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viernes, 5 de diciembre de 2014

Viagra, prozac, aspirina... ¿De dónde viene el nombre de algunos medicamentos?



Hoy toca hablar de palabras. ¡¿Qué raro no ?!

Peeeero toca hablar de unas palabras muy especiales: Los nombres de los medicamentos.

Para ello quería dejaros con un artículo que he encontrado buscando otra cosa (como suele pasar...) pero que me ha parecido muy interesante.

Me estoy refiriendo al artículo "¿Quién le pone el nombre a los medicamentos? de Isabel F. Lantigua y que apareció en la página de la Fundeu en septiembre del año 2009

Os copio a continuación un fragmento del artículo, a mí me ha parecido muy interesante. Pero si os apetece leerlo entero os dejo al final de la entrada el enlace para que podáis llegar hasta él.

Espero que os guste.





  • Prozac: El fármaco de Eli Lilly que en su día revolucionó el tratamiento de la depresión fue bautizado con un nombre corto y que sonaba positivo, justo para inspirar que pretendía devolver la alegría a estos pacientes. Tal ha sido su popularidad que ha dado título a libros y canciones y muchas celebridades de Hollywood han confesado que lo tomaban. Según algunos análisis etimológicos prozac quiere decir el primero en reír, ya que 'pro' puede venir del prefijo griego protos, que indica primero. Mientras que zac puede relacionarse con Isaac -Itzjak, en hebreo- que significa risa.  
  • Viagra: La ayuda de Pfizer para la eyaculación precoz es bastante explícita. Para dar con el nombre jugaron con los conceptos de vigor y pensaron en una cascada, la del Niágara, para expresar la idea de flujo. Mezclaron las letras y salió el nombre. Y, por si quedaran dudas sobre su función, en sánscrito Vyagraa significa tigre.
  • Aspirina: Debe su nombre a la planta 'Spiraea Ulmaria', de la que se extrae el ácido salicílico, el principio activo del fármaco comercializado por Bayer. La A inicial es por acetil, 'spir' viene de la planta y para redondear el nombre se le añade una terminación bastante común en el caso de los medicamento 'ina'.
  • Valium: Un tranquilizante que lleva un nombre en ese sentido, una palabra que se relaciona con 'equilibrium' y transmite sensación de serenidad.
  • Rapamycin: Este medicamento, que saltó a la fama este año por un estudio en la revista 'Nature' que indicaba que había prolongado la esperanza de vida en un estudio con ratones, fue bautizado así en honor de la isla de Rapa Nui, donde se descubrió la bacteria de la que procede.
  • Frenadol: Uno de los tratamientos más vendidos para el resfriado lleva un nombre que resulta de la unión de dos palabras. Frenar y dolor. Más claro, imposible.


  • http://www.fundeu.es/noticia/quien-le-pone-el-nombre-a-los-medicamentos-5507/


    domingo, 23 de noviembre de 2014

    Noticias felices en aviones de papel. Artículo de Luis García Montero sobre Juan Marsé



    Hoy os dejo con otro artículo. Me ha gustado mucho. No os lo perdais. 

    Esta vez es de Luis García Montero, el poeta, sobre el último libro de Juan Marsé. Me han entrado unas ganas de leerlo...

    Noticias felices en aviones de papel

    Actualizada 22/11/2014 a las 15:59    

    Juan Marsé acaba de publicar una novela breve. El escritor barcelonés es una parte decisiva de mi biografía como lector. Sus quimeras de posguerra, sus niños obligados a los sueños como consuelo de una realidad hostil y su ciudad llena de supervivientes han marcado mi imaginación y mi melancolía. En la pantalla blanca y negra de un cine de barrio, he aprendido a negociar con el hambre, la mentira, la prepotencia y la zafiedad del totalitarismo. También he convivido con las ilusiones modestas, las bellas lealtades, las insistencias del deseo, las calles pobres y la bondad humana.

    Entro en la librería a buscar Noticias felices en aviones de papel (Lumen, 2014). Siento una alegría nerviosa, una extraña y enérgica felicidad que me devuelve a mi juventud. Entonces me temblaban los ojos en busca de un libro de Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, García Hortelano o Sánchez Ferlosio. No soy más que eso todavía, un lector apasionado, pero los años desgastan la energía capaz de confundirnos de manera inocente con la vida. De ahí que agradezca tanto la felicidad íntima que me provoca el libro de Marsé. Se publica en una hermosa edición, ilustrada por María Hergueta con mano figurativa, elegante y pacífica.

    Es la misma felicidad que veo en los ojos de mi hija pequeña cuando la acompaño a una tienda para cambiar de móvil. Por eso me siento anacrónico en la librería. Anacrónico y feliz. Bastante difícil es cumplir años, aprender a bailar con las desilusiones del cuerpo y los achaques del alma, como para cargar también con el peso de la indignidad. Nada tan patético como un viejo con camisas de colorines adolescentes, un dinosaurio ye-yé o una flamante capa de pintura sobre un edificio en ruinas.

    Cuando oigo algunas conversaciones y veo algunos espectáculos, me confirmo en mi derecho a ser una estación tardía, en mi voluntad de no negar mi anacronismo. Quizá respondo a la desconfianza en el presente, una melancolía reaccionaria, pero también se trata de una forma honrada de respetar a los jóvenes, de no intentar la ocupación de su lugar, robándoles –además– las lecciones que como viejo me han dado los años. Un tanto por ciento de anacronía es algo digno y útil para todos en estos tiempos de prisa, pérdida de memoria y vértigo especulativo.

    Estoy hablando de política, de mí y de la novela de Juan Marsé. El argumento sitúa una historia y unas imágenes propias de la alta posguerra en la Barcelona de finales de los años 80. Pero es que vivir es negociar con el pasado, es aclararnos con la sombra que deja nuestra espalda al caminar. La sombra forma parte de nosotros y llega a convertirse en la razón de lo que ven nuestros ojos. Ahí, en esa esquina, está la fotografía del tiempo que pasa y vuelve y no pasa.

    La vida reúne a la señora Pauli, una judía polaca que huyó de los nazis y acabó como bailarina en las revistas musicales del Paralelo, y a Bruno, el hijo adolescente de un matrimonio separado. El padre es un hippy. ¡Cuidado! Pocos escritores pueden ser tan perversos como Marsé a la hora de dibujar la figura ridícula de un personaje cualquiera, más aún de un hippy trasnochado. Pero un padre es un padre, un pasado es un pasado, conviene no negarlo, y Bruno deberá tomar conciencia de la responsabilidad de su historia, de su sombra, aunque intente alejarse de ella, hablarle de usted y escudarse en el desprecio.

    Aprenderá la lección gracias a las locuras de Hanna Pawlikowska, la señora Pauli, una vieja que sale al balcón todos los días para lanzar aviones de papel con noticias felices. Esos aviones no aterrizan en la Barcelona de los años 80, sino en otra ciudad, en otro tiempo necesitado de esperanzas modestas, y de alimentos, y de miradas compasivas, y del abrigo de una melancolía que tiene su propia verdad y su propia experiencia del mundo.

    Quizá leer sea ya una anacronía. Llegan poco a poco las Navidades. Las escaleras mecánicas de las grandes superficies se llenarán de gente en busca de regalos, es decir, de videojuegos, móviles, tabletas, esa colonia tecnológica que marca el olor de nuestro mundo. Si se atreven ustedes a ser anacrónicos, harán bien en regalarse y regalar este cuento de Navidad que ha escrito el maestro Juan Marsé. Bendito sea el pasado.


    http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/11/23/noticias_felices_aviones_papel_24327_1023.html
     

    domingo, 16 de noviembre de 2014

    Muñoz Molina - Artículo en Babelia

    Poesía y geografía

    'Veinte mil leguas de viaje submarino' de Jules Verne es la novela perfecta porque resume las dos metáforas centrales de cualquier literatura: la inmersión, el viaje



    Uno de los dibujos de 'Veinte mil leguas de viaje submarino' de la edición ilustrada de 2012, que hizo Agustín Comotto para Nórdica Libros.

