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miércoles, 18 de octubre de 2017

"Cómo era ser vecino de Cervantes, Lope de Vega, Góngora y Quevedo" Artículo de Ana Marcos en El País



Me parecen muy interesantes estos artículos sobre escritores y Madrid. Recordamos nuestra historia y repasamos nuestra literatura.

Es un artículo de Ana Marcos. Salió en el periódico El País en marzo de 2015.

Cómo era ser vecino de Cervantes, Lope de Vega, Góngora y Quevedo

12 escenas de la vida en el barrio de las Letras durante el Siglo



El personaje de Lope de Vega en 'El ministerio del tiempo'.
El personaje de Lope de Vega en 'El ministerio del tiempo'.

"Nunca en la historia de la cultura universal se dio tanta concentración de talento en cuatro o cinco calles", escribió Arturo Pérez-Reverte en su blog en 2009 sobre el barrio de las Letras en Madrid. "Si un barrio con semejante pedigrí hubiera estado en Londres o París, todo el lugar sería hoy un inmenso museo al aire libre cuajado de bibliotecas, placas conmemorativas, monumentos y autobuses con turistas. Pero donde está es en Madrid. Capital de España, o de lo que sea este puticlub de carretera. Así que pueden imaginar la diferencia", añadió en 2011.

Para unos cuantos madrileños, otros tantos turistas y algunos estudiantes Erasmus esta zona se vertebra en torno a la calle Huertas, es decir, alrededor de sus tapas, cañas y copas cualquier día de la semana a cualquier hora. Desde hace unas semanas la que fuera la periferia de Madrid en el Siglo de Oro se conoce como lugar donde han encontrado a Miguel de Cervantes. En realidad el autor de El Quijote llevaba en el Convento de las Trinitarias desde 1616, pero el hallazgo ha servido para recuperar y reivindicar la tradición cultural del barrio.

Cervantes no era el único que paseaba por estas calles y creaba en una de sus casas. El territorio que encierran el Paseo del Prado, la plaza de Jacinto Benavente, la calle Atocha y la carrera de San Jerónimo fue habitado por Lope de Vega, Quevedo, Góngora, y tiempo después por Zorilla, Valle-Inclán o Gustavo Adolfo Bécquer, entre otros, a los que se sumaban visitantes ilustres y habituales como Ramón y Cajal o Benito Pérez Galdós. "Durante tres siglos fue el barrio de los artistas", dice Juan Carlos González, responsable de Carpetania, una agencia dedicada a organizar rutas culturales por Madrid. "Tenía mala fama por ser el lugar donde vivían los artistas, personas de poca misa y menos rezo, gentes con una vida un tanto desordenada".

Si la identificación de los restos de Cervantes servirá de acicate para convertir el barrio de las Letras en el Trastévere o en el Montmartre madrileño es un misterio que ni la propia alcaldesa, ya de salida, Ana Botella, se atreve a desvelar. En Verne recordamos con la ayuda de Juan Carlos González, experto de tanto pateo y estudio, y tras visitar la Casa-Museo de Lope de Vega cómo fue el barrio de las Letras antes de convertirse en el lugar predilecto para las despedidas de soltero (y todo lo que esta celebración conlleva) en Madrid.

1. "Miguel de Cervantes no era el vecino más famoso del barrio, era Lope, el único escritor con casa propia y una legión de fans que le lanzaban piropos por la calle. Se decía que en las casas del barrio además de una talla de un Cristo se ponía un retrato del escritor", cuenta González.
2. La vivienda de Lope de Vega, que definía como "mi casilla, mi quietud, mi güertecillo y estudio", es una espectacular casa de tres plantas y un jardín con árboles donde reina un naranjo. En este lugar vivió los últimos 25 años de su vida. Tras la muerte de su segunda esposa Juana de Guardo se ordenó sacerdote y suavizó su fama de seductor.
3. La de Lope es una casa a la malicia, es decir, tanto la distribución de las ventanas en la fachada como la de las habitaciones servían para evitar la regalía de aposento, la obligación de alojar a un funcionario del rey, en la mayoría de los casos, un soldado. Lope de Vega consiguió eludir el pago del impuesto y al huésped durante algún tiempo. Finalmente tuvo que alojar a Alonso Contreras, el soldado que inspiró la saga Alatriste y a uno de los protagonistas de la serie El ministerio del tiempo de TVE.

4. En la calle León se reunían los agentes de los actores en el conocido mentidero de los representantes donde además de hablar de contratos y obras de teatro se difundían otro tipo de rumores. En este lugar se cocinó la mala fama de Cervantes y su enemistad con Lope. "Ellos eran conscientes del pique, era algo así como el Real Madrid contra el Atlético de Madrid", dice González. "De hecho Lope organizaba tertulias en su jardín y nunca invitaba a don Miguel".

5. La fama de Lope de Vega en el barrio estaba relacionada con su éxito teatral. "La mayoría de sus obras se estrenaban en el Corral del Príncipe, el actual Teatro Español", recuerda González. "Las de Cervantes eran más intelectuales y no conseguían tanto público. Ahora se le recuerda sobre todo por la novela, pero a él le hubiera gustado que le recordaran por sus obras teatrales".

6. Al teatro se iba a pasar el día, las obras podían durar jornadas enteras. Las mujeres se situaban en la cazuela y los hombres de pie. "Ellos iban a verlas a ellas", asegura el experto. Durante las funciones se podía comer, lo que acarreaba un peligro: "Si la pieza era aburrida acababan lanzando todo tipo de cosas a los actores, en aquel momento era un oficio casi peligroso, el público podía boicotear obras, autores y actores".

7. La otra pareja de enemigos la formaban Quevedo y Góngora. Se arrojaban versos maliciosos y verbos más crueles por la calle. "Góngora llamaba a Quevedo la culta latiniparla por pedante y por el tipo de tecnicismos que usaba", recuerda González. "Quevedo contratacaba diciéndole que dormía en latín y soñaba en griego". Pero la mayor venganza llegó cuando Quevedo empezó a extender el rumor de que iba a echar a su enemigo de su casa. Y lo cumplió. "Compró el piso con el bicho dentro", dice el experto. No consta ni que se trasladara a su nueva vivienda, pero consiguió que al pobre (literalmente) Góngora lo desalojaran.

8. Al barrio de las Letras también se le conoció como el barrio de las huertas. Algunos vecinos aprovecharon la zona de umbría del actual paso del Prado (esa zona era campo) para plantar árboles frutales. Los huertos desaparecerán en el siglo XVIII.

9. Otro de los refranes con el que se identificaba a este barrio era: "En la calle Huertas hay más putas que huertas". La zona estaba llena de tabernas y mesones, era el centro de ocio de la ciudad. También había unas cuantas mancebías legales que lo convertían en el barrio rojo del Siglo de Oro. "A las prostitutas las llamaban las hermanas de Venus porque proporcionaban amor y venéreas", explica González. Gozaban de sus servicios los soldados de Flandes en su descanso en la capital lo que ayudaba a extender nuevas enfermedades que se traían del frente.

