Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

martes, 16 de febrero de 2021

Joan Margarit. Le echaremos de menos.

 


Nos hemos quedado sin Joan Margarit. Uno de mis poetas.

Cuando yo iba a lecturas, antes de la pandemia, en varias ocasiones le escuché recitar. En la librería Blanquerna, en la Residencia de Estudiantes... Con Luis García Montero, con Joaquín Sabina, solo.

Fue premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Fue premio Cervantes 2019. Fue arquitecto y poeta.

Echaremos mucho de menos sus versos Sr. Margarit.

Con la falta que nos hacen.

 

En torno a la protagonista de un poema

Conocía muy bien tu piel dorada,
la señal de peligro de tus ojos azules.
Sueños de profesor que comenzaba
a perder su futuro. Hace mucho surgiste
entre aquellos muchachos y muchachas
del bar acristalado de nuestra Escuela blanca,
desde donde veíamos el mar.
Me preguntan quién eres. Quizás, un día, expertos
en soledad y en crímenes pasados
buscarán, amparada en las palabras,
la sombra de tu nombre y no hallarán
sino cartas violeta de la noche
y el rastro, entre papeles, de unos ojos azules.

 

IDENTIDAD

¿Qué hacer con las palabras al final?
Sólo puedo buscar, para saber qué soy,
en la infancia y ahora en la vejez:
ahí es donde la noche es fría y clara
como un principio lógico. El resto de mi vida
es una confusión por todo aquello
que nunca he comprendido:
las tediosas dudas sexuales
y los inútiles relámpagos
de inteligencia. Debo convivir
con la tristeza y la felicidad,
vecinas implacables.
Se acerca la última verdad, durísima y sencilla.
Como los trenes que en la infancia,
jugando en el andén, me pasaban rozando.

 

LEJOS

Un perro abandonado va por la carretera,
busca la esclavitud en el peligro.
Cuando anochece,
jadeante, le quedan aún fuerzas
para ladrar a los primeros faros,
que lo deslumbran.
La carretera pasa junto al mar
en una costa abrupta.
El mundo puede ser bellísimo,
pero tiene que incluir la humillación.
Soñar tan sólo es
buscar un amo.

 

 

LA ÉPOCA GENEROSA

Nuestros, como canciones
que nos hacen llorar, son esos días
que fueron la verdad de los anocheceres
sonrientes y del baño de los niños.
El alegre cansancio de la cena.
Las caras que no han vuelto
a confiar como entonces.
La vida se alimenta de días generosos.
De dar y proteger.
Si se ha podido dar, la muerte es otra.

 

domingo, 14 de febrero de 2021

Mi querido botarate. Cuando el Día de los Enamorados coincide con el Domingo de Carnaval

 


 Mi querido botarate,

¿En qué estaría pensando yo, ese día que un berzotas como tú se me puso delante, y ciega de mí, me colgué de tu brazo?

Si a la vista estaba que no eras más que un encantador donnadie tuercebotas. Tenía que haber adelantado aquella visita al oftalmólogo, tenía que haber sido menos presumida y haber acudido a la cita con los ojos bien abiertos y unas gafas graduadas. Ahora no tiene remedio. A buenas horas. Pobre consuelo pensar que aquella miopía mía tuvo la culpa de que un gaznápiro cierrabares me encandilara con su aire de cagalindes, con su facha de apuesto pasmarote trasnochado. 

 Ay mi tierno sinsustancia, mi melancólico lechuguino, mi adorable mequetrefe, pintamonas y mentecato. ¡Tunante cómo me engañaste! No eras más que un pelagatos de tres al cuarto, un chirimbaina simpático, un chisgarabís cagaprisas que con su labia secuestró mi voluntad.

Y ademas... ¡pichafloja! mi amor. . 

No hay duda, la convivencia es el mejor oculista. 

Mi cantamañanas particular, mi elegido alcornoque, mi besugo, mi cretino. Con el paso del tiempo resultaste ser un zote, un tragaldabas, un metomentodo fantoche. El tiempo, ese cruel sumidero, se tragó tu encanto.

Pobre de mí, qué calamidad me eché para siempre. Un gañán calavera que aún quiere seducir a cualquiera. Si se te ve venir a la legua ¡bellaco! ¿A quién vas a engañar a estas alturas mameluco y mangurrián? 

