Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

sábado, 12 de diciembre de 2020

"Solo" exposición del fotógrafo Matías Costa en la Sala Canal Isabel II de Madrid

 


 "Estamos hechos de otros. Llevamos a otros dentro, como muñecas rusas. Y eso que nos pusieron al nacer, nosotros lo ponemos en nuestros hijos, y ellos en nuestros nietos. Gastamos parte de nuestra vida en saber qué hacer con eso que llevamos dentro. Podemos llevarlo intacto hasta la siguiente generación, o colocarlo, después de años, en su lugar, y librarnos de lo que no es nuestro. "



La etiqueta "Exposiciones 2020" lloraba en un rincón del blog sintiéndose rara, vacía, sola. 

No te preocupes -le dije limpiándole una lagrimita- antes de que termine este año triste, te prometo que alguna entrada te voy a dedicar.  

¿De verdad? ¿De fotografía? -me preguntó erizando sus letras de ilusión- Me gustan mucho...

Sí, sí, una por lo menos de fotografía y si puede ser alguna más... -y le guiñé el ojo.

 

Mi espíritu y mi blog son compinches. 

Se alían para llevarme a su terreno, inventan salidas a sitios que me encantan y me convencen para que haga excursiones a deshoras y cuando casi no hay nadie, cuando casi "a salvo" pueda escaparme con el botín de una salida, de unas fotos, de un café y una conversación. 

Después, saben que me sentiré como una planta a la que riegan, enriquecida. 


La Sala Canal de Isabel II de Madrid, ese lugar mágico, ese antiguo (data del año 1911) depósito de agua que se dedica desde el año 86 a albergar exposiciones de fotografía, me atrae como un imán. 

Ahora se puede ver la exposición "SOLO" del fotógrafo Matías Costa. Siete series fotográficas que se hicieron en distintas partes del mundo. 

Hijos del vertedero (1995-1997), dedicada a la comunidad romaní que habitaba junto al vertedero de Valdemingómez; El país de los niños perdidos (1998), un retrato de los huérfanos del genocidio de Ruanda; Extraños (1999-2005) los movimientos migratorios sur-norte, con el litoral europeo como puerto de llegada. Cuando todos seamos ricos (2006), un trabajo sobre el salto al capitalismo en la China posterior a las reformas de Deng Xiaoping. En Cargo (2008-2017), se ocupa de la concentración de barcos soviéticos varados en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria. De Canarias, Costa viaja a Panamá con la serie Zonians (2011-2013), para detenerse en un fenómeno postcolonial escasamente conocido: la comunidad de estadounidenses expatriados a Panamá para administrar el legendario canal que une dos océanos. La última serie, The Family Project (2008- actualidad) es un relato intermitente por las escenas primordiales que marcan la biografía de Matías Costa.





Pero lo que más le ha gustado a mi espíritu, lo que más querría trasmitir a mi blog, son las páginas de sus Cuadernos de Campo. Esos Cuadernos donde el fotógrafo pretendía, de algún modo, unir el mundo exterior con su mundo interior. Toda la exposición está salpicada de sus cuadernos, entrelazándose con su arbol genealógico compuesto de fotografías, documentos y páginas y más páginas. A través de ellos se filtran en la exposición retazos de la vida del fotógrafo, de sus pensamientos, recuerdos y sueños. 







 

Mi espíritu y mi blog son compinches. 

Gracias a ellos no soy una sombra más en este Madrid, gracias a ellos no soy un jirón de ropa y pelo que corriendo va del trabajo a casa y de casa al trabajo. Gracias a ellos soy una ráfaga de algo más sustancial que un nudo de prisas y responsabilidades. 

Gracias a ellos, soy más yo.







 

 Matías Costa (Buenos Aires, 1973) es periodista y fotógrafo. Cofundador del colectivo NOPHOTO y miembro de PANOS Pictures, realiza proyectos de largo recorrido en los que reflexiona, mediante imágenes, textos y material de archivo sobre el territorio, la memoria y el azar. Ha recibido distinciones como el World Press Photo o primer Descubrimientos PhotoEspaña. Es colaborador habitual de medios como El País Semanal, The New York Times o La Repubblica y su obra forma parte de colecciones nacionales e internacionales como la del Ministerio de Cultura, el CA2M o el Nederlans Fotomuseum de Róterdam.


 



martes, 8 de diciembre de 2020

De "Conchita", de "Concha", de los Hipocorísticos.

 

 

Hoy, 8 de diciembre de 2020, es la Inmaculada Concepción. La patrona de España.

