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martes, 6 de febrero de 2018

Las cuatro Bibliotecas de Dublín







Cuatro eran cuatro las bibliotecas que tiene Dublín para visitar.
Cuatro eran cuatro las que tenías que conocer.
Sí o sí.
Que para eso de las bibliotecas no te andabas tú con medias tintas.

Cuatro eran cuatro las que hoy solo quieres presentar, porque cada una de ellas se merece de sobra una entrada en este blog para ella solita. Para que se adorne de todo lujo de palabras y libros. Para que se luzca y presuma siendo la protagonista. Porque cada una de ellas lo merece.

Por supuesto habrá una entrada para la joya de la Corona, la Biblioteca del Trinity College. Pero también habrá que detenerse en la Chester Beatty Library que está al lado del Castillo, en la National Library of Ireland que ocupa un edificio gemelo al Museo de Arqueología y desde luego para la Biblioteca Marsh que está lindando con la Catedral de San Patricio, tu favorita y la más antigua de Irlanda.

Cuatro eran cuatro las bibliotecas que visitaste en Dublín.
Cuatro muy especiales y únicas.
Cuatro.





La Biblioteca Chester Beatty en Dublín




La National Library of Ireland en Dublín


Biblioteca Marshs de Dublín
 


domingo, 4 de febrero de 2018

Los Goya y uno de mis relatos: "Aquel mágico proyector naranja" de Rocío Díaz


Anoche, 3 de febrero, fue la gala de entrega de los Premios Goya de nuestro cine. En la gala se quería reivindicar el papel de la mujer en el cine. De hecho finalmente ha ganado mejor película y mejor dirección una mujer, Isabel Coixet.

Yo quería poner mi granito de arena con uno de mis relatos. Muchos ya lo conoceis, pero yo le tengo cariño. Lo premiaron en el año 2015 en el XXV Certamen Literario Frasquita Larrea en Chiclana.

Aquí os lo dejo, porque como nos querían decir en la gala de los Goya, también las mujeres quieren, pueden y deben hacer cine. Lo hacen muy bien.