Tanto trajín, para al final, volver arrastrándote como un lameculos pidiendo perdón a Dios y a mí, cenutrio zascandil. 

Alma de cántaro... 

¿Quién va a mirar más por ti que yo? So gaznápiro. 

¿Quién te va a querer más que yo? Truhán de tres al cuarto.  

¿Quién? meapilas de mi corazón.

 Es tan difícil quererte, mercachifle. Tan díficil quererte tanto y bien, lerdo petrimetre.

Que aunque duelas hasta el alma, natural como eres de la cáscara amarga, y apenas lo merezcas, alguna sinrazón estrambótica me ampara cuando aún siento que te quiero, botarate. 

Pobre de mí, te quiero. Y mucho más que bastante.


@Rocío Díaz Gómez



sábado, 13 de febrero de 2021

"La música de los huesos" de Nagore Suárez. Reseña

 



La otra noche terminé de leer "La música de los huesos" de Nagore Suárez.

Es la primera novela de una escritora muy jóven, conocida por sus hilos en twitter, donde incluso ganó un par de premios. Lo cierto es que me la he leído de un tirón, me ha resultado bastante entretenida. Creo que esa es su principal, y nada desdeñable, cualidad. 

Es una novela de misterio que arranca con el siguiente argumento: En la actualidad, durante unas obras en una casona indiana en Navarra, se encuentran unos huesos en el jardín. Anne, que pensaba pasar unos días tranquilos en dicha casa familiar mientras iba con su amiga de la infancia al "Festival Music", se ve involucrada en la resolución del misterio de esos huesos. Por otra parte en agosto del 78, dos amigas se preparan para asistir al primer “Festival Fest” de la localidad.

Como vemos en la novela hay dos hilos temporales. Uno en la actualidad, donde en primera persona la protagonista va contando la historia. Y otro en agosto del 78 donde se va narrando otra historia en tercer persona. Ambos hilos temporales suceden en el mismo lugar, Navarra, donde está ambientada la novela. En la misma localidad y en la misma casa, la típica enorme y blanca de estilo colonial, de esas que pueblan el norte que construyeron los indianos. Los indianos eran emigrantes españoles que fueron a America y al cabo de los años, cuando volvían ricos, reformaban el antiguo pazo familiar o se construían una de esas preciosas casonas tan características que muchas han terminado siendo ayuntamientos, bibliotecas o museos.

El estilo de la prosa de la novela es ágil, y fresco. Es una novela que al conjugar los dos hilos temporales trasmite un ritmo rápido, y tiene la intriga lo suficientemente bien dosificada para que no la dejes. Es cierto también que la autora podía haber sacado más jugo al tema de la divinidades o ritos que toca en la trama o se podía haber esmerado mucho más en la descripción de Navarra, que le podía haber dado mucho más juego para la historia o haber hecho más rica y literaria la prosa. Pero esto es solo una apreciación personal.

Por otra parte, personalmente me han gustado más los detalles en el hilo temporal de agosto del 78. Me ha hecho gracia la alusión a la canción de Pecos de "Esperanzas" y cosas así, que me han transportando sin querer a los recuerdos de aquel tiempo. Ha facilitado mucho que nos centremos en esa época, ha favorecido mucha la ambientación. Pero quizá en el hilo narrativo que corresponde a la actualidad podrían sobrar esos mismos detalles, porque se corre el riesgo de que la novela se quede antigua... No hace falta concretar tanto yo creo para evitar eso. Pero bueno solo es una opinión.

En general yo creo que los personajes están bien perfilados, yo me he imaginado perfectamente a la protagonista y a su grupo. Del mismo modo que no me ha costado nada visualizar al grupo del 78. Desde luego es una novela donde se subraya el valor de la amistad sobre todo lo demás. Esa amistad que se forja en la adolescencia o juventud. 

La novela, en general, yo creo que te atrapa, es bastante entretenida, se le muy fácil que supongo que es su objetivo. Está bien escrita. Es una primera novela, y tengo la impresión de que esta jóven autora nos contará otras muchas historias de misterio que seguro que estarán cada vez mejor. Y yo, que tengo debilidad por las novelas de intriga, pienso seguir leyéndola. 