Para paliar las epidemias se creó un hospital especializado en venéreas en la glorieta de Antón Martín, en el límite del barrio. "En la película Alatriste, Ariadna Gil muere por una de estas infecciones en este centro", cuenta González.

Los soldados no eran los únicos que acudían al barrio para visitar a las prostitutas, Galdós y Ramón y Cajal también pagaban por sus servicios. "Al nobel también le gustaba la carne", ríe el experto.

10. Cuando terminaban de disfrutar de los placeres de la carne escritores, actores, toreros como Luis Miguel Dominguín y Manolete, y demás artistas se reunían en lugares como El Parnasillo, el bar más cutre de Madrid, el del Teatro Español o en la fonda de San Sebastián que después se convirtió en un palacio. Practicaban la charla y la conspiración contra el Gobierno, que como ahora, consideraban que les acribillaba a impuestos.

11. Una de las costumbres de las mujeres del barrio era ir a misa de 11, la misa de las marías, la liturgia a la que acudían las actrices, las famosas de la época. Era el momento del día favorito de las vecinas porque así podían cotillear y copiar los vestidos de sus ídolos. "Otra de las anécdotas llegaba en el momento del rezo", dice González, "se arrodillaban y decían: 'Creo en Dios' y luego bajaban la voz y terminaban: 'y en Lope de Vega en el cielo y en la tierra".

Las iglesias del barrio eran también el sitio al que acudir a ligar. Los jóvenes no se conformaban con intercambiar miradas, así que, según relata Juan Carlos González, cuando ellas se acercaban a la pila de agua bendita para santiguarse ellos metían la mano al mismo tiempo para rozarse. "Hacían deditos en templos como la iglesia de Medinacelli", apunta.

12. Los nombres de las calles cambiaron con los siglos. La calle del mentidero era también la calle León en la que por un par de maravedíes se podía ver a esta fiera en una jaula en casa de uno de los vecinos. La actual calle Lope de Vega se llamaba Cantarranas porque se escuchaban croar a estos animales. Cervantes fue la calle Francos porque varios franceses tenían allí casa.



jueves, 28 de septiembre de 2017

Artículo sobre Marga Gil de Ana Marcos en El PaÍs


Os dejo hoy con un artículo sobre una casi desconocida Marga Gil, escultora. Yo la conocí a raíz de leer el libro "Las sinsombrero" de Tania Balló.

No os lo perdáis.

Quién fue Marga Gil y por qué debería interesarte (más allá de su suicidio por Juan Ramón Jiménez)

Con 15 años esculpía como si llevara toda la vida consagrada a la piedra

Expertos aseguran que sus ilustraciones inspiraron 'El principito'


"Si pensaste al morir que ibas a ser bien recordada, no te equivocaste, Marga. Acaso te recordaremos pocos, pero nuestro recuerdo te será fiel y firme. No te olvidaremos, no te olvidaré nunca". Juan Ramón Jiménez.



Marga Gil Roësset, pintora y escultura española.

Marga, la joven que el escritor recordó en un poema recogido en Españoles de tres mundos, se disparó un tiro en la sien a los 24 años. Justo después de entregarle una carpeta amarilla y decirle: "No lo leas ahora". Lo que se escondía entre esas tapas es el diario de esta precoz escultora e ilustradora. Una confesión de amor por Juan Ramón Jiménez que se acaba de publicar y sobre la que puedes leer en este artículo de El País. Las confesiones figuraban en un diario que desapareció en 1939, cuando tres asaltantes —Félix Ros, Carlos Martínez Barbeito y Carlos Sentís— robaron la casa de Juan Ramón Jiménez mientras estaba en el exilio.
Pero, ¿quién era esa mujer que con 13 años dibujaba con maestría barroca y a los 15 esculpía con la misma facilidad y técnica que un consagrado a la piedra durante años?
- Marga Gil Roësset nació en Las Rozas, a las afueras de Madrid, en 1908, bajo amenaza de desahucio. Su madre Margot desoyó al médico y se empeñó en sacarla adelante. No solo alargó la vida de su segunda hija hasta que ya no pudo decidir su destino, también le inculcó la pasión por las artes. Ana Serrano, experta en su obra y comisaria de una exposición dedicada a Marga Gil en el Círculo de Bellas Artes en el año 2000, es además autora de un blog donde se disecciona de manera exhaustiva el legado de esta artista. O lo que queda de él porque en su afán destructor intentó acabar con cualquier atisbo de su patrimonio horas antes de suicidarse.
- Era una artista precoz: Con 13 años Marga ilustraba los cuentos de su hermana mayor Consuelo por orden de su madre y con la promesa de conseguir la merienda. Con estas tretas, Margot Roësset consiguió que sus hijas quedaran atrapadas en la escultura y la escritura. "Son ilustraciones fascinantes, como hechas a pluma con algo de color; parecían más grabados que dibujos, pero grabados de Doré o de Piranesi", escribió Ana Serrano en el catálogo que acompañaba a la muestra.
Toda la obra que queda de Marga Gil son 26 figuras, que en realidad son 16, porque 10 son réplicas. "Son como fantasmas, grandes, duras, fuertes, de granito, vanguardistas... un crítico varón diría que viriles", apuntó la experta. Sus padres, antes de poner cualquier adjetivo, decidieron llevar a su hija de 15 años al taller del maestro Victorio Macho, precursor de la escultura contemporánea española, para que terminara de encaminar esas manos. "Macho no quiso adulterar con tácticas de manual el sofisticado talento de una damita con ramalazos de genialidad sin amarre", escribió Antonio Lucas en un delicioso perfil en El Mundo. Gil siempre fue autodidacta.
- ¿Inspiró a El principito?: En 1933 se publicó un libro de canciones con texto en francés y español de su hermana Consuelo, música de su cuñado José Mª Franco, y tres ilustraciones suyas. "Una de las cuales, 11 años anterior a las de El principito de Saint-Exupèry, es tan parecida a las de este cuento que todo el mundo que la ve se supone que le imitó. ¿Conoció Saint-Exupèry las ilustraciones de Marga? Es más que probable que sí", asegura Serrano en su blog.
- El amor prohibido: "... Qué sé yo por qué te quiero tanto ... vamos ... sí sé ... comprendo muy bien que se quiera así ... pero ... querría no quererte tanto ... aunque mi única razón de ser ... es esa... y también mi única razón de no ser ... ... En amor ... no cabe una intervención razonada... quieres o no quieres".
Estas líneas pertenecen a uno de los pasajes que días antes de que aparecieran los diarios de Marga Gil, El Cultural, suplemento especializado de El Mundo, publicó del libro editado por la Fundación Lara. La pasión de la escultora por el escritor se desató en un recital de ópera en 1932. Él tenía 51 años y estaba casado con Zenobia Camprubí a quién Gil había regalado un cuento cuando era una niña en condición de admiradora de la traductora de Tagore. Desde aquel día Marga Gil tuvo que lidiar con los arrestos de un amor no correspondido y los embistes de una mente superdotada. "Dormía poco, abandonaba el comer. Café, té, vida abreviada. No le importaba seguramente vivir. Una estoica", escribió Juan Ramón Jiménez en un análisis desafortunado de la situación de una mente genial que ya no respondía a la creatividad artística con la medida de los cánones.
El escritor Benjamín Prado versionó en un poema este final trágico con la mirada más precisa del espectador, contraria al del protagonista. Extraemos estos versos:
Estamos en el año 1932 y Marga se enamora de Juan Ramón Jiménez. Es una chica oscura. Hay un túnel que une su corazón y el ruido de los bosques. Un día entra en la casa. Un día escribe ya nada me separa de ti, salvo la muerte. Luego, todo se termina. Casi podemos verlo: 28 de julio; el cielo es muy azul; puede que unas palomas se escapen del jardín al oírse el disparo.
- La tumba de Marga Gil: "En Las Rozas (en el chalet de su tío Eugenio de esta localidad es donde murió), en el cementerio antiguo, no se sabe dónde, pues una bomba de nuestra última guerra cayó allí y destruyó únicamente su lápida, como si el azar quisiera ayudarla a borrar todo vestigio de ella misma, reposa junto a sus padres Marga Gil Roësset, que dejó de vivir por su propio deseo el 28 de julio de 1932", escribió Ana Serrano.

