Ramón del Valle-Inclán,
colgados de una nube
del Mar de Nunca jamás,
y el feo Bradomín,
católico y sentimental,
daría sus dos brazos
por poder volar
con Peter Pan.
Y el tesoro de la isla...
En la familia Robinson
habría un niño más,
el Pequeño Salvaje
que soñara Marryat;
perdido entre una flor
y una vahiné de Paul Gauguin,
Jonathan Wyss escribiría
con champán:
Felicidad.
En la taberna de Colón
sería carnaval,
Salgari se disfrazaría
de Cápitan Grant,
de carabela, Verne,
de Jack London, Sandokán,
de Yvonne de Carlo, tú,
yo, de lobo de Mar,
o de Simbad.
Y el tesoro de la isla...

Luis Eduardo Aute
Vailima 


#Aute
#Vailima

miércoles, 1 de abril de 2020

Juan José Luna.- "El Luna"



Se nos ha muerto "El Luna" me ha dicho, con ojos tristes, la adolescente que me devuelve a mis tiempos de instituto.

Cuando se enteró ayer, último día de este marzo cruel que apenas ha terminado, sintió un pellizco en el corazón.
Otro.

"El Luna..." ¿Te acuerdas? me dijo zarandeándome desde mi interior. Que se ha muerto...

Por fuera, y a la vista de los adolescentes de ahora, verás una "una señora", pero por dentro me acuerdo de aquellos años míos como si hubieran ocurrido ayer, he dicho harta ya de sus recriminaciones a mi yo adolescente. Me acuerdo de todo, le he repetido, sin emitir una sola palabra.

Porque si te dió clase alguien así, ¿sabes? he seguido diciéndole, no le olvidas ni queriendo.

"El Luna" cómo decíamos entonces, era distinto, peculiar, especial.

¿Te acuerdas de aquel día que nos hizo a todas enseñarle las manos porque se horrorizó de las uñas pintadas de negro de una compañera de la primera fila? ¿Y te acuerdas de aquel día que le dijo a Jaime "Señor Leroy deje usted de saltar por encima de las mesas"? ¿Y te acuerdas de...?

Mil y una anécdotas llegan en tropel envueltas en una sonrisa. Eran los tiempos de FAMA, y de las risas.  Los tiempos de la adolescencia y el Instituto, los del parque y los amigos. Los tiempos de la pasión más absoluta en los sentimientos y las vivencias. Todo era tan trascendental como si se fuera a terminarse el mundo al minuto siguiente.

"El Luna" era un caballero de mediana edad, nos parecía entonces, aunque vete tú a saber cuántos años tendría, que se preocupaba por la estética de nuestras uñas, además de por nuestros conocimientos de Arte. Sus clases eran mágicas. Sabía muchísimo pero lo explicaba, lo transmitía, aún mejor. Aunque ¡cuidado con él! era ocurrente y expresivo, su humor era irónico y afilado, sus modales exquisitos, pero sabía imponer respeto como ninguno. 

Ni una mosca se escuchaba cuando él explicaba. Y cuando te contaba sus viajes, lograba encandilarte hasta el punto de verte allí a dónde hubieras viajado con él; eran tan coloreadas, tan precisas sus descripciones, que lograba que desearas conocer inmediatamente aquel lugar.

¿Y te acuerdas del último éxamen? Cómo olvidar el último examen de Arte de aquel COU, el último curso divertido de mi vida. 

Cuando ya estábamos todos sentados cada uno en su mesa, distanciados y preparados para comenzar el éxamen  comenzó a nombrarnos solo a algunos. Entre ellos yo. ¡¿Pero ahora porqué nos nombra?! grité en mi interior, reconcomida de nervios, sintiéndome parte de algo que no entendía, mientras me decía que con tanta historia a mí se me iban a olvidar la mitad de las cosas, con la de materia que entraba en el examen y que había tenido que memorizar y memorizar.

Pero "al Luna" le gustaban las sorpresas, le gustaba azuzarnos con las palabras, dejarnos boquiabiertos y expectantes. "Pues bien señores, dijo despacio y entre silencios, todos estas personas que he nombrado pueden levantarse e irse, están aprobados". "¿Cómo? ¿Sin hacer el éxamen?" "Si se quieren quedar por si suben nota... pueden hacerlo. Pero claro, también podrían suspender...".

Nos faltó tiempo para levantamos todos inmediatamente y salir de aquella clase, aún perplejos, aún atacaditos de nervios, pero allí no se quedó ni uno de los nombrados. Todos nos quedamos con la media que nos salía de las dos primeras evaluaciones.

Qué tío "El Luna".



