Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

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domingo, 21 de junio de 2015

Artículo de escritores y el café


Hoy nos vamos a desayunar un artículo sobre los escritores y el café. De "Libropatas", al final os dejo el enlace.

Espero que os guste:




A los escritores les gusta el café. Les gusta mucho. Tanto que no es nada difícil encontrar artículos en la prensa de medio mundo que se preguntan si se puede ser escritor sin beber esa sustancia. Por supuesto, las estadísticas de bebedores de café y profesiones dejan claro que los escritores son unos de sus principales consumidores. Claro que en todo hay grados. Y algunos beben más (o más raro) que otros.
1. Honoré de Balzac y su adición al café. ¿Era Honoré de Balzac un adicto al café? El escritor bebía unas 50 tazas de café diarias, ya que tenía una  rutina de trabajo bastante ‘salvaje’ (se levantaba para escribir a la 1 de la madrugada) y maratoniana (era capaz de estar trabajando 15 horas seguidas). Como nos explican en el fabuloso Rituales cotidianos: Cómo trabajan los artistas, el escritor tenía una forma curiosa de alternar períodos en los que no hacía nada con auténticas “orgías de trabajo”. Su entusiasmo por el café y sus efectos era tal que acabó comiendo directamente los granos de café.
2. Søren Kierkegaard y su colección. Kierkegaard escribía por las noches porque necesitaba el silencio, así que necesitaba café para mantenerse despierto. Lo tomaba con mucho azúcar y en una de las 50 tazas que poseía (a juego con su platillo). Todas eran distintas y su secretario tenía que elegir la que emplearía ese día. Luego tenía que explicar las razones por las que se había quedado con esa taza y no con cualquier otra.
3. Marcel Proust y su monótona alimentación. El café no le servía a Proust para mantenerse despierto… en realidad era lo único que tomaba. En su última etapa, cuando se encerró a escribir la monumental En busca del tiempo perdido solo se alimentaba de café con leche y croissants. Una dieta interesante. 
4. Voltaire y su record. Si Balzac era un adicto al café, el filósofo Voltaire lo era incluso más. Tomaba café de unas 50 a 72 veces por día, lo cual es posiblemente más de todo el café que nos tomamos cualquiera de nosotros en una semana. Teniendo en cuenta que durante su vida Voltaire escribió unas obra especialmente vasta, se entiende que el autor lo necesitaba. Además de beber café, también frecuentaba los cafés parisinos.

martes, 9 de junio de 2015

"Como comportarse en la Feria del Libro" Artículo de Carolina G. Miranda



Os dejo con un artículo sobre la Feria del Libro que me ha gustado, me hizo sonreír. 
A ver que os parece...

Por cierto, me gusta también mucho el cartel de este año de la Feria de Fernando Vicente (Madrid, 1963):  “Gráficamente sencillo, representa –en sus palabras– el flechazo que recibimos cuando la lectura nos atrapa y llegamos a pensar del libro que tenemos en la mano que alguien lo escribió para nosotros”.

El lema de esta septuagésimo cuarta edición es “El amor está en lo que tendemos / (puentes, palabras)”. Los dos versos iniciales de uno de los poemas incluidos en el poemario Breve son de José Ángel Valente, a quien así recordamos en el quince aniversario de su muerte.

Bueno os dejo ya con el artículo en cuestión.

Cómo comportarse en la Feria del Libro

Texto:  Carolina G. Miranda
Del 29 de mayo al 14 de junio, Madrid y su querido Parque de El Retiro viven el acontecimiento literario popular más esperado del año. Pero la Feria del Libro no es cualquier cosa: hay ciertas normas de comportamiento y urbanidad que no podemos dejar pasar.
Publicado el 29.05.2015
 

CUÁNDO IR
1) Elije bien la fecha: la feria tienes tres fines de semana. El primero y el último suelen estar de bote en bote. En realidad, los tres está de bote en bote y la gente de bien va entre semana (muuucho más tranquilo). Si puedes, permítetelo.
2) Los fines de semana hay muchas actividades y firmas, sí, pero entre semana también y, repetimos: disfrutarás de un paseo más relajado (luego no digas que no te avisamos).

QUÉ PONERSE
3) Ve bien equipado: agua, gorra, calzado cómodo y ropa fresca. Los hay que salen de allí torrados porque entre tanta lectura uno no se da cuenta de que en esta fecha ya pega.
4) Una cantimplora, pañuelo al cuello, botas de trecking y gorra es un uniforme apto para quienes se sienten guerrilleros de la cultura.
5) Aunque lo suyo es ir arreglado pero informal, con aires de intelectual, pero con sencillez. Sin pedantería, por favor. Con unas gafas de pasta y una camisa de cuadros bastará.
6/ Sabemos que quieres resultar efectista pero recuerda que hará calor.
7) Lleva dinero en efectivo a ser posible. Aunque casi todas las casetas aceptan tarjeta, sé un buen ciudadano y ahórrale al librero la comisión del banco, que ya que hacen descuento...
8) ABANICO que no falte. Si se te olvida, te comportarás como una señora empujando a coger uno de esos que reparten gratuitamente. Y puede quedar feo.

DATOS BÁSICOS


9) 
Para no andar dando tumbos y recorriendo hacia el lado opuesto del que te gusta, o llegar tarde a todas las actividades, una buena idea es leerse el programa.
 
10) Horario: como madrileño de pro que eresdas por hecho que a mediodía está abierta. Error. No vayas a mediodía creyéndote el más listo porque no habrá nadie. Efectivamente, no lo habrá y estará todo cerrado. 
Mira bien el horario para que no te pase esto.
 
11) Las editoriales pequeñas y las más jóvenes tienen allí a sus propios editores, nadie mejor que ellos para aconsejarte, recomendarte un título o hablarte de lo divino y de lo humano (pasan allí todo el día, agradecerán tu conversación y tú la suya).
12) Eso sí, procura no confundir al editor o librero con el escritor y preguntarle al pobre cuánto cuesta un libro que quizás ni siquiera es el suyo.
13) Pero pregunta a los autores tranquilamente sobre lo que quieras, están allí deseando encontrarse con sus lectores más allá de la firma.
14) Casetas: como en todo en la vida, hay categorías. Hay casetas para el gran público (librerías que te lo ponen fácily aglutinan best sellers, libros de cocina, etc.), casetas hipster (editoriales pequeñas y modernosas), casetas familiares (libros infantiles), casetas para concienciados (con libros de política, autoayuda..), y casetas que no le importan a nadie (¿alguien compra en las de los ministerios, por favor?).
15) Las casetas al sol también merecen ser visitadas, bastante mala suerte han tenido ya con que les toque el lado malo. Hay una excepción: las de los ministerios. No le importan a nadie.
 
Hay toda clase de libreros.


