SEÑORA- Es lo que yo digo: que hay gente muy mala por el mundo...
AMIGO- Muy mala, señora Gregoria.
SEÑORA- Y que a perro flaco to son pulgas.
AMIGO- También.
MARIDO- Pero, al fin y al cabo, no hay mal que cien años dure, ¿no cree usté?
AMIGO- Eso, desde luego. Como que después de un día viene otro, y Dios aprieta, pero no ahoga.
MARIDO- ¡Ahí le duele! Claro que agua pasá
no mueve molino, pero yo me asocié con el Melecio por aquello de que
más ven cuatro ojos que dos y porque lo que uno no piensa se le ocurre
al otro. Pero de casta le viene al galgo ser rabilargo: el padre de
Melecio siempre ha sido de los de quítate tú pa ponerme yo, y de tal
palo tal astilla, y genio y figura hasta la sepultura. Total: que el tal
Melecio empezó a asomar la oreja, y yo a darme cuenta, porque por el
humo se sabe dónde está el fuego.
AMIGO-Que lo que ca uno vale a la cara le sale.
SEÑORA- Y que antes se pilla a un embustero que a un cojo.
MARIDO- Eso es. Y como no hay que olvidar
que de fuera vendrá quien de casa te echará, yo me dije digo: "Hasta
aquí hemos llegao; se acabó lo que se daba; tanto va el cántaro a la
fuente que al fin se rompe; ca uno en su casa y Dios en la de tos; y a
mal tiempo buena cara y pa luego es tarde, que reirá mejor el que ría el
último".
SEÑORA- Y los malos ratos pásalos pronto.
MARIDO- ¡Cabal! Conque le abordé al
Melecio porque los hombres hablando se entienden, y le dije: "Las cosas
claras y el chocolate espeso; esto pasa de castaño oscuro, así que cruz y
raya y tu por un lao y yo por otro; ahí te quedas, mundo amargo, y si
te he visto no me acuerdo". ¿Y qué le parece que hizo él?
AMIGO- ¿El qué?
MARIDO- Pues contestarme con un refrán.
AMIGO- ¿Que le contestó a usté con un refrán?
SEÑORA- ¡¡ Con un refrán, señor Eloy !!
AMIGO- ¡Ay, qué tío más cínico!
MARIDO- ¿Qué le parece?
SEÑORA- ¿Será sinvergüenza?
AMIGO- Hombre, ese tío es un canalla capaz de tó.
Me he terminado ya de leer "Eloísa está debajo de un almendro" de Enrique Jardiel Poncela.
Yo tenía el recuerdo de esta obra de cuando me llevaron en el Instituto a verla al teatro Español de Madrid. No quiero ni echar la cuenta de cuántos años hace pero muchos desde luego. Sin embargo yo seguía recordando ese escenario llenito de muebles por el que los personajes tienen que ir buscando el camino para andar. Eso, y la sonrisa que uno no podía dejar de tener mientras veía la obra. Pero nunca la había leído.
Es cortita la lee una volando. Y claro es muy amena, muy entretenida y te diviertes. Es el teatro del absurdo donde todos los personajes están medio locos, o locos del todo.
Argumento: Mariana de la familia de los Briones, está enamorada de Fernando Ojeda, un hombre misterioso a quién a veces adora y a otros ratos odia según ella porque él cambia. Su tía Clotilde cree que eso que le pasa a su sobrina no es muy normal... En principio la más cuerda de la familia de los Briones es tía Clotilde quién a su vez siente algo por el tío de Fernando Ojeda, Ezequiel, tío que por otro lado parece esconder algún turbio secreto...
Los personajes son las dos familias: Los Briones que la mayoría están locos (Mariana, Clotilde, Edgardo, Micaela, Julia...) y Los Ojeda (Fernando, Ezequiel), más los mayordomos respectivos y algun que otro personaje más, un buen número de ellos, que solo sale en el prólogo donde están en un cine. Aunque los principales son Micaela y Fernando, Clotilde y Ezequiel que ya salen en el prólogo y son los únicos que continuarán a los actos siguientes.
La estructura de la obra de teatro es un prólogo y dos actos, que se traduce en tres escenarios diferentes: un cine de barrio, y dos casas de familias "bien" a cual más loca.
El prólogo se desarrolla en un cine, como decíamos. Ahí se despliega el lenguaje costumbrista en todo su esplendor en boca de todos esos personajes que no van a volver a intervenir más en la obra pero con el que el autor hace una distinción clara entre las dos clases sociales, la de nuestros protagonistas que están ahí y la de los que usualmente van a ese cine de barrio. El prólogo del cine me ha encantado. El lenguaje fresco, ameno de esos personajes impregnado de los refranes, el ingenio, los piropos, los juegos verbales y los personajes disparatados: el que se ondula el pelo tirándose de cabeza contra los cierres metálicos, el personaje que está dormido todo el rato... Qué buena recreación de aquel tiempo y de aquel ambiente de barrio. El autor consigue ya zambullirnos en ese humor para prepararnos ya para el resto de la obra puesto que ya nos ha presentados a los cuatro protagonistas que se habían colado en aquel cine resaltando entre todos los demás.
