Y me dice Roberto que por qué no cuelgo uno de mis relatos. Y sin querer se me escapa una sonrisa.
En éstos días no se escapan muchas.
Y viéndola delante de mí, la cazo en el aire y la tomo entre mis manos.
Y aún palpitante me la guardo en el bolsillo,
que nunca se sabe.
Dicen otros que en éstos días de confinamiento, entre las mil y una recomendaciones que debemos tomar, es bueno tener una rutina.
Espero que os guste "La piel de la rutina". Fue premiado con el primer premio en el V Certamen de Relatos Federico García Lorca, organizado por el Ayuntamiento de Parla, en el año 2004.
La piel de la rutina
Rocío Díaz
Los lunes de 9 a
10 Doña Pilar tiene “Lengua”. Por eso desde las nueve menos cinco, ni un minuto
de más ni uno de menos, porque la puntualidad es principio de Reyes, norma de caballeros
y costumbre de gente bien nacida, ella ya está sentada, en su cuarto de estar,
con las piernitas juntas y las gafas en la nariz, al lado del teléfono.
A esa hora ella ya ha hecho su cama, se ha duchado y arreglado con esmero
y de arriba abajo, con esas prendas que utiliza para estar cómoda en casa pero
abrigada, sin estar de punta en blanco pero presentable, por aquello de si
tiene que salir a abrir la puerta. Ya está también desayunada, ya se tomó su
pieza de fruta, se hizo las tostadas con aceite de oliva, porque junto a las
nueces es lo mejor para la circulación, y ya lo ha acompañado de un delicioso y
humeante café, descafeinado por supuesto, que la entone para enfrentar un nuevo
día.
A las nueve menos tres doña Pilar ya tiene la agenda en la mano y a las
nueve en punto coge el teléfono para ir enlazando una conversación con otra y
esta con otra, sin descanso pero sin cansarse, hasta las diez menos un par de
minutos de la mañana. Momento en que considera que por el lunes, ya se ha
puesto al día en todas sus relaciones familiares y de amistades varias, dando
por finalizada la “Lengua”.
La piel de la rutina es dura, cuarteada por los años, claro, pero
resistente. Eso cuenta doña Pilar. La piel de la rutina te encorseta, pero a la
vez te acuna, te mece, te va guiando. Doña Pilar necesita de esa rutina, y la
lleva a rajatabla. Atrás quedaron los años de su recién iniciada jubilación.
Atrás quedó la euforia de los primeros meses, cuando se creía liberada de los
madrugones y de los niños gritones, del bullicio del colegio y de la esclavitud
de los temarios, de las épocas de exámenes y de las tediosas recuperaciones.
Atrás quedaron aquellos días en que todo era recreo. Puro y bendito recreo.
Los lunes de 10 a
11 doña Pilar tiene “Matemáticas”. Por eso nada más colgar el teléfono se va hasta
la mesa camilla y después de beberse un vaso de agua de la jarrita que siempre
tiene a punto, se sienta dispuesta a poner orden en las cuentas de la casa.
Repasa los recibos que se han ido acumulando desde el jueves a las 12.15 que dejó las matemáticas,
apunta y pone al día los gastos diarios de pan y leche, periódico y demás
minucias. Y va repasando, mientras puntea más despacio, la cuenta de la compra
del viernes, tomando nota fiel de lo que supusieron los descuentos del 2X1, lo
cara que está la vida y lo poquísimo que cunde la pensión. Sabe doña Pilar que
el camino de la fortuna depende de tres palabras: trabajo, orden y economía,
por eso, aunque lo suyo siempre fueron las letras, no deja esta ingrata labor
hasta que puede clausurar el cierre de los cuadernos con un largo suspiro de
alivio, tras cerciorarse bien de que son las 11 menos tres minutos.