ACTITUD
16) No te quejes a los cinco minutos de que está lleno, ni del calor, ni de cuánta gente hay. Sonríe, que esto es la fiesta de la cultura
17) Señoras. Señoras que vienen a pasar la tarde a la feria sin otra intención que pasear. Ten compasión. Un día serás una de ellas. 
18) No te entretengas en exceso mirando si notas que te empujan por detrás. Si querías algo más relajado, haber ido entre semana.
19) No empujes (aunque te hayan empujado a ti). Es feo.
20) Si te decides a hacer colas, hazlas con elegancia, sin cara de “esto con la nueva alcaldesa no volverá a pasar”, porque sí: volverá a pasar.
21) Autores modernos: pon cara de que los conoces, puedes decir “ah, pues este título justo no lo he leído”.
22) No le quites la mirada al autor solitario, ese al que nadie le pide firmas. Tampoco le preguntes por el libro de otro. Piensa que siente un poco de pudor por estar tan expuesto, envidia por los que arrasan en la caseta de al lado, y que tiene mucho calor. Si no le vas a comprar, al menos sonríele.
23) Otra opción para no contribuir a hacer el mal es pasar en otro momento si el libro del menos famoso no te interesa.
Puedes encontrarte de todo.

24) Preguntar directamente a los libreros si es verdad que la feria es un poco un club privado y que quien no puede pagar el stand no está puede resultar un poco agresivo.
25) Mira el mapa, ya que si es fin de semana y consigues llegar a un extremo entre la marea humana y descubres que sólo están las casetas de los ministerios, cuando tú buscabas la de aquella editorial nueva de la que te han hablado, te enfadarás y gritarás que te parece que no sirven para nada. Y la feria es un lugar de buen rollo. No están bien vistos los escándalos.
26) Llevar un libro de casa (y no comprarlo) para que te lo firme tu autor favorito está mal visto.
27) Sacarse una foto con él, también (en la cola detrás de ti alguien esbozará una sonrisa malévola). Además, al llegar a casa, el careto del autor te disuadirá de que no le estaba haciendo gracia.
28) Un selfie con el autor sí que no.
29) Si no tienes dinero, puedes llevar libros desde casa y posturear para que parezca que has comprado un montón.
30) Si un periodista viene a preguntarte por cómo va la feria, seas librero, editor, autor o visitante, trata de ser original y (te lo pedimos por favor) no hables del buen o mal tiempo o de la cacareada remontada tras la crisis.
Haz las colas con elegancia.


LA HORA DEL DESCANSO
31) Tendrás que luchar por un hueco en su terraza como si estuvieras en hora punta en Malasaña.
32) Con frecuencia se montan picnics en las praderas cercanas, suma a la experiencia una buena comilona y un rato de descanso fresquito y muy apetecible. Coge una cesta y apúntate tú también.
33) Si prefieres bares y si tu bolsillo no anda muy lleno, prueba con las terrazas que lindan con el parque. Mucho más baratas.

NIÑOS
34) Déjales que miren los libros de superhéroes. No les metas por los ojos los libros que quieres que les gusten. Sé un padre respetuoso (al menos aquí, que hay público).
35) Si te pones nervioso porque los niños se van corriendo y se pierden entre el tumulto, haberlo pensando antes. ¿Dónde creías que ibas? (idea para relajarte: escríbeles con boli tu número de teléfono en un brazo).
36) Acéptalo: hoy te olvidas de la comida sana y la fruta, (además de uno o varios libros) tendrás que comprarles un helado, chucherías, o un globo, o algún merchandising de los espabilados que vienen a la feria y no son libreros. Es algo así como el impuesto revolucionario que hay que pagar por ir con niños.

domingo, 4 de enero de 2015

"Las mujeres son más jóvenes" Artículo de Javier Marías



Acabo de leer este artículo de Javier Marías sobre las mujeres y me ha encantado. Tenía que compartirlo con vosotros. Tengo que dar las gracias a mi amigo Xosé por compartirlo y darlo a conocer. Ha salido en el periódico El País de hoy, día 4 de enero.

No os lo perdáis.

http://elpais.com/elpais/2015/01/02/eps/1420214957_651529.html

Las mujeres son más jóvenes

Por casualidad las oí disfrutar con las amigas, compartir diversión y charla, con una especie de juvenilismo natural, no forzado ni impostado, irreductible


Es tanta la gente que hoy va por la calle con los oídos tapados por ­auriculares o por la voz que les chilla desde su móvil, que se pierden una de las cosas que a mí siempre me han gustado: frases sueltas o retazos mínimos de conversaciones que uno escucha involuntariamente a su paso. Si uno no pega el oído a propósito ni acompasa su andar al de los transeúntes locuaces –y eso no me parece bien hacerlo: es cotilleo–, le llega en verdad muy poco: en un diálogo escrito daría tan sólo para dos o tres líneas. Para alguien dado a imaginar tonterías, resulta sin embargo suficiente para hacerse una composición de lugar de la relación entre los hablantes, o figurarse un esbozo de cuento o historia. Hace unos días, al subir por Postigo de San Martín, oí una de esas ráfagas voladoras que me hizo sonreír y se me quedó en la cabeza. Pasé junto a tres mujeres que quizá estaban ya despidiéndose, paradas junto a una chocolatería, si mal no recuerdo. Eran de mediana edad, sin duda habían dejado atrás los cincuenta, aunque no me dio tiempo a reparar en su aspecto. Reían con ganas, se las notaba de excelente humor y contentas. Una de ellas dijo: “Qué bien estamos las mujeres”. Otra contestó rápida: “Ay, y que lo digas”. Y la tercera apostilló: “Y nos lo pasamos genial”. Yo continué mi marcha, eso fue todo. Pero capté bien el tono, y no era voluntarioso, sino ufano; no era que trataran de convencerse de lo que decían, sino que estaban plenamente convencidas y lo celebraban, como si pusieran una rúbrica verbal a lo bien que se lo habían pasado el rato que habían permanecido juntas. No sé muy bien por qué, me animaron y me hicieron gracia.
Han sido siempre en gran medida el elemento civilizatorio, las que han hecho la vida más amable
Sería difícil escuchar estos tres mismos comentarios en boca de hombres, y aún más en varones de edad parecida. Sería raro que se ensalzaran en tanto que sexo (“Qué bien estamos los hombres”), incluso que se rieran tan abiertamente y tan de buena gana como aquellas tres señoras simpáticas y tan conscientes de su enorme suerte. La suerte de disfrutar con las amigas, de compartir diversión y charla, con una especie de juvenilismo natural, no forzado ni impostado, irreductible. Llevo toda la vida observando que no hay demasiadas mujeres amargadas ni excesivamente melancólicas. Claro que las hay odiosas, y en la política abundan. Las hay que se esfuerzan por perder todo vestigio de humor y mostrarse duras; las hay de colmillo retorcido, venenosas y malvadas (legión las televisivas); tiránicas o brutas, zafias o de una antipatía que hiela la sangre; también las hay insoportablemente lánguidas, que han optado por andar por la vida como sufrientes heroínas románticas. Lejos de mi intención hacer una loa indiscriminada y aduladora, las hay de una crueldad extrema y las hay tan idiotas como el varón más imbécil. Pero, con todo, y pese a que hoy tiende a proliferar el tipo serio y severo, la mayoría posee un buen carácter, cuando no uno risueño. Cada vez que veo a matrimonios de cierta edad, pienso que más valdrá que muera antes el marido, porque conozco a bastantes viudos desolados y que no levantan cabeza nunca, que se apean del mundo y se descuidan y abotargan, que pierden la curiosidad y las ganas de seguir aprendiendo, que se convierten sólo en eso, en “pobres viudos” desganados y desconcertados. Y en cambio casi nunca he visto a sus equivalentes en mujeres. Apenas si hay “pobres viudas”, es decir, señoras o incluso ancianas que decidan recluirse, que no superen la pena, que pasen a un estado cuasi vegetativo, de pasividad e indiferencia. Por mucho que les duela la pérdida, suelen disponer de mayores recursos vitales, mayor resistencia, mayor capacidad para sobreponerse y encontrarle alicientes nuevos a la existencia.

