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martes, 13 de junio de 2017

"Comer, leer" de Manuel Vicent este año en la Selectividad



Una mujer come mientras lee.
Una mujer come mientras lee.

"Existen lectores exquisitos que leen buscando en cada libro la isla del tesoro y siempre encuentran el cofre del pirata."


El miércoles pasado en mi tertulia un compañero, Ismael Istambul, nos dijo que en Selectividad para comentario de texto había caído un artículo de Manuel Vicent.

Me alegré. Siempre me han gustado los artículos, los retratos, los textos cortos de este autor. De hecho en este blog hay varias reseñas de algunos de sus libros.


Qué orgullo sentiría yo, si fuera el escritor, sabiendo que uno de mis textos se ponen en exámenes tan decisivos.

Os quería dejar con el artículo que ha caído en selectividad y que salió publicado en el periódico El País en el mes de mayo del año 2016, y que se titulaba "Comer, leer".




Comer, leer

Existen lectores exquisitos que leen buscando en cada libro la isla del tesoro y siempre encuentran el cofre del pirata

Leer y comer son dos formas de alimentarse y también de sobrevivir. No sabría decir qué es más orgánico, más íntimo, más necesario. Los clásicos lo tenían claro: primero vivir y después filosofar. Pero sucede que hoy los más refinados creen que comer es también una filosofía y mastican lentamente los alimentos pensando en su naturaleza ontológica, imaginando el largo camino que han recorrido hasta llegar a la mesa. Alguien sembró la semilla, regó las hortalizas, podó los frutales, salió de madrugada a pescar, apacentó el ganado. Alguien llevó todos esos productos al mercado. Alguien los cocinó con amor y sabiduría, con la cultura culinaria que arranca del neolítico. Los que comen así tratan de convertir también la sobremesa en un ejercicio moral, casi místico y no necesitan ninguna enseñanza de tantos masters chefs insoportables. Por otra parte existen lectores exquisitos que leen buscando en cada libro la isla del tesoro y siempre encuentran el cofre del pirata. Hasta hace bien poco ningún artilugio se interponía en esa placentera navegación de los sueños que a través de las páginas de los libros se eleva hasta el cerebro y tampoco ningún cocinero mediático perturbaba el trayecto que los alimentos naturales recorrían del plato al estómago. Pero hoy la cocina y la lectura están cambiando de sustancia. La cocina ha caído bajo la dictadura de los masters chefs que ejercen el papel de intermediarios del gusto con sus platos estructuralistas y la lectura se ha instalado en soportes digitales que imponen sus reglas al pensamiento con sus múltiples aplicaciones. Los artilugios informáticos exigen una lectura rápida, breve, fragmentada, superficial, líquida e inmediata. Los nuevos cocineros te obligan a admirar sus instalaciones artísticas en el plato sin preocuparse de lo que suceda después en el estómago. Así están las cosas.










Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) es escritor y periodista y licenciado en Derecho y Filosofía por la Universidad de Valencia. Estudió Periodismo en la Escuela Oficial de Madrid. Colaboró en revistas como Hermano Lobo y Triunfo y sus primeros artículos de temática política se publicaron en el desaparecido diario Madrid. En 1977 comenzó su andadura profesional en EL PAÍS, donde escribe en la actualidad como columnista con periodicidad semanal. En su faceta literaria es autor de más de una decena de obras, entre las que destacan, la galardonada con el Premio Alfaguara de Novela en 1966 titulada “Pascua y Naranja” o por la que obtuvo el Premio Nadal (1987), con el título “La balada de Caín”. Su labor periodística ha sido merecedor con una variedad de galardones: en 1979 ganó el Premio González Ruano y en 1994 el Premio Francisco Cerecedo

miércoles, 9 de julio de 2014

"Mala leche" - Manuel Vicent



Hoy os quería dejar con un regalo que me ha hecho mi amiga Elena esta semana. Me mandó en un correo esta columna de Manuel Vicent pensando que me gustaría. 

Y ¡cómo no me iba a gustar!

Manuel Vicent siempre es un regalo.

Muchas gracias Elena. Aquí dejo la columna para que también la disfruteis.


