Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

viernes, 15 de mayo de 2020

"Confinados" Lectura de relatos y poemas de Javier Díaz Gil y Rocío Díaz Gómez



Esta sábado, 16 de mayo a las 18.30 horas.
Lectura en directo de Relatos y poemas
Javier Díaz Gil y Rocío Díaz Gómez
mano a mano 
en la cuenta de instagram de
@j_diazgil

¿Nos acompañareis? 

lunes, 11 de mayo de 2020

Octava semana de confinamiento. ¿Día 58? Y sigue.




Octava semana de confinamiento, dia 58?

A veces no te crees que lleves cerca de dos meses metida en casa. Viendo a tus personas queridas a través de las pantallas del ordenador o del móvil. Escuchándoles en los audios o por teléfono. Leyéndoles. Dos meses ya, aunque haya cosas que no cambian y sigues dudando en si habrás escrito algún leísmo o loísmo en lo que acabas de redactar. Siempre pecaste de todos los "ismos" del mundo, ni una pandemia habría de cambiar esos defectos tan tuyos.

A veces no te crees que, solo hayan pasado ocho semanas, desde que un virus maldito, diminuto y redondo nos hizo sentir inmensamente vulnerables, arrasó con lo que pudo y volvió nuestro mundo del revés. Ocho semanas, desde que tuvimos que aprender que la palabra pandemia es mucho más universal, más destructiva, que esa insignificante palabra que aparecía en los diccionarios entre "pandear" y "pándemico". La percepción del tiempo es tan curiosa... te dices. 58 días son muchos para no salir de casa, pero pocos para habernos enseñado tanto. 

"Pandemia" era de esas palabras que huelen a diccionario y pasado, pero se ha vuelto una palabra gastada por el uso. Nos la pasamos de boca en boca siempre acompañada de otras como "confinamiento", cepa, curva, gel, mascarilla, fase, "nueva normalidad"... Palabras nuevas y palabras viejas reconvertidas a la fuerza, actualizadas y manoseadas  hasta el agotamiento. Palabras y siglas que nunca habíamos visto como la COVID-19, con ese femenino porque es "la" enfermedad. Una puñetera palabra inglesa que nos tuvimos que traer para usarla hasta desgastarla. Siglas nuevas y otras que sí conocíamos, siglas viejas, pero que no habíamos verbalizado tanto nunca como OMS y EPIs.

Octava semana de confinamiento y hemos aprendido a hablar otro lenguaje. 

Octava semana, y también hemos aprendido a cambiar nuestras costumbres, a pasear cuando nos dicen y a trabajar, muchos días más que antes, pero en casa. Hemos aprendido también a saber de las ventajas e inconvenientes de hacerlo, tantas horas, tantos días seguidos. 

Y mientras lo hacíamos, has aprendido también cómo es tu hogar los días laborables. Por dónde llega el sol iluminando y calentando las habitaciones y por donde se aleja. Qué ruidos hay a media mañana en tu calle, robándote el silencio de tu comedor. A qué hora llega el cartero y cómo es. A qué hora llega la señora de la limpieza y cuán agradable es aspirar ese olor a limpio que corretea tras ella por el portal y la escalera y se cuela por debajo de la puerta de casa.

Has sentido el gusto de ver crecer las plantas día a día, ver apuntar los tallos, salir las flores. Siempre recordarás esos minutos de libertad saliendo a tu patio, dejando que el sol acariciara tu cara entre correo y correo laboral.

Octava semana de confinamiento. ¿De verdad, es el dia 58?
Y sigue. 
Venceremos a este virus. Lo venceremos.
Mientras tú, que tanto te gusta la calle, que tanto añoras viajar, tanto tomar café en las cafeterias mojando una buena conversación entre risas, te aferras a los pequeños objetivos diarios, a los pequeños descubrimientos a tu alrededor, a los pequeños placeres del día a día en casa, comer siempre a tu hora y comer casero, trabajar con el sol entrando a raudales por la ventana, encontrando la inspiración en lo más minúsculo, viviendo sin salir corriendo a nada, y sin que suba la tensión.

