Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

lunes, 19 de octubre de 2009

Amalia Bautista, poesía indispensable


Aunque ella no lo sepa, ayer estuve con Amalia Bautista (Madrid, 1962).


Yo trasteaba por mi casa, y ella repetía para mí sola una conferencia que dio en la Fundación Juan March, el 18 y 19 de diciembre de 2008, que se titulaba “El mercurio que desaparece”. No pude estar ese día allí. Bien que lo sentí. Pero de vez en cuando la técnica y sobre todo ella tienen la deferencia de repetírmela y yo la escucho cada vez como si la fuera la primera, de tanto cómo me gusta. Ayer domingo, mientras yo recogía la ropa tendida, la doblaba, la planchaba, y organizaba los cajones, ella desde mi ordenador me recitaba poemas que acompañaban mi vida doméstica. Quién pudiera imaginar mejor compañía.


Nos conocimos hace ya unos años en el taller de creación literaria de Ágata, en Villaverde. Un día Javier Díaz, el monitor, nos trajo un par de poemas suyos para presentárnosla. Qué acierto. Desde ese día nos hemos hecho íntimas. Y muchas tardes, aunque ella no lo sepa, tomamos café juntas: ella recita y yo disfruto, disfruto mucho escuchándola, mientras me tomo mi café.


Os dejo con algunos de sus datos biográficos y sobre todo con su poesía. Qué difícil elegir solo algún poema, todos tan perfectos para mí, de tan sencillos, tan cotidianos y conmovedores.



Los pies

Qué feos son los pies de todo el mundo,
menos los de mis hijas.
Qué bonitos son los pies de mis niñas.
Los mofletes redondos y rosados de los ángeles
envidian sus talones, y sus dedos,
vistos desde la planta, diminutos,
tienen la suavidad de los guisantes.
Los tienen a estrenar. Y me conmueve pensar
en cada paso que aún no han dado.


Cuéntamelo otra vez

Cuéntamelo otra vez: es tan hermoso
que no me canso nunca de escucharlo.
Repíteme otra vez que la pareja
del cuento fue feliz hasta la muerte,
que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera
se le ocurrió engañarla. Y no te olvides
de que, a pesar del tiempo y los problemas,
se seguían besando cada noche.
Cuéntamelo mil veces, por favor:
es la historia más bella que conozco.


(Amalia Bautista. Cuéntamelo otra vez. Comares. La Veleta.1999)



Vamos a hacer limpieza general


Vamos a hacer limpieza general
y vamos a tirar todas las cosas
que no nos sirven para nada, esas
cosas que ya no utilizamos, esas
otras que no hacen más que coger polvo,
nos traen recuerdos amargos,
las que nos hacen daño, ocupan sitio
o no quisimos nunca tener cerca.
Vamos a hacer limpieza general
o mejor todavía, una mudanza
que nos permita abandonar las cosas
sin tocarlas siquiera, sin mancharnos,
dejándolas donde han estado siempre;
vamos a irnos nosotros, vida mía
para empezar a acumular de nuevo.
O vamos a prender fuego a todo
y a quedarnos en paz, con esa imagen
de las brasas del mundo ante los ojos
y con el corazón deshabitado.


La vida responsable

Conducir sin tener un accidente,
comprar desodorante y macarrones
y cortarles las uñas a mis hijas.
Madrugar otra vez, tener cuidado
de no decir inconveniencias, luego
esmerarme en la prosa de unos folios
que me importan exactamente un bledo
y darme colorete en las mejillas.
Recordar la consulta del pediatra,
contestar al correo, tender ropa,
declarar los ingresos, leer libros
y hacer unas llamadas por teléfono.
Me gustaría permitirme el lujo
de tener todo el tiempo que quisiera
para hacer un montón de cosas raras,
cosas innecesarias, prescindibles
y, sobre todo, inútiles y bobas.
Por ejemplo, quererte con locura.
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Amalia Bautista es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y trabaja en el departamento de comunicación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Ha publicado Cárcel de amor (Sevilla, 1988), La mujer de Lot y otros poemas (Málaga, 1995), Cuéntamelo otra vez (Granada, 1999), La casa de la niebla. Antología (1985-2001) (Mallorca, 2002), Hilos de seda (Sevilla, 2003), Estoy ausente (Valencia, 2004), Pecados, en colaboración con Alberto Porlan (Almería, 2005), Tres deseos. Poesía reunida (Sevilla, 2006), Luz del mediodía. Antología poética (México, 2007) y Roto Madrid, con fotografías de José del Río Mons (Sevilla, 2008). Poemas suyos han aparecido en antologías como Una generación para Litoral (Málaga, 1988), Poesia espanhola de agora (Lisboa, 1997), Ellas tienen la palabra (Madrid, 1997), La poesía y el mar (Madrid, 1998), Raíz de amor (Madrid, 1999), La generación del 99 (Oviedo, 1999), Un siglo de sonetos en español (Madrid, 2000) o Con gioia e con tormento. Poesie autografe (Rimini, 2006). Ha sido traducida al italiano, portugués, ruso y árabe.