Mala leche

Los latidos del corazón constituyen también una forma de conocimiento



Los latidos del corazón constituyen también una forma de conocimiento. Según los biólogos más avanzados esa bomba mecánica es la que excita y pone en estado mental al cerebro y no al revés; incluso algunos líderes espirituales la han elevado a la categoría de oráculo de nuestro propio futuro. Si a un electrocardiograma se le aplica un zoom muy potente se pueden descubrir entre sus quebradas líneas de sístole y diástole unos espasmos microscópicos cuya lectura nada tiene que ver con la medicina sino con el campo magnético que el corazón expande y que afecta a todos los seres vivos de alrededor, incluidas bacterias y personas. Se ha hecho la prueba de ese poder con un recipiente lleno de leche. Conectados a una corriente se introducen dos electrodos en el recipiente, que se coloca en el centro de la mesa en la que estás departiendo una cena agradable con amigos. Los gérmenes vivos que contiene la leche responden a las sensaciones positivas o negativas del corazón de los comensales. Sus latidos no solo elevan la sangre al cerebro de los presentes para mover el mecanismo de sus pensamientos; también desvían las descargas emocionales hacia el recipiente que son captadas por los electrodos. La placentera sensación de amistad, la armonía feliz y las risas del grupo, purifican la leche, la eximen de bacterias y la convierten en el mejor postre de sobremesa, en leche merengada. Pero si el recipiente se instala en medio de una tertulia política, en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, en la mesa del consejo de administración de un banco, la leche concentra la codicia, el rencor, la ambición, la miseria, la estupidez, el fanatismo de su entorno y la convierte en una pócima venenosa. La mala leche que hoy se ha apoderado en nuestra sociedad responde de los latidos de un corazón colectivo devastado. Por eso el aire es irrespirable.

 http://elpais.com/elpais/2014/06/28/opinion/1403976709_442908.html

lunes, 25 de febrero de 2013

"Telaraña" una columna de Manuel Vicent en El País



Mi hermano pequeño, que es "mu grande", el otro día me leía esta columna de Manuel Vicent.

Os la copio porque me gustó mucho. Pero mucho.

"El hombre sin cobertura..."

Telaraña

Se trata de un ser que, adonde quiera que vaya, nunca tiene cobertura y permanece a salvo de cualquier basura mediática

 
 
He aquí la versión actual del hombre nuevo, aquel que, de una u otra forma, ha sido siempre el sueño de todas las revoluciones. 
 
Se trata de un ser que, adonde quiera que vaya, nunca tiene cobertura y por tanto permanece incontaminado, a salvo de cualquier basura mediática. Después de un esfuerzo heroico ha logrado eludir el humillante destino de llegar a este mundo con la única misión de ser un hombre-antena, un repetidor humano solo apto para recibir y trasmitir llamadas, mensajes, correos electrónicos. Este hombre nuevo se niega de raíz a contribuir a la contaminación del espacio con una cháchara idiota, como un insecto más en la telaraña. 
 
Las personas privilegiadas, como esta, son todavía escasas, ya que en ellas se realiza el mito platónico de la invisibilidad, un don de los dioses. Ya no hay playas desiertas ni existen parajes preservados. Todo el planeta ha sido conquistado y sometido a la red social. Es inútil buscar un lugar inaccesible donde refugiarse. La jodida telaraña lo envuelve todo, desde la gélida estratosfera hasta el íntimo sudor del petate y a través de la almohada penetra en el subconsciente desguarnecido de los humanos. 
 
Pero el individuo sin cobertura no tiene necesidad de huir, puesto que él es su propio refugio. El mito del hombre invisible, ese sortilegio que llenaba la imaginación de nuestra niñez, que te confería el poder de atravesar las paredes, de estar a la vez en todas y en ninguna parte, equivale a esa invisibilidad platónica que ostenta hoy el hombre sin cobertura. 
 
Se acerca el día en que lo más snob será que digan de ti: no ha llegado todavía, ya se ha marchado, no se le espera, no lo llames, nunca contesta, está y no está, no existe, esa es su naturaleza. ¿Qué ha hecho este individuo preclaro para merecer el privilegio de estar envuelto en una atmósfera intangible y ser absolutamente real?. Su móvil vibraba cada minuto reclamando más papilla. Ese aparato se había convertido en un testigo de sus miserias, en un delator al servicio de sus enemigos. 
 
 De pronto un día se sintió perseguido y acorralado en la red por una multitud de seguidores y amigos que trataban de devorarlo. 
 
Cortó por lo sano, arrojó el móvil a un pozo y comenzó a vivir por dentro como un hombre nuevo, no como un insecto capturado.
 