Aquel mágico proyector naranja

Durante tres años seguidos en mi carta a los Reyes Magos pedí un Cinexin. Me trajeron la Nancy azafata, la cocinita completa con  batería de acero inoxidable y hasta la Magia Borrás, pero del Cinexin ni rastro. Ni tan siquiera con uno de aquellos fantásticos trucos de la Magia Borrás conseguí verlo. Mi frustración fue en aumento hasta que el tercer año solo anoté ese juguete en toda mi carta. En mayúsculas y en el centro del folio, remarcado con rotuladores de distintos colores y entre admiraciones. ¡QUERÍA UN SÚPER CINEXIN! Del mismo modo que en mi lista habían pasado tres años, para el objeto de mis deseos también había pasado el tiempo y se había modernizado. Ahora era más “Súper” que nunca.
Pero aquel año mis padres, por oscuras razones, decidieron contarme la verdad sobre la existencia de los Reyes Magos. Y en consecuencia hasta se sentaron a discutir conmigo la conveniencia o no de echarme el ansiado Cinexin: ¿No era ya un poco mayor para eso? ¿No era un poco masculino? ¿No sería mejor un set completo de maquillaje? Las actrices están muy guapas requetepintadas. O bueno quizás si mi timidez no me dejaba ser actriz podría dedicarme a ser maquilladora de películas, ya que ese mundo del celuloide parecía gustarme tanto.
Como aún no había conocido al entrañable ET,  juro que en ese momento vi a mis padres colorearse de verde, transformándose en auténticos extraterrestres.  ¿De qué me hablaban? ¿Qué tenía que ver un maquillaje con el Cinexin? No entendía nada de nada. ¿Cómo explicarles que yo no quería estar delante de aquel mágico proyector naranja sino detrás? Yo no quería salir en las películas, yo quería hacerlas avanzar, detener o congelar sus imágenes. Yo no quería salir en las películas, quería re-pro-du-cir-las: con ese verbo de cinco sílabas que decían en los anuncios de aquel juguete que nunca logré que me echaran los Reyes Magos.
Pero lo cierto es que, frustración de más o frustración de menos, una sigue creciendo.
Y llega un momento que piensas que quizás era verdad, que quizás te vendría mejor el set completo de maquillaje, y toda ayuda iba a ser poca, porque empiezan a gustarte los chicos y te parece ver en una excursión del Instituto a uno calcadito al Harrison Ford  de Indiana Jones ¿Cómo no querer estar más guapa para las aventuras que sin duda alguna viviremos juntos? O te cruzas en aquella discoteca de los viernes con el chulo Danny Zuko de turno haciéndose el dueño de la pista y no puedes despegar los ojos de sus piernas mientras rememoras aquella escena final en la que, de negro y adornado de una gran sonrisa, se acercaba y sacaba a bailar a la protagonista de Grease. Una protagonista con  la que coincides de sobra en ese aire arrebatador de chica modosita del montón que en cuánto él se acerque se va a transformar mágicamente, y ríete de aquella Magia Borrás, en la única a quién él quiere: “Ai cachú, ai guont chu player” cantábamos destrozando la canción en aquel espanglish imposible. Y así sucesivamente hasta que un buen día, mira qué suerte, te termina besando el Richard Gere del barrio. Ese desgarbado galán de cazadora de aviador y flequillo, a quién le haces repetir una y otra vez la secuencia del primer beso porque por más que lo intentas no consigues escuchar de fondo la banda sonora del que tendría que ser el gran amor de tu vida y que al final no lo fue tanto. Porque lo cierto es que ni él era Richard Gere ni yo Debra Winger por mucho que tuviera el pelo negro, largo y rizado.
Toda la vida me he empeñado en querer formar parte de una película, cuando lo que hacía no eran más que cameos. Casi sin darme cuenta, escena tras escena, he querido emular a Patricia Arquette en Amor a quemarropa, he querido vivir historias pasionales y violentas, y he elegido tan bien en el casting a los  protagonistas masculinos que he terminado interpretando Tesis o Te doy mis ojos. Quise hacer cine de autor y resulta que muchas veces he tenido una vida de serie B.  Más me valía haber aparcado el género romántico y haberme dedicado a Los Cazafantasmas, a juzgar por cuántos he conocido.  Hasta que la Thelma que había en mi interior decidió hacer un fundido en negro con su historia y escapar hacia delante sin mirar atrás. 
Porque ¿Qué les voy a contar que ustedes no sepan? La vida es una road movie. Y  lo cierto es que yo necesito dotar a la mía de efectos especiales porque si no la rutina me aplasta,  necesito imaginar el clac de una claqueta cerca para ponerle mi mejor perfil al destino, y tal y cómo está este país todos terminaremos con un papel en Full Monty. Por eso la voz en off de mi interior me dice que, mientras llega ese día, al menos haga lo que me gusta, me deje de argumentos inventados por otros y dirija yo mi propia historia.
Que a mí, señores Académicos, y ya, ya termino, lo que me gusta es el cine. Claro que sí. “Juro por Dios que nunca más volveré a pasar…” hambre de cine. Me muero de amor por él, por eso no pueden ni imaginar lo agradecida que me siento por este premio a la mejor dirección. Tanto, que no tengo ni tiempo para terminar de agradecérselo a todos lo que han hecho posible que esté hoy aquí recibiéndolo. Así que, perdónenme, pero utilizaré hasta los créditos de este discurso para seguir haciéndolo.
Pero por favor, antes de que suban a quitarme el micrófono, por favor déjenme que haga un flash back y se lo vuelva a agradecer sobre todo a aquella niña que fui, a aquella que bien pronto supo en qué lado de la cámara yo debía estar, a aquella que durante años apuntó el mismo regalo en su carta a los Reyes Magos. Ese regalo escrito en  mayúsculas en el centro del folio, remarcado con rotuladores de distintos colores y entre admiraciones, era el único regalo que quería, que quiso siempre y que aún quiere. Por ello, y se lo vuelvo a pedir por favor señores Académicos ¿No podrían ustedes cambiarme el Goya por un Cinexin? Que Goya ni que Goya… ¡Un Cinexin señores Académicos, un Cinexin de color naranja! Eso es lo que realmente le haría feliz a aquella niña que fui. ¿No creen ustedes que es hora ya de otorgárselo?

