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miércoles, 28 de julio de 2010

"Encubrimientos" en el Instituto Cervantes, PhotoEspaña 2010 ¡cómo no! a la de siete...


Una de las exposiciones de PHotoEspaña 2010 que más me ha gustado ha sido la de "Encubrimientos" que está en el Instituto Cervantes. No porque considere que son las grandes fotografías, no, sino por lo de documento, historia, búsqueda y reflexión que tienen detrás cada una de esas fotografías... Pero dejadme que me explique un poco.

Tengo que confesar que el que las exposiciones del Insituto Cervantes suelan tener mucha relación con la cultura, el lenguaje, con los textos, con la poesía, con la semántica... ya solo por eso ejercen una atracción irresistible para mí... Además es que es bien bonito el edificio que ocupa en la calle Alcalá ¿No creeis? Da gusto entrar y pasear durante unos minutos por su interior amplio, fresco, sobre todo en estos días tan calurosos, y casi diría que es un interior que al menos a mí me parece aletargado en el tiempo. Me gusta, me gusta mucho, es cierto.

Pero claro ya no solo es el edificio sino la exposición.

Encubrimientos es una exposición colectiva formada por la selección de diez trabajos presentados en dos visionados de portfolios celebrados en Ciudad de Guatemala y Sao Paulo a finales de 2009. El que sea colectiva, claro garantiza la diversidad, pues son muy, muy diferentes las fotografías según los autores elegidos. Son 56 fotografías y tres vídeos de diez fotógrafos.

¿De dónde viene el título de Encubrimientos? Pues según he leído han querido jugar con el antónimo de "descubrimientos", lo que evita por un lado la tentación de creer que está redescubriendo la fotografía latinoamericana a partir de un número limitado de autores y por otro porque así se evidencia la parcialidad de estos diez autores seleccionados.

Cómo os iba diciendo a mí la exposición me ha resultado muy interesante. Por ejemplo quería  resaltar la sección dedicada al fotógrafo Sebastián Friedman, donde hace un homenaje particular a las empleadas domésticas con su serie "Familia y Doméstica". En este tipo de empleo, el empleador y la empleada conviven bajo un mismo techo e inevitablemente eso crea más roce y por tanto más afecto. Muchas veces hemos oído la frase "es como de la familia", pues bién el fotógrafo ha realizado una serie de fotografías donde iba emparejando la foto de la familia del empleador con todos sus miembros incluída la empleada doméstica, con la familia propia de la empleada doméstica. En estos retratos quedan reflejados los dos universos,  puestos en paralelo. Y es muy curioso, o al menos a mí me lo pareció, quedarse mirando ambos universos... viendo la actitud, los gestos, la implicación de cada miembro... da que pensar. ¿Es cierta la frase "es como de la familia"?


También me llamó la atención la parte dedicada a la fotógrafa Andrea Aragón, donde con su serie Super Rubia 2008 se quiere reflejar las tensiones en las relaciones de poder construidas en Guatemala a raíz de la dominación europea y luego norteamericana. Una dominación que no es política, sino cultural. Una mirada al mito de las mujeres rubias en Guatemala que se detiene a observar cómo el color de cabello puede hacerte subir o bajar peldaños en la escala social.


También es muy curiosa la parte del también argentino Alejandro Lipszyc, que ofrece en la colección "Emigrantes" la última foto de aquellos que abandonan su hogar para emigrar a otro lugar. 
 
Arelí Vargas reconstruye en "Axiomas inevitables" una serie de lugares -ficticios o no- a partir de cartas póstumas publicadas en un estudio sobre el suicidio. Sobrecogedor.

Pictografías.- Cinthya Soto

Pero hay más exposiciones de otros autores que también valen mucho la pena, son diez fotógrafos, y no hay espacio para que pueda aquí hablar de todos ellos Todavía hay tiempo, esta exposición estará hasta el 12 de septiembre, y yo creo que vale la pena. Es curiosa, interesante y hace pensar. Aunque sea verano, y todo de pereza, está bien que las exposiciones a uno le remuevan por dentro, y le hagan ver más allá.

"Encubrimientos" del 11 de Junio al 12 de Septiembre de 2010
Instituto Cervantes
C/ Alcalá 49
Lunes a sábados de 11h a 14h y de 17h a 21h
Domingos  de 11h a 14h

lunes, 26 de julio de 2010

Juergen Teller "Calves & Things" en PHotoEspaña 2010 a la de seis...

 Victoria Beckam, Campaña de Marc jacobs LA 2007

No sabía muy bien que fotos iba a encontrar en esta exposición. Pero siempre me gusta ir a la Sala de Exposiciones Alcalá 31. Normalmente sus exposiciones llaman mi atención. Y esta vez desde luego que la llamaron...