jueves, 31 de agosto de 2017

"El día en que Francisco de Quevedo "desahució" a Góngora" Artículo del periódico



Hoy quería dejaros con un artículo de los que me gustan para nuestra colección de "El Mentidero" de la literatura.

mentidero.
De mentir y -dero.
1. m. Lugar donde se reúne la gente para conversar.
2. m. Grupo humano o ambiente en el que se comentan noticias de algunas parcelas de la actualidad. En los mentideros políticos se especula sobre las elecciones.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados


Hacía tiempo que no alimentábamos esta sección de la página "rosa" de las letras, hoy vamos a "ilustrarnos" recordando el pique que había en el Madrid del Siglo de Oro de las Letras entre Quevedo y Góngora, que fueron a coincidir para desdicha de Góngora en el Barrio de las Letras de Madrid.

Ya me hubiera gustado a mí conocer ese barrio por aquel entonces ¡Cuánto de bueno había!






MADRIDIARIO, 23 de agosto de 2017

El día en que Francisco de Quevedo 'desahució' a Góngora

Por Alba Cabañero

Por las calles de Madrid han pasado numerosos artistas, escritores, pintores y poetas, pero pocos tan pintorescos como Francisco de Quevedo. El 23 de agosto de 1620, el poeta adquirió una casa al lado
de la calle Lope de Vega con un objetivo: fastidiar a Luis de Góngora.
Nacido en Madrid en 1580, Francisco de Quevedo es uno de los artistas más importantes que ha dado la capital madrileña. El poeta, cercano a la gente, se ganó el cariño y la admiración de todos aquellos que le conocían y que frecuentaban los mismos lugares que el escritor.
Fue en la Universidad de Valladolid donde se ganó su fama como poeta y su enemistad con Luis de Góngora, al que dedicó uno de sus poemas satíricos: ‘A un hombre de gran nariz’. Viajó variasveces fuera de España, —y fue expulsado del país también— pero el 23 de agosto de 1620, Quevedo compró una casa en la calle del Niño, que hacía esquina con la calle Lope de Vega y se encontraba situada frente al convento de las Trinitarias, pagando por ella 40.000 reales.
La casa se situada en el actual barrio de las Letras, que en antaño fue el barrio bohemio de la ciudad, donde artistas de diferentes disciplinas vian. La zona era lúdica y animada, con multitud de tabernas, fondas, casas de juego y prostíbulos. El poeta solía frecuentar estos lugares con asiduidad, por lo que esta casa se encontraba situada en el lugar perfecto para que disfrutase de su vida nocturna y dica.
Aunque Quevedo comprase la casa, se dice que nunca vivió en ella. ¿El motivo de la compra? Dejar a
su enemigo Góngora en la calle. El cordobés, que definió la vivienda como “una casa del tamañode un dedal y, en el precio, de plata, llevaba años viviendo de alquiler en aquel inmueble y secree que Francisco de Quevedo la adquirió solo para echarle.
Hoy en día, en el lugar donde la casa se situaba, una placa recuerda que Quevedo vivió allí. Lacalle también cambió su nombre, pasando a ser calle Quevedo, ni rastro de mención a Góngora, alque no le quedó más remedio que resignarse y preparar la mudanza, con la pluma como único arma para vengarse de Francisco de Quevedo.

sábado, 18 de marzo de 2017

Anecdotas de escritores: Valle, Unamuno, Dickens, Twain...



Mark Twain en uno de sus viajes en tren por EE.UU., se topó con el revisor y no encontraba su billete. Tras una larga espera mientras el escritor buscaba por sus bolsillos, el empleado dijo:
—Ya sé que es usted el autor de Tom Sawyer, así que no se moleste, estoy seguro de que ha extraviado el billete.
—El problema es que, si no lo encuentro, no sé dónde debo bajarme —confesó Twain.


Cuando el rey Alfonso XIII le otorgó a Miguel de Unamuno la Gran Cruz de Alfonso X Sabio, el escritor comentó:
-Me honra, Majestad, recibir esta cruz que tanto merezco
El monarca le contestó:
-¡Qué curioso! En general, la mayoría de los galardonados aseguran que no se la merecen
A lo que el escritor replicó al Rey:
-Señor, en el caso de los otros, efectivamente no se la merecían



Valle Inclán fue citado ante el juez en cierta ocasión con motivo de un alboroto que había armado. Tras declarar su nombre y su oficio, este es el diálogo que mantuvieron:
—¿Sabe leer y escribir?
—No.
—Me extraña la respuesta.
—Más me extraña a mí la pregunta.


El cuñado de Dickens contó sobre él en una ocasión:
Una tarde en Doughty Street, la señora Dickens, mi esposa y yo estábamos charlando de lo divino y lo humano al amor de la lumbre, cuando de repente apareció Dickens. “¿Cómo, vosotros aquí?”, exclamó. “Estupendo, ahora mismo me traigo el trabajo”. Poco después reapareció con el manuscrito de Oliver Twist; luego sin dejar de hablar se sentó a una mesita, nos rogó que siguiéramos con nuestra charla y reanudó la escritura, muy deprisa. De vez en cuando intervenía él también en nuestras bromas, pero sin dejar de mover la pluma. Luego volvía a sus papeles, con la lengua apretada entre los labios y las cejas trepidantes, atrapado en medio de los personajes que estaba describiendo…

domingo, 21 de junio de 2015

Artículo de escritores y el café


Hoy nos vamos a desayunar un artículo sobre los escritores y el café. De "Libropatas", al final os dejo el enlace.

