Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

miércoles, 5 de octubre de 2016

Un artículo sobre Valle Inclán



Me ha gustanto tanto este artículo sobre Valle Inclán (este año se conmemora el 150 aniversario de su nacimiento) de Xosé Carlos Caneiro, en el periódico La voz de Galicia, que he querido compartirlo con vosotros. 

A ver qué os parece.






A VOZ DE GALICIA, 24 de septiembre de 2016

Valle-Inclán y el país mezquino

Xose Carlos Caneiro
 
Era carlista por estética, decía. Después quiso ser revolucionario. Coincidió este tránsito con la escritura de una de sus obras magnas: Luces de bohemia. No fue la única. Sus textos están escritos con pluma de ruiseñor, armónica y rutilante. Era y es gallego, aunque nadie lo recuerde. Al final de su vida decía ser comunista y no me extraña. En aquella España, cuando la República no era menos mediocre que la dictadura de Primo de Rivera, huir de las mayorías otorgaba un hálito distinguido. Algún día habría que hablar de la idílica república que tantos recuerdan con afán reivindicativo. No fue para tanto. Pero hoy no escribo de política: corro el riesgo de convertirme en ellos, ser como ellos, parecerme. Son los héroes del presente. Se habla más de Pablo Iglesias, Rivera, Sánchez y Rajoy que de la gente verdaderamente importante. Y menos, casi nada, de los imprescindibles. Este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Valle-Inclán, el centenario de Cela y los 400 años de la muerte de Cervantes. Qué importa. Aquí lo que se celebra es la política. Y así nos va.

Dejémoslo. Hoy quiero escribir de un genio mayúsculo. Probablemente uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura universal. Digo otra vez que era gallego. Escribía tan bien que a uno, y no lo niego, le han dado ganas de ponerse a aplaudir después de leerlo. En sus principios escribía desde la nostalgia. Pero terminó siendo el crítico más áspero de los tiempos que le tocó vivir. La realidad no le agradaba y por eso la distorsionó en el Callejón del Gato, donde todo se veía como en realidad era: deforme y grotesco. Fue antiburgués porque fue libre. Y carlista, también. Y comunista. Pero qué importa eso. Nada de lo que fue puede menguar la grandeza de su obra. Sus párrafos son de una exquisitez inaudita. Comenzó escribiendo las Sonatas y terminó redactando novelas que son poemas (¿Ha leído usted La corte de los milagros? Es tan espléndida que en verdad comprendemos el significado exacto de la palabra maravilla). Después de Valle-Inclán todos querían ser Valle-Inclán, aunque ninguno lo ha conseguido. El modernismo literario tiene en él la cúspide. Con Joyce y Proust. Lo demás son sombras a su lado. En ninguno de sus libros falta el talento.

Escribía de oído: eso que no saben hacer la mayoría de los redactores de historias con los que nos castiga el presente. Escribía teatro, pero en realidad solo escribió poemas que eran novelas (los personajes dialogaban para matar el tempo narrativo).

Valle-Inclán es tan formidable que en esta columna solo quiero reivindicarlo. Reivindicarlo frente a la bajeza política. Frente a la literatura de la bajeza. Frente a esta contemporaneidad que niega lo sublime y ensalza a los necios y majaderos. Era gallego, insisto. Y español. Que este 2016 pase de largo sobre Valle-Inclán y su obra es el síntoma evidente del país que somos: mezquino y gris.

martes, 4 de octubre de 2016

Recital de Amelia Peco, poeta en Madrid


Este jueves, 6 de octubre, una compañera de tertulia y literatura en general, Amelia Peco Roncero, va a hacer un recital de poesía en el Café Atelier.

Presentará su poemario "Para el amor y el fuego".

La presentación del acto correrá a cargo del Coordinador de la Tertulia Rascamán, de la que formamos parte todos, Javier Díaz Gil.
  
Si os interesa y podéis os animo a que os acerqueis al recital. No os defraudará. Amelia recita muy bien.



