Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

martes, 5 de enero de 2010

"Querido Melchor..." Un relato de Rocío Díaz Gómez


Hoy es 5 de enero.

El día que trae la noche más mágica del año.

Como es el día de los niños, os voy a dejar con uno de ellos. Se llama Carlitos y escribe una carta a los Reyes Magos.

Es una carta fechada en el año 2003, ya os daréis cuenta por los juguetes que pide.

Pero yo la tengo cariño porque fue premiada con el Accesit esa navidad en el V Certamen de Relatos Breves de Navidad de Navalmoral de la Mata. Y gracias a eso, fuí por primera vez a ese pueblo. Y recuerdo que fue una entrega de premios muy especial donde me recibieron con mucho cariño. Luego por esas cosas de la vida he vuelto un par de veces más a por otros dos premios, en otros certámenes, uno también de navidad y otro de mujeres. Y su recibimiento ha sido cada vez mejor. Además en el año 2006 reunieron todos los cuentos de navidad premiados en los últimos cinco años, en un volumen muy elegante, con ilustraciones, que les quedó muy bien, la verdad.

Desde el punto de vista de la escritura, ahora la releo y cambiaría muchas cosas. Supongo que es normal, han pasado seis o siete años desde que la escribí.

Pero se merece, porque me trajo muy buenos momentos, que la deje tal como fue.

Felices Reyes.



Querido Melchor...


Madrid, 5 de diciembre de 2003
Querido Rey Melchor,
Yo no sé sí tu existes o no existes, como tampoco sé sí existen los otros Reyes, o si existe el Ratoncito Pérez, pero ahora les ha dado a los de mi clase por decir que a lo mejor no existes... yo no sé..., pero como dice mi amigo Sergio “existáis o no existáis lo que sí que existen son los regalos” así que como Sergio es el amigo al que más ajunto del mundo entero, yo me fío y por si acaso os mandaré otro año la carta... además, que se lo cuento a la yaya que todos los años se sienta conmigo a escribir a San Pancracio “a ver si nos toca la lotería de Navidad” y dice que ella no va a dejar de escribir a su Santo digan los compis del “hogar ” lo que digan, así que yo igual, digan los de clase lo que digan, te escribo... Y aquí estamos los dos “la yaya” y yo merendando pan con nocilla y pensando qué poner, la yaya dice que lo primero es lo primero, y que antes de nada hay que ser educados y decir quiénes somos. Me llamo Carlos Hernando Rejas y mi yaya se llama Ernestina Pérez Sánchez, aunque todo el mundo la llama La Tina, como a mí que me llamo Carlos pero en casa soy “el niño” porque cuando llega mi padre siempre pregunta “Y el niño... ¿qué ha roto hoy?” y mi hermana la mayor dice... “Niñoooo, que la carne de burro no es transparente...” y mamá cuando me abraza dice ¡Ay... el niño de la casa...! así que para todos soy “el niño”. Bueno para todos menos para mi hermano Marcos, que tampoco me llama Carlos, sino Carlitos, con esa “i” de “microbio” y “mierdecilla” que dice siempre detrás de Carlitos cuando me llama a grito pelao para que todos en el parque se den cuenta de que YO soy su hermano pequeño, YO soy “el plasta al que tiene que cuidar” que es lo que siempre dice detrás de “Carlitos microbio y mierdecilla”, osea también YO. Pero aunque nadie me llame así, la verdad de la verdad es que me llamo Carlos y en algún sitio lo debe de poner porque en el cole el primer día cuando pasa lista el profe me llama así, y me lo llama, y me lo llama veces y veces, hasta que Sergio, que no sé si ya lo he dicho pero es el amigo que más ajunto, acaba dándome una colleja para me entere y conteste, porque me cuesta un montón de tiempo darme cuenta de que soy yo... pero ¡Vamos! Melchor que tú me puedes llamar como quieras que para eso eres Rey...

