Tengo que contaros una alegría literaria. En
el Ayuntamiento de El Boalo (Madrid), este sábado pasado 23 de julio de 2016,
coincidiendo con el aniversario de la muerte de la escritora Carmen
Martín Gaite, tuvo lugar la celebración de la entrega de premios del
XIII Premio de Narrativa Corta Carmen Martín Gaite, donde he tenido el
placer de que hayan premiado con el primer premio mi relato "Los hijos que nunca tuve".
Un premio a un relato siempre es un reconocimiento y una motivación para seguir escribiendo.
La
alegría de que me llamaran para decirme que había sido la ganadora
entre más de seiscientos relatos, estando de vacaciones en La Coruña,
continuó el día de la entrega de premios porque resultó un acto de lo
más especial. Me gustó mucho. Ya solo con saber que podría saludar a la
hermana de Carmen Martín Gaite, que está cuidando de impulsar este
certamen y otras actividades culturales para que perdure la memoria y el
legado de su hermana ya me hacía ilusión.
Saludando a doña Ana María Martín Gaite a la entrada de los premios. |
Se
entregaban dos premios: el de Narrativa, el mío, y el I premio de Novela Carmen
Martín Gaite. Este año el doble certamen lo habían convocado tanto La
AGRUPACIÓN CULTURAL “CARMEN MARTÍN GAITE” (narrativa), como el
Ayuntamiento de El Boalo, Cerceda y Mataelpino (novela) junto con la
Editorial Turpial.
Tanto
el Presidente de la Agrupación, D. Antonio Calero, como el Secretario
D. Tomás Macho de Quevedo, han sido muy amables conmigo en todo momento.
En la entrega estuvieron presentes tanto ellos, como por supuesto el
Alcalde, D. Javier de los Nietos, que me sugirió que leyera el relato,
como también otros concejales del Ayuntamiento, y representantes de la
Editorial Turpial que va a publicar el premio de Novela.
Todos los participantes que hablaron en la entrega, en este momento está hablando Angel Gabilondo |
No
quiero dejar de señalar que el acto estuvo cerrado por las palabras de
D. Angel Gabilondo, ex Ministro de Cultura y escritor, que tuvo la
deferencia de nombrar a mi cuento en su pequeño discurso donde decía que
ésto que estábamos ahí celebrando era un Acto Cultural, y que como tal
era subversivo. También habló de que se debería convocar un certamen
para que los niños escribieran porque si escriben también leerán. La
verdad es que estuvo muy bien todo lo que dijo. Y para clausurar
definitivamente el acto estuvo la hermana de Carmen Martín Gaite, doña
Ana María Martín Gaite, que a sus 92 años clausuró el acto con pocas
palabras pero lúcidas, significativas y contundentes. Gracias a ella, a
su celo, a su implicación, el legado de su hermana (fallecida en el año
2000) se está cuidando y difundiendo.
Tengo
que destacar que conmigo tanto los representantes de la Agrupación, D.
Antonio, y D. Tomás que cuidaron de mí en todo momento, como el Alcalde
que quiso escuchar mi cuento a pesar del poco tiempo que había, fueron de lo más
amables. Por otra parte las palabras de Angel Gabilondo como de Ana
María Martín Gaite me encantaron, y me emocionaron. Fue otro premio para
mí contar con su presencia en la entrega.
Con los miembros de Agrupación Cultural Carmen Martín Gate: D. Antonio Calero y D. Tomás Macho de Quevedo |
Con Ángel Gabilondo, ex Ministro de Cultura y Escritor |
Quería dejar en esta reseña algunos momentos de la entrega de premios y mi relato para que podáis leerlo si os apetece.
Espero que os guste, a mí ya me ha dado muchas alegrías.
Espero que os guste, a mí ya me ha dado muchas alegrías.
Los hijos que nunca tuve
Rocío Díaz Gómez
Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada.
La frase salió de mi boca envuelta en una triste sonrisa.
Era parte de un juego. Un juego entre amigas. Esa vez un juego de palabras. ¿Por
qué nos gustarían ya tanto? Hacíamos malabarismos con cualquier palabra, la
echábamos al aire, la hacíamos girar delante de nuestros risueños ojos, buscando
que nos ofreciera sus distintos significados, sus múltiples posibilidades,
antes de caer en la aplastante realidad que la obligaba a concretarse en uno
solo de esos posibles significados.
Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada.
La primera vez que dije esa frase lo cierto es que no fue
exactamente así. Aquella primera vez en mi oración, la gramatical y la
religiosa, era otro el sujeto y el número, otro el tiempo verbal y el
significado. Aquella primera vez yo hablaba desde un rotundo y feliz singular. Como
solo se puede hablar desde el púlpito de la adolescencia. Aún existía un futuro
apasionante al alcance de los dedos, muy cerca, nada más torcer la esquina de
aquella vida que estaba casi comenzando. “Los hijos que tendré nacerán de
madrugada” dije en realidad cuando fue mi turno, anudando fuerte la frase a una
sonrisa de satisfacción. De pronto mis amigas se quedaron calladas pensando
¿Por qué? Hasta que rápidamente cayeron en la cuenta: ¡Claro! Gritaron las dos
al unísono mientras estiraban las palmas de sus manos para que las chocáramos
en el aire.
Aquel día el juego consistía en terminar la frase “Los
hijos que tendré…” relacionándola de alguna forma con nuestro nombre. Mi amiga
Belén había sido la primera en jugar: “Los hijos que tendré nacerán en Navidad”
había dicho sin pensar. Belén era rápida de mente y guapa, era juiciosa y
sensata, la más seria y formal de las tres. La hija ejemplar, sin duda. Después
llegó mi turno. De forma rotunda dije: “Los hijos que tendré nacerán de
madrugada”. Porque si de algo yo estaba segura era de que tendría hijos sí o sí
¿cómo no los iba a tener? Y desde luego los tendría de madrugada, ¿¡cómo si no!?
cuando mi nombre era Aurora. Quedaba por jugar mi amiga Celia. La verdad es que
con aquel nombre lo tenía difícil la pobre. Pero Celia era ingeniosa y alegre; Celia,
por más dificultades que la vida le presentara, sabría cómo buscarle las
cosquillas. Era ese su modo de enfrentarse a la vida, doblegándola a risas. Y
retándonos con sus enormes ojos lo soltó: “Los hijos que tendré serán
celiacos”. Tres carcajadas salieron de nuestras bocas y chocaron en el aire
antes de que lo lograran las palmas de nuestras manos. Mi querida Celia y sus pequeños celiacos.
Con el tiempo la vida se nos mostró incluso más juguetona
que nosotras, que habíamos jugado tanto. Curso a curso nos fue sumando años y
restándonos risas. Año tras año fue curvando el perfil de nuestro cuerpo y el
de nuestro destino, mientras nos daba y quitaba hijos a su cruel antojo. Sin
embargo siempre en algún recodo, en alguna de sus caleidoscópicas caras, terminó
por darnos la razón.
“Los hijos que tendré nacerán en Navidad” había dicho
Belén. Y la niña de mi amiga nació una Navidad, la única que recuerdo que
nevara en nuestra ciudad. Año de nieves, año de bienes dijo su madre en aquella
habitación donde acudimos a conocerla. Tanto en la vida como en los juegos,
Belén siempre fue la primera. La hija ejemplar iba haciendo las cosas como las
hicieron nuestras madres. Cómo nos habían enseñado qué se debía hacer. Un día
conocerás un buen chico, te enamorarás, te ennoviarás, te casarás y estallarás
en felicidad con el nacimiento de aquella niña que, no podía ser de otra forma,
nacía en navidad. Si colocabas cada uno de esos ingredientes, en ese orden y en
las cantidades oportunas, tendrás la receta de la felicidad. Belén parecía
haberlo hecho bien. La hija ejemplar parecía ser la esposa ejemplar y estaba
dispuesta a ser la madre ejemplar. Y es verdad que su hija fue un bebé rollizo
y sonrosado que no dio una mala noche. También lo es que después se convertiría
en una niña estudiosa, responsable y silenciosa. Tan ideal que Belén no quiso
más hijos, porque sería difícil, casi imposible, que fueran a ser mejores que
su niña perfecta.
“Los hijos que tendré nacerán de madrugada” había dicho
yo aquel lejano día. “Los hijos que tendremos nacerán de madrugada” diría yo
algunos años después a los ojos que me miraban desde el otro lado de mi
almohada. Sin darme cuenta, la vida y yo misma íbamos cambiando mi frase,
cambiaba el número y cambiaba el verbo, cambiaba el tiempo y el significado.
