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jueves, 22 de octubre de 2009

Próximas convocatorias actos literarios: Joan Margarit


Tenemos varias convocatorias para actos literarios en los próximos días, entre ellas:
Recital de Joan Margarit FCP José Hierro / Getafe Negro

Viernes, 23 octubre
FCP José Hierro / Getafe Negro
Getafe, en la c/ Madrid, 54,
a las 21 horas
Ciclo Encuentros / Getafe Negro CMC, Getafe, 21.00


Joan Margarit (Sanaüja, 1938), nació en plena guerra civil y hasta 1948, cuando se establecieron en Barcelona, la familia cambió muchas veces de domicilio (Rubí, Figueres y Girona); en 1954 vuelven a trasladarse, esta vez a Canarias, y el joven Joan pasa los cursos académicos en Barcelona desde 1956, para estudiar arquitectura. Margarit se había dado a conocer como poeta en castellano en 1963 y en 1965. Tras un largo paréntesis de diez años, escribe Crónica, publicado por su amigo Joaquim Marco, director de la colección Ocnos, de Barral Editores. A partir de 1980 inicia su obra en catalán. Una antología de sus primeros libros se encuentra en El primer frío: Poesía 1975-1995 (ed. Visor, Madrid, 2004). Otros de sus títulos más destacados son: Estació de França (Hiperion, Madrid, 1999), Joana (ed. Hiperion, Madrid, 2002), Cálculo de estructuras (ed. Visor, Madrid, 2004) y Casa de Misericordia, Premio Nacional de Poesía 2008, (Visor, Madrid, 2007).





martes, 20 de octubre de 2009

Una nueva vida. Artículo de Javier Cercas


Probablemente muchos lo habréis leído, pero por si acaso aquí os dejo el artículo de Javier Cercas del domingo pasado de El País semanal. A mi me ha gustado mucho.


Espero que a vosotros también.



JAVIER CERCAS Palos de ciego
Una nueva vida
JAVIER CERCAS 18/10/2009

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Siempre había oído decir que una separación es una experiencia desgarradora; ahora sé que es verdad: la mía lo ha sido.
“Llevaba más de treinta años conviviendo con ella, desde que mi padre me la compró”



Todo empezó cuando hace unos meses un estudiante me preguntó durante una charla con qué diccionario trabajaba. La pregunta me sorprendió, pero enseguida comprendí que es la pregunta más seria que se le puede hacer a un escritor. “Todo está predicho en el diccionario”, dice Valéry, y así es: un diccionario es un mapa del universo; también es un libro mágico: contiene todos los libros que se han escrito y casi todos los libros que se escribirán. Como cualquier escritor, yo convivo con un harén de diccionarios, pero uno de ellos me ha robado el corazón: es el que tengo siempre a mano, el primero que consulto, el único con el que mantengo una relación íntima; no es un diccionario, sino mi diccionario, el libro que más he leído en mi vida y que me define. La decimonovena edición del diccionario de la Real Academia, le respondí al estudiante. Me emocioné: llevaba más de treinta años conviviendo con ella, desde que mi padre me la compró a mediados de los setenta, habíamos viajado juntos por dos continentes, por varias ciudades, por decenas de casas, y sin embargo era la primera vez que la mencionaba en público. No recuerdo de qué se habló durante el resto de la charla, pero sí que, al terminar, mi amiga la lingüista Avellina Suñer me dijo: Con que la decimonovena, ¿eh? Sí, contesté, exultante. Pues mira la definición que da de la palabra “mahometano”, me retó. Y luego mira la que da de la palabra “cristiano”. Y mira la definición que da de “marxismo”. Y luego, la que da de “dólar”. No me gustó el tonillo entre acusatorio y confidencial con que dijo todo esto, pero lo primero que hice al llegar a casa fue buscar la decimonovena. Allí estaba, en un lugar de honor, con sus hermosas tapas marrones y sus ribetes dorados, tan radiante como en los últimos treinta años. Con alguna aprensión la abrí, busqué la palabra “mahometano”, leí: “”Que profesa la secta de Mahoma”. Orgulloso, pensé que era una definición exactísima; no obstante, para acabar de cerciorarme de que la insinuación de mi amiga era pura maledicencia busqué la palabra cristiano, leí: “Que profesa la fe de Cristo”. Tuve la impresión de que el suelo se abría bajo mis pies. Si lo de los musulmanes es una secta, razoné, perplejo, ¿por qué no lo es lo de los cristianos? Precipitadamente busqué la palabra “marxismo”, leí: “Doctrina de Carlos Marx y sus secuaces”. Dios santo, pensé. No es que Marx acertara en todas sus predicciones, pero cualquiera diría que se trata del mismísimo Charles Manson. Después recapacité, me dije que al fin y al cabo “secuaz” sólo significa “seguidor”, como quien se agarra a un clavo ardiendo busqué la palabra “dólar”, leí: “Moneda de plata de los Estados Unidos, Canadá y Liberia, que vale a la par 5 pesetas y 42 céntimos”. Fue entonces cuando me derrumbé; me sentí traicionado: era como si acabara de descubrir que mi mapa del universo no respondía a la realidad del universo; me sentí perdido: comprendí que, a menos que quisiera arruinar mi vida, debía abandonar para siempre la decimonovena.