Se nos ha muerto "El Luna" me ha dicho, con ojos tristes, la adolescente, que aún palpita dentro de mí y me devuelve a mis tiempos de instituto.

"El Luna", uno de los mejores profesores que he tenido en la vida. Mi profe de Historia del Arte en COU en el INB Conde de Orgaz.

Un lujo de profesor y apenas lo sabíamos.

Un lujo.



Muere el historiador de arte Juan José Luna a los 74 años

Fue conservador del Museo del Prado y un gran conocedor de la influencia artística francesa en España

Juan José Luna durante una conferencia en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
Juan José Luna durante una conferencia en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
Juan José Luna, ex conservador del Museo del Prado, falleció este fin de semana a los 74 años. Entró a trabajar en la institución en 1980 -aunque colaboraba desde 1969, con 23 años- y fue Jefe de pintura francesa, inglesa y alemana de 1986 a 2002, y de las pinturas del siglo XVIII, desde 2003 hasta su jubilación. Su especialidad fue la influencia del arte francés en España, sobre todo en el siglo XVIII, a pesar de la falta de interés popular por este momento histórico y de lo mucho que se lamentaba por ello. De hecho, los primeros estudios que se publicaron en España sobre las colecciones de pintura francesa se los debemos a sus investigaciones.

https://elpais.com/cultura/2020-03-30/muere-el-historiador-de-arte-juan-jose-luna-a-los-74-anos.html



Adiós a Juan José Luna, una vida de pasión por la historia del arte

El director adjunto de Conservación e Investigación del Prado evoca la figura de quien fuera jefe de Departamento de Pintura del siglo XVIII del museo Actualizado:


A mediados de los años 80 del siglo pasado Juan José Luna (1946-2020) era conservador de Pintura Francesa, Inglesa y Alemana del Museo del Prado, antes de ascender en 2003 a jefe de Departamento de Pintura del siglo XVIII. En esa época yo era becario del Instituto Diego Velázquez, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En cierta ocasión me sorprendió con una llamada telefónica en la que me ofrecía la que fue mi primera conferencia en el Prado. Al advertir mi sorpresa, me propuso sin dudar: “Panini” y, tras una breve conversación, colgó el teléfono.
 
 

Este abril no será el mes más cruel





Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.

La tierra baldía de T.S. Eliot



En este año 2020 el mes más cruel no será abril, sino el terrible marzo que acabamos de pasar. Ese ha sido.

Este abril, como seguía el poema, será el que nos mantendrá cálidos nutriendo nuestras pequeñas e importantes vidas.

Va a ser así.

Ya veréis.


El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
una pequeña vida con tubérculos secos.
...
La tierra baldía de T.S. Eliot.




martes, 24 de marzo de 2020

De la infodemia, el cuarentenar, y otras nuevas palabrotas hasta Delibes y Asterix



Era un 24 de marzo y acababais de aplaudir. 
Porque todos los días a las 8 de la tarde aplaudíais, quién os lo hubiera dicho un mes antes, quince días antes. Cuánto aplaudirías aquella primavera.

Era un 24 de marzo y los síntomas eran evidentes, te dolía la cabeza y te parecía que solo escuchabas la misma información y el mismo tema, a todas horas, en la radio y la televisión, todos los días, en el guasap y el twitter, siempre, siempre.

No había duda, tenías suerte y solo habías enfermado de "infodemia". Una palabra nueva, para designar un mal nuevo, la sobreabundancia de información sobre un mismo tema.

Eran los tiempos del "estado de alarma", tres palabras minúsculas para designar algo grande, algo que nunca habías vivido, algo que esperabas no volver a vivir. Eran tiempos de los ERTE, no de los ERTES decían los académicos, mejor los ERTE sin s final. Eran también tiempos de "cuarentenar", poner en cuarentena a tu persona. Porque eran los tiempos de un bicho, un virus, el coronavirus, y una enfermedad la COVID-19, con artículo femenino, con mayúsculas, con 19 y sobre todo muy mala leche.

Tiempos feos, pero también nuevos, que habían traido verbos y palabras nuevas, que ya decidiría la Real Academia si nos los quedábamos o no.

Para ponerte a resguardo de la "infodemia", tú que ya estabas cuarentenada, quisiste resguardarte bajo el paraguas de la literatura.

 "Rogad a Dios en caridad por el alma de D. Mario Díez Collado, que descansó en el Señor, confortado con los Auxilios Espirituales, el 24 de marzo de 1966, a los 49 años de edad. R.I.P."