Rey Melchor te he puesto un “punto y aparte”, como dice mi profe, que es un “punto” que he aprendido hoy en mi cole, porque ya no sabía por donde me iba, a la yaya se le había quedado la dentadura enganchada al bocata de noci y no se podía separar... así un buen rato... hasta que he tenido que levantarme para ayudarla a desengancharse con mi superfuerza, le pasa mucho... Bueno pues que, me llamo Carlos y vivo aquí en el barrio de Canillas, te acordarás de mí porque todos los años yo soy el que más alto chilla “¡aquí, aquí...!” cuando pasáis en la cabalgata para que me tiréis un montón de caramelos... La yaya y yo llegamos muy pronto con el pan y la noci, nos sentamos en el borde y nos vamos comiendo el bocata hasta que oímos que venís... entonces corriendo llevo a la yaya a esconderse detrás de un coche y yo vuelvo corriendo a mi sitio, esto lo hacemos desde que a la yaya le pegaron un caramelazo bestial en toda la cara cuando gritaba bien alto “¡Aquí, aquí...!” y entonces desde que la operaron de cataratas dice que ella no puede arriesgarse... que ella es una abuela moderna pero que no está pa esos trotes de jugarse la poca vida que le queda en las cabalgatas... así que una vez que he escondido a la yaya bien escondida, me subo al bordillo y grito, grito, grito hasta el infinito... y cuando tengo las manoplas lleeeenas de caramelos, entonces , me vuelvo a buscar a la yaya y a casa que nos vamos los dos tan contentos comiendo caramelos mientras pensamos en todos los regalos que nos vais a traer...

Otra vez Rey Melchor he tenido que ponerte otro punto y aparte, al profe le va a molar cuando le cuente mañana todos los puntos y aparte que hoy puse; contándote lo de la cabalgata no me estaba dando cuenta de que empezaban “los dibus” que me gustan, y casi me los pierdo, pero ahora que ya han terminado voy a seguir, y pasemos a lo importante, osea todas las cosas que quiero que me traigáis: La videoconsola de Nintendo, otra “gameboy”, todos los “action man” nuevos de este año, los pokémon que me faltan (que ahora no me acuerdo pero como tu además de Rey eres sabio seguro que lo sabes) un equipo completo de fútbol del Real Madrid ( mi padre ya no nos deja ser del atleti) diez u once peonzas para que me duren hasta el año que viene cuando volváis, un estuche de tres pisos con pinturas, rotuladores, plasti y ceras, con muchas reglas, lápices, bolís, goma y saca; otro patinete porque Marcos después de romper el suyo, me rompió el mío (él dice que fue sin querer pero ¡ya...!); otro libro de “Harry potter” y el de la “peli” de “El señor de los anillos”; ...He parado un momento para preguntar a la yaya que sí me estoy pasando pidiendo y después de un rato luchando contra la dentadura y el bocata me ha revuelto el pelo y me ha dicho “Mira niño, porque la yaya también me llama niño, todos sabemos que los Reyes son Magos así que por poder, poder, pueden traer todo lo que se les pida, pero Matusalén a su lado... un muchacho. Que te quiero decir niño, que seguro que ya les va doliendo la espalda como a esos “carcas del hogar”, y tendrán la artrosis, y la reuma... así que a lo mejor no pueden con todo...” Mi yaya siempre habla muy claro, ella y yo nos entendemos bien, así que nada Melchor yo sigo pidiendo y cuando os empiece a doler la espalda dejáis de meter cosas al saco. Sigo: Varios videojuegos para la Nintendo; otro Spiderman; las trampas del Spiderman; el auto de Spiderman, la bola mágica de Harry Potter, el castillo de Harry Potter... y de juguetes hasta que no echen en el buzón más catálogos ya no puedo pedir más...

Pero antes de terminar os tengo que poner lo de siempre, ya sabéis, quiero poder dormirme antes por las noches; en el techo de mi cuarto ya no caben más estrellas de esas que me pega mi madre para que cuente y venga el sueño, ya están todas ahí apelotonadas y aunque las pegamos con ese pegamento que pega hasta los dedos, hay tantas juntas que se despegan y toda la noche andan cayendo encima de la cama... como si lloviera, a lo primero mola, pero después ya... es un rollo. Además, la noche que le toca a Marcos hacerme compañía cada vez es peor... me ha dicho que Blancanieves ya se ha separado del príncipe y tiene otros novios, que el flautista tiene un montón de músicos que trabajan para él y ya ni tan siquiera tocan sino que hacen que tocan como en la tele, que el cerdito de los ladrillos ya tiene una “inmo no sé qué”, que dice que es una fábrica de hacer casas, y que se está forrando como el Cirilo, el del bar de enfrente... como es mayor sabe más de los cuentos, pero hasta que se cansa y dice que soy un plasta y que me duerma de una vez, se cabrea y termina contándome el de la “bella durmiente”, pero el de siempre, que sabe que no me gusta nada... y así hasta que al final se duerme y yo ¡hala! otra vez a contar las estrellas como todas las noches...