LUGAR: Atelier café de la Llana. c/ Embajadores, 26, Madrid.
FECHA: Jueves, 6 de octubre de 2016 a las 19:30 horas
Presentado por Javier Díaz Gil
 
 
 
 
 
Aire,
 
para qué tanto aire
si no respiro apenas,
si me ahogo en tu boca,
cada vez que me nombras. 
 
Amelia Peco

lunes, 3 de octubre de 2016

"Lugares que no quiero compartir con nadie" de Elvira Lindo





“Soy neoyorkina por la familiaridad que siento ya con la ciudad, y soy extranjera porque no tengo raíces aquí”.

Vamos a retomar el blog, y las reseñas de los libros que voy leyendo con “Lugares que no quiero compartir con nadie” de Elvira Lindo.

Cómo tenía previsto viajar por segunda vez a Nueva York, me apetecía leer mucho libros que hablaran de la ciudad, que me descubrieran lugares que yo no supiera que había que conocer. Y elegí dos libros, éste de Elvira Lindo que vamos a reseñar ya y uno de Enric González que reseñaremos otro día.

Pues bien, me han gustado mucho los dos.

“No es país para viejos, afirman con frecuencia, y lo hacen como si fueran los primeros en pronunciar la frase mientras tomamos un café con tarta de queso italiana en el Café Reggio, que se encuentra en el corazón del área de la Universidad de Nueva York. Cuántas afirmaciones no habré escuchado yo sentada en uno de estos viejos sillones de terciopelo y respaldos trabajosamente torneados. Cuántos de esos juicios implacables que se emiten tras observar la ciudad de manera superficial me han dejado preguntándome si la imagen de las ciudades o de los pueblos no depende de cuatro tópicos construidos y asumidos colectivamente por visitantes que llegan, pasan una semana y quieren marcharse a casa con un equipaje de opiniones rotundas. El hecho de que tantas veces se haya repetido esta misma conversación en el Reggio, un café de 1920 que se jacta de haber iniciado a los neoyorquinos en el arte del capuchino, tiene su porqué: se encuentra a un paso de Washington Square, en el West Village, cerca del Soho, a un paso deTribeca, en el centro del itinerario que suele patearse el visitante. Es aquí mismo donde descubre, entusiasmado, que Nueva York es también un entramado de callecillas con casas relativamente bajas, en el que todo parece estar hecho para enamorar al recién llegado: las pastelerías, las pequeñas boutiques caras pero con un encanto negligente y alguna librería, como Tree Lives, en la que parece que están a punto de entrar o acaban de irse Lou Reed o Patti Smith. Recuerdo haber pasado infinidad de tardes aquí, en el Reggio, divagando con los visitantes sobre el alma de la ciudad (o incluso sobre la del inabarcable país), escuchándolos sobre todo a ellos, sintiéndome cada vez más incapaz de afirmar o negar,porque según ha ido pasando el tiempo me he dado cuenta de que conocerla es aceptar que la desconoces, que hay algo en su más íntimo mecanismo que te es ajeno, de la misma manera en que uno siempre es un extraño sentado a una mesa entre los miembros de una familia que no es la tuya, por muy sincero que sea el cariño o la cercanía.”

“Lugares que no quiero compartir con nadie” de Elvira Lindo es un recorrido vital por la ciudad de la mano de esta autora que supongo que ya todos sabemos que ha vivido allí muchos años porque a su marido, el también escritor Antonio Muñoz Molina le hicieron Director del Instituto Cervantes.

No es la primera vez que leo a esta periodista y novelista, me gusta mucho su estilo directo, fresco, sencillo pero no exento de profundidad e intensidad si lo requiere el argumento. Por supuesto no es igual una novela que este caso, que podría denominarse de alguna manera “libro de viajes”, pero aún así también me ha gustado mucho por varias razones. 

En primer lugar, porque está escrito en primera persona pero no solo desde el punto de vista formal, sino en primera persona de forma íntima y personal. La autora te cuenta de su biografía en sus paseos por Nueva York, y lo hace desvelando mucho de su vida con su familia, con su marido Antonio, con sus tres hijos: Arturo, Miguel y Antonio, sin importarle “desnudar su intimidad” de alguna forma al lector. Esto hace que la lectura se vuelta más familiar, más entrañable.