Celebramos el santo de las Inmas, las Concepciones, las Conchis y Conchitas. Además de las Esther, que pasan desapercibidas, pero también lo celebran. Ainsss pobres Esther toda la vida de camuflaje detrás de las "Conchis"...

En fin... 

Pero como a este blog le encantan todas las cuestiones de lenguaje y aledaños, yo os escribía porque quería contaros que hoy la Rae, la Real Acedemia, nos dice que la palabra "Conchita" procede de la palabra italiana "Concetta" o lo que es lo mismo "concebida". Por tanto, en origen, no es un diminutivo de la palabra "Concha", sino que fue al revés. Nos dice que a partir de "Conchita" se originó el nombre propio "Concha".  

¡Halaaa! he pensado yo. Pues toda la vida pensando que era al revés. ¿Os acordais de aquello del huevo y la gallina... ?

Pero es que mi sorpresa no ha terminado ahí, porque toda la vida de Dios yo pensé que "Conchita" era un  "hipocorístico".

Esta palabrota en realidad designa a todos esos nombres que utilizamos de forma familiar o cariñosa, como diminutivo, abreviatura o incluso cierta deformación del nombre propio del que proceden.

Son hipocorísticos nombres como: "Paco, Curro, Pancho"... que proceden todos del nombre propio original de "Francisco". Ya lo veis en la viñeta que encabeza esta entrada...

Son hipocorísticos las "Merches" que proceden de "Mercedes", las "Chelos" que proceden de "Consuelo", las "Lolas" que proceden de "Dolores", los "Nachos, e Iñakis" que proceden de "Ignacios", los "Pepe" por "José"...

Y tantos otros que todos conocemos.

Del mismo modo yo pensé que "Conchi" era un hipocorístico de "Concepción". Pero ahora que me dice la Rae que viene directamente de "Concetta" yo ya no sé si es correcto lo que pensaba... ¿O no tiene nada que ver?

¿Vosotros qué opinais?

Le he preguntado a la Fundeu, la Fundación del Español Urgente, peeero, ésta ha sido su contestación:

“Conchita”


Sentimos mucho no poder ayudarla, pero el servicio de consultas
de la FundéuRAE se centra en la resolución de dudas puntuales, prácticas
y concretas en el uso actual de la lengua española.

Saludos cordiales

 

Así que... quizá se lo pregunte a la RAE directamente. 

Mientras tanto, seguiré tejiendo (dudas) como Penélope.

 


lunes, 7 de diciembre de 2020

El Silo de Hortaleza. Madrid.

 

 

A un paseo de casa tienes un faro curioso. 

Un faro que no tiene mar ni barcos a los que indicar el camino a puerto.

Este faro distinto, con doce lados y una base de trece metros, ilumina un camino que abarca desde su pasado agrícola hasta su futuro cultural. 

 

Te gusta verlo, erguido y claro, defendiendo el ayer de un barrio, que aún no era Madrid, sino pueblo rodeado de hortalizas y cereales. 

El faro te mira desde sus 20 metros de altura y te cuenta de un pasado como silo de grano, construído en 1928, acompañado de un granero, un establo y un palomar, en un paraje que llamaron Huerta de la Salud. 

Pero el paso del tiempo, el "progreso" mal entendido, los fue arrinconando entre bloques de vecinos, condenándolos al olvido, dejando que la desidia los envejeciera sin cuidado, hasta que incluso las cigueñas los abandonaron, volando lejos de allí.


 

Pero aquel faro, antaño granero, siguió altivo, viendo como cambiaba la villa, y después el barrio, hasta conseguir atraer las miradas de los que pudieron rehabilitarlo. 

Años y años de rehabilitación hasta que viste como volvió a la vida este otoño.



A un paso de casa tienes otro tipo de faro.

Ahora tiene cerca una biblioteca y la histórica puerta de piedra del complejo de donde partió.

Ahora tiene un mirador en lo alto y siete plantas, una sala de lectura y alberga en su interior vistosas exposiciones. 

Ahora, el Silo está aún más vivo.


jueves, 3 de diciembre de 2020

La literatura en Málaga.

 

La literatura es una calcomanía que llevas pegada a la piel. 

Y nunca te sientes más tú, que cuando la estudias, la lees o escribes.

¿Dónde te contagiaste de este mal que crece contigo? 

Ese mal que ¿te persigue ? 

¿O será que tú la persigues a ella?

Inventas "escapadas" pero no escapas de ella, sino que te mueves, sin saberlo, hasta encontrarla allá donde esté.

Como ocurrió en aquel tiempo por las calles de Málaga.