viernes, 16 de octubre de 2009

Mafalda, por supuesto


Frases hechas. Origen religioso de algunas de ellas



A poco que nos detengamos a pensar en lo que acabamos de decir, nos damos cuenta de muchas veces estamos utilizando un montón de frases hechas, sobre todo en el lenguaje coloquial. ¿Que queremos decir cuando decimos "echar a uno con cajas destempladas" o "se ha roto la crisma"? Bueno más o menos sabemos el significado y todos nos entendemos. ¿Pero sabemos de dónde provienen estas frases? Es muy curioso el origen de muchas de ellas.


Os dejo hoy con unas cuántas:


He tomado la explicación del libro:


¿Qué queremos decir cuando decimos...?
José Luis García Remiro
Alianza Editorial





Hecho un adefesio



Va hecho un adefesio, decimos de una persona de aspecto ridículo, normalmente por llevar una prenda de vestir inadecuada o algún adorno extravagante. Antes se dijo “hablar adefesio” por decir despropósitos, disparates, cosas que no vienen a cuento de lo que se está tratando. Y así “adefesio” pasó de significar despropósitos, disparates a significar traje, prenda de vestir ridícula; y por último, persona de exterior extravagante y disparatado.

Ad Ephesios
es el título de una carta de San Pablo a los fieles de Éfeso. Aunque en ella condena la embriaguez y recomienda no beber vino, el carácter de cosa inútil o absurda se lo atribuyó el humor popular quizá por el hecho de que están tomadas de esta carta las palabras, que en el ritual religioso del matrimonio, dice el celebrante a los nuevos esposos como recomendación para su nuevo estado de casados y que, con tanta frecuencia, resultan inútiles.

Así lo interpreta Unamuno en Nuevo Mundo.



Echar a uno con cajas destempladas

Significa echar de malas maneras, violentamente. En esta expresión, caja es tambor, que puede destemplarse soltándole las cuerdas para que afloje el parche. Los tambores y otros instrumentos se aflojaban en ciertas circunstancias, como en ceremonias y cortejos fúnebres, para que diesen ese sonido destemplado. Así también, con las cajas destempladas, se expulsaba de la milicia a los soldados declarados infames, y se acompañaba a los reos al patíbulo. De esta costumbre en cortejos fúnebres y luctuosos, pasó al lenguaje común para expresar toda despedida de malos modos.



Romperse la crisma

Es descalabrarse, romperse la cabeza. También lo utilizamos como amenaza: “Te voy a romper la crisma”. Aquí crisma se toma por cabeza. En realidad crisma es el óleo que se consagra el jueves santo y con el que se unge en la cabeza a los catecúmenos cuando se les bautiza. La imaginación popular asoció este óleo sagrado a la cabeza y terminó llamando a la cabeza con el nombre del crisma que en el bautizo se pone sobre ella.

Es otro caso de las muchas locuciones que han pasado a nuestro idioma provenientes del mundo religioso.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Artículo de Juan José Millás: Las palabras de nuestra vida


Os dejo con un artículo sobre palabras y diccionarios de Juan Jose Millás que a mí me gustó mucho. Espero que a vosotros también.



LAS PALABRAS DE NUESTRA VIDA

24/02/2009


Resulta difícil imaginar un artefacto más ingenioso, útil, divertido y loco que un diccionario.


Toda la realidad está contenida en él porque toda la realidad está hecha de palabras. Nosotros también estamos hechos de palabras. Si formamos parte de una red familiar o social es porque existen palabras como hermano, padre, madre, hijo, abuelo, amigo, compañero, empleado, profesor, alumno, policía, alcalde, barrendero...
Escuchamos las primeras palabras de nuestra vida antes incluso de recibir el primer alimento, pues son tan necesarias para nuestro desarrollo como la leche materna. Por eso sabemos que hay palabras imposibles de tragar, como un jarabe amargo, y palabras que se saborean como un dulce. Sabemos que hay palabras pájaro y palabras rata; palabras gusano y palabras mariposa; palabras crudas y palabras cocidas; palabras rojas o negras y palabras amarillas o cárdenas. Hay palabras que duermen y palabras que provocan insomnio; palabras que tranquilizan y palabras que dan miedo.