Como soy un cobarde, pospuse el trance cuanto pude, pero un día me armé de valor y se lo dije. No hablas en serio, ¿verdad?, preguntó. Hablo en serio, contesté. No puedes hablar en serio, insistió. ¿Qué vas a hacer sin mí? ¿Has dejado de amarme? No es eso, contesté. ¿Entonces qué es?, dijo. ¿Has conocido a otra? Señaló mi harén de diccionarios y dijo: Ya sabes que no me importa que de vez en cuando tengas una aventura, pero… No he conocido a otra, dije. Es María Moliner, ¿verdad?, dijo, furiosa. Esa maldita zorra. ¿Cómo has podido hacerlo? ¿Es que acaso no sabes que es un caos? ¿Es que no has visto cómo define la palabra biquini? Triunfalmente citó: “Traje de baño femenino reducido a dos pequeñas piezas que cubren los senos y la unión de las piernas con el cuerpo”. No es María, me defendí. No es nadie. Entonces, ¿qué es? Nada, balbuceé. Es sólo que… A punto estuve de decirle la verdad –que pronto cumpliría 40 años, que se había hecho vieja, que ya no era el mapa del universo ni era mágica–, pero no se lo dije, porque supe que le partiría el corazón. Dije: Es sólo que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Se echó a llorar; mientras trataba de consolarla le pedí que lo entendiera, que entendiera que yo no podía seguir escribiendo tonterías, le hablé de Mahoma y de Liberia y de los secuaces de Carlos Marx, le dije que en el fondo la culpa no era suya, que la vida es así, que no la he inventado yo, le dije que seguiría queriéndola siempre. Ella pareció resignarse, asintió, señalando mi harén de diccionarios me preguntó si al menos podría quedarse con ellos. No puede ser, le dije. ¿No lo entiendes? Lo nuestro es todo o nada. Volvió a asentir mientras se secaba las lágrimas; luego, mirándome a los ojos, dijo: ¿Puedo pedirte un favor? Claro, dije. Hagámoslo por última vez, Chichi.


Aquella misma tarde la metí en una bolsa y, haciendo oídos sordos a sus sollozos, la abandoné en una librería de viejo. Luego salí a la calle, encendí un cigarrillo y eché a andar en el crepúsculo, roto por dentro, dispuesto a iniciar una nueva vida.

lunes, 19 de octubre de 2009

Amalia Bautista, poesía indispensable


Aunque ella no lo sepa, ayer estuve con Amalia Bautista (Madrid, 1962).


Yo trasteaba por mi casa, y ella repetía para mí sola una conferencia que dio en la Fundación Juan March, el 18 y 19 de diciembre de 2008, que se titulaba “El mercurio que desaparece”. No pude estar ese día allí. Bien que lo sentí. Pero de vez en cuando la técnica y sobre todo ella tienen la deferencia de repetírmela y yo la escucho cada vez como si la fuera la primera, de tanto cómo me gusta. Ayer domingo, mientras yo recogía la ropa tendida, la doblaba, la planchaba, y organizaba los cajones, ella desde mi ordenador me recitaba poemas que acompañaban mi vida doméstica. Quién pudiera imaginar mejor compañía.


