Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

lunes, 1 de agosto de 2016

"Un perro" de Alejandro Palomas





“Secretos. Las familias giran alrededor de lo que se dice y lo que no se dice, de lo que se dijo a tiempo y evitó catástrofes que lamentar y de los que se dijo cuándo no procedía y causó males que cicatrizaron mal y que tardaron generaciones en sanar”

Hoy quería reseñar el último libro que me he terminado “Un perro” de Alejandro Palomas.
Ya había leído otras dos novelas de este autor y me apetecía volver a leer una novela de sentimientos, de personas, intimista como las anteriores.
Y eso he encontrado.

“Un perro” forma parte de una trilogía que comienza con “Una madre”, pero yo me he saltado un poco el orden comenzando por ésta primero.

       “Si le pides poco a la vida lo más fácil es que no te dé nada”

El argumento cuenta como Fer, un treintañero homosexual, está en una cafetería esperando una llamada muy importante. A Fer le ha abandonado su pareja poco antes, y también ha perdido un perro Max, por lo que está atravesando un mal momento. La familia ha tenido una reunión un poco antes. Pero Fer ahora está ahí sentado, en una mesa, esperando…

«R estaba sentado en la alfombra, junto a la cama, exactamente como le había visto la noche de la tormenta que un año antes nos había cambiado la vida a los dos. Me miraba fijamente y jadeaba, inmóvil, como cuando en verano se tumba al sol en la terraza, envuelto en calor.»

El tema de esta novela como en las anteriores que he leído de este autor son las relaciones familiares. Cómo nos relacionamos con nuestros hijos, cómo lo hacemos con nuestros padres cuando comienzan a envejecer o a enfermar. Cómo nos vamos transformando. Cómo nos queremos. También el tema es la pérdida. Cómo la tememos, cómo la afrontamos, cómo gestionamos en nuestro interior las ausencias. Aunque está muy presente también el tema de cómo se vive la relación con una mascota, puesto que el perro es el hilo conductor de todo el libro.

Los personajes de esta novela son Fer, de quién ya hemos hablado al contar el argumento, pero de forma paralela también vamos a ir conociendo a R, un golden retriever, protagonista indiscutible de la novela. También van apareciendo los demás miembros de la familia de Fer, Amalia, su madre. Amalia es una anciana desmemoriada e imprevisible, anárquica, que da lugar a muchas situaciones absurdas, llenas de humor, pero con un sentido común envidiable que solo surge a veces. También tenernos a las hermanas de Fer: A Emma y Silvia, con sus formas de ser y sus propios problemas. Además están presentes otros tres perros que también irán saliendo en la novela como Max, el antiguo perro de Fer, o Shirley la perrita de Amalia y otra perra más que ya se irá descubriendo. Se puede decir que es una novela coral, porque todos los personajes tienen bastante peso en la trama. 

Vuestra madre no retiene porque no se implica. Es como si solo tuviera capacidad de retención para aquello que realmente le importa y cada vez le importan menos cosas, porque tiene la sensación de que no es necesaria y, al no sentirse necesaria, no se activa. Está, pero no tiene que actuar porque no hay nada que la requiera. De ahí la sensación de desmemoria”

Como os decía la novela temporalmente transcurre en una sola noche, en una cafetería mientras Fer espera una llamada importante y en la noche que sucede a ese atardecer. Espacialmente está centrada en la cafetería y en la casa de Fer.

Pero el hilo temporal se rompe continuamente, el autor recurre a muchos saltos en el tiempo para ir contando la vida de los personajes, sus anécdotas, sus momentos importantes para ir retratando a esa familia, a sus miembros y a las relaciones entre ellos. Eso por supuesto da mucha agilidad a la narración. 