 
 

lunes, 5 de marzo de 2012

Espectros de Manuel Vicent




...Cuando llegué a la Residencia corrían leyendas. Esa misma habitación la habían ocupado alternativamente García Lorca con Dalí y luego Dalí con Buñuel. Se decía, por ejemplo, que cuando Dalí y Lorca vivían juntos se peleaban todos los días y pasaban tiempo sin dirigirse la palabra, hasta el punto de llenar de arena el cuarto y hacer caminitos individuales desde la puerta a la cama y desde la cama al lavabo. Ponían macetas en los bordes para caminar sin rozarse. Por la Residencia venían mucho Unamuno, Antonio Machado y Ortega con la condesa de Yebes. Un día incluso vino el Rey. El conserje gritó: “¡Que viene el Rey!”. Y Buñuel, que se estaba afeitando en la habitación, salió al patio en pelotas con la cara enjabonada, y se puso un sombrero para poder saludar.
...
Gatos en la Residencia.
Espectros
Manuel Vicent





Tengo atraso en las reseñas de libros que he leído ultimamente. No quiero dejar pasar más días porque estoy a punto de terminar el que estoy leyendo en este momento y se nos va a acumular la tarea.

He pensado que a modo de breve anotación os copio un fragmento de "Espectros" de Manuel Vicent. Un libro que nació de la recopilación de artículos publicados por este autor entre la década de los 80 y finales de los 90.

No es que sea el libro suyo que más me ha gustado, la verdad. Otros me han entusiasmado más. Aunque nunca decepciona leer la prosa de Vicent, solo por eso ya merece la pena.

En su favor tengo que decir que, en este caso, trata temas muy variados y originales: la seguridad de la cámara del "tesoro" del Banco de España, el virus del sida, la orquesta del Titanic, los sotanos de Bérlin... Si tengo que escoger entre todos los artículos aquí recopilados, me quedo con 23F Huyeron los pájaros, con La huerta de las Descalzas Reales, con el del garrote vil y sobre todo con éste del que os he copiado el fragmento: "Gatos en la Residencia" sobre la Residencia de Estudiantes, que me gustó mucho.


miércoles, 3 de agosto de 2011

"Póquer de ases" de Manuel Vicent



"Lo imaginaba adolescente en los topes del tranvía bajando hacia las playas de Argel, dispuesto a pegarse un baño junto con otros muchachos ára­bes, todos hermanados por la misma luz, por la misma pobreza. Pegarse un baño, en el argot del francés de Argelia, es una expresión que incluye lo que ese acto tiene de combate al abrazarse al agua, dejando que sea el mar el que te azote. Aprendió la libertad de la miseria. Todos eran pobres en aquella arena deslumbrada de Argel, entre barcas con pantoques color naranja, el adolescente Albert Camus y sus amigos árabes en cuyos cuerpos desnudos res­balaba el mismo sol mojado. La dicha aún tenía sentido: empezaba y terminaba en la piel..."




¿A qué apetece seguir leyendo? Pues es el comienzo del libro del que os quería hablar hoy.

Tengo otra vez atasco con las reseñas de libros que he leído. Os debo algunas. Así que vamos a por otra.

Os quería hablar del libro "Póquer de ases" de Manuel Vicent.

Cómo podéis imaginar por el comienzo que os he copiado, es un libro en el que el autor hace un retrato tanto literario como psicológico de 31 personajes de la literatura de siglo XX: Camus, Miller, Becket, Cortazar, Greene, Casares, Joyce, Faulkner, Lampedusa, Céline, Parker, Conrad, Woolf, Scott Fizgerald, Thomas, Capote, Pessoa, Pla, Williams, Rilke, Proust, Gide, Kafka, Stein, Hesse, Baroja, Hemingway, Benet, Borges, Azcona, y Mann.

Provienen de pequeños artículos o "daguerrotipos", nombre de la sección del suplemento Babelia en la que han ido apareciendo la mayoría de los textos. Son apenas tres hojas para cada personaje pero escritas con esa prosa poética de Vicent, esa forma de contar las historias que te las hace tan agradables casi entrañables y querrías que no acabaran.

A mí me ha gustado mucho. Me encanta como escribe Manuel Vicent, como cuenta las historias salpicándolas de anécdotas, diciendo las cosas claras pero al mismo tiempo de forma tan amena, cercana, afectiva. Os dejo con un ejemplo donde habla de Rafael Azcona:

"Nunca contó un chiste, pero no decía nada que no fuera sorprendente y divertido. Nadie veía lo que él veía. Azcona tenía el don de convertir lo cotidiano en surrealista y por muy extraña que fuera su salida, al final llegabas a la conclusión de que tenía razón y que te acababa de mostrar el revés del espejo. Antes de volver a casa a pie o en autobús, en la sobremesa con los amigos, había desmitificado el amor, la patria, Dios, la iglesia, la política, el dinero, el ejército, los banqueros, los obispos, todo con ejemplos y datos concretos, inapelables, sin retórica alguna, sólo con la ayuda de un par de orujos".