Nos conocimos hace ya unos años en el taller de creación literaria de Ágata, en Villaverde. Un día Javier Díaz, el monitor, nos trajo un par de poemas suyos para presentárnosla. Qué acierto. Desde ese día nos hemos hecho íntimas. Y muchas tardes, aunque ella no lo sepa, tomamos café juntas: ella recita y yo disfruto, disfruto mucho escuchándola, mientras me tomo mi café.


Os dejo con algunos de sus datos biográficos y sobre todo con su poesía. Qué difícil elegir solo algún poema, todos tan perfectos para mí, de tan sencillos, tan cotidianos y conmovedores.



Los pies

Qué feos son los pies de todo el mundo,
menos los de mis hijas.
Qué bonitos son los pies de mis niñas.
Los mofletes redondos y rosados de los ángeles
envidian sus talones, y sus dedos,
vistos desde la planta, diminutos,
tienen la suavidad de los guisantes.
Los tienen a estrenar. Y me conmueve pensar
en cada paso que aún no han dado.


Cuéntamelo otra vez

Cuéntamelo otra vez: es tan hermoso
que no me canso nunca de escucharlo.
Repíteme otra vez que la pareja
del cuento fue feliz hasta la muerte,
que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera
se le ocurrió engañarla. Y no te olvides
de que, a pesar del tiempo y los problemas,
se seguían besando cada noche.
Cuéntamelo mil veces, por favor:
es la historia más bella que conozco.


(Amalia Bautista. Cuéntamelo otra vez. Comares. La Veleta.1999)



Vamos a hacer limpieza general


Vamos a hacer limpieza general
y vamos a tirar todas las cosas
que no nos sirven para nada, esas
cosas que ya no utilizamos, esas
otras que no hacen más que coger polvo,
nos traen recuerdos amargos,
las que nos hacen daño, ocupan sitio
o no quisimos nunca tener cerca.
Vamos a hacer limpieza general
o mejor todavía, una mudanza
que nos permita abandonar las cosas
sin tocarlas siquiera, sin mancharnos,
dejándolas donde han estado siempre;
vamos a irnos nosotros, vida mía
para empezar a acumular de nuevo.
O vamos a prender fuego a todo
y a quedarnos en paz, con esa imagen
de las brasas del mundo ante los ojos
y con el corazón deshabitado.


La vida responsable

Conducir sin tener un accidente,
comprar desodorante y macarrones
y cortarles las uñas a mis hijas.
Madrugar otra vez, tener cuidado
de no decir inconveniencias, luego
esmerarme en la prosa de unos folios
que me importan exactamente un bledo
y darme colorete en las mejillas.
Recordar la consulta del pediatra,
contestar al correo, tender ropa,
declarar los ingresos, leer libros
y hacer unas llamadas por teléfono.
Me gustaría permitirme el lujo
de tener todo el tiempo que quisiera
para hacer un montón de cosas raras,
cosas innecesarias, prescindibles
y, sobre todo, inútiles y bobas.
Por ejemplo, quererte con locura.
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Amalia Bautista es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y trabaja en el departamento de comunicación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Ha publicado Cárcel de amor (Sevilla, 1988), La mujer de Lot y otros poemas (Málaga, 1995), Cuéntamelo otra vez (Granada, 1999), La casa de la niebla. Antología (1985-2001) (Mallorca, 2002), Hilos de seda (Sevilla, 2003), Estoy ausente (Valencia, 2004), Pecados, en colaboración con Alberto Porlan (Almería, 2005), Tres deseos. Poesía reunida (Sevilla, 2006), Luz del mediodía. Antología poética (México, 2007) y Roto Madrid, con fotografías de José del Río Mons (Sevilla, 2008). Poemas suyos han aparecido en antologías como Una generación para Litoral (Málaga, 1988), Poesia espanhola de agora (Lisboa, 1997), Ellas tienen la palabra (Madrid, 1997), La poesía y el mar (Madrid, 1998), Raíz de amor (Madrid, 1999), La generación del 99 (Oviedo, 1999), Un siglo de sonetos en español (Madrid, 2000) o Con gioia e con tormento. Poesie autografe (Rimini, 2006). Ha sido traducida al italiano, portugués, ruso y árabe.

viernes, 16 de octubre de 2009

Mafalda, por supuesto


Frases hechas. Origen religioso de algunas de ellas



A poco que nos detengamos a pensar en lo que acabamos de decir, nos damos cuenta de muchas veces estamos utilizando un montón de frases hechas, sobre todo en el lenguaje coloquial. ¿Que queremos decir cuando decimos "echar a uno con cajas destempladas" o "se ha roto la crisma"? Bueno más o menos sabemos el significado y todos nos entendemos. ¿Pero sabemos de dónde provienen estas frases? Es muy curioso el origen de muchas de ellas.