Allí encontraste las casas donde nacieron aquellos dos poetas de la Generación del 27.  En la calle Strachan núm. 4 nació Manuel Altolaguirre. Te habías topado con él en aquella entrada que dedicaste a Concha Mendez porque fue su marido. Era poeta e impresor y juntos trabajaban en la imprenta.

"En 1932 Méndez y Altolaguirre se casan, lo que supone un escándalo pues ella era siete años mayor. Sus testigos son Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Lorca, Moreno Villa, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y Morla Lynch. Con la llegada de la guerra se exiliaron, primero en Cuba y después en México, de dónde ya sólo volvieron de visita."


 
 
«Nuestra imprenta tenía forma de barco, salvavidas, faroles, vigas de azul y blanco, cartas marinas, cajas de galletas y vinos para los naufragios».
 
 
 
 
 
 En el núm. 7 de la misma calle nació el poeta Emilio Prados, que también terminó exiliado en Méjico. Y con Manuel Altolaguirre funda y edita la famosa revista Litoral.
 
 

 


 
 
Continuando por el centro de Málaga llegaste al famoso Café de Chinitas. Era un teatrillo que comenzó a funcionar en el año 1857 y que cerró en el año 1937, en plena guerra civil. 
Entre los años años 20 y 30 del siglo pasado, llegó a ser el Café-Teatro más famoso de España y en él se daban cita muchas personalidades tanto de dentro como de fuera de nuestro país. 
Su fama trascendió gracias a la composición popular Café de Chinitas que García Lorca compuso en 1931.
 
Federico García Lorca también presentó a Concha Mendez y Manuel Altolaguirre. Está muy presente en este itinerario.
 
 


Un poco más adelante, seguiste callejeando por los alrededores de la conocida y central calle Larios,  y hallaste la Paloma Quiromántica, en la calle Bolsa.

 Esta escultura es un homenaje a uno de los novelistas que jugaron un papel crucial en la vida cultura de la ciudad en la segunda mitad del siglo pasado, Rafael Pérez Estrada.
 

 
 
Y finalmente descansaste al lado del mismísimo Hans Christian Andersen. 
 
Su estatua de bronce está en una plazoleta muy cercana. 
Parece ser que el autor de tantos inolvidables cuentos estuvo en Málaga en el año 1862 y se sintió tan bien tratado que escribió:
 
  «En ninguna otra ciudad española he llegado a sentirme tan dichoso y tan a gusto como aquí».

 ¿Te acuerdas? la niña que aún llevas dentro sonreía de oreja a oreja.
 
 

 

domingo, 29 de noviembre de 2020

"La herencia de una pasión" Relato de Rocío Díaz

 


Se nos va noviembre, así de callando, casi sin darnos cuenta. 

Y antes de que se vaya, he pensado dejaros con uno de mis relatos. Le dieron un segundo premio en el XXII Premio de Narrativa "Montserrat Roig". 

No pude ir a recogerlo con esta pandemia que nos tiene a todos tan limitados, pero siempre es motivo de alegria y nos empuja a seguir peleándonos con las historias y las palabras.

Aquí os lo dejo por si os apetece leerlo.


 

