A veces vuelves a ser la que tú eras, y vuelves a leer tus relatos a quién quiera escucharlos.
Por un momento casi, porque del todo es imposible, te olvidas de que estamos confinados, y te metes dentro de una de tus historias y le pones voz, voz en alto, para que todos escuchen a esos personajes.
Y es raro, porque estás en casa, estás delante de tu ordenador, con tus cosas cerca, pero al mismo tiempo parece ser que tienes a un tropel de gente a tu lado, encaramados a la pantalla del ordenador, o en el borde de la mesa, con sus piernas colgando en el aire mientras te escuchan.
Y es más raro porque al mismo tiempo tienes a tus compañeros de tertulia ahí al lado, casi como si volvierais a estar reunidos en torno a la mesa grande, esa de madera, que compartís en los bajos del bar donde os juntais a compartir literatura.
Raro porque está ahí Javier Díaz, nuestro coordinador, diciéndo como siempre a quién le toca leer.
Raro. Raro. Porque sigues en tu casa. En tu ordenador.
Y comienza un revuelo, un revuelto de personas que parecen llamar con los nudillos a tu móvil. Un revuelo de guasap que comienza a llegar después de haber leído en voz alta otra de tus historias, llegan y llegan y siguen llegando de muchas partes, tantos que ni el móvil te dice cuántos te faltan por leer.
Porque estaban escuchándote.
En Madrid, y fuera de Madrid.
En su casa.
Gracias Instagram por dejarnos compartir aún las voces, las canciones, los poemas, los relatos, la amistad, todo eso que pesa tanto pero es intangible, eso que no nos puede, ni nos va a quitar el confinamiento.
Gracias Javier por coordinarnos.
Gracias, muchísimas gracias a todos los que nos escuchasteis ayer, a mis compañeros de tertulia y a mí.
Millones de gracias.
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