Espero que os guste:




A los escritores les gusta el café. Les gusta mucho. Tanto que no es nada difícil encontrar artículos en la prensa de medio mundo que se preguntan si se puede ser escritor sin beber esa sustancia. Por supuesto, las estadísticas de bebedores de café y profesiones dejan claro que los escritores son unos de sus principales consumidores. Claro que en todo hay grados. Y algunos beben más (o más raro) que otros.
1. Honoré de Balzac y su adición al café. ¿Era Honoré de Balzac un adicto al café? El escritor bebía unas 50 tazas de café diarias, ya que tenía una  rutina de trabajo bastante ‘salvaje’ (se levantaba para escribir a la 1 de la madrugada) y maratoniana (era capaz de estar trabajando 15 horas seguidas). Como nos explican en el fabuloso Rituales cotidianos: Cómo trabajan los artistas, el escritor tenía una forma curiosa de alternar períodos en los que no hacía nada con auténticas “orgías de trabajo”. Su entusiasmo por el café y sus efectos era tal que acabó comiendo directamente los granos de café.
2. Søren Kierkegaard y su colección. Kierkegaard escribía por las noches porque necesitaba el silencio, así que necesitaba café para mantenerse despierto. Lo tomaba con mucho azúcar y en una de las 50 tazas que poseía (a juego con su platillo). Todas eran distintas y su secretario tenía que elegir la que emplearía ese día. Luego tenía que explicar las razones por las que se había quedado con esa taza y no con cualquier otra.
3. Marcel Proust y su monótona alimentación. El café no le servía a Proust para mantenerse despierto… en realidad era lo único que tomaba. En su última etapa, cuando se encerró a escribir la monumental En busca del tiempo perdido solo se alimentaba de café con leche y croissants. Una dieta interesante. 
4. Voltaire y su record. Si Balzac era un adicto al café, el filósofo Voltaire lo era incluso más. Tomaba café de unas 50 a 72 veces por día, lo cual es posiblemente más de todo el café que nos tomamos cualquiera de nosotros en una semana. Teniendo en cuenta que durante su vida Voltaire escribió unas obra especialmente vasta, se entiende que el autor lo necesitaba. Además de beber café, también frecuentaba los cafés parisinos.

lunes, 2 de marzo de 2015

Valle Inclán y Echegaray, Echegaray y Valle Inclán.... Anécdotas de escritores



Comenzamos mes, ya estamos a 2 de marzo de 2015, y he pensado que una buena forma de comenzarlo es con nuestras anécdotas de escritores. Algo distendido ¿verdad? que estamos a lunes y queda mucha semana...

Yo creo que la conoceis pero vamos a recordar esas anécdotas tan conocida protagonizada por Valle Inclán (1866-1936) y José Echegaray y Eizaguirre (Madrid 1832-1916).

En cierta ocasión, Valle Inclán necesitó una transfusión y Echegaray acudió a darle su sangre. Eran amigos, pero cada uno escribía en un periódico distinto y estaban siempre a la greña. Cuando Valle vio aparecer a don José, le dijo al médico: “De ese no quiero sangre, doctor, la tiene llena de gerundios”.



 Hay otra anécdota protagonizada por estos dos escritores:

En el núm. 16 de la Calle Echegaray de Madrid vivió durante un tiempo el poeta Nilo Fabra, amigo de Valle-Inclan. Este, tuvo que enviarle una carta, y enfadado por tener que cursarla a la calle dedicada a Echegaray, no tuvo reparos en escribir “Calle del Viejo Idiota nº16″. Increíblemente la carta llegó, y Valle-Inclan elogió la inteligencia de los carteros.


Y ya una última anécdota:


Valle Inclán fue al estreno de la obra de Echegaray "El hijo de diablo" en el teatro Fontalba de Madrid, con Margarita Xirgu en el papel principal. Al terminar la obra cuando el público aplaudía, Valle Inclán gritaba: ¡Muy mal, muy mal! Un policía intentó parar los improperios y Valle Inclán terminó detenido y salió del teatro gritando ¡Arreste a los que aplauden!


A Valle Inclán, maestro del modernismo y creador del esperpento, le precede tanta fama de ingenioso que se han difundido versiones exageradas y a veces incluso inventadas de sus comentarios. 

Su fuerte personalidad y la dedicación a este ambiente le llevó a "presidir" tertulias en los cafés  De la Montaña, Madrid, Fornos, Lyon d'Or y el más asociado a su persona, El nuevo café de Levante.
Entre las frases que se le atribuyen figura la siguiente: "El Café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo, que dos o tres universidades y academias".


Echegaray (Madrid, 1832 – 1916) fue un personaje muy paradójico, por una parte era ingeniero de caminos, científico, matemático y político, pero además ganó el Premio Nobel de Literatura en el año 1904.

Escribía por dinero, según él mismo reconoció, y su estilo literario no estaba muy bien considerado (todo lo contrario que su labor en las Matemáticas), por eso cuando se le otorgó el Nobel, algunos escritores, como Unamuno, Machado, Rubén Darío y Baroja, entre otros, publicaron una nota de protesta.

 
Por si os apetece escuchar más sobre este tema os dejo con el enlace a "Pasajes de la Historia" donde se habla de esta "buena" relación:

http://www.pasajesdelahistoria.es/podcast/ramon-maria-del-valle-inclan-vs-jose-echegaray




lunes, 16 de diciembre de 2013

Escritores maniáticos.- Artículo de Victor Montoya



Hoy os dejo con otro de esos artículos sobre las manías de los escritores...

Escritores maniáticos

•  Por: Víctor Montoya - Escritor



Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Anthony Burgess y Marcel Proust


Los escritores tienen manías que arrastran a lo largo de la vida, desde el instante en que son una suerte de náufragos que viven recluidos en una isla a lo Robinson Crusoe. El mismo acto de la escritura es, por antonomasia, una manía de solitarios, en cuyo trance nadie puede echarles una mano ni soplarles al oído lo que deben o tienen que escribir.

Las manías de los escritores son tan diversas como las de todos los mortales. He aquí algunos ejemplos: los escritores como Vargas Llosa se parecen a los peones que, una vez aseados y encerrados en el escritorio, se entregan a merced de su imaginación desde las primeras horas de la mañana, sin permitir que nada ni nadie los interrumpa en el instante de la inspiración; ese misterioso soplo que a uno lo toca en el proceso de la creación.

