Hoy no sé por qué, me acordé de este relato. Me lo premiaron un agosto, en Villarrubia de los Ojos hace unos años.
¿Lo recordamos?
Aviones de papel en el cementerio
Rocío Díaz
Que nosotros seremos mayores, pero leche que no somos Adán y
Eva, le decía yo a mi Genaro. Pero claro no porque fuéramos a quedarnos como
ellos salen en los cuadros, con todas las vergüenzas casi al aire, a ver que se
va a pensar usted de nosotros, que seremos mayores pero muy decentes, que no ha
sido premeditao, ni somos unos "pervertidos" de esos que salen en las noticias.
Mayores sí, pero no Adán y Eva, ni por los años ni por nada, no fastidien. Yo
era por animarle a hacer una locura. Pero entiéndame locura y animarle en el
mejor de los sentidos.
Pero con decir que éramos viejos y que los viejos pa qué iban
a estar con esas tontunas. de ahí no le sacabas. Que a estas alturas que qué
necesidad había. Pues menuda diversión. No lo hicimos de jóvenes y lo vamos a
hacer ahora, de viejos, a ti se te ha ido la cabeza Trini, no fastidies. ¿Qué
necesidad hay? Y yo le decía: Que no Genaro, que vieja es la ropa, que nosotros
viejos no: mayores. ¿Y además por qué no? le decía. ¿Por qué no? ¿Quién nos lo
quita? Pa chasco va a ser cosa de necesidad, necesidades nosotros y gracias a
Dios ya bien pocas, lo sabes tú Genaro, lo sabes tú mejor que nadie, le decía,
y lo sabe usted porque se lo estoy contando tal y como es, necesidades nosotros
bien pocas y todavía ésta me funciona. La cabeza la tengo sobre los hombros y
bien sobre los hombros, como le dije también a él, que te veo venir Genaro con
esa cara, que no, que tampoco es que me haya trastornado del disgusto hasta ahí
podíamos llegar, al cabo de tantos lustros…Y tampoco por divertirnos, pues
claro que no, que no es eso. Si nosotros ya no somos ningunos chiquillos, a la
vista está. ¿Y no vamos a saber a estas alturas divertirnos más, mejor y más
agustito que brincando por un cementerio? Eso le dije a mi Genaro y eso le digo
a usted calcaíto de cómo lo dije aquel día. Pues claro que sabemos ¿O no
Genaro? Pobre, mírele si no le salen ni las palabras, abochornaíto el pobre.
Abochornaíto de verse aquí en el cuartelillo, medio en cueros y por esta razón
tan vergonzante que diría él si acertara a decir algo. Pero ya ve mudo del
susto que se ha quedado en cuando les ha escuchado llegar. y mudo que sigue dos
horas y pico después.
Pero usted no se preocupe que yo se lo voy a contar, se lo
voy a contar bien clarito y en un santiamén y ya verá como me entiende a la
primera. Que eso es lo que yo le decía a mi Genaro que no me quería entender,
no me quería entender. y yo tenía mis razones.
