Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

sábado, 13 de junio de 2009

Javier Díaz Gil, mi maestro



Javier Díaz Gil es mi amigo, mi maestro y un buen poeta.
Durante años fue profesor de dos talleres de creación literaria en dos Centros Culturales de Madrid, el primero en Villaverde Alto "Ágata" y el segundo en la Alameda de Osuna, el "Teresa de Calcuta". Con él yo asistía a ambos talleres. Después nos independizamos y nos convertimos en tertulia, primero en Amargord, una editorial que estaba en Lavapiés y ahora en el Café Galdós, en la calle Los Madrazo.
Con Javier Díaz Gil yo me discipliné a la hora de escribir un relato. Con él busqué los conflictos, los puntos de giro, con él descubrí los lugares comunes y los concursos. Con Javier he aprendido mucho en ésto de la escritura. Mucho. Y sigo aprendiendo. Siempre.
Pero además es poeta.
Extraigo de su blog: http://javierdiazgil.blogspot.com/ uno de sus poemas. Uno que a mí me gusta mucho. Como tantos...


ITACA
Las bocas
de los centros comerciales
son refugio de sirenas.
Danzan los parkings
a golpe de baquetas
entre el murmullo de ascensores
insomnes.
Música de cámara
para dormir al héroe.
Se pierde Ulises entre los estantes
del supermercado.

Hoy más que nunca
Itaca está de oferta.

© Javier Díaz Gil
Febrero 2009

Gracias. Gracias. Gracias.
Rocío Díaz Gómez


viernes, 12 de junio de 2009

Mi tertulia del Café Galdós






Los miércoles nos reunimos en el Café Galdós. Somos una tertulia viva, ruidosa, y al menos para mí entrañable. Allí nos juntamos poetas y relatistas cada semana para leernos cuentos y poesías, para hablar de cine, para reír, para conversar, para ir tejiéndonos a una vida que se va haciendo palabra a palabra.
Cada día uno de nosotros, a nuestra manera, contamos el miércoles anterior en un blog: http://bitacoratertuliagaldos.blogspot.com/.
Javier Díaz Gil es de alguna forma no escrita nuestro coordinador. Primero fue el profesor del taller de creación literaria donde íbamos algunos y ahora es el alma mater de nuestro grupo. Un grupo cada vez más numeroso.

Entre ellos, con ellos, crezco.

Rocío Díaz Gómez




Hoy Alberto Ramos Díaz ha ganado el segundo premio en...

Hoy, doce de junio de 2009, ha salido la noticia de que mi amigo y mejor escritor Alberto Ramos Díaz ha ganado el II premio del III Certamen de Relatos Cortos 'El tren y el viaje'.
Me siento muy orgullosa de él, porque se lo merece.
Más de 3.300 personas han participado en esta tercera edición del concurso que invitaba a los viajeros de Cercanías a expresar en 99 palabras cualquier historia inspirada por un viaje en tren. Los tres relatos ganadores, así como los otros 97 relatos finalistas se integrarán en un libro virtual que se publicará en la página web de Renfe Cercanías Madrid (www.renfe.com/cercanias/madrid).
y el suyo dice así:
Segundo Premio: ALBERTO RAMOS DIAZ
Coincidieron en el Cercanías dirección a Alcalá. Él estudiaba Literatura. Ella limpiaba escaleras. Él dijo que por una mirada un mundo. Ella respondió "qué cosas dice usted". Él juró que de ser golondrina colgaría un nido en su balcón. Ella "que vivía en un bajo". Él añadió que, como Lorca, se la llevaría al río. Ella "que Lorca era un pueblo de Murcia". Él habló de los veinte poemas de Neruda, ella dudó si Neruda era una mujer o una flor..., Hasta que encendidos, cómplices del tren, se bajaron en Torrejón buscando un hotelito donde apagar su poesía.
Yo también participé. Y he quedado entre los 97 finalistas. El mío se titulaba "Cazuela de viaje con imprevistos" y decía algo como ésto:

CAZUELA DE VIAJE CON IMPREVISTOS

Calienta los preparativos y dora el viaje a fuego vivo (sin hacerlo del todo por dentro). Cuando empiece a tener color, sácalo a tiempo de coger el tren y escurre bien las prisas. Ya sentado, reduce el fuego y deja el viaje reposar, dejándote llevar. Depende del punto de largo que te guste. Para evitar que se pegue vas añadiéndole un chorrito de entusiasmo. Tritura los imprevistos hasta hacerlos puré. Agrega buenos compañeros de viaje. Una pizca de equipaje. Y sírvelo con rodajas de bellas vistas y salsa de experiencias. Degústalo despacio.
Lo dicho. Entre 3.300 cuentistas, el segundo premio para Alberto Ramos. Enhorabuena. Cuánto me alegro.