Hay palabras que matan. Las palabras están hechas para significar, lo mismo que el destornillador está hecho para desatornillar, pero lo cierto es que a veces utilizamos el destornillador para lo que no es: para hurgar en un agujero, por ejemplo, o para destapar un bote, o para herir a alguien. Las palabras nombran, desde luego, aunque hieren también y hurgan y destapan. Las palabras nos hacen, pero también nos deshacen.
La palabra es en cierto modo un órgano de la visión. Cuando vamos al campo, si somos muy ignorantes en asuntos de la naturaleza, sólo vemos árboles. Pero cuando nos acompaña un entendido, vemos, además de árboles, sauces, pinos, enebros, olmos, chopos, abedules, nogales, castaños, etcétera. Un mundo sin palabras no nos volvería mudos, sino ciegos; sería un mundo opaco, turbio, oscuro, un mundo gris, sombrío, envuelto en una niebla permanente. Cada vez que desaparece una palabra, como cada vez que desaparece una especie animal, la realidad se empobrece, se encoge, se arruga, se avejenta. Por el contrario, cada vez que conquistamos una nueva palabra, la realidad se estira, el horizonte se amplía, nuestra capacidad intelectual se multiplica.
Pese a la modestia del primer diccionario que tuve entre mis manos (uno muy básico, de carácter escolar), recuerdo perfectamente la emoción con la que lo abrí y me adentré en aquella especie de parque zoológico de las palabras. Las primeras que busqué fueron, lógicamente, las prohibidas, para ver qué aspecto o qué costumbres tenían, como el niño que en el zoológico busca las jaulas de los animales más raros o exóticos o quizá más crueles. Una vez saciada esa curiosidad, caí rendido ante el misterio de las palabras de cada día. Me fascinaba aquella vocación por decir algo, por significar. A menudo, yo mismo ensayaba definiciones que luego comparaba con las del diccionario, asombrándome ante la precisión de bisturí de aquellas entradas. No se podía decir más ni mejor en menos espacio. Me maravillaba también la invención del orden alfabético, sin duda el más arbitrario de los imaginados por el ser humano y sin embargo el más universalmente aceptado. Al contrario del resto de los órdenes, no se sabe de nadie que haya intentado cambiarlo o subvertirlo.

En el diccionario están todas las palabras de nuestra vida y de la vida de los otros. Abrir un diccionario es en cierto modo como abrir un espejo. Toda la realidad conocida (y por conocer para el lector) está reflejada en él. Al abrirlo vemos cada una de nuestras partes, incluso aquellas de las que no teníamos conciencia. El diccionario nos ayuda a usarlas como el espejo nos ayuda a asearnos, a conocernos. Pero las palabras tienen, hasta que las leemos, una característica: la de carecer de alma. Somos nosotros, sus lectores, los hablantes, quienes les insuflamos el espíritu. De la palabra escalera, por ejemplo, se puede decir que nombra una serie de peldaños ideada para salvar un desnivel. Pero esa definición no expresa el miedo que nos producen las escaleras que van al sótano o la alegría que nos proporcionan las que conducen a la azotea; el miedo o la alegría (el alma) la ponemos nosotros. De la palabra oscuridad se puede predicar que alude a una falta de luz. Pero eso nada dice del temblor que nos producía la oscuridad en la infancia (el temblor, de nuevo, lo ponemos nosotros).

Las palabras tienen un significado oficial (el que da el diccionario) y otro personal (el nuestro). La suma de ambos hace que un término, además de cuerpo, tenga alma. Por eso se habla del espíritu o de la letra de las leyes. Cada vez que abrimos un diccionario y leemos una de sus entradas estamos insuflando vida a una palabra, es decir, nos estamos explicando el mundo.Resulta difícil imaginar un tesoro más grande que el compuesto por el María Moliner, el Coromines o el Larousse, además del Oxford y el de sinónimos y antónimos. No es que ese conjunto fuera perfecto para llevárselo a una isla. Es que él es en sí mismo una isla. Una isla de significado, es decir, una isla de sentido.