Otros no soportan cambiar de bolígrafo o color de tinta, como José Miguel Ullán y Tom Sharpe, quienes, además de usar estilográficas baratas, escriben primero a pulso y luego a máquina. Cortázar casi siempre leía los libros sorbiendo mate del poro y con un bolígrafo en la mano, para anotar comentarios al margen de las páginas, subrayando algunos párrafos hasta la extenuación o, simplemente, corrigiendo las erratas que en algunas ediciones se esconden como alimañas entre renglón y renglón. Faulkner escribía siempre sobre papel azul, Goethe lo hacía sentado en un caballito de madera, Dostoievski caminando por la habitación, Günter Grass con una estilográfica Montblanc y en un rincón de su estudio de pintura.

Si Ernest Hemingway escribía de pie, Graham Greene escribía con lápiz, en tanto Anthony Burgess escribía aproximadamente 300 palabras diarias y, como la mayoría de los escritores contemporáneos, usaba un miniordenador para producir y reproducir sus textos, aunque estaba convencido de que el ordenador sólo servía para escribir cartas a los amigos y no para crear textos literarios.

Algunos tienen la misma manía que García Márquez, quien, antes de que en su oficio irrumpiera el ordenador, utilizaba una máquina eléctrica de la misma marca y con el mismo tipo de letra; un papel blanco, de 36 gramos y tamaño carta. Alguna vez confesó también que no escribía mientras no tenía en el cuarto una temperatura de 30 grados y un ramillete de rosas amarillas en el florero, por esa vieja superstición de que las flores amarillas le traían suerte en el instante de describir a personajes encerrados en sí mismos, conversando con su propia soledad y creciendo como las raíces del chinchayote, a la manera de Rulfo, Pessoa y Onetti.

No se deben olvidar las manías de los autores que escriben en medio de un desorden organizado, a cualquier hora del día y en cualquier lugar; en el bar, la calle, el comedor y hasta en el baño, y no necesariamente en un cuadernillo sino sobre una tira de papel higiénico, la factura del restaurante, una cajetilla de cigarrillos o, simple y llanamente, en el borde de un periódico o revista.

Así, pues, las manías de los escritores, como todo lo demás en la vida, son tan variadas como las obras literarias y las manías de los mismos lectores.

Entre la variada gama de escritores que ostentan diversas manías, yo me identifico con quienes tienen la manía de escribir en la cama, pues es el único espacio, de dos metros por dos, que el individuo habita por completo y donde saca a traslucir su estado más natural, aparte de que es un mueble indispensable donde comienza y termina el ciclo de la vida. No en vano Vicente Aleixandre, Marcel Proust y Juan Carlos Onetti cerraron el ciclo de su creación literaria en la cama. Tampoco se puede negar que Don Quijote -como su creador- pergeñó sus aventuras en la cama, que Miguel de Unamuno y Valle-Inclán recibían a sus amigos en la cama, o que Oscar Wilde escribió sus mejores obras en posición horizontal, al igual que Marcel Proust, quien reposaba hasta pasado el mediodía, escribiendo y corrigiendo sus manuscritos. Por eso la cama de Proust, en la cual pasó las tres cuartas partes de su vida, estaba siempre distendida, salpicada de folios y hojas sueltas que delataban su caligrafía menuda. Pasaba más tiempo en la cama que en el escritorio, ordenando sus asuntos y peleando con la máquina para terminar una crónica sin firma, en medio de un silencio que le era necesario para escribir lejos del ruido mundano y a espaldas del tiempo.

Las camas y recámaras, en todas las épocas, han tenido su debida importancia. En 1620, la marquesa de Rambouillet convirtió su recámara en un salón literario, donde reunía a sus amigos en célebres tertulias. En México, Frida Kahlo pintó algunos de sus autorretratos más célebres postrada en la cama, mirándose en el espejo empotrado en el techo de su recámara. Por cuanto la cama no sólo sirve para retozar y dormir, sino también para nacer, crear, amar y morir, tal cual reza el proverbio: "En la cama duerme el Rey y duerme el Papa, porque de dormir nadie se escapa".

Por lo que a mí respecta, y sin el menor rubor en la cara, debo confesar que durante mucho tiempo tuve la manía de escribir en la cama. A veces, entre el sueño y la creación literaria, me asaltaba la extraña sensación de parecerme a un sultán, aunque no estaba rodeado de mujeres adornadas con joyas ni velos, sino apenas de almohadas que relajaban la tensión de mi cuerpo. Por las mañanas, al incorporarme en la cama, pegaba un salto hacia la silla del escritorio, y lo primero que hacía era coger mi pipa, llenarla con tabaco, llevármela a la boca y encenderla para que la fragancia del humo revoloteara entre las paredes del escritorio, que a la vez hacía de dormitorio. A un lado de la cama estaba el estante rojo empotrado en la pared, con los libros al alcance de la mano; y, al otro, el escritorio negro sobre el cual tenía el Pequeño Larousse y el Diccionario de la Real Academia Española, un papel a medio escribir metido en el rodillo de la máquina y un ordenador en cuya pantalla se reflejaban los movimientos más ridículos que ejecutaba en la cama.

De modo que escribir en la cama es también una manía que forma parte de la conducta personal de algunos escritores, quizás un vicio secreto sobre el cual todos prefieren callar, por temor a perder el pudor y la amistad, o quedarse definitivamente anclados en el aislamiento y la soledad que, al fin y al cabo, es la única y mejor compañera de quienes tienen la manía de escribir.

Oscar Wilde es uno de los que tenía la manía de escribir en su cama

Frida Kahlo tenía la manía de pintar en su cama

Existen numerosos escritores con distintas manías

Se dice que la manía de Hemingway era escribir de pie

lunes, 2 de diciembre de 2013

Manías de los escritores.- Artículo de David González


 El otro día, por casualidad buscando información sobre otro tema, topé por internet con éste artículo que me pareció muy curioso.

Aquí os lo dejo, espero que a vosotros también.



Manías de escritor: http://www.tiempo.uc.edu.ve/tu735/paginas/6.htm


David González Torres
Juan Carlos Onetti decidió vivir postrado en su cama, en su domicilio de Madrid, leyendo novelas policíacas, fumando y bebiendo güisqui. La fotografía es de su viuda Dorotea Muhr, Dolly, quien acompañó al escritor los últimos 40 años de su vida –la mitad en Montevideo, la otra en Madrid– lo atendió cuando se radicó definitivamente en la cama y le transcribió a máquina buena parte de su obra.
Cuando se le pregunta a Ignacio Echevarría cómo, dónde y cuándo Roberto Bolaño pergeñaba sus novelas, el albacea literario del escritor chileno responde con una anécdota: escribía de noche, con sus auriculares puestos y escuchando canciones de heavy metal.

Esta afirmación manifiesta que muchos genios de la literatura suman manías para inspirarse frente a un papel en blanco, algunas más excéntricas y otras más personales. Nos adentramos así en esa trastienda íntima de un oficio, como es el de la escritura, en muchos casos desconocida por sus lectores fieles.