Vemos Nueva York por los ojos de Elvira Lindo, que vive en el Upper West, y que te muestra la ciudad con sus paseos diarios con su perra Lolita o con sus allegados. Y al hacerlo te muestra sus recuerdos y anécdotas, ahondando en pensamientos y sentimientos. Humanizando la ciudad.

Por eso tan pronto estamos en los trágicos sucesos del 11 de septiembre de 2001 vividos en Nueva York por nuestros protagonistas, como estamos en la polémica que suscitó su pregón en Barcelona en el año 2006. Tan pronto estamos hablando de los problemas de ansiedad de la autora y que la lleva a la consulta de un especialista cada semana, como de la caída que tuvo en su ascensor, uno de esos que lleva ascensorista, que deja a varios de sus vecinos preocupado hasta tal punto que no dudan en llamar a su puerta una y otra vez para ver como evoluciona.

Cómo ya hemos dicho el tono de este libro es intimista, sencillo, efectivo desde luego, porque te identificas con la autora en sus momentos dramáticos, pero también te ríes con ella en los momentos cómicos y absurdos que vive. Y aunque espacialmente no salimos de Nueva York y alrededores, temporalmente va dando saltos, como siguiendo el hilo caótico y narrativo de los pensamientos de la autora, el hilo de sus recuerdos que tan pronto son más antiguos cómo más modernos. 

Supongo que quiénes ya hayáis leído a esta autora ya sabéis, y si no es así os lo digo, que su estilo literario aúna la ironía con la ternura perfectamente. Gracias a la conjugación sabia de ambos ingredientes, te hace partícipe de sus historias, te hace cómplice. En este caso hay momentos que se cuentan casi hilarantes, como el que os he comentado del ascensor, pero en general no es un libro divertido. Tiene un poso melancólico. Un tono profundo, sereno.

Elvira Lindo te muestra de Nueva York sus lugares preferidos, sus restaurantes, sus tiendas, sus calles, lugares cotidianos en su vida diaria. Te muestra tanto estos lugares menos conocidos, más anónimos pero muy sentimentales, como los más públicos como el Museo de Historia Natural, o el parque High Line, o la ribera del río Hudson, que también en su caso tienen su carga sentimental.

A mí me ha gustado especialmente cuando habla de las casas de algunos autores como su visita a la casa de la autora de Mujercitas, Louise Mary Alcott, o la casa de Luis Armstrong. Cuando lo leía me entraban ganas de salir corriendo a conocerlas. Me han gustado mucho las referencias literarias de sus paseos, no en vano tanto ella como su marido se mueven en este ambiente. Las referencias a la familia de Lorca en el exilio, por ejemplo. Paseos literarios que conllevan deferencia, respeto. Me gusta mucho cómo los trata.

Acompaña la autora su relato autobiográfico con una guía de lugares al final.

Y desde luego me ha gustado mucho cómo ha finalizado el libro, con esa alusión más extensa a la dedicatoria del libro: A Antonio, porque donde está él está mi casa. Precioso. El final, desde luego, es una declaración de amor.

Lo dicho. Me ha gustado mucho este libro. Aunque lo he comenzado con la certeza de que iba a visitar ya la ciudad de la que me estaba hablando y lo he terminado ya en ella. Por supuesto eso puede influir, influye mucho, teniendo en cuenta que es una ciudad a la que no me canso de volver. Pero no es una guía de Nueva York, no habla de los lugares principales a lo que tiene que ir alguien que nunca ha visitado esta ciudad, o tal vez sí, pero de pasada. Habla del Nueva York del día a día. Nos ofrece un relato vital de lo que es vivir en ella cada día durante seis meses al año. Con sus días nevados y sus días soleados. Con sus millones de habitantes de paso, con sus jaleo, y sus imbebibles cafés en las manos.

Es un libro de doscientas y pico páginas que se leen volando. Si te gusta Nueva York, y te gusta cómo escribe Elvira Lindo yo creo que te gustará.