Se trataba de la obra de un fotógrafo alemán, un fotógrafo de moda Juergen Teller (Erlangen, Alemania 1964). La exposición titulada Calves & Things forma parte de PHotoEspaña 2010 y es la primera vez que se puede ver  una exhibición individual en España de sus obras. Son unas130 obras,  en su mayoría fotografías, pero también en la sala de arriba hay un amplia selección de libros y revistas, así como un video del artista viendo un partido de futbol, no recuerdo exactamente cual, aunque en el video solo lo escuchamos mientras vemos únicamente lo que él expresa mientras lo mira.

No sé si habéis oído hablar de este fotógrafo, pero es famoso por sus fotografías en revistas de moda, donde en todos los medios dicen que ha cambiado la forma de hacer este tipo de fotos, ha innovado y ha hecho retratos mucho más íntimos y realistas. Son muy conocidas sus fotografías en marcas importantes como Marc Jacobs o Yves Saint Laurent, así como sus retratos de Charlotte Rampling, Naomi Campbell, Victoria Beckan... por ejemplo. 

Está especializado en retratos, tanto de personajes conocidos como de los miembros de su propia familia, e incluso de sí mismo, porque suele dejar la cámara a los demás para que le fotografíen.

A mí la verdad es que no me dejó para nada indiferente. Pero mejor que contároslo os dejo algunas de las fotos para que lo veais vosotros mismos...





Y ésta última que se titula "Quiero a mi mujer"...


Parece que sí ¿verdad? que ha ido evolucionando hacia retratos más íntimos y realistas...


Sala de Exposiciones Alcalá 31
C/ Alcalá, 31 28014 Madrid
Del 10 de junio al 22 de agosto de 2010,
Horario:
- De martes a sábado de 11.00 h. a 20.30 h.
- Domingos y festivos de 11.00 h. a 14.00 h.
- Lunes cerrado.

sábado, 24 de julio de 2010

"Un apeadero para la tristeza" Relato de Rocío Díaz


Hoy quería celebrar con vosotros que presentan al público uno de mis relatos.

http://www.xiloca.com/espacio/?p=3863

"El 23 de julio, a las 20,30 h. se presentará en el salón de actos de la Casa de Cultura de Monreal del Campo la letra j de la Serie de Literatura “Miguel Artigas”, que coincide con el décimo certamen de literatura convocado por el Ayuntamiento de Monreal del Campo y el Centro de Estudios del Jiloca, recoje a los siguientes escritores:
  • ROCÍO DÍAZ GOMEZ, con el relato “Un apeadero para la tristeza”
  • MANUEL ARRIAZU SADA, con el relato “Ojos de mar”
  • FAUSTINO LARA IBÁÑEZ, con el relato “Martina”
  • JOSÉ MARTÍNEZ LATORRE, con el relato “El oro de la piel del toro”
  • LUIS TORRIJO, con el relato “Eternamente perseguidos”
  • MERCEDES JURADO CHÍA, con el relato “Los extraños frutos del nogal”
Rocío Díaz Gómez recibió el Primer Premio del Certamen..."

Pues sí. Quería celebrar con vosotros que este fin de semana lo publican en esta serie de literatura. Lo cual me hace ilusión, cómo no. Y qué mejor forma de celebrarlo que compartir la alegría dejandoos con el relato en cuestión. Espero que os guste...




Un apeadero para la tristeza




Había escuchado esa canción más de mil veces. “Cuando me miras morena, de dentro del alma...” La había tarareado muchas más. “... Un grito se escapa, para decirte muy fuerte...”Y ni una sola de esas veces, ni una sola, sus pies habían dejado de acompañarla en el entusiasmo, danzando con vida propia al compás de la conocida melodía. Muchas veces al sentirlos se había preguntado a quién le gustaba más la canción si a sus pies o a ella misma. “...Decirte muy fuerte: guapa, guapa, guapa...”

Por eso, y en ese momento, supo que la canción que sonaba en la lejanía era la suya. Cuando de pronto había sentido que sus pies querían moverse, al principio con timidez, después libres y sueltos como siempre lo habían hecho, lo supo. Fueron ellos los que la avisaron, “...y es que tu cara morena, me roba la calma...” fueron ellos los que la celebraron primero y fue su alma la que lo hizo después, mientras se iba empapando de un chirimiri de nostalgia inevitable, al reconocerla: “...con gracia chulapa para decirte muy fuerte: guapa, guapa, guapa”. Porque aunque había crecido con ese estribillo trepándola alegre desde la planta de los pies, hasta salirle por la boca, hacía ya muchos años que no la escuchaba... Muchos. Tantos años como hacía que no veía a su abuelo. Tantos como hacía que este no la tomaba de la mano y la apretaba del talle para bailar juntos su canción después de decirla “Ea nena a bailar, que las penas bailando parecen más flacas...” El abuelo siempre la llamaba nena, y en aquel pueblo en que se conocían todos, no era difícil que alguien la llamara así...


