Un blog para letraheridos. Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y letras.
Un blog donde sentarse a leer mientras te tomas un café.
Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let
Aunque vayas con amigos, en los viajes, siempre te haces más.
Yo tengo la suerte de haber conocido a muchos de mis mejores amigos, ellos saben bien quiénes son, trotando por esos países lejanos. En aquella ocasión congeniamos tanto, que con el tiempo hemos repetido, incluso más de una vez, y espero que lo sigamos haciendo durante muchos, muchos años más.
En otras ocasiones sabes que, aunque hayas tropezado con alguien interesante, no vas a volver a viajar con ellos. Algo te dice que se quedarán allí donde los conociste y no volverás a coincidir.
Quizá sea por la distinta temperatura de su piel, o por que eran muy callados, el caso es que no llegas a intimar tanto.
Sin embargo, no quieres olvidar que los conociste, y son tan fotogénicos que, en un momento dado, no puedes evitar gritarles:
Guardé en una pequeña maleta el papel que decía que ya estaba vacunada, un montoncito de mascarillas y un par de botes de gel. Claro, también me llevé algún que otro biquini, unas cómodas sandalias y las ganas intactas de conocer el mundo.
La Palma no quería dejarme marchar, así que una parte de mí, la más despistada, todavía visita volcanes y pasea senderos verdes.
Todavía despierta cada mañana en aquella casita que miraba al mar. Todavía está en aquel jardín precioso cuajado de enormes cactus, untando unos tímidos rayos de sol por encima de las tostadas cuando desayuna.
Me pregunto cuando podré volver a por ese pedazo de mí que se quedó en aquella isla de contrastes y viento.
Esa que también soy yo, todavía no ha dejado de visitar aquella tierra oscura, ahora volcánica, después húmeda y frondosa. Todavía no ha dejado de buscar dragos y faros, todavía no ha encontrado el lugar más alto de la Isla Bonita.
Me pregunto cuando podré volver a por ese pedazo de mí que se me despistó el junio del año que volvimos a viajar.
Historias de atardeceres fantásticos y criaturas marinas mitológicas.
Historias de desgraciados naufragios y pecios fascinantes que nos esperan en el fondo del mar.
Historias de todos los tiempos que el agua salada ha ido imprimiendo en sus paredes con tanta persistencia, que ha ido calándolos y palpitan intactas en su interior seco y atemporal.
Los faros cuentan historias.
Si te acercas a ellos lo suficiente y prestas atención,
si sigues la dirección de su veleta,
si muestras respeto por quienes fueron y son,
quizá consigas que confién en ti y te las susurren sobre el rumor de las olas.
Faro de Peñíscola (Castellón)
Los faros cuentan historias.
Pero no todos consiguen oírlas.
Solo quienes los faros eligen serán capaces de escucharles contar.
Hay días que la actualidad se impone a las entradas que tengo medio preparadas para el blog. Éste es uno de esos días.
Esta mañana he escuchado en la radio que por fin van a poder restaurar los zapatos rojos que usó Judy Garland en la película "El Mago de Hoz", en el año 1938. Han conseguido una buena recaudación para hacerlos.
Qué casualidad, porque justo este septiembre pasado yo estuve en Washington en el Museo de Historia Natural, viéndolos. Son las fotos que os dejo. Aunque ya veis que están un poco oscuras, no se podía usar el flash y estaba muy oscuro, imagino que para preservan los objetos.
Lo cierto es que es un Museo que merece muchísimo la pena, muy ameno, muy entretenido. Pero, si os parece, al Museo le dedicamos otro día la entrada con más detenimiento.
Parece que los zapatos fueron donados al museo en 1979, y realmente los tenían en un lugar muy especial, dentro del apartado dedicado a la Historia de América, donde tambien estaban nuestros Epi y Blas. No me extraña que se quisieran restaurar los zapatos porque eran rojos brillantes, y yo los ví más bien marrones, la verdad.
Me gusta mucho visitar las casas de los escritores: Dónde vivían, dónde escribían... En el blog tenemos reunidas todas las reseñas de esas visitas bajo la etiqueta "CASAS ESCRITORES", por si os apetece echar un vistazo a las que ya tenemos reunidas, que son unas cuántas.
Hoy quería dedicar esta entrada a otra de esas casas. Aunque en este caso no se puede visitar, solo se puede ver desde fuera.