De todos es sabido que las mujeres leen más, desde hace muchos años; pero también van más al cine, al teatro, a los conciertos y exposiciones, y las conferencias están llenas de ellas. Salen a pasear, a curiosear, quedan con sus amigas y viajan con ellas. He conocido a varias mujeres que ya habían cumplido los noventa (recuerdo sobre todo a María Rosa Alonso, estudiosa canaria amiga de mis padres, que aún me escribía con letra firme y mente clara e inquieta a los cien años) y se quejaban de que les faltaba tiempo para todo lo que querían hacer, o estudiar, o averiguar. Hablaban con la misma impaciencia por aumentar sus conocimientos que se percibe en los jóvenes despiertos, mantenían intactos su entusiasmo, su sentido del humor, su capacidad de indignación ante lo que encontraban injusto, su calidez, su risa pronta, su afectuosidad sin cursilería. Las mujeres han sido siempre en gran medida el elemento civilizatorio, las que han hecho la vida más alegre y más amable, y también más cariñosa, y también más compasiva. No hace falta recordar que son las que educan a todo el mundo en primera instancia y las que atienden y ayudan más a las personas cuando su final está cerca. En esas mujeres generosas (las hay que no lo son en absoluto), la generosidad no tiene límites. Pero, por encima de todo, mantienen en gran medida la juventud a la que muchos varones renunciamos en cuanto la edad nos lo reclama. Somos pocos los que no tenemos plena conciencia de los años que vamos cumpliendo, para atenernos a ellos. A numerosas mujeres les trae eso sin cuidado, para su suerte: están tan poseídas por sus energías de antaño que no hay manera de que las abandonen. “Y nos lo pasamos genial”. Cuán duradera es ya la sonrisa que me provocó esa frase celebratoria que cacé al vuelo.
elpaissemanal@elpais.es

viernes, 5 de diciembre de 2014

Viagra, prozac, aspirina... ¿De dónde viene el nombre de algunos medicamentos?



Hoy toca hablar de palabras. ¡¿Qué raro no ?!

Peeeero toca hablar de unas palabras muy especiales: Los nombres de los medicamentos.

Para ello quería dejaros con un artículo que he encontrado buscando otra cosa (como suele pasar...) pero que me ha parecido muy interesante.

Me estoy refiriendo al artículo "¿Quién le pone el nombre a los medicamentos? de Isabel F. Lantigua y que apareció en la página de la Fundeu en septiembre del año 2009

Os copio a continuación un fragmento del artículo, a mí me ha parecido muy interesante. Pero si os apetece leerlo entero os dejo al final de la entrada el enlace para que podáis llegar hasta él.

Espero que os guste.





  • Prozac: El fármaco de Eli Lilly que en su día revolucionó el tratamiento de la depresión fue bautizado con un nombre corto y que sonaba positivo, justo para inspirar que pretendía devolver la alegría a estos pacientes. Tal ha sido su popularidad que ha dado título a libros y canciones y muchas celebridades de Hollywood han confesado que lo tomaban. Según algunos análisis etimológicos prozac quiere decir el primero en reír, ya que 'pro' puede venir del prefijo griego protos, que indica primero. Mientras que zac puede relacionarse con Isaac -Itzjak, en hebreo- que significa risa.  
  • Viagra: La ayuda de Pfizer para la eyaculación precoz es bastante explícita. Para dar con el nombre jugaron con los conceptos de vigor y pensaron en una cascada, la del Niágara, para expresar la idea de flujo. Mezclaron las letras y salió el nombre. Y, por si quedaran dudas sobre su función, en sánscrito Vyagraa significa tigre.
  • Aspirina: Debe su nombre a la planta 'Spiraea Ulmaria', de la que se extrae el ácido salicílico, el principio activo del fármaco comercializado por Bayer. La A inicial es por acetil, 'spir' viene de la planta y para redondear el nombre se le añade una terminación bastante común en el caso de los medicamento 'ina'.
  • Valium: Un tranquilizante que lleva un nombre en ese sentido, una palabra que se relaciona con 'equilibrium' y transmite sensación de serenidad.
  • Rapamycin: Este medicamento, que saltó a la fama este año por un estudio en la revista 'Nature' que indicaba que había prolongado la esperanza de vida en un estudio con ratones, fue bautizado así en honor de la isla de Rapa Nui, donde se descubrió la bacteria de la que procede.
  • Frenadol: Uno de los tratamientos más vendidos para el resfriado lleva un nombre que resulta de la unión de dos palabras. Frenar y dolor. Más claro, imposible.


  • http://www.fundeu.es/noticia/quien-le-pone-el-nombre-a-los-medicamentos-5507/


    domingo, 23 de noviembre de 2014

    Noticias felices en aviones de papel. Artículo de Luis García Montero sobre Juan Marsé



    Hoy os dejo con otro artículo. Me ha gustado mucho. No os lo perdais. 

    Esta vez es de Luis García Montero, el poeta, sobre el último libro de Juan Marsé. Me han entrado unas ganas de leerlo...

    Noticias felices en aviones de papel

    Actualizada 22/11/2014 a las 15:59    

    Juan Marsé acaba de publicar una novela breve. El escritor barcelonés es una parte decisiva de mi biografía como lector. Sus quimeras de posguerra, sus niños obligados a los sueños como consuelo de una realidad hostil y su ciudad llena de supervivientes han marcado mi imaginación y mi melancolía. En la pantalla blanca y negra de un cine de barrio, he aprendido a negociar con el hambre, la mentira, la prepotencia y la zafiedad del totalitarismo. También he convivido con las ilusiones modestas, las bellas lealtades, las insistencias del deseo, las calles pobres y la bondad humana.

    Entro en la librería a buscar Noticias felices en aviones de papel (Lumen, 2014). Siento una alegría nerviosa, una extraña y enérgica felicidad que me devuelve a mi juventud. Entonces me temblaban los ojos en busca de un libro de Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, García Hortelano o Sánchez Ferlosio. No soy más que eso todavía, un lector apasionado, pero los años desgastan la energía capaz de confundirnos de manera inocente con la vida. De ahí que agradezca tanto la felicidad íntima que me provoca el libro de Marsé. Se publica en una hermosa edición, ilustrada por María Hergueta con mano figurativa, elegante y pacífica.