"Claro que no pretendo encontrar sensatez y lógica en tus acciones,
porque si procedieras sensatamente no serías de la familia... Tu abuela,
que en gloria esté, le hacía vestiditos y sombreritos a todas las
cerillas que caían en sus manos; y tu pobre abuelo se pasó los últimos
diez años de su vida pelando guisantes. Si es el tío Cecilio, aquél
ingresó muy joven en un manicomio, y cuando ya estaba curado no quiso
abandonar el manicomio, porque se empeñó en casarse con el director, que
era un señor muy serio y con lentes; de donde se dedujo que quizá no
estaba curado del todo. De tu padre y de mi tía Micaela, más vale no
hablar, porque bastante nos hacen hablar ellos en casa. Por lo que
afecta a tu hermana, corramos un velo, y con respecto a mí, bajemos un
telón metálico." (Prólogo, Pág. 44)
Después llega el primer acto en el que ya nos metemos en la casa de los Briones. La escena es un escenario abarrotado de muebles por donde los personajes se mueven siguiendo unos caminos. A partir de aquí cambia el lenguaje porque el argumento nos ha traido a una casa de la clase social alta, pero sin embargo como la mayoría estan locos, la trama y los diálogos son hilarantes.
EDGARDO.—¿Le extraña a usted que yo lleve acostado, sin levantarme, veintiún años?
LEONCIO.—No, señor. Eso le pasa a casi todo el mundo.
EDGARDO.—Y que yo borde en sedas, ¿le extraña?
LEONCIO.—Menos. ¡Quién fuera el señor! Siempre he lamentado que mis
padres no me enseñasen a bordar, pero los pobrecillos no veían más allá
de sus narices.
EDGARDO.—(Satisfecho.) Muy bien, muy bien. Excelente. (Deja el bastidor a un lado.)
FERMÍN.—(Aparte, a LEONCIO.) Ahora, el ejercicio práctico… Recuerde bien todo lo que le he dicho.
EDGARDO.—(A LEONCIO.) Cierre usted los ojos y eche a andar en línea recta hasta aquí. (LEONCIO obedece y llega hasta la cama.) ¡Basta! ¡Perfecto! Ahora vuélvase de espaldas. (LEONCIO
se vuelve de cara al público. EDGARDO aprieta un botón de timbre de los
varios que han a la cabecera y se oye sonar el timbre dentro.) ¿Dónde ha sonado ese timbre?
LEONCIO.—En el salón. (A un gesto de FERMÍN.) Digo, en el vestíbulo.
EDGARDO.—(Haciendo sonar otro, que se oye también dentro.) ¿Y ese otro?
LEONCIO.—(A una señal de FERMÍN, que simula leer.) En la biblioteca.
EDGARDO.—(Haciendo sonar otro, que se oye dentro asimismo.) ¿Y éste?
LEONCIO.—En… En… (FERMÍN hace ademán de jugar al billar.) En la sala del billar.
EDGARDO.—Bien. Cierre otra vez los ojos. (LEONCIO obedece. EDGARDO
coge una pistola del estante y se la dispara al lado de LEONCIO, sin que
éste se conmueva en modo alguno.) ¿Le molestó el tiro?
LEONCIO.—Me produjo más bien una sensación agradable.
EDGARDO.—(Contento, a FERMÍN.) Oye, me parece que este chico nos va a servir, Fermín.
FERMÍN.—Ya le dije al señor que le gustaría.
Y en el segundo acto estaremos en la casa de los Ojeda, donde se supone que son más cuerdos pero sin embargo tienen un armario que se abre solo chirriándo, una alacena oculta, una prenda y un cuchillo lleno de sangre... Es decit tiene los suficientes elementos fantásticos como para que el lector no pierda el interés sino que lo aumente.
En fin que me ha gustado mucho "Eloisa está debajo de un almendro". Me ha gustado sobre todo porque el autor juega con el lenguaje como quiere. Es un virtuoso porque tan pronto te empapa de ese lenguaje coloquial, fresco, arrabalero de la calle, como te va dejando sabias reflexiones profundas. Su manejo de los diálogos es buenísimo, y las acotaciones también son precisas y detalladas con lo cual te ayuda mucho a imaginarse la escena a la perfección.
Por otra parte ha sabido crear todo un desfile de personajes a cual más disparado pero muy creíbles todos. Todo ello unido a un ritmo narrativo que no decae en ningún momento nos devuelve una obra de teatro muy atractiva, muy entretenida y divertida.