Hoy comienzo este blog

Hoy, 12 de junio de 2009, comienzo esta aventura en forma de blog.

Me gustaría poder inventarme un país propio. Uno sobre palabras y relatos, la literatura y sus protagonistas.

Y creo que la mejor forma de presentarme es hacerlo con uno de mis relatos. Uno sobre el escribir y el pánico a la página en blanco. Se titula "Con un salvavidas bajo el asiento" y fue premiado en el año 2007 en el II Certamen Artístico del Ministerio de Medio Ambiente, en la modalidad de Narrativa.

Y dice así,

Con un salvavidas bajo el asiento


El personaje, aunque iba a morir, se alegró de su fatal destino. Se alegró por él y por su autor, y lo hizo con una sonrisa que no le habían inventado. Una sonrisa de oreja a oreja que le salía de dentro, de la euforia que no lograba retener su alma de DIN A-4, la misma que subía atropellada por su cuerpecillo de papel, esa misma que intentando escapar por alguna abertura curvaba sus labios en una sincera y estirada sonrisa ficticia. Su autor le había imaginado serio, y con la boca contraída, por eso sentirse así, saberse así, le hacía experimentar una alegría aún mayor. Por lo demás, iba tal y como su autor le había imaginado: sentado, con un chaleco salvavidas bajo el asiento y un cinturón de seguridad que no se podría quitar hasta que las luces del techo no se lo indicaran.

El autor, afanoso aspirante a escritor, no se alegraba nada del trágico destino de su personaje. No era capaz, por más horas que dedicaba, por más comienzos que iniciaba, de inventarse una historia que arropara a aquel personaje destinado al fracaso. La inspiración no le rozaba con su varita mágica. La pesadilla de la hoja en blanco recurrente y recurrente delante de él, se había transformado en una extensión blanca y blanda donde se hundían sin remedio sus pies de escritor, donde naufragaba cualquier atisbo de argumento. Su frágil autoestima de incipiente inventor de historias chocaba una y otra vez contra aquella pauta, se perdía en aquella ingrata pauta, que en un principio le había parecido tan sugerente, pero que ahora era un páramo enorme y estéril.

“Escribir para la semana siguiente un poema o relato en el que “al protagonista” le sucede algo que tiene que ver con él sentado en un avión”.

Y no le costó a nuestro autor más que un par de segundos imaginarse a su personaje dentro del avión, sentadito, con un chaleco salvavidas bajo el asiento y un cinturón de seguridad que no se podría quitar hasta que las luces del techo no se lo indicaran. Y durante aquel par de segundos hasta pudo sentir sus oídos taponados, el frío del que intentaba resguardarse con la frágil mantita, su desagrado ante el olor que emanaba de la bandeja de comida que le había traído aquella esbelta azafata...

Pero poco más. Nada más. El olor, el frío, sus oídos taponados. Eso era todo. Los argumentos volaban a su alrededor como moscas pesadas que no lograba cazar. Su zumbido de saberlas ahí pero no poder apresarlas, le iba poniendo nervioso y nervioso y nervioso. Los folios mil veces empezados, tatuados con apenas cuatro o cinco líneas que hablaban de aviones y compañías aéreas, de azafatas y chalecos salvavidas, iban siendo desechados, rotos en pedazos, arrugados como una bola o tirados al vacío sin más... Y poco a poco se amontonaban, desbordaban la papelera y se derramaban a sus pies, obligando a los personajes que los habitaban a huir a cuatro patas de la basura o la quema, hacia un final incierto.

El autor, afanoso aspirante a escritor, harto de no lograr meter a su personaje en un avión de forma fantástica y creíble, se rindió. Suspiró. Dejó el bolígrafo en la mesa. Y casi sin darse cuenta cogió el ultimo folio en blanco del que llevaba apenas escritas cuatro o cinco líneas y empezó a doblarlo por la mitad, dobló después sus esquinas, lo dejó como una capucha, estiró, volvió a doblar las puntas, volvió a doblar, estiró e hizo con él un avión de papel que resignado echó a volar.

El personaje, aunque al igual que sus compañeros iba a morir, se alegró de su fatal destino. Volaba, estaba volando al fin. Y se alegró por él y por su autor, y lo hizo con una sonrisa que nadie le había inventado.
Rocío Díaz Gómez