Formalmente la novela está escrita en primera persona, desde el punto de vista de un narrador testigo, Fer, que nos la va a ir contando y presentando al resto de los personajes. La prosa de Alejandro Palomas es sencilla pero poética. Su forma de narrar te conmueve, disecciona los sentimientos. A mí me gusta mucho por eso mismo. Y además la novela está muy salpicada de diálogos entre los personajes. Me gusta mucho cuando ves hablar tanto a los personajes. 

A mí me gusta la forma de narrar de este autor y sus historias familiares. Pero son novelas, como ya he dicho muy intimistas, muy intensas, sensibles, que hablan de emociones.

Creo que es una lectura que te tiene que apetecer. No es una novela de acción donde te atrapen las vicisitudes de los personajes. Aquí también te secuestran la voluntad los personajes, pero por lo que piensan, por lo que callan, por lo que sienten. Y eso remueve.

He anotado muchas frases de esta novela porque me gustaban, porque me hacían reflexionar, con las que podía sentirme identificada. Y otras con las que no me podía sentir tan identificada, me estoy refiriendo por ejemplo a una con su perro, que aún no teniendo una mascota me han gustado mucho.
De vez en cuando me gusta volver a leer a Alejandro Palomas. Si os apetecen estos temas familiares, sentimentales que te conmuevan os la recomiendo.

  “La vida no es tanto lo que entendemos que es, sino lo que sentimos que es”





viernes, 29 de julio de 2016

De la calle, de aquí y de allá

En Cádiz

Bueno pues ¡ya es viernes!

Se nos termina este julio del 2016 con un calor horroroso, así que para distraernos un poco de este tiempo que quita las ganas de hacer cosas, vamos con una de unas entradas sobre los nombres de las tiendas y los letreros de la calle.

La foto que encabeza esta entrada es un regalo de mi amigo Iñaki. ¡Es buena! ¿A que sí? "Mercería El porquería". Me ha encantado. 



La foto de debajo es de Madrid, por la zona de La Latina. No tiene desperdicio el letrero ¿no? Leedlo despacio, tal cual les sonaba al oído pues se ha hecho...

Madrid

 Y la última foto pues es de esos establecimientos de comida para llevar, y lo tomé al vuelo en La Coruña. 

También me pareció bueno el nombre que le habían buscado: "Se te va la olla"... Literalmente, pero literalmente muy apropiado.

En La Coruña


¿Que os han parecido?

Pues poco más, que disfruteis mucho del fin de semana y ¡no paséis mucho calor!


jueves, 28 de julio de 2016

"Refuxiados sen camiño" Una exposición de fotografía de Gabriel Tizón en Perillo (La Coruña)


"Tengo una duda ¿Qué es un refugiado? En teoría una persona que escapa de un conflicto y solicita asilo, más o menos... Y tengo otra duda ¿Qué es un conflicto? Un lugar que bombardean... Pues para mí ésto no es así..."


Esta exposición de fotografía que os traigo hoy, estaba al lado de la playa de Santa Cristina, en La Coruña, exactamente en el Parque José Martí de Perillo. 

Qué buena combinación ¿Verdad? : Playa+Cultura.

La exposición está formada por 22 paneles donde están ochenta fotografías de dos metros aproximadamente, realizadas por Gabriel Tizón en los campamentos de refugiados de Idomeni, en Turquía.

 Por supuesto el motivo de esta exposición es concienciar a la sociedad de la situación de estas personas, que escapan de las condiciones tan duras de sus países, para favorecer su ayuda. Nos dice el fotógrafo que a él lo que le interesan son las personas, sus vidas.

He leído que este fotoperiodista, Gabriel Tizón, ha trabajado como fotógrafo en varios periódicos gallegos, y después como freelance en otros como El Mundo, o internacionales como The New York Times o The Guardian. Tiene además varios premios de fotografía.
Está bien la exposición. Me gustó. El texto del fotógrafo me gustó especialmente, el comienzo es también el que encabeza esta entrada, os lo dejo dos fotos más abajo por si queréis leerlo.








lunes, 25 de julio de 2016

Mi último premio de relato: XIII Premio de Narrativa Corta Carmen Martín Gaite


Tengo que contaros una alegría literaria. En el Ayuntamiento de El Boalo (Madrid), este sábado pasado 23 de julio de 2016, coincidiendo con el aniversario de la muerte de la escritora Carmen Martín Gaite, tuvo lugar la celebración de la entrega de premios del XIII Premio de Narrativa Corta Carmen Martín Gaite, donde he tenido el placer de que hayan premiado con el primer premio mi relato "Los hijos que nunca tuve".