 Así comienzaba aquel libro que en su día leíste y que luego disfrutaste en el teatro "Cinco horas con Mario" de Miguel Delibes. Qué bueno Delibes, y qué buena Lola Herrera representando a Carmen Sotillos, la esposa de Mario, el muerto. "El famoso Mario" murió un 24 de marzo. 

Te lo había recordado un libro que también te parecía muy curioso: "Los libros y los días" de Anna Folqué. Una entrada literaria para cada día.   

Era un 24 de marzo y también, en ese 24 de marzo, había fallecido el dibujante de Asterix y Obelix, Albert Uderzo. No lo había matado el coronavirus, decían que había sido el corazón que no aguantó más, tenía ya 92 años. 
El genial dibujante era daltónico. ¿No era increible? 

¿Quién no había leído alguna vez Asterix? Decían que Uderzo prefería a Obelix en vez de a Asterix. Tú nunca podrías decidirte por ninguno. Pero lo más increible de todo, era que en el año 2017, en uno de sus álbumes, un personaje se llamaba, ay infeliz que te querías evadir, se llamaba ¡coronavirus!.

Era 24 de marzo de 2020.

Y ningún paraguas, ni siquiera el de la literatura, podía resguardarte de la "infodemia".


#infodemia
#cuarentenar
#estadodealarma
#ERTE
#COVID-19
#coronavirus
#Asterix
#Delibes

sábado, 21 de marzo de 2020

Madrid de 2020, 21 de marzo. Día de la Poesía. Eduardo Galeano

Ilustración de Cin Wololo




Ahora que todos los días son raros. 

Ahora que dicen que es primavera pero en Madrid el día es gris y llueve despacito. 

Ahora que este marzo es tan triste y en el metro vamos, cuando no nos queda más remedio que ir, a tres metros uno de otro, con mascarillas algunos, con guantes casi todos, mientras la megafonía dice que nos extendamos por los ándenes, alejándonos al máximo los unos de los otros.  

Ahora que todas las tardes salimos a las ventanas a aplaudir a los que nos cuidan, a los que nos curan.

Ahora que parece mentira que en Madrid estemos muriendo tantos, incluso en los pasillos, porque no llegan los respiradores para todos. 

Ahora que dicen que es el día de la Poesía y del Síndrome de Down, y de los bosques y de no se cuántas más cosas, cosas grandes por las que luchar, pero no debemos salir de nuestras casas. No debemos.

Ahora que ya no nos dejan abrazarnos,

                                                              quizá sea el mejor día para compartir una historia preciosa de un libro titulado "El Libro de los Abrazos" donde habla de gente pequeña pero grande, gente que no es más, ni menos, que un mar de fueguitos.



Un Mar de Fueguitos

Un hombre del pueblo de Negua, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

-El mundo es eso – reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

 

Eduardo Galeano

El Libro de los Abrazos 


#EduardoGaleano

jueves, 19 de marzo de 2020

19 de marzo. Día del Padre




Una línea azul


La línea que separa la niñez del resto de mi vida es de color azul.

Del mismo tono de las prendas que nunca colorearán mi armario, esas que nunca colgarán de mis hombros destiñendo mi paso, ese azul de glaciar que emborronó mi principio y aborrezco.

Tenía ocho años y la certeza absoluta de que mi vida nunca cambiaría. Si acaso se salpicaría de saltos breves y alegres, remolinos en la corriente placida de aquellos días, probarse mil vestidos de comunión y asistir emocionada desde el otro lado de la pantalla al tortazo que después de cientos de capítulos al fin le daba Laura Ingalls a Nely Olesson. 

Cuando en el colegio las monjas comenzaron a preguntarme, comprendí que algo no iba bien, pero me acostumbre a disfrazar el escalofrío con que me encogía la pregunta con una sonrisa fugaz, dejando escapar un “bien, bien” educado y veloz que no diera lugar a más. Se me iban colando sin yo querer, se iban haciendo hueco en mi vida cambios que amenazaron nuestros días, que mi padre dejara de trabajar, que creciera la montaña de medicinas sobre la mesilla, que se sucedieran las visitas de compañeros y amigos. No quería enterarme, no quería saber por nada del mundo el final de esa película que no presentía feliz. 

Hasta que llegó el día que un inmenso vacío congeló el rumbo de mi brújula infantil, aquel noviembre se volvieron borrosas las coordenadas de nuestra vida y el azul de un montón de telegramas que nos envió la muerte fue entrelazándose en un cajón de la cómoda de mi madre, trazando una gruesa línea de separación.  

La línea que separa la niñez del resto de mi vida es azul, azul telegrama, azul glaciar.



@Rocío Díaz Gómez 




#Microrrelatos
#DíadelPadre