Pero mujer, me decía él, mira que porfías y porfías cuando
algo quieres. Eres peor que los hijos cuando de críos chillaban por algún
antojo. Tú no estás bien. ¿A qué no estás bien? Yo Genaro estoy mejor que
nunca, y por eso mismo es, porque estoy mejor que nunca. “Mira no quiero
escuchar más paparruchadas me voy a la partida.” Y con esas cada tarde daba por
terminada la discusión. Pero yo no, hasta ahí podíamos llegar, yo no la había
acabado y por la noche erre que erre, erre que erre con el tema. ¿Pero cómo
vamos a ir al cementerio a tirar aviones de papel? ¿Avioncitos de papel a los
setenta y tantos? ¿Pero tú te escuchas lo que estás diciendo? ¿Tú te escuchas
Trini? Te regará bien el cerebro mujer, no te digo yo que no, pero por ahí
dentro algo de tanto riego se te ha empapuchado. O se te ha roto. De fijo, fijo
que se te ha roto algo del raciocinio, o se te ha soltado de su sitio, o yo que
sé. Porque si no, yo Trini no me lo explico. ¿Pero que te cuesta Genaro, que te
cuesta? ¿Pero tú no ves que nos van a llevar al cuartelillo, tú no ves que
cualquiera que nos vea… Eso si no acabamos en la residencia. Se enteran los
chicos y nos ponen en la residencia esa de la capital pero en menos que canta
un gallo, pero ¿no los ves que están deseandito de vender todo esto y darle
buen aire a los cuartos? Que les estoy temiendo. ¿Pero no digas tonterías? le
contestaba yo ¿Quién nos va a ver? Los chicos están en Madrid y nadie les va a
ir hasta allí con el cuento. ¿Verdad señor guardia que no les van a decir nada
a los hijos? Bastante tienen ellos con sus cosas para que les anden molestando
por semejante chiquillada. Porque eso de que nos lleven a una residencia a mi
Genaro le quita el sueño. Y eso le decía yo para que se olvidara rapidito: “No
empieces tú también con que nos van a llevar a la residencia que te temo cuando
empiezas con ese tema.” ¡Échale! ahora el temoso soy yo. Gritaba él. ¡Lo que me
quedaba por oír!. Y yo volvía a la carga.
Hasta que ya una noche con un suspiro cansino me dijo mi
Genaro: ¿Es que no has tenido ya bastante? Y ahí, ahí fue cuando yo vi que al
fin le tenía convencido, me había costado lo mío, ¡vaya si me había costado! de
darle y darle vueltas al guisito de lo del cementerio, pero esa noche ya vi que
me había llevado el gato al agua, si le conoceré yo. Y para acabar de rematar
bien, bien la costura, le dije con una
mijita de voz, como le gusta a él que le hable en la cama, con una mijita de
voz: “Pues de eso se trata Genaro, de eso, de poner las cosas en su sitio, de
hacer las cosas bien, como Dios manda.” ¡¿Pero tú de verdad crees que Dios nos
manda hacer esas chifladuras que a ti se te meten en la cabeza?! ¿Tú lo crees?
¿O no será que al pobre ese de allá arriba le tienes tan mareado como a mí con
tus historias?
Pero no me llevó mas
la contraria, no se vaya usté a pensar, que tiene un pronto mi Genaro que pa
qué las prisas, un pronto de decir siempre que “no”, su palabra es “no” de
primeras y casi de últimas. “No”. Pero luego de unos días de ir diciéndole las
cosas así poquito a poco, poquito a poco, se va reblandeciendo, se va
reblandeciendo la costra, y ese “no” que tiene siempre entre los labios como la
colilla, sea va vertiendo, vertiendo como el agua por la barba pa abajo, hasta
que es un charco de ná. Y a mí y a paciencia no me gana nadie y a él, a mi
Genaro, lo mismo le pasa, que al final y conmigo sobre todo, tampoco es nadie.
Por eso él nunca me dijo lo de las cartas, porque él sí lo
sabía, que él a escondidas ahora resulta que se había leído alguna. Pero me
dejaba con mi ilusión. Fíjese. Que por ahí empezó este tinglado. Y que yo la
verdad, no se lo contaría, que maldita la gracia que me hizo a mí enterarme de
eso, aunque ya hubieran pasado cincuenta años, que se dice pronto, cincuenta.
Pero créame, me dolió en el alma en ese momento, como si acabara de pasar. Qué
jodío mi Paco, pero que jodío. Y no, no se piense que me equivocao, que sé bien
lo que me digo, no lo voy a saber. Y he dicho mi Paco. Sí señor. Mi Paco, mi
primer marido. Porque ese pobre que está ahí agachaíto y mudo, mi Genaro, es mi
segundo marido. Parece que bosteza usté ¿No le hemos dejado dormir esta noche
verdad señor Guardia? Pero ándese tranquilo que enseguidita yo le cuento y lo
apunta usté todo ahí y en la cama todos en un santiamén que ya va siendo hora.
Mi Genaro el primero, que ahí le tiene: derrotaíto.
Pues eso, que resulta que yo me casé de primeras con mi Paco.