Un premio a un relato siempre es un reconocimiento y una motivación para seguir escribiendo.

 

La alegría de que me llamaran para decirme que había sido la ganadora entre más de seiscientos relatos, estando de vacaciones en La Coruña, continuó el día de la entrega de premios porque resultó un acto de lo más especial. Me gustó mucho.  Ya solo con saber que podría saludar a la hermana de Carmen Martín Gaite, que está cuidando de impulsar este certamen y otras actividades culturales para que perdure la memoria y el legado de su hermana ya me hacía ilusión. 

Saludando a doña Ana María Martín Gaite a la entrada de los premios.

Se entregaban dos premios: el de Narrativa, el mío, y el I premio de Novela Carmen Martín Gaite. Este año el doble certamen lo habían convocado tanto La AGRUPACIÓN CULTURAL “CARMEN MARTÍN GAITE” (narrativa), como el Ayuntamiento de El Boalo, Cerceda y Mataelpino (novela) junto con la Editorial Turpial.

Tanto el Presidente de la Agrupación, D. Antonio Calero, como el Secretario D. Tomás Macho de Quevedo, han sido muy amables conmigo en todo momento.

En la entrega estuvieron presentes tanto ellos, como por supuesto el Alcalde, D. Javier de los Nietos, que me sugirió que leyera el relato, como también otros concejales del Ayuntamiento, y representantes de la Editorial Turpial que va a publicar el premio de Novela. 

Todos los participantes que hablaron en la entrega, en este momento está hablando Angel Gabilondo




No quiero dejar de señalar que el acto estuvo cerrado por las palabras de D. Angel Gabilondo, ex Ministro de Cultura y escritor, que tuvo la deferencia de nombrar a mi cuento en su pequeño discurso donde decía que ésto que estábamos ahí celebrando era un Acto Cultural, y que como tal era subversivo. También habló de que se debería convocar un certamen para que los niños escribieran porque si escriben también leerán. La verdad es que estuvo muy bien todo lo que dijo. Y para clausurar definitivamente el acto estuvo la hermana de Carmen Martín Gaite, doña Ana María Martín Gaite, que a sus 92 años clausuró el acto con pocas palabras pero lúcidas, significativas y contundentes. Gracias a ella, a su celo, a su implicación, el legado de su hermana (fallecida en el año 2000) se está cuidando y difundiendo.

Tengo que destacar que conmigo tanto los representantes de la Agrupación, D. Antonio, y D. Tomás que cuidaron de mí en todo momento, como el Alcalde que quiso escuchar mi cuento a pesar del poco tiempo que había, fueron de lo más amables. Por otra parte las palabras de Angel Gabilondo como de Ana María Martín Gaite me encantaron, y me emocionaron. Fue otro premio para mí contar con su presencia en la entrega. 










Con los miembros de Agrupación Cultural Carmen Martín Gate: D. Antonio Calero y D. Tomás Macho de Quevedo

Con Ángel Gabilondo, ex Ministro de Cultura y Escritor



Quería dejar en esta reseña algunos momentos de la entrega de premios y mi relato para que podáis leerlo si os apetece.

Espero que os guste, a mí ya me ha dado muchas alegrías.