Has aprendido a vivir en casa.
Venceremos a este virus. Lo venceremos.




lunes, 4 de mayo de 2020

"El sistema del tacto" de Alejandra Costamagna





"... Pero está segura, segurísima, de que en el futuro cercano, después de que todo ésto pase, tendrá un jardín y lo regará con esmero. Como si fuera un pequeño campo del interior, un territorio liberado de los recuerdos y la sangre. Lo regará con el sistema del tacto, como si se tratara de un corazón desfalleciente, con celo de taquígrafo..."



Ya le toca el turno a una pequeña novela de la que me agradó especialmente el tono y la forma en la que estaba escrita. 

Vamos a hablar de "El sistema del tacto" de Alejandra Costamagna, una novela chilena que se quedó finalista en el premio Herralde de Novela. Ya hemos reseñado en este confinamiento varias novelas que han obtenido premios literarios como "El mapa de los afectos" y "Temporada de avispas", premios Nadal y Tusquets respectivamente.

El argumento nos cuenta que a Ania, su protagonista que vive en Chile, le pide su padre que vaya a despedir, en representación de la familia, a su tío Agustín que está agonizando y vive en Campana, una pequeña población argentina. Ania atraviesa la cordillera que separa los dos países y mientras va repasando su hoy y su ayer.

Os comentaba que me había gustado especialmente de esta novela el tono que ha utilizado la autora, un tono pausado, sutil, nostalgico. Es muy agradable de leer. Aunque claro te tiene que pillar en esos momentos en que te apetece lectura de ritmo sosegado, bastante sosegado.

  "Con tan mala suerte, sin embargo, que ahora es un cuerpo y ya no una persona viva. Les dicen restos, como si fueran las sobras de un pan desmigajado. El equipaje de Ania es ligero, su vida cabe en una maleta de mano..."

El tema de esta novela es el desarraigo, la emigración, las raíces, esa sensación de sentirse extranjero en el lugar que habitas. Aunque habla también de la familia, de las ausencias y los recuerdos. E incluso habla de las palabras.

Esa idea de sentirte extranjero va a sobrevolar toda la novela. Tenemos como dos ejes, por un lado Ania y su padre que viven en Chile. Y por otro Agustín y su madre Nélida que vivían en Argentina. Los primeros emigraron ambos desde Argentina a Chile. Y en los segundos, Nélida había venido de Piamonte, es una de esas italianas que emigraron a Argentina y siempre arrastra ese trauma. 

Ya hemos hablado de las coordenadas espaciales, entre Chile y Argentina. En cuánto a las temporales podemos decir que abarca un período de tiempo que va entre los años setenta hasta la actualidad aproximadamente.


 MANUAL DEL INMIGRANTE ITALIANO (1913)
Pasaporte. ¿No ha visto nunca cómo es un pasaporte? Yo se lo describo. Es una libreta impresa compuesta de 20 páginas. La primera tiene el escudo real, está encabezada por el nombre del Rey y contiene las generalidades del titular del pasaporte, o sea, el nombre y el apellido del emigrante, su paternidad, lugar de nacimiento, profesión y lugar de residencia en Italia. En la segunda página están sus señas personales, o sea su estatura, la forma de la frente, de la nariz, de la boca, el color de la cara, de los bigotes y barba si los tiene, los signos característicos visibles como cicatrices, defectos, etc. Ésta página también contiene la firma del emigrante, siempre que este sepa escribir.


Os comentaba también que me había gustado mucho la forma en la que está estructurada. Porque para separar los breves capítulos narrativos, es una novela muy corta, la autora ha ido intercalando otro tipo de documentación complementaria. Así nos encontramos con textos de una vieja enciclopedia, textos de un manual de comportamiento para migrantes del año 1913, cartas antiguas, viejas fotografías, normas dactilográficas. Son todos documentos anacrónicos. Pero cumplen esa función de crear en la lectura un ambiente más nostalgico, una vuelta más al pasado. 

