El destierro
(1920 - 1940)
1
Vine al mundo un viernes de tormenta en 1920, el año de la peste. Esa tarde de mi nacimiento se había cortado la electricidad, como solía suceder en los temporales, y habían encendido las velas y lámparas de queroseno, que siempre mantenían a mano para esas emergencias. María Gracia, mi madre, sintió las contracciones, que tan bien conocía, porque había parido cinco hijos, y se abandonó al sufrimiento, resignada a dar a luz a otro varón con ayuda de sus hermanas, quienes la habían asistido en ese trance varias veces y no se ofuscaban. El médico de la familia llevaba semanas trabajando sin descanso en uno de los hospitales de campaña y les pareció una imprudencia llamarlo para algo tan prosaico como un nacimiento. En ocasiones anteriores habían contado con una comadrona, siempre la misma, pero la mujer había sido una de las primera víctimas de la influenza y no conocían a otra.
Llevo un par de días escuchando en casa un murmullo.
Es apenas audible pero, si bajo la voz de la radio o dejo de hacer ruido con cualquier electrodoméstico, se podía escuchar nítidamente. Suena a crujido de hojas, a deletreo en voz baja, a lectura compartida y admiración.
Una noche presté atención y escuché claramente una palabra: “Violeta”.
Y lo comprendí todo.
Tengo ordenados los libros por autores. Me consta que son más felices así.
Cuando leo a un
autor que me llena, tiendo a volver a leerle. Sigo sus huellas, o en los siguientes libros que
publique o rastreando su paso por los ya publicados. Me gustan las historias y
los argumentos, pero sobre todo disfruto con ciertas formas de narrar. En ocasiones, me engatusan ofreciéndome un secreto, un misterio e incluso un crimen dormido. En otras ocasiones me dejo llevar por las formas de contar embaucadoras, las que apelan a los sentidos, las que diseccionan sentimientos, las que me mueven por dentro.
Y eso es lo que
me ocurre con Isabel Allende. Desde que, hace ya muchos años, leí “La casa de los
espíritus” me hice devota de sus frases y su realismo mágico, de sus personajes
y sus vidas ricas en aventuras y sentimientos.
Mis libros de la Allende sabían que llegaba un nuevo compinche. Saben cuándo voy alcanzando las últimas páginas del libro que estoy leyendo. Son listos y perciben mi inquietud, esa mezcla de alegría y tristeza que a uno le embarga cuando está terminando de leer una historia que está disfrutando. Entonces ellos, en su balda, estiran sus tapas, como si fueran sus brazos, y ahuecan sus páginas para hacer sitio a su lado. El hueco en mi librería es un bien escaso. Se agitan, se remueven inquietos, esperando que la última novela de Isabel Allende, ocupe su lugar junto a ellos.
Mientras, ajena a su zozobra, yo la he disfrutado
mucho. He recorrido junto a su protagonista un periodo de tiempo que abarca
cien años, desde 1920 a 2020, desde la pandemia española a la del COVID. Y
geográficamente he brincado por sus páginas desde Chile hasta Noruega, pasando
por Argentina, Miami, Las Vegas, California y hasta casi África. Dadas sus coordenadas espaciotemporales asistiremos, entre sus líneas, a grandes acontecimientos históricos: La depresión del 1929, la II Guerra Mundial, la dictadura de Batista, la lucha feminista, el apogeo de las drogas, los desaparecidos de Chile y Argentina, el exilio...
Contada en
primera persona, la autora nos presenta a una protagonista, “Violeta”, que va
narrando su propia vida a “Camilo”, que ya vislumbraremos quién es. Es una biografía, de género epistolar, donde esa voz en
primera persona, tiene la virtud de implicarnos totalmente en la historia y
sus personajes. Muchos personajes y muy variados, es cierto, pero tan bien perfilados que no
te cuesta recordarlos, aunque reaparezcan de nuevo al cabo de muchas páginas: mejores y peores amantes o compañeros sentimentales, madres fuertes, amistades de por vida, padres ausentes.
La autora nos ha vuelto a regalar una historia que tiene un ritmo muy ágil, porque el destino zarandea a la protagonista y el resto de los personajes con muchas aventuras. Pero la historia fluye sola, va saltando de un lugar a otro, recorriendo de forma líneal su tiempo y no permitiéndote escabullirte si no es de su mano. La autora nos regala un argumento rico en sucesos, donde conoceremos a personajes carismáticos y tan entrañables como ya nos tiene acostumbrados, mientras salpica sus vidas con amores pasionales, ausencias dolorosas, avatares políticos e históricos.
Amores, erotismo, historia, política, lesbianismo, violencia, justicia, sufragio femenino... mujer. La novela toca múltiples temas, aunque más que nada es un homenaje a la mujer. Un homenaje al papel que ha tenido que recorrer en los últimos cien años. Pero ello la autora ha estructurado su novela en cuatro grandes bloques: Exilio (1920-1940), Pasión (1940-1960), Ausencia (1960-1983) y Renacimiento (1983-2020).
Es cierto que no es la novela de Isabel Allende que más me ha gustado, porque para mí "La casa de los Espíritus" o "El amante japonés" son irrepetibles. Pero tampoco me ha parecido de las más flojas. “Violeta” tiene el suficiente peso argumental, la suficiente profundidad y aristas en sus personajes para que permanezca en la memoria mucho tiempo.
Señora Allende, creo que me he leído todas sus novelas, o casi todas, y ya deben andar cerca de la veintena, pero aquí me deja esperando, con paciencia, la próxima.
Mis libros, al escucharme, mientras hacían hueco a "Violeta", han aplaudido moviendo sus páginas ruidosamente.
#RecomiendaunLibro.