El abuelo Matías abría siempre el baile del pueblo. En cuánto escuchaba a la orquesta comenzar a tocar no podía parar quieto. Sus pies bailaban, sus brazos bailaban, su redonda tripa bailaba, todo él se movía, como si la música le llevara colgando de unos hilos temblones, como una inquieta marioneta rechoncha que se mueve y mueve feliz. Lo hacía bien, bailaba muy requetebién, eso decía la abuela y decían los demás. Por eso todos los ojos paisanos quedaban hipnotizados mirando como recorría danzando la plaza, como festejaba con todo su cuerpo la melodía. Cuando ya llevaba un buen rato haciéndolo era cuando caía en la cuenta de que era el único que bailaba y entonces se plantaba ufano y en jarras frente a aquel improvisado y familiar público, la panadera, el del bar, los de correos... y a voces les gritaba “Ea a bailar perezosos... ¿que es eso de mirar? ¡no veis que están tocando para nosotros...! A la plaza que ya estáis tardando...” y comenzaba a sacarlos a bailar uno a uno sin atender disculpas ni quejas... sin parar de tirar de ellos, hasta que tenía la plaza llenita de zapatos brincando.


No quería seguir escuchando esa canción. Abrió el invisible paraguas de la indiferencia para impedir que la nostalgia humedeciera sus ojos y comenzó a pasear deprisa por el andén. Taconeó fuerte. Taconeo ruidosamente para evitar escuchar. Noteescucho, noteescucho, noteescucho, se dijo como una niña chica y enfadada, como la niña que era cuando su abuelo bailaba con ella... Pero por más que quiso alejarse, por más que quiso pensar en otras cosas más urgentes, más actuales, la canción no dejaba de sonar. “Cuando me miras morena, de dentro del alma, un grito se escapa...” Y ella no dejaba de escucharla. “... para decirte muy fuerte: guapa, guapa, guapa”. Y la maldijo, maldijo aquellos largos cuatro minutos que parecían cuatrocientos. La maldijo tanto como un día había disfrutado que fuera tan repetitiva y tan alegre, tan sencilla y tan cercana, tanto como un escalofrío de puro placer que sale de dentro sin darnos ni cuenta... Nerviosa, se puso las gafas como un medio más de esconderse. Tendrías que verme abuelo se dijo... de rubia platino y con gafas negras... De rubia, que a ti no te gustaba nada… Y de pié, y hasta con falda y tacones... Luciendo mis piernas. Las piernas abuelo, la buena y la otra… La otra, abuelo, la que ya no baila… Pero la canción seguía y seguía sonando, “Y es que tu cara morena...” seguía y seguía colándose por sus oídos, “...me roba la calma con gracia chulapa...” colándose por sus ojos “para decirte muy fuerte”, por su alma... “Guapa, guapa, guapa...” Su cuerpo, una regadera llena de agujeritos, por los que en vez de salir agua entraba música a borbotones, aquella música haciéndola recordar...


Era tan curioso ver bailar al abuelo... En su cuerpo siempre los anchos pantalones subidos hasta las axilas, colgándole como cortinones desde aquella voluminosa tripa hasta aquellos, tan diminutos pies que parecían esconderse tímidos, pero que asomaban y llevaban la voz cantante en cuanto sonaba música, aquellos que vivitos y coleando le hacían bailar a la primera nota. En su cara siempre aquella sonrisa enorme enmarcando una llamativa muela de oro que lanzaba brillos con cada carcajada, situada estratégicamente al lado de un hueco enorme por el que se le escapaban descarados esos “ea” de puro remango y tan suyos con los que siempre abría o cerraba sus frases. “Ea nena, a bailar” ¡Y vaya si bailaban...! Porque ella había salido a él. No se parecía a la abuela ni a su madre, más serias, más tranquilas. La música podía con ella. Y a la primera nota se buscaban con la mirada, atravesaban la plaza y se enlazaban en un nudo extraño, siamés y perfecto de cuatro piernas y dos cabezas, que se movía graciosamente de un lado a otro. Él panzudo y ella esmirriada. Pero acoplados armoniosamente, rindiéndose a la melodía. El abuelo siempre la animaba a que se dedicara al baile, porque estaba convencido de que era lo suyo, de que haciendo eso ella sería feliz. Y quizás ella le hiciera caso, seguramente. Porque era verdad, nada le hacía sentirse mejor que bailar.