Mi Paco era un muchacho de muy buena planta, que no es por desmerecer a mi
Genaro, pero la verdad es que mi Paco era más buen mozo, más guapote, mas alto,
mas fuerte, más resultón en conjunto, la verdad, y claro por eso el muy canalla
también era más liante. Y vaya si me lió, que le he estado creyendo a pies
juntillas hasta después de cincuenta años de muerto, fíjese usted lo que le
digo, cincuenta años, si me tendría bien engañada el jodío. Porque allá por
entonces, cuando se marchó al frente, que usted ni había nacido ni pensamientos
que tenían sus padres que andarían en pantalón corto de que usted viniera al
mundo. pues yo no sabía leer. Que ahora ya sé, pero esto se lo contaré más
adelante. Pero entonces yo no sabía, y claro como llevábamos muy poquito de
casaos que no llegábamos ni a los tres años, pues imagínese usted lo que era
estar separaos tan pronto. Jóvenes como éramos y con tantas ganas de estar
juntos, y tan enamoraos que nos casamos, por lo menos yo. Porque él ya ni lo
sé, de verdad que mis dudas me han quedado. Pero bueno el caso es que nos
escribíamos de cartas. Virgen santa. Un cerro bien grande de cartas que nos
escribimos en aquellos tiempos. Un cerro, dos cajas enteras que tenía yo
guardadas hasta esta noche. Bien guardaditas y metiditas cada una en su sobre
tan estiraditas como el primer día, casi nuevas hasta esta noche. Y lo que nos
hemos reído. No se vaya usté a pensar. Que feliz mi Genaro de verme tan
contenta. Porque lo he pasado mal no se crea. Qué disgusto más grande.
Bueno a lo que íbamos, en aquel entonces yo las tenía mucha
ley, las esperaba impaciente y en cuantito veía venir al cartero con la carta,
corría hasta las escuelas para pedirle a la maestra, la señorita Nieves, que me
la leyera. La señorita Nieves no era del pueblo, pero ya llevaba cuatro o cinco
años allí y la verdad todos la queríamos mucho porque era muy buena con los
muchachos. El caso es que yo, que estaba cegaíta con mi Paco, en cuanto tenía
su carta en mis manos corría a que me la leyera ella. Y ella tan contenta que
se ponía también, se alegraba de verdad, por mí. Y me la leía con una cosa, con
un sentimiento, que hasta se la salían las lágrimas. Y yo la estaba tan
agradecida. Porque a ver, yo sin saber leer,
ella era como mis ojos.
El caso es que mi pobre Paco, del frente no volvió. O eso me
dijeron. Un mal día, su nombre fue uno de esos que leyeron en la plaza. Que
dolor tan grande, no se puede usted hacer una idea. Que dolor. Tan joven como
era yo, y lo enamorada que estaba de él. La maldita guerra. Allí en la plaza
que nos abrazamos aquella tarde la señorita Nieves y yo y venga a llorar y a
llorar como dos magdalenas. Que no había quién nos despegara a la una de la
otra. Que desgraciaíta que era yo entonces.
Que desgraciaíta y lo requetemal que lo pasé.
Después fue cuando unos pocos años mas tarde conocí a mi
Genaro. Pero como cinco o seis años después no se piense. Que le costó a mi
Genaro que yo me interesara por él no sea crea, un buen tiempito, me acordaba
tanto de mi Paco. Pero vi que era un buen hombre y que me quería. Y bueno la
verdad es que le cogí también cariño y ya lo ve toda la vida juntos aquí donde
nos ve. Hemos tenido los hijos, los hemos visto crecer, se han ido fuera a
trabajar, nos han traído nietos, y aquí seguimos. Tan pegaditos como el primer
día. No ha sido nunca muy hablador la verdad. y ya lo ve, hay veces que hasta
mudo. Pero nos queremos, vaya si nos queremos ¿verdad Genaro? Pobre aún le dura
el disgusto.
Bueno pues el caso es que hace unos meses, fíjese a la vejez
viruelas. Vino al pueblo una maestra que nos habló de las clases para mayores.
