Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

lunes, 12 de octubre de 2020

De murales y viajar. Castellón

 

En Benicarló (Castellón)


Echabas de menos el olor del mar. 

Y el tacto de la arena granulosa bajo las plantas de los pies, echabas de menos el aire marino rizando de más tu pelo, y el sol calentando la piel, 

el sol calentándote de fuera adentro.

Echabas de menos descubrir pueblecitos tranquilos en los que parece que casi nadie vive.

Echabas de menos viajar.

Escapar.

Descubrir.

 

Descubrir murales ocultos a la vuelta de la esquina. 

Agujeros profundos y de colores.

Puertas enormes siempre abiertas a otros mundos, 

otras historias, otras vidas. 

La piel tatuada de los edificios 

permanentemente 

embelleciendo el mundo. 


En Torreblanca (Castellón)

En Vinarós (Castellón)

En Torreblanca (Castellón)


domingo, 11 de octubre de 2020

Los faros cuentan historias. Faro de Peñíscola (Castellón)

 

Faro de Peñíscola (Castellón)

Los faros cuentan historias. 

Historias de atardeceres fantásticos y criaturas marinas mitológicas. 

Historias de desgraciados naufragios y pecios fascinantes que nos esperan en el fondo del mar.

Historias de todos los tiempos que el agua salada ha ido imprimiendo en sus paredes con tanta persistencia, que ha ido calándolos y palpitan intactas en su interior seco y atemporal.

 

Los faros cuentan historias.

Si te acercas a ellos lo suficiente y prestas atención,

si sigues la dirección de su veleta,

si muestras respeto por quienes fueron y son,

quizá consigas que confién en ti y te las susurren sobre el rumor de las olas. 

 

Faro de Peñíscola (Castellón)
 

 


Los faros cuentan historias.

Pero no todos consiguen oírlas.

Solo quienes los faros eligen serán capaces de escucharles contar. 





lunes, 5 de octubre de 2020

Lugares de culto

 

Alcalá de Xivert (Castellón)


Le encantaba tropezarse con ellas.

Admirar sus particularidades: si se revestían de arquitectura clásica o moderna, si primaba el espacio o la luz, si en su fachada se anunciaban actos culturales varios o simplemente les habían tatuado un insípido horario. 

Si estaban cerradas, no podía evitar imaginarlas llenos de gente. Voces, risas, barullo. Pisadas y carpetas. El olor de un cigarro, el de un café, el de la vida palpitando entre sus paredes.

Si estaban abiertas, tenía que asomar la nariz, ver si podía colarse, curiosear y sonreír.

 

Le encantaba tropezarse con ellas.

Le contagiaban ganas de aprender, de conversar, de coger un papel y un lápiz y comenzar a escribir.

Le trasmitían calor.

Las sabía interesantes y entretenidas,

las adivinaba concurridas, amenas, 

las creía efervescentes transmisores de conocimiento y cultura.

Bibliotecas, casas de cultura, agencias de lectura.

Cuánto importaban.

 

Le encantaba tropezarse con ellas.

Eran las huellas digitales de un lugar.

Eran promesa de riqueza intangible e incalculable.

Eran lugares de culto. 

            De ese "culto" que procede del adjetivo latino cultus, culta, cultum

Cultivado, habitado,  frecuentado.  

 Lugares de culto preciosos.


El Gordo (Toledo)


Torreblanca (Castellón)

Vinarós (Castellón)

Benicasim (Castellón)

Teruel


domingo, 4 de octubre de 2020

Paradoja. Dícese de veranear en otoño

 


 

Paradoja: dícese del hecho de "Veranear" en otoño.

O como diría la RAE de las paradojas: F. 1. Hecho o dicho aparentemente contrario a la lógica.

Veranear. INTR. Pasar las vacaciones de verano en lugar distinto de aquel en que habitualmente se reside. Diría también.

Y digo yo que es sano acometer, de vez en cuando, hechos aparentemente contrarios a la lógica.  

Con ese "acometer" que también diría la RAE:

Acometer. TR. 1. Embestir con ímpetu y valor.

