Las hayas se envolvían en niebla recibiendo un terco orvallo.
En el alto mismo de la cuesta, en el portillo, una joven pastora,
varonil, en esa edad en que empieza a acusarse el sexo, subía entre
llovizna, con pie firme, tras unas ovejas.
Miguel de Unamuno
Dicen que Camilo José Cela la utilizaba mucho. En sus escritos hay cierta tendencia terca a aludir a esa fina y empecinada lluvia que no cesa: el Orvallo, que ahora y aquí estamos hablando en castellano.
Orvallo en castellano, orballo en gallego, orbayu en asturiano.
Qué cada cual la utilice cómo quiera, para una palabra que la digas cómo la digas la dices bien, no nos vamos a poner exquisitos.
Dicen que nos ha venido del portugués, eso dice Joan Carominas en "Joan Corominas y las lenguas románicas", y él sí que sabía de palabras. Dicen también que la palabra apareció en el Diccionario de Autoridades con la grafía orbayo ("La lluvia menúda que cae de la niebla") y que en 1884 la RAE adoptó la grafía orvallo.
A mí no me extraña que Cela la utilizara mucho, Cela y muchos más escritores porque es una palabra que, a poco que te guste el lenguaje, casi te hipnotiza.
Es sonora y suave, tanto que al nombrarla parece que no la dejas de decir, cómo ocurre con esa lluvia liviana, menuda y cansina a la que alude. La palabra orvallo u orballo u orbayu se te queda rezagada entre la lengua y los labios para que la saborees y te vayas empapando de su significado.
Porque es tan traviesa, que ni quiere salir de la boca, ni se conforma con una solo forma de decirse.
El orvallo, orballo, orbayu se merecía tanto esta entrada que no pude más que rendirme ante su encantamiento.