  

domingo, 25 de septiembre de 2016

Casa de Rosalía de Castro en La Coruña



Me gusta mucho visitar las casas de los escritores: Dónde vivían, dónde escribían... En el blog tenemos reunidas todas las reseñas de esas visitas bajo la etiqueta "CASAS ESCRITORES", por si os apetece echar un vistazo a las que ya tenemos reunidas, que son unas cuántas.

 Hoy quería dedicar esta entrada a otra de esas casas. Aunque en este caso no se puede visitar, solo se puede ver desde fuera.

Me estoy refiriendo a la casa de Rosalía de Castro en el casco histórico de la ciudad de La Coruña. Una placa te avisa de que has llegado, está en la calle del Príncipe, en el núm. 3.

No es la casa donde nació la escritora, sino donde vivió desde finales del 1870 hasta el año 1875. La placa te dice que aquí vivió con sus hijos y su esposo en 1873, pero buscando información sobre ella he encontrado que lo hizo durante esos años.

La casa es un edificio construído en el siglo XVIII con cinco plantas, de unos 180 metros cuadrados cada una, con un jardín anexo. El matrimonio Murguía vivió en uno de los pisos, porque a Manuel Murguía le nombraron Jefe del Archivo del Reino de Galicia. Aquí también nació la quinta hija del matrimonio, Amara.

La casa en la actualidad no se puede visitar, como ya os he dicho. Su historia ha sido azarosa. En los años noventa "albergó un local de hostelería, con el nombre de Casa Rosalía, en el que se daban cita poetas y escritores participantes en encuentros literarios en la ciudad o los cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo". Fue propiedad de la Caixa Galicia que lo adquirió en el año 2004, hasta que lo cedió en el año 2007 a la Academia Real de Galicia que quería convertirlo en un nuevo centro cultural.

Pero al final por falta de dinero la RAG no pudo afrontar las obras que se necesitaba hacer en la casa para reconvertila en centro cultural y tuvo que devolvérseo a sus antiguos dueños, la antigua Caixa Galicia, y ahora Afundación, que son quiénes están haciendo obras ahora en ella. Parece ser que estaban arreglando los tejados y las bajantes principalmente y luego demás obras de mantenimiento.

Ojalá que algún día esta casa pueda dedicarse a fines culturales.





viernes, 23 de septiembre de 2016

Man en Camelle. Museo y Casa


 Hace muchos años, la primera vez que viajé a la Costa de la Muerte, y conocí Camelle, también conocí a Man. 

Man en realidad se llamaba Manfred Gnädinger, y era un artista alemán que se había afincado cerca de la playa. Allí se había hecho una casa y allí, vestido únicamente con un taparrabos, se dedicaba a hacer unas curiosas construcciones alrededor de la casa en la que vivía. Teníais que haberlo visto, alto, delgado, muy delgado, con el pelo y la barba larga, y su escasa indumentaria moviéndose por su Museo al Aire libre...

Parece ser que había llegado allí en los años sesenta, en 1962 más concretamente, y desde entonces, al principio con oposición de los vecinos que no entendían por qué tenía que establecerse ese peculiar hombrecillo en su pueblo alterándoles... se había quedado. Dicen que al principio era mucho más corpulento, e iba bien vestido. También dicen que fue debido a un fracaso sentimental con una maestra del lugar por lo que terminó aislado en ese terrenito en la costa, que había comprado, y donde hizo su peculiar comunión con el mar y con la naturaleza.

Sí, Man, el amante del medio ambiente, había llegado para quedarse e inventar su peculiar edén con sus obras de arte hechas de piedras, botellas, conchas... Cincelaba las rocas con figuras geométricas, utilizaba las pinturas, las fotografías... y su ingenio.

Si tú le visitabas, costaba un euro entrar, y otro si querías hacer fotos, te dejaba una libretita para que le hicieras un dibujo. He leído que decía que “en cada papel está el alma de cada uno y mi objetivo es hacer un gran rascacielos con todas ellas”. Fuimos tres amigas, y la verdad es que yo no entré, pero una de mis amigas sí que le dejó su dibujito. 