 

viernes, 5 de febrero de 2021

Echo de menos

 


Echo de menos que el frío de la mañana me corte los labios. Echo de menos el aire en las mejillas. Echo de menos mi cara fresca.

Echo de menos que se me acumulen tantos planes para el fin de semana, que tenga que elegir. Echo de menos unas entradas para el cine, para el teatro, para hoy o mañana. Echo de menos trasnochar bajo la luna. Trasnochar tanto, que tenga que correr Gran Vía abajo para pillar el siguiente "buho" en Cibeles, que me acerque al barrio.

Echo de menos estar con los míos. Estar cuando y cuánto quiera. 

Echo de menos a tantas personas... 

Echo de menos las sonrisas de los demás en sus labios. Tanto. Mucho. Echo de menos reírme yo a carcajadas y sentir cómo salen en libertad desde mi boca camino del cielo.

Echo de menos mi cara fría, mis labios cortados y mis brazos. 

Sobre todo echo de menos éstos brazos
que van conmigo siempre.
Echo de menos
a mis brazos abrazándo
TE.
 
Pero nunca tanto cómo echo de menos los tuyos.
Cuánto echo de menos tus brazos,
tus brazos abrazándo
ME.
 
 
Febrero 2021
@Rocío Díaz
 

martes, 2 de febrero de 2021

"Donde aprenden a volar las gaviotas" Ana Alcolea. Reseña Literaria

 


 1.

"Me llamo Arturo .

Mis padres se dieron su primer beso de verdad en el cine, mientras veían la película “Excalibur”. Por eso, yo me llamo Arturo y mi hermana se llama Morgana. Lo mío tiene pase, lo de mi hermana, menos; pero como soy muy positivo por naturaleza y siempre miro la mejor cara de las cosas, tiendo a pensar que podía haber sido peor. Sobre todo si tenemos en cuenta que a mí podían haberme puesto Merlín y a ella Ginebra. Eso no lo hubiera aguantado ningún  hijo,  por  muy comprensivo  y  tolerante que fuera.  

Esa obsesión por la cultura inglesa y la germánica hizo que mis padres viajaran mucho por Europa y se aficionaran a la mitología escandinava: Odín, Tor y todo eso. También estaban fascinados por los vikingos, de los que mi padre incluso llegó a escribir un libro que recreaba el primer descubrimiento de América por parte de Erik el Rojo. Este libro ponía de muy mal humor a mi abuelo, que siempre había sido muy patriota con eso de Colón y el descubrimiento y que toda su vida se negó a creer que el almirante hubiera nacido en Génova. Mi abuelo Cristóbal (ah, casualidades del destino) sigue sosteniendo la teoría de que su tocayo nació en un pequeño pueblo de las Baleares llamado Porto Colom, que se convirtió en una colonia germana en los años sesenta...

 Pero lo que voy a contaros no pasó en Mallorca, sino mucho más al norte, cerca del Ártico: mi madre se empecinó en que yo empleara aquellas vacaciones de verano  para  mejorar  mi  inglés… ¡en Noruega!"

 


 Terminamos el mes de enero con una reseña literaria: "Emocionarte. La doble vida de los cuadros" de Carlos del Amor. Y comenzamos febrero con otra: "Donde aprenden a volar las gaviotas" de Ana Alcolea.

Y tiro porque me toca.

Lo cierto es que no tienen nada que ver ambos libros. Escuché hablar de ellos y tuve ganas de leerlos. Y como soy una ansiosa de mucho cuidado para esto de los libros, pues hala el botín pronto estuvo en mi poder. Y a por ellos. El primero es de divulgación, muy ameno, con la prosa sencilla, atractiva y entrañable del períodista Carlos del Amor. El que nos ocupa hoy, "Donde aprenden a volar las gaviotas", es una novela juvenil de una autora a quién no había leído nunca, la profesora y escritora Ana Alcolea, pero de la que había oído hablar, sobre todo en su carrera como escritora de novelas juveniles.

Ambos me han gustado.

¿No creeis que "Donde aprenden a volar las gaviotas" es un título precioso? Me encanta, es muy atractivo, muy sugerente.  Eso fue lo primero que, valga la redundancia, me atrajo de este libro. Y luego que ha sido (no sé si lo sigue siendo) lectura obligatoria en la ESO.