Para los viejos según mi Genaro, pero ella dice para “adultos”. Échele. Unos
adultos un pelín arrugaos ya todos. Quién dice un pelín… como uvas pasas. Pero
en fin. Que mi Genaro fue el primero que me animó a que fuera, él y los chicos
la verdad. Porque él me ha dicho siempre que yo soy lista y espabilada, cazurra
como la que más, pero lista. Y bueno la verdad es que a la primera clase fui a
regañadientes no se vaya usté a pensar,
porque no sabía yo muy bien como iba a ser aquello. Y ya tiene una
bastantes dolores de cabeza para andar buscándoselos. Pero oiga que me gustó,
me gustó lo de aprender, y la verdad y eso no se lo diga a mi Genaro es que yo
quería leer mis cartas, quería leerlas yo solita, para saborearlas cuando
quisiera, porque mi Genaro es muy bueno, pero esas cosas tan dulces y
requetebonitas que me decía mi Paco, pues la verdad, no le voy a engañar, jamás
me las había dicho. Con una ilusión que yo aprendí para releerlas… Y bien de
rápido que lo hice, que me lo decía la maestra, que qué bien se me estaba dando.
Así hasta que una noche que ya leía de corrido me senté en la
mesa camilla con mis cajas de cartas delante y empecé por leer mi nombre en los
sobres, mi nombre y su remite, Paco Sánchez, mi Paco, qué ilusión. Era como
verle otra vez delante de mí. Con esa planta que tenía…
Allí también que me encontró mi Genaro dos horas después,
allí sentadita tal cual, llorando y venga a llorar unas lágrimas más gordas que
garbanzos cocidos. Lloré tantas, tantas, aquella noche, que hubiera tenido
garbanzos para todos los cocidos que había hecho desde entonces. No le digo más
lo que pude llorar. Si yo creo que hasta dormida lloré aquella noche, porque
cuando me levanté tenía empapaíta la almohada, imagínese. Porque esas cartas no
eran para mí. ¿Puede usted creerlo? No eran para mí. Solo eran para mí las dos
o tres primeras. Las demás, todas las demás, eran para la señorita Nieves. Qué
penita más grande. Era mi nombre el que tenían los sobres, mi nombre por
aquello del que dirán. pero ya está, no había nada más para mí en todas
aquellas cartas. Estaba tan seguro el jodío de que yo no las iba a poder leer. Bien
sabía él a quién se lo pediría. Se le cierran los ojos. No se apure que ya
termino.
Luego me acordé claro, me acordé de cuando a los pocos meses
de habernos enterado de la muerte de mi Paco una tarde la señorita Nieves se
vino a despedir. Me dijo que le había salido trabajo en otro pueblo más cerca
del suyo y se fue. La verdad es que lo sentí mucho, había sido tan buena
conmigo siempre. Y ya nunca más supe de ella. Me extrañó que aquel día me
pidiera una de las cartas de mi Paco. Me extrañó tanto... Pero la verdad como
ella había sido quién me las había leído todas, y yo la sentía tan cerca de mí,
y de mi pena, no me pude negar. Y total yo tampoco sabía leer. ¿Quién me iba a
decir a mí que con el tiempo lo haría? Siempre había recordado a esa mujer con
tanto cariño.
Hace ya de eso siete meses, siete, imagínese y no se lo
creerá pero hasta esta noche no me he vuelto a sentir bien. Porque yo todos
estos años que he estado casada con mi Genaro, no he estado mal, cómo iba a
estarlo, era un amor tranquilo, suave, pero ha habido muchas veces que yo he
echado de menos aquel de mi Paco, aquel que me había hecho temblar y gritar y
bueno… Muchas veces, y todas esas veces yo iba y miraba mis cartas, y era una
tontería pero eso me daba fuerzas ¿sabe? Entonces desde aquella noche que las
leí era como si me hubieran arrancado de cuajo eso, como si me hubiera quedado
de pronto sin esa puerta que abrir. Y que vacío señor guardia, que vacío tenía
yo aquí dentro.