Pero bueno mejor que estar contandoos ésto, cerramos la entrada con otro fragmento ¿no? Pues aquí va:
[…]MICAELA.—(Digna y pesarosa.) Bien
está. Cuando yo digo que ésta es una casa de locos... Irse a San Sebastián esta
noche, justamente esta noche, que toca ladrones... (Dando un enorme suspiro.)
¡En fin! Por fortuna, vigilo yo y vigilan Caín y Abel (Por los perros.), que si
no estuviéramos aquí nosotros tres, no sé lo que sería de todos... (Se va por
el primero derecha, llevándose a remolque a los dos perros.)
LEONCIO.—(Estupefacto.) ¿Quién es ésa?
FERMÍN.—La hermana mayor del señor.
LEONCIO.—¿Y qué es eso de que esta noche
toca ladrones?
FERMÍN.—Pues que se empeña en que vienen
ladrones todos los sábados. Está más perturbada aún que el señor; es un decir.
De día no sale nunca de su cuarto y ésta es la que colecciona búhos. Tal como
usted la ve, con los perros a la rastra, se pasará toda la noche en claro, del
jardín a la casa y de la casa al jardín.
LEONCIO.—Pues habría que oírles a los
perros si supieran hablar.
FERMÍN.—Creo que están aprendiendo para
desahogarse.
LEONCIO.—(Riendo.) ¡Hombre! Eso me ha
hecho gracia...
FERMÍN.—¡Chis! No se ría usted, que aquí
las risas están muy mal vistas.
(Por la escalera del fondo surge
entonces como un obús Práxedes. Es una muchacha pequeña y menuda que
personifica la velocidad. Trae una bandeja grande con una cena completa, dos
botellas, vasos, mantelería, etc., y avanza con todos sus bártulos, como un
gato por un vasar,
vertiginosamente y sin rozar ni un objeto, hasta una mesa donde deposita la
bandeja, y, con rapidez nunca vista, arregla y sirve un cubierto sin dejar un
instante de hablar, no se sabe si con Fermín o consigo misma.)
PRÁXEDES.—¿Se puede? Sí, porque no hay
nadie. ¿Que no hay nadie? Bueno, hay alguien, pero como si no hubiera nadie.
¡Hola! ¿Qué hay? ¿Qué haces aquí? Perdiendo el tiempo, ¿no? Tú dirás que no,
pero yo digo que sí. ¿Qué? ¡Ah! Bueno, por eso... ¿Que por qué vengo? Porque me
lo han mandado. ¿Quién? La señora mayor. ¿Que qué traigo? La cena de la señora,
porque es sábado y esta noche tiene que vigilar. ¿Que por qué cena vigilando?
Pues porque no va a vigilar sin cenar. ¿Te parece mal que vigile? Y a mí
también. Pero ¿podemos nosotros remediarlo? ¡Ah! Bueno, por eso... Y ahora a
dejárselo todo dispuesto y a su gusto. ¿Que lo hago demasiado deprisa? Es mi
genio. Pero ¿lo hago mal? ¿No? ¡Ah! Bueno, por eso... Y no hablemos más. Ya
está: en un voleo. ¿Bebidas? ¡Claro! No iba a comer sin beber. Aunque tú bebes
aunque no comas. ¿Lo niegas? Bien. Allá tú. Pero ¿es cierto, sí o no? ¿Sí? ¡Ah!
Bueno, por eso. (Yendo hacia Fermín y Leoncio.) ¿Y la señora? ¿Se fue? Lo
supongo. Por aquí, ¿verdad? (El primero derecha.) Como si lo viera. ¿Que si voy
a llamarla? Sí. (Señalando a Leoncio y mirándole.) Éste va a ser el criado
nuevo, ¿no? Pues por la pinta no me parece gran cosa. ¿Que sí lo es? ¡Ah!
Bueno, por eso... Aquí lo que nos hace falta es gente lista. Ahí os quedáis.
(Inicia el mutis.) ¿Decíais algo? ¿Sí? ¿El qué? ¿Que no decías nada? ¡Ah! Bueno,
por eso... (Se va por el primero derecha.)
LEONCIO.—Y ésta es otra loca de la
familia, claro.
FERMÍN.—No. Ésta es la señorita de
compañía de doña Micaela y está en su juicio.
LEONCIO.—¿Que está en su juicio?
FERMÍN.—Sí. ¿Es que ha notado usted algo
raro en ella?
LEONCIO.—¿Cómo que si he notado algo
raro en ella? ¿Y usted no nota nada oyéndola hablar?
FERMÍN.—Yo es que ya no discierno,
acostumbrado como estoy a... ¡Claro! Si no podré aguantar ni ocho días más...
Si también el criado que estuvo antes que yo perdió la chaveta...
LEONCIO.—¡Pero hombre!