La única que no se queda dormida antes que yo, ni me acaba regañando, es la yaya que dice que como es mayor tampoco tiene sueño pero es que ya me sé de memoria toda su vida, todos los novios que tuvo, todos los bailes, todo... y aunque ella dice que me lo cuenta al oído para no despertar a nadie, como está un poco sorda empieza bajito, bajito, pero al final termina dando unas voces que se despierta hasta el vecino de al lado que empieza a aporrear la pared chillando: “!Coño abuela, ¿Otra vez con eso? Si aquellos pretendientes tendrán ya mil años, joder con la abuela que noche sí, noche no, la misma matraca”... por eso, Rey Melchor, hasta que por fin los médicos encuentren la manera de que yo me pueda dormir por las noches como los demás, te pido otro año un poco más de sueño, un poco más solo, que yo creo que eso no ocupa mucho en el saco y casi no os va a pesar...

Y bueno, que nada más, hasta que piense más regalos no te vuelvo a escribir, tengo que acabar deprisa que otra vez a la yaya se le ha enganchado la dentadura en el bocata y está ahí saltando y saltando como una loca y aporreando en la mesa para separarse... Ya voooy yayaaaa... ¡menos mal que me tiene a mí!
Adiós Rey,
Carlos, Carlitos o el niño.

©Rocío Díaz Gómez

viernes, 1 de enero de 2010

Un artículo de Elvira Lindo para empezar el año


Artículo aparecido en el último suplemento del Domingo de ELPAÍS.com.

ELVIRA LINDO OPINIÓN

El Niño Jesús

ELVIRA LINDO 27/12/2009

El Niño Jesús era esa figurilla de las mesas de noche, un niño medio desnudo, con la piel helada de la cerámica y una cara adulta y melancólica. También era el muñequito del belén, arropado por los alientos del buey y la mula, de nuevo incongruentemente desnudo entre unos padres vestidos con túnicas y pastores con chalecos de borrego. El Niño Jesús era el protagonista indiscutible de los villancicos que los niños cantábamos con ímpetu excursionista de una casa a otra o, en el caso de los que fuimos niños de coro, con la dulzura de las voces puras y perecederas de los nueve años. Cuando aquellos niños tuvimos hijos, el Niño Jesús se convirtió en la dirección que se le daba al taxista cuando llevabas en tus brazos a un bebé ardiendo con una fiebre escandalosa. ¡Al Niño Jesús, por favor!

Esta semana repetí esa dirección, no con la misma angustia de entonces, aunque sí con aprensiónanticipada. Tras una donación de libros, me habían invitado a visitar la planta de oncología de los niños con cáncer, por pronunciar esa palabra que cae en las familias como una bomba cuando de un niño se trata. No me invitaba el hospital propiamente dicho, sino la fundación Aladina, que desde hace años cumple una gran labor asistiéndoles anímicamente y procurándoles ratos de ocio.

Los hospitales infantiles no son como el resto de los centros hospitalarios; en ellos se respira la angustia paterna, pero está equilibrada con la energíainfantil, que es mucha, y que se parece como una gota de agua a la valentía. Entro dejando atrás un Madrid nevado y me introduzco en este micromundo de calor y olor a desinfectante. "Aquí no podemos estar tristes", me dice una enfermera de la unidad de trasplantes. Lo afirma como si fuera el mantra que se repite a diario: "Aquí habría que ponerles una medalla a los padres por contener su pena y otra a los niños por su entereza. Cómo no les vas a tomar cariño, entablas con ellos una relación afectiva, es duro. Algunas veces piensas en dejar esta planta para siempre, pero sigues. Y no, no me permito estar triste".

En mi paseo de habitación en habitación es G. quien me acompaña. G. es una muchacha de unos diecinueve años, visita a los niños como voluntaria. Cuando le pregunto por qué decidió hacer este voluntariado, el rubor le sube a la cara. Es de estas personas bondadosas a las que les da pudor hacer patente su propia generosidad. G. tiene una historia: fue paciente de esa planta hace apenas tres años. Sufrió un cáncer de riñón, una operación, unos ciclos de quimio. Ese pasillo por el que ahora me guía fue el pasillo de su casa durante un año. G. prefiere que no desvele su nombre: "Nunca quise que por mi enfermedad me trataran de manera distinta". ¿Te acuerdas del día en que te dieron el alta?, le pregunto. "¡Cómo no me voy a acordar! Me vi en la calle y de pronto pensé que podía hacer planes a largo plazo. Maduré. Me di cuenta de que cuando estás sano no valoras las cosas buenas que te da la vida a diario". G. no habla por hablar, su candor es transparente, no hay impostura en ella, se acostumbró a lidiar con la verdad desde su adolescencia.

