Donde todos los pueblos eran blancos, en medio de la montaña, había uno de color azul.
Y era en ese pueblo, donde podías ir menguando con cada paso que dabas, hasta creerte del tamaño de un pitufo.
Y cuando tu cabeza llegaba a la altura del pomo de las puertas, tus piernas cobraban vida y comenzaban a corretearlo buscando sus huellas.
Tuvo que ser más nuevo, más llamativo, más azul.
Pero sus latidos aún se podían escuchar, en el sopor de la siesta, si acercabas la oreja con infinito cuidado, a sus murales y paredes.
Júzcar, el primer pueblo pitufo del mundo aún está en Málaga.
Y que sepas que es mágico.
Aunque tú no quieras,
hace sonreír.