    Es la misma felicidad que veo en los ojos de mi hija pequeña cuando la acompaño a una tienda para cambiar de móvil. Por eso me siento anacrónico en la librería. Anacrónico y feliz. Bastante difícil es cumplir años, aprender a bailar con las desilusiones del cuerpo y los achaques del alma, como para cargar también con el peso de la indignidad. Nada tan patético como un viejo con camisas de colorines adolescentes, un dinosaurio ye-yé o una flamante capa de pintura sobre un edificio en ruinas.

    Cuando oigo algunas conversaciones y veo algunos espectáculos, me confirmo en mi derecho a ser una estación tardía, en mi voluntad de no negar mi anacronismo. Quizá respondo a la desconfianza en el presente, una melancolía reaccionaria, pero también se trata de una forma honrada de respetar a los jóvenes, de no intentar la ocupación de su lugar, robándoles –además– las lecciones que como viejo me han dado los años. Un tanto por ciento de anacronía es algo digno y útil para todos en estos tiempos de prisa, pérdida de memoria y vértigo especulativo.

    Estoy hablando de política, de mí y de la novela de Juan Marsé. El argumento sitúa una historia y unas imágenes propias de la alta posguerra en la Barcelona de finales de los años 80. Pero es que vivir es negociar con el pasado, es aclararnos con la sombra que deja nuestra espalda al caminar. La sombra forma parte de nosotros y llega a convertirse en la razón de lo que ven nuestros ojos. Ahí, en esa esquina, está la fotografía del tiempo que pasa y vuelve y no pasa.

    La vida reúne a la señora Pauli, una judía polaca que huyó de los nazis y acabó como bailarina en las revistas musicales del Paralelo, y a Bruno, el hijo adolescente de un matrimonio separado. El padre es un hippy. ¡Cuidado! Pocos escritores pueden ser tan perversos como Marsé a la hora de dibujar la figura ridícula de un personaje cualquiera, más aún de un hippy trasnochado. Pero un padre es un padre, un pasado es un pasado, conviene no negarlo, y Bruno deberá tomar conciencia de la responsabilidad de su historia, de su sombra, aunque intente alejarse de ella, hablarle de usted y escudarse en el desprecio.

    Aprenderá la lección gracias a las locuras de Hanna Pawlikowska, la señora Pauli, una vieja que sale al balcón todos los días para lanzar aviones de papel con noticias felices. Esos aviones no aterrizan en la Barcelona de los años 80, sino en otra ciudad, en otro tiempo necesitado de esperanzas modestas, y de alimentos, y de miradas compasivas, y del abrigo de una melancolía que tiene su propia verdad y su propia experiencia del mundo.

    Quizá leer sea ya una anacronía. Llegan poco a poco las Navidades. Las escaleras mecánicas de las grandes superficies se llenarán de gente en busca de regalos, es decir, de videojuegos, móviles, tabletas, esa colonia tecnológica que marca el olor de nuestro mundo. Si se atreven ustedes a ser anacrónicos, harán bien en regalarse y regalar este cuento de Navidad que ha escrito el maestro Juan Marsé. Bendito sea el pasado.


    http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/11/23/noticias_felices_aviones_papel_24327_1023.html
     

    domingo, 16 de noviembre de 2014

    Muñoz Molina - Artículo en Babelia

    Poesía y geografía

    'Veinte mil leguas de viaje submarino' de Jules Verne es la novela perfecta porque resume las dos metáforas centrales de cualquier literatura: la inmersión, el viaje



    Uno de los dibujos de 'Veinte mil leguas de viaje submarino' de la edición ilustrada de 2012, que hizo Agustín Comotto para Nórdica Libros.

    En aquel austero comedor no estaban aún el televisor y el frigorífico que ocuparían lugares de honor unos años más tarde. Había una ventana enrejada, una mesa camilla, una repisa de obra en un rincón donde estaba la radio, un reloj de péndulo colgado de la pared encalada. El tictac del mecanismo murmuraba en la caja de madera. Los cuartos y las horas resonaban nítidos como golpes de gong. Yo leía sentado en una silla de anea, apoyando los codos en la mesa, arrimado al brasero, abrigándome con las faldillas, en la casa donde reinaba el frío durante los meses de invierno. No había un sillón ni un sofá donde echarse a leer. De noche, los mayores se quedaban dormidos apoyando la cabeza sobre los brazos cruzados. El único sitio para descansar era la cama, y la cama estaba en un dormitorio helado. Cuando yo leía en ella se me quedaban frías las manos. Sostenía el libro con una mano mientras calentaba la otra debajo del embozo.

    Leía en el comedor, unas veces rodeado de la familia y otras, las menos, yo solo. Leía y estudiaba, hacía los deberes. Aprendí a aislarme en el barullo que me envolvía casi siempre: conversaciones, juegos de cartas, seriales en la radio, más tarde programas en la televisión, concursos, películas, espectáculos de variedades. Sumergido en el libro lograba un aislamiento perfecto. Cuando estaba solo tenía de fondo los sonidos de la calle y el tictac y los golpes del reloj.
    Eduardo Martínez de Pisón no lo dice pero intuyo que gracias a Verne descubrió su vocación de geógrafo.
    Yo le debo la mía de novelista 
    Una mañana, mi abuelo materno me trajo un libro de regalo, Veinte mil leguas de viaje submarino. Conservo de él una memoria perfecta: visual, olfativa, táctil. Era uno de aquellos libros providenciales de la editorial Ramón Sopena que se encontraban hasta en las papelerías más modestas. El papel era malo, la impresión defectuosa. Las portadas se descolgaban o se despegaban muy fácilmente. Pero la editorial Ramón Sopena parecía que publicaba toda la literatura universal, a precios tan bajos que ni siquiera para nosotros eran prohibitivos. En la portada del libro de Verne se veía la silueta negra del Nautilus en las profundidades de un mar verde oscuro. La luz de su faro era un círculo amarillo. Era como estar viendo el cartel de una película, una promesa absoluta de algo, la inminencia de la lectura. Abrí el libro, me acodé sobre la mesa, sentado en la silla rígida, la espalda fría y las rodillas calentadas por las ascuas del brasero. Debía de ser una mañana laboral porque nadie entró en el comedor. Cuando levanté los ojos del libro y miré el reloj en la pared me di cuenta de que habían pasado varias horas, las once, las doce, y yo no había oído los golpes del péndulo.

    En ese silencio primordial de las grandes lecturas resplandecieron para mí las novelas de Jules Verne

    Lo sentimos tan cercano que se nos hace raro no traducir su nombre de pila. Veinte mil leguas de viaje submarino es su novela perfecta porque resume las dos metáforas centrales no solo de su literatura, sino de cualquier literatura: la inmersión, el viaje. No hay lectura que no requiera una completa inmersión ni historia que de algún modo no trate de un viaje.