Porque ya no lo decía desde un rotundo y feliz singular. Porque yo nunca fui la
hija ejemplar. Yo no era sensata ni juiciosa. Yo pensaba poco y sentía mucho.
Sentía mucho desde un “nosotros”. “Los hijos que tendremos nacerán de
madrugada” musitaba yo con determinación a los ojos que me miraban desde el
otro lado de mi almohada, mientras intentaba templar los fríos pies que acababan
de llegar de la calle, que se acababan de descalzar, frotándolos entre los míos
desnudos. “De madrugada” repetía yo, subrayando la segunda parte de aquella
frase. La segunda parte. Esa que era mía y solo mía. De Aurora. “Di mi nombre”
le pedía mientras pegaba mi caliente piel a la suya que aún estaba fresca, que
aún olía a la madrugada lluviosa que acababa de mojarle. El dueño de los ojos
que me miraban desde el otro lado de mi almohada tampoco pensaba, solo quería
sentir, y pegaba sus labios a los míos, acallando mis palabras con sus besos,
mientras se apretaba a mí buscando compartir un par de horas el calor que sabía,
sabía de verbo conocer, sabía de sabor, bajo mis sabanas. Ese calor que no
debía saber, no sé en cual de los dos significados, en su propia casa. Si yo no
estaba siguiendo la receta de la felicidad en orden y paso a paso: “Un día
conocerás un buen chico, te enamorarás, te ennoviarás, te casarás y…” ¿Cómo
podía esperar ser feliz? Me preguntaría algún día.
“Los hijos que tendré serán celiacos” había dicho mi
amiga Celia aquel día justo antes de que nuestras risas chocaran en el aire
antes que las palmas de nuestras manos. Belén había seguido la receta de la
felicidad a pies juntillas y yo me la estaba saltando con los ojos cerrados. En
el término medio estaba Celia que, bien es cierto, lo intentó. Claro que lo
intentó. Y conoció a un buen chico, y se enamoró, se ennovió, se casó y tuvo a
su primer niño. “No veáis lo que ha pasado” nos dijo con cara de circunstancias
a Belén y a mí una tarde. ¿Qué? Preguntamos las dos con un nudo de preocupación
en el estómago de verla tan seria, ella siempre tan sonriente. ¿¡Qué!? La
apremiamos dos minutos más tarde porque tragando saliva no nos contestaba. Nos
miró despacio, muy seria, hasta que ya no pudo más y estalló en una carcajada ¡Que
resulta que es celiaco! Gritó señalando al pequeño, su pequeño cómplice, que de
ver a su madre tan alegre también rompió a reír. La vida juguetona, aunque solo
fuera en eso, también le daba la razón.
“Los hijos que tendré nacerán en Navidad” había dicho
Belén. Y la niña de mi amiga nació una Navidad, la única que recuerdo que
nevara en nuestra ciudad. Año de nieves, año de bienes dijo su madre en aquella
habitación donde acudimos a conocerla. Tanto en la vida como en los juegos,
Belén siempre fue la primera. “Tú sacas” pareció soplarle la vida también
cuando tocaron malas cartas. Su niña estudiosa y responsable, su niña
silenciosa y perfecta también se fue en Navidad. La navidad de sus veinte años.
Nunca nadie supo por qué aquella jovencita tan guapa como su madre, tan sensata,
decidió que no quería vivir más. El por qué planificó todo con tanto detalle, en
definitiva tan bien, como lo había hecho todo en su vida. Cuando la encontraron
ya no se puedo hacer nada. Belén que había sido la madre perfecta no se
explicaba cual había sido el ingrediente que faltaba, qué cantidad de qué,
cuándo, dónde falló la maldita, maldita y maldita receta de la felicidad. Y
quiso morir también.