Y en otros de forma tan poética, como en éste sobre Rilke:
"Lo suyo era rozarse con las amantes como con las alas de los ángeles. Buscaba una mujer que fuera guardiana de su soledad. Por lo demás el poeta solo necesitaba silencio. Clara le dió el silencio y la lejanía..."



Las páginas que hablan de Benet me gustaron especialmente, donde alude claro a su relación con su amigo Martín Santos:
"Sabían que un día romperían a escribir y en este sentido se vigilaban mutuamente como corredores antes de sonar el disparo de salida".

Hay muchas notas autobiográficas en el libro porque ha conocido a algunos de los autores de los que habla y con otros al menos ha coincidido alguna vez. Y desde luego por todos siente admiración.

Es un libro que se lee muy rápido, no solo porque sea corto, sino por lo ameno y entretenido que es.

Está salpicado de caricaturas de los escritores que preceden a su texto. Estas ilustraciones están a cargo del ilustrador Fernando Vicente. Os he puesto algunas. Están bien ¿verdad?

Y lo mejor de este libro es que puedes aprender. Me gustan los libros en los que además del placer de la lectura está el de enseñarte, sobre todo si es literatura.

Está editado por Alfaguara, pero ya lo tenéis en bolsillo, mucho más económico.

Yo desde luego lo pienso releer, a la menor oportunidad.




sábado, 4 de diciembre de 2010

Manuel Vicent y Angel S. Herguindey en el Festival Literario Eñe


Tengo atrasadas un montón de entradas que quería compartir con vosotros. Y no quería dejar de hacerlo porque incluso alguna de ellas se refiere al Festival Eñe de Literatura que hubo en noviembre, y que estuvo muy bien, por lo menos en lo que se refiere a los eventos que pude disfrutar.

Ya os hablé del cara a cara entre Manuel Rivas y Juan Cruz. Pues bien, el siguiente acto al que fui dentro de dicho Festival  fue a una conversación entre Angel S. Herguindey y Manuel Vicent que titularon "lugares comunes". Al primero no lo conocía pero del segundo ya sabéis que he leído algunos libros y artículos y siempre me gusta mucho. Tengo otras entradas ya en este blog dedicadas a él.

En este caso se trataba de una conversación entre dos amigos en los que hablaban sobre recuerdos, sobre Denia, sobre los artistas que de alguna manera sabemos todos...  Y mientras paseaban con las palabras por esos "lugares comunes" iban saltando de un tema a otro, salpicándolos de anécdotas entretenidas y divertidas. Dedicad un momento a este vídeo, escuchad como cuenta la anécdota de cuando estuvo Bette Davis rodando en Denia en los años cincuenta y tantos y quería comer "carne buena, carne buena" y no había carne... Que gracioso. No se escucha muy bien, hay bastante ruido de fondo, pero si prestais atención yo creo que sí podéis oírlo. Fijaros como describe a las personas Vicent, y las situaciones, que buen narrador de historias, y claro las risas del público... Yo creo que con el vídeo os hacéis una idea muy buena del ambiente.



Decía Manuel Vicent: Todo el mundo tiene un verano en el que has despertado al amor, a la política... son veranos iniciáticos...

Las historias de amor verdaderas son las que el objeto de amor ha desaparecido o bien no han ocurrido nunca.

También habló largo y tendido sobre sus tertulias de Café Gijón, sobre algunos tertulianos y allegados  en aquel tiempo: "Descubrí de verdad el Mediterraneo cuando llegué al Café Gijón, cuando lo perdí". Contaba que cuando llegó a esta tertulia todos eran muy viejos. Y entre ellos estaba un señor llamado Acacio, un poeta que ya era muy mayor. Coincidió que era jueves y los jueves siempre había paella, y este señor tan mayor se la pidió y de pronto se murió. Y todo el afán, ya no recuerdo bien si del camarero o del dueño, era preguntar: ¿Ha pagado? ¿Ha pagado? Con mucha insistencia. Y luego ¿La había probado, la había probado? y cuando le contestaron que no, rápidamente tomó el plato del muerto y se lo puso a otro delante que la había pedido. Claro Manuel Vicent que vió todo aquel trajín solo pudo pensar: "De aquí yo no me muevo, es cojonudo este Café..."