Los hijos que nunca tuve

Rocío Díaz Gómez


Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada.
La frase salió de mi boca envuelta en una triste sonrisa. Era parte de un juego. Un juego entre amigas. Esa vez un juego de palabras. ¿Por qué nos gustarían ya tanto? Hacíamos malabarismos con cualquier palabra, la echábamos al aire, la hacíamos girar delante de nuestros risueños ojos, buscando que nos ofreciera sus distintos significados, sus múltiples posibilidades, antes de caer en la aplastante realidad que la obligaba a concretarse en uno solo de esos posibles significados.

Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada.

La primera vez que dije esa frase lo cierto es que no fue exactamente así. Aquella primera vez en mi oración, la gramatical y la religiosa, era otro el sujeto y el número, otro el tiempo verbal y el significado. Aquella primera vez yo hablaba desde un rotundo y feliz singular. Como solo se puede hablar desde el púlpito de la adolescencia. Aún existía un futuro apasionante al alcance de los dedos, muy cerca, nada más torcer la esquina de aquella vida que estaba casi comenzando. “Los hijos que tendré nacerán de madrugada” dije en realidad cuando fue mi turno, anudando fuerte la frase a una sonrisa de satisfacción. De pronto mis amigas se quedaron calladas pensando ¿Por qué? Hasta que rápidamente cayeron en la cuenta: ¡Claro! Gritaron las dos al unísono mientras estiraban las palmas de sus manos para que las chocáramos en el aire.

Aquel día el juego consistía en terminar la frase “Los hijos que tendré…” relacionándola de alguna forma con nuestro nombre. Mi amiga Belén había sido la primera en jugar: “Los hijos que tendré nacerán en Navidad” había dicho sin pensar. Belén era rápida de mente y guapa, era juiciosa y sensata, la más seria y formal de las tres. La hija ejemplar, sin duda. Después llegó mi turno. De forma rotunda dije: “Los hijos que tendré nacerán de madrugada”. Porque si de algo yo estaba segura era de que tendría hijos sí o sí ¿cómo no los iba a tener? Y desde luego los tendría de madrugada, ¿¡cómo si no!? cuando mi nombre era Aurora. Quedaba por jugar mi amiga Celia. La verdad es que con aquel nombre lo tenía difícil la pobre. Pero Celia era ingeniosa y alegre; Celia, por más dificultades que la vida le presentara, sabría cómo buscarle las cosquillas. Era ese su modo de enfrentarse a la vida, doblegándola a risas. Y retándonos con sus enormes ojos lo soltó: “Los hijos que tendré serán celiacos”. Tres carcajadas salieron de nuestras bocas y chocaron en el aire antes de que lo lograran las palmas de nuestras manos.  Mi querida Celia y sus pequeños celiacos.

Con el tiempo la vida se nos mostró incluso más juguetona que nosotras, que habíamos jugado tanto. Curso a curso nos fue sumando años y restándonos risas. Año tras año fue curvando el perfil de nuestro cuerpo y el de nuestro destino, mientras nos daba y quitaba hijos a su cruel antojo. Sin embargo siempre en algún recodo, en alguna de sus caleidoscópicas caras, terminó por darnos la razón.

“Los hijos que tendré nacerán en Navidad” había dicho Belén. Y la niña de mi amiga nació una Navidad, la única que recuerdo que nevara en nuestra ciudad. Año de nieves, año de bienes dijo su madre en aquella habitación donde acudimos a conocerla. Tanto en la vida como en los juegos, Belén siempre fue la primera. La hija ejemplar iba haciendo las cosas como las hicieron nuestras madres. Cómo nos habían enseñado qué se debía hacer. Un día conocerás un buen chico, te enamorarás, te ennoviarás, te casarás y estallarás en felicidad con el nacimiento de aquella niña que, no podía ser de otra forma, nacía en navidad. Si colocabas cada uno de esos ingredientes, en ese orden y en las cantidades oportunas, tendrás la receta de la felicidad. Belén parecía haberlo hecho bien. La hija ejemplar parecía ser la esposa ejemplar y estaba dispuesta a ser la madre ejemplar. Y es verdad que su hija fue un bebé rollizo y sonrosado que no dio una mala noche. También lo es que después se convertiría en una niña estudiosa, responsable y silenciosa. Tan ideal que Belén no quiso más hijos, porque sería difícil, casi imposible, que fueran a ser mejores que su niña perfecta.

