Alcalá de Xivert (Castellón) |
Le encantaba tropezarse con ellas.
Admirar sus particularidades: si se revestían de arquitectura clásica o moderna, si primaba el espacio o la luz, si en su fachada se anunciaban actos culturales varios o simplemente les habían tatuado un insípido horario.
Si estaban cerradas, no podía evitar imaginarlas llenos de gente. Voces, risas, barullo. Pisadas y carpetas. El olor de un cigarro, el de un café, el de la vida palpitando entre sus paredes.
Si estaban abiertas, tenía que asomar la nariz, ver si podía colarse, curiosear y sonreír.
Le encantaba tropezarse con ellas.
Le contagiaban ganas de aprender, de conversar, de coger un papel y un lápiz y comenzar a escribir.
Le trasmitían calor.
Las sabía interesantes y entretenidas,
las adivinaba concurridas, amenas,
las creía efervescentes transmisores de conocimiento y cultura.
Bibliotecas, casas de cultura, agencias de lectura.
Cuánto importaban.
Le encantaba tropezarse con ellas.
Eran las huellas digitales de un lugar.
Eran promesa de riqueza intangible e incalculable.
Eran lugares de culto.
De ese "culto" que procede del adjetivo latino cultus, culta, cultum:
Cultivado, habitado, frecuentado.
Lugares de culto preciosos.
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