Su argumento: "Arturo pasa sus vacaciones de verano en Noruega con su amigo Erik. La casa en la que viven se asienta sobre los cimientos de un campo de concentración nazi de la Segunda Guerra Mundial. Un día, mientras cavan un hoyo en el jardín para plantar un árbol, encuentran una caja de metal, cerrada a cal y canto. La investigación para conocer su contenido llevará a los jóvenes a una lejana cabaña en medio de las montañas, a una vieja casa de pescadores en la fría y agreste costa norte de Noruega, y al pasado misterioso de la enigmática abuela de Erik".

Ya veis que toca un abanico de temas: Guerra, amistad, aventura, naturaleza, misterio, amor, demencia senil, diferente cultura... Pero sobre todo, en definitiva, es una novela que aborda el tema del aprendizaje. Aprendizaje con mayúsculas.

Está ambientada en dos tiempos diferentes. Por una parte en la actualidad, con la historia de Arturo y su amigo Erick, y por otra en el pasado, en la Segunda Guerra Mundial, en el momento de la ocupación alemana de Noruega, donde se relata la historia de Elsa. En el libro saltaremos de la una a la otra, y eso imprime mucho ritmo a la narración. Espacialmente estamos en Noruega, en los paisajes preciosos de tierras noruegas, y dan unas ganas locas de ir a conocerlos, la verdad. Comienza el viaje con Trondheim, la tercera ciudad más poblada de Noruega. Y luego visitarán una isla llamada Gjaeslingan. Forma parte de un archipiélago de islas en la costa noroeste de Noruega, al norte de Trondheim. Qué atractivos resultan tanto sus paisajes nevados con sus cabañas, como la zona del archipiélago que cuenta, donde está una ensenada con los islotes alrededor, ese lugar "donde aprenden a volar las gaviotas" debe ser precioso.  Y además que es la tierra de la Aurora Boreal, y las noches sin sol. Qué ganas de volver a viajar... En fin. Resumiendo, que la ambientación de la novela yo creo que está muy conseguida, ya os digo que a mí ha conseguido literalmente transportarme.

La novela está estructurada en 29 capítulos y formalmente alterna la prosa, con la escritura de los diarios de Elsa. 

Quizá yo el "pero" que le pondría a la novela es que los protagonistas jóvenes de la novela utilizan un lenguaje algo serio, demasiado elaborado. Yo creo. Me refiero a los de la actualidad. Me parece que resultan más creíbles los jóvenes de la época de la Segunda Guerra Mundial. Simplemente porque atravesando una etapa tan dura en sus vidas, a la fuerza tuvo que hacerles madurar de golpe, y por tanto cambiarlos. Y entonces sí que me cuadra su lenguaje más formal. Tiene más sentido en su bocas. Pero los jóvenes de la actualidad... No sé, me cuesta más verlos con su edad hablando así con ese temple.

Pero es un "pero" pequeño. Porque el resto de la novela me ha atrapado en su misterio, en su argumento y su forma de contarlo. Aún siendo una novela juvenil, por supuesto eso no hay que olvidarlo, a mí me ha parecido no solo entretenida, sino que también está bien escrita, es instructiva pues aborda un período histórico que hay que conocer, y además es muy evocadora.

 Me ha parecido una buena novela juvenil.


"La vida es aprender, estamos aquí para eso, como las gaviotas. Vivir es peligroso, es cierto. Pero un pájaro no puede quedarse eternamente en su nido, tiene que volar".

jueves, 28 de enero de 2021

"Emocionarte. La doble vida de los cuadros" de Carlos del Amor. Reseña

 

 

Pues ya terminé "Emocionarte" de Carlos del Amor.

Cada vez me gusta más leer libros que enseñan. O libros que te hacen recordar. O ambas cosas.

Por otra parte, procuro no dejar de leer "en papel". Es una sensación que no quiero olvidar. El libro como objeto que puedes acariciar. Me cuesta recordar más los libros que leo en el libro electrónico porque no estoy viendo siempre la portada. ¿A vosotros no os ocurre eso?

