Un blog para letraheridos. Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y letras.
Un blog donde sentarse a leer mientras te tomas un café.
Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let
Abrí la nevera con la ingenuidad de Caperucita y ahí dentro estaba el lobo disfrazado de salchichón, preparado para saltar sobre mis recuerdos, hacerles la zancadilla y empujarme por un precipicio de nostalgia.
El nuevo salchichón trajo otro. Hacía solo un mes pero parecían tres. Un salchichón sabroso cortado en rodajas y acompañado de aquel queso que se deshacía en la boca, aquel crujiente pan de pueblo y el vino tinto de un almuerzo típico de pastores que hicimos cerca de Orgosolo, el pueblo de los murales. Qué chulos eran ¿verdad? Chulísimos.
Aunque eso había sido después del Museo Sardo de Nuoro donde aquella guía buenísima nos lo iba explicando todo con tanto detalle y tanta naturalidad. Daba gusto escuchar. Quédate con nosotros todo el viaje, anda, quédate.
Pero con una sonrisa más nos llevó solo hasta el salchichón.
Y volvió aquella bandeja de madera sobre las rodillas, podéis repetir cuántas veces queráis: el embutido, el queso, la carne, todo regado por aquel vino, una vez y otra, y ahora el melón antes del dulce. Oh, qué rico todo. Volvieron aquellos bancos corridos en pleno pinar donde nos hicimos hueco, unos a la sombra y otros al sol, volvió aquella sorpresa que supuso nuestra redención tras tanta pasta, comida y cena, comida y cena. Volvió aquel sabor a tradición, a sol, a pino, a canción. Volvieron nuestras risas espontáneas y la complicidad de un día de campo en Cerdeña, un día perfecto de viaje en Cerdeña.
Maldito salchichón, bendito lobo. Maldita nevera, benditos los recuerdos conservados al frío que te sacan de la templada rutina.
El que más o el que menos sabe eso de que "como es viernes nos tomamos unas cañas". Y luego las cañas se alargan y alargan y alargan, y se termina viendo amanecer mientras corres para pillar "el búho" que sale de Cibeles, o casi que ya el primer bus de la mañana que ya no puedo correr más.
Eso hacíamos nosotros cuando nos conocimos, quedar para ver amanecer. Ahora, diez trienios después, porque nos conocimos en un Ministerio, lo hemos hecho tan bien que seguimos quedando pero ya para ver atardecer.
Supongo que sí, que hemos cambiado. Pero no tanto. En el fondo, hay mucho de lo que éramos en este grupo de amigos que conservo desde mis primeros años de funcionaria. Porque uno va haciéndolos por donde pasa, inevitablemente, pero lo mejor es que pasados "taytantísimos" años después, con lo diferentes que somos cada uno en su vida, sigamos inventando quedadas para pasar unas horas juntos y ponernos al día.
Jose, casi siempre, dice que ya toca. Luis, esta vez, puso generoso el coche. Isabel reservó para comer en un sitio que nos encantó, y yo les ofrecí el itinerario. Vale, sí, me lo llevé para lo cultural, no lo pude evitar. Lola vendrá a la próxima. Y el otro Jose... cualquier día también; o no y vamos a verle "pinchar" su música.
Esta vez tocó Navagalamella y su museo de la Mujer en la guerra civil, su Iglesia y sus búnker. Y después Fresnedillas de la Oliva con su Museo Lunar y sus murales. Una gozada de día en la que el tiempo se lució y nos regaló poco calor. Os contaré, lo que se puede contar, y recomendaré mejor y más despacio en otras ocasiones. Pero hoy solo un pequeño resumencito de un día de turismo por la provincia de Madrid con mis amigos del Tajo. Ya ninguno tiene el cargo que tenía, y ni tan siquiera trabaja allí pero esos somos. Mientras, detrás de cada foto juegan al escondite nuestras voces, los retazos de la conversación, las risas. Solo tengo que mirarlas, y vuelven corriendo para devolverme el momento y darles vida.
Va por vosotros. Para nuestro particular calendario y recuerdo.
Hubiéramos buscado el momento de visitarlo, porque era uno de los Museos imprescindibles de Corfú. El Museo Arqueológico, junto con el de Arte Asiático, venían indicados como los mejores en todos los folletos. Pero además, la DANA que habíamos esquivado al salir de España había corrido tras nosotros hasta Grecia, y aunque afortunadamente nos tocaba en la isla un poco de refilón, nos dejó dos días grises y lluviosos que nos chafaron los mil y un planes de islas y baños.