Vemos que la autora además de ir alternando la narración con otro tipo de documentación, ha jugado con los pares en varias ocasiones. En la novela, si lo piensas, se dan estos pares por ejemplo en que hay dos paises: Chile y Argentina. Hay dos tiempos. Hay dos parejas de protagonistas: Ania y su padre y el tío Agustín y su madre Nélida. Hay también dos alusiones a las palabras, cuando Ania, que es maestra de escuela se fija en las erratas y la fijación de Agustín con copias palabras en sus cuadernos de dactilografía. 

Es ésta una novela, que a pesar de contar con pocas páginas, está en torno a las doscientas, es muy profunda. No es una novela para leer cuando quieras algo ligero, intrascendente, entretenido. Porque ésta novela no trasmite esa sensación. Todo lo contrario.
Es una novela con peso, profunda y tremendamente nostálgica.






Alejandra Costamagna (Santiago de Chile, 1970) ha publicado las novelas En voz baja (1996, Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral), Ciudadano en retiro (1998), Cansado ya del sol (2003) y Dile que no estoy (2007, finalista del Premio Planeta-Casa de América y Premio del Círculo de Críticos de Arte), el cuentolargo Naturalezas muertas (2010), los libros de cuentos Malas noches (2000), Últimos fuegos (2005, Premio Altazor), Animales domésticos (2011), Había una vez un pájaro (2013) e Imposible salir de la Tierra (2016) y el libro de crónicas y ensayos Cruce de peatones (2012)

domingo, 3 de mayo de 2020

Tu ejemplo




Tus buenos días todos los días del año.

Tu sonrisa cuando yo entraba en casa:
luminosa.

Tu mirada cuando yo cosía.
Tu silencio.
Tu forma de hablarme con los ojos.
Tu humor.
Tu fuerza de voluntad.
Tu ejemplo.
Tu miedo a la electricidad,
a los ladrones,
a que volviera sola a casa,
esa forma tuya perfecta de quererme.

Tú forma de escuchar mis dudas.
Tu decisión, que valía para las dos.
Tu miedo a que yo te cogiera
en brazos.
Tu bizcocho y tu ensalada de pimientos,
tus croquetas de huevo y atún,
y esas rosquillas tuyas que nunca sabré hacer
tan ricas, pero aún huelen en mi memoria.

Tu forma de mover la cabeza arriba y abajo, arriba y abajo,
sin hablar,
cuando sabías que algo no tenía solución.

Tu fuerza
Tus cuarenta kilos.
Tu voz.

Tu estar
Tu ser.

Tus buenas noches cada día del año,
cada año de mi vida,
mi vida entera.



Tú, y
esta abusurda tristeza de
no poder llevarte tus flores.

@Rocío Díaz Gómez

viernes, 1 de mayo de 2020

"La 868 de 1080" Relato de Rocío Díaz




Comenzamos mayo y para celebrar que hemos terminado un abril como el que espero que no pasemos otro en nuestra vida, os voy a dejar con otro de mis relatos.

Se titula "La 868 de 1080" y me lo premiaron un mes de mayo también, de hace ya unos cuántos años, en Benagalbón en Málaga. Y allá que fuimos a recoger el premio y hacía un sol radiante y la entrega de premios fue de lo más distendida porque consistió en una comida al aire libre con los miembros del jurado y el premiado en poesía, todos rodeados de geraneos en un pueblo blanco precioso.

Qué buenos recuerdos.

Pues aquí os lo dejo.