Cuando la desgracia del naufragio del Prestige, gran parte de su obra al aire libre quedó teñida de negro, Man se deprimió por el desastre del Medio Ambiente y finalmente murió en 2002. Dicen que de pena.

Yo decir que esto no deber limpiarse nunca. Ser episodio de la historia. Quedar así debe, para todos recordar quién es hombre” “Dolor mucho dolor, porque el hombre no querer a hombre, ni querer a mar, ni querer peces, ni querer a playas”. 


Este verano he vuelto a Camelle, y por supuesto he vuelto a visitar a Man. Después de tantos años me ha gustado mucho hacerlo. Ahora sus vecinos le guardan memoria con un Museo a donde trasladaron todo lo que pudieron salvar de su casa. 

En él se puede ver gran parte de su obra. Muchos de los autorretratos que se hizo están allí, podéis verlo en las fotos.




También se pueden admirar las figuras que hacía con los botes de plástico, con las conchas, con los huesos de los animales, artilugios de pesca, con los distintos elementos que recogía de aquí y de allá, y con los que trabajaba.


Por supuesto están todas sus libretitas. Montones y montones de ellas. Se consideran ahora cuadernos de artista.





Junto a todo ello también estaban sus libros, libros de arte y de otras disciplinas.





Si seguís caminando hacia el mar llegareis a lo que queda de la casa de Man. En el Museo nos dijeron que claro, tan cerca del mar, con el clima que tienen tan extremo, esos vientos, esas olas, pues al ir pasando los años se va erosionando todo, y se va deteriorando. 

Pero aún quedan algunas de sus esculturas de roca en pie, quedan también sus figuras geométricas, la mayoría con forma de círculo que tanto le gustaban. 

Si vais a Camelle no dejéis de visitar a Man.




He encontrado este vídeo, por si os apetece saber más sobre Man y sus circunstancias, está muy bien.


https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=a39fdhGJrsg




miércoles, 21 de septiembre de 2016

Llega el otoño...




"En el Quijote, por ejemplo, hallamos cinco estaciones: «... a la primavera sigue el verano, al verano el estío, al estío el otoño y al otoño el invierno ya! invierno la primavera.» Y es que Cervantes utiliza los nombres de las estaciones en su sentido etimológico. Primavera significa literalmente ~



Comienza el otoño.

Leo en el artículo "Divertimento filológico del otoño" que la palabra "otoño" etimologicamente parece que viene del latín "augeo amnus", época de brote, tiempo de brote de las plantas. No tiene nada que ver con el sol, o el clima cómo si ocurre con los demás nombres de las estaciones. De aquí vendrían palabras como retoñar, o retoño. E incluso palabras como auge.

Parece ser que en las lenguas romances todas heredan la palabra otoño del mismo modo, en portugués, en italiano, en francés y en inglés se dice muy parecido porque sus términos vienen también de la misma palabra: outono, autumno, automne, autumm... Menos en catalán que se dice "tardor".

Leo también en el mismo artículo anterior, que nuestros poetas, Juan Ramón Jiménez y Machado han mostrado en sus poemas predilección por el otoño.

Otoño, triste príncipe.
de ojos celestes y cabellos áureos,
todo vestido de brocado negro,
cori hojas amarillas en las manos -

J.R. Jiménez.


El cárdeno otoño
no tiene leyendas
para mi. Los salmos
de las frondas muertas,
jamás he escuchado,
que el viento se lleva.
Yo no sé los salmos
de las hojas secas,
sino el sueño verde
de la amarga tierra. («Otoño» en Poesías Sueltas, 1898-1907)

Machado



Ojalá que ocurra lo de los dibujos, ojalá que como caen las hojas, nos caigan muchas y buenas lecturas, escrituras, y todo lo relacionado con ellas en este otoño que comienza. 




¿Cruzamos los dedos?



sábado, 17 de septiembre de 2016

Una curiosidad en Portugal, en Tavira


Hoy me vais a permitir que os deje con una imagen de algo que me hizo mucha gracia.

Se trata de una imagen que vale más que mil palabras.

Es una parada de autobús en Portugal.

Parece que el autobus suele tardar... ¿No?