“Los hijos que tendré nacerán de madrugada” había dicho yo aquel lejano día. “Los hijos que tendremos nacerán de madrugada” diría yo algunos años después a los ojos que me miraban desde el otro lado de mi almohada. Sin darme cuenta, la vida y yo misma íbamos cambiando mi frase, cambiaba el número y cambiaba el verbo, cambiaba el tiempo y el significado. Porque ya no lo decía desde un rotundo y feliz singular. Porque yo nunca fui la hija ejemplar. Yo no era sensata ni juiciosa. Yo pensaba poco y sentía mucho. Sentía mucho desde un “nosotros”. “Los hijos que tendremos nacerán de madrugada” musitaba yo con determinación a los ojos que me miraban desde el otro lado de mi almohada, mientras intentaba templar los fríos pies que acababan de llegar de la calle, que se acababan de descalzar, frotándolos entre los míos desnudos. “De madrugada” repetía yo, subrayando la segunda parte de aquella frase. La segunda parte. Esa que era mía y solo mía. De Aurora. “Di mi nombre” le pedía mientras pegaba mi caliente piel a la suya que aún estaba fresca, que aún olía a la madrugada lluviosa que acababa de mojarle. El dueño de los ojos que me miraban desde el otro lado de mi almohada tampoco pensaba, solo quería sentir, y pegaba sus labios a los míos, acallando mis palabras con sus besos, mientras se apretaba a mí buscando compartir un par de horas el calor que sabía, sabía de verbo conocer, sabía de sabor, bajo mis sabanas. Ese calor que no debía saber, no sé en cual de los dos significados, en su propia casa. Si yo no estaba siguiendo la receta de la felicidad en orden y paso a paso: “Un día conocerás un buen chico, te enamorarás, te ennoviarás, te casarás y…” ¿Cómo podía esperar ser feliz? Me preguntaría algún día.

“Los hijos que tendré serán celiacos” había dicho mi amiga Celia aquel día justo antes de que nuestras risas chocaran en el aire antes que las palmas de nuestras manos. Belén había seguido la receta de la felicidad a pies juntillas y yo me la estaba saltando con los ojos cerrados. En el término medio estaba Celia que, bien es cierto, lo intentó. Claro que lo intentó. Y conoció a un buen chico, y se enamoró, se ennovió, se casó y tuvo a su primer niño. “No veáis lo que ha pasado” nos dijo con cara de circunstancias a Belén y a mí una tarde. ¿Qué? Preguntamos las dos con un nudo de preocupación en el estómago de verla tan seria, ella siempre tan sonriente. ¿¡Qué!? La apremiamos dos minutos más tarde porque tragando saliva no nos contestaba. Nos miró despacio, muy seria, hasta que ya no pudo más y estalló en una carcajada ¡Que resulta que es celiaco! Gritó señalando al pequeño, su pequeño cómplice, que de ver a su madre tan alegre también rompió a reír. La vida juguetona, aunque solo fuera en eso, también le daba la razón.

“Los hijos que tendré nacerán en Navidad” había dicho Belén. Y la niña de mi amiga nació una Navidad, la única que recuerdo que nevara en nuestra ciudad. Año de nieves, año de bienes dijo su madre en aquella habitación donde acudimos a conocerla. Tanto en la vida como en los juegos, Belén siempre fue la primera. “Tú sacas” pareció soplarle la vida también cuando tocaron malas cartas. Su niña estudiosa y responsable, su niña silenciosa y perfecta también se fue en Navidad. La navidad de sus veinte años. Nunca nadie supo por qué aquella jovencita tan guapa como su madre, tan sensata, decidió que no quería vivir más. El por qué planificó todo con tanto detalle, en definitiva tan bien, como lo había hecho todo en su vida. Cuando la encontraron ya no se puedo hacer nada. Belén que había sido la madre perfecta no se explicaba cual había sido el ingrediente que faltaba, qué cantidad de qué, cuándo, dónde falló la maldita, maldita y maldita receta de la felicidad. Y quiso morir también.