 

Es sano "acometer" hechos aparentemente contrarios a la lógica, 

es sano "veranear" en otoño. 

Embestir con ímpetu y valor a la vida. 

Dejarnos llevar, 

demostrarnos que respiramos.

Pisar la arena con los pies descalzos,

dejar que el sol nos acaricie la piel, 

conocer lugares distintos a aquellos en los que habitualmente residimos, como diría la RAE.

El mundo es mucho más enorme que el calendario,

 que el horario de los días laborables, 

que todos los relojes del mundo. 

Que no se nos queden los años tan nuevos 

como nuestras ropas.

Gastémoslos.

Intentemos "veranearlos" 

todos los días del año. 

VIVIRLOS. 

Con mayúsculas.



domingo, 20 de septiembre de 2020

"Casas y tumbas" de Bernardo Atxaga. Reseña literaria



No leía a Bernardo Atxaga desde aquella novela suya "El hijo del acordeonista". Ya hace unos cuántos años.

Así que me dije que ya era tiempo de volver a este autor que tiene un universo propio y una prosa cuidada y rica, y lo he hecho con su última obra: "Casas y tumbas". 

En primer lugar quiero destacar que me gusta cómo ha estructurado el autor la novela, repartiéndola en seis partes, seis historias, de alguna manera relacionadas. Cada una de estas historias a su vez está subdividida en capítulos. Para finalizar con un epílogo con forma de alfabeto que me ha encantado.

Sin embargo os tengo que decir que me ha parecido una novela desigual. Hay relatos que me han llegado bastante, que me han atrapado y entretenido y quería todo el rato volver a ellos. Como me ocurrió con el primero y los dos últimos. Y en cambio hay otros a los que yo hubiera quitado bastantes páginas.  

El tema que podríamos decir que une todas las historias, el germen que subyace, es la amistad y el paso del tiempo.

En cuánto al argumento pues depende de la historia. En la primera se nos cuenta de la llegada de Elias a un pueblo del norte, Ugarte. Elias es un niño que vuelve sin habla, tras pasar una temporada en un internado del sur de Francia aprendiendo francés. En la segunda historia estaremos con unos jóvenes que prestan el servicio militar en el cuartel de El Pardo... Y así con varias historias más de las que no quieros desvelaros mucho para no destriparos la novela.

Está ambientada en España, en el norte, y cuando arranca la novela estamos en el año 1972. A medida que discurran las historias iremos saltando de año, 1970, 1985, 2012, 2017. 

Los personajes están bien perfilados, de algunos solo sabremos en alguna ocasión y de varios sabremos en más de una historia, como de los gemelos con los que entabla amistad aquel niño, Elias, el niño sin habla que os contaba del primer cuento. En unas nos fijaremos en ellos porque tienen un papel más protagonista y en otras casi de refilón, pero eso nos ayudará a no perderlos de vista.

Yo resaltaría de esta novela la forma en que está estructurada, tal y cómo decía son varias historias que forman todas juntas una novela, se ensamblan de tal forma que todas juntas forman un mundo, una historia más grande, la novela. Porque aunque no se sigan, consiguen que sobrevueles un espacio durante un período de años y veas como el paso del tiempo ha repercutido sobre los distintos personajes.

Además está muy bien ambientada, muy logradas sus coordenadas espacio temporales, reflejándose las señas de identidad del autor. Los espacios, además del rural del norte, del País Vasco, que por supuesto está muy bien trasladado al papel, nos llevan también a unos universos pequeños donde los personajes tienen que interrelacionarse mucho, donde el tiempo pasa lento, donde pasan muchas cosas o apenas nada. Me estoy refirieron al colegio, al cuartel, al hospital, y lo que pasa dentro de ellos, siempre tan intenso.

Y, cómo os comentaba, me ha gustado especialmente el epílogo que Atxaga le ha puesto a esta novela-libros de cuentos, en forma de alfabeto. Un curioso y distendido alfabeto donde el autor nos cuenta a los lectores el porqué de muchos asuntos que atañen a él mismo y a la novela. Me ha parecido muy especial este epílogo. Muy acertado.

