Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

miércoles, 24 de septiembre de 2014

"Desde que llegaste" una carta de amor de Rocío Díaz Gómez


Ayer entró el otoño y hoy cuando nos hemos levantado, al menos en Madrid y para que nos diéramos buena cuenta del cambio de estación, el día amanecía gris y lluvioso.

A mí me gusta el otoño. Invita a la nostalgia, es cierto. Pero también junto a sus gotas nos suele traer buenos própósitos para encarar el "nuevo curso" y nos hace reencontrarnos con quiénes somos y con quiénes estamos la mayor parte del año. Por supuesto que seguimos siendo los mismos cuando nos vamos de vacaciones, pero yo creo que somos más "nosotros" en el día a día y en la rutina... aunque sí, es cierto, ésto que acabo de decir podría ser objeto de una larga conversación.

Hoy, que ya es otoño, os quería dejar con una de mis cartas de amor. Este verano, a primeros de agosto, me han dado en el XX Concurso Epistolar de Calamocha una "Mención especial a la originalidad" por ella. 

Espero que os guste.


Desde que llegaste


Se fue el mozo y dije: «Ojalá».
«Ojalá qué».
Me di cuenta de que había conseguido desorientarla.
«Ojalá fuéramos inseparables».
Ella entendió que era algo así como una declaración de amor.
Y era.

Puentes como liebres. Benedetti.



Mi querida compañera,

Cuando nos conocimos confieso que tenerte allí, cada mañana, tarde y noche, a mi lado, pegada a mí, me incomodaba. Te sentía tiesa y altiva. Es más, agradecía en el alma cada vez que me dejaban de espaldas a ti, porque así no tendríamos que pasar horas de frente, en este espacio tan pequeño, que hasta llegué a detestar. Qué ridículo.

Al menos, pronto caí en la cuenta de que tu llegada venía acompañada de otros cambios beneficiosos, y hasta agradables. Sobre todo, agradables. Desde que llegaste, al perro se le olvidó ladrar, salvo de alegría cuando veía como le sacaban a sus horas, sin faltarle ni una sola. El gato tenía siempre comida en el plato y dormía con ronquidos de mascota gorda y feliz el resto del tiempo. Los trastos estaban en su sitio y ordenados. La casa se veía más limpia y olía mejor. Y él… él cada noche y con ella, se iba en silencio y despacio a la cama como alma que levitando asciende hasta el paraíso, y después, cada mañana, se levantaba tarareando o incluso cantando a voz en grito un repertorio que nunca le conocí. Daba gusto verle. Es cierto, tengo que admitirlo. Y sobre todo, y lo que es mejor, tengo que admitir que desde que llegaste con ella, a mí nunca me faltó mi dentífrico. Y es muy de agradecer. Eso y que mi vaso brillara de puro limpio, se lavara y enjuagara cada vez que se utilizara y mi tubo de pasta no se acabara jamás, porque antes de hacerlo ya tenía repuesto esperando a su lado. Sí. Era una novedad importante. Este cuarto de baño, ayer, tan triste, tan caótico y desordenado, parecía otro. Es otro. Porque al principio fueron todos aquellos cambios a nuestro alrededor, pero después llegaron las palabras.

Una mañana, cuando terminó de arreglarse, él, que se levanta primero, le dejó escrito a ella, en el espejo del baño y con la espuma de afeitar, unas palabras de un tal Ángel González: “Si yo fuese Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti”. Nosotros, tú y yo, desde nuestra posición privilegiada, desde nuestro vaso, vimos extrañados como iba escribiéndolo. Yo, que nunca le había visto hacer nada semejante, solo acerté a sorprenderme y a calibrar cuánto ella se enfadaría. Tú, en cambio, sentiste piel de gallina en tu corazón de plástico, se te erizaron todos tus pelitos, y si hubieras podido hablar habrías dicho muy bajito: “Jo, quién fuera ella...”. A la mañana siguiente él, cuando terminó su aseo, volvió a escribirle a ella, otras palabras, de nuevo con la espuma de afeitar y esta vez de un tal García Montero: “Yo te estaba esperando, más allá del invierno, en el cincuenta y ocho, de la letra sin pulso y el verano de mi primera carta...”. Nosotros, de nuevo desde nuestro palco de cristal, fuimos espectadores de excepción. Yo, que nunca le había visto tan entregado a nadie, empecé a verle con otros agujeritos. Tú, de color rojo, además de ver erizados todos tus pelitos, parecías aún más encarnada de puro bochorno, como si aquellos versos de amor fueran para ti. A la mañana siguiente, él se despertó muy temprano, y volvió a escribir, está vez firmando como un tal Galeano pero siempre con la espuma de afeitar: “No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta”. Yo, aún sorprendido de que tuviera tantos amigos que le pudieran chivatear esas palabras tan bonitas para decírselas a ella, sentí en mi pecho de plástico un cierto orgullo de ser su cepillo. Tú, dejando escapar una especie de suspiro por entre tus pelitos, sobrecogida, emocionada, casi te abrazaste a la pasta de dientes de tanto como te juntaste a ella. Y ahora creo que fue ahí, justo ahí, cuando sin darme cuenta, deseé con toda mi alma dental ser ese tubo de pasta, cuando casi muero de celos y de ganas por sentirte tan cerca de mí. Yo, que no te quería a mi lado…