También dentro de su vida en el Gijón habló de un poeta que estaba autoexiliado en una mesa cercana a la suya desde hacía tres años. Y nadie le había oído hablar. Pasó el tiempo, y después de 10 años viéndole allí en su mesa sin dirigirse a nadie, de pronto un día le ven que se levanta para acercarse a una chica guapa que había llegado y estaba en la barra. El autoexiliado se acerca hasta ella y le dice: "Esta usted cojonuda". Se volvió otra vez a su mesa y otros tantos años sin volver a hablar ni una sola palabra...

Y por supuesto habló del Mediterraneo, de su pueblo. Decía Manuel Vicent que el Mediterraneo es la inmediatez, es mirar a la altura de los ojos. Es también el placer de la comida, de la comida que se ve a simple vista, no que tienes que adivinar lo que lleva. Y es... cuando entras a la barbería y te preguntan: ¿Que va a ser? ¿Con conversación o no? ¿Con polémica o no?

El público disfrutó mucho con esta conversación. Se oían constantemente las risas de fondo entre las palabras de Manuel Vicent. Y la verdad es que la conversación escuchándole se pasó volando. Escuchabas sin poder evitar todo el rato tener una sonrisa en la boca mientras le oías todas las anécdotas, todos los recuerdos que iba desgranando y te iba contando de esa forma tan cercana...


domingo, 19 de septiembre de 2010

De vacaciones... De viaje...



Mañana, lunes día 20 de septiembre, comienzan de nuevo mis vacaciones. La segunda parte de ellas. De nuevo cogeré mi maleta y me iré a conocer otros dos países en los que no he estado nunca: Siria y Jordania.

Recuerdo que hace algunas entradas yo os repetía una frase que había oído: "¿Cuando fue la última vez que sentiste algo por primera vez?" Yo espero, como cada vez que viajo, sentir en estos días muchas cosas por primera vez. Pisar lugares donde nunca he estado, descubrir ciudades lejanas que no sabía de ellas, conocer otras personas, conocer otras costumbres, sentir otras sensaciones que nunca hubiera conocido de no haber ido nunca a estos dos países. 

Viajar. Sentir. Crecer.

Eso espero.

Mientras tanto el blog seguirá abierto, he escrito alguna que otra entrada que se irá publicando. Por tanto, yo seguiré aquí. Esperando que vosotros también estéis de vez en cuando al otro lado...

Gracias por estar siempre ahí.


Equipaje

Los baúles con que viajaban los pasajeros de antaño en las travesías transatlánticas tenían tapas forradas de loneta blanca con herrajes de cobre y dentro de ellos anidaba un mundo secreto, que era la proyección del alma de sus dueños, de aquellos millonarios, divos famosos, aventureros enigmáticos y habitantes de las colonias con trajes color manteca, acompañados de mujeres con collares de perlas hasta la cintura, que subían a cubierta de los barcos sabiendo que su valija sería tratada con el mismo respeto que exigían para sus personas. Hubo una época en que el viajero se definía por su equipaje. Algunos baúles y maletas traían etiquetas con nombres de lugares fascinantes que hacían soñar a sus cargadores. Llevar en la mano un maletín de fuelles era el mejor pasaporte y a ningún aduanero se le hubiera ocurrido violar la intimidad de unos personajes que emanaban felicidad por todos los poros de su cuerpo. 

A lo largo de los años el placer de viajar se ha degradado en la misma medida en que el equipaje ha perdido misterio. Ahora en los aeropuertos multitudinarios las maletas son escarbadas, golpeadas, sometidas al escáner como bultos peligrosos, una sospecha que también se proyecta sobre sus propietarios. En la sala de recogida de equipajes ruedan ahora unas maletas iguales, oscuras, anodinas, cuya vulgaridad se corresponde con la mediocridad de los pasajeros que las esperan cansados, desvencijados, agolpados junto a las cintas mecánicas. 

Pero el otro día ocurrió un hecho curioso. De regreso de un viaje yo era uno de esos pasajeros que esperaba recuperar el equipaje en la selva infame del nuevo aeropuerto de Barajas. La cinta rodaba y a medida que cada maletas encontraba a su dueño la sala iba quedando vacía. Llegó un momento en que todos los pasajeros habían desaparecido y yo era el único ser vivo que quedaba en aquel espacio. Mi equipaje se había perdido, si bien la cinta aún funcionaba. Al poco rato por la boca del túnel emergió una maleta forrada de loneta blanca con cantoneras y herrajes de cobre. La maleta rodaba, se metía en el túnel y volvía a aparecer una y otra vez. Era medianoche cuando la cinta se paró definitivamente y la maleta se quedó sola, sin ningún viajero que la reclamara. Llevaba solo un viejo adhesivo del hotel Metropol de Alejandría sin ninguna etiqueta ni número de embarque. Pensé que su dueño sería uno de aquellos viajeros de entreguerras perdido en el tiempo como su valija, en una ciudad que tampoco estaba ya en ningún mapa.