Recordemos, por ejemplo, que Ana María Matute, Premio Cervantes de las Letras 2010, siempre confiesa que se inventa supersticiones. Una de ellas es no mirar nunca el folio desnudo de letras, crear en soledad, corregir con lápices de colores sus manuscritos y jamás ponerse de “espaldas a una puerta”.

Menos maniática y más formal era la novelista Carmen Martín Gaite, que escribía a mano, aferrada “tercamente, como única tabla de salvación”, a la pluma estilográfica que heredó de su padre, como así aseguró en el discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 1988.

Sin embargo, existieron extravagancias de otros grandes escritores. Es conocido que en los últimos años de su vida Juan Carlos Onetti decidió vivir postrado en su cama, en su domicilio de Madrid, leyendo novelas policíacas, fumando y bebiendo güisqui.

“Yo escribo por ataques: a veces me paso meses y meses y no se me ocurre nada, pero siempre sé que volverá”, decía el escritor uruguayo sobre la inspiración. En la foto que ilustra este reportaje, vemos ese momento íntimo de Onetti en su cama, en una instantánea hecha por su viuda Dolly incluida en el libro Juan Carlos Onetti: ensayo iconográfico (Centro Editores, 2010).

Aunque la imagen icónica de Onetti también quedó retratada para la posteridad en las escenas de la película El dirigible, de Pablo Dotta, donde se mezclaba el argumento fílmico con fragmentos de una entrevista al autor, que nunca quiso conceder.
Más al norte de Europa, en un pequeño pueblo sueco llamado Uppsala, la escritora Asa Larsson des-vela que tiene una gran habilidad para escribir en cualquier sitio, aunque lo haga a menudo a oscuras, de madrugada cuando sus hijos no le molestan: “Creo que cuanto más rituales y manías tienes, más complicado es escribir. Mi lema es “sin excusas”. Só-lo importa el papel y el bolígrafo”, explicaba.

Son manías que muchos periodistas obviamos a la hora de retratar a los autores o de reseñar sus libros. Por ese motivo, habría que rememorar una intensa frase de Edgar Allan Poe: “Cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que quisiera describir, paso a paso, la marcha progresiva de sus obras. Muchos prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de frenesí o de intuición”.

Pues bien, esas compilaciones existen ya desde hace años en librerías. Títulos como Escribir es un tic. Los métodos y las manías de los escritores (Ariel, 2008), de Francesco Piccolo; o Cuando llegan las musas (Espasa Calpe, 2009), de Ángel Esteban y Raúl Cremades, retratan esa “marcha progresiva” de la que hablaba Poe.

Piccolo, por ejemplo, rescata la obsesión de Juan Ramón Jiménez por el silencio absoluto mientras estaba componiendo sus poemas. Al Premio Nobel de Literatura 1956 le enturbiaba la agresión del ruido. Cambiaba constantemente de domicilio, incluso forró de corcho su despacho del piso madrileño donde vivía. Pero un simple canto de un grillo era suficiente para irritarle.

Al margen de lo narrado en este libro, sus allegados incluso comentan que Juan Ramón se encerraba a menudo en monasterios de clausura para    crear su obra. Necesitaba imperiosamente el silencio, comentan.

Y qué decir del precoz Truman Capote, que, desde su infancia, se iniciaba en la literatura, portando un diccionario y un pequeño lápiz para realizar sus anotaciones creativas. También Ernest Hemingway, quien garabateaba en una cafetería, cerraba al fin su cuaderno cuando le llegaban las musas y postergaba a la mañana la escritura para pasear por su adoptivo París. Luego, reescribía hasta 30 veces lo que quería narrar. En su bolsillo llevaba siempre un amuleto, una pata de conejo o una castaña.

John Cheever relata que su oficio de cuentista se trasladaba a la cocina de su casa, donde escribía en calzoncillos. Y Georges Simenon, creador del comisario Maigret, comenzaba sus novelas leyendo una guía telefónica y ahí escrutaba, leía en voz alta y seleccionaba en una lista los 30 nombres de sus posibles personajes.
El otro compendio, Cuando llegan las musas, además, nos ilustra cómo Gabriel García Márquez novela siempre en su despacho con una flor amarilla a su lado; y el también Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, trabaja rodeado de figuritas con forma de hipopótamo. O cómo Jorge Luis Borges se zambullía en su bañera para que una idea matinal se convirtiera en cuento borgesiano. Manías, supersticiones, rutinas que muchos escritores inventan para parir su literatura.

lunes, 7 de octubre de 2013

Edgar Allan Poe murió un 7 de octubre...






Tal día como hoy, un 7 de octubre, murió Edgar Allan Poe. Pero en 1849 y en Baltimore.

Dicen que siempre deseó ser poeta, pero que por cuestiones de economía se dedicó a la prosa. De todos es conocido que se le considera un maestro del género de misterio. Cómo no recordar títulos como "El escarabajo de oro" (1843), "Los crímenes de la calle Morgue"(1841) o "La caída de la casa Usher" (1839).

Es especialmente recordado y reconocido por sus cuentos.

Murió recién cumplidos los 40, y cómo no podía ser menos el misterio rodea su muerte:
¿Dónde había estado Poe los días inmediatamente anteriores? ¿Cuál fue la causa de la muerte? ¿Tuberculosis, cólera, sífilis, alcoholismo? 

Dicen que le encontraron en la calle, vestido con ropas que no eran suyas y delirando. Y dicen, siempre dicen, que sus últimas palabras fueron:
¡Que Dios ayude a mi pobre alma!

Por eso mismo cuando murió casi no acudió gente a su entierro, y de hecho no tuvo ni una lápida en condiciones. Años después algunos seguidores consiguieron que en el mismo cementerio se trasladaran los restos y se le pusiera un monumento. Por ello tiene dos tumbas. 

¿Os acordáis que en este mismo blog os conté que Dante también las tiene? 

También parece ser que durante años en la fecha de su nacimiento un desconocido ha estado acudiendo a su tumba para dejar media botella de cognac y tres rosas rojas (desde 1949 al 1998).

Cómo veis el escritor tuvo una vida trágica, y una muerte aún más trágica, pero afortunadamente nos han quedado sus cuentos, esa maravilla de cuentos.

Y además de sus leyendas, eso es lo que tenemos que recordar y releer. Os dejo con el comienzo de uno de ellos...


Edgar Allan Poe
(Boston, 1809 - Baltimore, 1849)


El gato negro

     "No espero ni remotamente que se conceda el menor crédito a la extraña, aunque familiar historia que voy a relatar. Sería verdaderamente insensato esperarlo cuando mis mismos sentidos rechazan su propio testimonio. No obstante, yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero, por si muero mañana, quiero aliviar hoy mi alma. Me propongo presentar ante el mundo, clara, suscintamente y sin comentarios, una serie de sencillos sucesos domésticos. Por sus consecuencias, estos sucesos me han torturado, me han anonadado. Con todo, sólo trataré de aclararlos. A mí sólo horror me han causado, a muchas personas parecerán tal vez menos terribles que estrambóticos. Quizá más tarde surja una inteligencia que de a mi visión una forma regular y tangible; una inteligencia más serena, más lógica, y, sobre todo, menos excitable que la mía, que no encuentre en las circunstancias que relato con horror más que una sucesión de causas y de efectos naturales.