    En aquel austero comedor no estaban aún el televisor y el frigorífico que ocuparían lugares de honor unos años más tarde. Había una ventana enrejada, una mesa camilla, una repisa de obra en un rincón donde estaba la radio, un reloj de péndulo colgado de la pared encalada. El tictac del mecanismo murmuraba en la caja de madera. Los cuartos y las horas resonaban nítidos como golpes de gong. Yo leía sentado en una silla de anea, apoyando los codos en la mesa, arrimado al brasero, abrigándome con las faldillas, en la casa donde reinaba el frío durante los meses de invierno. No había un sillón ni un sofá donde echarse a leer. De noche, los mayores se quedaban dormidos apoyando la cabeza sobre los brazos cruzados. El único sitio para descansar era la cama, y la cama estaba en un dormitorio helado. Cuando yo leía en ella se me quedaban frías las manos. Sostenía el libro con una mano mientras calentaba la otra debajo del embozo.

    Leía en el comedor, unas veces rodeado de la familia y otras, las menos, yo solo. Leía y estudiaba, hacía los deberes. Aprendí a aislarme en el barullo que me envolvía casi siempre: conversaciones, juegos de cartas, seriales en la radio, más tarde programas en la televisión, concursos, películas, espectáculos de variedades. Sumergido en el libro lograba un aislamiento perfecto. Cuando estaba solo tenía de fondo los sonidos de la calle y el tictac y los golpes del reloj.
    Eduardo Martínez de Pisón no lo dice pero intuyo que gracias a Verne descubrió su vocación de geógrafo.
    Yo le debo la mía de novelista 
    Una mañana, mi abuelo materno me trajo un libro de regalo, Veinte mil leguas de viaje submarino. Conservo de él una memoria perfecta: visual, olfativa, táctil. Era uno de aquellos libros providenciales de la editorial Ramón Sopena que se encontraban hasta en las papelerías más modestas. El papel era malo, la impresión defectuosa. Las portadas se descolgaban o se despegaban muy fácilmente. Pero la editorial Ramón Sopena parecía que publicaba toda la literatura universal, a precios tan bajos que ni siquiera para nosotros eran prohibitivos. En la portada del libro de Verne se veía la silueta negra del Nautilus en las profundidades de un mar verde oscuro. La luz de su faro era un círculo amarillo. Era como estar viendo el cartel de una película, una promesa absoluta de algo, la inminencia de la lectura. Abrí el libro, me acodé sobre la mesa, sentado en la silla rígida, la espalda fría y las rodillas calentadas por las ascuas del brasero. Debía de ser una mañana laboral porque nadie entró en el comedor. Cuando levanté los ojos del libro y miré el reloj en la pared me di cuenta de que habían pasado varias horas, las once, las doce, y yo no había oído los golpes del péndulo.

    En ese silencio primordial de las grandes lecturas resplandecieron para mí las novelas de Jules Verne

    Lo sentimos tan cercano que se nos hace raro no traducir su nombre de pila. Veinte mil leguas de viaje submarino es su novela perfecta porque resume las dos metáforas centrales no solo de su literatura, sino de cualquier literatura: la inmersión, el viaje. No hay lectura que no requiera una completa inmersión ni historia que de algún modo no trate de un viaje.

    De Jules Verne se dice, distraídamente, que fue un precursor de la ciencia-ficción y un visionario de las tecnologías del futuro. Pero las fantasías arbitrarias o alegóricas, a la manera de H. G. Wells, no le interesaban, y sus máquinas voladoras o submarinas unas veces carecían de fundamento y otras, más que futuristas, resultaban anticuadas para las tecnologías de su tiempo. Jules Verne, que de muy joven imitó los dramones románticos de Victor Hugo, cultivó siempre un romanticismo menos de la ciencia en sí que del descubrimiento, un entusiasmo por lo nuevo, por las maravillas tangibles que él mismo estaba viendo irrumpir en la realidad. Nacido en 1828, perteneció a la primera generación que experimentaba el ruido, el humo, la velocidad de los trenes, y luego el prodigio del telégrafo, la navegación a vapor, la fotografía, el teléfono, el fonógrafo, la impresión masiva y barata, gracias a la cual una revista ilustrada podía contener al mismo tiempo el relato de una expedición en busca de las fuentes del Nilo y los grabados que la hacían visible, o la crónica de una exposición universal en la que se mostraban maquinarias prodigiosas y danzas y tocados de los pueblos primitivos descubiertos por los exploradores y sometidos colonialmente por ellos, traídos a la metrópolis en veloces buques de vapor.
    Jules Verne, que de muy joven imitó los dramones románticos de Victor Hugo, cultivó siempre un romanticismo menos de la ciencia en sí que del descubrimiento, un entusiasmo por lo nuevo
    Quizá Jules Verne amaba sobre todo los mapas: la geografía era la aventura suprema del conocimiento. Lo cuenta el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón en su último libro, La tierra de Jules Verne, que es una meditación sobre los mundos y los viajes que se contienen en todas esas novelas que él también empezó a leer de niño. La geografía es un saber que linda lo mismo con la literatura que con la ciencia, y que muchas veces se ha mezclado con la ficción, porque ha habido grandes viajeros que han sido también grandes mentirosos, y porque el impulso de la aventura y por tanto de la fábula puede ser más poderoso que el del conocimiento. Por eso atraen tanto a niños fantasiosos que quieren evadirse y quieren comprender, que sienten la misma curiosidad por lo que existe y por lo que no existe.

    Leíamos a Verne siguiendo sobre un mapamundi los itinerarios exactos de sus viajeros y calculando sobre el ancho azul del Pacífico la longitud y la latitud de sus islas inventadas. Nuestro sedentarismo forzoso alimentaba la pasión por aquellos viajes que conducían a los límites del mundo, a lo más hondo de las fosas oceánicas, a la órbita de la Luna, al centro de la Tierra, a las distancias del sistema solar. Leyendo a Verne nos seducían por igual, y sin que nos diéramos cuenta, la ciencia y la literatura, el romanticismo de la precisión y la poesía de los nombres: en nuestro mundo de topónimos sabidos y presencias siempre familiares las novelas de Jules Verne nos suministraron catálogos de nombres resplandecientes, nombres de islas reales o ficticias, de ríos, de desiertos, de continentes, de plantas, especies animales, de buques, de personajes que eran más memorables en virtud de los nombres que Verne había elegido para ellos.

    Dónde hay en la literatura un personaje que tenga un nombre tan misterioso y definitivo como el Capitán Nemo. Y qué novelista ha inventado títulos que ofrezcan tan tentadoramente lo que nos atrae de la literatura, la promesa de una revelación. Hay títulos y nombres que han estado siempre conmigo, tan fértiles en el recuerdo lejano como en la primera lectura. Muchos otros he vuelto a encontrarlos en el libro de Eduardo Martínez de Pisón. Él no lo dice, pero yo intuyo que gracias a Jules Verne descubrió su vocación de geógrafo. Yo le debo la mía de novelista, y quizá más todavía la vocación de lector. El gusto por el viaje inmóvil, la afición y la destreza para sumergirme muy hondo en las palabras de un libro, en mi silencio de lector submarino al que no llegan los golpes sonoros del reloj.

    La tierra de Jules Verne. Geografía y aventura. Eduardo Martínez de Pisón. Fórcola. Madrid, 2014. 440 páginas. 24,50 euros.
    www.antoniomuñozmolina.es

    domingo, 19 de octubre de 2014

    Un artículo de Chejov y la gente "cultivada"


    Os dejo con un artículo que me ha gustado sobre Chejov y las características de la gente culta según él:

    http://www.libropatas.com/libros-literatura/las-8-caracteristicas-de-la-gente-cultivada-segun-anton-chejov/#


    Las 8 características de la gente cultivada, según Anton Chejov


    Anton Chejov

    Anton Chejov, el que para muchos es el mejor cuentista de la historia de la literatura, también fue un buen hermano (de hecho, parece en general bastante buena persona, si conocéis alguna oscura anécdota, casi prefiero que no me la contéis). Tuvo seis hermanos, con los que mantuvo una estrecha relación durante la mayor parte de su vida, y una prueba de ella es la carta que compartimos hoy, escrita cuando Anton tenía 26 años, y su hermano Nikolai, 28. Se trata de una carta en la que se pone un poco -bastante- en plan hermano mayor (aunque no era ese su papel cronológicamente), pero que destaca por su lucidez y su belleza. En ella, se pregunta -de paso que riñe a Nikolai- sobre las características que convierten a una persona en alguien realmente culto, cultivado o sofisticado (entendido como algo positivo). Y él mismo se da la respuesta, no tiene nada que ver con las lecturas, sino más bien con los buenos sentimientos.

