Me ha gustanto tanto este artículo sobre Valle Inclán (este año se conmemora el 150 aniversario de su nacimiento) de Xosé Carlos Caneiro, en el periódico La voz de Galicia, que he querido compartirlo con vosotros.
A ver qué os parece.
A VOZ DE GALICIA, 24 de septiembre de 2016
Valle-Inclán y el país mezquino
Era carlista por estética, decía. Después quiso ser
revolucionario. Coincidió este tránsito con la escritura de una de sus obras magnas: Luces de bohemia. No fue
la única. Sus textos están escritos con pluma de ruiseñor, armónica y
rutilante. Era y es gallego, aunque nadie lo recuerde. Al final de su vida
decía ser comunista y no me extraña. En aquella España, cuando la República no
era menos mediocre que la dictadura de Primo de Rivera, huir de las mayorías
otorgaba un hálito distinguido. Algún día habría que hablar de la idílica república que tantos recuerdan con afán reivindicativo. No
fue para tanto. Pero hoy no escribo de política: corro el riesgo de
convertirme en ellos, ser como ellos, parecerme. Son los héroes del presente.
Se habla más de Pablo Iglesias, Rivera, Sánchez y Rajoy que de la gente
verdaderamente importante. Y menos, casi nada, de los imprescindibles. Este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento
de Valle-Inclán, el centenario de Cela y los 400 años de la muerte de
Cervantes. Qué importa. Aquí lo que se celebra es la política. Y así nos va.
Dejémoslo. Hoy quiero escribir de un genio
mayúsculo. Probablemente uno de los escritores más importantes de la
historia de la literatura universal. Digo otra vez que era gallego. Escribía
tan bien que a uno, y no lo niego, le han
dado ganas de ponerse a aplaudir después de leerlo. En sus principios escribía
desde la nostalgia. Pero terminó siendo el crítico más áspero de los
tiempos que le tocó vivir. La realidad no le agradaba y por eso la distorsionó
en el Callejón del Gato, donde todo se veía como en realidad era: deforme y
grotesco. Fue antiburgués porque fue libre. Y carlista, también. Y comunista.
Pero qué importa eso. Nada de lo que fue puede menguar la grandeza de su obra.
Sus párrafos son de una exquisitez inaudita. Comenzó escribiendo las Sonatas y terminó
redactando novelas que son poemas (¿Ha leído usted La corte de los milagros? Es tan espléndida
que en verdad comprendemos el significado exacto de la palabra maravilla). Después de
Valle-Inclán todos querían ser Valle-Inclán, aunque ninguno lo ha conseguido.
El modernismo literario tiene en él la cúspide. Con Joyce y Proust. Lo demás
son sombras a su lado. En ninguno de sus libros falta el talento.
Escribía de oído: eso que no saben hacer la mayoría de los
redactores de historias con los que nos castiga el presente. Escribía teatro,
pero en realidad solo escribió poemas que eran novelas (los personajes
dialogaban para matar el tempo narrativo).
Valle-Inclán es tan formidable que en esta columna solo quiero
reivindicarlo. Reivindicarlo frente a la bajeza política. Frente a la
literatura de la bajeza. Frente a esta contemporaneidad que niega lo sublime y
ensalza a los necios y majaderos. Era gallego, insisto. Y español. Que este
2016 pase de largo sobre Valle-Inclán y su obra es el síntoma evidente del país
que somos: mezquino y gris.