La 868 de 1080

 
Rocío Díaz



         Cuando iba a meterlo en el horno, el pollo me miró a los ojos y me dijo: “!Por lo que más quieras!” y yo sin mirar a nada, totalmente alucinado, me dije: “!Joder, cómo me puse anoche de cubatas...!” y seguí metiendo la bandeja del pollo en el horno con todo el cuidado del mundo, como si la cosa no hubiera ido conmigo y sin querer  prestarle  a mi pollo ni una ojeadita de más.

Pero el ave no estaba dispuesto a dejarse tostar así como así, y estirando una alita me rozó la mano como llamándome... Animalito...  Y yo que sentí el roce... Casi tiro al suelo toda la bandeja entera, con lo que me había costado prepararla siguiendo atentamente la receta 868 del libro de las 1080 de Simone Ortega. Qué hasta que me había decidido por cual de ellas guiarme, me había costado mi buen rato, que había que joderse con la Simone que explicaba de más de veinte maneras diferentes el maldito pollo asado y menos mal que ya venía desplumado. Pero nada ahí me tienes sacando las tripas, el hígado, el corazón, la molleja... ¡La leche...! las arcadas que me habían dado metiendo mano al pollo. Y córtale el cuello después, que esa había sido otra y estate pendiente de tirar la bolsita esa de la hiel para que no amargue... Bueno, bueno... Que estaba aprendiendo yo con la Simone lo que nadie sabe de asar pollos. Que había sido media mañana allí luchando con el pollo y la receta, la receta y el pollo a brazo partido para que ahora me saliera parlanchín el jodío... Medio temblando, corriendo, con una grima enorme y de un movimiento brusco nada más sentir la alita empujé hasta adentro la bandeja y cerré la puerta del horno sin pensármelo dos veces.

 “¡Ahí te quedas... macho!” -le dije.

“¡Pero Mariano -me tuve que decir a continuación sentándome en la cocina- pues si que te han sentado a ti de puta madre las copas de anoche...!” Porque yo, aunque esté feo decirlo, acostumbro a tutearme cuando hablo conmigo mismo. Y es que podría haber jurado que había oído a mi pollo diciéndome “¡Por lo que más quieras!”, podría haber jurado que me había tocado con el ala... Y podría haber jurado, ya para rematarlo, que al cerrar la puerta me había dicho “¡los que van a morir te saludan...!” así rapidito lo dijo con su voz de ave, pero así de clarito yo lo entendí. ¡Hombre no nos engañemos...! yo no podría haber detallado cómo era su voz, la verdad, porque había sido todo tan rápido como alucinante, no podría haber dicho si era voz de pollo macho o voz de pollo hembra o pollo amanerado, si era una voz grave o aguda, si el gallo era barítono del corral o no, si estaba asustado o no el pobre pollo. ¡Coño y yo que sé...!, supongo que sí, no te jode... imagínate tú como un San Lorenzo en la Parrilla si no estarías cagado. Pero tanto, tanto no podría haber especificado porque tan hablador no había estado. Pero que el pollo había hablado... que había dicho esas dos frasecitas perfectamente construidas... Eso a mí no me lo podía quitar de la cabeza nadie.

Así que allí acobardaíto en la cocina, tras la tercera intervención de mi pollo, lo primero que hice fue prepararme otro café bien cargado y ya eran dos, para conjurar los espíritus de la resaca. Era tan absurdo todo que no me lo podía creer ni yo, así que tras el segundo sorbo del liquido negro asumí que no podía seguir pensando esas chorradas y decidí que había oído mal. ¡Bueno -me dije- de esto por supuesto ni una palabra a nadie Mariano! y haciendo este pacto de caballeros conmigo mismo y con mi pollo, me levanté de la silla y comencé a preparar la ensalada.