Seguramente por eso adelantamos la visita, y aquella tarde recalamos en el Arqueológico nada más comer, bajo una lluvia impenitente que nos animaba a tomarnos el paseo entre "las piedras" con toda la relajación del mundo. Al fin y al cabo, como decía Gila, en Grecia ya estaba todo roto.
Había muy poco público y el Museo se presentó silencioso. Nada más entrar sonreímos, no era demasiado grande, era espacioso pero muy acogedor. Un refugio que con gusto pasearas despacio, cada uno a su ritmo, disfrutando perezosamente de las piezas.
El frontón que representa a Medusa del templo de Artemisa, que anunciaban aquí y allá, nos esperaba al final de la segunda planta. Era imponente. Casi Majestuoso. Mereció la pena. Habría sido chulo haberlo visto colocado en su templo, ese hallado durante las guerras Napoleónicas. Aunque tampoco estaba nada más el lugar privilegiado que ocupaba en el Museo donde tenía toda una sala para él solo, para disfrutarlo entero.
El resto de las piezas que se pueden ver aludían a distintos ámbitos de la historia de la ciudad de Corfú: los usos funerarios, la religión, la economía... Nos llamó la atención una vasija donde dentro se podían ver restos de un enterramiento infantil, también el rostro cincelado con cuidado de los personajes que nos habían enseñado los libros, mostrandonos su eterna expresión pensativa.
Aquel fue el lugar elegido para esas fotos especiales, para las que lucen solas en una página de los álbumes. Allí queda el recuerdo del grupo que formábamos, de las conversaciones que tuvimos en voz baja, de las risas y momentos que vivimos.
Pero esas cosas, como tantas, no se cuentan, quedan para uno. Para uno que, en su interior, se alegra de haberlas vivido.
A veces ocurren carambolas y, de pronto, ves fila en un lugar donde intentaste entrar otras veces. No es raro, en Madrid hay muuuuuuchas filas, pero es lunes y tú habías visto que solo se abría los fines de semana, así que, como eres carne de "visita guiada", preguntas si se puede entrar... Y te responden con otra pregunta: "¿Teneis entrada?" "Pues no". Y piensas "Nada que esta vez tampoco entramos". Sin embargo te contestan. "Esperad cinco minutos ahí". "¡Toma!". Y al cabo de los cinco minutos prometidos nos permiten entrar y unirnos a una visita guiada que no sabes ni de dónde vinieron pero ¡ay! qué oportunamente cayeron del cielo éstos un lunes. Total que os quedais tan contentos porque a veces ocurren carambolas. Y ¡habemus visita guiada! de la Estación de Metro de Chamberí.
La primera línea de metro de España fue la de Sol-Cuatro Caminos, la línea 1, y la inauguró el Rey Alfonso XIII en el año 1919. Entonces tenía solo 8 estaciónes, los trenes eran de cuatro vagones y no llegaba a cuatro kilómetros su recorrido. Claro, en metro tardabas diez minutos en el mismo trayecto que en tranvía era casi media hora, con lo cual dió comienzo el principio del fin del tranvía.
Pasados cuarenta años, en los años 60 había subido mucho la afluencia al metro. La línea 1 se quedaba pequeña, y ampliaron el número de estaciones. También se plantearon la reforma de las estaciones para que pudieran caber metros de seis vagones, en vez de cuatro. Pero, por otra parte la estación de Chamberí estaba muy cerca de las de sus lados, la de Iglesia y la de Bilbao. Y si se hacían más grandes, todavía más cerca iban a estar. Así que se decidió que no merecía la pena tanta inversión, cuando se hacía en un paseíto el recorrido. Y la pobre sacrificada fue la estación de Chamberí que se decidió clausurar.
Era el mes de mayo de 1966 y así se quedó.