Os dejo hoy con unas cuántas:


He tomado la explicación del libro:


¿Qué queremos decir cuando decimos...?
José Luis García Remiro
Alianza Editorial





Hecho un adefesio



Va hecho un adefesio, decimos de una persona de aspecto ridículo, normalmente por llevar una prenda de vestir inadecuada o algún adorno extravagante. Antes se dijo “hablar adefesio” por decir despropósitos, disparates, cosas que no vienen a cuento de lo que se está tratando. Y así “adefesio” pasó de significar despropósitos, disparates a significar traje, prenda de vestir ridícula; y por último, persona de exterior extravagante y disparatado.

Ad Ephesios
es el título de una carta de San Pablo a los fieles de Éfeso. Aunque en ella condena la embriaguez y recomienda no beber vino, el carácter de cosa inútil o absurda se lo atribuyó el humor popular quizá por el hecho de que están tomadas de esta carta las palabras, que en el ritual religioso del matrimonio, dice el celebrante a los nuevos esposos como recomendación para su nuevo estado de casados y que, con tanta frecuencia, resultan inútiles.

Así lo interpreta Unamuno en Nuevo Mundo.



Echar a uno con cajas destempladas

Significa echar de malas maneras, violentamente. En esta expresión, caja es tambor, que puede destemplarse soltándole las cuerdas para que afloje el parche. Los tambores y otros instrumentos se aflojaban en ciertas circunstancias, como en ceremonias y cortejos fúnebres, para que diesen ese sonido destemplado. Así también, con las cajas destempladas, se expulsaba de la milicia a los soldados declarados infames, y se acompañaba a los reos al patíbulo. De esta costumbre en cortejos fúnebres y luctuosos, pasó al lenguaje común para expresar toda despedida de malos modos.



Romperse la crisma

Es descalabrarse, romperse la cabeza. También lo utilizamos como amenaza: “Te voy a romper la crisma”. Aquí crisma se toma por cabeza. En realidad crisma es el óleo que se consagra el jueves santo y con el que se unge en la cabeza a los catecúmenos cuando se les bautiza. La imaginación popular asoció este óleo sagrado a la cabeza y terminó llamando a la cabeza con el nombre del crisma que en el bautizo se pone sobre ella.

Es otro caso de las muchas locuciones que han pasado a nuestro idioma provenientes del mundo religioso.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Artículo de Juan José Millás: Las palabras de nuestra vida


Os dejo con un artículo sobre palabras y diccionarios de Juan Jose Millás que a mí me gustó mucho. Espero que a vosotros también.



LAS PALABRAS DE NUESTRA VIDA

24/02/2009


Resulta difícil imaginar un artefacto más ingenioso, útil, divertido y loco que un diccionario.


Toda la realidad está contenida en él porque toda la realidad está hecha de palabras. Nosotros también estamos hechos de palabras. Si formamos parte de una red familiar o social es porque existen palabras como hermano, padre, madre, hijo, abuelo, amigo, compañero, empleado, profesor, alumno, policía, alcalde, barrendero...
Escuchamos las primeras palabras de nuestra vida antes incluso de recibir el primer alimento, pues son tan necesarias para nuestro desarrollo como la leche materna. Por eso sabemos que hay palabras imposibles de tragar, como un jarabe amargo, y palabras que se saborean como un dulce. Sabemos que hay palabras pájaro y palabras rata; palabras gusano y palabras mariposa; palabras crudas y palabras cocidas; palabras rojas o negras y palabras amarillas o cárdenas. Hay palabras que duermen y palabras que provocan insomnio; palabras que tranquilizan y palabras que dan miedo.