Le había prometido a mi Merche que si no se enfadaba porque me fuera por ahí con los amigos, yo a la mañana siguiente me levantaba pronto nada más que para hacerle un pollito asado con el que se iba a rechupetear los dedos de puro gusto. A lo que mi Merche me había contestado haciendo un pequeño movimiento más que soez con el dedo corazón estirado hacia arriba. “Que ella me conocía más que mi santa madre -me dijo- te recuerdo que llevamos juntos desde que no usaba ni sujetador... -me siguió diciendo- y tú el día después a una juerga con tus amigos, -terminó diciendo con el dedo apuntando hacia arriba y moviéndolo acusadora- no eres capaz de hacer un pollo, ni dos, ni tres, ni medio muslo ni un ala frita ni nada de nada. Vamos que eso no me lo trago yo.”-concluyó-.  “Pues lo vas a ver.” le contesté yo muy digno. Porque allí me tenías a mí todo dispuesto a cumplir mi palabra armado con mis recetas y mi pollo, habiendo dormido solo tres horitas, dispuesto a preparárselo con todo mi esmero aunque yo no hubiera asado un pollo en la vida para ponérselo a sus pies como un maridito enamorado. Que si no cualquiera la aguantaba luego en tres semanas. Que yo quiero mucho a mi Merche pero cuando se la calienta la boca se pone de ordinaria...

Sin embargo no iba a ser tan fácil, porque no habían pasado más de un lavado de dos hojas de lechuga y el picadito de una de ellas, cuando me pareció ver por el rabillo del ojo en la tapadera del cubo de basura unos leves movimientos mientras sonaban unos golpecitos... Por supuesto no quise oírlos. Y seguí picando mi lechuga, tarareando más alto a Sabina y bien picadita, como a mí me gusta. Pero no había pasado otra hoja de lechuga más, cuando volvieron a sonar los golpecitos esta vez más fuerte. “Toc, toc...”. “¡Mariano no me jodas, no me jodas...!” -me dije-. Y sin soltar el cuchillo y con los ojos inyectados en sangre y ya cantando a grito pelado la canción de Sabina me volví hacia el cubo, amenazadoramente. Cómo si el cubo entendiera... Pero efectivamente algo estaba sonando ahí dentro. Me tapé fuerte los oídos y me los volví a destapar. Seguían los golpecitos: “Toc, toc, toc...”. Me los volví a tapar y otra vez a destapar muy deprisa, por si eran cosas de la resaca. Que hay que joderse quién me hubiera visto venga a taparme y a destaparme las orejas como un poseso. Y los golpecitos que sonaban y sonaban y no dejaban de sonar...  “Toc, toc, toc, toc...” “¡Joder! ¡Pero que clase de mierda me metieron anoche en las copas...!”

Y entonces fue cuando me pareció ver que se levantaba un poquito la tapa con cada sonido, como si algo desde adentro pretendiera asomarse. Algo o alguien... ¡Esto ya es demasiado! –pensé- y me acerqué deprisa hasta el grifo, quitándome la camisa y mojándome con decisión las muñecas, el pecho, la cara, el cuello, y hasta el pelo. Que no me quedé ahí mismo como mi madre me trajo al mundo, duchándome bajo el grifo del fregadero pues yo que sé por qué, supongo que porque no cabía, de tan entregado me puse con las abluciones...

-                       ¡Mariano, decididamente tenías que haber seguido durmiendo un rato más...! -me dijo mi yo más coñazo.
-                       ¡Joder pero que me estás diciendo, si sabes que no podía...! -me grité a mí mismo sobre la canción de Sabina.

Y cuando lo hice, cuando me oí a mí mismo contestarme, ya supe que decididamente estaba muy, muy mal... “La leche... -me dije- vamos tío, tú tranquilo, tranquilito tío, que aquí no pasa nada, nada de nada, tranquilo, tranquilo.” Y volviendo a coger el cuchillo que había soltado para refrescarme, levantándolo, apuntando amenazadoramente contra el cubo, de una patada abrí la tapa como un vaquero empujando las puertas del salón...

Dando un gran salto salió despedida la cabeza de mi pollo, como el muñeco horrible de una caja de sorpresas, volando hasta mí mientras su voz, otra vez su voz chillaba “¡Por lo que más quieras, por lo que más quieras!” en el silencio entre canción y canción.