En general, me ha gustado volver a este autor y su mundo literario.


martes, 15 de septiembre de 2020

"El futuro recordado" de Irene Vallejo. Reseña Literaria



"...Los ojos, la frente, los pómulos saben hablar quedamente y así se expresa el carácter, porque cada persona guarda silencio a su manera -tensa, quejosa, exigente, comprensiva o relajada-. También hay formas de callar con un corazón hospitalario. Una antigua leyenda cuenta que, cuando un nuevo ser humano va a llegar al mundo, Dios le pone el índice sobre los labios para animarlo al sigilo. Así se explica el pequeño surco que tenemos entre la nariz y el labio: es la impronta dejada por esa primera iniciación al silencio, mientras esperamos nacer."

Pág. 74
El futuro recordado
Irene Vallejo


Uno de mis mejores descubrimientos de este año raro, por no decir terrible, ha sido descubrir la escritura de Irene Vallejo.

Ya os conté en otra entrada que me había leido "El infinito en un junco" de esta autora (Premio El Ojo Crítico de Narrativa 2019 y Premio Las Librerías Recomiendan de No Ficción2020) y me encantó. Yo, que soy de novelas, de historias, resulta que me vi atrapada por ese ensayo sobre libros y escritura. Cuánto se aprende con ese libro, y de qué forma más amena.


Pues bien, me he leído también de esta autora "El futuro recordado". Son muchas menos páginas, ciento y pico, pero igualmente de instructivas y entretenidas. Aunque por supuesto si tuviera que elegir me quedaría con las cuatrocientas de "El infinito en un junco".

"El futuro recordado" es una recopilación de columnas que la autora ha escrito y publicado en el periódico "Heraldo de Aragón". En ellas volvemos de su mano a los clásicos, paradójicamente tan actuales. 

En cada página encontramos una reflexión, un pedacito de conocimiento, donde une el pasado y el presente más actual, del cual se sirve para comenzar y para mostrarnos como siempre estamos dando vueltas a los mismos temas. Por el libro vemos desfilar a Safo, Tucídides, Séneca, Montesquieu, Wilde... por nombrar a algunos, que son muchos más.

Nos cuenta de mitos, leyendas, en definitiva, historias clásicas más modernas que nunca y que todavía nos pueden enseñar tanto. Y tal y como os comentaba, su estilo es ameno, a veces ensayo, a veces narrativa, e incluso algo de poesía, de lirismo, de imágenes varias. Es un estilo muy atractivo.

Está incluído también, en este libro, el discurso que dió en el año 2019 para inaugurar la Feria del Libro de Zaragoza, y la verdad es que me ha resultado de lo más interesante:

“Tengo que zambullirme a diario en el océano de las palabras, vagar por los anchos campos de la mente, escalar las montañas de la imaginación”.
 
Venga, no tienes por qué leerte este pequeño pero importante libro de un tirón, sino que se puede degustar como es, a sorbos de cultura. 

Yo os lo recomiendo. Merece la pena.




Atraída desde la infancia por las leyendas de Grecia y Roma y por el luminoso mundo mediterráneo, Irene Vallejo Moreu (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el Doctorado Europeo por las Universidades de Zaragoza y Florencia. Fruto de su labor investigadora y periodística son un ensayo dedicado al poeta Marcial y dos recopilaciones de las columnas que publica en el periódico Heraldo de Aragón, muestra de un singular periodismo filosófico que trenza los temas del presente y las enseñanzas del mundo antiguo: El pasado que te espera (2010) y Alguien habló de nosotros (Contraseña, 2017). Ha publicado hasta la fecha dos novelas: La luz sepultada (2011), en la que relata la irrupción de la guerra en las vidas particulares y cómo vuelve irreconocible lo cotidiano, y El silbido del arquero (Contraseña, 2015), una peculiar novela histórica con ecos homéricos y virgilianos. También ha publicado dos libros infantiles (en 2014, El inventor de viajes, con ilustraciones de José Luis Cano, y en 2015, La leyenda de las mareas mansas, con ilustraciones de Lina Vila) y, en colaboración con la poeta Inés Ramón, La mañana descalza (2018), en el que se ofrece una mirada actual sobre el mundo de la mitología clásica. En 2019 se publicó su ensayo El infinito en un junco (Premio El Ojo Crítico de Narrativa 2019 y Premio Las Librerías Recomiendan de No Ficción 2020). Actualmente es columnista de Heraldo de Aragón y de El País Semanal.