©Rocío Díaz Gómez

viernes, 2 de febrero de 2018

Tal día como hoy nacía James Joyce, 2 de febrero...



Me había invitado a su cumpleaños. 

Tal día como hoy nacía James Augustine Aloysius Joyce, un 2 de febrero también, pero de 1882. La verdad es que las velas ya hace tiempo que no caben en su deliciosa tarta.

"Dublín estará preciosa, no te puedes perder mi cumpledossiglos y pico" -me escribió con su ironía de siempre.

Yo le expliqué que intentaría acercarme, pero que seguramente sería la primera en llegar, y me iría antes de que asomaran los demás invitados. "No me digas más..." me dijo. Pero yo quise seguir explicándole, contándole que los días libres que me quedaban había que consumirlos en enero, que no podía gastarlos en febrero, porque eran del año anterior.

"Pero entonces enero ¿No es del año siguiente?" ironizó de nuevo.

Bueno sí, contesté yo, pero para estos efectos es como si fuera del año anterior. Y quise seguir explicándome pero se cruzó de piernas, se apoyó en su bastón metiéndose su mano en el bolsillo, y posando su mirada en el infinito optó por dejar de escucharme.

"Pero Joyce de verdad que si pudiera iría tres días después... entiéndelo..." le rogué.

Pero por supuesto no entendió nada de nada, tomó mi explicación como un juego literario, otro más, donde el tiempo era un bucle del que no se puede salir y las palabras surgían ebrias y accidentadas, tanto como su propia vida.


 Tenías razón, dije tirándole un beso cuando me despedía, Dublín estaba preciosa.


jueves, 1 de febrero de 2018

La estatua de Oscar Wilde en Dublín





Y lo que te hubiera gustado a ti conocer a este hombre.

Para que te mirara así, con ese gesto entre socarrón y de vuelta de todo. Para que te dijera esas frases de doble filo que ahora aparecen por todas partes con su nombre debajo que te gustan tanto.

Para que tú le pudieras decir que en su época no se debían decir ciertas cosas, pero ahora ya sí, que solo era cuestión de esperar. Para que tú le pudieras decir que no penara por Lord Alfred Douglas, ese rubio y guapete joven, aristocrático y medio poeta, que no le convenía nada, que no le llegaba ni a la suela del zapato.





 
Lo que te hubiera gustado a ti conocer a Oscar Wilde.

Y ver cómo "las gastaba" su espíritu rebelde. Y escucharle atentamente. Tenía que ser tan interesante conversar con él.

Pero te has tenido que conformar con llegar hasta Dublín, su verde ciudad. Y acercarte hasta la plaza Merrion y entrar en la esquina del parque georgiano, donde te han dicho que suele recalar.

Allí estaba, recostado sobre una roca; de frente a una de las casas donde vivió, mirándonos de reojo a los pobres mortales que esperábamos para fotografiarle.

¿Qué pensaría de nosotros? ¿Qué pensaría de su propia estatua?


Lo que te hubiera gustado a ti conocer a Oscar Wilde.



 
 
 



miércoles, 24 de enero de 2018

Artículo sobre Angel González de Miguel Munarriz




Os dejo con un artículo sobre el poeta Ángel González escrito por Miguel Munarriz y publicado en Lecturas Sumergidas en el año 2014, que me ha encantado.
Este mes se le ha hecho un homenaje porque ha hecho diez años el día 12 de enero que murió.

No dejéis de leerlo, por favor.




