“Soy neoyorkina por la familiaridad que siento ya con la ciudad, y soy
extranjera porque no tengo raíces aquí”.
Vamos a retomar el blog, y las
reseñas de los libros que voy leyendo con “Lugares que no quiero compartir con
nadie” de Elvira Lindo.
Cómo tenía previsto viajar por
segunda vez a Nueva York, me apetecía leer mucho libros que hablaran de la
ciudad, que me descubrieran lugares que yo no supiera que había que conocer. Y
elegí dos libros, éste de Elvira Lindo que vamos a reseñar ya y uno de Enric
González que reseñaremos otro día.
Pues bien, me han gustado mucho
los dos.
“No es país para viejos, afirman con frecuencia, y lo hacen como si
fueran los primeros en pronunciar la frase mientras tomamos un café con tarta
de queso italiana en el Café Reggio, que se encuentra en el corazón del área de
la Universidad de Nueva York. Cuántas afirmaciones no habré escuchado yo
sentada en uno de estos viejos sillones de terciopelo y respaldos
trabajosamente torneados. Cuántos de esos juicios implacables que se emiten
tras observar la ciudad de manera superficial me han dejado preguntándome si la
imagen de las ciudades o de los pueblos no depende de cuatro tópicos
construidos y asumidos colectivamente por visitantes que llegan, pasan una
semana y quieren marcharse a casa con un equipaje de opiniones rotundas. El
hecho de que tantas veces se haya repetido esta misma conversación en el
Reggio, un café de 1920 que se jacta de haber iniciado a los neoyorquinos en el
arte del capuchino, tiene su porqué: se encuentra a un paso de Washington
Square, en el West Village, cerca del Soho, a un paso deTribeca, en el centro
del itinerario que suele patearse el visitante. Es aquí mismo donde descubre,
entusiasmado, que Nueva York es también un entramado de callecillas con casas
relativamente bajas, en el que todo parece estar hecho para enamorar al recién
llegado: las pastelerías, las pequeñas boutiques caras pero con un encanto
negligente y alguna librería, como Tree Lives, en la que parece que están a
punto de entrar o acaban de irse Lou Reed o Patti Smith. Recuerdo haber pasado
infinidad de tardes aquí, en el Reggio, divagando con los visitantes sobre el
alma de la ciudad (o incluso sobre la del inabarcable país), escuchándolos
sobre todo a ellos, sintiéndome cada vez más incapaz de afirmar o negar,porque
según ha ido pasando el tiempo me he dado cuenta de que conocerla es aceptar
que la desconoces, que hay algo en su más íntimo mecanismo que te es ajeno, de
la misma manera en que uno siempre es un extraño sentado a una mesa entre los
miembros de una familia que no es la tuya, por muy sincero que sea el cariño o
la cercanía.”
“Lugares que no quiero compartir
con nadie” de Elvira Lindo es un recorrido vital por la ciudad de la mano de
esta autora que supongo que ya todos sabemos que ha vivido allí muchos años
porque a su marido, el también escritor Antonio Muñoz Molina le hicieron
Director del Instituto Cervantes.
No es la primera vez que leo a
esta periodista y novelista, me gusta mucho su estilo directo, fresco, sencillo
pero no exento de profundidad e intensidad si lo requiere el argumento. Por
supuesto no es igual una novela que este caso, que podría denominarse de alguna
manera “libro de viajes”, pero aún así también me ha gustado mucho por varias
razones.
En primer lugar, porque está
escrito en primera persona pero no solo desde el punto de vista formal, sino en
primera persona de forma íntima y personal. La autora te cuenta de su biografía
en sus paseos por Nueva York, y lo hace desvelando mucho de su vida con su
familia, con su marido Antonio, con sus tres hijos: Arturo, Miguel y Antonio, sin
importarle “desnudar su intimidad” de alguna forma al lector. Esto hace que la
lectura se vuelta más familiar, más entrañable.