    “Moscú, 1886.
    ¡Te me has quejado a menudo de que la gente “no te entiende”! Goethe y Newton no se quejaban de eso… solo Cristo se quejaba de eso, pero Él estaba hablando de Su doctrina y no de Sí mismo… La gente te entiende perfectamente bien. Y si tú no te entiendes a ti mismo, no es su culpa.

    Te aseguro como hermano y como amigo que te comprendo y que te percibo con todo mi corazón. Conozco tus cualidades tan bien como conozco los cinco dedos de mi mano; las valoro y las respeto profundamente. Si quieres, y para demostrar que te entiendo, puedo enumerar dichas cualidades. Creo que eres amable hasta la dulzura, magnánimo, generoso, dispuesto a compartir hasta el último céntimo; no sientes envidia ni odio, eres simple de corazón, compadeces a hombres y animales, eres confiado, sin rencores ni estratagemas, y no tienes nada de maldad… Además, has recibido un don que mucha otra gente no: tienes talento. Tu talento te sitúa por encima de millones de hombres, pues en la tierra solo uno de cada dos millones de personas es artista. Tu talento te coloca aparte: si fueras un sapo o una tarántula, incluso así, la gente te respetaría, pues por el talento todo se perdona.
    Solo tienes un defecto, y la falsedad de tu situación, y tu tristeza, y tus gastroenteritis se deben solo a eso. Y es tu falta de cultura. Perdóname, por favor, pero veritas magis amicitia… Ya sabes, la vida tiene sus condicionantes. Para sentirse cómodo entre gente refinada, para estar en su casa, para ser feliz con ellos, uno debe culturizarse hasta cierto punto. El talento te ha metido en ese círculo, perteneces a él, pero.. al mismo tiempo te sientes expulsado y vacilas entre estar con la gente culta o quedarte con sus inquilinos.
    La gente cultivada debe, en mi opinión, cumplir las siguientes condiciones:
    1. Respetan la personalidad humana y, por eso son siempre amables, gentiles, educados y dispuestos a ceder ante los otros. No discuten por un martillo o una pieza perdida de caucho indio. Si viven con alguien que no les gusta y lo dejan, no dicen “nadie podría vivir contigo”. Perdonan el ruido y la carne seca y fría y las ocurrencias y la presencia de extraños en sus hogares.
    2. No sólo tienen simpatía por los mendigos y los gatos. Les duele el corazón por aquello que sus ojos no ven. Se levantan en la noche para ayudar a P., para pagar la universidad de los hermanos y comprar ropa a su madre.
    3. Respetan la propiedad de otros y, en consecuencia, pagan sus deudas.
    4. Son sinceros y temen a la mentira como al fuego. No mienten ni siquiera en las pequeñas cosas. Una mentira significa insultar a quien escucha y ponerlo en una posición más baja a ojos de quien habla. No aparentan: se comportan en la calle como en su casa y no presumen ante sus camaradas más humildes. No suelen barbotear ni fuerzan a nadie a escuchar inconveniencias. Por respeto a los oídos de los demás, callan más frecuentemente de lo que hablan.
    5. No se menosprecian para despertar compasión. No tensan las cuerdas de los corazones de los demás para que se sientan culpables y hagan algo (o mucho) por ellos. No dicen “Soy un incomprendido” o “Me he vuelto un segundo plato” porque todo eso es demasiado facilón, es vulgar, rancio, y falso.
    6. No tienen vanidad superflua. No se preocupan por esos falsos diamantes conocidos como celebridades, por estrechar la mano del ebrio P.*, por escuchar los arrebatos de un espectador extraviado en un espectáculo de imágenes, o ser reconocido en las tabernas… Si ganan unos centavos, no se pavonean como si estos valieran cientos de rublos, y no alardean de poder entrar donde otros no son admitidos… Los verdaderamente talentosos siempre se mantienen en las sombras entre la muchedumbre, tan lejos como sea posible del reconocimiento. Incluso Krylov** dijo que el barril vacío da un eco más sonoro que el lleno.
    7. Si tienen un talento, lo respetan. Le sacrifican el descanso, las mujeres, el vino, la vanidad … Se sienten orgullosos de su talento. Pueden llegar incluso a ser molestos.
    8. Comienzan por desarrollar el sentido estético en sí  mismos. No pueden ir a dormir con la misma ropa que usaron durante el día, ni ver las grietas de las paredes llenas de insectos, ni respirar un aire viciado, ni caminar por un suelo recién escupido, ni cocinar sus alimentos sobre una estufa de aceite. Intentan por todos los medios contener y ennoblecer el instinto sexual. Lo que quieren en una mujer no es una compañera de cama… No piden inteligencia ahí donde se manifiesta la mentira constante. Quieren, especialmente si son artistas, frescura, elegancia, humanidad, el instinto maternal. No tragan vodka a todas horas, día y noche, no olisquean el armario de la cocina en busca de bebida, porque no son cerdos y saben que no lo son. Beben sólo estando libres y en ocasiones especiales. Porque ellos quieren mens sana in corpore sano.
    Y así sucesivamente. Así es como son las personas cultivadas. Para ser culto y no quedar atrás, no es suficiente con haber leído ‘Los papeles del club Pickwick o haber memorizado el monólogo de ‘Fausto’ ... Lo que necesitas es trabajar constantemente, día y noche, leer constantemente, estudiar, ejercitar tu voluntad. Cada hora es preciosa para ti. Ven con nosotros, tira la botella de vodka, descansa y lee… Turgenev, si quieres, a quien además no has leído.
    Tienes que deshacerte de tu vanidad, ya no eres un niño… pronto tendrás treinta.
    ¡Es hora!
    Te espero… Todos nosotros te esperamos”.

    miércoles, 10 de septiembre de 2014

    "Una historia antigua" Un artículo de Antonio Muñoz Molina


    Me ha encantado y quería compartirlo con vosotros...

    Aquí lo tenéis:


    http://cultura.elpais.com/cultura/2014/06/19/babelia/1403179487_377420.html


    Una historia antigua

    En el corazón de cualquier relato está el misterio de lo que no llega a decirse


    Cientos de miles de jóvenes en EE UU lucharon en las guerras de la última década, dejando a sus Penélopes detrás. / Reuters / Erik de Castro

    "Nos contamos historias a nosotros mismos para seguir viviendo”. Me acordé de esas palabras de Joan Didion conversando con una mujer que probablemente había leído muy poco o nada y que sin embargo era una excelente narradora y hablaba un español empapado de literatura: de novelas sentimentales, de boleros, de telenovelas. Es una mujer de casi sesenta años que no ha tenido mucha suerte en su vida, pero que la cuenta con esa extraordinaria desenvoltura narrativa del habla colombiana, en la que nunca falta el humorismo, y en la que la guasa amortigua o endulza hasta lo más cruel. Emigró a Nueva York cuando era muy joven. Tuvo un hijo con un hombre que desapareció en seguida. Con la esperanza de poder pagarse los estudios de Medicina, su hijo se alistó en el ejército cuando empezaba la invasión de Irak. Lo enviaron allí, y ella dice que le rezaba todos los días al Señor pidiéndole que se lo devolviera vivo y entero. “Dios mío, no me lo devuelvas quemado, o sin piernas, eso no”. Hablaba con él de vez en cuando por Skype y lo notaba trastornado por dentro, horrorizado de lo que veía. “Mamá, esto es el infierno”. Tenía 22 años y se había casado un poco antes de viajar a Irak, “con una gringuita rubia, linda, con los ojos azules”. El hijo la llamó cuando ya solo le quedaba una semana en la zona de guerra. Uno o dos días después de hablar con ella, el blindado en el que viajaba rebotó sobre una mina y murieron él y sus tres compañeros de patrulla.