    De Jules Verne se dice, distraídamente, que fue un precursor de la ciencia-ficción y un visionario de las tecnologías del futuro. Pero las fantasías arbitrarias o alegóricas, a la manera de H. G. Wells, no le interesaban, y sus máquinas voladoras o submarinas unas veces carecían de fundamento y otras, más que futuristas, resultaban anticuadas para las tecnologías de su tiempo. Jules Verne, que de muy joven imitó los dramones románticos de Victor Hugo, cultivó siempre un romanticismo menos de la ciencia en sí que del descubrimiento, un entusiasmo por lo nuevo, por las maravillas tangibles que él mismo estaba viendo irrumpir en la realidad. Nacido en 1828, perteneció a la primera generación que experimentaba el ruido, el humo, la velocidad de los trenes, y luego el prodigio del telégrafo, la navegación a vapor, la fotografía, el teléfono, el fonógrafo, la impresión masiva y barata, gracias a la cual una revista ilustrada podía contener al mismo tiempo el relato de una expedición en busca de las fuentes del Nilo y los grabados que la hacían visible, o la crónica de una exposición universal en la que se mostraban maquinarias prodigiosas y danzas y tocados de los pueblos primitivos descubiertos por los exploradores y sometidos colonialmente por ellos, traídos a la metrópolis en veloces buques de vapor.
    Jules Verne, que de muy joven imitó los dramones románticos de Victor Hugo, cultivó siempre un romanticismo menos de la ciencia en sí que del descubrimiento, un entusiasmo por lo nuevo
    Quizá Jules Verne amaba sobre todo los mapas: la geografía era la aventura suprema del conocimiento. Lo cuenta el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón en su último libro, La tierra de Jules Verne, que es una meditación sobre los mundos y los viajes que se contienen en todas esas novelas que él también empezó a leer de niño. La geografía es un saber que linda lo mismo con la literatura que con la ciencia, y que muchas veces se ha mezclado con la ficción, porque ha habido grandes viajeros que han sido también grandes mentirosos, y porque el impulso de la aventura y por tanto de la fábula puede ser más poderoso que el del conocimiento. Por eso atraen tanto a niños fantasiosos que quieren evadirse y quieren comprender, que sienten la misma curiosidad por lo que existe y por lo que no existe.

    Leíamos a Verne siguiendo sobre un mapamundi los itinerarios exactos de sus viajeros y calculando sobre el ancho azul del Pacífico la longitud y la latitud de sus islas inventadas. Nuestro sedentarismo forzoso alimentaba la pasión por aquellos viajes que conducían a los límites del mundo, a lo más hondo de las fosas oceánicas, a la órbita de la Luna, al centro de la Tierra, a las distancias del sistema solar. Leyendo a Verne nos seducían por igual, y sin que nos diéramos cuenta, la ciencia y la literatura, el romanticismo de la precisión y la poesía de los nombres: en nuestro mundo de topónimos sabidos y presencias siempre familiares las novelas de Jules Verne nos suministraron catálogos de nombres resplandecientes, nombres de islas reales o ficticias, de ríos, de desiertos, de continentes, de plantas, especies animales, de buques, de personajes que eran más memorables en virtud de los nombres que Verne había elegido para ellos.

    Dónde hay en la literatura un personaje que tenga un nombre tan misterioso y definitivo como el Capitán Nemo. Y qué novelista ha inventado títulos que ofrezcan tan tentadoramente lo que nos atrae de la literatura, la promesa de una revelación. Hay títulos y nombres que han estado siempre conmigo, tan fértiles en el recuerdo lejano como en la primera lectura. Muchos otros he vuelto a encontrarlos en el libro de Eduardo Martínez de Pisón. Él no lo dice, pero yo intuyo que gracias a Jules Verne descubrió su vocación de geógrafo. Yo le debo la mía de novelista, y quizá más todavía la vocación de lector. El gusto por el viaje inmóvil, la afición y la destreza para sumergirme muy hondo en las palabras de un libro, en mi silencio de lector submarino al que no llegan los golpes sonoros del reloj.

    La tierra de Jules Verne. Geografía y aventura. Eduardo Martínez de Pisón. Fórcola. Madrid, 2014. 440 páginas. 24,50 euros.
    www.antoniomuñozmolina.es

    domingo, 19 de octubre de 2014

    Un artículo de Chejov y la gente "cultivada"


    Os dejo con un artículo que me ha gustado sobre Chejov y las características de la gente culta según él:

    http://www.libropatas.com/libros-literatura/las-8-caracteristicas-de-la-gente-cultivada-segun-anton-chejov/#


    Las 8 características de la gente cultivada, según Anton Chejov


    Anton Chejov

    Anton Chejov, el que para muchos es el mejor cuentista de la historia de la literatura, también fue un buen hermano (de hecho, parece en general bastante buena persona, si conocéis alguna oscura anécdota, casi prefiero que no me la contéis). Tuvo seis hermanos, con los que mantuvo una estrecha relación durante la mayor parte de su vida, y una prueba de ella es la carta que compartimos hoy, escrita cuando Anton tenía 26 años, y su hermano Nikolai, 28. Se trata de una carta en la que se pone un poco -bastante- en plan hermano mayor (aunque no era ese su papel cronológicamente), pero que destaca por su lucidez y su belleza. En ella, se pregunta -de paso que riñe a Nikolai- sobre las características que convierten a una persona en alguien realmente culto, cultivado o sofisticado (entendido como algo positivo). Y él mismo se da la respuesta, no tiene nada que ver con las lecturas, sino más bien con los buenos sentimientos.

    “Moscú, 1886.
    ¡Te me has quejado a menudo de que la gente “no te entiende”! Goethe y Newton no se quejaban de eso… solo Cristo se quejaba de eso, pero Él estaba hablando de Su doctrina y no de Sí mismo… La gente te entiende perfectamente bien. Y si tú no te entiendes a ti mismo, no es su culpa.

