Javier
Díaz Gil (Madrid 1964) ha publicado nuevo poemario: “La
palabra y la carne”.
Qué título tan sugerente. Inevitablemente,
su lectura nos lleva a la cita del evangelista Juan 1:14:
14Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros…
Javier Díaz Gil publica
un nuevo poemario y lo hace a lo grande. Pues ya para empezar ha elegido uno de
los misterios más grandes de la Biblia y se hace eco de él no solo en el título
de su poemario, sino que lo toma como de referente y guía en la estructura de
éste. Aunque lejos de escribir un poemario místico, nos regala un poemario casi
amoroso, donde su intención es indagar en esa dualidad del Verbo y La Carne.
Todo el poemario es una búsqueda, un estudio de esa dualidad, que finalmente el
poeta no entiende sino como la complementariedad de los dos términos de la cita
del evangelista. Tal y como sintetiza en el soneto final.
Pero no adelantemos
nada. Sigamos los derroteros de este viaje, dejemos habitar al Verbo entre
nosotros, y disfrutemos con el diálogo que se establece entre ellos, paso a
paso, poema a poema.
Tras un minucioso y elaborado prólogo
del poeta José Cereijo que les animo a leer despacio, comienza este poemario.
"En el principio era el Verbo, y el
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios." Nos decía en el primer versículo
de su Evangelio el Apóstol Juan. En el principio era el Verbo, por ello el
poeta Díaz Gil sitúa la primera parte (son cuatro en total) de su poemario en
“El Verbo”. Y la encabeza una cita del maestro Ángel González: “Habrá palabras
nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea
tarde”. Qué bueno Ángel González, qué bien elegida su cita, para esta primera
parte compuesta por 15 poemas que nos hablan precisamente de eso, de la
palabra, del verso, de que en el principio de toda creación poética está ese
impulso a hacer poesía de cada sensación, cada instante que contempla el poeta.
No en vano, en esta primera parte
tenemos ya una poética en la pág. 24 de la que extraemos algunos versos para
completar esa idea: Del blando temblor de
una caricia, de la luz amarilla de los atardeceres, del agua, de las sonrisas…
De todos esos instantes llega el verso que alcanza al poeta: “Es este verso/el que me alcanza/ Yo/
solamente soy/ su sombra”.
La palabra estaba en el principio, y así
la sitúa también nuestro poeta, pero la grandeza del misterio estuvo en que la
Palabra, el Verbo se hizo carne. No bastó la Palabra, tenía que haber más, no
quedarse en eso. Por eso se hizo Carne y alcanzó gloria. Recordamos la cita de
Juan:
14Y
el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como
del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Cómo no podía ser de otra forma, no
olvidemos que estamos recreando el Misterio de la Encarnación, Javier Díaz Gil
bajo el subtítulo de “La Carne” engloba la segunda parte de su poemario.
También encabezada por otra cita, en este caso de Kavafis: “En sueños, cree
poseer el cuerpo, la carne deseada”.
Y qué bello el primer poema de esta
segunda parte: “A veces/cuelgan ángeles de tus labios,/la pirueta perfecta/la
cicatriz de sus alas/desnudan la cintura de lo eterno.”. Pág. 36
Creo que es uno de los que más me gustan
de este poemario. Breve, conciso, pero también etéreo, mágico. Qué pocos versos
para decir tanto. Los mejores versos para la transición entre el Verbo y la
Carne.
Esta segunda parte se compone de trece
poemas, en los cuales el poeta se detiene en el cuerpo, en lo físico, lo
tangible, lo material. “Es en tu piel
secreta/la que se esconde/bajo tu blusa/donde quiero morir…” Pág. 38. Toda
una declaración de intenciones.
La piel, las gotas de sudor, sus
rodillas, el sexo. Vamos recorriendo los poemas en un ir recorriendo el cuerpo
de la amada. Demorándonos lascivos, golosos, en esos detalles que recoge la
mirada del poeta, la voz del poeta.
