
¿POR QUÉ DECIMOS WC SI ELLOS LO LLAMAN TOILET?
01/10/2009
Autor
Emili J. Blasco
Un blog para letraheridos. Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y letras. Un blog donde sentarse a leer mientras te tomas un café.







gaznápiro, ra.
(De or. inc.).
1. adj. Palurdo, simplón, torpe, que se queda embobado con cualquier cosa. U. m. c. s.
He buscado su etimología pero hay varias versiones os dejo con un par de ellas:
Su origen es incierto, pero Corominas propone el vocablo gesnapper, supuestamente formado por los soldados españoles en Flandes con las palabras neerlandesas gesnapp ‘parloteo’, ‘charla’ y snapper ‘charlatán’.
Estos textos ha sido extraídos de los libros de Ricardo Soca La fascinante historia de las palabras y Nuevas fascinantes historias de las palabras.
La palabra gaznápiro, en Andalucía como en México, se usa para el "tonto palurdo". La Academia la ha dejado sin etimología (ver DRAE), pues estas palabras de expresividad popular son de las más difíciles para seguirles la pista, quizá porque no lleguen a los textos escritos sino muy tarde, con todo su camino evolutivo ya hecho en la expresión oral. Por eso me voy a atrever a proponer alguna hipótesis sobre ella, imitando las sugerencias de Don Maxi para chirona.
Me luce que algo tiene que ver con gaznate, porque muy a menudo se relaciona la tontuna con la capacidad de engullir, como que el tonto a veces no vale para trabajar pero bien que come como una lima sorda. También al torpe malcriado se le llama zampatortas, al necio se le llama badulaque, que era antiguamente un guiso de vísceras y desperdicios, el pan duro es un mendrugo, y mendrugo se llama también al tonto. Pero, además, por otro lado, la palabra parece influída por la voz chápiro, que es un derivado regresivo de chapirón, que es el paralelo de origen francés [chaperon "caperuza", recuérdese el cuento de Perrault de "Le petit chaperon rouge" = "la Caperucita Roja"] de capirote, que, entre otras acepciones tiene la del conjunto formado por la muceta (esclavina que cubre pecho y espalda) y el capillo (gorro con flecos) del color respectivo de cada facultad, que usan los doctores en ciertos actos solemnes de las universidades, de manera que un tonto de capirote es un tonto graduado de doctor en tontería por prestigiosas universidades de todo el mundo, p.e. doctor por lo vaina (9ª acepción del DRAE).
Así que si juntamos el gaznate del tonto tragaldabas con el chápiro verde del tonto graduado, aparece la voz gaznápiro. Es hipótesis que someto al superior criterio de esta docta asamblea.
¿Alguien da más versiones?


Tomaron un pequeño apartamento
al calor de la historia que empezaba
en un pueblo radiante de la costa.
Las familias miraban de reojo
su dulce suficiencia,
su ambigua cercanía cuando tomaban sol,
los leves empujones en la orilla
de muchachos buscándose en el juego,
la risa incontrolable,
el júbilo de luces y de compras
los días de mercado
y un remolino oscuro de murmullos
se levantaba al paso como una nube torda.
En sólo quince días avivaron
contrarios sentimientos, un ascua adormecida
y una imagen inquieta de la felicidad.
Recordarían de aquello más que nada,
muchos años después, en su país del norte,
la coartada airosa de su idioma
para hablar de deseo sin entenderles nadie,
las noches enlazadas de sus cuerpos
con las marcas blanquísimas de los trajes de baño
y un sobre con postales de vocación turística
que guardaron por siempre como un talismán:
el farero viejo cortando caña,
la junta de los bueyes en la plaza del pueblo
y una chica en biquini diciendo okey.






“Solían observarnos desde detrás de la barra, dándose codazos, soltando risitas y manteniéndose atentos a nuestros vasos, para rellenarlos en cuanto se vaciaban, cosa comprensible si tenemos en cuenta que cobraban las copas a tal precio que estoy seguro de que si solo nos hubiéramos bebido la mitad de las que nos bebimos, con la otra mitad podríamos haber comprado el hotel y montar en el sótano nuestra propia destilería. En cuanto a los codazos y las risitas, se debían a que, desde el primer instante en que nos vieron trabajar, estuvieron completamente seguros de que éramos una pareja gay. Pues, claro, ¿y qué iban a pensar? Imagínense que son ellos y que cada noche aparecen en su local dos tipos a quienes no conocen de nada, que se sientan en una mesa, sacan unos papeles y se ponen a discutir en un idioma extraño, hablando tan alto como si uno de ellos en lugar de esta allí estuviese en Polonia. De pronto, parece que se enfadan, uno tacha lo que ha escrito el otro en esos cuadernitos que llevan siempre en la mano, vayan donde vayan, y en los que a menudo hacen extraños dibujitos; otro se levanta, le monta un gesto airado con la mano a su compañero mientras le grita que no, que no y que no, se va y a los dos minutos regresa y vuelve a sentarse. A veces, incluso, da la sensación de que lloran. Y, de repente, gritan como si su barco estuviese entrando en un puerto y eso les hiciera muy felices, se levantan, se abrazan, se besan y hacen un extraño baile, al que llaman tregua y catala, (la danza de los famas de Julio Cortazar, según explica Benjamín Prado: “Los famas bailan tregua y catala delante de los cronopios y las esperanzas, que se sienten irritadas y los atacan…” Del cuento Costumbres de los famas incluido en el libro Historias de cronopios y de famas de Julio Cortazar, Punto de lectura 2007) y que consiste primero en levantar los brazos y moverlos con los puños cerrados igual que si levantaran unas pesas invisibles y después en ponerse en jarras y menear las caderas…”