Vemos Nueva York por los ojos de
Elvira Lindo, que vive en el Upper West, y que te muestra la ciudad con sus
paseos diarios con su perra Lolita o con sus allegados. Y al hacerlo te muestra
sus recuerdos y anécdotas, ahondando en pensamientos y sentimientos. Humanizando
la ciudad.
Por eso tan pronto estamos en los
trágicos sucesos del 11 de septiembre de 2001 vividos en Nueva York por
nuestros protagonistas, como estamos en la polémica que suscitó su pregón en
Barcelona en el año 2006. Tan pronto estamos hablando de los problemas de
ansiedad de la autora y que la lleva a la consulta de un especialista cada
semana, como de la caída que tuvo en su ascensor, uno de esos que lleva
ascensorista, que deja a varios de sus vecinos preocupado hasta tal punto que
no dudan en llamar a su puerta una y otra vez para ver como evoluciona.
Cómo ya hemos dicho el tono de
este libro es intimista, sencillo, efectivo desde luego, porque te identificas
con la autora en sus momentos dramáticos, pero también te ríes con ella en los
momentos cómicos y absurdos que vive. Y aunque espacialmente no salimos de
Nueva York y alrededores, temporalmente va dando saltos, como siguiendo el hilo caótico y
narrativo de los pensamientos de la autora, el hilo de sus recuerdos que tan
pronto son más antiguos cómo más modernos.
Supongo que quiénes ya hayáis
leído a esta autora ya sabéis, y si no es así os lo digo, que su estilo literario
aúna la ironía con la ternura perfectamente. Gracias a la conjugación sabia de
ambos ingredientes, te hace partícipe de sus historias, te hace cómplice. En
este caso hay momentos que se cuentan casi hilarantes, como el que os he
comentado del ascensor, pero en general no es un libro divertido. Tiene un poso
melancólico. Un tono profundo, sereno.
Elvira Lindo te muestra de Nueva
York sus lugares preferidos, sus restaurantes, sus tiendas, sus calles, lugares
cotidianos en su vida diaria. Te muestra tanto estos lugares menos conocidos,
más anónimos pero muy sentimentales, como los más públicos como el Museo de
Historia Natural, o el parque High Line, o la ribera del río Hudson, que
también en su caso tienen su carga sentimental.
A mí me ha gustado especialmente
cuando habla de las casas de algunos autores como su visita a la casa de la
autora de Mujercitas, Louise Mary Alcott, o la casa de Luis Armstrong. Cuando
lo leía me entraban ganas de salir corriendo a conocerlas. Me han gustado mucho
las referencias literarias de sus paseos, no en vano tanto ella como su marido
se mueven en este ambiente. Las referencias a la familia de Lorca en el exilio,
por ejemplo. Paseos literarios que conllevan deferencia, respeto. Me gusta
mucho cómo los trata.
Acompaña la autora su relato
autobiográfico con una guía de lugares al final.
Y desde luego me ha gustado mucho
cómo ha finalizado el libro, con esa alusión más extensa a la dedicatoria del
libro: A Antonio, porque donde está él está mi casa. Precioso. El final, desde luego, es una
declaración de amor.
Lo dicho. Me ha gustado mucho
este libro. Aunque lo he comenzado con la certeza de que iba a visitar ya la
ciudad de la que me estaba hablando y lo he terminado ya en ella. Por supuesto
eso puede influir, influye mucho, teniendo en cuenta que es una ciudad a la
que no me canso de volver. Pero no es una guía de Nueva York, no habla de los
lugares principales a lo que tiene que ir alguien que nunca ha visitado esta
ciudad, o tal vez sí, pero de pasada. Habla del Nueva York del día a día. Nos
ofrece un relato vital de lo que es vivir en ella cada día durante seis meses
al año. Con sus días nevados y sus días soleados. Con sus millones de
habitantes de paso, con sus jaleo, y sus imbebibles cafés en las manos.
Es un libro de doscientas y pico
páginas que se leen volando. Si te gusta Nueva York, y te gusta cómo escribe
Elvira Lindo yo creo que te gustará.
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