    Años después de perder a su hijo, ella sigue extraviada en el mundo, en una rara viudedad que no le impide teñirse el pelo, arreglarse, vestirse con colores claros y oros, con una casi exuberancia muy habitual en esta zona entre colombiana e indostánica donde vive, Jackson Heights, en Queens. Tenía dolores muy fuertes de espalda y le dieron el disability, como ella dice, de modo que pudo jubilarse y cobra una pensión. Pasa temporadas largas en Colombia, en la ciudad querida de su origen, Pereira. A la entrada de su apartamento hay una estantería baja en la que se alinean ordenadamente zapatillas caseras, calzado de deporte, tacones. En medio del calzado femenino hay unos zapatos grandes masculinos que fueron de su hijo. Para seguir viviendo, esta mujer cuenta lo buen chico que fue siempre, lo estudioso en la escuela, siempre alejado de las malas compañías del barrio, resuelto a llegar a ser un buen médico.

    Pero no quiere dar por terminada su vida. Sueña, dice, con encontrar a un hombre que la quiera de verdad, que le hable con dulzura al oído y, si hace falta, le cuente mentiras bonitas. “¿No es eso lo que nos gusta a las mujeres?”, dice medio en broma, entre la guasa y la melancolía, “¿que nos cuenten mentiras?”. Y entonces, ya empapada sin saberlo de literatura, nos cuenta que de joven vivió un gran amor, un verdadero amor, no con el padre de su hijo, sino antes, una vez que se fue a España con todos sus ahorros para buscar trabajo. Él era de Barcelona, pero se conocieron en Canarias. “Recorrimos en su carro las siete islas, una por una”. Terminaban de visitar una isla y embarcaban el coche para explorar la próxima. Buenos hoteles, restaurantes. Luego viajaron por toda la Península, durante un año entero. Dice el nombre y los dos apellidos, complicados y prometedores como los de un galán de telenovela. En vez de buscar trabajo, gastó con él todos sus ahorros, en plena felicidad, yendo a todas partes, comiendo y bebiendo muy bien, a veces demasiado, porque los españoles toman vino con todas las comidas, y además usan mucho el ajo, de modo que a ella le parecía a veces que le olía un poco a ajo el sudor.

    “¿No es eso lo que nos gusta a las mujeres?”, dice medio en broma, “¿que nos cuenten mentiras?”
    Volvió a Colombia enamorada y en quiebra. Habían planeado seguir viéndose, pero había demasiada distancia. “Y entonces no era como ahora, no había celulares, nada más que cartas, que tardaban tanto, y una llamada de teléfono costaba carísima”. Al hablar de él siempre dice su nombre y sus dos apellidos, como para confirmar la realidad administrativa de su existencia. Dice que sigue soñando con él. Sueña con él como era entonces, exactamente así. No lo sabe imaginar gordo, mayor, calvo, con el pelo blanco. Sueña que vuelven a encontrarse. Pero se queda pensativa y dice que ha pasado tanto tiempo que si lo viera quizá no lo reconocería. Su hermana, muy acostumbrada a sus historias, la mira con ironía y le dice: “Eres una Penélope”.

    Pero ella no ha escuchado nunca ese nombre y no conoce la historia. Me veo cumpliendo la singular tarea narrativa de contar la espera de Penélope y el regreso de Ulises a Ítaca a una persona que la está escuchando por primera vez, y que me mira con una expresión muy atenta, con la curiosidad pura de saber qué sucede a continuación, asombrada y conmovida por la obstinación de los dos esposos a lo largo de 20 años, Ulises sobreviviendo a aventuras y naufragios, Penélope destejiendo de noche lo que ha tejido de día para prolongar la espera, el perro viejo y ciego que reconoce antes que nadie a su amo. La Odisea está irrumpiendo por primera vez en la imaginación de alguien, no como una obra literaria solemne, sino como una fábula, una más entre los relatos que nos contamos los unos a los otros a diario, o que nos contamos en silencio a nosotros mismos, fantaseando, mintiendo. Pero lo prodigioso y lejano resulta de inmediato familiar: hay un hijo que abandona muy joven la casa en la que se crio sin la presencia de un padre; hay un soldado que está punto de no volver de una guerra que no parecía terminar nunca; hay un hombre y una mujer que se encuentran después de haberse esperado y recordado tanto y ahora no se reconocen, porque han pasado 20 años. Para estar segura de que el recién llegado es Ulises, Penélope lo pone a prueba. Hay una sola cosa íntima que solo él puede saber. El reconocimiento indudable sucede en el secreto de la cámara nupcial. En la pesadumbre del relato surge un indicio de picardía que a nuestra interlocutora le hace sonreír, porque ni la soledad ni el luto le han apagado una crédula expectación de los placeres de la vida. Se pregunta qué prueba podría ponerle ella a su amante español si volviera a encontrarse con él, si lo mirara y no estuviera segura de reconocerlo, al cabo de una ausencia más larga ya que la de Ulises. Y comprende instintivamente que en el corazón de cualquier historia está el misterio de lo que no llega a decirse.

    jueves, 4 de septiembre de 2014

    Artículo sobre Escritoras Malditas


    Hoy os quería dejar con un artículo sobre escritoras. Un artículo sobre "escritoras malditas", así repasamos algunas de ellas.

    Espero que os guste.

    Redes

    Siete escritoras malditas que escandalizaron con su vida y sus obras

    Día 23/07/2014 - 10.55h

    Muchas grandes autoras tuvieron que enfrentarse a los prejuicios de sociedades que no aceptaban que la mujer pudiera dedicarse a la literatura

    A lo largo de la historia, muchas mujeres se han visto obligadas a enfrentarse a todo tipo de prejuicios propios de sociedades conservadoras para poder desarrollar profesiones que hasta entonces habían sido consideradas propias del género masculino.
    Las primeras mujeres que decidieron dedicarse profesionalmente al mundo de la escritura no fueron una excepción y, durante años, tanto sus obras como su vida fueron tachadas de escandalosas por unas sociedades puritanas que no aceptaban que la mujer pudiera tener una imaginación y un talento a la altura de los grandes hombres de la literatura.
    En nuestro habitual recorrido por los temas más destacados de la blogosfera, hoy queremos compartir una lista elaborada por una de las autoras del blog «Librópatas» que pretende rendir homenaje a siete de esas escritoras malditas que abrieron camino a las generaciones siguientes en el mundo de la literatura. Por supuesto, sobra decir que muchas de sus obras todavía hoy siguen siendo absolutamente recomendables.
    1.-Anaïs Nin: La figura de esta escritora nacida en Francia en 1903 de padres hispano-cubanos y posteriormente nacionalizada estadounidense sea el paradigma de una vida escandalosa para la sociedad de su tiempo. Su biografía está repleta de escándalos que ella misma narra a lo largo de los siete volúmenes de su diario, que constituyen su obra más conocida. Nin tuvo una vida amorosa compleja, con amantes célebres como Henry y June Miller y fue una de las primeras autoras en publicar relatos de contenido erótico en Estados Unidos.
    2.-Jean Rhys: Esta escritora nacida en la colonia británica de Dominica en 1890 es famosa por ser la autora de “Ancho mar de los Sargazos”, la conocida precuela de “Jane Eyre”. Sin embargo, es también autora de una autobiografía que contiene todos los elementos necesarios para calificar su vida como escandalosa. En ella narra cómo, tras trasladarse a Londres para completar su formación decidió instalarse en la capital británica, donde trabajó como corista, intentó ser una “demi-monde” (una de esas chicas que eran en teoría coristas pero en realidad vivían de sus amantes ricos), para terminar convirtiéndose en modelo de desnudos y camarera en una cantina durante la Primera Guerra Mundial.
    3.-Mary Shelley: La autora de Frankenstein tuvo una vida agitada y polémica. Hija de Mary Wollstonecraft y William Godwin, a quienes ya rodeaba la polémica, su única hermana se suicidó y fue sepultada en una fosa común, después de que la familia se desentendiera de su muerte. A los 16 años conoció al aristócrata Percy Shelley, con el que huiría a la Europa continental, arrastrando a su hermanastra Claire Clarmont con ellos. A pesar de que Shelley estaba casado, tuvieron varios hijos, aunque solo el último de ellos logró alcanzar la edad adulta. Cuando Percy Shelley murió, Mary Shelley usó la escritura para ganarse la vida.
    4.-George Sand: Esta autora francesa es el paradigma de escritora romántica, lo que prácticamente asegura que tuvo que llevar una vida escandalosa. Sand de casó muy joven con el barón Casimir Dudevant, a quien abandonaría nueve años después llevándose a sus dos hijos con ella. Empezó a vestirse de hombre, tuvo varios amantes célebres y escribió mucho, lo que la convirtió en una de las grandes intelectuales de su momento.
    5.-Aphra Behn: Nacida en 1640, Behn fue la primera escritora británica profesional de la historia. A pesar de que podía vivir de sus obras, esta dramaturga fue espía en la ciudad de Amberes, en 1666, poco antes de que Inglaterra declarara la guerra al Imperio Español. Poco se sabe del resto de su vida, aunque se cuenta que, tras enviudar mantuvo sonados romances con hombres y mujeres de la más alta sociedad inglesa y que se arruinó en varias ocasiones, lo que la llevó a tener una prolija carrera para poder mantener su elevado nivel de vida. Pese a ello, falleció en la más absoluta pobreza.
    6.-Víctor Catalá: Aunque el nombre pueda sugerir lo contrario, Víctor Catalá fue el pseudónimo escogido por la escritora catalana Caterina Albert para desarrollar su carrera literaria evitando el escándalo. Nacida en 1860, Albert fue una de las primeras autoras en lengua catalana. Su primera aparición con su propio nombre tuvo lugar en 1898, cuando ganó uno de los premios de los Juegos Florales de Olot, con el poema “El llibre nou" y un monólogo titulado “La infanticida”. El escándalo provocado por esta última obra hizo que a partir de entonces firmara toda su producción como Víctor Catalá. Lo más curioso es que la sociedad catalana de la época asumió que sus novelas eran escritas por un hombre porque eran demasiado duras como para que las hubiera escrito una mujer.
    7.-Eulalia de Borbón: La hija menor de Isabel II destacó como autora de un libro de memorias publicado en los años 30, así como de la obra “Au Fil de la Vie”, editada en Francia en 1911 bajo el seudónimo de Condesa de Avila y que fue prohibido en España por su sobrino, el rey Alfonso XIII, por ser una obra de carácter feminista y demasiado modernista. Esta actividad literiara convirtió a Eulalia de Borbón en la oveja negra de la familia real española durante la Restauración, por lo que mantuvo numerosas disputas con sus hermanas y su sobrino, con quien llegó a estar varios años sin cruzar una palabra. Pasó grna parte de su vida en el exilio y popularmente fue conocida como “la infanta republicana”.