Manuel Vicent

domingo, 18 de julio de 2010

"El cuerpo y las olas" de Manuel Vicent



Ya os he hablado de este libro en dos ocasiones últimamente. Porque a medida que lo iba leyendo, me iba gustando cada vez más. De hecho hace unos días que lo terminé y no me decido a aparcarlo, sino que lo sigo teniendo en la mesilla, y vuelvo casi cada noche a relerme algunos de sus textos.

"El cuerpo y las olas" de Manuel Vicent, es una recopilación de algunas de sus columnas periodísticas de los últimos tiempos. Dice en el prólogo Ángel S. Harguindey que "las columnas de Vicent son las 438 palabras más brillantes de la prensa diaria española actual. Naturalmente, unas tendrán más aceptación que otras pero todas ellas muestran su enorme talento..." y dice Joan Manuel Serrat en la cita que encabeza el libro: "Las columnas de Manuel Vicent no pretenden soportar ningún peso muerto; solo están escritas para el placer de los sentidos".
Y con ambos comentarios estoy completamente de acuerdo.
Desde la primera de ellas "Las olas" donde dice por ejemplo: "La única sabiduría consiste en dividir la vida en días y horas para extraer de cada una de ellas una victoria concreta sobre el dolor y una culminación del placer que te regale. Una sola ola es la que te hace naufragar. De ésa hay que salvarse." hasta la última columna titulada "Territorio" donde dice entre otras cosas: "Dios creó el tiempo, pero dejó que nosotros hiciéramos las horas. Ese pequeño territorio de cada día será imposible de gobernar si el tiempo no es tuyo y no eres tú quién marca las horas para regalarlas y compartirlas con esa clase de personas que te hacen crecer por dentro." las columnas de Vicent han sido un lujo para mis sentidos.

Son columnas frescas, ágiles de leer, amenas, entretenidas, pero sin embargo no por eso dejan de ser profundas y te dejan pensando, reflexionando sobre algo... Tienen los dos extremos pero tan bien solapados, tan bien entrelazados que lo liviano y lo profundo casi es lo mismo en ellas.

Me pondría y resulta que os copiaría aquí un montón de páginas, y claro no puedo... Solo quería deciros que si tenéis la oportunidad no dejeis de leerlo.

Que gusto leerte pienso siempre cuando termino alguna de estas columnas. Qué gusto.

"El cuerpo y las olas"
Manuel Vicent
2007. Editorial Alfaguara

"Este libro contiene el fluido de la vida a través de la ventanilla de un taxi, en la terraza de una cafetería o mirando el techo tumbado en el sofá. Pequeñas historias y sensaciones, balas perdidas que se han perdido en el mar. Día a día, ola a ola es como el cuerpo llega feliz a la orilla" Manuel Vicent

miércoles, 14 de julio de 2010

Fin de curso en la tertulia Rascamán hasta pasado el verano...



Allá por octubre pasado os contaba que de nuevo habíamos comenzado la tertulia Rascamán, o la tertulia del Café Galdós, como la hemos llamado tantas veces porque allí  era donde nos reuníamos por aquel entonces.

Ahora pasado ya el curso, con mudanza incluída al Café Ruiz,  nos hemos despedido hasta pasado el verano. Por eso hoy no habrá tertulia...

No sé si alguna vez habéis asistido a una tertulia, ya sea literaria o como sea. No sé si en ese caso, os pasará como a mí. Se echa de menos cuando ya no la tienes. Aunque sea por un breve espacio de tiempo, como es el del verano. Se echa mucho de menos el compartir esa afición que te une. En este caso esta adicción que tenemos a las palabras, este afán por colocarlas y descolocarlas, esta querencia al lenguaje. En la tertulia nos contamos lo que hemos escrito, ya sea relato, poesía, ensayo, artículo, o hasta un pedazo de novela los más afortunados que se atreven con ella. Lo leemos en alto, lo compartimos, y los demás sugieren si podrías hacer este cambio o aquel, si quedaría mejor si dieras vueltas a estos versos o lo titularas de esta o esa manera, o tal vez simplemente asienten con la cabeza mientras lees. Pero así, mientras compartimos, vamos aprendiendo.