El abuelo Matías vivía en el pueblo, mientras que su madre y ella se habían mudado a la ciudad de provincias más cercana, donde había más trabajo. El padre había muerto siendo ella pequeña, tanto tiempo atrás, que no era más que una figura borrosa con tantas cualidades colgando como bolas lleva un árbol de navidad. Una figura que por supuesto se había inventado y cuyos rasgos y maneras se asemejaban tanto a los de su abuelo como si se hubiera tratado de dos gemelos idénticos. El padre que se había inventado y del que presumía con las niñas de la clase era alto, grande, panzudo, tenía una muela de oro que brillaba, y bailaba mejor que ningún otro. El padre que se había inventado las esperaba con los brazos abiertos en un andén de estación todas las vacaciones de navidad, de Semana Santa, de verano y antes de que se hubiera acercado a él ya la había levantado por los aires abrazándola y bailando con ella mientras tarareaba aquella canción... “Y es que tu cara morena, me roba la calma con gracia chulapa...”


Habían pasado veinte años desde la última vez que la había escuchado. Veinte años desde la última vez que la había tarareado, pero al volver a escucharla tanto tiempo después y en aquel solitario andén donde cada palabra por muy lejana que sonara tenía eco, se daba cuenta de que recordaba tan bien la letra como si la hubiera estado oyendo el día anterior. Y por fin dejó de luchar consigo misma y se rindió a escuchar los últimos minutos... “Cuando me miras morena, de dentro del alma un grito se escapa, para decirte muy fuerte; guapa, guapa, guapa. Y es que tu cara morena, me roba la calma...”. Era una melodía tan alegre... Pero el inconfundible pitido del tren atrajo su atención, se hacía grande aproximándose ya desde la lejanía, y con alivio se alegró de que al fin lo hiciera. Cogió el maletín donde entre lágrimas y a todas prisas había guardado ropa para un par de días y que acarreaba como si en él hubiera guardado media vida y se preparó para subir. Había que hacerlo deprisa, si las cosas no habían cambiado aquel tren de cercanías apenas estaría estacionado en el andén cuatro o cinco minutos antes de volver a arrancar. Y las cosas casi nunca cambiaban... Sentada ya, comenzó a mirar por las ventanillas. El paisaje al principio pasaba lento, luego cada vez más deprisa, aquel paisaje, estéril pero tan familiar, vertiginoso avanzaba ante sus ojos. Vuelvo al pueblo abuelo, se dijo. Vuelvo ahora que tú ya no estás... para recibirme. Y un nudo se le apretó en el estómago. Ojalá hubiera podido volver atrás, ojalá hubiera podido volver a los ocho años, a los diez, a los doce, a esa edad dorada e imprecisa en que aún su abuelo era especial... Y el nudo de decepción y dolor se le apretó aún más fuerte en el estómago. Ojala se pudiera detener el tiempo... Ese tiempo que aún no escocía... no dolía. Y le pareció tener de nuevo quince años...


En el verano de los quince y por primera vez su madre la dejó ir sola al pueblo. Había insistido tanto y había sacado tan buenas notas, que la pobre no pudo negarse más. Al fin y al cabo no era mucha la distancia que tendría que recorrer sola. La dejaría en el andén de la estación de la ciudad, cogería el tren del correo y la esperaría su abuelo también en el andén de la estación del pueblo más cercano. De andén a andén, solo tendría que ir sola el trayecto del tren, y era una línea de correo entre pueblos en los que todos se conocían y aprovechaban para trasladarse.


Y así se hizo. Llegó sana y salva. Nada más abrirse las puertas del tren, antes de bajar, nada más asomar la cabeza y echar un vistazo a ambos lados del andén para ver si ya había llegado el abuelo, con su gorra calada hasta las orejas, Fermín el jefe de estación, plantado a la cabeza del tren ya estaba gritando: “Matías, tu visita... Y supo que su abuelo estaba allí. De dos brincos bajó corriendo del tren y le buscó con la mirada. No tuvo que buscar mucho, cuando se dio cuenta ya estaba entre sus brazos. “Nena, cuánto has crecido, y con esa cola de caballo tan larga y tan morena estás tan bonita...” Al abuelo le gustaba el pelo muy negro, las mujeres morenas. No acababa de decir eso cuando los dos al unísono empezaron a cantar: “Estás tan bonita y graciosa que airosa tu gracia chistera...” y sin pensarlo empezaron a bailar. Fermín que ya había dado paso al tren, tampoco perdió tiempo en agitar otra vez el banderín rojo arriba y abajo como si dirigiera a la orquesta mientras decía: “Ole, ole y ole...” dando palmas y palmas.


Recordaba aquel verano como si acabara de terminar. No en vano, con lo que acabó fue con el pedazo más entrañable de su vida. Lo terminó, lo hizo trizas. En él se congeló el tiempo de aquella vida tranquila y alegre. Iban al río cada tarde y a las fiestas de los pueblos de los alrededores cada noche. Durante todo el verano se sucedían las Vírgenes y romerías. Las orquestas se las veían mal para llegar a tiempo y estar en todos los pueblecitos que tenían algo que celebrar. Con la letra de los pasodobles aún bailando en la boca y los pies cansados de tararear por el suelo la melodía se acostaban cada noche. Eso era la felicidad. Eso que tocaban con su voz y sus pies. Eso y nada más. Así pasó el verano.