    La foto muestra a Mónica Montañés, escritora de telenovela en Venezuela.
    http://www.revistadominical.com.ve/noticias/actualidad/alejandra-benitez-no-fue-el-unico-desnudo.aspx

    viernes, 17 de enero de 2014

    "Caerán precipitaciones en forma de nieve" un artículo de Alex Grijelmo


    Parece ser que este fin de semana va a hacer mucho frío o como dirían los meteorólogos vamos a tener "condiciones climatológicas adversas"...

    Entonces cómo seguramente pasaréis más tiempo en casita y tendréis más tiempo para leer os quería dejar con un artículo de Alex Grijelmo que salió hace días, el 22 de diciembre de 2013, en el periódico ELPAIS, en la sección La punta de la lengua titulado “Caerán precipitaciones en forma de nieve”. Está bien, es muy curioso, no dejeis de leerlo.



    “Caerán precipitaciones en forma de nieve”.


    Este invierno tendremos “condiciones climatológicas adversas”, se lo digo con toda seguridad. Y además se lo anuncio con toda solemnidad. Si no hubiera querido deslumbrarle a usted solemnemente, habría escrito que este invierno tendremos mal tiempo, y ya está.
     
    Ese mal tiempo, de todas formas, hará que suba “la siniestralidad en las vías interurbanas”, lo cual también le expreso a usted con la ampulosidad precisa para que le dé la importancia debida al hecho de que habrá más accidentes en las carreteras.
     
    Y los habrá, sin duda; por mucho que para evitarlo se produzca un despliegue de las “fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado”, mayormente de la Guardia Civil.
     
    Lógico, porque las condiciones climatológicas adversas y el consiguiente despliegue de las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado para evitar la siniestralidad en las vías interurbanas se van a dar porque “caerán precipitaciones en forma de nieve”. También pueden sobrevenir “precipitaciones en forma de granizo”, incluso “precipitaciones en forma de agua”.
     
    Y no se quede usted ahí: las peores precipitaciones son las de viento: se precipitan los árboles, se precipitan las cornisas, se precipitan los carteles de las peluquerías… Sí, a veces ocurren tales desgracias por la negligencia de los responsables de conjurar esos riesgos, personas que descuidan sus obligaciones y que en algunos casos se merecen acabar encerradas en una institución penitenciaria, lo que antes de inventarse el idioma administrativo se llamaba prisión.
     
    Los accidentes de tráfico debidos a que nevará, granizará o lloverá (o sea, precipitaciones en forma de tal y tal) se concentrarán en algunos “puntos kilométricos”: “Atención, se ha producido un desprendimiento de tierras (o sea, otra precipitación) en el punto kilométrico 21”; es decir, lo que veníamos llamado “el kilómetro 21”.
     
    Y eso nos lleva a la perplejidad de conocer que hay puntos kilométricos, cuando siempre los imaginábamos redonditos y pequeños; vamos, de milímetros. Los puntos siempre fueron milimétricos.
     
    Alguna extraña razón activa en ciertas personas la costumbre de alargar los términos de cualquier idea. Quizás el subconsciente les dice que así consiguen alargar la idea misma. Y entonces incurren en pleonasmos como el de esas fuerzas y esos cuerpos (se nos haría raro pensar en cuerpos de seguridad sin fuerza, o en fuerzas de seguridad sin cuerpos); o el de las precipitaciones que caen (o caídas que se precipitan); casi siempre hacia abajo, por cierto.
     
    Hoy se celebra la Lotería de Navidad. Así que a algunos se les precipitará el Gordo. Les caerán precipitaciones en forma de premios. Y lo organiza todo la Sociedad de Loterías y Apuestas del Estado, que no debemos entender como la sociedad mediante la cual el Estado lanza sus envites (las apuestas del Estado), sino como la “sociedad estatal de loterías y apuestas”, pues se supone que quienes juegan son los ciudadanos. (Bueno, y también el Estado, ciertamente, porque a veces le tocan los números que nadie compró).
     
    En fin, ante tanta precipitación en el lenguaje oficial, constituye nuestro deber avisar a los lectores: habrá euforia de los agraciados, que se amontonarán si el premio, como acostumbra, está muy repartido. Eso puede generar “la invasión de las vías urbanas”; y “los efectivos de las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado” no podrán desplegarse “por toda la geografía nacional”. Por tanto, se informará con puntualidad acerca de eventuales “alertas de nivel amarillo (circulación intermitente)” para evitar “la siniestralidad invernal”.
     
    Ahora bien (y aquí viene el principal aviso): se oirá decir en los medios de comunicación que algunos afortunados, deseosos de celebrar su suerte, han tirado la casa por la ventana. Eso, que conste, forma parte del lenguaje popular (tan distinto del lenguaje verdadero) y, por tanto, no debe tomarse al pie de la letra, pues en ningún caso significará que se estén produciendo precipitaciones en forma de muebles.
     

    lunes, 16 de diciembre de 2013

    Escritores maniáticos.- Artículo de Victor Montoya



    Hoy os dejo con otro de esos artículos sobre las manías de los escritores...

    Escritores maniáticos

    •  Por: Víctor Montoya - Escritor



    Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Anthony Burgess y Marcel Proust


    Los escritores tienen manías que arrastran a lo largo de la vida, desde el instante en que son una suerte de náufragos que viven recluidos en una isla a lo Robinson Crusoe. El mismo acto de la escritura es, por antonomasia, una manía de solitarios, en cuyo trance nadie puede echarles una mano ni soplarles al oído lo que deben o tienen que escribir.