Ángel González: Para parar las aguas del olvido


Por Miguel Munarriz © 2014 / La noche antes de que Ángel González muriera, hablé con él por teléfono. En realidad nos hacía de intérprete su mujer, Susana Rivera, por su teléfono móvil. Ángel había sido hospitalizado días antes, de forma que en cuanto yo dije: “Dile que mañana voy a verle”, Susana no tuvo necesidad de repetir lo que Ángel contestó, porque yo lo había oído alto y claro: “Que no se le ocurra”. Debí imaginármelo porque conocía bien el pudor de Ángel, así que no tuve más remedio que sonreír y decirle que “de acuerdo, que en cuanto saliera del hospital volveríamos a quedar”.
En 1980 yo formaba parte de un grupo poético en Asturias llamado Luna de Abajo que publicaba solo libros de los autores que admirábamos. Eran libros estéticos que durante unos años se convirtieron en referencia, y muchos poetas querían publicar allí sus versos. Una tarde, asistimos a una lectura pública de poemas de Ángel González y al final del acto le abordamos, con la ingenuidad que da la inexperiencia, para enseñarle los libros que habíamos editado y para decirle que queríamos hacerle un reconocimiento en el que se recogieran testimonios de sus amigos de generación y en el que también se publicaría un antología de su obra y una extensa bibliografía. Le propusimos lo que parecía imposible que nadie le hubiera pedido antes: hacerle un libro homenaje. Le llevamos un par de ejemplares de los dos números publicados anteriormente –el suyo sería el tercero de una colección que hacíamos con mucho mimo y detalle a pesar de los escasos medios económicos de que disponíamos– y a él le gustó mucho la idea. Ángel nos dio su dirección postal en Albuquerque y quedamos en escribirnos para ir pergeñando a distancia un número que sería extraordinario.
Mantuvimos una correspondencia fluida en la que le íbamos contando las diferentes secciones, los posibles colaboradores, el título del libro, y aquellas cartas exultantes que iban y venían a América creó en nosotros una sensación de que todo era posible si se ponían en marcha los suficientes elementos para conseguirlo. En este caso fueron muy pocos: una idea y alguien que creyó en ella, y porque todos creímos en lo que estábamos haciendo el resultado fue algo hermoso y cargado de energía y buen hacer al que llamamos Guía para un encuentro con Ángel González (el título fue idea de él porque nosotros aún arrastrábamos un halo edulcorado que a Ángel no le iba en absoluto). Los colaboradores formaban un equipo de excepción: Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Juan Marsé, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Paco Ignacio Taibo…, entre muchísimos más que no dudaron en mandarnos sus textos, casi a vuelta de correo. Una de las anécdotas, mientras confeccionábamos el libro que hacía tiempo estaba en la conversación de los amigos de Ángel en Madrid, fue que Paco Rabal se encontró con uno de ellos en el Óliver y pidió entusiasmado colaborar con un texto que, naturalmente, nosotros aceptamos con el mayor de los regocijos.
Rabal contaba que después de un rodaje en Cuba, y ya en la cama con una mujer, a punto de culminar vio un libro de Ángel sobre la balda que estaba frente a sus ojos en la cabecera de la cama…, pero será mejor reproducir esa parte del texto. Cuenta Paco Rabal: “La noche cálida, el ron genuino (del que no recuerdo el nombre pero sí sus efectos) acompañaban el ritmo de la música sabiamente prendida y un rayo de luz que daba sobre el lomo excitante de los libros… A punto de subir al cielo mis ojos se encontraron con un título, Grado elemental, de Ángel González. Salté hacia él y lo atrapé ¡Grado elemental! ´Por favor –suspiraba la muchacha–, te lo regalo, pero ven…´ Se interrumpió un placer para caer en otro”.
La noche antes de que Ángel González muriera, hablé con él por teléfono. En realidad nos hacía de intérprete su mujer, Susana Rivera, por su teléfono móvil. Ángel había sido hospitalizado días antes, de forma que en cuanto yo dije: “Dile que mañana voy a verle”, Susana no tuvo necesidad de repetir lo que Ángel contestó, porque yo lo había oído alto y claro: “Que no se le ocurra”…