Mi querida compañera, yo sé que solo soy un viejo cepillo de dientes, al que pronto desecharán porque ese solterón ahora cantarín, nunca me trató muy bien. No hace falta más que ver mi mango desgastado y el poco lustre que tienen mis escasos, desordenados y ásperos pelitos. Antes era de color blanco, ahora solo parezco canoso. Tú en cambio, luces espléndida con ese rojo brillante, aún conservas todos tus pelitos y casi brillan de puro nuevos. Sí, solo soy un viejo cepillo, pero si tú supieras lo que yo daría por ser la boca de ella y sentirte pasear despacito por entre mis dientes, mis encías, deslizarte sobre mi lengua. Si tú supieras lo que yo daría ahora por estar siempre de frente a ti, por poder tocarte teniéndote aquí tan cerca, lo feliz que me siento de poder compartir mi humilde vaso contigo. De verdad, si lo supieras... Es tan triste estar aquí tan cerca de sus palabras y no poder decírtelas… Porque mi amor, si  yo tuviera esa maravillosa capacidad de poder decirte las cosas, y de hacerlo cómo lo dicen estos humanos, te diría lo que le ha escrito hoy: “Ojalá...” Y si tú pudieras contestarme entonces me preguntarías: “¿Ojalá qué...?” y entonces yo me armaría de valor y casi acariciando las palabras, casi susurrándotelas por entre estos pelillos ralos, te respondería con las palabras de ese tal Benedetti tan sabio: “...ojalá fuéramos inseparables...”. 

Tuyo siempre, el otro cepillo de tu vaso.


©Rocío Díaz Gómez



martes, 23 de septiembre de 2014

Otoño...



Otoño

No quedaban libros… en las casas, ni en las bibliotecas, pero en cada rama de cada árbol se veían pequeños libros creciendo. El pueblo entero esperaba ansioso la llegada del otoño.

María Bellido Vargas (Madrid, 1970)
Ganadora del I Concurso de Microrrelatos SMs
Marzo 2010

lunes, 22 de septiembre de 2014

Museo Histórico de la Guerra Civil Española 1936-1939, Centro de Estudios de la Batalla del Ebro (CEBE).


Hoy es el último día entero del verano de 2014. Y tengo muchas entradas pendientes de esas que han surgido en estos meses veraniegos que contaros. El tiempo no para y en cuánto me descuido ya tengo fila, así que vamos a ponerle remedio. 

Este verano en una visita que hice por tierras de Teruel me acerqué a ver un Museo que me gustó mucho en Tarragona, exactamente en Gandesa. Y digo que me gustó no por la temática, sino por cómo está montado.Me estoy refiriendo al Museo Histórico de la Guerra Civil Española 1936-1939, el Centro de Estudios de la Batalla del Ebro (CEBE). O lo que es lo mismo el Museo Memorial de la Batalla del Ebro.

Dicha batalla dejó una marca muy profunda en los habitantes de esta zona que ha pasado de generación en generación con sus historias y anécdotas. Además el que se desarrollara tan cerca, ha dado lugar a que quedaran por todas partes restos de la contienda, metralla, armamento, equipamiento... Durante años los vecinos y coleccionistas han ido recogiendo restos de todo ello, y con esos objetos de aquella época se ha constituido este museo. Es un Museo sobre esta batalla que se desarrolló en esa zona y que de la que el CEBE quiere mantener el recuerdo para que no se vuelva a repetir.

Está salpicado de paneles clarificadores, muy explicativos que ilustran la época y nos proponen un recorrido por ella atendiendo a cuatro miradas: la vida cotidiana, la recogida de metralla, la economía del intercambio y el estraperlo y la vida política y social. 

Me gustó mucho cómo está montado, es muy claro, muy explicativo, muy visual. Tiene un montón de objetos de aquella época y los paneles eran muy interesantes.