    Las manías de los escritores son tan diversas como las de todos los mortales. He aquí algunos ejemplos: los escritores como Vargas Llosa se parecen a los peones que, una vez aseados y encerrados en el escritorio, se entregan a merced de su imaginación desde las primeras horas de la mañana, sin permitir que nada ni nadie los interrumpa en el instante de la inspiración; ese misterioso soplo que a uno lo toca en el proceso de la creación.

    Otros no soportan cambiar de bolígrafo o color de tinta, como José Miguel Ullán y Tom Sharpe, quienes, además de usar estilográficas baratas, escriben primero a pulso y luego a máquina. Cortázar casi siempre leía los libros sorbiendo mate del poro y con un bolígrafo en la mano, para anotar comentarios al margen de las páginas, subrayando algunos párrafos hasta la extenuación o, simplemente, corrigiendo las erratas que en algunas ediciones se esconden como alimañas entre renglón y renglón. Faulkner escribía siempre sobre papel azul, Goethe lo hacía sentado en un caballito de madera, Dostoievski caminando por la habitación, Günter Grass con una estilográfica Montblanc y en un rincón de su estudio de pintura.

    Si Ernest Hemingway escribía de pie, Graham Greene escribía con lápiz, en tanto Anthony Burgess escribía aproximadamente 300 palabras diarias y, como la mayoría de los escritores contemporáneos, usaba un miniordenador para producir y reproducir sus textos, aunque estaba convencido de que el ordenador sólo servía para escribir cartas a los amigos y no para crear textos literarios.

    Algunos tienen la misma manía que García Márquez, quien, antes de que en su oficio irrumpiera el ordenador, utilizaba una máquina eléctrica de la misma marca y con el mismo tipo de letra; un papel blanco, de 36 gramos y tamaño carta. Alguna vez confesó también que no escribía mientras no tenía en el cuarto una temperatura de 30 grados y un ramillete de rosas amarillas en el florero, por esa vieja superstición de que las flores amarillas le traían suerte en el instante de describir a personajes encerrados en sí mismos, conversando con su propia soledad y creciendo como las raíces del chinchayote, a la manera de Rulfo, Pessoa y Onetti.

    No se deben olvidar las manías de los autores que escriben en medio de un desorden organizado, a cualquier hora del día y en cualquier lugar; en el bar, la calle, el comedor y hasta en el baño, y no necesariamente en un cuadernillo sino sobre una tira de papel higiénico, la factura del restaurante, una cajetilla de cigarrillos o, simple y llanamente, en el borde de un periódico o revista.

    Así, pues, las manías de los escritores, como todo lo demás en la vida, son tan variadas como las obras literarias y las manías de los mismos lectores.

    Entre la variada gama de escritores que ostentan diversas manías, yo me identifico con quienes tienen la manía de escribir en la cama, pues es el único espacio, de dos metros por dos, que el individuo habita por completo y donde saca a traslucir su estado más natural, aparte de que es un mueble indispensable donde comienza y termina el ciclo de la vida. No en vano Vicente Aleixandre, Marcel Proust y Juan Carlos Onetti cerraron el ciclo de su creación literaria en la cama. Tampoco se puede negar que Don Quijote -como su creador- pergeñó sus aventuras en la cama, que Miguel de Unamuno y Valle-Inclán recibían a sus amigos en la cama, o que Oscar Wilde escribió sus mejores obras en posición horizontal, al igual que Marcel Proust, quien reposaba hasta pasado el mediodía, escribiendo y corrigiendo sus manuscritos. Por eso la cama de Proust, en la cual pasó las tres cuartas partes de su vida, estaba siempre distendida, salpicada de folios y hojas sueltas que delataban su caligrafía menuda. Pasaba más tiempo en la cama que en el escritorio, ordenando sus asuntos y peleando con la máquina para terminar una crónica sin firma, en medio de un silencio que le era necesario para escribir lejos del ruido mundano y a espaldas del tiempo.

    Las camas y recámaras, en todas las épocas, han tenido su debida importancia. En 1620, la marquesa de Rambouillet convirtió su recámara en un salón literario, donde reunía a sus amigos en célebres tertulias. En México, Frida Kahlo pintó algunos de sus autorretratos más célebres postrada en la cama, mirándose en el espejo empotrado en el techo de su recámara. Por cuanto la cama no sólo sirve para retozar y dormir, sino también para nacer, crear, amar y morir, tal cual reza el proverbio: "En la cama duerme el Rey y duerme el Papa, porque de dormir nadie se escapa".

    Por lo que a mí respecta, y sin el menor rubor en la cara, debo confesar que durante mucho tiempo tuve la manía de escribir en la cama. A veces, entre el sueño y la creación literaria, me asaltaba la extraña sensación de parecerme a un sultán, aunque no estaba rodeado de mujeres adornadas con joyas ni velos, sino apenas de almohadas que relajaban la tensión de mi cuerpo. Por las mañanas, al incorporarme en la cama, pegaba un salto hacia la silla del escritorio, y lo primero que hacía era coger mi pipa, llenarla con tabaco, llevármela a la boca y encenderla para que la fragancia del humo revoloteara entre las paredes del escritorio, que a la vez hacía de dormitorio. A un lado de la cama estaba el estante rojo empotrado en la pared, con los libros al alcance de la mano; y, al otro, el escritorio negro sobre el cual tenía el Pequeño Larousse y el Diccionario de la Real Academia Española, un papel a medio escribir metido en el rodillo de la máquina y un ordenador en cuya pantalla se reflejaban los movimientos más ridículos que ejecutaba en la cama.

    De modo que escribir en la cama es también una manía que forma parte de la conducta personal de algunos escritores, quizás un vicio secreto sobre el cual todos prefieren callar, por temor a perder el pudor y la amistad, o quedarse definitivamente anclados en el aislamiento y la soledad que, al fin y al cabo, es la única y mejor compañera de quienes tienen la manía de escribir.

    Oscar Wilde es uno de los que tenía la manía de escribir en su cama

    Frida Kahlo tenía la manía de pintar en su cama

    Existen numerosos escritores con distintas manías

    Se dice que la manía de Hemingway era escribir de pie

    lunes, 2 de diciembre de 2013

    Manías de los escritores.- Artículo de David González


     El otro día, por casualidad buscando información sobre otro tema, topé por internet con éste artículo que me pareció muy curioso.

    Aquí os lo dejo, espero que a vosotros también.



    Manías de escritor: http://www.tiempo.uc.edu.ve/tu735/paginas/6.htm


    David González Torres
    Juan Carlos Onetti decidió vivir postrado en su cama, en su domicilio de Madrid, leyendo novelas policíacas, fumando y bebiendo güisqui. La fotografía es de su viuda Dorotea Muhr, Dolly, quien acompañó al escritor los últimos 40 años de su vida –la mitad en Montevideo, la otra en Madrid– lo atendió cuando se radicó definitivamente en la cama y le transcribió a máquina buena parte de su obra.
    Cuando se le pregunta a Ignacio Echevarría cómo, dónde y cuándo Roberto Bolaño pergeñaba sus novelas, el albacea literario del escritor chileno responde con una anécdota: escribía de noche, con sus auriculares puestos y escuchando canciones de heavy metal.

    Esta afirmación manifiesta que muchos genios de la literatura suman manías para inspirarse frente a un papel en blanco, algunas más excéntricas y otras más personales. Nos adentramos así en esa trastienda íntima de un oficio, como es el de la escritura, en muchos casos desconocida por sus lectores fieles.

    Recordemos, por ejemplo, que Ana María Matute, Premio Cervantes de las Letras 2010, siempre confiesa que se inventa supersticiones. Una de ellas es no mirar nunca el folio desnudo de letras, crear en soledad, corregir con lápices de colores sus manuscritos y jamás ponerse de “espaldas a una puerta”.

    Menos maniática y más formal era la novelista Carmen Martín Gaite, que escribía a mano, aferrada “tercamente, como única tabla de salvación”, a la pluma estilográfica que heredó de su padre, como así aseguró en el discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 1988.

    Sin embargo, existieron extravagancias de otros grandes escritores. Es conocido que en los últimos años de su vida Juan Carlos Onetti decidió vivir postrado en su cama, en su domicilio de Madrid, leyendo novelas policíacas, fumando y bebiendo güisqui.