Estos días anda preocupada, aunque no lo dice, porque uno de los chavales con los que compartió la vida durante un año ha tenido una seria recaída. "Pero se va a curar", me asegura, como si ella lo supiera mejor que los médicos. Al entrar en cada habitación se levanta del sillón un padre o una madre, andan en zapatillas, como si hubieran hecho también de aquello su segundo hogar. Tienen el inevitable aspecto de machacamiento que afecta a los padres de niños enfermos, pero también un fondo de resistencia. Todos coinciden en lo mismo: "Ellos nos animan".

Los niños, en cuanto son conscientes de su enfermedad, asumen una responsabilidad con respecto al estado de ánimo de sus padres. Se podría pensar que por ser niños van a ser más débiles, y no. La fortaleza infantil siempre sorprende. Está escrita en los cuentos tradicionales. Hay niños de toda España porque la planta de trasplantes del Niño Jesús tiene un gran prestigio. Los padres piden permisos, se turnan, se alquilan pisos cerca del hospital, lo que sea con tal de estar cerca de ellos.

Por los pasillos conozco a Gabriela, es una niña de Fuerteventura a la que no se le borra la sonrisa de la cara. Le pregunto si la puedo besar (no sé si debo), mira a su madre y luego asume la decisión: "¡Pues claro!". Ni la cabeza pelona le resta belleza o expresividad. Lleva el aparato del goteo como si fuera un juguete. "Mi profe de allí se pone de acuerdo con la maestra que me mandan aquí a casa y me estoy sacando el curso". A Gabriela le está costando adaptarse al frío de Madrid, a la bulla del tráfico, viene de un pueblo cálido, de otro sentido del tiempo. "¡Pero hoy he visto la nieve por primera vez en mi vida!".

La frase, tan optimista, expresada con el acento musical de su tierra, resuena en mi cabeza cuando salgo a la calle. Un padre me protege con su paraguas hasta la parada de taxis. Está contento, me cuenta, porque se pueden llevar a su cría a casa esta Nochebuena. Nos abrazamos. "¡Todo lo mejor para 2010!". De pronto, esa felicitación cansina cobra un sentido verdadero.

Cuando me veo sola, aprieto los dientes y me digo no, no se puede estar triste, no se tiene derecho.

Nombre completo:Elvira Lindo
Fecha y lugar de nacimiento:23-01-1962 (Cádiz - España)
Nacionalidad:Española
Datos académicos:Estudios de Periodismo


miércoles, 30 de diciembre de 2009

Feliz año nuevo

Año 2010: un año 10. 10 deseos:


Porque el año que viene sea un año valiente, y nosotros más.

Porque el año que viene tengamos salud.

Porque si tenemos salud tendremos ganas de echar a andar.

Porque si tenemos salud podremos abrazar con fuerza a los demás.

Porque si tenemos salud tendremos ilusión por las pequeñas cosas.

Porque si tenemos salud tendremos ganas de salir, de entrar, de conocer nuevos lugares.

Porque si tenemos salud podremos sonreír, para luego reír a carcajadas.

Porque entonces, tendremos sueños y pelearemos por ellos.

Porque el año que viene seamos felices.

Porque sigais ahí,

Aquí.



¡Feliz año nuevo!



martes, 29 de diciembre de 2009

Un cuento infantil recitado por Ana Nieto


Hoy os voy a presentar a otra amiga artista que tengo.

Se llama Ana Nieto. Y fuímos compañeras de grupo de teatro en los tiempos del instituto. De ayer es la fecha.

Bueno, pues hoy me ha hecho un regalo. Uno, que me ha gustado mucho. Un cuento. Un cuento infantil recitado por ella.

Me dice que hay que escucharlo con "oídos de niña". De niña muy pequeña...

Qué sorpresa recibir su correo con ese regalo. Y qué bien recita... Me dejado ahí con la sonrisa pegada a la cara durante todo el cuento. Teneis que escucharla.

Pero claro intentar hacerlo, con los oídos y el corazón que teníais a los cuatro o cinco años, más o menos volviendo atrás unos cuaaaaantos años...

A ver qué os parece.

http://desdetierrasminusculas.blogspot.com/2009/12/la-reina-de-los-besos-de-kristien.html

lunes, 28 de diciembre de 2009

"Madrileños. Un álbum colectivo". Una exposición. Una frase



"No hay ni una sola fotografía que no sea en sí misma un viaje,
del pasado hacia nosotros, de nosotros al pasado"


Cuando la leí, me gustó mucho esta frase. Es cierto. Hay mil y una historias detrás de cada fotografía. Hay también como dice la frase dos viajes, uno hacia el pasado y otro hacía el hoy. Además de todos los cortos viajes que te das cuenta que surgieron, si piensas unos momentos, durante todo ese trayecto.