LA HERENCIA DE UNA PASIÓN

El Eusebio no me entiende. Por eso tampoco entendería que yo le diera unas perras cada día al pequeño de la maestra por venir hasta aquí arriba y echarme una mano con lo de la escritura. Por eso no se lo he dicho. Mejor así.
El primer día que llegó el Eusebio de faenar y le encontró aquí, en la cocina, sentado a mi lado y yo escribiendo, me miró con ojos de pez frito y no dijo ni media. Entonces le dije al muchacho que ya iba siendo hora de cenar y el chaval, que avispado es un rato, también sin decir ni pío, recogió en un santiamén y salió corriendo. Al poco entraron los hijos, y las muchachas se liaron a poner la mesa y con el cacharreo y el guirigay de las cenas parece que se le fue de la cabeza. Pero ya sabía yo que al Eusebio no se le iba a olvidar así como así. Por eso al día siguiente ahí me tienes, con un ojo en la escritura y otro pegadito al reloj, para que antes de que llegara el Eusebio, el pequeño de la maestra ya se hubiera ido. ¡Pero me cachis que me descuidé! Estuve un día y dos y tres pendiente de la hora, que no se me escapaba ni un minuto, a punto de quedarme con un ojo mirando para cada lado de por vida, de tanto atender aquí y allá, allá y aquí, pero al cuarto día estaba tan enfrascada en lo que quería escribir que ¡ahí iba a estar yo a vueltas con el dichoso reloj! Y claro llegó el Eusebio y ahí andábamos los dos, con el trajín de las palabras... Y por muy pronto que quise yo espabilar al muchacho, ya sabía yo que el Eusebio algo me iba a decir en cuántito nos quedáramos solos.
- ¿Y ese...?
- ¿Quién? -Pregunté yo haciéndome de nuevas.
- Quién va a ser, el de la maestra. ¿Qué pintaba aquí? Porque ya no es el primer día que llego y me lo encuentro.
- Pues que va a ser... Que su madre lo manda con el recado de preguntar cómo sigo. Acuérdate de que me caí...
- ¿No me iba a acordar? Que cosas tienes... ¿Pero para preguntarte cómo sigues se tiene que andar sentando ahí contigo a escribir no se qué cuentos...?
- Hombre Eusebio, que de bien nacíos es ser agradecío, y si la mujer me manda al muchacho le tendré que sacar algo, que viene con la lengua afuera y está en edad de crecer. Que para eso somos vecinos...
- No sabía yo que para masticar se necesite escribir. ¿A que venían tantas palabras...?
- ¿A santo de qué van a venir? Pues que le he dicho que me escribiera cuatro letras bien puestas para dar las gracias a su madre, que es la mar de atenta conmigo, la verdad, tú lo sabes.
- Lo que sé es que desde que esa mujer llegó, te llenó la cabeza de pájaros. Esto es lo que sé. Y los pájaros los cazo yo con la escopeta de perdigones y me los como.
- Anda, anda, anda... si luego eres un bendito. Hablando de pájaros ¿Quieres los huevos en tortilla o fritos?
- ¡Que pregunta...! Fritos, como Dios manda... ¿De cuando acá ando yo con las mariconeces esas de las tortillas...?
- Cómo decías que te dolía una muela y no sabes comerte el huevo frito sin andar mojando y mojando pan. Porque no te hicieras daño con el churrusco tan duro, al masticar...
Al Eusebio se le va la fuerza por la boca, que no es mal hombre, pero bruto, lo que se dice bruto, lo es y mucho. Que si alguien le escuchara a veces cuando habla se creería que anda siempre con la escopeta de perdigones al hombro apuntando a lo que se mueve y a lo que no... ¡Ay que hombre! Pero yo ya aprendí hace mucho tiempo a cogerle el aire y sé cómo llevarle hasta mi terreno.


Iván no me entiende. No entendía por qué quería dejar las clases que daba por Internet, decía que eso lo único que iba a reportarme, es falta de tiempo. Por eso lo del árbol genealógico ni tan siquiera se lo comenté. Era mejor así.
La mente práctica y cuadriculada de Iván no entendería que necesito saber más de mis antepasados. Necesito llenar unos huecos que no conozco, profundizar en mis raíces, reconocerme como parte de un pasado al que pertenezco y está tan desértico en contenidos que no siento como propio. Pero confeccionar el árbol genealógico supone tiempo y dinero. Justamente las dos cosas por las que Iván siempre estaría en desacuerdo conmigo.
Con la cuestión del tiempo ya tuvimos varias discusiones cuando decidí dejar de dar clases por Internet. No entendía que yo necesitaba conocer a mis alumnos, relacionarme con ellos, saber de sus gestos y su sentido del humor.
- ¿Pero para enseñarles a escribir les tienes que conocer?
- A escribir no se enseña…
- Bueno ¡pues a eso que hagas con ellos!
- Compréndelo... ¿Cómo te diría yo? Es más frío hacerlo por correo electrónico. Es mucho más enriquecedor tanto para ellos como para mí que sea en forma presencial. Me gustan las tormentas de ideas y las asociaciones de palabras, la improvisación y su opinión, el posible debate, la tertulia…
- O sea que apenas tenemos tiempo para estar juntos y tú ¿prefieres irte de charla con los alumnos?
- No es eso… -suspiraba yo derrotada- No se trata de preferir nada. ¡Anda! Déjalo, ya lo hablaremos, ahora estamos cansados. ¡Va venga! Date prisa que he reservado para cenar en el sitio aquel al que querías ir…
Iván nunca entendería que escribir y llevar un taller de escritura es un raro placer que uno no siente con otra cosa. Y no solo se trata de escribir, yo necesitaba regalar una voz a lo que está escrito. Escucharlo de quién nació, corregirlo en voz alta, buscarle su sentido junto al autor... Compartirlo. Quería compartirlo con ellos, a quiénes les importaba tanto como a mí. ¡Pero cualquiera dice eso! Iván no lo puede entender, pero yo ya he aprendido a distraer su atención de aquello que nos separa, ofreciendo, poniendo a sus pies algo que le guste mucho. Y eso no me suele fallar...
La verdad es que estamos pasando una época complicada. La hipoteca de nuestra casa no deja de subir y subir, así que trabajamos sin parar para poder ganar algo más de dinero. Unos extras que nos permitan afrontar los pagos y que aún nos dejen en una posición desahogada. Pero inevitablemente trabajar más, significa también vernos menos. Es un círculo vicioso.
Y luego está el tema de los niños. Iván quiere que tengamos algunos para ya. Pero yo voy retardando la cuestión, dándole largas, y en ésta demora llevamos ya cuatro años. Él no me dice nada, pero yo sé que le preocupa que yo ande rondando ya una edad peligrosa... Pero no seré ni la primera ni la última que tenga su primer hijo a los cuarenta... Hay tiempo para todo.


