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jueves, 29 de agosto de 2024

Lluvia en agosto


 

Quería contarte que hoy vino la lluvia. 

Madrid la necesitaba para lavar la maloliente piel de sus aceras, regar sus sedientos parques y regalar a sus agostados madrileños el espejismo de un viento más respirable.

Estábamos tan contentos tras el anuncio de los sabios meteorólogos que fantaseábamos con guardar unos días las sandalias y arroparnos unas noches más como benditos.

Cuando hoy de madrugada en las habitaciones resplandecieron sus relámpagos y las cortinas bailaron felices al son de los truenos, cuántos adormilados no se echarían la sabana sonriendo como bebotes satisfechos. Sabiéndola ya en casa, sabiéndola más nuestra. 

Infelices, infelices, infelices. Y mil veces infelices más. 

Quería contarte que hoy vino la lluvia, una lluvia moderna que traía una maletita de chubascos de mentirijillas (¿sería de cabina?) que nos chistaban burlones que quizá, ni tan siquiera, se quedarían una noche más. 

"Pero y ¿Ya se va?" preguntamos perplejos al primer rayo de sol que salió a media mañana. ¿Ya? volvimos a preguntar al segundo como amantes insatisfechos.

Pero ni los juguetones rayos de sol haciéndonos guiños, ni la tan anunciada lluvia que cual chula se diera la vuelta ante nosotros, se dignaron a contestarnos.

Y a los pobrecitos madrileños, hoy más pánfilos que chillones, que íbamos acarreando unos paraguas tan cerrados como los zapatos de cordones, solo nos consoló lo requetebonita que amanecía Madrid contemplándose, presumida, limpia y gris, en sus charcos.


 

lunes, 31 de julio de 2017

El orvallo, orballo, orbayu: una traviesa palabra





 Las hayas se envolvían en niebla recibiendo un terco orvallo. En el alto mismo de la cuesta, en el portillo, una joven pastora, varonil, en esa edad en que empieza a acusarse el sexo, subía entre llovizna, con pie firme, tras unas ovejas.
Miguel de Unamuno




Dicen que Camilo José Cela la utilizaba mucho. En sus escritos hay cierta tendencia terca a aludir a esa fina y empecinada lluvia que no cesa: el Orvallo, que ahora y aquí estamos hablando en castellano. 

Orvallo en castellano, orballo en gallego, orbayu en asturiano.

Qué cada cual la utilice cómo quiera, para una palabra que la digas cómo la digas la dices bien, no nos vamos a poner exquisitos. 


Dicen que nos ha venido del portugués, eso dice Joan Carominas en "Joan Corominas y las lenguas románicas", y él sí que sabía de palabras. Dicen también que la palabra apareció en el Diccionario de Autoridades con la grafía orbayo ("La lluvia menúda que cae de la niebla") y que en 1884 la RAE adoptó la grafía orvallo.






A mí no me extraña que Cela la utilizara mucho, Cela y muchos más escritores porque es una palabra que, a poco que te guste el lenguaje, casi te hipnotiza.  

Es sonora y suave, tanto que al nombrarla parece que no la dejas de decir, cómo ocurre con esa lluvia liviana, menuda y cansina a la que alude. La palabra orvallo u orballo u orbayu se te queda rezagada entre la lengua y los labios para que la saborees y te vayas empapando de su significado. 

Porque es tan traviesa, que ni quiere salir de la boca, ni se conforma con una solo forma de decirse.

El orvallo, orballo, orbayu se merecía tanto esta entrada que no pude más que rendirme ante su encantamiento.






 La fotografía que encabeza esta entrada es de Martin Munkacsi (1896-1963).

lunes, 4 de abril de 2016

De la palabra "lluvia" y todos sus sinónimos


 
Hoy llueve, llueve sobre Madrid, y creo que sobre España entera.

Y lo hace, al menos en Madrid, de esa forma lentita y minúscula, cierta y tranquila, que te va empapando poco a poco, poco a poco, sin remedio y sin descanso.

Es abril, tiene que llover.