Joder tío, era surrealista total, vamos que no me fui por las patas abajo de puro milagro. Que en ese momento parecía más humano el pollo que yo, que tenía piel de gallina hasta en el alma del susto que me había pegado aquella cabeza todavía medio chorreando sangre y volando por los aires sobre mí, moviendo el pico y hablando... Bueno no hace falta  ni que diga, que tirarme en plancha al horno y abrir la puerta y sacar el pollo de allí fue todo uno. Que hasta me pareció, imagínate como estaba yo, que me sonreía de puro agradecimiento el animalito desde aquella cabeza al verse fuera...

¡Ay Dios mío, Díos mío! que en ese momento recuperé lo poquito de fe que quedaba en mi alma... ¡Ay Díos mío que mal rato...! y me acerqué hasta la cafetera a hacer otro café porque mi cabeza y mi cuerpo y mis nervios necesitaban otro, y ya eran tres en aquella mañana de pollos. ¡Díos mío, Díos mío! repetía sin darme cuenta entre sorbo y sorbo... Moviéndome adelante y atrás... ¡Díos mío... que mal rato! Que yo no puedo ver hablando pollos, joder... que los pollos no hablan... Maríano, que millones de veces te ha preparado la Merche el pollo asadito y jamás ha dicho nada semejante, ¡Ay Díos mío que esto no puede ser!... Y daba otro sorbo al tercer café... y seguía moviéndome adelante y atrás... Que esto no tiene ni pies ni cabeza, que yo tengo que hacer el maldito pollo para la Merche, que esto no me puede estar pasando a mí, coño, que se me acaban las escapaditas, que esto no le pasa a nadie... A nadie de nadie...Que va a tener razón, que yo después de irme de copas no valgo nada, que no soy nadie, que yo no he asado un pollo en mi vida y que no lo voy a asar hoy... ¡Ay Díos mío...! joder que los pollos no hablan... y seguía sorbiendo poquito a poco y moviéndome, moviéndome, moviendo de adelante a atrás.

Y así... Así en ese estado lamentable me encontró mi Merche cuando atravesó el umbral de la puerta de la cocina, en pijama. Así... Cuando levantando el dedo corazón, estirándolo hasta el infinito y aún más como solo ella sabe hacerlo, comenzó a darme voces: “Lo ves, lo ves, ves cómo no tienes ni idea de asar un pollo, ni medio, ni un cuarto ni ná... ¡Míralo! Todo manga por hombro, todo por el suelo tirao... Lo ves, lo ves, ves como solo vales para irte por ahí como los amigotes, lo ves, si te conoceré yo... Si te conoceré... Pero en qué hora, en qué hora me fijé en ti... En qué hora madre mía... Ciega y medio gilipollas que estaba yo aquel día... Largo, largo de mi cocina, largo, no te quiero ver ahí cuando yo vuelva, fuera de ahí... fuera...” siguió chillando mientras iba a vestirse.

Me levanté trabajosamente de la silla desde la que había escuchado impertérrito todo el discurso de mi Merche y echando una ultima miradita a mi ensalada, a mi pollo y a su cabeza, salí de la cocina medio arrastrando los pies. Y justo antes de cerrar la puerta, un momentito antes de hacerlo, aún podría jurar, aún juraría que alcancé a oír una leve vocecita de ave agradecida que susurraba:

“Gracias...”.


 #RelatosRocíoDíaz

jueves, 30 de abril de 2020

"El último verano de Silvia Blanch" de Lorena Franco


"...Mis lamentaciones y mi agonía van in crescendo con la misma rapidez con la que el cielo, de color oro rosado, empieza a oscurecerse y a poblarse de grandes nubes parecidas al humo de un fuego arrasador lejano. Vislumbro, a unos metros, el coche de la pequeña de los Blanch. Las ruedas de mi fatigoso Clio chirrían mientras tomo la curva despacio y compruebo si todo va bien, si necesita ayuda. Miro por el retrovisor y, al ver que no viene ningún otro coche, me permito la licencia de detenerme junto al Mini blanco de Silvia, cuya silueta veo moverse tras los arbustos en compañía de su novio de toda la vida, Daniel.  