El Eusebio anda con la mosca detrás de la oreja, así que he tenido que mandar recado al pequeño de la maestra para que llegue más tarde y se vaya antes. Noto al chaval revenido con el cambio, porque quieras o no son menos perras... Lo comprendo, ¿no lo voy a comprender? y a mí bien que me pesa, él se ganaba unos dinerillos que yo le pagaba bien a gusto y andábamos los dos la mar de contentos en el trato. Pero el diablo no deja de enredar está visto y más que visto... ¡Ay si el Eusebio lo supiera! Se le llenaría la boca de voces, diciendo que el muchacho es un sacacuartos y yo más corta que las mangas de un chaleco. Échale el espabilado… “Tirar el dinero así, con el sacacuartos esmirriado ese. ¿Dónde anda la escopeta de perdigones?” Preguntaría a voces para que le oyeran bien desde el pueblo. Angelito, si lo hace más que nada por hacerme un favor, que no será por lo que el pobre se saca. Y para lo poco que es, encima tengo a media familia en danza.
Gracias a mis pequeñas que aún no tienen años para mandarlas a la escuela pero me han salido más listas que el hambre, sin que se entere el Eusebio hemos multiplicado los quesos. Las dos más crías se encargan de hacerlos conmigo. Qué buen remango se dan ya con ellos. Y las tres mayores los llevan a vender por los mercadillos. Así me quedo con las perras que sacamos por ellos a escondidas de los hermanos y el padre.
En esta casa hay tantas bocas que alimentar y por cuerpos por vestir… Pero ya nos encargamos nosotras de que alcance para lo más necesario y además nos sobre para intentar que llegue para las pequeñas cosas que nos hacen más felices. Todas a una para que a las mayores les alcance para ir haciéndose el ajuar a su gusto. La mediana quiere un pellizco, que va ahorrando, para ir a aprender a coser como Dios manda, que es lo que ella quiere hacer algún día. Y yo lo que quiero, es que a las pequeñas no les falten unos buenos zapatos para cuando empiecen a bajar a la escuela, que tienen una buena caminata; unos que les abriguen los pies, que luego se les quedan helados por mucho ladrillo caliente en el que los apoyen, a ver si por aprender las cuatro reglas se me van a poner malas las pobrecitas. Y si sobra, que ya me encargo yo de las reparticiones para que sobre, con eso, es con lo que yo tengo que pagar al muchacho, que algún día será maestro como su madre, porque lo lleva en la sangre y ¡anda que no se le nota! Y yo le pago unas perrillas bien a gusto para que también vaya ahorrando, mientras viene a enseñarme a escribir mejor. Enseñarme más palabras, enseñarme más verbos y a hacer las frases tan largas como hablan ellos, que dicen las cosas de esa forma tan enrevesada y bonita...
Dice el muchacho que escribiendo me parezco a los terneros recién paridos que se enganchan a chupar de la madre, ansiosos, desesperados por sacar más, que todo es poco para ellos... Eso me dice el muchacho de cómo escribo yo. Y a mí me gusta.