“Los hijos que no tuvimos habrían nacido de madrugada” me
dije entre lágrimas la primera noche que sus ojos me faltaron al otro lado de
mi almohada. Nuestra gran historia de cortos momentos terminó el día que la
hiedra de la pena comenzó a trepar por los muros de su casa. Cómo iba a dejar a
su mujer rota de dolor para venir conmigo. Su mujer que parecía la esposa
perfecta pero yo sabía que no lo era. Su mujer a quién su niña perfecta se le
había matado. Su mujer, mi amiga Belén, siempre amiga. Fuimos cayendo cómo las
fichas de un desgraciado dominó. Aquella absurda muerte también mató todo lo
bueno que había entre nosotros: el contacto de nuestra piel, ese sabor, ese
tacto, ese latido que palpitaba bajo el mundo, y crecía y arrasaba con tanta
fuerza que conseguía que un par de horas valieran más que el resto del día.
Esas sensaciones, esa forma de amar que no estaba encorsetada por ninguna
receta mágica de felicidad. El musgo de la culpa colándose entre la pena, ese
musgo húmedo y corrosivo fue creciendo y creciendo anegándolo todo.
“Los hijos que tendré serán celiacos” había dicho mi
amiga Celia aquel día justo antes de que nuestras risas chocaran en el aire
antes que las palmas de nuestras manos. Belén había seguido la receta de la
felicidad a pies juntillas, paso a paso, cómo es debido. Yo me la había saltado
con los ojos cerrados, los oídos tapados y el corazón desnudo. En el término
medio estaba Celia, que la verdad es que lo intentó, claro que lo intentó. Y no
una, sino varias veces. Porque fueron varias las veces que se enamoró, que se
emparejó y se casó. Paso a paso. Pero también las mismas veces, maldita receta,
fueron las que después se separó. Aunque eso sí, en cada una de esas estalló la
felicidad, se selló la felicidad, con el nacimiento de un niño. Un cómplice
risueño que siempre fue celiaco. Cómo no podía ser de otra manera.
Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada.
La frase salió de mi boca, casi de forma automática, y
envuelta en una sonrisa. Una de esas tristes sonrisas que te deja el paso el
tiempo. Pero sonrisa sanadora al fin y al cabo. Allí estábamos las tres amigas.
Amigas por encima de todo y de todos. Por encima de la vida y sus amores, por
encima de las desgracias y las culpas. La vida le quitó a Belén lo que más
quiso en el mundo, su niña. A mí me quitó, no al único amor de mi vida, pero sí
al único con el que hubiera tenido hijos. Y a Celia, a mi querida Celia le
quitó las ganas de volver a intentar la receta de la felicidad.
Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada. La
vida va cambiando el número y el verbo, el tiempo verbal y el significado de
las frases. Pero siguen existiendo las amigas. Siguen existiendo las palabras.
Y los juegos. Solo hay que esperar a que nos toque sacar y aprovechar nuestro
turno hasta exprimirlo.
©Rocío
Díaz Gómez
Rocío, enhorabuena.Mereces el premio de sobra y todos los ue vendrán en el futuro que nos alegrarán a todos.
ResponderEliminarUn beso amiga
Javier
Mil gracias Javier, llevamos muchos años peleando tú con tus poemas y yo con mis relatos codo a codo, y sé que lo dices de corazón. Todavía nos quedan muchas conversaciones, muchas tertulias y muchos eventos literarios que compartir. Un beso bien grande, Rocío
ResponderEliminarRocio enhorabuena.
ResponderEliminarTe lo mereces de verdad. Y como dice Javier este y muchos más.
Y a seguir peleando !!!
Un beso
Muchas gracias Yolan!! Muchísimas gracias por estar siempre ahí, y por tus comentarios. Un beso grande, Rocío
ResponderEliminarQué orgullo, Rocío. Y cuántas ganas de tener, todo encuadernadito, un libro tuyo entre mis manos.
ResponderEliminarAna D
Ana D. muchísimas gracias. Que tú sientas orgullo con lo bien que tú escribes es otro premio. Un beso bien grande, Rocío
ResponderEliminarRocío, pero como no te van a dar el premio, he llorado, he reído, he pasado por todos los estadíos de la vida. Y el nudo en el estómagose desata cuando , al final , la eesperanza puede florecer en cada esquina. Me inclino ante ti. Mi más sincera felicitación
ResponderEliminarFeli
Muchas gracias Feli. Me alegro mucho de que te haya conmovido, es lo mejor que me puedes decir. Ahora ya a seguir peleando con otras historias. Un beso grande, Rocío
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