La escritura es una necesidad solitaria. Quizás sea eso, quizás es que nosotros, los que asistimos a nuestra tertulia, a veces necesitamos un poco de compañía. No lo sé. Supongo que cada uno de los que vamos tiene sus motivaciones, sean las que sean, y más o menos confesables. Pero qué más da... el caso que estamos allí cada miércoles. El caso es que somos.

Bien es verdad que no siempre hablamos de palabras, solo casi siempre. Pero no os puedo negar que muchas veces hablamos de libros, de cine, de actualidad, de viajes, y hasta de sentimientos... Y de todo ello vamos dejando constancia en lo que llamamos nuestro cuaderno de bitácora, un blog donde vamos reflejando lo que hacemos cada miércoles: http://bitacoratertuliagaldos.blogspot.com/ y que os animo a que si os apetece echéis un vistazo porque allí dejamos muchas veces sugerencias de lecturas o películas.

Pero en fin... que tampoco quiero aburriros con este tema. Es solo que, bueno, hoy me salía escribir ésto...

Os dejo con mi forma de despedirme para con mis compañeros este curso. Es un artículo del libro de Manuel Vicent, del que os hablaré otro día, "El cuerpo y las olas" porque me ha gustado mucho. Un artículo que se titula ¿cómo no? Tertulia.



Tertulia


Luis Buñuel dejó dicho que después de muerto le gustaría salir del sepulcro cada diez años para comprar el periódico, leerlo en el velador de un café y, una vez enterado de lo que pasaba por aquí, volver de nuevo a la tumba.

Todos tenemos un designio secreto para la eternidad. Unos prefieren la absoluta oscuridad de la nada, conscientes de que sí en la otra parte de la tapia existe algo, sin duda será mucho peor de lo que ofrece este mundo. Algunos señoritos esperan que el cielo sea un prolongación de la finca de caza eu poseen en la tierra, en la que ciertos bienaventurados se hayan convertido en venados de catorce puntas y los ángeles en perdices blancas a merced de sus rifles y escopetas. Muchos se conformarían con que el más allá fuera un lugar bueno o malo, pero donde se pudiera aparcar. A otros no les importaría ir al infierno si allí hubiera un garito de jazz y el fuego no liquara el hielo del whisky que uno podría tomar oyendo en directo a Charlie Parker.

Por mi parte estaría dispuesto a acelerar el tránsito hacia el otro lado si en algún punto del universo pudiera montar a mi gusto una tertulia con amigos muy escogidos, inteligentes y simpáticos, entro los que, por supuesto, estaría Buñuel. La peña tendría algunas reglas. No se le preguntaría a nadie si estaba vivo o muerto, si había sido ya juzgado, salvado o condenado. Cada contertulio se sentaría a la mesa con la única condición de que se tomara la eternidad con buen humor y mucha calma.

Durante cuarenta años he pertenecido a una tertulia de cómicos, periodistas, jueces, pintores y algunos fantasmas. Cada uno traía noticias de su oficio y con ellas se formaba una realidad poliédrica de teatros, tribunales, periódicos, pinturas y fantasías, sin otra esperanza que la seguir hablando sentados hasta el final de la vida.

Sería muy divertido continuar con esta tradición en el otro mundo. Unos llegarían con noticias del paraíso, otros con la experiencia del fuego eterno. La última novedad, llena de glamour, sería siempre la que se produjera cada noche en el espectáculo del infierno, aunque cada diez años se esperaría a que Buñuel regresara de la tierra con el periódico leído. Puesto que en la eternidad el tiempo se comprime en la punta de una aguja, cualquier catástrofe futura ya habría sucedido. Ninguna noticia de sangre o de estupidez acaecida en nuestro planeta tendría allí el menor interés, pero todos los contertulios guardarían silencio cuando Buñuel diera los resultados de las ligas de fútbol.

Manuel Vicent

lunes, 5 de julio de 2010

Gol, gol, gol - Manuel Vicent

Gol, gol, gol

No hay ningún hecho histórico, espiritual, científico, político ni social que reciba,  ni de lejos, un clamor colectivo tan intenso como el que produce un gol. 