    “Yo escribo por ataques: a veces me paso meses y meses y no se me ocurre nada, pero siempre sé que volverá”, decía el escritor uruguayo sobre la inspiración. En la foto que ilustra este reportaje, vemos ese momento íntimo de Onetti en su cama, en una instantánea hecha por su viuda Dolly incluida en el libro Juan Carlos Onetti: ensayo iconográfico (Centro Editores, 2010).

    Aunque la imagen icónica de Onetti también quedó retratada para la posteridad en las escenas de la película El dirigible, de Pablo Dotta, donde se mezclaba el argumento fílmico con fragmentos de una entrevista al autor, que nunca quiso conceder.
    Más al norte de Europa, en un pequeño pueblo sueco llamado Uppsala, la escritora Asa Larsson des-vela que tiene una gran habilidad para escribir en cualquier sitio, aunque lo haga a menudo a oscuras, de madrugada cuando sus hijos no le molestan: “Creo que cuanto más rituales y manías tienes, más complicado es escribir. Mi lema es “sin excusas”. Só-lo importa el papel y el bolígrafo”, explicaba.

    Son manías que muchos periodistas obviamos a la hora de retratar a los autores o de reseñar sus libros. Por ese motivo, habría que rememorar una intensa frase de Edgar Allan Poe: “Cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que quisiera describir, paso a paso, la marcha progresiva de sus obras. Muchos prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de frenesí o de intuición”.

    Pues bien, esas compilaciones existen ya desde hace años en librerías. Títulos como Escribir es un tic. Los métodos y las manías de los escritores (Ariel, 2008), de Francesco Piccolo; o Cuando llegan las musas (Espasa Calpe, 2009), de Ángel Esteban y Raúl Cremades, retratan esa “marcha progresiva” de la que hablaba Poe.

    Piccolo, por ejemplo, rescata la obsesión de Juan Ramón Jiménez por el silencio absoluto mientras estaba componiendo sus poemas. Al Premio Nobel de Literatura 1956 le enturbiaba la agresión del ruido. Cambiaba constantemente de domicilio, incluso forró de corcho su despacho del piso madrileño donde vivía. Pero un simple canto de un grillo era suficiente para irritarle.

    Al margen de lo narrado en este libro, sus allegados incluso comentan que Juan Ramón se encerraba a menudo en monasterios de clausura para    crear su obra. Necesitaba imperiosamente el silencio, comentan.

    Y qué decir del precoz Truman Capote, que, desde su infancia, se iniciaba en la literatura, portando un diccionario y un pequeño lápiz para realizar sus anotaciones creativas. También Ernest Hemingway, quien garabateaba en una cafetería, cerraba al fin su cuaderno cuando le llegaban las musas y postergaba a la mañana la escritura para pasear por su adoptivo París. Luego, reescribía hasta 30 veces lo que quería narrar. En su bolsillo llevaba siempre un amuleto, una pata de conejo o una castaña.

    John Cheever relata que su oficio de cuentista se trasladaba a la cocina de su casa, donde escribía en calzoncillos. Y Georges Simenon, creador del comisario Maigret, comenzaba sus novelas leyendo una guía telefónica y ahí escrutaba, leía en voz alta y seleccionaba en una lista los 30 nombres de sus posibles personajes.
    El otro compendio, Cuando llegan las musas, además, nos ilustra cómo Gabriel García Márquez novela siempre en su despacho con una flor amarilla a su lado; y el también Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, trabaja rodeado de figuritas con forma de hipopótamo. O cómo Jorge Luis Borges se zambullía en su bañera para que una idea matinal se convirtiera en cuento borgesiano. Manías, supersticiones, rutinas que muchos escritores inventan para parir su literatura.

    viernes, 8 de noviembre de 2013

    "Las escritoras no tienen quien les premie" un artículo interesante




    Para que tengáis lectura para el fin de semana os copio un artículo que me había gustado y se lo pasé a mis compañeros de tertulia pero tenía pendiente dejaros aquí en el blog.
    Trata sobre las escritoras y los premios literarios. La periodista va haciendo un repaso por los premios importantes en nuestro país y se va comprobando premio por premio que las mujeres hemos salido perdiendo...
    A ver qué os parece... Cómo dice al final del artículo ¡¡los datos cantan!!

    EL CORREO, 22 de octubre de 2013

    Las escritoras no tienen quien les premie

    Cuanto más alta es la dotación de un galardón, más crudo lo tienen las novelistas. Pero lo peor son los reconocimientos oficiales, ahí están todavía muy por debajo

    ITSASO ÁLVAREZ | BILBAO
    Alice Munro y Clara Sánchez./ Efe
    En las dos últimas semanas, dos mujeres han ganado un premio literario, Alice Munro y Clara Sánchez. Toda una novedad, porque a pesar de ello, la literatura es también un reflejo de la sociedad en que vivimos y es mayoritariamente territorio masculino. Suele decirse que la mayoría de las personas que leen son mujeres, pero las editoriales y convocantes de premios no parecen darse por aludidas, porque siguen valorando, en su inmensa mayoría, a varones. Sin porcentajes, tan sólo con cifras exactos, repasaremos los números que ofrecen algunos de los premios literarios de mayor prestigio y trayectoria dilatada a ambos lados del charco… Con un matiz: dejaremos para otra ocasión los datos de la cantidad de mujeres que han quedado como finalistas de muchos de estos galardones; nos llevaríamos una sorpresa con las cifras. Pero lo peor son los reconocimientos oficiales, ahí ya están todavía mucho más por debajo: las autoras no ganan los premios que otorga el Ministerio de Cultura: Premios Nacionales (de Poesía, Narrativa, Teatro, Ensayo, Cine…), Premio de las Letras, Príncipe de Asturias, Reina Sofía (de Poesía), Cervantes… quedan casi siempre en manos de escritores. 
    Premio Nobel de Literatura. Se entrega desde 1901 y está dotado con diez millones de coronas suecas, un poco más de un millón de euros, aunque en los dos últimos años esta cuantía se ha reducido un 20%. En sus 110 ediciones ha tenido 13 ganadoras. La primera fue la novelista sueca Selma Lagerlöf en 1909. Le siguieron Grazia Deledda, Sigrid Unsedt, Pearl S. Buck, Gabriela Mistral, Nelly Sachs, Nadine Gordimer, Toni Morrison, Wislawa Szymborska, Elfriede Jelinek, Doris Lessing, Herta Müller y, este año, Alice Munro. 
    La Sonrisa Vertical de narrativa erótica era un concurso literario convocado y publicado por la editorial española Tusquets. Se convocó por vez primera 1979 y se suspendió en 2004. El jurado estaba presidido desde su creación por el director cinematográfico Luis García Berlanga. En sus 25 ediciones tuvo cinco ganadoras. Cinco, o siete, porque el concurso permitía la publicación por pseudónimo y nunca se supo quiénes estaban detrás de dos de ellos. Este certamen sirvió para dar a conocer al gran público a Almudena Grandes, premiada por ‘Las edades de Lulú’ en 1989.
    Premios de Narrativa Torrente Ballester. Tres ganadoras en 24 ediciones (el fallo de la número 25 se dará a conocer el mes próximo). Dotado con 25.000 euros y organizado por la Diputación de La Coruña, su primera edición fue en 1989 y tuvieron que pasar 20 años hasta que una mujer, Milagros Frías Albalá (‘El verano de la nutria’), fue, a juicio de los distintos jurados, premiada con este galardón. 
    Premio Alfaguara de Novela en lengua castellana. Lo creó en 1965 la editorial homónima (fundada un año antes por el escritor Camilo José Cela) y se siguió convocando hasta 1972. Su dotación económica era de 200.000 pesetas. En 1980, Alfaguara fue comprada por el Grupo Santillana y, tras veinticinco años de ausencia, en 1998 se volvió a convocar de forma anual con una fuerte vocación latinoamericana y una cuantía económica de 175.000 dólares. A lo que vamos: 24 ediciones, 4 ganadoras. La última, en 2000, Clara Sánchez, por ‘Ultimas noticias del paraíso’. Anteriores a ella fueron galardonadas Elena Poniatowska, Laura Restrepo y Graciela Montes y Ema Wolf. Para la próxima edición, la escritora Laura Restrepo presidirá el jurado, justo diez años después de que ella misma obtuviera el galardón con ‘Delirio’.
    Premio Herralde, convocado por Editorial Anagrama y dotado con 18.000 euros más la publicación de la novela en la editorial convocante. 30 ediciones, dos ganadoras. Adelaida García Morales, en 1985, por ‘El silencio de las sirenas’, y Paloma Díaz-Más, en 1992, por ‘El sueño de Venecia’. 
    Premio Azorín de Novela. Toda una novedad, es un galardón que trata bien a las escritoras: 20 ediciones, diez ganadoras. Su primera edición fue en 1984 y siempre ha gozado de gran prestigio. Hoy por hoy cuenta con un premio de 68.000 euros. Zoé Valdés ha sido la última premiada. Almudena de Arteaga, Pepa Roma, Begoña Aranguren, Lola Beccaria, Ángela Becerra, Eugenia Rico, Luisa Castro, Dulce Chacón y Daína Chaviano. 
    Premio Biblioteca Breve, 27 ediciones, 8 ganadoras. En sus doce primeras ediciones, de 1958 a 1972, sólo ganó una escritora, la cubana Nivaria Tejera. En ese año dejó de convocarse hasta que en 1999 la editorial Seix Barral lo retomó. En sus últimas quince ediciones ha habido siete mujeres galardonadas. ‘Música de cámara’, de Rosa Regàs, ha sido la última obra premiada. 
    Premio Clarín de Novela. Se rompe la estadística. 8 ganadoras en 15 ediciones. Es un premio de literatura en Lengua Española concedido anualmente por el Grupo Clarín de Argentina. Fue creado en 1998 y su primer galardonado fue Pedro Mairal por ‘Una noche con Sabrina Love’. El ganador recibe 150.000 pesos y la publicación de su novela por el sello Clarín Alfaguara. Se falla a finales de año y cada año recibe cientos de originales procedentes de de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. 
    Premios de la Crítica. Data de 1956 y no tiene dotación económica, pese a lo cual está considerado uno de los galardones más prestigiosos de España. Su jurado está compuesto por 22 miembros de la Asociación Española de Críticos Literarios, prácticamente todos varones. No extraña por ello la proporción de ganadoras: tres en 56 ediciones. Clara Usón, Elena Quiroga y Ana María Matute. 
    Premio Felipe Trigo de Novela del Ayuntamiento extremeño de Villanueva de la Serena. Otorga 6.500 euros para la Narración Corta y 20.000 para la Novela. Empezó su recorrido reconociendo la obra de una mujer, Esperanza Cifuentes, en 1981. Dos años después premió a Elena Santiago (‘Manuela y el mundo’) y luego hubo que esperar 28 años para reconocer a la tercera de las cuatro ganadoras en sus 31 ediciones, Noemí G. Sabugal, por ‘Al acecho’. La última galardonada fue, el año pasado, Marisol Ortiz de Zarate. En resumen: cuatro escritoras en 32 ediciones, en la categoría de Narración Corta. En la categoría Novela ha habido seis ganadoras, cinco, en realidad, porque destaca la doble mención de Dolores Soler-Espiauba en 1987 y en 1988. 
    Premio Café Gijón. Tomó su nombre de la tertulia del Café Gijón de Madrid de la mano del actor y escritor Fernando Fernán Gómez en 1949. El premio era gestionado por el propio Café Gijón y su prestigio tuvo que ver más con la difusión y calidad de los autores que con la retribución que por él se recibía, dado que en muchas ocasiones las obras galardonadas no eran publicadas por falta de fondos. La revitalización del premio se produjo en 1989, cuando el Ayuntamiento de Gijón se hizo cargo de la organización. Diez mujeres han resultado ganadoras en sus 63 ediciones.
     