      La docilidad y la humanidad fueron mis características durante mi niñez. Mi ternura de corazón era tan extremada, que atrajo sobre mí las burlas de mis camaradas.

      Sentía extraordinaria afición por los animales, y mis parientes me habían permitido poseer una gran variedad de ellos. Pasaba en su compañía casi todo el tiempo y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer o acariciaba. Esta singularidad de mi carácter aumentó con los años, y cuando llegué a ser un hombre, vino a constituir uno de mis principales placeres. Para los que han profesado afecto a un perro fiel e inteligente, no es preciso que explique la naturaleza o la intensidad de goces que esto puede proporcionar. Hay en el desinteresado amor de un animal, en su abnegación, algo que va derecho al corazón del que ha tenido frecuentes ocasiones de experimentar su humilde amistad, su fidelidad sin límites. Me casé joven, y tuve la suerte de encontrar en mi esposa una disposición semejante a la mía. Observando mi inclinación hacia los animales domésticos, no perdonó ocasión alguna de proporcionarme los de las especies más agradables. Teniamos pájaros, un pez dorado, un perro hermosísimo, conejitos, un pequeño mono y un gato. Este último animal era tan robusto como hermoso, completamente negro y de una sagacidad maravillosa..."



http://7boom.mx/ocio/7-cosas-que-no-sabias-de-edgar-allan-poe

http://lecturasindispensables.blogspot.com.es/2012/12/12-cuentos-de-edgar-allan-poe.html

lunes, 1 de abril de 2013

Curiosidades Literarias: Tolstoi, Victor Hugo, Lewis Carroll...




Comenzamos abril con algunas curiosidades literarias:

- El escritor francés Victor Hugo (1802-1885) protagonizó una conocida y muy ingeniosa anécdota en 1862. Hallándose de viaje y deseando conocer la marcha de venta de su obra Los Miserables (1862), envió una carta a sus editores Hurst & Blackett, con el sucinto texto: "?". Días más tarde, recibió una respuesta no menos lacónica, pero expresiva: "!".

- La actividad literaria del escritor ruso León Tolstoi (1862-1910) nunca decayó, mostrando además un notable afán perfeccionista que le llevó, por ejemplo, a reescribir "Guerra y paz" no menos de siete veces, con la constante y abnegada ayuda de su esposa, que llegó a caligrafiar todos sus manuscritos, incluídas estas siete versiones de "Guerra y paz".

- Además de ciertos aspectos controvertidos sobre su identidad sexual, el matemático y escritor inglés Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898), más conocido por su seudónimo literario Lewis Carroll, protagonizó a lo largo de su vida muchas divertidas anécdotas. Por ejemplo, en cierta ocasión, remitió un ejemplar de su obra "Alicia en el País de las Maravillas" a una de las hijas de la Reina Victoria de Inglaterra, llamada precisamente Alicia. La propia reina lo leyó, quedando gratamente sorprendida por su desbordante carga de imaginación. Inmediatamente, escribió a Carroll pidiéndole que le hiciese llegar el resto de su obra. Días después, la reina recibiría, efectivamente, varios libros de trigonometría, álgebra, geometría plana y ajedrez, temas todos ellos en que Lewis Carroll era un reconocido tratadista. 


Gregorio Doval
El libro de los hechos insólitos

jueves, 1 de noviembre de 2012

El Cementerio de la Sacramental de San Justo y los escritores


Como hoy es el día de Todos los Santos, 1 de noviembre de 2012, y la tradición es visitar los cementerios, limpiar las lápidas, poner flores a nuestros fallecidos, hoy vamos a hablar un poquito de éste tema.

En concreto os quería traer la foto de arriba. Me la envió uno de mis hermanos por si la quería poner en el blog. Es del Cementerio de la Sacramental de San Justo (aunque en realidad se llama Cementerio de la Sacramental de San Justo, San Millán y Santa Cruz) está en Madrid, pegado al Cementerio de San Isidro, en el Paseo de la Ermita del Santo.

Si os interesa este cementerio, Juan Antonio Pino, actual gerente que lleva alrededor de treinta años trabajando en este lugar, ha escrito un libro que recoge la historia de los últimos ciento cincuenta años de la Sacramental , bajo el título “Cementerio de la Sacramental de San Justo de Madrid”, cuya fundación data  del siglo XVI. Por Real Orden de 4 de noviembre de 1845 se autoriza a construir un Cementerio, cuya obra se llevó a cabo con fondos de la misma, en el terreno de su propiedad, conocido con el nombre de Cerro de las Animas.

Pero yo os lo quería traer porque en él, están enterrados importantes personajes literarios del siglo XIX como Larra, José de Espronceda, Bretón de los Herreros, Ramón de Campoamor, los hermanos Alvarez Quinterio, Tamayo y Baus... aparte de otros importantes artistas.
 
Según la Wikipedia  en 1902, la Asociación de Escritores y Artistas construyó el panteón donde resguardar e ir agrupando las cenizas de los personajes más ilustres en las letras y las artes. Este panteón fue diseñado por Enrique María Repullés y Vargas. Los primeros en ocupar este panteón fueron José de Espronceda, Mariano José de Larra y Eduardo Rosales. Posteriormente, se han inhumado en este lugar los restos de Leandro Fernández de Moratín, Ramón Gómez de la Serna, Maruchi Fresno, Carmen Conde, Luis Escobar y Rafaela Aparicio, entre otros.

Me ha parecido que qué mejor día, el de hoy, para recordar que en este cementerio están los restos de muchos e importantes escritores.








martes, 1 de mayo de 2012

12 de plata... Federico García Lorca en el Hotel Palace de Madrid





En el Hotel Palace en todo el centro de Madrid hay un rastro del paso de García Lorca por allí. A mí me lo enseñó un amigo, y yo quiero compartirlo con vosotros para que no dejéis de acercaros si no lo conoceis.

El Hotel Palace, un par de años más nuevo pero desde siempre rival del Ritz, ya tiene cien años y ha visto desfilar por sus pasillos a muchísimas celebridades. Dicen que incluso Mata Hari se hospedó allí, aunque no está registrada, puede ser que lo hiciera como "Señora de...", poco antes de que la detuvieran en la frontera. Pero no solo ella, también figuran otros como Buster Keaton o Mary Pickford, cantantes como Josephine Baker o Carlos Gardel, y escritores como Ramón María del Valle Inclán, Miguel de Unamuno o John Steinbeck pernoctaron en sus habitaciones. Picasso, Sofia Loren, Rita Hayworth, Julio Camba, Octavio Paz, los «Rolling Stones», Bruce Springsteen... Muchos. La lista de ilustres huéspedes del Palace es interminable. 

