"...Del mismo modo que Federico y yo
escuchábamos sin querer la conversación de Neruda y Alberti, lo hacía D. Juan
Ramón, que estaba sentado detrás en uno de los sillones del fondo del café, con
Platero entre sus piernas, su fiel mascota peluda y suave. Terminaba de
quejarse del ruido que hacían aquellos dos con su cháchara, juzgando
innecesariamente elevado el tono de sus palabras. A su lado los dedos acrobáticos de Don Miguel hacían dobleces con
sigilo y pericia. Unamuno ponía buen cuidado en volver, doblar y volver de
nuevo el papel con el mayor de los silencios, sabedor de lo quisquilloso que
era el de Moguer con el ruido. Pero mientras el de Salamanca se dedicaba en
silencio al placer de la cocotología, cómo él denominaba a la papiroflexia, se
recreaba con admiración, en cambio, con el sonido de la pluma corriendo por el
papel de su vecino de la izquierda. Don Pío, que vestido con su inevitable
chapela, y con un genio tan vivo como el de Moguer cuando a su parecer lo
requería la cuestión, escribía uno de sus cuentos sobre la mesa de mármol del
café. ...)
Rocío Díaz
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