Autor
Juan José Millás
laopiniondetenerife.es, España

Jueves, 19 de febrero del 2009

jueves, 8 de octubre de 2009

Comienza de nuevo la tertulia del Café Galdós. Octubre. Curso 2009-2010




Dicen que los miércoles cuando se cierran las puertas del Café Galdós, da comienzo una actividad desconocida y frenética. Las jarras se colocan solas bajo el grifo de la cerveza, los panchitos y las galletas saladas se tiran de cabeza a sus cuencos, las pastas de té se arrastran por el mostrador despacio, haciendo ruido con su vestido de plástico, hasta dejarse caer en los platitos del café, y el café… uuhhmm el café hierve y empieza a oler humeando el local, aunque nadie lo haya hecho ni por supuesto lo vaya a beber. Los miércoles, cuando se cierran las puertas del Galdós, todos los objetos que allí habitan se engalanan para la reunión más importante de la semana: La post-tertulia del Galdós.

La noche anterior, la del martes, entre ellos hicieron apuestas sobre qué mesa se llevaría el premio de ser la afortunada. Casi siempre gana la primera de la derecha según entras a la sala del fondo, porque tuvo la suerte un día ya muy lejano de ser colocada bajo el foco más potente del local. Eso la vuelve más apetecida. Pero a veces, algunas veces, el azar hace justicia, da la oportunidad a las demás y llega un humano despistado más tempranero que los tertulianos y se sienta en ella. Al mismo tiempo que la primera mesa de la derecha se desluce de pura desilusión, las demás espabilan, parecen revivir y quieren taconear nerviosas sus patitas de madera contra el suelo, porque quién sabe, a lo mejor… Y se revuelven inquietas en su estática posición de mesas esperando que las saquen “a escuchar”, mientras hacen cábalas invisibles, sonríen con su boca de mármol, sueñan con ser la testigo afortunada ¿por qué hoy no? de la reunión semanal de los tertulianos del Galdós.

Dicen que ayer, miércoles, el primero de octubre, la ganadora, la elegida, fue la mesa del fondo a la izquierda. Hasta allí fue y en ella se sentó la primera tertuliana que llegó. Cómo iba ella a imaginar lo esperada que era, lo observada que fue mientras sus pies decidían donde esperaría a los demás. Una vez que la tertuliana se decidió y se sentó en la del fondo, las demás mesas envidiaron como solo pueden envidiar las mesas a la elegida, y supieron que tendrían que esperar a la post-tertulia para entretenerse, ilustrarse, enriquecerse y casi sentir con lo que solo pudiera contar ella, la protagonista, la estrella de esa noche, la que escuchó todo, la que lo vivió, la elegida mesa del fondo a la izquierda del Galdós.

Dicen que ayer miércoles, 7 de octubre, cuando se cerraron las puertas del Café Galdós, los focos del techo se volvieron lentamente pero con decisión hasta alumbrar por completo a la mesa del fondo a la izquierda. Dicen que las bandejas huérfanas de camareros pero ufanas como las que más, corrieron veloces debajo de las jarras de cerveza y los cuencos de panchitos, debajo también de las tazas del café y las orondas pastas de té. Dicen que inmediatamente después sobrevolaron el cielo granate del Galdós, hasta aterrizar sobre todas las desanimadas mesas, menos sobre la elegida que por supuesto esa noche libraba, para que todo estuviera recién preparado para la importante audición.

Dicen que ayer miércoles, 7 de octubre, cuando todo estuvo a punto, la mesa del fondo a la izquierda carraspeó como solo saben carraspear las mesas protagonistas, se frotó las patas de esa forma invisible que se las frotan las mesas elegidas, y comenzó a contar “de primera mesa” todo cuánto escuchó en la primera tertulia del curso 2009-2010 del Galdós…

Y recitó relatos líricos, microrelatos y largos relatos.
Y habló de lo “sucio y doloroso” que puede ser un verano.
Y revivió lo interesante que puede ser un viaje a la India.
Y recordó películas y más películas que a todos gustaron.
Y finalmente tertulió largo rato sobre el deseo y la imaginación.

Dicen que todo lo que contó ayer, miércoles 7 de octubre, la mesa del fondo a la izquierda del Galdós, un invisible bolígrafo lo había recogido ya y lo contará con más detalle en el cuaderno de bitácora: http://bitacoratertuliagaldos.blogspot.com/ de aquellos tertulianos. Pero dicen también, dicen, que no lo hará ni muy, muy de lejos, con el entusiasmo, la entrega y la pasión con que lo cuenta a quién quiera escucharla, con su voz de madera y su sonrisa de mármol, con el orgullo y la confianza de saberse el centro, la mesa del fondo a la izquierda del Galdós.