Hay palabras que matan. Las palabras están hechas para significar, lo mismo que el destornillador está hecho para desatornillar, pero lo cierto es que a veces utilizamos el destornillador para lo que no es: para hurgar en un agujero, por ejemplo, o para destapar un bote, o para herir a alguien. Las palabras nombran, desde luego, aunque hieren también y hurgan y destapan. Las palabras nos hacen, pero también nos deshacen.
La palabra es en cierto modo un órgano de la visión. Cuando vamos al campo, si somos muy ignorantes en asuntos de la naturaleza, sólo vemos árboles. Pero cuando nos acompaña un entendido, vemos, además de árboles, sauces, pinos, enebros, olmos, chopos, abedules, nogales, castaños, etcétera. Un mundo sin palabras no nos volvería mudos, sino ciegos; sería un mundo opaco, turbio, oscuro, un mundo gris, sombrío, envuelto en una niebla permanente. Cada vez que desaparece una palabra, como cada vez que desaparece una especie animal, la realidad se empobrece, se encoge, se arruga, se avejenta. Por el contrario, cada vez que conquistamos una nueva palabra, la realidad se estira, el horizonte se amplía, nuestra capacidad intelectual se multiplica.
Pese a la modestia del primer diccionario que tuve entre mis manos (uno muy básico, de carácter escolar), recuerdo perfectamente la emoción con la que lo abrí y me adentré en aquella especie de parque zoológico de las palabras. Las primeras que busqué fueron, lógicamente, las prohibidas, para ver qué aspecto o qué costumbres tenían, como el niño que en el zoológico busca las jaulas de los animales más raros o exóticos o quizá más crueles. Una vez saciada esa curiosidad, caí rendido ante el misterio de las palabras de cada día. Me fascinaba aquella vocación por decir algo, por significar. A menudo, yo mismo ensayaba definiciones que luego comparaba con las del diccionario, asombrándome ante la precisión de bisturí de aquellas entradas. No se podía decir más ni mejor en menos espacio. Me maravillaba también la invención del orden alfabético, sin duda el más arbitrario de los imaginados por el ser humano y sin embargo el más universalmente aceptado. Al contrario del resto de los órdenes, no se sabe de nadie que haya intentado cambiarlo o subvertirlo.

En el diccionario están todas las palabras de nuestra vida y de la vida de los otros. Abrir un diccionario es en cierto modo como abrir un espejo. Toda la realidad conocida (y por conocer para el lector) está reflejada en él. Al abrirlo vemos cada una de nuestras partes, incluso aquellas de las que no teníamos conciencia. El diccionario nos ayuda a usarlas como el espejo nos ayuda a asearnos, a conocernos. Pero las palabras tienen, hasta que las leemos, una característica: la de carecer de alma. Somos nosotros, sus lectores, los hablantes, quienes les insuflamos el espíritu. De la palabra escalera, por ejemplo, se puede decir que nombra una serie de peldaños ideada para salvar un desnivel. Pero esa definición no expresa el miedo que nos producen las escaleras que van al sótano o la alegría que nos proporcionan las que conducen a la azotea; el miedo o la alegría (el alma) la ponemos nosotros. De la palabra oscuridad se puede predicar que alude a una falta de luz. Pero eso nada dice del temblor que nos producía la oscuridad en la infancia (el temblor, de nuevo, lo ponemos nosotros).

Las palabras tienen un significado oficial (el que da el diccionario) y otro personal (el nuestro). La suma de ambos hace que un término, además de cuerpo, tenga alma. Por eso se habla del espíritu o de la letra de las leyes. Cada vez que abrimos un diccionario y leemos una de sus entradas estamos insuflando vida a una palabra, es decir, nos estamos explicando el mundo.Resulta difícil imaginar un tesoro más grande que el compuesto por el María Moliner, el Coromines o el Larousse, además del Oxford y el de sinónimos y antónimos. No es que ese conjunto fuera perfecto para llevárselo a una isla. Es que él es en sí mismo una isla. Una isla de significado, es decir, una isla de sentido.


Autor
Juan José Millás
laopiniondetenerife.es, España

Jueves, 19 de febrero del 2009

jueves, 8 de octubre de 2009

Comienza de nuevo la tertulia del Café Galdós. Octubre. Curso 2009-2010




Dicen que los miércoles cuando se cierran las puertas del Café Galdós, da comienzo una actividad desconocida y frenética. Las jarras se colocan solas bajo el grifo de la cerveza, los panchitos y las galletas saladas se tiran de cabeza a sus cuencos, las pastas de té se arrastran por el mostrador despacio, haciendo ruido con su vestido de plástico, hasta dejarse caer en los platitos del café, y el café… uuhhmm el café hierve y empieza a oler humeando el local, aunque nadie lo haya hecho ni por supuesto lo vaya a beber. Los miércoles, cuando se cierran las puertas del Galdós, todos los objetos que allí habitan se engalanan para la reunión más importante de la semana: La post-tertulia del Galdós.