Hay remates espectaculares con el delantero y el guardameta chocando en el aire que mueven a la admiración, pero muchas veces, debido a cualquier fallo, el balón rueda tontamente y se cuela en la portería de forma estúpida. En cuánto traspasa la línea de meta las gradas estallan con mismo alarido irracional, y en los bares, en las salas de estar, en plazas de los pueblos más remotos del planeta, gentes de todas las razas se levantan de los asientos y se abrazan ante las pantallas del televisor. En el mundo de hoy no existe misterio más profundo que este entusiasmo nacido de una simple patada

La alianza de civilizaciones ahora mismo se realiza en los vestuarios de los equipos de fútbol, donde comparten las ovaciones y el sudor jugadores de distints etnias y naciones, sometidos a la dictadura de un entrenador y al silbato tantas veces equivocado del colegiado. En ninguna actividad humana existe tanta distancia como la que se da entre un divo del balompié, multimillonario, adorado por las multitudes de todo el planeta, y el árbitro que dirige el encuentro. No obstante, este personajillo subalterno, vestido de negro y con un suldo para ir tirando, tiene la suprema potestad de levantar una tarjeta roja ante las narices sudadas del superhéroe y con un gesto disciplente expulsarlo del campo. En ese momento se produce un extraordinario prodigio, que consiste en que el jugador obedece. En ningún orden de la vida se da este milagro. Imagínese usted a un apoderado del Banco de Santander mandando a casa a Botín por cualquier zancadilla financiera o a un tipo de la calle señalándole el vestuario a un presidente del Gobierno y que ambos con la cabeza gacha obedecieran. Ese enigma acontece en el fútbol, pero eso no es nada frente al delirio explosivo que concita un gol. Ante un descubrimiento científico de primer orden, el público ni siquiera aplaude; cuando el Papa en una concentración de masas eleva la hostia consagrada, los fieles guardan silencio; si los jueves emiten una sentencia justa, nadie hace la ola; tampoco se levanta ningún rumor en la calle ante un decreto trascendental del Gobierno. 

En cambio, un balón entra en la portería, y la humanidad se comprime, el locutor aúlla, y entonces se produce un big bang que va desde la íntima miseria que cada ciudadano arrastra hasta la máxima expansión de dicha colectiva.

Manuel Vicent

lunes, 21 de junio de 2010

"Las olas" de Manuel Vicent



Estoy leyendo en estos días "El cuerpo y las olas" de Manuel Vicent. Es una recopilación de columnas publicadas en el Periódico El País.

Me quedan aún muchas páginas. Qué gusto...

Pero quería dejaros con la primera de esas columnas... es una buena filosofía de vida.




Manuel Vicent:


Las olas

El mar sólo es un conjunto de olas sucesivas, igual que la vida se compone de días y horas, que fluyen una detrás de otra. Parece una división muy sencilla, pero esta operación, incorporada a la mente, ha salvado del naufragio a innumerables marineros y ha ayudado a superar en tierra muchas tragedias humanas.

Recuerdo haberlo leído, tal vez, en alguna novela de Conrad. En medio de un gran temporal, el navegante piensa que el mar encrespado forma un todo absoluto, el ánimo sobrecogido por la grandeza de la adversidad entregará muy pronto sus fuerzas al abismo; en cambio, si olvida que el mar es un monstruo insondable y concentra su pensamiento en la ola concentrada que se acerca y dedica todo el esfuerzo a esquivar su zarpazo y realiza sobre él una victoria singular, llegará el momento en que el mar se calme y el barco volverá a navegar de modo placentero. Como las olas del mar, los días y las horas baten nuestro espíritu llevando en su seno un dolor o un placer determinado que siempre acaba por pasar de largo.

Cuando éramos niños desnudos en la playa no teníamos conciencia del mar abstracto sino del oleaje que invadía la arena y contra él se establecía el desafío. Cada ola era un combate. Había olas muy tendidas que apenas mojaban nuestros pies y otras más alzas que hacían flotar nuestro cuerpo; algunas llegaban a inundarnos por completo con cierto amor apacible, pero, de pronto, a media distancia de nuestro pequeño horizonte marino aparecía una gran ola muy cóncava adornada con una furiosa cresta de espuma que era recibida con gritos sumamente excitados. Los niños nos preparábamos para afrontarla: los más audaces preferían atravesarla clavándose en ella de cabeza, otros conseguían coronarla acomodando el ritmo corporal a su embestida y quienes no veían en ella una lucha concreta sino un peligro insalvable quedaban abatidos y arrollados. Con cuanto placer dormía uno esa noche con los labios salados y el cuerpo cansado, abrasado por el sol pero no vencido.

La práctica de aquellos baños inocentes en la orilla del mar es la mejor filosofía para sobrevivir a las adversidades. El infinito no existe, el abismo sólo es un concepto. Las pequeñas tragedias de cada día se componen de olas que baten el costado de nuestro navío. La única sabiduría consiste en dividir la vida en días y horas para extraer de cada una de ellas una victoria concreta sobre el dolor y una culminación del placer que te regale. Una sola ola es la que te hace naufragar. De esa hay que salvarse.