Los lunes, como los demás días de la semana, de 11 a 11.30 doña Pilar tiene el recreo. Así que nada
más terminar las cuentas se levanta de la mesa camilla, y tras beberse otro
vaso de agua, porque hay que beber al día no menos de 8 vasos, se va hasta el
silloncito de al lado de la ventana. Se sienta en él y mientras se acerca el
taburete para estirar las piernas media hora, enciende la radio que tiene allí
mismo. Le encanta el programa que a esas horas hay en Radio Nacional de
España. Es de cotilleo, es verdad, pero de vez en cuando lo interrumpen con
la musiquita pegadiza que acompaña a la voz con que se anuncia “Un minuto para
la cultura”, cuando hablan de un disco, un libro, una exposición. Esos
destellos que la iluminan de cultura, le ayudan a no sentirse tan mal... Porque
no lo puede evitar, le entretienen tanto esos trajines de la farándula...
Además al fin y al cabo, piensa, es la hora del recreo ¿no?.
La piel de la rutina te tranquiliza, te cobija, te serena. Por eso
pronto se dio cuenta doña Pilar que aquel período loco de recién jubilada había
sido un espejismo. Había saboreado aquellos primeros días, aquellos primeros
meses sin horarios ni reglas, hasta que dejó de hacerlo. Con lo que había sido
ella, pronto se dio cuenta de que cada día se levantaba más tarde porque no
había prisa por llegar a ningún lado. Y al levantarse más tarde, se arreglaba
aún más tarde o no se arreglaba, qué importaba... No iba a salir. Y podía
comer o no comer, porque el no hacer ninguna actividad no le daba hambre. Y
como no había comido, al final le entraba el gusanillo y a las cinco atacaba la
nevera al asalto, pellizcando de aquí y de allí sin terminar de comer en
condiciones. Y luego otra vez a deambular por la casa si no se decidía a
salir porque además llovía o hacía frío o quizás demasiado calor. Y por la
noche el sueño no se decidía a llegar y qué importaba la hora que fuera,
total... no había por qué madrugar. Y a la mañana siguiente vuelta a empezar,
solo que empezaba a la hora de casi ya almorzar. Y cada vez más tarde todo...
más descontrolado... Que horror. Con lo que había sido ella... Con los poemas
que había sabido escribir. Y en ese momento hasta contar su vida, pensar en
ella, su vida misma le parecía un ripio absurdo que hacía daño hasta a los
propios oídos.
Los lunes de 11.30 a
12.15 doña Pilar tiene “Conocimiento del medio”. Por eso a las 11 y 27 se
levanta de su silloncito y tras beberse otro vaso de agua se encamina hasta la
terraza. Es el momento de cuidar sus plantas. Le relaja mucho trastear con los
tiestos, plantarlos, podarlos, remover la tierra, echarles su medicina... Como
los viernes no tiene “Cono”, se sonríe al pensar que aún habla como sus jóvenes
alumnos, los lunes es el día que da un repasito más a conciencia a sus niñas,
así que decidida va a por la regadera. Sus niñas, como ella las llama... Y como
a los de antes, no para de hablarlas, de regañarlas, de llamarlas al orden, de
mimarlas. Hasta las 12 y trece minutos en que se va a lavar las manos, a
beber otro vaso de agua y se dirige a su nueva tarea.
Los lunes de 12.15 a
1 doña Pilar tiene “Tecnología”. Es un poco tarde para su gusto, pero los
horarios son como son, y si no los había discutido en toda su vida, no los iba
a discutir ahora, cuando ya rozaba los setenta. En Tecnología doña Pilar
da un repasito a la casa, limpia el
cuarto de baño, pasa el polvo, friega... total es limpio sobre limpio así que
hay tiempo más que suficiente.
La piel de la rutina es cuadriculada, guarda la vida en cajones y la
organiza para que esté ordenada y no se nos distraiga la cabeza... Por eso doña
Pilar un día lejano se dio cuenta de que no podía seguir así, no podía seguir
por ese camino que empezó tras su jubilación. A su edad era más que necesario
tener un orden cabal de las cosas, y más a esos años, que le gustara o no, ya
iba teniendo y el riego nos puede ir jugando malas pasadas. ¿Cuántas veces
había dicho a sus alumnos aquello de “Donde no hay regla se pone ella...”? Y
ahora resultaba que ella misma cada vez estaba más desorganizada. Por eso a
los pocos meses de jubilarse un día se pasó por el colegio de visita, saludó a
los viejos compañeros y entre risas y no risas les pidió una copia del horario
de sus alumnos de aquel año. Una vez que lo tuvo en sus manos, sonrió,
primorosamente lo dobló y se lo guardó en el bolso. “¡Pobre...! pensaron todos,
han sido tantos años...” Pero no era solo eso. No era nostalgia, era su
salvación.