Me estoy refiriendo a la casa de Rosalía de Castro en el casco histórico de la ciudad de La Coruña. Una placa te avisa de que has llegado, está en la calle del Príncipe, en el núm. 3.
No es la casa donde nació la escritora, sino donde vivió desde finales del 1870 hasta el año 1875. La placa te dice que aquí vivió con sus hijos y su esposo en 1873, pero buscando información sobre ella he encontrado que lo hizo durante esos años.
La casa es un edificio construído en el siglo XVIII con cinco plantas, de unos 180 metros cuadrados cada una,
con un jardín anexo. El matrimonio Murguía vivió en uno de los pisos, porque a Manuel Murguía le nombraron Jefe del Archivo del Reino de Galicia. Aquí también nació la quinta hija del matrimonio, Amara.
La casa en la actualidad no se puede visitar, como ya os he dicho. Su historia ha sido azarosa. En los años noventa "albergó un local de hostelería, con el nombre de Casa
Rosalía, en el que se daban cita poetas y escritores participantes en
encuentros literarios en la ciudad o los cursos de la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo". Fue propiedad de la Caixa Galicia que lo adquirió en el año 2004, hasta que lo cedió en el año 2007 a la Academia Real de Galicia que quería convertirlo en un nuevo centro cultural.
Pero al final por falta de dinero la RAG no pudo afrontar las obras que se necesitaba hacer en la casa para reconvertila en centro cultural y tuvo que devolvérseo a sus antiguos dueños, la antigua Caixa Galicia, y ahora Afundación, que son quiénes están haciendo obras ahora en ella. Parece ser que estaban arreglando los tejados y las bajantes principalmente y luego demás obras de mantenimiento.
Ojalá que algún día esta casa pueda dedicarse a fines culturales.
Hace muchos años, la primera vez que viajé a la Costa de la Muerte, y conocí Camelle, también conocí a Man.
Man en realidad se llamaba Manfred Gnädinger, y era un artista alemán que se había afincado cerca de la playa. Allí se había hecho una casa y allí, vestido únicamente con un taparrabos, se dedicaba a hacer unas curiosas construcciones alrededor de la casa en la que vivía. Teníais que haberlo visto, alto, delgado, muy delgado, con el pelo y la barba larga, y su escasa indumentaria moviéndose por su Museo al Aire libre...
Parece ser que había llegado allí en los años sesenta, en 1962 más concretamente, y desde entonces, al principio con oposición de los vecinos que no entendían por qué tenía que establecerse ese peculiar hombrecillo en su pueblo alterándoles... se había quedado. Dicen que al principio era mucho más corpulento, e iba bien vestido. También dicen que fue debido a un fracaso sentimental con una maestra del lugar por lo que terminó aislado en ese terrenito en la costa, que había comprado, y donde hizo su peculiar comunión con el mar y con la naturaleza.
Sí, Man, el amante del medio ambiente, había llegado para quedarse e inventar su peculiar edén con sus obras de arte hechas de piedras, botellas, conchas... Cincelaba las rocas con figuras geométricas, utilizaba las pinturas, las fotografías... y su ingenio.
Si tú le visitabas, costaba un euro entrar, y otro si querías hacer fotos, te dejaba una libretita para que le hicieras un dibujo. He leído que decía que “en cada papel está el alma
de cada uno y mi objetivo es hacer un gran rascacielos con todas ellas”. Fuimos tres amigas, y la verdad es que yo no entré, pero una de mis amigas sí que le dejó su dibujito.
Cuando la desgracia del naufragio del Prestige, gran parte de su obra al aire libre quedó teñida de negro, Man se deprimió por el desastre del Medio Ambiente y finalmente murió en 2002. Dicen que de pena.
Yo decir que esto no deber limpiarse nunca. Ser episodio
de la historia. Quedar así debe, para todos recordar quién es hombre” “Dolor mucho dolor, porque el hombre no
querer a hombre, ni querer a mar, ni querer peces, ni querer a playas”.
Este verano he vuelto a Camelle, y por supuesto he vuelto a visitar a Man. Después de tantos años me ha gustado mucho hacerlo. Ahora sus vecinos le guardan memoria con un Museo a donde trasladaron todo lo que pudieron salvar de su casa.
En él se puede ver gran parte de su obra. Muchos de los autorretratos que se hizo están allí, podéis verlo en las fotos.