Y es bonita la palabra lluvia. ¿No créeis? ¡Y cuántas formas de decir lluvia que existen y todas bien bonitas!

Ya que es abril me gustaba dedicar esta entrada a esa palabra y sus múltiples variantes según la forma de llover o la geografía.

En primer lugar deciros que la palabra "lluvia" viene del latín pluvia.

A la llovizna o chubasco de poca intensidad lo llaman en algunos lugares aguanina, un término similar a cernidillo y a bernizo. De ahí que "Llover a bernizo" es lloviznar. En Mallorca, la lluvia fina recibe el nombre de albaina y en algunos lugares de Canarias se denomina Chiriso. En el norte, ¿Quién no conoce el sirimiri? O también el orvallo.

Que lo que ocurre es que cae un chaparrón, en León lo llaman bastiao, y en Asturias bastarao. Bastio lo llaman en otros lugares a la mezcla entre lluvia y viento. Generalmente cuando caen chaparrones lo llaman en según qué lugares: chucear, chubascar, chaparrear. Y de ahí la frase coloquial "Caen chuzos de punta".En Extremadura al chaparrón lo llaman chiringa y en Canarias palo de agua; en Aragón andalocio o rujiada y en el País Vasco zaparrada o chaparrada.

Sinónimos de chaparrón son un chapetazo, un chapetón, un zarpazo, un charpazo, una aguazada, una batida, un batilazo, vamos lo que es que te caiga "una chupa de agua".

Jarrear o diluviar llamamos muchas veces coloquialmente a esas lluvias intensas. También decimos "llover a mares", "llover guijarros" o la tan frecuente "llover a cántaros", incluso escascar dicen en Cantabria, o cantalear que es llover copiosamente. 

Cuando la lluvia es escasa y esquiva, se le llama matapolvo, rugete (Teruel), o babinas (en León). Hay una expresión curiosa "está el día de culadas" cuando tenemos esos días que llueve a ratos un poco, y luego nada. 

Y cuando al fín deja de llover, decimos escampar o albanciar, abellugar (Asturias), espazar (Aragón) o escarpiar. Si además de dejar de llover ya clarea el cielo se le llama en Asturias: abocanar.

El lenguaje, ya lo hemos dicho muchas veces, está vivo. Por eso es muy rico. El lenguaje no solo tiene una raíz etimológica que lo define, sino que en él influyen también la geografía de los hablantes, no se designará igual a la lluvia en un lugar que apenas llueve, que en el norte que llueve tan a menudo. E incluso influye decisivamente el mundo afectivo que actúa como un filtro de nuestras palabras, no es igual que estés deseando que llueva por las cosechas, por las alergías y demás, que ya estés cansado de tanta y tanta lluvia. 

Geográficamente podemos decir por ello, al igual que los esquimales tienen muchos nombres para la nieve, en el norte tienen muchísimas formas de llamar a la lluvia... He leído que tienen más de cien formas. Y cómo hemos dicho se debe tanto a la raíz etimológica como al lugar:

 Hay términos con los que se denomina a la lluvia que puede proceder del viento, como por ejemplo del griego "Boreas". Por eso he leído que orballo, orballeira, orballada; chuvisco, chuviscada, chuviña, procederían del latín "pluvia", pero del término griego "Boreas" con el que se denominaba al viento del norte que trae agua procederían otras lluvias como babuxa, babuxada, barruxeira, barruxada, barruceira. Incluso hay otras formas que procederían de otra palabra del latín "turbo" –indicaba cualquier tipo de objeto impulsado con un movimiento circular–. De aquí nos llegarían palabras como trebón, torbón, treboada, torboada...


En fin... que podríamos hablar de este tema largo y tendido porque hay mucha riqueza en el lenguaje. Desde siempre hemos mirado al cielo y hemos dependido de él. Cómo para que no lo reflejen nuestras palabras...





Fuentes:
Aemet - Agenda meteorológica
http://www.farodevigo.es/sociedad-cultura/2012/03/05/lluvia-galicia-cien-caras/629602.html