Visitarla ahora, pasado el tiempo, es volver al metro de los 60, volver a ver el diseño que hizo Antonio Palacios (el mismo que diseñó el edificio de Correos o Ayuntamiento de Madrid, el del Instituto Cervantes, o Círculo de Bellas Artes). Es contemplar esas estaciones recubiertas de azulejos blancos, y azulejos sevillanos alrededor de los grandes carteles publicitarios también de cerámica. Esos carteles grandes que se crearon en los años 20 y ahí continúan. El lucernario para que entrara la luz en el techo, las taquillas de entonces, los planos del metro en las paredes, las papeleras donde había que tirar los billetes usados, la manta del jefe de estación para cuando alguien se cayera a la vía...
Yo ya había estado, pero mis sobrinas no, aunque lo habíamos intentado varias veces.
Qué bien sienta cuando la vida te tiene reservadas estas gratas sorpresas.
Tras 333 años bajo el mar se consiguió rescatar a aquel barco.
Era el año 1961.
El buque de vela, el Vasa, se hundió el primer día que salió a la mar.
Era el siglo XVII.
Era el 10 de agosto de 1628.
Era Estocolmo.
El Vasa es la nave del siglo XVII mejor conservada del mundo.
A su alrededor se construyó el Museo que lo guarda.
Y ahora lo podemos contemplar tal como era, porque un 98 por cientos de sus piezas son originales.
"Las salas del museo lograron ponerle la piel de gallina. Lejos de encontrar una muestra folclórica y superficial como la que esperaba, el museo de las Brujas era un escalofriante relato de la persecución que la Inquisición desató en la comarca a comienzos del siglo diecisiete. La estampa más impactante era la recreación del auto de fe que acabó con la quema de once vecinos en la hoguera y decenas de condenados a las penas más diversas.
En una sala contigua, una proyección narraba los pasajes más turbadores del Compendium Maleficarum, el tratado de brujería y demonología escrito por un sacerdote italiano que tuve aterrorizada a media Europa. Incluso desde el escepticismo propio de las mentes del siglo veintiuno, Leire se estremeció al escuchar algunas de las prácticas atribuidas a los adoradores del diablo.
La sección más amable estaba dedicada a la mitología local. Extrañas criaturas espiaban a la escritora desde misteriosas cajas de luz. ..."
El último akelarre de Ibon Martín
A veces te parece que es verdad eso de que todo en esta vida está conectado. De que conocemos a alguien, que a su vez conoce a otro y éste a otro, y que finalmente después de seis o siete personas se llega a otro que también te conoce a ti, cerrándose el círculo.
A veces parece que nos pasamos la vida abriendo círculos que más adelante cerraremos. Porque la vida, al final, es cíclica.
En el verano del 2014 yo estuve vacacionando por el norte de España. En definitiva haciendo esas dos cosas que son, casi, las que más me gustan en la vida: uniendo los viajes con la literatura. En ese viaje hice una ruta literaria por los pueblecitos del Baztán, con Elizondo a la cabeza. Sí, estuve visitando esa parte tan preciosa de nuestro paisaje mientras recordaba los escenarios de la trilogía del Baztán de Dolores Redondo.
Os dejo varios enlaces a entradas de este blog donde reseñaba aquel viaje.
Y ya que estábamos por allí, antes y después, conocimos otras ciudades y otros pueblos.
Entre ellos Zugarramurdi, que me gustó mucho, y donde descubrí el Museo de las Brujas. Que me pareció un lugar curioso e interesante. No esperaba nada, no llevaba ningún tipo de expectativas y salí pensando que había hecho bien entrando. Eso sin contar con que todo el entorno es precioso.
Y ahora, cinco años después, en el libro que estoy leyendo de Ibón Martín "El último akelarre" me describen este Museo y me he sentido otra vez allí.
Se ha cerrado otro círculo.
"Invierno de 1610
María se sentía aturdida, desorientada. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Horas, días, semanas? Lo último que recordaba era la sensación de agonía, el ardor en el pecho y el agua colándose por su nariz en plena tortura. Aquel barreño infame en medio de la sala de interrogatorios le había brindado las sensaciones más escalofríantes de su vida. Todavía reverberaban en su cabeza las preguntas del inquisidor. ¿Confiesas que adoras al demonio? ¿Cuántas veces has yacido con el maligno? ¿Cuántos hijos diabólicos le has dado ya? ¿Cuántos bebés has matado? ¿Cuántos bebés...? esta era sin duda la más dolorosa. Ella ayudaba a los niños a llegar al mundo, no los mataba. Por más que lo aseguró, el verdugo no tuvo piedad. Una y otra vez su cabeza era introducida con saña en el agua gélida. Cada vez más tiempo, cada vez con menos segundos para recuperar el resuello. ..."