El perfil de la estación en que tenía que bajarse apareció lejano ante sus ojos, recortando la nostalgia, aplastándola con la realidad de una estación que veinte años atrás parecía más grande. A medida que se iba acercando sintió la soledad que reinaba siempre entre las vías. El edificio de la estación, gris, cuadrado, fue tomando forma ante ella. Seguía siendo el mismo, quizás más oscuro de lo que ella recordaba. Sin querer sonrió, al descubrir que el reloj de dos caras seguía allí. Consultó el suyo, de pulsera. La misma hora. Puntual como siempre. Se apresuró a prepararse para salir. Apenas pararía cuatro minutos. Los cuatro minutos que pueden cambiar una vida. Se acercó a la puerta con su pequeña maleta y nada más abrirse las puertas se bajó del vagón y echó a andar por el casi solitario andén. Poco a poco se fue acercando a un hombre que esperaba a la altura de la máquina del tren. Sabía que estaba allí un poco más adelante. Pero no se había fijado en él hasta que al pasar por su lado él la miró y dijo: “Nena… ¿Eres tú…?” Hacía siglos que nadie la llamaba así: nena. Esa breve palabra tuvo la fuerza de un seísmo en su memoria. Y se dio la vuelta… “¿Eres tú verdad?” le dijo el hombre “Estás rubia… pero eres la nena de Matías… ¿no es así? ¡Dios mío! Estás tan cambiada… Pero eres tú…” “Fermín…” solo contestó ella. Porque era Fermín, lo sabía de sobra, con su gorra, con veinte años más… pero era el mismo Fermín, cuyo banderín rojo aún tenía fijo en la memoria… “Nena, te has hecho una mujer, si te viera tu abuelo, estás tan bonita…” Y de pronto aquella canción empezó a escucharse de lejos: “Cuando me miras morena, de dentro del alma, un grito se escapa...” La escuchaba tan nítidamente “... para decirte muy fuerte: guapa, guapa, guapa”… que no podía ser verdad. No podía escucharse también en aquella estación. No podía ser verdad. Y no lo era.


A finales de septiembre de aquel verano de sus quince años, el día de la marcha, el abuelo se empeñó en apurar al máximo posible el tiempo que les quedaba. Y vieron amanecer juntos, y fueron a cuidar de los animales, y fueron a echar un último vistazo al huerto. Por la tarde aún les dio tiempo a ir al río. La abuela dijo varias veces: “Matías a ver si la niña va a perder el tren... que mañana ya tiene clases...” “Que no mujer, que no, si da tiempo a todo... ¿A que sí?” Y ella decía que sí, porque la verdad es que no quería marchar a la ciudad. Tenía ganas de volver a casa y ver a su madre. Pero no quería dejar atrás al abuelo, y al pueblo, y la vida plácida de aquellos días. Si el abuelo decía que había tiempo, lo habría. “Matías, apúrate que no llegareis...” dijo un par de veces más la abuela. Pero ninguno de los dos quería que llegara la hora, querían estirar y estirar el tiempo.


Cuando llegaron a la estación, solitaria como siempre, a lo lejos ya se oía el pitido del tren. “Ya viene, ya viene, daros prisa” les gritó con las manos Fermín el jefe de estación. Oscurecía, y había que correr, había que subir deprisa, nada más que se detuviera el tren, apenas estaría estacionado en el andén cuatro o cinco minutos antes de volver a arrancar. Tenía que ser una despedida corta.

Corrían por el largo anden, mientras el tren ya se acercaba, se iba haciendo grande y los faros de la máquina relucían haciéndoles señales, amenazando con tragarles la nube de humo de la máquina, tan cerca estaba ya. Corrían aún cuando al fin el tren se paró y se quisieron abrazar una vez más, bien fuerte, bien estrecho. Cuánto te voy a echar de menos... Cuánto, cuánto. Y ella oyó el silbato y vio como se levantaba el banderín. Pero su abuelo no la soltaba y sintió que el tren arrancaba y ella aún estaba en el andén. Y el abuelo quiso que ella no perdiera el tren, quiso que se subiera a él. Y sin decir nada la cogió en volandas y la subió, empujándola para que entrara. Pero ya el tren estaba en marcha, cogiendo velocidad, y no se podía, no se podía, porque ya la puerta había pasado. Solo recordaba el rojo del banderín y los gritos de su abuelo, el olor del tren y las voces de Fermín. Una sensación de calor le recorrió el cuerpo y sintió una cuchilla de hielo en la pierna derecha. Poco a poco dejó de oír, de sentir, se fue hundiendo en el silencio.


No había vuelto a escuchar la letra de aquel pasodoble: tres veces guapa. Fue una operación tras otra durante muchos años. El abuelo llegó a vender su muela de oro, para que no faltara dinero para acudir a cuántos médicos hiciera falta. Y finalmente ella consiguió volver a caminar.