Ángel participó con entusiasmo en el libro y él mismo seleccionó sus poemas en una antología que sigue siendo única. Una autoantología temática y comentada que él dividió en las cuatro partes sustanciales de su obra: Historia, Sobre la música, Biografía y Tempus irreparabile fugit. En cada una de ellas escribió una breve introducción para contextualizar los poemas elegidos, así, por ejemplo, en Biografía: “Escribir sobre mí mismo es una forma de explicarme, de poner en orden mi mundo, de reconocerme (de reconocerme, en cierto modo, también como los médicos reconocen a los enfermos)…”. En el apartado de Historia escribió: “Poesía social, civil, comprometida, crítica… Esas eran las tendencias que dominaba en el ambiente literario –y no solo en el de España- cuando comencé a publicar mis poemas…”. En Sobre la música: “Antes que un tema, la música es un motivo, un asunto que me sirve de vehículo para exponer otros temas: el tiempo, la nostalgia de algunos momentos vividos, el amor, la precariedad del destino humano…”; y en Tempus irreparabile fugit, expresó: “La percepción del paso del tiempo me produce mayor desazón que la figura de la muerte –de mi propia muerte, quiero decir–. (Mi muerte significa la ausencia, el alejamiento definitivo de la vida, y presiento que en ese oscuro reino de la no-existencia nada habrá que pueda herirme…”.
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Ángel González dijo en Contra-Orden (Poética por la que me pronuncio ciertos días): “Esto es un poema / Aquí está permitido / fijar carteles, /tirar escombros, hacer aguas…” , una declaración que practicó también en su vida pública, o mejor dicho, privada, porque González, a pesar de ser un poeta reconocido, un profesor universitario cuyo nombre está en los textos escolares y se estudia en muchas tesis doctorales, ensalzado con los premios de más prestigio, y académico de la Lengua, celebraba la vida entre sus amigos con una naturalidad y una frescura que hacía que a todos nos gustara compartir con él las noches de Madrid, su ciudad adoptada, o en Oviedo, su ciudad natal, la ”ciudad de sucias tejas” como la cantó en un soneto. En Máximas mínimas, escribe: “Los liliputienses, revelando una grandeza de espíritu que para sí quisieran las razas más altas, no hacen leña del árbol caído. / Hacen palillos de dientes.” Estos poemas, llamados poemas-chiste, esconden un trasfondo a veces moral, de doble intención, incluso malintencionada, siendo al mismo tiempo muy reflexivos. Son poemas que desbaratan lo convencional y tratan con desparpajo cualquier tema “serio”, muy característico del comportamiento habitual de Ángel González.
Otro ejemplo con el que vulgariza la imagen de la perfección, la de un dios como incansable arquitecto del mundo, es el poema Eso lo explica todo, y dice así: “Ni Dios es capaz de hacer el universo en una semana. / No descansó el séptimo día. / Al séptimo día se cansó”. También fue un maestro de los juegos de palabras, del humor inteligente y de la ironía. González era un hombre al que los fastos del mundo le traían sin cuidado. Vivía con frugalidad, aunque bebía con generosidad, y desde que en 1972 se fuera a la universidad de Alburquerque, Nuevo México, a impartir clases de literatura, volaba a Madrid al menos un par de veces al año, y al llegar llamaba por teléfono a sus amigos para organizar su estancia lo más agradablemente posible. Se acostaba tarde, o mejor temprano, o sea, al amanecer, a esa hora imprecisa y sucia del amanecer que tampoco le gustaba a otro de los poetas de la generación de González: Carlos Barral. Se levantaba para comer, leía y al anochecer se tomaba su primer J&B o Ballantines, “con hielo, en vaso bajo” que pedía –y bebía– con una solvencia imposible de superar. Salía luego a cenar con sus amigos, que siempre estábamos dispuestos a disfrutarlo, y estirábamos la noche, sobre todo las noches de verano, entre risas, hasta que un cliente desconocido entraba a tomarse el desayuno y nos saludaba con un “buenos días”. Su vuelta a Madrid era siempre motivo de regocijo y cada año, a su llegada, Juan Cruz lo entrevistaba para El País. Alguien dijo una vez que los camareros de Madrid se alegraban al saber que Ángel González había llegado a la ciudad.
