Desde que te fuiste no solo arde mi teléfono esperando que llames, arde Madrid entero.
Salgo muy de mañana para que mi piel se enfríe unos grados, camino deprisa, que el molinillo de mis brazos y piernas moviéndose en torno a mí enfríe a mi sombra, a mis huellas, a tu lejano recuerdo.
Agosto es rojo oscuro en todos los mapas.
Abro de par en par las ventanas de casa, dejo que se cuele un viento que hierve. No importa.
Quizá el enorme remolino me estampe contra el primer mural que mire al norte.
Un mural tan recién pintado, como un amor que comienza.
Un mural que me deje vivir dentro de él hasta el otoño. Que me preste una vida de mentiras tibias.
Rezo a la Virgen de la Cueva para que vuelvas
empapado de lluvia.
Rezo a la lluvia
para que no tenga clemencia.
Agosto entero arde,
y no llamas.
Todos los murales son de Madrid, unos regalados como el primero que me lo mandó mi amiga Marián, y el resto fotografiados por mí.
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