Y además de la contemplación, está el gesto de acariciar su portada, hojearlo despacio leyendo pedacitos al azar, cometer el pecado de doblar la esquinita superior de la página para señalar por donde voy leyendo, como hacía de pequeña... Todo eso es un ritual que sigue siendo también un placer para mí. De un tiempo a esta parte, para el ebook solo dejo las novelas, o los libros más gordos que me pesan muchísimo para acarrearlos en el metro.  

"Emocionarte" tenía que leerlo en papel, porque sabía que con él iba a aprender, y porque era preciso mirar los cuadros despacio, en papel, de los que hablaba.

Me ha encantado este ensayo que ha escrito Carlos del Amor, donde habla de 35 cuadros.

Se trata de obras que abarcan un período de tiempo desde el siglo XVI hasta el siglo XX. Cinco siglos. Aunque hay bastantes más de los siglos XIX y XX. Obras de muchos artistas españoles, y entre ellos varias mujeres.

Son capítulos breves, que comienzan con un texto en ficción donde el autor imagina sobre la obra o el pintor o pintora, seguido por datos reales que ha aprendido él en los Museos acerca de ellos. Hay muchas anécdotas, curiosidades, que impregnan toda la prosa de un tono ameno que lo hace muy agradable. Además, como siempre nombra otros cuadros del mismo artista, te "obliga" a acudir a internet a buscarlos. Es un libro con el que se despierta la curiosidad, con el que aprendes.

El primer cuadro del que nos habla es el de una mujer. 'Un mundo' de Ángeles Santos (1929). Uno de esos cuadros que podrías contemplar durante horas por la cantidad de detalles curiosos que encierra si te fijas con detenimiento. 

 


Y termina con el famoso cuadro "El abrazo" de Juan Genoves (1976), el cuadro que después de tantos años está expuesto en el Congreso de los Diputados. Qué buena elección comenzar y terminar este ensayo con ambas obras. 

Además nos cuenta de Goya, de Rembrandt,de Clara Peeters, de Maria Blanchard, Dali, Vermeer, Suzanne Valadon, Arcimboldo, Hopper... entre otros. 

El periodista Carlos del Amor, cuyas pequeñas piezas del telediario disfruto tanto, ha ganado con este "Emocionarte. La doble vida de los cuadros" el premio España 2020. 

Yo ya había leído de este autor su libro de relatos "La vida a veces", que me encantó. Y su novela "El año sin verano". Y ha sido un reencuentro muy especial, gracias a este ensayo, volver a su prosa sencilla, íntima, emotiva. 

Sé que tendré que releerlo de vez en cuando. Porque la memoria cada vez es más frágil y porque merece la pena. No dejéis de leerlo.


jueves, 21 de enero de 2021

"Don Andrés y mis redacciones" - Relato de Rocío Díaz

 

Esta foto está tomada de internet

 #MiMejorMaestro 

 

 

Don Andrés y mis redacciones

 

Querido don Andrés,

Hoy me acordé de usted. De pronto le he visto, a pesar de mi incipiente presbicia, con una nitidez increíble. He vuelto a ver su pelo liso, bien peinado a raya por delante, pero revuelto por detrás. He vuelto a ver sus gafas grandes de pasta y de miope, su anodina chaqueta a cuadros, y su semblante, no se me ofenda, más anodino aún.

No le veo desde hace ¿Cuánto? ¿Cuarenta años? Fíjese, que yo creo que sí, que los cuarenta desde luego. Cuarenta y seguramente cuarenta y uno, que total a estas alturas de la vida, no voy a andar racaneando con los años. Sería absurdo. Sobre todo cuando aquí los tengo, debajo de los ojos y sobre la espalda. Cuarenta, qué barbaridad. Y ni le volví a ver más, ni he vuelto a saber de usted. Y aunque cierto es que nuestro colegio lo cerraron, no lo es menos que yo estaba muy ocupada viviendo mi adolescencia, mi juventud, mi vida adulta, para andar pensando en usted, que ni fue mi profesor más atractivo, ni el más dicharachero. ¿Verdad don Andrés? A estas alturas si no racaneamos con los años, tampoco vamos a hacerlo con las verdades.

Sin embargo hoy, qué cambalache de ideas habré yo revuelto en el trastero de mi memoria, para que de pronto aparecieran su traje y sus gafas, apareciera su pelo y su semblante tristón, y yo me viera de nuevo ante usted en aquella clase de la EGB, después de tantos años y tantos escritos. Así de absurda, complicada y maravillosa es esta vida.