Ángel González dijo en “Contra-Orden (Poética por la que me pronuncio ciertos días)”: “Esto es un poema / Aquí está permitido / fijar carteles, /tirar escombros, hacer aguas…” , una declaración que practicó también en su vida pública, o mejor dicho, privada…
Del buen humor de Ángel González podría contar muchas anécdotas. Rescato una que refleja al hombre ocurrente, con una poderosa capacidad para improvisar. Fue en México, con su amigo, el editor Pepe Esteban, mientras buscaban la tumba de Cernuda. Tras varios intentos, en uno de los cruces de caminos del inmenso cementerio, Ángel le soltó esta cuarteta: “El poeta Luis Cernuda / tiene buena información; / cuando viene Pepe Esteban / se cambia de panteón”.
Un año antes de irse a América publica Breves acotaciones para una biografía, con el que abre una nueva etapa en el tratamiento de sus poemas. Él mismo diría entonces que la tendencia al juego y a derivar la ironía hacia un humor que no rehúye el chiste, la frivolización de algunos motivos y el gusto por lo paródico serían las características de su poesía.
Ángel tenía una vena irónica que practicaba con gracia natural. Esa ironía y ese gusto por dar una vuelta de tuerca a las palabras tienen sin duda una raíz asturiana, región que, como se sabe, cuenta con una historia reciente de cargado matiz político y social, que ha vivido etapas durísimas y que, de sus primitivos recursos del campo y del mar, se erigió en una de las más importantes industrias del carbón y del acero, las cuales hubo que reconvertir en los 90 y emprender nuevos desafíos empresariales. Una tierra hermosa, de naturaleza exuberante, en donde la buena cocina es uno de los valores más recomendados. Este es el lugar en el que creció nuestro poeta, al que, como a tantos de sus paisanos, le gustaba cantar canciones de su tierra. Y hay una canción popular, que todos los asturianos oyeron alguna vez cantar a sus madres, titulada A la mar fui por naranjas, cuyo segundo verso dice, “Cosa que la mar no tiene”. Es una letra algo surrealista, como corresponde a ese marcado acento irónico y es al mismo tiempo una canción muy poética: “A la mar fui por naranjas / cosa que la mar no tiene. / Ay! mi dulce amor, / este mar que ves tan bello, es un traidor”.
Del buen humor de Ángel González podría contar muchas anécdotas. Rescato una que refleja al hombre ocurrente, con una poderosa capacidad para improvisar. Fue en México, con su amigo, el editor Pepe Esteban, mientras buscaban la tumba de Cernuda. Tras varios intentos, en uno de los cruces de caminos del inmenso cementerio, Ángel le soltó esta cuarteta: “El poeta Luis Cernuda / tiene buena información; / cuando viene Pepe Esteban / se cambia de panteón”
Pues bien, hará aproximadamente seis años, el tenor Joaquín Pixán publicó un CD con cinco versiones musicales para tres poemas inéditos de Ángel González, y encargó al poeta que escribiera tres letras que se basaran en tres canciones populares de su tierra y que varios compositores pusieran después la música. Una de las canciones elegidas por Ángel fue precisamente esta de las naranjas y la mar, y dándole la vuelta, este fue el resultado:
Tiene naranjas la mar.
Las olas son verdes ramos,
la espuma es blanco
azahar.
Y tus pechos, en la fronda
de las olas y la espuma,
son dos naranjas saladas
cuando te bañas desnuda.
Cuando te bañas desnuda,
tiene naranjas la mar.
Ángel era un mago con todo lo que tocaba, no solo con las palabras, sino también con la guitarra y el piano, porque la música fue otro de sus grandes temas, hasta el punto de decir que si sus poemas andaban con tanta frecuencia por los suburbios de la música, era porque se consideraba un músico frustrado. Y con la música como fondo escribió poemas importantes, como Penúltima nostalgia, La trompeta, en homenaje a Louis Amstrong, o Estoy bartok de todo, en el que juega con el apellido del músico húngaro Bela Bartok haciendo que suene como harto para lograr este efecto:
Estoy bartok de todo,
Bela
Bartok de ese violín que me persigue,
de sus fintas precisas,
de las sinuosas violas,
de la insidia que el oboe propaga,
de la admonitoria gravedad del fagot,
de la furia del viento,
del hondo crepitar de la madera.