    Te aseguro como hermano y como amigo que te comprendo y que te percibo con todo mi corazón. Conozco tus cualidades tan bien como conozco los cinco dedos de mi mano; las valoro y las respeto profundamente. Si quieres, y para demostrar que te entiendo, puedo enumerar dichas cualidades. Creo que eres amable hasta la dulzura, magnánimo, generoso, dispuesto a compartir hasta el último céntimo; no sientes envidia ni odio, eres simple de corazón, compadeces a hombres y animales, eres confiado, sin rencores ni estratagemas, y no tienes nada de maldad… Además, has recibido un don que mucha otra gente no: tienes talento. Tu talento te sitúa por encima de millones de hombres, pues en la tierra solo uno de cada dos millones de personas es artista. Tu talento te coloca aparte: si fueras un sapo o una tarántula, incluso así, la gente te respetaría, pues por el talento todo se perdona.
    Solo tienes un defecto, y la falsedad de tu situación, y tu tristeza, y tus gastroenteritis se deben solo a eso. Y es tu falta de cultura. Perdóname, por favor, pero veritas magis amicitia… Ya sabes, la vida tiene sus condicionantes. Para sentirse cómodo entre gente refinada, para estar en su casa, para ser feliz con ellos, uno debe culturizarse hasta cierto punto. El talento te ha metido en ese círculo, perteneces a él, pero.. al mismo tiempo te sientes expulsado y vacilas entre estar con la gente culta o quedarte con sus inquilinos.
    La gente cultivada debe, en mi opinión, cumplir las siguientes condiciones:
    1. Respetan la personalidad humana y, por eso son siempre amables, gentiles, educados y dispuestos a ceder ante los otros. No discuten por un martillo o una pieza perdida de caucho indio. Si viven con alguien que no les gusta y lo dejan, no dicen “nadie podría vivir contigo”. Perdonan el ruido y la carne seca y fría y las ocurrencias y la presencia de extraños en sus hogares.
    2. No sólo tienen simpatía por los mendigos y los gatos. Les duele el corazón por aquello que sus ojos no ven. Se levantan en la noche para ayudar a P., para pagar la universidad de los hermanos y comprar ropa a su madre.
    3. Respetan la propiedad de otros y, en consecuencia, pagan sus deudas.
    4. Son sinceros y temen a la mentira como al fuego. No mienten ni siquiera en las pequeñas cosas. Una mentira significa insultar a quien escucha y ponerlo en una posición más baja a ojos de quien habla. No aparentan: se comportan en la calle como en su casa y no presumen ante sus camaradas más humildes. No suelen barbotear ni fuerzan a nadie a escuchar inconveniencias. Por respeto a los oídos de los demás, callan más frecuentemente de lo que hablan.
    5. No se menosprecian para despertar compasión. No tensan las cuerdas de los corazones de los demás para que se sientan culpables y hagan algo (o mucho) por ellos. No dicen “Soy un incomprendido” o “Me he vuelto un segundo plato” porque todo eso es demasiado facilón, es vulgar, rancio, y falso.
    6. No tienen vanidad superflua. No se preocupan por esos falsos diamantes conocidos como celebridades, por estrechar la mano del ebrio P.*, por escuchar los arrebatos de un espectador extraviado en un espectáculo de imágenes, o ser reconocido en las tabernas… Si ganan unos centavos, no se pavonean como si estos valieran cientos de rublos, y no alardean de poder entrar donde otros no son admitidos… Los verdaderamente talentosos siempre se mantienen en las sombras entre la muchedumbre, tan lejos como sea posible del reconocimiento. Incluso Krylov** dijo que el barril vacío da un eco más sonoro que el lleno.
    7. Si tienen un talento, lo respetan. Le sacrifican el descanso, las mujeres, el vino, la vanidad … Se sienten orgullosos de su talento. Pueden llegar incluso a ser molestos.
    8. Comienzan por desarrollar el sentido estético en sí  mismos. No pueden ir a dormir con la misma ropa que usaron durante el día, ni ver las grietas de las paredes llenas de insectos, ni respirar un aire viciado, ni caminar por un suelo recién escupido, ni cocinar sus alimentos sobre una estufa de aceite. Intentan por todos los medios contener y ennoblecer el instinto sexual. Lo que quieren en una mujer no es una compañera de cama… No piden inteligencia ahí donde se manifiesta la mentira constante. Quieren, especialmente si son artistas, frescura, elegancia, humanidad, el instinto maternal. No tragan vodka a todas horas, día y noche, no olisquean el armario de la cocina en busca de bebida, porque no son cerdos y saben que no lo son. Beben sólo estando libres y en ocasiones especiales. Porque ellos quieren mens sana in corpore sano.
    Y así sucesivamente. Así es como son las personas cultivadas. Para ser culto y no quedar atrás, no es suficiente con haber leído ‘Los papeles del club Pickwick o haber memorizado el monólogo de ‘Fausto’ ... Lo que necesitas es trabajar constantemente, día y noche, leer constantemente, estudiar, ejercitar tu voluntad. Cada hora es preciosa para ti. Ven con nosotros, tira la botella de vodka, descansa y lee… Turgenev, si quieres, a quien además no has leído.
    Tienes que deshacerte de tu vanidad, ya no eres un niño… pronto tendrás treinta.
    ¡Es hora!
    Te espero… Todos nosotros te esperamos”.

    miércoles, 10 de septiembre de 2014

    "Una historia antigua" Un artículo de Antonio Muñoz Molina


    Me ha encantado y quería compartirlo con vosotros...

    Aquí lo tenéis:


    http://cultura.elpais.com/cultura/2014/06/19/babelia/1403179487_377420.html


    Una historia antigua

    En el corazón de cualquier relato está el misterio de lo que no llega a decirse


    Cientos de miles de jóvenes en EE UU lucharon en las guerras de la última década, dejando a sus Penélopes detrás. / Reuters / Erik de Castro

    "Nos contamos historias a nosotros mismos para seguir viviendo”. Me acordé de esas palabras de Joan Didion conversando con una mujer que probablemente había leído muy poco o nada y que sin embargo era una excelente narradora y hablaba un español empapado de literatura: de novelas sentimentales, de boleros, de telenovelas. Es una mujer de casi sesenta años que no ha tenido mucha suerte en su vida, pero que la cuenta con esa extraordinaria desenvoltura narrativa del habla colombiana, en la que nunca falta el humorismo, y en la que la guasa amortigua o endulza hasta lo más cruel. Emigró a Nueva York cuando era muy joven. Tuvo un hijo con un hombre que desapareció en seguida. Con la esperanza de poder pagarse los estudios de Medicina, su hijo se alistó en el ejército cuando empezaba la invasión de Irak. Lo enviaron allí, y ella dice que le rezaba todos los días al Señor pidiéndole que se lo devolviera vivo y entero. “Dios mío, no me lo devuelvas quemado, o sin piernas, eso no”. Hablaba con él de vez en cuando por Skype y lo notaba trastornado por dentro, horrorizado de lo que veía. “Mamá, esto es el infierno”. Tenía 22 años y se había casado un poco antes de viajar a Irak, “con una gringuita rubia, linda, con los ojos azules”. El hijo la llamó cuando ya solo le quedaba una semana en la zona de guerra. Uno o dos días después de hablar con ella, el blindado en el que viajaba rebotó sobre una mina y murieron él y sus tres compañeros de patrulla.

    Años después de perder a su hijo, ella sigue extraviada en el mundo, en una rara viudedad que no le impide teñirse el pelo, arreglarse, vestirse con colores claros y oros, con una casi exuberancia muy habitual en esta zona entre colombiana e indostánica donde vive, Jackson Heights, en Queens. Tenía dolores muy fuertes de espalda y le dieron el disability, como ella dice, de modo que pudo jubilarse y cobra una pensión. Pasa temporadas largas en Colombia, en la ciudad querida de su origen, Pereira. A la entrada de su apartamento hay una estantería baja en la que se alinean ordenadamente zapatillas caseras, calzado de deporte, tacones. En medio del calzado femenino hay unos zapatos grandes masculinos que fueron de su hijo. Para seguir viviendo, esta mujer cuenta lo buen chico que fue siempre, lo estudioso en la escuela, siempre alejado de las malas compañías del barrio, resuelto a llegar a ser un buen médico.