Dicen que Lorca y Dalí, entonces en la Residencia de Estudiantes, solían acudir también a la Brasserie del Palace. La primitiva cervecería alemana del establecimiento, que también disponía de una enorme sala con 55 mesas de billar. 

Pero lo que a nosotros nos interesa, es que ha quedado para la posteridad, colgada en una columna de la cafetería del Palace, y enmarcada, un poema del puño y letra de García Lorca, que vayais a la hora que vayais podeis verlo:

Alfonso Doce de plata/ vuela en la moneda blanca./ De corcho y hoja de lata/ mi cuerno de la abundancia./ ¡Me gasté en el bar del Palace/ mis monedillas de agua

Cuando paséis por allí podéis entrar a verla, y de paso admirar la cúpula que tiene la cafetería de ese gran hotel. Merece la pena desde luego la visita.








jueves, 10 de febrero de 2011

Las tertulias literarias de Madrid en este febrero de 2011



Siempre hemos oído hablar de las tertulias literarias de aquel Madrid de principios de siglo o las de la postguerra. Algunas ligadas para siempre al nombre de importantes escritores.

Pero ahora mismo en Madrid sigue habiendo muchas tertulias literarias. Ya sabéis que yo formo parte de la tertulia Rascamán. Comenzamos siendo los huídos de algunos talleres de creación literaria que iban en busca de un sitio donde nos dejaran reunirnos. Al principio de todo lo hacíamos en un espacio que nos dejaba la editorial Amargord en Lavapies. Pasábamos mucho frío en pleno invierno, nos tapábamos con el tapete de las mesas, bajo el que cobijábamos al radiador, y yo me llevaba siempre un termo con café porque solo nos servían cervezas y refrescos. Pero tenía su encanto. Estábamos medianamente solos y la verdad es que es un barrio tan variopinto que no sabías nunca quién iba a entrar... Cuando cerró Amargord y se trasladó fuera de Madrid, empezamos a reunirnos en el Café Galdós, que está en la calle Los Madrazo. Es un café que tiene mucho encanto, y allí expusimos por primera vez la exposición de Poesario que hicimos el año pasado. Pero, aunque estaba muy céntrico a dos pasos de las Cibeles, teníamos mucho ruido y cuando tenían algún evento, nos levantaban de nuestra mesa para trasladarnos a la parte delantera donde aún la música estaba más alta y había más gente. Así que después nos trasladamos al Café Ruiz. Desde el primer día los camareros que estaban en ese momento, Julio y Mabby, nos trataron genial. Nos reservaban nuestro sitio siempre en la parte de la Granja, cuando llegábamos teníamos las mesas preparadas, la jarra de agua y los vasos, e incluso les decían a otros clientes que si no les importaba sentarse en las mesas de la otra parte, porque en esa parte estábamos nosotros. Más majos... Lo malo es que como ahora la cuestión laboral está tan mal, estos dos camareros ya no están. Pero ahí seguimos un par de años en el Ruiz, haciéndonos fuertes en la parte de la Granja, estrechando relaciones con la camarera lituana que hay ahora, y luchando por hacernos oír si el día está más ruidoso, sobre la música del Norah Jones o los infiltrados en las mesas aledañas.

Esta línea la estoy escribiendo dos años después de haber escrito esta entrada. Simplemente para dejar constancia de que ahora, febrero de 2013, ya no nos reunimos en el Café Ruiz. Ahora nos reunimos en La Livreria. Una libreria que está por la zona de Diego de León. Un lugar acogedor con una sala silenciosa donde nos dejan reunirnos cada semana. 

Pero claro afortunadamente no somos la única tertulia que existe ahora mismo en Madrid. En otras ocasiones os he hablado de la del Círculo de Bellas Artes, porque algunos de sus componentes han pasado a ser tertulianos también de la nuestra, ya sea esporádica o asiduamente. También he tenido ocasión de conocer, en una cena literaria, a la persona que lleva la del Café Oriente, una persona que me causó además muy buena impresión.

Por otra parte en los últimos meses ha arrancado de nuevo la tertulia del Café Lyon, que coordina una compañera del Ruiz, frecuenta también algún que otro compañero y espero visitar algún día de éstos. Además es que, en este caso, se centran más en el relato.

Pero además de todas éstas, hoy os quería hablar de otra de esas tertulias, la llamada La trastienda. Tertulia que no conocía, y que visité el último lunes. 

Fue un encuentro muy agradable. La hacen en una tetería que está en la calle Martin de los Heros, y se reunen el primer y tercer lunes de cada mes de 18.30 a 20.30 para hablar de poesía.

Tienen la suerte de contar con un espacio de lujo, pues disfrutan de ese saloncito de la foto superior de esta entrada. El dueño de la tetería prepara unas infusiones riquísimas y es muy agradable. Yo me tomé un rooibos con naranja y eucalipto, que me supo fenomenal. Y claro la mezcla de estar ahí tranquilamente escuchando y charlando sobre poesía, mientras te tomas una infusión tan rica pues la verdad, es uno de esos pequeños placeres de la vida que, después de todo un día trabajando y corriendo de aquí para allá, es un lujo.

Ayer dos componentes de esa tertulia vinieron a la nuestra y volvimos a compartir lecturas.

Me gusta mucho, tanto hacer incursiones en las tertulias vecinas, como que sus componentes visiten la nuestra, creo que aprendemos mucho los unos de los otros y ampliamos nuestros horizontes. Son muy provechosas estas mezclas de componentes de diferentes tertulias. Muy enriquecedoras.

Las fotos de esta entrada, ambas de la tetería de la Trastienda, proceden del blog de Begoña Montes, la poeta que coordina esta tertulia.

Podéis visitar su blog, muy interesante: http://bmontes.wordpress.com/

Y en fin, que yo hoy quería hablaros de las tertulias que aún no salen en las fotos con ese color sepia,  pero están vivas, muy vivas.

martes, 9 de noviembre de 2010

Los nombres de las tiendas

La cabeza bien amueblada

 ¿Alguna vez cuando vais por la calle os fijais de los nombres de las tiendas?

Recuerdo cuando era pequeña la peluquería Cloti, la pastelería Colomer... eran  títulos únicos, nombres, apellidos... una sola palabra. Sin embargo cada vez son más elaborados, aumenta la oferta y la demanda, y nos esforzamos más por encontrar un nombre más curioso y llamativo.

Como yo tengo esta afición por las palabras y las frases, y siempre  hay que darle vueltas a los títulos de los relatos, me llaman la atención. Paseando por Madrid he encontrado algunos muy curiosos, aquí os los dejo.

Bye, bye pelos a una tienda de depilación

Hola Caracola, una de juguetes...

"Eléctrico ardor" a una librería...
Gominola sueca, para una de chucherías...