Resuena bela en todo bartok: tengo
miedo.
La música
ha ocupado la casa.
Por lo que oigo,
puede ser peligrosa.
Échenla fuera.
Mi relación con Ángel González fue siempre de camaradería. A él le gustaba compartir las horas con los amigos y era un buen conversador. En los agradables encuentros veraniegos en Oviedo, o en Lastres disfrutando también de la playa, pasamos jornadas inolvidables compartiendo las horas con amigos como Juan Benito Argüelles, otro de sus incondicionales de la juventud perdida, Emilio Alarcos Llorach, que contaba unos chistes simpatiquísimos con los que se reía a mandíbula batiente, con Paco Ignacio Taibo I, generoso y divertido como un niño travieso, con Susana Rivera, la esposa de Ángel, inteligente y jovial, y con una fortaleza que hizo que yo la rebautizara como Susana Robles, y con infinidad de amigos que pasaban unos días con nosotros y se iban, como Orlando Pelayo, Daniel Sueiro, José Agustín Goytisolo, Pepe Caballero Bonald…, Amistad a lo largo, que cantó Jaime Gil de Biedma. El recuerdo de aquellos días me lleva a este poema de Ángel: “Al final de la vida, / no sin melancolía, / comprobamos / que, al margen ya de todo, / vale la pena. // Nada de lo restante permanece”.
Querido Ángel, tú lo has dicho mejor que nadie. Lo has escrito en el prólogo de ese libro memorioso de Paco Ignacio Taibo que tan cervantina y sabiamente tituló Para parar las aguas del olvido: “El necesario, inevitable olvido deja zonas borrosas que la memoria trata de aclarar. Ese esfuerzo es, ante todo, un acto de amor, porque el amor empieza con el recuerdo”.
Hoy te recuerdo en estas Lecturas sumergidas, la magnífica revista de Emma Rodríguez, que sin duda, tú, leerías con placer.
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FIRMAS SUMERGIDAS | MIGUEL MUNARRIZ (Gijón, 1951) | BLOG |
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Coordinador de “La Esfera”, suplemento cultural de El Mundo (1996- 1999), año en que dichas páginas recibieron el Premio Nacional de Fomento de la Lectura. Tres años después fue director de comunicación de las editoriales del Grupo Santillana (Alfaguara, Taurus y Aguilar).Ha sido Presidente de Tribuna Ciudadana (1993-95), cofundador de las revistas Arlequín y Luna de Abajo, autor de los libros Vivir de milagro (1986), Poesía para los que leen prosa (Visor, 2004) y Los mejores poemas de amor. Desde Quevedo hasta nuestros días (Only Book, 2007). Ha dirigido y presentado un programa semanal de literatura en Radio Cadena Española y ha sido colaborador de La Voz de Asturias, Hojas universitarias, Los Cuadernos del Norte, Ínsula, El País, La Nueva España y Clarín.Antólogo de la poesía de Ángel González para el libro Verso a verso (CajAstur), y autor de un guión sobre la vida y la obra del poeta asturiano para dos programas emitidos por el Centro Regional de TVE en Asturias.Ha coordinado el taller literario de Daniel Moyano, el premio de novela Tigre Juan y varios congresos de escritores de los que se han publicado, entre otros, los libros, Encuentros con el 50, la voz poética de una generación, 1988; Narrativa 80, 1990; Literatura Hispanoamericana, Realidad y Ficción I y II, 1992; Últimos 20 años de la Poesía Española, 1993; 50 propuestas para el próximo milenio, 1996; Ejercicios de estilo, 1997; Para envolver el pescado. El periodismo a examen, 1998, y Opiniones contundentes para el siglo XXI, 2001.Es socio de la Agencia literaria y de comunicación DOSPASSOS y ha sido Delegado del Principado de Asturias en Madrid y director de RR.II. de la Universidad Nebrija y director del Teatro Fernán Gómez. ( Fotografía © Daniel Mordzinski )
– Fotografía Nº1:en ella aparece el poeta Ángel González y la hemos tomado del blog del autor de este artículo:  Miguel Munarriz
– Fotografía Nº2,  suministrada por el autor de este artículo: El grupo “Luna de abajo” con Ángel González en 1984. De izquierda a derecha: Noelí Puente, Miguel Munárriz, Helios Pandiella, Ángel, Alberto Vega Ricardo Labra .
– Fotografía N3: Ángel González por © Pepe García
– Fotografía Nº4: Ángel González por © Nieto
– Imagen que cierra el artículo: Portada del libro “Guía para un encuentro con Ángel González” publicado por “Luna de abajo”.