Doña Pilar aquella tarde imprecisa, no sabía ya si laborable o no, en
aquella hora imprecisa, lo primero que hizo al llegar a casa fue colocar el
horario de segundo ciclo de primaria en la puerta de su nevera, para tenerlo
bien a la vista. Una vez allí colocado, miró el calendario y comprobó que ya
era 6 de febrero, martes, y mirando después el horario que acababa de pegar
encontró: “Los martes de 3:45 a 4:30 Plástica”. “¿Plástica?” Se preguntó a sí
misma. Y haciendo un recuento mental de todas las labores que tenía a medias
desde tiempos inmemoriales, se acercó hasta uno de sus cajones y sacó al buen
tun tun una de ellas. “Bueno, pensó, pues ya sabes Pilar hasta las 4 y 25 a darle al ganchillo...”.
Y desde aquella tarde doña Pilar ha ido clavando su vida con unos
alfileres invisibles a aquel trozo de papel. De nuevo ha cuadriculado su vida
según le iban indicando aquellos apartados: de 9 a 10 Lengua, de 10 a 11 Matemáticas, de 11 a 11.30 recreo... Así se sentía mejor, más
segura, mucho mejor.
Hasta el día que llegó a su vida Don Andrés.
Los miércoles de 11.30
a 12.30 doña Pilar tiene Educación Física. Por eso
dedica ese tiempo a caminar deprisa de un lado a otro del parque cercano a su
casa. Enfrascada en su caminata y sus horarios doña Pilar no ha reparado nunca
en aquel caballero en pantalón y zapatillas de deporte que, sin embargo, ya
hace tiempo la echó el ojo y la espera cada día sin atreverse a abordarla. Un
día cualquiera el buen señor acompasa su paso alegre al de la señora y haciendo
de tripas, corazón, le presenta sus credenciales. “Buenos días, don Andrés
Pérez para servirla”. Doña Pilar educada como una señora, pero guardando las
distancias como la misma señora que además de serlo tiene que parecerlo, le
saluda, por supuesto, pero sigue a lo suyo. Don Andrés perplejo, acepta el
recelo que cree ver en la actitud de doña Pilar, pero lejos de amilanarse,
decide con más empeño buscar su compañía.
Por eso muchos son los miércoles que de 11.30 a 12.30 don Andrés la
espera, aunque al final solo sea para llevarse a casa, en un bolsillo, un
saludo cortés y fugaz. Muchos son los jueves los que la espera también a esa
misma hora, sin que además ella llegue a aparecer, sin que pueda llevarse nada,
ni siquiera fugaz. Muchos los viernes, lunes, martes... que tampoco llega.
Hasta que un jueves en que don Andrés en la sobremesa iba al médico en la
lejanía parece verla... Sorprendido de descubrirla a una hora que él creía no
era la habitual, pero muy alegre de haberlo hecho, a rápidas zancadas se acerca
hasta ella, para saludarla. “¡Vaya! ¡Cuánto me alegro de verla señora! ¿Ha
cambiado usted sus hábitos?” “¿Yooo?” Contesta doña Pilar realmente
extrañada. “Sííí, como su hora de caminar era a media mañana...”. “Ah, pero
eso son solo los miércoles. ¿Acaso me tiene usted vigilada?”. “No por Dios, señora,
perdóneme, es solo que yo pensé que tenía cogida esa hora. Como cada uno
tenemos nuestra rutina...” Pero mientras don Andrés dice esto, doña Pilar ha
continuado con su rápido caminar.