La noche anterior, la del martes, entre ellos hicieron apuestas sobre qué mesa se llevaría el premio de ser la afortunada. Casi siempre gana la primera de la derecha según entras a la sala del fondo, porque tuvo la suerte un día ya muy lejano de ser colocada bajo el foco más potente del local. Eso la vuelve más apetecida. Pero a veces, algunas veces, el azar hace justicia, da la oportunidad a las demás y llega un humano despistado más tempranero que los tertulianos y se sienta en ella. Al mismo tiempo que la primera mesa de la derecha se desluce de pura desilusión, las demás espabilan, parecen revivir y quieren taconear nerviosas sus patitas de madera contra el suelo, porque quién sabe, a lo mejor… Y se revuelven inquietas en su estática posición de mesas esperando que las saquen “a escuchar”, mientras hacen cábalas invisibles, sonríen con su boca de mármol, sueñan con ser la testigo afortunada ¿por qué hoy no? de la reunión semanal de los tertulianos del Galdós.

Dicen que ayer, miércoles, el primero de octubre, la ganadora, la elegida, fue la mesa del fondo a la izquierda. Hasta allí fue y en ella se sentó la primera tertuliana que llegó. Cómo iba ella a imaginar lo esperada que era, lo observada que fue mientras sus pies decidían donde esperaría a los demás. Una vez que la tertuliana se decidió y se sentó en la del fondo, las demás mesas envidiaron como solo pueden envidiar las mesas a la elegida, y supieron que tendrían que esperar a la post-tertulia para entretenerse, ilustrarse, enriquecerse y casi sentir con lo que solo pudiera contar ella, la protagonista, la estrella de esa noche, la que escuchó todo, la que lo vivió, la elegida mesa del fondo a la izquierda del Galdós.

Dicen que ayer miércoles, 7 de octubre, cuando se cerraron las puertas del Café Galdós, los focos del techo se volvieron lentamente pero con decisión hasta alumbrar por completo a la mesa del fondo a la izquierda. Dicen que las bandejas huérfanas de camareros pero ufanas como las que más, corrieron veloces debajo de las jarras de cerveza y los cuencos de panchitos, debajo también de las tazas del café y las orondas pastas de té. Dicen que inmediatamente después sobrevolaron el cielo granate del Galdós, hasta aterrizar sobre todas las desanimadas mesas, menos sobre la elegida que por supuesto esa noche libraba, para que todo estuviera recién preparado para la importante audición.

Dicen que ayer miércoles, 7 de octubre, cuando todo estuvo a punto, la mesa del fondo a la izquierda carraspeó como solo saben carraspear las mesas protagonistas, se frotó las patas de esa forma invisible que se las frotan las mesas elegidas, y comenzó a contar “de primera mesa” todo cuánto escuchó en la primera tertulia del curso 2009-2010 del Galdós…

Y recitó relatos líricos, microrelatos y largos relatos.
Y habló de lo “sucio y doloroso” que puede ser un verano.
Y revivió lo interesante que puede ser un viaje a la India.
Y recordó películas y más películas que a todos gustaron.
Y finalmente tertulió largo rato sobre el deseo y la imaginación.

Dicen que todo lo que contó ayer, miércoles 7 de octubre, la mesa del fondo a la izquierda del Galdós, un invisible bolígrafo lo había recogido ya y lo contará con más detalle en el cuaderno de bitácora: http://bitacoratertuliagaldos.blogspot.com/ de aquellos tertulianos. Pero dicen también, dicen, que no lo hará ni muy, muy de lejos, con el entusiasmo, la entrega y la pasión con que lo cuenta a quién quiera escucharla, con su voz de madera y su sonrisa de mármol, con el orgullo y la confianza de saberse el centro, la mesa del fondo a la izquierda del Galdós.

Eso dicen.

©Rocío Díaz
Octubre del 2009. Comienza el curso...