“Los hijos que no tuvimos habrían nacido de madrugada” me dije entre lágrimas la primera noche que sus ojos me faltaron al otro lado de mi almohada. Nuestra gran historia de cortos momentos terminó el día que la hiedra de la pena comenzó a trepar por los muros de su casa. Cómo iba a dejar a su mujer rota de dolor para venir conmigo. Su mujer que parecía la esposa perfecta pero yo sabía que no lo era. Su mujer a quién su niña perfecta se le había matado. Su mujer, mi amiga Belén, siempre amiga. Fuimos cayendo cómo las fichas de un desgraciado dominó. Aquella absurda muerte también mató todo lo bueno que había entre nosotros: el contacto de nuestra piel, ese sabor, ese tacto, ese latido que palpitaba bajo el mundo, y crecía y arrasaba con tanta fuerza que conseguía que un par de horas valieran más que el resto del día. Esas sensaciones, esa forma de amar que no estaba encorsetada por ninguna receta mágica de felicidad. El musgo de la culpa colándose entre la pena, ese musgo húmedo y corrosivo fue creciendo y creciendo anegándolo todo.

“Los hijos que tendré serán celiacos” había dicho mi amiga Celia aquel día justo antes de que nuestras risas chocaran en el aire antes que las palmas de nuestras manos. Belén había seguido la receta de la felicidad a pies juntillas, paso a paso, cómo es debido. Yo me la había saltado con los ojos cerrados, los oídos tapados y el corazón desnudo. En el término medio estaba Celia, que la verdad es que lo intentó, claro que lo intentó. Y no una, sino varias veces. Porque fueron varias las veces que se enamoró, que se emparejó y se casó. Paso a paso. Pero también las mismas veces, maldita receta, fueron las que después se separó. Aunque eso sí, en cada una de esas estalló la felicidad, se selló la felicidad, con el nacimiento de un niño. Un cómplice risueño que siempre fue celiaco. Cómo no podía ser de otra manera.

Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada.
La frase salió de mi boca, casi de forma automática, y envuelta en una sonrisa. Una de esas tristes sonrisas que te deja el paso el tiempo. Pero sonrisa sanadora al fin y al cabo. Allí estábamos las tres amigas. Amigas por encima de todo y de todos. Por encima de la vida y sus amores, por encima de las desgracias y las culpas. La vida le quitó a Belén lo que más quiso en el mundo, su niña. A mí me quitó, no al único amor de mi vida, pero sí al único con el que hubiera tenido hijos. Y a Celia, a mi querida Celia le quitó las ganas de volver a intentar la receta de la felicidad.

Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada. La vida va cambiando el número y el verbo, el tiempo verbal y el significado de las frases. Pero siguen existiendo las amigas. Siguen existiendo las palabras. Y los juegos. Solo hay que esperar a que nos toque sacar y aprovechar nuestro turno hasta exprimirlo.

©Rocío Díaz Gómez

jueves, 21 de julio de 2016

"La casa de las palabras" en La Coruña


Probablemente, si nadie te ha hablado de este lugar de la foto, o no lo has leído en ninguna parte, pase desapercibido para tus ojos porque está muy escondido detrás de una loma en una zona apartada de La Coruña, en la costa de Adormideras, cerca de Punta Herminia donde están los menhires, y relativamente cerca de la torre de Hercules, el precioso faro de esta ciudad.

Es un antiguo cementerio arabe donde en la Guerra Civil (se construyó entonces) se daba sepultura a los musulmanes que morían en el campo de batalla. He leído que en los años 60 esos restos fueron trasladados al cementerio civil de San Amaro.  Y después salvo en dos ocasiones, estuvo bastante abandonado.