Al abuelo los remordimientos le tenían acobardado. Su alegría se había esfumado y ya nada empujaba a sus pies a que danzaran inquietos, la pena los amarraba al suelo. Nunca más se volvieron a ver. Ella, se debatía entre el amor que le tenía, y un sentimiento extraño, incómodo, que palpitaba bajo el dolor que sentía en su pierna y le impedía llamarle. Era demasiado joven y eran demasiadas operaciones. Él era demasiado mayor, y sentía demasiada culpabilidad. Dicen que fue otro accidente, que de tanto ir a la estación se resbaló. Ella sabía que al año exacto no lo soportó más.


Aquella canción solo estaba en su memoria. No sonaba ni en la estación de donde había partido ni en aquella donde acababa de llegar. Había estado dormida durante mucho tiempo, y de pronto se había despertado poniendo patas arriba los recuerdos. “¿Pero nena y cómo otra vez por aquí?” preguntó Fermín. “Pues ya ves, Fermín, la vida… no sé… Quizás a vender la casa de los abuelos…” dijo ella, pero pensó o a lo mejor es que uno se pasa la vida huyendo, sin resolver sus problemas… “Pues sería una pena, una casa tan buena, en el centro del pueblo… a dos pasos de la plaza, que en fiestas…” contestó Fermín. “Ya…” le atajó ella. No siguió Fermín dando una opinión que nadie le había pedido, sin embargo sí dijo: “Cada tarde venía tu abuelo hasta aquí, y echaba una flor entre las vías… Se quedó tan triste el hombre, que mala suerte Nena, que mala suerte…” Ella asentía. “…El hombre ya no era ni su sombra, pero el ratito que paraba por aquí, parecía al menos un pelín menos triste porque tarareaba muy bajito una canción… Cuando le veía siempre me decía: A ver si remonta el Matías, a ver si remonta… porque nos llegaban recados de que poco a poco parecías ir mejor… Pero al año ya ves, otra desgracia...” “Está usted igual Fermín...” solo contestó ella queriendo ser amable. “Que va hija… ¡¿Voy a estar igual…!? Qué mas quisiera yo… Además ya ves está todo ahora tan automatizado en la estaciones... que parece que estamos aquí de adorno...” “Las estaciones siempre serán lugares especiales, de encuentros... (y no quiso ella decir desencuentros...) Y supongo que hay que modernizarse, el paso de tiempo trae estas cosas...” “Pues sí, nena, pues sí, pero mira habrá que pensar que también trae otras... como a ti. Que bueno verte nena, cuánto me alegro de encontrarte tan bien... aunque estés tan rubia, se te ve rara...” “Bueno Fermín me alegro de verte, me alegro mucho de verdad, nos veremos...” “Claro que sí nena, al menos yo espero verte mucho más a menudo a partir de ahora...”


Ella, cogió su maletín otra vez, y se encaminó hacia la salida. Las estaciones, pensó, son casi humanas, aquí nos olvidamos las alegrías y las tristezas y aquí siguen empapando vías y ándenes... Que mala suerte, nena, había dicho Fermín. Quizás solo fue eso, mala suerte. Quizás ellos tenían que haber intentado volver a cambiar esa suerte. Pero ya era tarde. Había sido un largo recorrido y su abuelo ya no estaba. Pero tenía razón la casa era buena, y a ella siempre le gustó mucho el pueblo... “Cuando me miras morena, de dentro del alma...” Quizás sí esté rara de rubia... Quizás ya ha pasado demasiado tiempo... Pero ese tiempo la había devuelto a su estación... “...Un grito se escapa, para decirte muy fuerte...” Sintió como un hormigueo le nacía en la planta de los pies, cómo éstos querían moverse... “Ea nena a bailar, que las penas bailando parecen más flacas...” Sonrió. Hacía tanto tiempo que no sonreía... “...Decirte muy fuerte: guapa, guapa, guapa...”



©Rocío Díaz Gómez

Julio 2010

miércoles, 21 de julio de 2010

Miguel Mihura, hoy hace años que nació...



Hoy hace años que nació Miguel Mihura, unos cuántos años... ya veis por la placa que nació allá por 1905. 

Esta foto la hice uno de esos días que me dedicó a ir por Madrid, redescubriéndo la ciudad, visitando exposiciones, yendo a lecturas... en fín ya sabéis. Esta tomada en la calle Libertad, en el barrio de Chueca. Sí a pocos pasos del Libertad 8 donde hemos ido a tantos conciertos y recitales poéticos.

Ya ves también en esa calle nació Miguel Mihura. Me gustó mucho la placa y no lo pude evitar.. Me la llevé. Y como pensé aquel día, pienso también hoy: 

- Cualquier día de éstos tendría que releer o leer alguna de sus novelas...Me lo tengo que proponer.