Pero resulta que una semana después me empezaron a llegar
cartas otra vez, sobres con mi nombre y el remite de mi Genaro. Sí ese que ahí
anda dando cabezadas. Qué hombre. No sé ni como se le ocurrió semejante idea.
Pero oiga que no parece ni el mismo hombre cuando escribe. Como si me le
hubieran dado la vuelta como a un
calcetín. Qué cosas... pero así es. La primera carta es que yo no me lo
podía creer, me quedé tan extrañada, que allá que me planté en jarras delante
de él en cuanto volvió del campo con el sobre en la mano a decirle mitad
asombrá mitad enfadá ¿Y esto..? Y ¿Sabe usted lo que me dijo? Que a ver si se
iba a creer el Paco ese que solo él sabía escribir cartas de amor. Échele. Era
la primera vez, la primera, puede usté creerme que mi Genaro mentaba a mi Paco,
la primera en todos estos años y la ultima. Porque me dejó helá, pero heladita,
heladita, tanto que ya nunca más lo hemos vuelto a hablar, no le digo más. Pero
las cartas no me dejan de llegar no se crea usté. Que son ya cuatro las cajas
llenitas de cartas que tengo. Y cada vez se le da mejor al jodío. Que ya podía
haber empezado treinta años antes. Mírele si es un pedazo de pan.
Y por eso fue señor guardia, por eso fue que me empeñé en
tirar todas las de mi Paco. ¿Para qué quería ya eso ahí? Pero no romperlas y
quemarlas de cualquier forma en la lumbre, no, como decía mi Genaro, no a mí
eso no me valía. Yo quería hacer con ellas aviones de papel como cuando íbamos
a la escuela y aviones que volaran sobre su tumba. Que ni es sacrilegio ni ná
porque esa no es su tumba, que está vacía, que ya sabe que él nunca volvió. Que
vaya usté a saber si no volvió a ninguna parte o solo a este pueblo. Que ahora
que voy hilando e hilando, ya me creo cualquier cosa. Yo a mi Paco le conocí de
críos, le conocí echando a volar cometas, y era por eso. Una tontuna como decía
mi Genaro, una tontuna como cualquier otra, pues si, una tontuna, que a mi
Genaro no le falta razón, pero una tontuna que a mí me hacía una ilusión
bárbara. Y en esa chiquillada que embarqué a mi Genaro, mi Genaro, que al final
siempre se deja embarcar. El pobre…
Y que requetebién que nos lo hemos pasado los dos allí
echando a volar todas esas cartas que no eran para mí. Y que risas que
parecíamos dos críos arrugados y locos haciendo trastadas. Y bueno pues qué le
voy a contar con las risas y los saltos, bueno saltos, saltos… por decir algo,
y de los saltos a los abrazos. Y bueno que qué le voy a contar ya nos ha visto
usté que se nos ha ido un poco el santo al cielo. Pero vamos solo un poco no se
vaya usté a pensar, que no somos Adán y Eva. Y a lo mejor yo sí que me estaba
dando cuenta, no le voy a engañar, pero entre usté y yo: no se crea que ya es
fácil pillar a mi Genaro tan contento y tan cariñoso así que... Pues oiga que
nos hemos dejado llevar un poco. Y si hay que confesar pues una se confiesa,
pero solo un poco, a ver que se va usté a creer. ¿Pero oiga? ¿Oiga? ¿¡No me
digas que está roncando!? Anda la leche.
Genaro, shhhsss, Genaro, ssshhh espabila Genaro, que te has
traspuesto un poco. Venga hombre que te va a doler el cuello de la postura.
Venga despierta hombre de Dios. Que ya no tienes edad de está ahí hecho un
cuatro. Mira, espabila, mira, que se nos han dormido las autoridades. Así que
andando que es gerundio y venga para la casa que ya es tarde. Mañana ya
hablaremos más con estos señores. Aunque no sé que más van a querer saber. Y tú
tranquilo, que yo me ocupo, tú tranquilo. Que a los hijos no les van a decir
nada de nada. Venga Genaro, espabila hombre…
@Rocío Díaz Gómez
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