domingo, 13 de septiembre de 2020

La piscina de todos los veranos en un año raro



La piscina de todos los veranos ha cerrado hoy la temporada.

Que yo recuerde ningún año estuve en tan señalado día, siempre coincidió con uno de esos largos viajes "al extranjero", que dirían mis abuelos que me encanta hacer en septiembre. 
Sin embargo en este año raro todo es posible, hasta cerrar la temporada piscinera.

La piscina de todos mis veranos huele a arizónicas y bronceador. Y suena a "Marco-Polo" en las horas ruidosas y al murmullo del agua en las tranquilas. Es "hermosa" como dirían en el pueblo, y está rodeada de un cesped verde mullido donde apenas yo me tumbo, pero que me gusta pisar con los pies descalzos. Es agradable sentir como el acolchado cesped amortigua mis pisadas.

La piscina de todos mis veranos tiene moscas tan pesadas como las de Machado y chicharras que en los días de más calor te acompañan en las horas de siesta, mis preferidas para frecuentarla.

Es mi biblioteca de estío, mi otro lugar elegido para leer en silencio, es la calma, el asueto.

Aunque en este año raro también era diferente. Cuadricularon la hierba con el cortacesped para que no nos moviéramos de nuestro cuadrado, guardando la obligada distancia. No nos han dejado sentarnos en el borde de la piscina, con las piernas dentro del agua, donde acostumbrábamos a juntárnos a charlar. Y cuando abrías el grifo de la ducha, o tocabas las escaleras para subir y bajar, te llevabas también, de regalo, un leve pero persistente olor a lejia con el que las desinfectaban. Pero no importaba nada, tan contentos de que pudiéramos ir.

La piscina de todos mis veranos ha cerrado hoy la temporada. Echaré de menos una de esas sensaciones más placenteras, dejar que mi piel mojada se seque al sol despacito, calentándome de fuera adentro, dorándome sin darme ni cuenta, calentándose hasta mi corazón.

A modo de saludo se repetía hoy la misma frase: "hay que aprovechar, ¡es el último día!". El sol también nos lo decía con su cielo azul y raso, sin una nube en el horizonte. Nos susurraba a su manera que aprovecháramos, que nos llevarámos en la piel, como sibilinos ladrones, los últimos rayos de la temporada.

Pero, entre el olor de las arizónicas y el bronceador, hoy se sentía el de la despedida. 

En un momento dado alguien, con cara de circunstancias y atuendo piscinero, se levantó de su toalla o su silla, y empezó a cantar con voz profunda aquello de "Llegaaaado ya el momeeeento de la separacioooón...", entonándolo con piel de gallina, mientras se le escapaban las lágrimas por debajo de las gafas de sol. Al escucharle, todos, uno a uno, como fichas de un dominó "fin de temporada", nos fuimos poniendo de pie, todos a una, en bañador y con idéntica emoción, terminamos a grito pelado junto a él, cudrícula de cesped a cuadrícula, como si fuera codo a codo, cantando la conocida canción. Desde el primer bañista hasta el último, más los dos socorristas, la señora que toma la temperatura del agua y el chico que recoge los carnés. Todos. Cantando. Con tanta intensidad, tanta, que nuestras voces se colaron por todas las ventanas y balcones hasta conseguir que el barrio entero supiera de nuestra pena, ay, nuestra pena piscinera.


Increible. Hubiera sido increible ¿eh? Inolvidable, habría sido, no me digáis que no. 
Pero por supuesto no ha pasado. 
Una lástima.
No ha pasado, no, y eso que éste, hasta en la piscina, es un año raro.