Las fotografías y los viajes, dos de mis aficiones.

La frase la leí en un panel de la exposición en la que estuve el sábado.



“MADRILEÑOS. UN ÁLBUM COLECTIVO”.
SALA DE EXPOSICIONES CANAL DE ISABEL II, MADRID.


"El Archivo Fotográfico de la Comunidad de Madrid comenzó en abril de 2007 a través de un llamamiento a los ciudadanos de la Comunidad para que aportasen sus fotografías personales y familiares, desde la creación de la fotografía en 1839, hasta el año 2000, con el objetivo de reunir y dar a conocer las imágenes que los madrileños guardan en sus álbumes familiares y que constituyen la guía sentimental de nuestra existencia. Una cámara digital conectada a un ordenador ha sido el medio necesario para obtener estas reproducciones que, además, han sido descritas por los mismos protagonistas de esas imágenes a veces de manera anónima, otras con nombre y apellidos."


Me gustó mucho esta exposición. Muy curiosa. Las fotos estaban ordenadas por temas: Familia, fiesta, retratos, gente... Y según ibas subiendo por la escalera las ibas encontrado.


Todas ellas, junto a su información correspondiente, pueden ser vistas en www.madrid.org/archivofotografico.


La sala de exposiciones del Canal que está en la calle Santa Engracia 125, es un lugar digno de ver. Yo ya había estado en otra ocasión, pero me gustó volver. Dentro de los espaciosos jardines con los que cuenta en pleno centro de Madrid el Canal de Isabel II, se ha habilitado uno de los deposítos antiguos del agua, para dedicarlo a esposiciones. Por dentro en circular vas ascendiendo por las escaleras metálicas a los estrechos pasillos de las plantas superiores. En la Plaza Castilla también hay otro de estos antiguos depósitos pero me parece más pequeño.


En este caso, en el centro de la sala pueden verse unas tiras enormes que caen desde la parte superior, a modo de negativos de película fotográfica, donde se leen los nombres de todos los participantes en el proyecto del Archivo Fotográfico de la Comunidad de Madrid. También en el hueco de la escalera se presentan los dos audiovisuales con unas 1.000 imágenes.


"Las tres plantas superiores contienen cada una dos temas presentados al inicio. RECUERDO trata imágenes de nuestra historia, de las costumbres y modas del pasado siglo en nuestra comunidad; FAMILIA se plantea como una sección donde reconocernos en los tipos, las modas, y la evolución de una sociedad; FIESTA representa el rito, el ocio, y las fiestas populares que nos acompañan generalmente en verano por toda la sierra; RETRATO nos muestra la evolución del género fotográfico, desde los retratos caseros a los de estudio, los modelos, las posturas y la evolución de la sociedad a través de los mismos.Por último, LUGAR nos cuenta el cambio de las ciudades y pueblos como la Plaza Mayor, o el Acueducto de Segovia; y GENTE pone en relación diferentes grupos de persona como el de reinas del baile, quintos en fiestas, etc."


A mí me gustó mucho. Las fotos de cómo eran la Plaza Mayor, Cibeles, el Manzanares o el Paseo de Recoletos son muy interesantes. Es una exposición entretenida y curiosa.


"El comisario de la muestra es Chema Conesa (Murcia, 1952). Periodista, fotógrafo y editor gráfico, Conesa ha sido jefe de Fotografía en el semanario El Globo, editor gráfico en El País Semanal, y actualmente es subdirector de Fotografía del Magazine de El Mundo. Dirige la colección de monografías de fotógrafos españoles PHotoBolsillo, y es asesor de la Fundación World Press Photo. Como comisario ha realizado diversas exposiciones, como Contactos, de Ramon Masats, y Lusofonías. Pisadas sonánmbulas, de Navia.


Con motivo de la exposición se ha realizado un catálogo con textos del comisario Chema Conesa y del escritor Andrés Trapiello."

La exposición Madrileños. Un álbum colectivo estará abierta al público de martes a sábado, de 11.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.30 horas, y el 24, 31 diciembre, domingos y festivos, de 11.00 14.00. Los días 25 diciembre, 1 y 6 de enero y los lunes permanecerá cerrada. Asimismo, se realizan visitas guiadas gratuitas los sábados a las 12:00, 13:00, 18:00 y 19:00 horas, y los domingos a las 12:00 y 13:00 horas.

martes, 22 de diciembre de 2009

Feliz Navidad a todos


Si ya suena la musiquita familiar y cansina de la lotería ya sí que no hay vuelta atrás.