Iván anda enfadado porque cuatro tardes a la semana me ausento de casa unas horas para ir a dar clase a un centro cultural que me ha contratado. Ya dijo tantas cosas al respecto antes de decidirme, que ya no me ha vuelto a decir más, simplemente ha transformado el discurso en una actitud distante salpicada de largos silencios. Odio verle así, en el fondo prefiero los reproches, porque ellos me dan la medida exacta de su ofuscación. Pero cuando se vuelve así, para adentro, huraño, frío, me gusta menos y lo sabe. Quiero creer que se le pasará, seguro que sí, pero por ahora tengo que aguantar estoicamente esa fingida indiferencia con la que me trata. Pero porque le quiero, y no me gusta que estemos así, a cambio le he dicho que me pensaré lo del niño para primavera...
Aunque la verdad es que ya lo tenía decidido, no me lo voy a pensar más. Y la verdad también, es que de esas cuatro tardes que me ausento para ir a dar clases, solo dos lo hago, las otras dos las dedico a lo del árbol genealógico. Pero él, eso aún lo entendería menos, y la pérdida de tiempo, entre comillas, con la que lo bautizaría “mi capricho” cómo diría también, le haría enfadarse aún mucho más. Por eso he omitido convenientemente esta parte de la sinceridad mutua. Es mejor así.
Es muy laborioso lo del árbol genealógico y necesito ese tiempo. Un tiempo para multiplicar mis visitas a los parientes más longevos. Y me alegro de haberlo hecho. En esta vida andamos siempre tan ocupados y con tantas prisas que olvidamos el placer de escuchar. Y estos viejos parientes siempre tienen tanto que contar... Empezar a escucharles es como abrir la caja de Pandora. Les hago una visita, les hago compañía por un rato, y ellos me obsequian con el maravilloso regalo de sus historias. Son un verdadero tesoro que voy reuniendo y anotando. Mientras con las fechas que logro apuntar entre unos y otros, he consultado ya varias parroquias y juzgados, anotando y anotando datos, rellenando huecos, dando un nombre y apellidos a los parientes que ya no están.
Lo mejor de todo es que me ha mandado aviso una tía abuela para que vuelva a visitarla en su residencia. Pobre mujer, dice que ha recordado que en el desván de su casa, aún hay una vieja caja con papeles de su madre... Mi bisabuela. Y yo que creía que estaba medio senil... Pero ella ha pedido a una enfermera de la residencia que me llame y me dé su recado. Y a lo mejor es una tontería, un delirio de grandeza de una memoria que se va marchitando. Quizás... Pero el detalle de pedir que me llamen, de querer dejarlo en mis manos, me ha parecido tan tierno, tan conmovedor, que yo voy a acercarme a por esa caja. Quizás no sea ningún delirio y no me perdonaría el habérmelo perdido. Claro que voy a acercarme. Mañana mismo.


El Eusebio un día llegó torcido de faenar, y como un toro al que le ponen un trapo rojo delante, arremetió contra el pequeño de la maestra que aún estaba por aquí. Ya eran demasiados días los que llegaba y yo me había despistado con la dichosa hora. Demasiados sumaban ya, en los que la cara del muchacho era lo primerito que veía mi Eusebio, y lo de ser agradecío ya no coló. Menudo se puso el Eusebio con el muchacho y menudo se puso éste con el Eusebio. Y no me extraña ni pizca porque mira que se ponen brutos los hombres, da igual los años que les hayan caído encima. ¡Hay que ver! Que parecía que al muchacho no se le movía la ropa pero échale el genio que sacó de algún sitio de su esmirriado cuerpo.
El Eusebio, más bruto que un arado, lo resumió en que “si hay hombre de por medio, por muy verde que esté o parezca, siempre es que mujer quiere”. Y el otro, muy gallito él, fue y le hizo frente. Parece mentira, como críos que llegaron a las manos por una gallina vieja como yo, que no valgo ni para hacer caldo y que lo único que quiere es escribir.
Escribir no más ¿Es eso tan difícil de entender…?
Pues debe ser que sí. Sentí en ese momento, que mi pellizquito de las sisas de los quesos de más, que seguíamos haciendo a escondidas, ya no iba a ir a parar a los ahorros del maestrito. Y ¡vaya sí lo sentí! Que se me pasaban en un suspiro las dos horas que él estaba aquí conmigo enseñándome a dejar en el papel todo aquello que yo necesitaba escribir. ¡Qué lástima!


Iván no sabe de dónde he sacado la caja de los viejos papeles. Imagina que he andado revolviendo entre mis trastos de niña o que los he traído de casa de mi madre. Tampoco le han interesado mucho, les ha echado una mirada fugaz y se ha ido a sentarse en el ordenador. A sus cosas. Pero por una vez en la vida a mí no me ha importado su desinterés para con las mías. Es más, creo que hasta he sentido alivio e incluso alegría. Son míos y solo míos.