Este lugar, además de privilegiado por su ubicación y bonito como construcción arabe, es muy interesante. Puesto que hace unos años (he leído que en el año 2006) lo reconvirtieron en La Casa de las Palabras, con el ánimo de crear un espacio simbólico de convivencia y diálogo entre religiones, un lugar de encuentro entre culturas. Qué buena idea.





 Como se puede ver en las fotos, en las paredes interiores sobre azulejos, el ceramista Xoan Viqueira ha escrito textos relacionados con la historia de la ciudad, con su nombre y su fundación, y por supuesto con la torre de Hércules, en su lengua original (griego, latín, arábe, gaélico y castellano) y traducidos al castellano y al gallego.
También se pueden ver escritas palabras del castellano y del gallego que tienen su origen en la lengua árabe, unas 200 en castellano y 50 en gallego. Han escrito su etimología, su significado y su traducción al árabe. 

Es un lugar que a mí me gustó mucho conocer.  






Lo malo es que está cerrado. No se puede visitar, solo se ve por fuera. 




Y lo peor es que está abandonado, necesitaría que lo volvieran a pintar, que cuidaran sus jardines, que menos mal que hay amapolas dando su nota de color, porque el resto son malas hierbas que han crecido de forma salvaje. Además sus paredes exteriores están llenas de pintadas y sucias. 

Una lástima, porque hay razones de sobra, tanto por su simbolismo, como por su valor arquitéctonico y su ubicación privilegiada, para que estuviera mejor cuidado.

Aún así, si alguna vez vais por La Coruña no dejéis de visitarlo.

La casa de las palabras.


martes, 19 de julio de 2016

Taberna cultural El Trechuro. Lugar muy recomendable. Castrillo de los Polvazares. León




Me hizo señales este cartel. Es bueno ¿verdad?

Y más si hace un sol de espanto sobre las calles adoquinadas de ese pueblo leones precioso "Castrillo de Polvazares" en un julio a medio día.

Después, aún con la sonrisa puesta que me había dejado el mensaje de la pizarra, me gustó adentrarme en aquella promesa para ir encontrando todo lo que fue saliendo a mi paso: Las sombras frescas de los árboles sobre las sillas de madera en aquel patio interior, el poema pegado en el tronco del árbol, la jam session musical y prometida todos los viernes y sábados...

Llegar hasta el final y empujar la puerta roja que esconde aquel lugar cálido y fresco, hecho de madera y adornado de mil y un detalles: las obritas de arte musicales dispuestas por los rincones, los dibujos de niños en las paredes, las obras de arte de la papiroflexia... y al fondo un escenario. Todo muy sugerente. Poesía, música, dibujos, papiroflexia, tranquilidad.

El embutido leonés y la música chula hicieron el resto.

"Allí, un mundo de incertidumbre. Aquí, cerveza artesana" decía el letrero. Y era bueno.

Taberna El Trechuro, taberna cultural, música en directo. Un lugar recomendable en un pueblo muy recomendable: Castrillo de los Polvazares.








jueves, 14 de julio de 2016

Cacela a Velha un rincón literario en el Algarve



He vuelto a Cacela Velha.

He vuelto a esa aldea de casitas blancas y tonos azules. 

He vuelto a esas poquitas calles con nombres de poetas y fragmentos literarios en sus paredes encaladas.

Dicen que Cacela fue una ciudad importante de Al Andalus.Ahora espera en su alto, entre Manta Rota y Cabanas, para que acudas a su balcón y contemples a lo lejos el Atlántico, y a lo cerca la ría Formosa que discurre siempre cambiante a sus pies.

Cacela me espera con su mercadinho, su pequeño cementerio tan concurrido, sus callecitas blancas donde se respira literatura.

¿Cómo no volver de vez en cuando?







Te adjunto también el enlace a la entrada anterior que tiene el blog sobre Cacela Velha.