El último akelarre de Ibon Martín
"La silueta negra del macho cabrío se
diujaba en medio de un humo que los focos teñían de un encendido color
naranja. Un círculo rojo y un minutero indicaban que la grabación estaba
en marcha. Al volver a fijar la vista en la cueva, sintió un
escalofrío. Los cuernos torcidos del macho cabrío y sus brillantes ojos
rojos resultaban estremecedores a través de aquel juego de luces y
sombras. Aquella gruta lateral, en la que de no ser por los focos
no hubiera reparado, constituía un altar inmejorable sobre el resto de la
cueva."
Hace muchos años, la primera vez que viajé a la Costa de la Muerte, y conocí Camelle, también conocí a Man.
Man en realidad se llamaba Manfred Gnädinger, y era un artista alemán que se había afincado cerca de la playa. Allí se había hecho una casa y allí, vestido únicamente con un taparrabos, se dedicaba a hacer unas curiosas construcciones alrededor de la casa en la que vivía. Teníais que haberlo visto, alto, delgado, muy delgado, con el pelo y la barba larga, y su escasa indumentaria moviéndose por su Museo al Aire libre...
Parece ser que había llegado allí en los años sesenta, en 1962 más concretamente, y desde entonces, al principio con oposición de los vecinos que no entendían por qué tenía que establecerse ese peculiar hombrecillo en su pueblo alterándoles... se había quedado. Dicen que al principio era mucho más corpulento, e iba bien vestido. También dicen que fue debido a un fracaso sentimental con una maestra del lugar por lo que terminó aislado en ese terrenito en la costa, que había comprado, y donde hizo su peculiar comunión con el mar y con la naturaleza.
Sí, Man, el amante del medio ambiente, había llegado para quedarse e inventar su peculiar edén con sus obras de arte hechas de piedras, botellas, conchas... Cincelaba las rocas con figuras geométricas, utilizaba las pinturas, las fotografías... y su ingenio.
Si tú le visitabas, costaba un euro entrar, y otro si querías hacer fotos, te dejaba una libretita para que le hicieras un dibujo. He leído que decía que “en cada papel está el alma
de cada uno y mi objetivo es hacer un gran rascacielos con todas ellas”. Fuimos tres amigas, y la verdad es que yo no entré, pero una de mis amigas sí que le dejó su dibujito.
Cuando la desgracia del naufragio del Prestige, gran parte de su obra al aire libre quedó teñida de negro, Man se deprimió por el desastre del Medio Ambiente y finalmente murió en 2002. Dicen que de pena.
Yo decir que esto no deber limpiarse nunca. Ser episodio
de la historia. Quedar así debe, para todos recordar quién es hombre” “Dolor mucho dolor, porque el hombre no
querer a hombre, ni querer a mar, ni querer peces, ni querer a playas”.
Este verano he vuelto a Camelle, y por supuesto he vuelto a visitar a Man. Después de tantos años me ha gustado mucho hacerlo. Ahora sus vecinos le guardan memoria con un Museo a donde trasladaron todo lo que pudieron salvar de su casa.
En él se puede ver gran parte de su obra. Muchos de los autorretratos que se hizo están allí, podéis verlo en las fotos.
También se pueden admirar las figuras que hacía con los botes de plástico, con las conchas, con los huesos de los animales, artilugios de pesca, con los distintos elementos que recogía de aquí y de allá, y con los que trabajaba.
Por supuesto están todas sus libretitas. Montones y montones de ellas. Se consideran ahora cuadernos de artista.
Junto a todo ello también estaban sus libros, libros de arte y de otras disciplinas.
Si seguís caminando hacia el mar llegareis a lo que queda de la casa de Man. En el Museo nos dijeron que claro, tan cerca del mar, con el clima que tienen tan extremo, esos vientos, esas olas, pues al ir pasando los años se va erosionando todo, y se va deteriorando.
Pero aún quedan algunas de sus esculturas de roca en pie, quedan también sus figuras geométricas, la mayoría con forma de círculo que tanto le gustaban.
Si vais a Camelle no dejéis de visitar a Man.
He encontrado este vídeo, por si os apetece saber más sobre Man y sus circunstancias, está muy bien.