    Pero no quiere dar por terminada su vida. Sueña, dice, con encontrar a un hombre que la quiera de verdad, que le hable con dulzura al oído y, si hace falta, le cuente mentiras bonitas. “¿No es eso lo que nos gusta a las mujeres?”, dice medio en broma, entre la guasa y la melancolía, “¿que nos cuenten mentiras?”. Y entonces, ya empapada sin saberlo de literatura, nos cuenta que de joven vivió un gran amor, un verdadero amor, no con el padre de su hijo, sino antes, una vez que se fue a España con todos sus ahorros para buscar trabajo. Él era de Barcelona, pero se conocieron en Canarias. “Recorrimos en su carro las siete islas, una por una”. Terminaban de visitar una isla y embarcaban el coche para explorar la próxima. Buenos hoteles, restaurantes. Luego viajaron por toda la Península, durante un año entero. Dice el nombre y los dos apellidos, complicados y prometedores como los de un galán de telenovela. En vez de buscar trabajo, gastó con él todos sus ahorros, en plena felicidad, yendo a todas partes, comiendo y bebiendo muy bien, a veces demasiado, porque los españoles toman vino con todas las comidas, y además usan mucho el ajo, de modo que a ella le parecía a veces que le olía un poco a ajo el sudor.

    “¿No es eso lo que nos gusta a las mujeres?”, dice medio en broma, “¿que nos cuenten mentiras?”
    Volvió a Colombia enamorada y en quiebra. Habían planeado seguir viéndose, pero había demasiada distancia. “Y entonces no era como ahora, no había celulares, nada más que cartas, que tardaban tanto, y una llamada de teléfono costaba carísima”. Al hablar de él siempre dice su nombre y sus dos apellidos, como para confirmar la realidad administrativa de su existencia. Dice que sigue soñando con él. Sueña con él como era entonces, exactamente así. No lo sabe imaginar gordo, mayor, calvo, con el pelo blanco. Sueña que vuelven a encontrarse. Pero se queda pensativa y dice que ha pasado tanto tiempo que si lo viera quizá no lo reconocería. Su hermana, muy acostumbrada a sus historias, la mira con ironía y le dice: “Eres una Penélope”.

    Pero ella no ha escuchado nunca ese nombre y no conoce la historia. Me veo cumpliendo la singular tarea narrativa de contar la espera de Penélope y el regreso de Ulises a Ítaca a una persona que la está escuchando por primera vez, y que me mira con una expresión muy atenta, con la curiosidad pura de saber qué sucede a continuación, asombrada y conmovida por la obstinación de los dos esposos a lo largo de 20 años, Ulises sobreviviendo a aventuras y naufragios, Penélope destejiendo de noche lo que ha tejido de día para prolongar la espera, el perro viejo y ciego que reconoce antes que nadie a su amo. La Odisea está irrumpiendo por primera vez en la imaginación de alguien, no como una obra literaria solemne, sino como una fábula, una más entre los relatos que nos contamos los unos a los otros a diario, o que nos contamos en silencio a nosotros mismos, fantaseando, mintiendo. Pero lo prodigioso y lejano resulta de inmediato familiar: hay un hijo que abandona muy joven la casa en la que se crio sin la presencia de un padre; hay un soldado que está punto de no volver de una guerra que no parecía terminar nunca; hay un hombre y una mujer que se encuentran después de haberse esperado y recordado tanto y ahora no se reconocen, porque han pasado 20 años. Para estar segura de que el recién llegado es Ulises, Penélope lo pone a prueba. Hay una sola cosa íntima que solo él puede saber. El reconocimiento indudable sucede en el secreto de la cámara nupcial. En la pesadumbre del relato surge un indicio de picardía que a nuestra interlocutora le hace sonreír, porque ni la soledad ni el luto le han apagado una crédula expectación de los placeres de la vida. Se pregunta qué prueba podría ponerle ella a su amante español si volviera a encontrarse con él, si lo mirara y no estuviera segura de reconocerlo, al cabo de una ausencia más larga ya que la de Ulises. Y comprende instintivamente que en el corazón de cualquier historia está el misterio de lo que no llega a decirse.

    jueves, 4 de septiembre de 2014

    Artículo sobre Escritoras Malditas


    Hoy os quería dejar con un artículo sobre escritoras. Un artículo sobre "escritoras malditas", así repasamos algunas de ellas.

    Espero que os guste.

    Redes

    Siete escritoras malditas que escandalizaron con su vida y sus obras

    Día 23/07/2014 - 10.55h

    Muchas grandes autoras tuvieron que enfrentarse a los prejuicios de sociedades que no aceptaban que la mujer pudiera dedicarse a la literatura

    A lo largo de la historia, muchas mujeres se han visto obligadas a enfrentarse a todo tipo de prejuicios propios de sociedades conservadoras para poder desarrollar profesiones que hasta entonces habían sido consideradas propias del género masculino.
    Las primeras mujeres que decidieron dedicarse profesionalmente al mundo de la escritura no fueron una excepción y, durante años, tanto sus obras como su vida fueron tachadas de escandalosas por unas sociedades puritanas que no aceptaban que la mujer pudiera tener una imaginación y un talento a la altura de los grandes hombres de la literatura.
    En nuestro habitual recorrido por los temas más destacados de la blogosfera, hoy queremos compartir una lista elaborada por una de las autoras del blog «Librópatas» que pretende rendir homenaje a siete de esas escritoras malditas que abrieron camino a las generaciones siguientes en el mundo de la literatura. Por supuesto, sobra decir que muchas de sus obras todavía hoy siguen siendo absolutamente recomendables.
    1.-Anaïs Nin: La figura de esta escritora nacida en Francia en 1903 de padres hispano-cubanos y posteriormente nacionalizada estadounidense sea el paradigma de una vida escandalosa para la sociedad de su tiempo. Su biografía está repleta de escándalos que ella misma narra a lo largo de los siete volúmenes de su diario, que constituyen su obra más conocida. Nin tuvo una vida amorosa compleja, con amantes célebres como Henry y June Miller y fue una de las primeras autoras en publicar relatos de contenido erótico en Estados Unidos.
    2.-Jean Rhys: Esta escritora nacida en la colonia británica de Dominica en 1890 es famosa por ser la autora de “Ancho mar de los Sargazos”, la conocida precuela de “Jane Eyre”. Sin embargo, es también autora de una autobiografía que contiene todos los elementos necesarios para calificar su vida como escandalosa. En ella narra cómo, tras trasladarse a Londres para completar su formación decidió instalarse en la capital británica, donde trabajó como corista, intentó ser una “demi-monde” (una de esas chicas que eran en teoría coristas pero en realidad vivían de sus amantes ricos), para terminar convirtiéndose en modelo de desnudos y camarera en una cantina durante la Primera Guerra Mundial.
    3.-Mary Shelley: La autora de Frankenstein tuvo una vida agitada y polémica. Hija de Mary Wollstonecraft y William Godwin, a quienes ya rodeaba la polémica, su única hermana se suicidó y fue sepultada en una fosa común, después de que la familia se desentendiera de su muerte. A los 16 años conoció al aristócrata Percy Shelley, con el que huiría a la Europa continental, arrastrando a su hermanastra Claire Clarmont con ellos. A pesar de que Shelley estaba casado, tuvieron varios hijos, aunque solo el último de ellos logró alcanzar la edad adulta. Cuando Percy Shelley murió, Mary Shelley usó la escritura para ganarse la vida.
    4.-George Sand: Esta autora francesa es el paradigma de escritora romántica, lo que prácticamente asegura que tuvo que llevar una vida escandalosa. Sand de casó muy joven con el barón Casimir Dudevant, a quien abandonaría nueve años después llevándose a sus dos hijos con ella. Empezó a vestirse de hombre, tuvo varios amantes célebres y escribió mucho, lo que la convirtió en una de las grandes intelectuales de su momento.
    5.-Aphra Behn: Nacida en 1640, Behn fue la primera escritora británica profesional de la historia. A pesar de que podía vivir de sus obras, esta dramaturga fue espía en la ciudad de Amberes, en 1666, poco antes de que Inglaterra declarara la guerra al Imperio Español. Poco se sabe del resto de su vida, aunque se cuenta que, tras enviudar mantuvo sonados romances con hombres y mujeres de la más alta sociedad inglesa y que se arruinó en varias ocasiones, lo que la llevó a tener una prolija carrera para poder mantener su elevado nivel de vida. Pese a ello, falleció en la más absoluta pobreza.
    6.-Víctor Catalá: Aunque el nombre pueda sugerir lo contrario, Víctor Catalá fue el pseudónimo escogido por la escritora catalana Caterina Albert para desarrollar su carrera literaria evitando el escándalo. Nacida en 1860, Albert fue una de las primeras autoras en lengua catalana. Su primera aparición con su propio nombre tuvo lugar en 1898, cuando ganó uno de los premios de los Juegos Florales de Olot, con el poema “El llibre nou" y un monólogo titulado “La infanticida”. El escándalo provocado por esta última obra hizo que a partir de entonces firmara toda su producción como Víctor Catalá. Lo más curioso es que la sociedad catalana de la época asumió que sus novelas eran escritas por un hombre porque eran demasiado duras como para que las hubiera escrito una mujer.
    7.-Eulalia de Borbón: La hija menor de Isabel II destacó como autora de un libro de memorias publicado en los años 30, así como de la obra “Au Fil de la Vie”, editada en Francia en 1911 bajo el seudónimo de Condesa de Avila y que fue prohibido en España por su sobrino, el rey Alfonso XIII, por ser una obra de carácter feminista y demasiado modernista. Esta actividad literiara convirtió a Eulalia de Borbón en la oveja negra de la familia real española durante la Restauración, por lo que mantuvo numerosas disputas con sus hermanas y su sobrino, con quien llegó a estar varios años sin cruzar una palabra. Pasó grna parte de su vida en el exilio y popularmente fue conocida como “la infanta republicana”.