El Eusebio me prohibió que el muchacho viniera más. Que simples son los hombres a veces… Porque no hacía falta, antes de que él me lo prohibiera yo ya, en mis adentros, me había despedido de él con todo el dolor de mi corazón. No quiero que los hijos le vean enfadarse, por estas cosas. No me gusta. Y tampoco quiero dar ejemplo a las muchachas de una mujer que se enfrenta a su marido… No… No quiero que aprendan eso. En menos que canta un gallo, porque los años pasan volando, ellas estarán en sus casas, con sus familias, y no quiero haberlas enseñado eso. Las mujeres, siempre se lo digo, podemos conseguir las cosas de otra forma, callandito, callandito, pero nosotras a lo nuestro… Como ha sido siempre y debe de ser. Eso le enseñó mi abuela a mi madre, y después mi madre a mí, y ahora yo debo enseñárselo a ellas. Sin dar tres voces al pregonero de lo que pasa dentro de su casa, ni dentro de una misma.

Iván no me entiende. No entendía por qué quería dejar las clases que daba por Internet, decía que eso lo único que iba a reportarme, es falta de tiempo. Por eso lo del árbol genealógico ni tan siquiera se lo comenté. Era mejor así. Y ahora sé que hice bien.
Tengo un tesoro de palabras. Un montón de listas con la letra que debió tener mi bisabuela donde les contaba a sus hijas, mi abuela y tías abuelas, como se hacía ésta o aquella comida. Tengo los refranes que le gustaba repetir, los consejos que les dejó, tengo, al fin y al cabo, el testamento de su necesidad de escribir.


Mi Eusebio me podrá prohibir que venga hasta aquí el pequeño de la maestra, pero no me va a prohibir que yo escriba… Eso nunca. Por eso desde aquel mal día del rifirafe, aunque no sube el muchacho, yo sigo sentándome mis dos horas cada tarde delante de un papel. En un cuaderno voy dejando mis días, solo por el gusto de verlos escritos en unas líneas, en frases largas llenitas de palabras distintas y muchos verbos que antes no conocía. También voy escribiendo listas y listas de cosas, cómo se hacen las comidas, qué faenas hay que hacer en cada estación y solo en esa, remedios, consejos y santos del día, refranes y pensamientos. Y cuando me canso, aún me dan las ganas para escribir muchos testamentos, muchos, que no habrá perras que dejar a los hijos, pero sí mucho cariño y buenos deseos que deshacer en palabras que una vez escritas el tiempo no podrá borrar.


Iván no sabe que queriendo hacer mi árbol genealógico, no solo he descubierto el nombre de algunos de mis antepasados, sino también el origen de esta pasión mía por la letra escrita.
Iván no me entiende, no entiende, pero como diría mi bisabuela:

 ¿Qué necesidad tengo yo de que lo haga…? 


@Rocío Díaz Gómez



sábado, 21 de noviembre de 2020

21 de noviembre Día Mundial de la televisión

 


La primera vez que te recuerdo viendo la tele estas sentada con tus hermanos delante de "Un globo, dos globos, tres globos". En vuestras manos los bocadillos, en vuestros cuerpos el uniforme y en vuestros ojos, la luna era un globo que se escapó.

Cuando terminara, comenzaría Vicky el Vickingo con Tejure diciendo que estaba entusiasma-do mientras chasqueaba las piernas en el aire.


La primera vez que te recuerdo viendo la tele, os veo de nuevo así, recien llegados del cole, despeinados y sentados con el bocadillo delante de la pantalla en blanco y negro, viendo cada tarde la misma programación.

Cuánto os unía la tele entonces.

En torno a ella os juntábais toda la familia, mirando lo mismo, escuchando lo mismo, sintiendo algo muy parecido a "lo mismo".

Un globo, dos globos, tres globos, Vicky el Vickingo, La pantera rosa, Scooby-doo... Después llegaría Heidi que lograba que a todos se os encogiera al unísono el corazón, y aquellos domingos en los que en la sobremesa os íbais a vivir, a sufrir, a La casa de la Pradera con la repelente Nelly Olleson cerca. Por la tarde tu padre y tus hermanos veían el futbol, mientras tu madre hacía rosquillas y un inolvidable aroma a canela y anís correteaba por aquella casa entre los gritos del gol que acababan de marcar. Hasta después de cenar, que si la película tenía dos rombos, se escuchaba la inevitable orden de tu madre ¡Venga, vosotros a la cama! que indicaba que sin rechistar había ya que acostarse.

 

Os recuerdo juntos entrelazados a mil y una series. Algunas que apenas recuerdas pero siempre escuchaste como "Cronicas de un pueblo". 