Sonrío con tristeza. Me dejo llevar por la nostalgia que me provocan los recuerdos. Bendita juventud. Benditos los arranques de pasión que te hacen cometer la locura de dejar el coche mal estacionado en una carretera estrecha de doble sentido sin apenas visibilidad..."



Pues le ha llegado el turno a un libro que me leí muy rápido: "El último verano de Silvia Blanch" de Lorena Franco, autora de quién no me había leído ningún libro aún.

El tema de la novela es la resolución de una desaparición, la de Silvia Blanch.

El argumento arranca con la última persona que vió a Silvia Blanch, Berta, en el verano de 2017. Es una vecina de su pueblo y cree verla en la carretera con su novio de siempre. Un año después Alex, una jóven que es periodista, irá al pueblo para hablar con su familia (Berta murió poco después) y poder escribir un artículo acerca de la desparición.

No os cuento más del argumento. 

Es una novela que se lee muy bien porque está estructurada en capítulos muy cortos y está lleno de giros el argumento.

Eso agiliza mucho el ritmo, como también lo hace que haya varios narradores, técnica multiperspectivista. Cómo os he contado, empieza contando la historia Berta, la última persona que ve con vida a Silvia. Pero Berta poco después muere. Y a partir de ahí otras voces la sustituyen contando la historia. La voz de Alex, la protagonista que llevará todo el peso narrativo, alternándose con la voz de la propia Silvia, que nos irá contando sus últimos momentos y con la que descubriremos a esta otra Silvia que casi nadie conocía. Por último también tendremos la voz de Jan, el primo de Silvia, que será un narrador más escuto, más hostil, pero que también irá ampliando la historia. Estos tres narradores se irán alternando con fragmentos de diálogos de desconocidos que nos darán otra luz más sobre la historia y aumentarán el suspense. 
Luego entonces, vemos formalmente que se alternan las voces, y se alterna la prosa con el diálogo. La autora consigue con ello agilizar mucho la trama.

Y por otra parte también se agiliza mucho el ritmo de la narración con los cambios temporales de la historia. La novela arranca en el verano de 2017 cuando desaparece Silvia Blanch, lo que sería el pasado. Pero después habremos de saltar un año para que aparezca la voz de Alex, la periodista que se obsesionará con el caso y lo investigará, en el presente del verano de 2018. Volveremos hacia atrás cada vez que llegue el turno de la voz de Silvia contándonos sus últimos meses. Y aún saltaremos más adelante porque la trama de Alex va a pegar un salto temporal. 

Y una vez vista la coordenada temporal, nos falta la espacial. La novela está ambientada en un pueblecito catalán, en Montseny. No es que haya demasiadas descripciones del ambiente en la novela pero yo creo que sí que queda bien ambientada.

Lo que se me ha quedado un poco más desdibujado son los perfiles de los personajes. La autora no incide demasiado en ellos. Tenemos de todos algunas pinceladas y ya está. No ha profundizado lo bastante en ellos como para llegar a encariñarte con ninguno, o al menos yo no lo he hecho.

En conclusión, es una novela de misterio que se lee bien, muy rápido. No es larga y se hace corta, porque es muy ágil su ritmo y tiene muchos giros. No os voy a decir que sea el colmo de la intriga, aunque hay momentos que dudas de todos los personajes, pero creo que se sabe un poco antes de llegar a la resolución quién es el asesino o asesina. Pero, aunque quizá esté un poco forzado el celo en la creación de algunos personajes, como el de la protagonista, que investiga más que la policía, la novela en general cumple su función, es una novela de entretenimiento y entretiene.


#novela