    La foto muestra a Mónica Montañés, escritora de telenovela en Venezuela.
    http://www.revistadominical.com.ve/noticias/actualidad/alejandra-benitez-no-fue-el-unico-desnudo.aspx

    viernes, 17 de enero de 2014

    "Caerán precipitaciones en forma de nieve" un artículo de Alex Grijelmo


    Parece ser que este fin de semana va a hacer mucho frío o como dirían los meteorólogos vamos a tener "condiciones climatológicas adversas"...

    Entonces cómo seguramente pasaréis más tiempo en casita y tendréis más tiempo para leer os quería dejar con un artículo de Alex Grijelmo que salió hace días, el 22 de diciembre de 2013, en el periódico ELPAIS, en la sección La punta de la lengua titulado “Caerán precipitaciones en forma de nieve”. Está bien, es muy curioso, no dejeis de leerlo.



    “Caerán precipitaciones en forma de nieve”.


    Este invierno tendremos “condiciones climatológicas adversas”, se lo digo con toda seguridad. Y además se lo anuncio con toda solemnidad. Si no hubiera querido deslumbrarle a usted solemnemente, habría escrito que este invierno tendremos mal tiempo, y ya está.
     
    Ese mal tiempo, de todas formas, hará que suba “la siniestralidad en las vías interurbanas”, lo cual también le expreso a usted con la ampulosidad precisa para que le dé la importancia debida al hecho de que habrá más accidentes en las carreteras.
     
    Y los habrá, sin duda; por mucho que para evitarlo se produzca un despliegue de las “fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado”, mayormente de la Guardia Civil.
     
    Lógico, porque las condiciones climatológicas adversas y el consiguiente despliegue de las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado para evitar la siniestralidad en las vías interurbanas se van a dar porque “caerán precipitaciones en forma de nieve”. También pueden sobrevenir “precipitaciones en forma de granizo”, incluso “precipitaciones en forma de agua”.
     
    Y no se quede usted ahí: las peores precipitaciones son las de viento: se precipitan los árboles, se precipitan las cornisas, se precipitan los carteles de las peluquerías… Sí, a veces ocurren tales desgracias por la negligencia de los responsables de conjurar esos riesgos, personas que descuidan sus obligaciones y que en algunos casos se merecen acabar encerradas en una institución penitenciaria, lo que antes de inventarse el idioma administrativo se llamaba prisión.
     
    Los accidentes de tráfico debidos a que nevará, granizará o lloverá (o sea, precipitaciones en forma de tal y tal) se concentrarán en algunos “puntos kilométricos”: “Atención, se ha producido un desprendimiento de tierras (o sea, otra precipitación) en el punto kilométrico 21”; es decir, lo que veníamos llamado “el kilómetro 21”.
     
    Y eso nos lleva a la perplejidad de conocer que hay puntos kilométricos, cuando siempre los imaginábamos redonditos y pequeños; vamos, de milímetros. Los puntos siempre fueron milimétricos.
     
    Alguna extraña razón activa en ciertas personas la costumbre de alargar los términos de cualquier idea. Quizás el subconsciente les dice que así consiguen alargar la idea misma. Y entonces incurren en pleonasmos como el de esas fuerzas y esos cuerpos (se nos haría raro pensar en cuerpos de seguridad sin fuerza, o en fuerzas de seguridad sin cuerpos); o el de las precipitaciones que caen (o caídas que se precipitan); casi siempre hacia abajo, por cierto.
     
    Hoy se celebra la Lotería de Navidad. Así que a algunos se les precipitará el Gordo. Les caerán precipitaciones en forma de premios. Y lo organiza todo la Sociedad de Loterías y Apuestas del Estado, que no debemos entender como la sociedad mediante la cual el Estado lanza sus envites (las apuestas del Estado), sino como la “sociedad estatal de loterías y apuestas”, pues se supone que quienes juegan son los ciudadanos. (Bueno, y también el Estado, ciertamente, porque a veces le tocan los números que nadie compró).
     
    En fin, ante tanta precipitación en el lenguaje oficial, constituye nuestro deber avisar a los lectores: habrá euforia de los agraciados, que se amontonarán si el premio, como acostumbra, está muy repartido. Eso puede generar “la invasión de las vías urbanas”; y “los efectivos de las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado” no podrán desplegarse “por toda la geografía nacional”. Por tanto, se informará con puntualidad acerca de eventuales “alertas de nivel amarillo (circulación intermitente)” para evitar “la siniestralidad invernal”.
     
    Ahora bien (y aquí viene el principal aviso): se oirá decir en los medios de comunicación que algunos afortunados, deseosos de celebrar su suerte, han tirado la casa por la ventana. Eso, que conste, forma parte del lenguaje popular (tan distinto del lenguaje verdadero) y, por tanto, no debe tomarse al pie de la letra, pues en ningún caso significará que se estén produciendo precipitaciones en forma de muebles.