¿No es el cuerpo, acaso, el misterio de
la encarnación? Ese misterio del que nos hablaba el apóstol Juan, su evangelio.
Ese cuerpo, esas sensaciones que nos trasmite y que escapan a toda reflexión,
como los misterios de la biblia, como el Deseo. Ese Deseo en mayúsculas que el
autor nos deshace en versos y palabras: “Serán/
mis diez dedos agua/ atravesando/ tu cuerpo.” Pág. 38.
Y ya no solo el cuerpo de la amada, sino
también el cuerpo mismo, del poeta. Su naturaleza material, donde habita la
palabra. ¿Por qué de todos cuántos fuimos niños, solo algunos se hicieron
poetas? La mirada del poeta vuelve a la infancia en esta parte del libro: “Tierra en la suela/ de los zapatos./ No hay
marcha atrás./ de la infancia”. Pág.42.
El cuerpo, la tierra, lo tangible, y lo
que deja de serlo por el paso del tiempo. El paso del tiempo ese enemigo que,
sin embargo, guarda las ausencias: “Muero
en la bajamar/ invocando tu vuelta./ No volverás./ El padre retenido por
sirenas./ El padre detenido.” Päg. 44.
Cuántos grandes temas aborda el poeta en
esta segunda parte a poco que lo pensemos.
Pero además Díaz Gil da un paso más allá
y no se contenta solo con hablar de La palabra y la Carne, sino que sin
remedio, pero con solución de continuidad, siempre cada haz de una hoja tiene
su envés. Y sin remedio a la segunda parte de “La Carne”, le tiene que
continuar una tercera: “Negación de la carne”.
Ya nos tiene acostumbrados el poeta a
esas citas que encabezan e iluminan cada parte de su libro: “Y una vez más,
como tragedia, ronda el olor a carne rota” de Silvio Rodríguez.
“El olor a carne rota” qué tremendo.
Cómo tremendos son los temas que aborda aquí el autor, porque no en vano muchos
poemas de esta parte abordan la tragedia de la Anorexia. De forma muy sutil y
delicada, por supuesto. Más difícil todavía.
III.
JURO que volveré./ tened paciencia,/ tan solo escapé de mi cuerpo,/ de este
cuerpo que ya/ no reconozco.” Pág. 54
Cuánto dolor el encerrado en estos
versos, cuánta tristeza. “La puerta de mi
habitación/ es mi defensa.” Pág. 56. Cuánta soledad. Un poemario encerrado
en otro poemario es esta tercera parte, tal es su fuerza.
Permitidme que no me demore más en esta
parte, tan certeros son los versos que aluden a esta enfermedad, que te encogen
el alma.
Y llegamos a la cuarta, y última parte
de este poemario, la titulada “Palabra-Materia” que se compone de un solo
poema, un soneto.
No hemos comentado aún en esta reseña
que la mayoría de los poemas de este “La palabra y la carne” están escritos en
verso libre, técnica que el autor domina a la perfección, con soltura, no
exenta de imágenes, ni ritmo, pero con claridad, devolviéndonos a los lectores
una poesía directa, y sobre todo muy cercana. Con ella Díaz Gil logra
trasmitir, llegar al lector, conmoverle. Un acierto.
Sin embargo en esta última parte el
autor recurre a una forma clásica, el soneto, para llevar a los versos todo cuánto
nos quiere trasmitir como idea general del poemario, pero de tal forma que
queden encerrados en él. No puede haber Palabra, sin Carne, ni Carne sin
Palabra. Nos dice finalmente el poeta con este soneto. Es una dualidad que se
entrelaza, que se necesita para existir.
Eso lo resume clara y perfectamente en
los dos últimos versos del soneto, y por tanto del poemario:
Si
suena del relámpago el disparo,
Tu
carne, tu palabra son mi amparo.
Qué buen broche.
Qué buen poemario.