¿Cual me recomendais?

domingo, 18 de julio de 2010

"El cuerpo y las olas" de Manuel Vicent



Ya os he hablado de este libro en dos ocasiones últimamente. Porque a medida que lo iba leyendo, me iba gustando cada vez más. De hecho hace unos días que lo terminé y no me decido a aparcarlo, sino que lo sigo teniendo en la mesilla, y vuelvo casi cada noche a relerme algunos de sus textos.

"El cuerpo y las olas" de Manuel Vicent, es una recopilación de algunas de sus columnas periodísticas de los últimos tiempos. Dice en el prólogo Ángel S. Harguindey que "las columnas de Vicent son las 438 palabras más brillantes de la prensa diaria española actual. Naturalmente, unas tendrán más aceptación que otras pero todas ellas muestran su enorme talento..." y dice Joan Manuel Serrat en la cita que encabeza el libro: "Las columnas de Manuel Vicent no pretenden soportar ningún peso muerto; solo están escritas para el placer de los sentidos".
Y con ambos comentarios estoy completamente de acuerdo.
Desde la primera de ellas "Las olas" donde dice por ejemplo: "La única sabiduría consiste en dividir la vida en días y horas para extraer de cada una de ellas una victoria concreta sobre el dolor y una culminación del placer que te regale. Una sola ola es la que te hace naufragar. De ésa hay que salvarse." hasta la última columna titulada "Territorio" donde dice entre otras cosas: "Dios creó el tiempo, pero dejó que nosotros hiciéramos las horas. Ese pequeño territorio de cada día será imposible de gobernar si el tiempo no es tuyo y no eres tú quién marca las horas para regalarlas y compartirlas con esa clase de personas que te hacen crecer por dentro." las columnas de Vicent han sido un lujo para mis sentidos.

Son columnas frescas, ágiles de leer, amenas, entretenidas, pero sin embargo no por eso dejan de ser profundas y te dejan pensando, reflexionando sobre algo... Tienen los dos extremos pero tan bien solapados, tan bien entrelazados que lo liviano y lo profundo casi es lo mismo en ellas.

Me pondría y resulta que os copiaría aquí un montón de páginas, y claro no puedo... Solo quería deciros que si tenéis la oportunidad no dejeis de leerlo.

Que gusto leerte pienso siempre cuando termino alguna de estas columnas. Qué gusto.

"El cuerpo y las olas"
Manuel Vicent
2007. Editorial Alfaguara

"Este libro contiene el fluido de la vida a través de la ventanilla de un taxi, en la terraza de una cafetería o mirando el techo tumbado en el sofá. Pequeñas historias y sensaciones, balas perdidas que se han perdido en el mar. Día a día, ola a ola es como el cuerpo llega feliz a la orilla" Manuel Vicent

viernes, 16 de julio de 2010

Manuela Temporelli, un soneto escrito y cantado de su último libro...



Ya os hablé en una entrada del mes de junio de la presentación del libro "De cal y arena" de Manuela  Temporelli http://rociodiazgomez.blogspot.com/2010/06/presentacion-del-disco-libro-de-manuela.html

Pero en aquella ocasión no os dejé con ningún video de ese día. Y tenía pendiente hacerlo, porque me gustaría que pudiérais escucharlo, ya que es un libro disco, quedaba coja la explicación sin las melodías...

Así que os dejo hoy con un soneto de Manuela de este libro, la voz en el disco en esta canción la pone Zaida Copado, pero este día no pudo venir y la cantante es otra, aunque siento no poder deciros el nombre porque no lo recuerdo, pero escuchad, escuchad que bien lo hace...  Fue un recital poético muy, muy ameno. La verdad es que fue una suerte haber estado allí.


III

Es siniestro tu son de cascabeles
serpiente vil, hipnótica y varada.
Clavan tus dientes hiel, la dentellada,
en un rincón del alma, ¡Cómo dueles!.

Mata mi corazón y no te enceles
libándome la vida abandonada.
Inyéctame el veneno de tu ada,
acaba de un plumazo. ¡Ya no dueles!.

No temas que te culpe por mi muerte
que solo puedo odiarte estando vivo,
sometido al embrujo de tu ensueño.

Desátame, para buscar mi suerte...
Libérame, no ves que no te esquivo...
Despiértame, para vivir mi sueño.


Pág 43 "De cal y arena" Homenaje a Camarón

Manuela Temporelli
Ediciones Poeta de Cabra

miércoles, 14 de julio de 2010

Fin de curso en la tertulia Rascamán hasta pasado el verano...



Allá por octubre pasado os contaba que de nuevo habíamos comenzado la tertulia Rascamán, o la tertulia del Café Galdós, como la hemos llamado tantas veces porque allí  era donde nos reuníamos por aquel entonces.