https://lecturassumergidas.com/2014/07/30/angel-gonzalez-para-parar-las-aguas-del-olvido_/

lunes, 22 de enero de 2018

Pablo García Baena y su poesía







Sólo tu amor y el agua...


Sólo tu amor y el agua... Octubre junto al río
bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.
Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo,
cegado por la bruma suave de tu pelo.
De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta
cuando perdía mi boca en sus horas de niebla.
Sólo tu amor y el agua... El río, dulcemente,
callaba sus rumores al pasar por nosotros,
y el aire estremecido apenas se atrevía
a mover en la orilla las hojas de los álamos.
Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel
al rozar con sus alas una estrella dormida,
el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,
de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.
Lo puro de tus senos me mordía en el pecho
con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,
de dos lirios mecidos por la inocente brisa
cuando el verano extiende su ardor por las colinas.
La noche se llenaba de olores de membrillo,
y mientras en mis manos tu corazón dormía,
perdido, acariciante, como un beso lejano,
el río suspiraba...
Sólo tu amor y el agua...

Pablo García Baena


Hace ya tiempo que no sé de ti...

A Cándida Guerrero Natera
Hace ya tiempo que no sé de ti
y está la sierra como te gustaba
con el otoño.
Por Escalonias y por San Calixto
a las primeras lluvias han crecido
las hierbas y una seña silenciosa
me entregan tuya en verdor y aroma.
Las ciervas ramonean acebuches
y está la brama resonando fiera,
en el fragor del monte su sollozo.
El venado de sombra taciturna
alza la cuerna como un candelabro
que incendiara de celo y oro el bosque,
y el jaro jabalí híspido bate
el hosco ramo prieto de la encina,
tal me decías.

Hace ya tiempo que callas, lejana.
Mañana de los lunes en el viejo
archivo provincial, legajos, cintas
rojas de las carpetas, boletines.
Todo el oficinal rito perenne
se estremecía al aire del lentisco,
al varear de juncos en las fugas,
al corno inglés en óperas de Weber.

Y queda aún olor de jara y pólvora,
en el veraz relato, entre tus manos,
hace ya tiempo.

Y pienso en ti y sonrío y me es grata
tu memoria, como una prenda usada
de abrigo al calofrío de la casa.

Pablo García Baena



Quizá deberíamos empezar todas las semanas con algún poema.

Uno o dos que nos alejen del sueño y de las prisas, de los atascos y la rutina.

Que nos arropen y nos envuelvan. Que nos vayan despertando suavemente

al mundo de los ruidos y los otros.

Quizá deberíamos empezar con Pablo García Baena que en este enero se nos fue.

Un poeta grande y humilde.

Príncipe de Asturias de las Letras en 1984.
Doctor Honoris Causa de la Universidad de Córdoba.


Quizá deberíamos empezar todas las semanas con algún poema.

Uno o dos que nos salven.



jueves, 18 de enero de 2018

Museo de Cera de Madrid - La tertulia



"...Del mismo modo que Federico y yo escuchábamos sin querer la conversación de Neruda y Alberti, lo hacía D. Juan Ramón, que estaba sentado detrás en uno de los sillones del fondo del café, con Platero entre sus piernas, su fiel mascota peluda y suave. Terminaba de quejarse del ruido que hacían aquellos dos con su cháchara, juzgando innecesariamente elevado el tono de sus palabras. A su lado los dedos acrobáticos de Don Miguel hacían dobleces con sigilo y pericia. Unamuno ponía buen cuidado en volver, doblar y volver de nuevo el papel con el mayor de los silencios, sabedor de lo quisquilloso que era el de Moguer con el ruido. Pero mientras el de Salamanca se dedicaba en silencio al placer de la cocotología, cómo él denominaba a la papiroflexia, se recreaba con admiración, en cambio, con el sonido de la pluma corriendo por el papel de su vecino de la izquierda. Don Pío, que vestido con su inevitable chapela, y con un genio tan vivo como el de Moguer cuando a su parecer lo requería la cuestión, escribía uno de sus cuentos sobre la mesa de mármol del café. ...)

Rocío Díaz