    Premio FIL de literatura en lenguas romances. Creado en 1991 con el nombre de Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, se otorga a escritores de cualquier género de la literatura (poesía, novela, teatro, cuento o ensayo literario) que tengan como medio de expresión artística alguna de las lenguas romances: español, catalán, gallego, francés, occitano, italiano, rumano o portugués. 23 ediciones, tres ganadoras. Margo Glantz, Olga Orozco y Nélida Piñón.
    Premio Planeta de Novela. 60 ediciones, seis ganadoras, si bien 17 mujeres han resultado finalistas a lo largo de su historia. Su primera convocatoria tuvo lugar en 1952. Es el segundo premio literario mejor dotado del mundo después del Premio Nobel de Literatura, con 601.000 euros para el ganador y 150.250 para el finalista. Se falla cada 15 de octubre, festividad de Santa Teresa (onomástica de la esposa del fundador, María Teresa Bosch). La ganadora de este año es Clara Sánchez y la finalista Ángeles González-Sinde.
    Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Su primera edición fue en 1967 y se otorgaba cada cinco años, pero es bienal desde 1987. Tiene una dotación de 100.000 euros y gran prestigio. 17 ediciones, dos ganadoras.
     
    Premio Fernando Lara de Novela. Es otro premio del Grupo Planeta, instaurado en 1996. Mejora al anterior, con 5 premiadas en 17 ediciones. 
    Premio Miguel de Cervantes, considerado el Premio Nobel en castellano porque trata de premiar una carrera literaria y no una obra en concreto. Su primera entrega fue en 1976 y las personas candidatas al premio las propone la Real Academia de la Lengua Española. María Zambrano, Dulce María Loynaz y Ana María Mature figuran entre los galardonados en sus 38 ediciones. 
    Premio Nacional de las Letras Españolas. Otorgado por el Ministerio de Cultura en reconocimiento del conjunto de la obra literaria de un escritor español, en cualquiera de las lenguas españolas. Está dotado con 40.000 euros y fue creado en 1984. Tres ganadoras en 29 ediciones. Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y Rosa Chacel.
    Premio Príncipe de Asturias de las Letras. 33 ediciones, seis ganadoras. De ellas, tan sólo una de nacionalidad española, Carmen Martín Gaite. Se concede desde 1981 a la persona, grupo de personas o institución cuya labor creadora o de investigación represente una contribución relevante a la cultura universal en los campos de la Literatura o de la Lingüística. A día de hoy, su dotación es de 50.000 euros. 
    Premio Nacional de Narrativa de España, otorgado por el Ministerio de Cultura. 58 ediciones, cuatro ganadoras. 
    Premio Nadal de Novela. Convocado por la editorial Destino, es el premio más veterano de España. La primera edición la ganó una mujer, Carmen Laforet, por ‘Nada’. No significó nada. En 70 ediciones ha habido 13 ganadoras. Dotado con 18.000 euros. 
    Premio Primavera de Novela. Lo ganó Rosa Montero en 1997, en su primera convocatoria, y después lo han hecho Lucía Etxebarría y Nativel Preciado. Ninguna mujer más en sus 16 ediciones. 
    Premio Tigre Juan. 33 ediciones, seis ganadoras. Nació con el objetivo de premiaba la mejor novela corta inédita, independientemente de si el autor era novel o consagrado. 
    Premio Internacional Alfonso Reyes. Galardón mexicano que se otorga por la distinción a la trayectoria, los méritos y las aportaciones dentro de la investigación literaria. El año pasado se lo llevó Ignacio Bosque, académico de la RAE autor del polémico artículo ‘Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer’, en el que critica las directrices contenidas en nueve guías sobre lenguaje no sexista elaboradas por comunidades autónomas, sindicatos y universidades. Quizá no debería sorprender, por ello, que en 41 ediciones, el Premio Internacional Alfonso Reyes se lo hayan llevado tan sólo tres mujeres. 
    ¿Seguimos? Premio de Novela Ateneo de Sevilla: 43 ediciones, 5 ganadoras. Premio de Relatos Cortos La Felguera: 57 ediciones, 8 ganadoras. Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor: 35 ediciones, 12 ganadoras (y eso a pesar de tratarse de un territorio en el que, aparentemente, las mujeres tienen cabida). Premio Lazarillo de Literatura Infantil y Juvenil: 55 ediciones, 23 ganadoras (se confirma lo dicho). Premio Gran Angular: 34 ediciones, 7 ganadoras. Premio Edebé de Literatura Infantil: 21 ediciones, 9 ganadoras. Premio Edebé de Literatura Juvenil: 21 ediciones, 6 ganadoras. 
    Los datos cantan.