Eso dicen.

©Rocío Díaz
Octubre del 2009. Comienza el curso...

miércoles, 7 de octubre de 2009

Frase del día 7 de octubre















“¿Cuándo fue la última vez que sentiste algo por primera vez?”


martes, 6 de octubre de 2009

Un poema de Jesús Jiménez Reinaldo


Hoy me he tropezado de nuevo con un poema. Y de nuevo, también, me ha hecho sonreír. Me gusta tanto cómo me gustó cuando lo leí por primera vez.

Es de Jesús Jiménez Reinaldo.

A Jesús le conocí gracias a Javier Díaz Gil, gracias a nuestro taller de creación literaria. Después tuve la suerte de que me publicaran un par de relatos en la revista literaria Luces y Sombras, en el número 23 (diciembre de 2007), de la que Jesús es codirector, y gracias a eso compartimos varias presentaciones de la revista. Después hemos coincidido en lecturas poéticas, en tertulias, en otras presentaciones y siempre su compañía ha sido amena, interesante e instructiva.

Jesús Jiménez Reinaldo, reside en Rivas Vaciamadrid (Madrid), donde es profesor de Lengua Castellana y Literatura en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza y resumiendo mucho podríamos decir que tiene diversos premios en su haber como poeta y narrador, es colaborador habitual de varios periódicos y publicaciones, ha codirigido durante un tiempo la tertulia “Indio Juan”, ha formado parte de diversos jurados de premios literarios y ha impartido conferencias.

Este poema que os dejo aquí, obtuvo el año pasado, entre más de trescientos poemas participantes, el primer premio en la quinta edición del Premio Internacional de Poesía Gil de Biedma y Alba, convocado por el Ayuntamiento de Nava de la Asunción.

Se titula “Por Boston, con un radiador de aceite y un bocadillo de mortadela

Y dice así:



"Por Boston con un radiador de aceite y un bocadillo de mortadela"

(Jesús Jiménez Reinaldo)


He tenido un indio sioux,

durmiendo en el jardín de mi casa,

durante más de una década.

Vino un día cualquiera,

al terminar la jornada en una obra del centro de la city,

y se quedó sin oposición con la caseta del perro.

Las autoridades me obligaron a empadronarlo en mi hogar,

como si fuera uno más de la familia,

y lo sumé a mi declaración de Hacienda,

y a los partidos de los Celtics,

bebida fría y perritos calientes.

A los vecinos no les gustaba su aspecto

y se quejaban, sobre todo, porque andaba mucho de noche,

sigiloso como gato de callejón.

Y lo mismo aparecía inesperadamente entre el ramaje,

que ocupaba por sorpresa cualquier cuarto de baño.

"Estar desocupado" les decía; "Tú no usar ahora,

indio tener ganas." Y tomaba una cerveza de la Westinghouse

y se iba a mirar las estrellas desde los bajos del sauce.

Como era inteligente,tenía cada día más tiempo libre.

Se pasaba las tardes de marzo cultivando el jardín,

abonando la tierra para la floración de los narcisos,

escardando las malas hierbas en busca de limacos,

siempre con su rastrillo y su azada.

Desde hace diez años

no roban en mi barrio.

Se rumorea que el sioux imponía una ley no escrita,

que defendía el jardín y los alrededores

como si todo fuera suyo,

que era verdaderamente feroz con los amigos de lo ajeno.

Tan bien se comportaba con los nuestros

que los niños del barrio lo habían adoptado como propio

y hablaban todo el tiempo con infinitivos.

Pero hoy no lo encontramos. Son las doce de la noche

y el jardín parece vacío sin sus ojos de lechuza.

Tal vez se haya puesto enfermo, de manera imprevista,

y no nos ha podido avisar de su ausencia.En los hospitales no está.

Y esta noche, qué insólito,

no ha habido crímenes en Boston.

De casa solo nos falta un radiador de aceite

y el bocadillo de mortadela de mi hija pequeña.

Tal vez con estos datos puedan encontrarlo.

Es que le echamos de menos,

no sabe cuánto,

señor agente.

Y para ustedes consta que es de mi familia.

Avísenos en cuanto lo encuentren,

que mañana tenemos timba de póker

y luego juegan los Celtics contra Cleveland.