Ya llegó, ya estamos en Navidades. Y otra vez, que no nos tocó...

Pero a mí, me gustan estos días. Son fiestas para pasar buenos ratos con la familia y con los amigos, son fiestas para hacer y recibir regalos.

Aunque también es cierto que si me descuido me puede secuestrar la melancolía.

Antes de que eso ocurra, antes de que me dé por hacer balance de las cosas, los proyectos, los sueños que se me han cumplido o no en este año que está a punto de terminar, y empiece a engordar la lista del que viene; antes de que el torbellino de celebraciones que ya ha empezado me engulla, o me rapten los ogros de los centros comerciales, os quería desear desde aquí felices fiestas.

A todos.

A los que habéis decidido seguirme, para quienes no tengo gracias suficientes. A los que me dejáis comentarios a pesar de la vergüenza y la prisa. A los que me decís que me leeis pero no me dejáis rastro de vuestro paso. Y a los que ni tan siquiera me lo decís. A todos. A los que decidais, quién sabe, más adelante dejarme. Y a los que algún día, quién sabe, no están hoy pero estarán. Muchas gracias por estos seis meses y por los que vengan.

Os deseo desde aquí feliz Navidad. Felices Fiestas. Ojalá tengais muchos ratos alegres, o tranquilos, de lecturas y letras.

Y si llaman a vuestra puerta, como a la de Mafalda, al menos mirad por la mirilla, no vaya a ser que sea la felicidad...

Un abrazo,
Rocío


lunes, 21 de diciembre de 2009

Un relato de navidad de Rocío Díaz



21 de diciembre de 2009.
Otra vez ya es navidad, y en Madrid hoy nos hemos despertado con una gran capa blanca y espesa tapizándolo todo… Sí. Ha nevado mucho esta noche.

Es Navidad y parece navidad.

En estos días blancos y fríos, los ojos te piden luces y colores, te piden ventanas iluminadas con las cortinas entreabiertas, dejándote ver grupos de personas conversando y sonriendo. En estos días las manos te piden tazas de humeante café o espeso chocolate que caliente la piel. En estos días los oídos piden en voz baja historias y relatos que nos arropen por dentro.

Decimos en mi tertulia que escribimos por necesidad, por placer, quizás en definitiva para que nos quieran. Quizás. Pero yo creo que también es muy cierto que sabemos que nos quieren porque nos cuentan cuentos.

¿Me dejáis que os cuente uno de los míos?

Se titula “Cierra los ojos y dime que ves…” y fue premiado en el IX Certamen de Relatos Breves de Navidad de Navalmoral de la Mata convocado por Radio Navalmoral-COPE de Navalmoral de la Mata (Cáceres). 2008.

Espero que os guste.

Felices días blancos.




Cierra los ojos y dime que ves

- “Cierra los ojos y dime que ves”
- “Veo el mar y los Reyes Magos”

Ella no se toma tiempo para contestar, sino que nada más apretar sus párpados deja escapar la respuesta doble e inmediata. La musita con la certeza que dan los recuerdos, y nada más hacerlo vuelve a abrir los ojos y la corona con la sonrisa y el brillo en las pupilas del que se acuna a salvo en ellos.


Es por ella doctor, ya que me pregunta le respondo, es por estar con ella por lo que no me importa llegar a la consulta mucho antes de una hora sobre mi cita. Me gusta sentarme a su lado ¿sabe? Porque hacerlo es vencerle en un pulso al tiempo, es vivir más despacio. Pero bastante nos escucha ya ¿no? De verdad que no quiero entretenerle, hace usted una labor demasiado importante con nuestros males, como para estar escuchando también la vida y milagros de todos los pacientes. Pero no hombre, si no es que no quiera contárselo. No me importa hacerlo, pero... sería hacerle perder el tiempo... y el de usted sí que es precioso, sí que es valioso de verdad. Bueno, yo, por usted. Si insiste, claro que se lo cuento. Al fin y al cabo es Navidad ¿verdad?, y éste bien podría ser un cuento de navidad.


La vi por primera vez en los pasillos del hospital. Casi tropecé con ella, acurrucada en un oscuro rincón de las escaleras, escondiendo la cabeza entre sus piernas dobladas, balanceándose ajena al mundo. Al principio, acelerada porque era la hora de mi consulta, ni me planteé pararme. Y mi atención para con ella duró lo que duran dos pasos atropellados, intentando no tropezar con aquel bulto, más una fugaz ojeada a mi reloj, antes de volver a recuperar el equilibrio y echar a andar.