Ahora pasado ya el curso, con mudanza incluída al Café Ruiz,  nos hemos despedido hasta pasado el verano. Por eso hoy no habrá tertulia...

No sé si alguna vez habéis asistido a una tertulia, ya sea literaria o como sea. No sé si en ese caso, os pasará como a mí. Se echa de menos cuando ya no la tienes. Aunque sea por un breve espacio de tiempo, como es el del verano. Se echa mucho de menos el compartir esa afición que te une. En este caso esta adicción que tenemos a las palabras, este afán por colocarlas y descolocarlas, esta querencia al lenguaje. En la tertulia nos contamos lo que hemos escrito, ya sea relato, poesía, ensayo, artículo, o hasta un pedazo de novela los más afortunados que se atreven con ella. Lo leemos en alto, lo compartimos, y los demás sugieren si podrías hacer este cambio o aquel, si quedaría mejor si dieras vueltas a estos versos o lo titularas de esta o esa manera, o tal vez simplemente asienten con la cabeza mientras lees. Pero así, mientras compartimos, vamos aprendiendo.

La escritura es una necesidad solitaria. Quizás sea eso, quizás es que nosotros, los que asistimos a nuestra tertulia, a veces necesitamos un poco de compañía. No lo sé. Supongo que cada uno de los que vamos tiene sus motivaciones, sean las que sean, y más o menos confesables. Pero qué más da... el caso que estamos allí cada miércoles. El caso es que somos.

Bien es verdad que no siempre hablamos de palabras, solo casi siempre. Pero no os puedo negar que muchas veces hablamos de libros, de cine, de actualidad, de viajes, y hasta de sentimientos... Y de todo ello vamos dejando constancia en lo que llamamos nuestro cuaderno de bitácora, un blog donde vamos reflejando lo que hacemos cada miércoles: http://bitacoratertuliagaldos.blogspot.com/ y que os animo a que si os apetece echéis un vistazo porque allí dejamos muchas veces sugerencias de lecturas o películas.

Pero en fin... que tampoco quiero aburriros con este tema. Es solo que, bueno, hoy me salía escribir ésto...

Os dejo con mi forma de despedirme para con mis compañeros este curso. Es un artículo del libro de Manuel Vicent, del que os hablaré otro día, "El cuerpo y las olas" porque me ha gustado mucho. Un artículo que se titula ¿cómo no? Tertulia.



Tertulia


Luis Buñuel dejó dicho que después de muerto le gustaría salir del sepulcro cada diez años para comprar el periódico, leerlo en el velador de un café y, una vez enterado de lo que pasaba por aquí, volver de nuevo a la tumba.

Todos tenemos un designio secreto para la eternidad. Unos prefieren la absoluta oscuridad de la nada, conscientes de que sí en la otra parte de la tapia existe algo, sin duda será mucho peor de lo que ofrece este mundo. Algunos señoritos esperan que el cielo sea un prolongación de la finca de caza eu poseen en la tierra, en la que ciertos bienaventurados se hayan convertido en venados de catorce puntas y los ángeles en perdices blancas a merced de sus rifles y escopetas. Muchos se conformarían con que el más allá fuera un lugar bueno o malo, pero donde se pudiera aparcar. A otros no les importaría ir al infierno si allí hubiera un garito de jazz y el fuego no liquara el hielo del whisky que uno podría tomar oyendo en directo a Charlie Parker.

Por mi parte estaría dispuesto a acelerar el tránsito hacia el otro lado si en algún punto del universo pudiera montar a mi gusto una tertulia con amigos muy escogidos, inteligentes y simpáticos, entro los que, por supuesto, estaría Buñuel. La peña tendría algunas reglas. No se le preguntaría a nadie si estaba vivo o muerto, si había sido ya juzgado, salvado o condenado. Cada contertulio se sentaría a la mesa con la única condición de que se tomara la eternidad con buen humor y mucha calma.

Durante cuarenta años he pertenecido a una tertulia de cómicos, periodistas, jueces, pintores y algunos fantasmas. Cada uno traía noticias de su oficio y con ellas se formaba una realidad poliédrica de teatros, tribunales, periódicos, pinturas y fantasías, sin otra esperanza que la seguir hablando sentados hasta el final de la vida.

Sería muy divertido continuar con esta tradición en el otro mundo. Unos llegarían con noticias del paraíso, otros con la experiencia del fuego eterno. La última novedad, llena de glamour, sería siempre la que se produjera cada noche en el espectáculo del infierno, aunque cada diez años se esperaría a que Buñuel regresara de la tierra con el periódico leído. Puesto que en la eternidad el tiempo se comprime en la punta de una aguja, cualquier catástrofe futura ya habría sucedido. Ninguna noticia de sangre o de estupidez acaecida en nuestro planeta tendría allí el menor interés, pero todos los contertulios guardarían silencio cuando Buñuel diera los resultados de las ligas de fútbol.

Manuel Vicent