También se pueden admirar las figuras que hacía con los botes de plástico, con las conchas, con los huesos de los animales, artilugios de pesca, con los distintos elementos que recogía de aquí y de allá, y con los que trabajaba.
Por supuesto están todas sus libretitas. Montones y montones de ellas. Se consideran ahora cuadernos de artista.
Junto a todo ello también estaban sus libros, libros de arte y de otras disciplinas.
Si seguís caminando hacia el mar llegareis a lo que queda de la casa de Man. En el Museo nos dijeron que claro, tan cerca del mar, con el clima que tienen tan extremo, esos vientos, esas olas, pues al ir pasando los años se va erosionando todo, y se va deteriorando.
Pero aún quedan algunas de sus esculturas de roca en pie, quedan también sus figuras geométricas, la mayoría con forma de círculo que tanto le gustaban.
Si vais a Camelle no dejéis de visitar a Man.
He encontrado este vídeo, por si os apetece saber más sobre Man y sus circunstancias, está muy bien.
Para nuestra colección de cementerios, hoy os traigo uno muy especial. Se trata del Cementerio de los Ingleses en la Costa de la Muerte de La Coruña.
Es díficil acceder a él, la verdad. Si vas caminando, es una buena caminata. Puedes ir también en coche, pero no hay carretera es una pista de arena desde el faro de Cabo Vilán, que precisamente se construyó a raíz de los naufragios que habían tenido lugar en esta Costa.
Exactamente está en lo que se conoce como Punta de Boi, a la derecha de la playa del Trece. En este lugar fatídico en el siglo XIX tuvieron lugar tres naufragios muy desgraciados: el Iris Hull (1883), el Serpent (1890) y el Trinacria (1893).
El Iris Hull era un barco de vapor inglés que había
salido de Cardiff con destino a la India vía Gibraltar, tripulado por 38
hombres. A las cuatro de la madrugada del día 5 de noviembre de 1883,
en medio de un fuerte temporal del noroeste, choca con los llamados
Baixos de Antón, en Punta Boi, destrozando el buque. Solo hubo un superviviente.
Siete años después naufragó el buque Serpent, un barco de la corona británica, que había zarpado de Plymouth el 8 de noviembre de 1890 con 175 hombres. Solo se salvaron tres hombres.
Los vecinos de Xaviña y Camariñas ayudaron a dar sepultura a los otros 172 restantes,
consagrando el lugar donde ya estaba enterrados los del Irish Hull con
un pequeño cementerio, hoy llamado Cementerio de los Ingleses. La construcción del faro Vilán se aceleró a raíz de estos tres naufragios.
En el lugar del Cementerio Inglés no hay mucho que ver, ya lo veis en las fotos. Además está en un lugar que sufre constantemente la erosión del clima. Es más su valor testimonial. Pero a mí me gustó mucho por lo agreste, lo solitario, y la memoria que encierra.
Foto procedente del cementerio de San Amaro en La Coruña
Venga vamos a por una ración de letreros para nuestra colección.
Hoy traemos unos de esos que nos llaman la atención con advertencias. Aunque la verdad es que a mí me cuesta mucho creer que haya gente que necesite que le digan éstas cosas. Pero a la vista está que sí.
El de arriba lo atrapé en un cementerio. Sí. Está claro que hay quiénes no pretenden entrar con flores, sino que aspiran a llevárselas... ¡Vaya tela!
La foto está tomada en el cementerio de San Amaro en La Coruña.
Y la de abajo, pues ya veis. Debe ser que hay quién quiere llevar a su perro a misa. La foto está tomada en Pontedeume en La Coruña.
He vuelto a esa aldea de casitas blancas y tonos azules.
He vuelto a esas poquitas calles con nombres de poetas y fragmentos literarios en sus paredes encaladas.
Dicen que Cacela fue una ciudad importante de Al Andalus.Ahora espera en su alto, entre Manta Rota y Cabanas, para que acudas a su balcón y contemples a lo lejos el Atlántico, y a lo cerca la ría Formosa que discurre siempre cambiante a sus pies.
Cacela me espera con su mercadinho, su pequeño cementerio tan concurrido, sus callecitas blancas donde se respira literatura.
¿Cómo no volver de vez en cuando?
Te adjunto también el enlace a la entrada anterior que tiene el blog sobre Cacela Velha.