Pero a la vuelta, aún seguía allí.

Al principio dudé en pararme, en los hospitales no hay demasiadas alegrías esperando en sus rincones, y lo último que necesitaba mi complicada existencia era una loca, una vagabunda o sabe Dios qué, colándose en mi vida. Pero con la segunda mirada tuve que admitir que su aspecto parecía desmentir esas opciones, su vestimenta era la de cualquier joven, limpia, cómoda, algo desgastada. Su pelo travieso a cada movimiento queriendo salir de la coleta, su cara recién abandonando la redondez y los granos de la adolescencia. Me acordé de mi propios hijos. “Oye, ¿te encuentras bien?” le dije agachándome a su lado. “No creo que no” me contestó, mirándome. “¿Te has mareado, te duele algo?” “No, creo que no...” “Pues ¿qué haces ahí entonces? ¿No ves que te van a pisar? ¿Cómo te llamas?” Seguí insistiendo con mis preguntas viendo en su cara la de mi propia hija, la de la hija de otra pobre madre como yo. Pero no volvió a contestar y reanudó el balanceo, ignorándome por completo. Entonces decidí continuar mi camino, el conejo apresurado de Alicia que duerme en mi interior sintió que allí estaba perdiendo el tiempo, y seguí bajando las escaleras. Pero eso que llaman conciencia, ese compañero de viaje que muchos no sé si tenemos la suerte o la desgracia de acarrear, no dejaba de empujar a trompicones su imagen, hasta hacerla asomarse al balcón de mi mente una y otra vez. Y cada pocos escalones, en cada recodo de la escalera, otra vez tenía frente a mí sus ojos, su coleta, su balanceo incesante. Y conociendo a mi conciencia como la conozco, lo pesada que se puede poner, aunque no había dejado de caminar saliendo del recinto, supe que si no hacía algo, no me dejaría tranquila. Y dando media vuelta, volví a entrar en el hospital, me paré en el control de la entrada y le hablé de ella a las enfermeras.

No le dieron ninguna importancia, en un hospital tan grande se ve de todo... y de no haber sido porque mucho tiempo después volví a cruzármela, me hubiera olvidado de ella. Pero el destino es un dios caprichoso y por alguna extraña razón se había empeñado en hacer que nosotras coincidiéramos.

Pero de verdad que no quiero entretenerle más, fuera debe haber ya varios pacientes esperando su turno y estoy yo aquí acaparando su tiempo, el de usted y el de ellos... Otro día si quiere se lo sigo contando... Bueno es verdad, aún no es la hora, yo por no aburrirle... Gracias doctor, pues si quiere sigo...

Habían pasado algunos años. Tres o cuatro quizás. Mis revisiones se habían espaciado, ya lo sabe, pero aún seguía atada a un diagnóstico, a una consulta, a unas visitas recurrentes al mismo hospital. Ese día, cuando entré, presa de la prisa y del tiempo que te roban los atascos, corriendo por llegar a mi cita, y no perder más minutos de los indispensables, no reparé en ella. Pero al salir me llamó la atención una figura parada frente al estanque de la entrada. Algo en ella me resultó familiar, pero aunque la miraba no lograba acertar por qué, sin embargo a medida que mis pasos se aproximaban a ella, la cadencia de un balanceo lejano, a oleadas, fue acercando al presente una imagen perdida en mi memoria, y cuando estuve casi a su altura, conseguí solapar aquel bulto lejano en la escalera, a esa figura que impasible miraba el estanque. Las dos eran la misma persona.

Esta vez no dudé en acercarme a ella y ya a su lado le pregunté “Hola ¿Te acuerdas de mí?”. “No, creo que no” me contestó mirándome abiertamente. “Nos vimos hace ya tiempo, yo bajaba por las escaleras del hospital y tú estabas allí, acurrucada...” Pero ella ya no me miraba, de nuevo había vuelto sus ojos hacia el estanque y seguía con ellos el movimiento del agua caer de los distintos chorros de la fuente... como si yo, al no requerir de su atención preguntándole directamente, ya no estuviera hablando con ella. Quizás cualquier otro día, ante aquella clara indiferencia me habría dado la vuelta y siguiendo mi camino habría decidido olvidarla... Seguro que cualquier otro día me hubiera regañado por pararme donde no me llaman y hubiera continuado andando, decidida a seguir con mi vida... Pero tal vez porque estaba medianamente contenta, los resultados de mis últimas pruebas no habían sido malos, o porque aún pone piel de gallina en mi calendario el cinco de enero, o porque estaba escrito en algún lugar que tuviera que quedarme allí. No me fui, sino que continué a su lado, acompañando su silencio, sus ojos nadando en el agua, su tranquila respiración, y lo hice durante tanto tiempo que solo mi conciencia se atrevió a preguntarme “¿Pero qué haces aquí?”

