Ayer, 13 de febrero de 2016, fue el Día Mundial de la Radio.
En su quinta edición estuvo dedicada a su papel en las catástrofes, en las emergencias.
Pero tiene una gran papel anónimo e individual. Un papel doméstico y cercano, uno casero y minúsculo, que sin embargo deviene en enorme, al menos para mí.
Yo quería dedicarle una entrada del blog a la radio por su importancia en la comunicación por supuesto, pero también en nuestras vidas, en la de ayer, en la de siempre. Yo soy más de radio que de televisión. Todas las mañanas, sea día laborable o día festivo, lo primero que hago en cuánto amanezco es encenderla, con el volumen bajito para no molestar, pero puesta. Y voy por mi casa con mi radio pequeña, mi "transistor" particular, como se decía antiguamente. Ya nadie dice "el transistor". Sin embargo es una palabra mágica. Esa palabra tiene un poder evocador impresionante. Es decirla, pensarla, e inmediatamente te trasladas a otro lugar lejano de tu infancia.
De niña en mi casa la primera radio que recuerdo era una muy grande de la marca Marconi, que la había hecho mi padre. Recuerdo que mi madre siempre tenía puesta la radio mientras desayunábamos con leche condensada y galletas Príncipe. Mientras mojábamos las galletas, mientras nos vestía y preparaba, escuchábamos un programa donde la voz de Enrique Dausá daba la hora cada minuto, y entre medias esperábamos "El cuento corto de hoy". Parece que lo estoy escuchando aún. "Radio hora, minuto a minuto". La voz de mi madre y ese soniquete recordándonos que se iba pasando el rato y había que apresurar, es la banda sonora de mi infancia.
Supongo que de aquellos desayunos me quedó esta afición por la radio. Me encanta. Si ando por casa no sé ir sin ella. Casi siempre Radio Nacional de España.
Los días laborables mientras desayuno y me arreglo para ir a trabajar escucho a Alfredo Menéndez en Las mañanas. Por las tardes, un par de días, los que puedo escuchar un poco al Ciudadano García, y más tarde El Ojo Crítico. Y los fines de semana siempre escucho No es un día cualquiera de Pepa Fernández, La Observadora de Teresa Viejo, Documentos y La Estación Azul.
Escucho mucho más la radio que veo la televisión. Aprendo mucho con ellos, y no solo me hacen compañía mientras voy a trabajar, sino que también lo hacen cuando hago mi caminata diaria, o los fines de semana mientras plancho y trasteo por mi casa.
Pero no quiero extenderme más.
No me costaría nada seguir escribiendo solo ello, sobre su papel evocador, su papel de compañero, su magia. Pero en realidad, solo quería dedicarle unas palabras de homenaje, una entrada pequeñita a la RADIO.
Pero así, con mayúsculas: LA RADIO.