Hoy mi blog cumple un año.
Era doce de junio del año 2009, cuando intenté ver si yo era capaz de comenzar un blog...
http://rociodiazgomez.blogspot.com/2009/06/hoy-comienzo-este-blog.html
Y resulta que fui capaz, y además lo he continuado, y no me he cansado de querer decir, todo lo contrario. Pero lo mejor de todo, es que gracias a él creo que, aunque suene quizás cursi o tonto, me he multiplicado, he mejorado, he crecido, sé más, porque durante este año él me ha regalado a mí muchas cosas, muchas palabras, mucha comunicación, muchos sentimientos, muchas personas.
Gracias, muchas gracias a todos los que estais ahí al otro lado de mis palabras. Gracias por animarme a comenzar este camino, gracias por asomaros, por leerme, por estar.
Gracias a todos por ayudarme a soplar una vela.
Aquí va mi regalo de cumpleaño...
Palabras perdidas
Por las noches, Avel de Alencar cumplía su misión prohibida.
Escondido en una oficina de Brasilia, él fotocopiaba noche tras noche, los papeles secretos de los servicios militares de seguridad: informes, fichas y expedientes que llamaban interrogatorios a las torturas y enfrentamientos a los asesinatos.
En tres años de trabajo clandestino, Avel fotocopió un millón de páginas. Un confesionario bastante completo de la dictadura que estaba viviendo sus últimos tiempos de poder absoluto sobre las vidas y milagros de todo Brasil.
Un noche, entre las páginas de la documentación militar, Avel, descubrió una carta. La carta había sido escrita quince años antes, pero el beso que la firmaba, con labios de mujer, estaba intacto.
A partir de entonces, encontró muchas cartas. Cada una estaba acompañada por el sobre que no había llegado a su destino.
Él no sabía qué hacer. Largo tiempo había pasado. Ya nadie esperaba esos mensajes, palabras enviadas desde los olvidados y los idos hacia lugares que ya no eran y personas que ya no estaban. Eran letra muerta. Y sin embargo, cuando los leía, Avel sentía que estaba cometiendo una violación. Él no podía devolver esas palabras a la cárcel de los archivos, ni podían asesinarlas rompiéndolas.
Al fín de cada noche, Avel metía en sus sobres las cartas que había encontrado, les pegaba sellos nuevos y las echaba al buzón del correo.
Bocas del tiempo
Eduardo Galeano