Y sabiendo lo insistente que se puede poner mi conciencia abogando por la sensatez, por no perder ni un pedacito de ese tiempo que tras cada visita al médico celebro como un regalo, aún me alegro de haberme rebelado, haberme concedido unos minutos más para no hacer nada, solo estar a su lado, mirando el agua. Solo diez minutos más, me dije. Diez. Pero los suficientes para que otra figura se nos uniera, y tras sonreírme, le preguntara con cariño a mi muda acompañante: “Ángela ¿nos vamos ya?” “No, creo que no” dijo ella mirando a la mujer que con suavidad la cogía por el brazo. “Sí Ángela, hay que irse” “No, creo que no” seguía diciendo ella sin moverse, volviendo a concentrarse en el agua... Pero empujándola con cuidado, la más mayor continuó “Ángela, luego volvemos al mar...” Y antes de que ella volviera a decir que no, tomó su cara entre las manos y dijo: “...porque ahora hay que ir a la cabalgata... La cabalgata Ángela, ¿te acuerdas? Los Reyes Magos...” Y solo entonces ella sonrió, sonrió con la boca y con los ojos como quién sabe, como un náufrago que por fin divisa un salvavidas al cual aferrarse...

Y abandonando mi papel de espectadora les pregunté: “¿Puedo acompañarlas?, ¿Puedo?” repetí ante sus miradas interrogantes. Todavía no sé por qué lo hice.

Doctor, el mundo se divide entre los que intentamos aprovechar y disfrutar cada segundo de nuestra existencia sabiéndola frágil, y los frágiles que sin saberlo simplemente la disfrutan.

Durante aquella cabalgata, mientras nos agachábamos y nos levantábamos recogiendo caramelos, mientras contemplábamos las carrozas, y disfrutábamos viendo como Ángela revivía, su madre compartió conmigo los jirones de su historia. Cuando aún era niña, a su reloj infantil al ir a zambullirse en una ola, le entró agua; demasiada agua, tanta, que las manecillas de su interior se oxidaron con la sal, deteniéndose para siempre. Todo ocurrió tan deprisa que cuando alguien quiso darse cuenta, ella se mecía en el agua boca abajo. Consiguieron revivirla, pero su presente quedó flotando allí para siempre.

Ángela es una mariposa clavada con dos únicos alfileres a la realidad, un alfiler en el mar donde colgaron para ella el cartel de “fin” y el otro en los Reyes Magos. Único recuerdo de aquella infancia que fue lo suficientemente fuerte como para no naufragar con todo el resto de su memoria.

¿Y sabe doctor? Ahora me gusta perder mi precioso tiempo muchas veces a su lado. Me gusta preguntarle para que solo me conteste su silencio. Me gusta intentar sincronizar nuestros relojes, porque así quizás su atrasado reloj compense al mío que usted mejor que nadie sabe que suele adelantar... y así ambas de alguna manera ajustemos el paso a la realidad.

Sí, creo que eso me hace un poco más feliz.

En un vano intento de que ella quizás también lo sea, de vez en cuando le tapo los ojos, hasta que consigo que los cierre y entonces le digo “Cierra los ojos y dime que ves” y ella no contesta “No, no creo” con el brillo de la educación, sino que por alguna extraña razón eso hace que encuentre la puerta dentro de ella. Una puerta entornada a la Navidad, a la felicidad, al mundo. Y al abrirla rápidamente dice “Veo el mar y los Reyes Magos”. Y lo dice con la certeza que dan los recuerdos, y nada más hacerlo, vuelve a abrir los ojos y sonríe, sonríe acunándose a salvo en ellos.

Y este es el fin del cuento. Y de verdad que no le entretengo más, muchas gracias por escucharme. Me alegro, me alegro de le haya gustado. No es un cuento bonito, ya lo sé. Pero es el nuestro... Gracias de nuevo, si me disculpa... me voy volando. Otra vez es cinco de enero y nada me gustaría más que acompañar a alguien a la cabalgata...



©Rocío Díaz Gómez