Otras que sí seguiste episodio tras episodio: Los Mallens con aquel mechón blanco que tenían todos, y Poldark con su Demelza.  Los gozos y las sombras y Fortunata y Jacinta, Un hombre en casa y Los Roper, Arriba y abajo, Curro Jimenez, Hombre rico y hombre pobre con un malvado Falconetti a quién odiar hasta que llegara JR.

 
 
 
Baretta y Colombo. Swatt y Los Ángeles de Charly. Starsky y Hutch. Dallas, Dinastía y Falcon Crest. El coche fantástico y Miami Vice. Aquellos increibles años y Vacaciones en el Mar.

Sus bandas sonoras son la vuestra.

Sus personajes han crecido con vosotros. Son parientes, primos lejanos, la otra familia que teniais en casa, cenando con vosotros, noche tras noche.

Y no solo la series....

Acuerdate de Los payasos de la tele y Un, dos, tres responda otra vez. La clave y Aplauso. Salpicados de tantos anuncios de los que todavía recuerdas los estribillos palabra por palabra:

Bic naranja escribe fino, bic cristal escribe normal.

¡Natillas danone, listas para tomar!

Queso en porciones El Caserío. ¡Del Caserío me fío!

¡Scotch Briiiteee yo no puedo estar sin él!

 Y de nuevo lo dijiste cantando.

 

Entonces no se podía estar sin scotch brite, como no podíais estar sin la tele.

Después llegaría la tele en color, despues llegarían más televisores a casa y más cadenas donde elegir.

Y después creciste.

 

Y aquel tiempo se quedaría, como un ejercicio de nostalgia más, para fines de semana melancólicos.

 


viernes, 20 de noviembre de 2020

"El banco de la paciencia" y "Por los pelos". Frases hechas de origen marinero

 


Heredamos mil y un detalles de los nuestros. 

Quizá el color de los ojos o el tipo de pelo, seguramente más de un par de gestos y hasta es posible que el carácter.

Heredamos incluso el lenguaje. 

Heredamos la música que tiene nuestra voz, heredamos las expresiones y las frases hechas que escuchabas en casa sin apenas prestar atención.

Tú heredaste, que en ocasiones, más vale sentarse en "el banco de la paciencia". 

Qué especial es la palabra "paciencia". Como tantas nos llegó del latín, de patiens, patientis, y quiere decir "el que sufre o soporta la acción de algo o alguien". De ahí que "paciente" tenga dos significados: Alguien que sufre de una enfermedad y alguien que tiene paciencia porque sufre una molestia. 

Estar en el "banco de la paciencia" es es estar aguantando o sufriendo alguna molestia grave o incómoda que hay que aguantar pacientemente.

Leíste que la expresión, antigua, es un rato... Aparece por primera vez en el Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana [...], de Esteban Terreros y Pando, en el Tomo primero, que se publicó en 1767 (aunque la obra completa data de 1786). La definición está motivada. Dice así: «banco de la paciencia. Frase castellana que explica el trabajo con que uno espera o hace alguna cosa: por ventura se tomó del que llamaron banco de Hipócrates, que era la cama, o banco sobre el que se concertaban, con una especie de torno, los huesos o partes dislocadas».

Pero a poco que leas ya no sabes si viene de aquel banco de Hipócrates, o viene de ese banco de los barcos con ese nombre tan curioso:

banco de la paciencia

1. m. Mar. banco que estaba en el alcázar de los navíos delante del palo de mesana.

 

Y de los barcos también sabes que nos llegaron otras expresiones igualmente curiosas.  

En este blog tienes algunas de ellas:

 A palo seco, irse al garete y dar al traste:

http://rociodiazgomez.blogspot.com/2010/12/tres-frases-hechas-de-origen-marinero.html

 De las palabras deriva y derrota:

http://rociodiazgomez.blogspot.com/2011/03/de-las-palabras-derrota-deriva.html


Y para terminar te acordaste de aquel viaje cuando visitaste Palos de Moguer (verano del 2010).

Te acordaste de la reproducción que tenían allí de las tres carabelas y la visita que disfrutaste.

Te acordaste de aquel guía y esa disertación súper amena y completa sobre aquel tiempo y las dificultades para hacer el viaje del descubrimiento, las características de aquellas embarcaciones y de los marineros...

Te acordaste, en fín, de la explicación sobre el origen de la expresión "Por los pelos" que procede de la costumbre que existía entre los marineros de llevar melena, para que si tenían la mala suerte de caer el agua, por algún temporal, fuera mucho más sencillo agarrarlos del pelo y volver a subirlos a bordo lo antes posible.





Y terminaste la entrada en el blog añorando el picor de la sal sobre la piel. 

Terminaste, echando de menos el mar.