Esta vida de ¿escritora? Más bien de aficionada a la escritura, porque don Andrés para mí los escritores siguen siendo los que viven de sus escritos. Y yo, afortunadamente, no como de lo que gano escribiendo.

Porque le confieso que me importa tanto escribir, tanto, que si tuviera que vivir de esto, en tardes como la de hoy, que no he conseguido escribir ni media página, no podría merendar. Y discúlpeme pero eso son palabras mayores, que yo la merienda no la perdono. Tardes como la de hoy, que se me han pasado mis buenas dos horas, y tres, que entre usted y yo ya no hay medias verdades, delante del ordenador sin hilvanar ni media historia, ni un cuarto de párrafo, ni tan siquiera una mágica y primera frase. Esa primera de la que tirarme, como de un trampolín, para empezar a dar brazadas en un relato. Tardes como la de hoy, qué tristeza don Andrés, qué tristeza, en las que verme como si aún tuviera doce años, y usted me hubiera mandado de deberes una redacción que no supiera ni por donde encaminarla.

Y ha sido pensar eso, y pensar en usted. Y sin darme cuenta he comenzado a escribir. Bendito don Andrés. He comenzado a escribir, a escribirle esta carta que nunca podré enviarle. Cuarenta, qué barbaridad, quizá usted ya ni viva.

Pero yo seguía, erre que erre, tejiendo frases ¿sabe? Una frase y otra frase y otra después porque yo le contaría tantas cosas de cómo me ha ido… De cómo me ha ido con las palabras, con los relatos, con las historias. En fin, con sus redacciones, ya sabe a lo que me refiero.

Porque usted siempre ha estado ahí, desde los comienzos, cuando nos ponía de deberes una redacción con un tema. La primavera, las vacaciones, la navidad. Y yo siempre las comenzaba todas igual: “La Primavera ¿qué es la primavera?” Y después por fin encontraba el hilo de Ariadna por algún lado y comenzaba a tejer. Porque redactar, narrar, inventar, no era como aprenderse de memoria las Preposiciones: «A, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre y tras». Aún recuerdo la retahíla. Aquello era otra cosa, por eso tenía que recurrir a mi pregunta de rigor: “La Primavera ¿qué es la primavera?” y dejarme llevar. Que ya podía usted haberme dicho, don Andrés, que cambiara de vez en cuando ese comienzo, qué niña tan cansina era yo, ahora lo sé, con la dichosa preguntita.

Pero usted no, usted me escuchaba callado, caminando por el pasillo entre los pupitres, o sentado en su mesa. Me escuchaba serio, atento, hasta que yo terminaba. Después decía: “Muy bien”. Eso me decía, nada más. Sin decir mi nombre de nuevo, sin una sonrisa. Bajaba la cabeza, y apuntaba en su cuaderno, mientras yo me sentaba otra vez. Después en mis notas siempre me daba un ocho, quizá un ocho y medio, hasta alcanzar el nueve de fin de curso.

Vaya pareja que estábamos hechos, usted y yo. Yo deseando que le agradaran mis redacciones y usted escatimándome las palabras hasta la calificación final.

Y aun así, hoy ha vuelto a estar ante mí, ha aparecido detrás de una esquina de mi memoria. Con su traje chaqueta manchado de tiza y su pelo despeinado por detrás, que se notaba que había salido pitando de casa por llegar a tiempo al cole, como yo, como todos. No sé los años que tendría, seguramente era mucho más joven de lo que yo, a mis doce años, creía.

Y me he dado cuenta, don Andrés, de algo. Le echo de menos. Echo de menos sus deberes, esa pauta que me ayudaba a comenzar a escribir. Echo de menos su mirada atenta y sus oídos dispuestos que no se perdían ni una de mis frases. Echo de menos sus ochos que me empujaban a querer mejorar y llegar hasta el nueve a final de curso.

Cuarenta años, don Andrés, cuarenta, qué barbaridad, y todavía le veo delante de mí, cuando comienzo a escribir. Le saludo, le sonrío y ya solo tengo que pensar:

La primavera ¿Qué es la primavera?

 

Rocío Díaz Gómez.- Enero 2021

 

 

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