Me acuerdo de La Palma en junio.
Me acuerdo de su arena negra, cómo quemaba.
Me acuerdo de sus enormes cactus salpicando la lava.
Me acuerdo de aquella tarde correteando entre volcanes,
dejándonos llevar por el viento.
Me acuerdo de la espuma del mar, de las rocas negras
de los enormes y rojos cangrejos.
Me acuerdo de sus faros, el del norte, los del sur, al este y oeste.
Me acuerdo de las salinas de Fuencaliente, blanco sobre negro.
Me acuerdo de los alegres murales de Los Llanos.
Los Llanos de Aridane.
Me acuerdo de aquel mirador desde el que veíamos nítido el perfil de la isla bonita,
la isla volcánica.
Me acuerdo de La Palma en junio, apenas tres meses atras.
Me acuerdo de los preciosos atardeceres de Tazacorte.
Me acuerdo de fachadas blancas y casas de colores.
Me acuerdo de los balcones llenos de flores.
Me acuerdo de sus lagartos azules.
Me acuerdo de La Palma y las largas tardes de principios del verano.
Me acuerdo de las paradas pintadas de la guagua.
Me acuerdo de las plataneras y los dragos.
Me acuerdo del sabor que dejaban a su paso,
aquellos tremendos barraquitos
en nuestras bocas.
No me acuerdo del perfil oscuro y bello de la isla bonita,
doliéndose de ser volcánica.
No me la imagino surcada de ríos de lava,
avanzando lentos, seguros, arrasando aquella carretera
que tanto transitamos.
No me acuerdo de la isla humeante,
no me la imagino gris y triste,
no quiero hacerlo.
No es mi isla de La Palma
de la que hablan todas las noticias
no es mi isla, la que duele.
Quizá se la habíamos arrebatado a los volcanes,
quizá se cansaron de prestárnosla.
Me acuerdo tanto de La Palma el último junio.
Me acuerdo de su arena negra,
cómo quemaba.