Hoy os dejo con otro artículo. Me ha gustado mucho. No os lo perdais.
Esta vez es de Luis García Montero, el poeta, sobre el último libro de Juan Marsé. Me han entrado unas ganas de leerlo...
Noticias felices en aviones de papel
Actualizada 22/11/2014 a las 15:59
Juan Marsé acaba de publicar una novela breve. El escritor
barcelonés es una parte decisiva de mi biografía como lector. Sus
quimeras de posguerra,
sus niños obligados a los sueños como consuelo de una realidad hostil y
su ciudad llena de supervivientes han marcado mi imaginación y mi
melancolía. En la pantalla blanca y negra de un cine de barrio, he
aprendido a negociar con el hambre, la mentira, la prepotencia y la
zafiedad del totalitarismo. También he convivido con las ilusiones
modestas, las bellas lealtades, las insistencias del deseo, las calles
pobres y la bondad humana.
Entro en la librería a buscar
Noticias felices en aviones de papel
(Lumen, 2014). Siento una alegría nerviosa, una extraña y enérgica
felicidad que me devuelve a mi juventud. Entonces me temblaban los ojos
en busca de un libro de Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, García
Hortelano o Sánchez Ferlosio. No soy más que eso todavía, un lector
apasionado, pero los años desgastan la energía capaz de confundirnos de
manera inocente con la vida. De ahí que agradezca tanto la felicidad
íntima que me provoca el libro de Marsé. Se publica en una hermosa
edición, ilustrada por María Hergueta con mano figurativa, elegante y
pacífica.
Es la misma felicidad que veo en los ojos de mi hija pequeña cuando la acompaño a una tienda para cambiar de móvil. Por eso
me siento anacrónico en la librería.
Anacrónico y feliz. Bastante difícil es cumplir años, aprender a bailar
con las desilusiones del cuerpo y los achaques del alma, como para
cargar también con el peso de la indignidad. Nada tan patético como un
viejo con camisas de colorines adolescentes, un dinosaurio ye-yé o una
flamante capa de pintura sobre un edificio en ruinas.
Cuando oigo algunas conversaciones y veo algunos espectáculos, me
confirmo en mi derecho a ser una estación tardía, en mi voluntad de no
negar mi anacronismo.
Quizá respondo a la desconfianza en el presente,
una melancolía reaccionaria, pero también se trata de una forma honrada
de respetar a los jóvenes, de no intentar la ocupación de su lugar,
robándoles –además– las lecciones que como viejo me han dado los años.
Un tanto por ciento de anacronía es algo digno y útil para todos en
estos tiempos de prisa, pérdida de memoria y vértigo especulativo.
Estoy hablando de política, de mí y de la novela de Juan Marsé. El
argumento sitúa una historia y unas imágenes propias de la alta
posguerra en la Barcelona de finales de los años 80. Pero es que vivir
es negociar con el pasado, es aclararnos con la sombra que deja nuestra
espalda al caminar. La sombra forma parte de nosotros y llega a
convertirse en la razón de lo que ven nuestros ojos. Ahí, en esa
esquina, está la fotografía del
tiempo que pasa y vuelve y no pasa.
La vida reúne a la señora Pauli, una judía polaca que huyó de los nazis y
acabó como bailarina en las revistas musicales del Paralelo, y a Bruno,
el hijo adolescente de un matrimonio separado. El padre es un hippy.
¡Cuidado! Pocos escritores pueden ser
tan perversos como Marsé a la hora de dibujar
la figura ridícula de un personaje cualquiera, más aún de un hippy
trasnochado. Pero un padre es un padre, un pasado es un pasado, conviene
no negarlo, y Bruno deberá tomar conciencia de la responsabilidad de su
historia, de su sombra, aunque intente alejarse de ella, hablarle de
usted y escudarse en el desprecio.
Aprenderá la lección gracias a las locuras de Hanna Pawlikowska, la
señora Pauli, una vieja que sale al balcón todos los días para lanzar
aviones de papel con noticias felices.
Esos aviones no aterrizan en la Barcelona de los años 80, sino en otra
ciudad, en otro tiempo necesitado de esperanzas modestas, y de
alimentos, y de miradas compasivas, y del abrigo de una melancolía que
tiene su propia verdad y su propia experiencia del mundo.
Quizá leer sea ya una anacronía. Llegan poco a poco las Navidades. Las
escaleras mecánicas de las grandes superficies se llenarán de gente en
busca de regalos, es decir, de videojuegos, móviles, tabletas, esa
colonia tecnológica que marca el olor de nuestro mundo. Si se atreven
ustedes a ser anacrónicos, harán bien en regalarse y
regalar este cuento de Navidad que ha escrito el maestro Juan Marsé. Bendito sea el pasado.
http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/11/23/noticias_felices_aviones_papel_24327_1023.html