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Feliz Navidad 2019
No se me ocurre felicitación más apropiada que regalaros esta carta de amor que me han premiado este año 2019 con el primer premio en el Certamen de Cartas de Amor de Covibar, en Rivas Vaciamadrid.
Deseo que disfruteis mucho de estos días navideños y que toda la paz del mundo esté dentro y fuera de vosotros.
Gracias por estar aquí.
María
Rocío
Díaz
Querida María:
Te confieso que nunca soy más feliz que mediado el
mes de enero, cuando ya definitivamente se dan por concluidos estos días de
ajetreo y empacho, y nos quedamos solitos otra vez los de casa, los de la
familia.
Dirás que a medida que pasan los años me estoy
volviendo más cascarrabias, y no te lo voy a discutir. Dirás también que me
estoy volviendo más insociable, y mira si estaré contento, tacha que te tacha días
en el recién estrenado calendario, que tampoco te lo voy a discutir. Porque seguramente
tendrás razón, como la tienes siempre. Ya sabes que yo nunca fui tan bueno como
lo eres y has sido tú. Bendita tú, bendita mía.
Yo estoy hecho de otra pasta, bien lo sabes. Y por
más que pasen los años, nunca voy a entender este despliegue de luces de
colores brillantes, ni recargadas guirnaldas. Pobres ojos nuestros, que sería
de ellos de ser ciertos, las pupilas dilatadas y llorosos estarían con tanta
luz, ahora roja, ahora verde, ahora parpadea, ahora no, a las que estamos tan
desacostumbrados.
Y por más que nieve sobre nosotros una navidad tras
otra tampoco veo el sentido a colgar de los abetos, quiera Dios que sean
artificiales y no naturales, tanta bola y tanto adornito engalanado de
purpurina. Pobres árboles. Como ya no soporto, de veras que no soporto, el
soniquete de los villancicos. Que vale, que sí, que al menos éstos tienen casi tantos
años como nosotros, aunque sabes tan bien como yo, que en su origen no eran
canciones de Navidad, sino que los eclesiásticos del momento aprovecharon los ritmos
pegadizos de las canciones rurales de entonces, así como que fueran archiconocidas
por todos, para divulgar con ellas su evangelio. Entiéndeme, que no me parece
mal María, si fue para que la gente olvidara por unos días sus rencillas y
cantaran codo a codo y en fraternidad. Pero es que son tan machaconas las
melodías de los villancicos, pero tan machaconas, que me ponen un dolor de
cabeza que parece que voy a estallar, acostumbrados como estamos a nuestros días
silenciosos.
Ay María, si no fuera porque tú sigues a mi lado, yo
de verdad que hay días de estas fechas que aprovecharía que Dios está contento
y le tenemos cerca, para pedirle el milagro de hacerme desaparecer. Este tiempo
me agota, que ya tengo una pila de años aunque por esas cosas de la Biblia la
barba no se me ponga canosa jamás. Además son demasiadas horas a la intemperie,
y estoy todo el santo día entelerido porque de noche apagan la calefacción y
aquí nos dejan a los tres, aquí quedamos a punto de convertirnos en carámbanos,
muy navideños sí, pero carámbanos al fin y al cabo. Son demasiadas horas
también seguidas de pie derecho, por mucho que tenga el cayado para apoyarme. Se
me duerme una pierna, y luego la otra, y con tanto querer despertarlas sin
perder pie, un día voy a terminar cayéndome de bruces, rompiéndome en mil
pedazos. Y mira si me rompo yo María, pues tal día hizo un año y ten por seguro
que no tardarían en encontrarme repuesto, pero pensar que en la caída pudiera
dañaros a ti o al crío, eso nunca me lo perdonaría, jamás de los jamases.
Porque yo María si soy alguien es porque sigues a mi
lado. Bien lo sé. Y el hombre más feliz que habita en esta tierra soy de
tenerte y saberte cerca. Sueño con el momento, cada vez más cercano, en que nos
devuelvan a la añorada penumbra de nuestra apretada caja. Allí juntitos los
tres, cobijados otro año entero, arropados bajo el plástico de bolas con las
que el crío se entretiene tanto mientras nosotros estamos a nuestras
conversaciones, a nuestras cosas, las religiosas y las otras.
Yo María si soy alguien es porque tú existes, con tu
dulzura y tu bondad. Y déjame que te lo susurre en voz baja una vez más. Nunca
le agradeceré lo bastante a Dios que te enviara conmigo, un carpintero
cualquiera. Pero sobre todo nunca te agradeceré a ti que te quedaras conmigo,
pobre mortal, por los siglos de los siglos.
Bendita tú, Bendita María,
Tu José.
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