Sin embargo, aún separados por los pasos que ha dado doña Pilar en su
caminata, ya prendido a la cabeza de cada uno se ha quedado el último
comentario del otro. Doña Pilar aún andando, no ha dejado de escuchar aquella
ultima frase de Don Andrés: “Como cada uno tenemos nuestra rutina...”. Y don
Andrés no ha dejado de escuchar la de doña Pilar: “Ah pero eso son solo los
miércoles”.
La piel de la rutina es cuadriculada, por eso los viernes de 10 a 11 doña Pilar tiene “Educación
Física”, como reza el horario. Nunca se ha encontrado con don Andrés a esas
horas tan tempranas, sin embargo al día siguiente allí está el caballero con
sus pantalones y sus zapatillas de deporte. Allí está esperándola sin que ella
lo sepa desde bien, bien pronto. A partir de aquel viernes, don Andrés además de
esperarla de la mañana a la noche, va a ir apuntando en un papelito a que hora
llega y a que hora se va, hasta que consiga saber exactamente cuales son sus
horarios.
Han sido muchos los miércoles, los jueves, los viernes que don Andrés ha
hecho “Educación Física”, parque arriba, parque abajo, con doña Pilar hasta
ganarse su confianza. Muchos, hasta que ha conseguido que ella le invite a
subir a casa a escuchar música los viernes de 11.30 a 12.30.
Porque los viernes de 11.30
a 12.30 doña Pilar tiene “Música”.
Y silbando se va aquel primer día
don Andrés a comer a su casa, después de haber estado en la de doña Pilar
compartiendo música. Silbando continúa todo ese día, y el siguiente y el
siguiente y así cree que seguirá hasta que el miércoles de la siguiente semana,
de 11.30 a
12.30, pueda volverla a ver, porque lleva guardados en el bolsillos silbidos
para eso y más. Porque sabe que ella necesita de esa rutina, sabe que solo la
puede ver en “Educación física” y en “Música”. Y él está tan a gusto a su lado,
la aprecia tanto que no quiere perturbar su vida, la quiere tanto que no quiere
perturbar sus horarios, sus costumbres, sus rutinas.
Doña Pilar no puede creer que aquello le esté pasando. Ella que ha sido
toda su vida tan organizada. Ella, que aún jubilada, sigue viviendo de
acuerdo con la rutina que cuelga del horario que tiene pegado a su nevera, ella
que tuvo que volver a colgarlo para no perderse... Ella... de pronto otra vez querría volver a saltarse
todos los horarios.
Y se desvela por las noches inventando momentos para estar con don
Andrés. Se desvela inventando actividades que no están en el horario.
Inventando formas de estirar la media hora del recreo diario, pensando si
debería incluirlo en las horas de tutoría.
Pero a la mañana siguiente, vuelve a pensar que quizás no. Que quizás
debe continuar viéndolo solo en las horas de “Educación Física” para pasear con
él. En la hora de “Música” para soñar a su lado. Pero nada más.
Y porque la rutina tiene la piel dura, por las noches, como una
adolescente enamorada piensa mil formas de saltarse el horario. Pero porque la
rutina tiene la piel dura, por las mañanas piensa que no, que así está bien...
Piensa que si corre más deprisa que la rutina, terminará por olvidar quién es.
Sin darse cuenta, quizá sea feliz.
#Relatos
#RocíoDíaz
Rocío como siempre me dejan tus relatos perpleja y sorprendida voy corriendo al final porque nunca espero lo que me encuentro eres buenísima contando cuentos diferentes, me encanta. Besos te animo a que sigas deleitándonos con tus maravillosos relatos. Millones de besos.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Blanca. Qué bien encontrarte por aquí. Pues iré poniendo más cuentos en estos días. Así da gusto. Cuidaos mucho. Un besazo
EliminarSegún lo estaba leyendo, estaba pensando en nuestra profesora de Lengua de 1° de BUP, Pilar Pueyo, si no me equivoco.
ResponderEliminarPrecioso, triste y esperanzador a la vez.
Besos, Rocio.
Sí Pilar Pueyo, cómo olvidarla. Lo vivía y era tan peculiar. Todavía ultimamente he sabido que presentaba algún que otro libro. Victor muchas gracias por leerme y por decírmelo. Me encantan los comentarios. Un beso bien grande
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