Hay un apartado para explicar también cómo ha cambiado la historia del edificio que alberga este Museo. Son las viejas escuelas. Y su historia nos cuenta cómo cambió la vida a raíz de la guerra y años posteriores. Por supuesto en cuánto estalló la guerra el edificio se vació de niños, y se convirtió primero en Hospital del bando republicano y después del bando Nacional. Una vez terminada la guerra, la vida volvió a su normalidad y otra vez el edificio se llenó de niños, pero ahora separando las aulas en niños y niñas y con la enseñanza marcada por el pensamiento único del Régimen Franquista. Después se convirtió en Instituto de BUP y después se abandonó hasta los 90. En marzo del año 99 el edificio empezó a seguir su andadura como sede del Centro de Estudio de la Batalla del Ebro (CEBE).





Hay también un audiovisual con  las historias de algunos de los protagonistas. Son las voces en primera persona de aquellos tiempos donde el miedo, el dolor, el exilio se convirtieron en el día a día. Recuerdos de familia, historias personales de un tiempo en que las ideas "tenían premio y castigo" decía uno de esos paneles.

Me gustó especialmente este panel sobre las palabras que también os dejo:


En fin, que fue una visita muy interesante. Mucho.

domingo, 21 de septiembre de 2014

"Manosanta" de Eduardo Galeano



Manosanta

El doctor no tenía secretaria, y creo que ni teléfono tenía. El consultorio, sin música funcional, ni alfombra, ni reproducciones de Gauguin en las paredes, no tenía más que una camilla, dos sillas, una mesa y un diploma de la Facultad de Medicina.

Él supo ser el sanador más milagroso del barrio de la Boca. Este científico curaba sin pastillas, ni hierbas, ni nada. Vestido de entrecasa, empezaba por preguntar:

- Y usted, ¿Qué enfermedad quiere tener?

Pag. 282
Bocas del Tiempo
Eduardo Galeano

jueves, 18 de septiembre de 2014

"Por septiembre..." Luis García Montero



Por septiembre
se te llenan de sótanos los labios
y es relativo el cielo
después de haberte visto preguntarle a la vida.
Pero también el cielo,
arrugado y preciso
como tu cazadora adolescente,
quiere estar entreabierto,
brillar recién amado,
descansando en la hierba
el peso de su larga cabellera de nubes.

Por septiembre
se te llenan de humo los síes en la boca.


Luis García Montero

martes, 16 de septiembre de 2014

"Bajo los tilos" María José Moreno




"En la vida y en la muerte todo tiene un porqué, al menos eso pensaba hasta hace una semana..."

Este verano, entre mis lecturas, ha estado el libro "Bajo los tilos" de María José Moreno.

Es una novela corta que se lee bien, la verdad, de un tirón, porque su prosa es sencilla y va fluyendo sola. No está mal. 

Desde luego tengo que reconocerle a la autora que está bien escrita. Comenzando ya por el arranque, la primera frase que encabeza esta entrada donde sabe plantearnos un buen montón de interrogantes desde el principio. Por otra parte, la escritora ha sabido dosificar los ingredientes de la intriga y aplicarle el ritmo necesario para no perdernos como lectores, y eso no es fácil, claro que no. Todo eso es muy positivo. 

Pero no es una de esas novelas que uno no va a olvidar, porque creo que en cuánto al argumento parece que se queda un poco en la superficie de la historia. Se podría ahondar mucho más en varios aspectos de la misma para explorar más la emoción, en mi opinión, porque es una historia intimista que habla de sentimientos.

Bueno pero vamos por partes. 

El argumento es: Elena, un ama de casa muy apegada a su casa y a su familia, ha muerto en un avión rumbo a Nueva York de un infarto. Ha sido una sorpresa para toda su familia, que ha abierto un montón de interrogantes: ¿Qué hacía volando ella sola? ¿Dónde iba? ¿Por qué? Poco más tarde su hija, Elena, descubre en un bolsillo de sus ropa una nota misteriosa... a partir de ahí todo su afán será desvelar todo el misterio.

 Es una novela de las que llamamos "de saga". Porque habla de la historia de una familia, algo de los abuelos, de los padres, de los hijos...

El tema, que podríamos extraer de la historia, es de si realmente conocemos a nuestros padres, desde luego, y por extensión a los que nos rodean. Es un tema muy interesante.

Está escrito en primera persona, lo cuenta María, la hija de Elena. Y ya os decía que la prosa de la autora es cuidada, es sencilla, y de vez en cuando intercala muchos diálogos que hacen que la historia vaya más fluida. Esta dividida la novela en capítulos muy cortos. 

«14 de febrero 2007
Nunca he podido olvidarte. Nueva York es muy grande y sigo solo. Siempre te esperaré. "

Está ambientada en la actualidad.

Los personajes no son muy complicados. Son personas normales y corrientes, del montón. Pero perfilados por el autor de forma un poco plana, para mi gusto. Creo que se les ve venir de lejos... Tienen mucho más peso las mujeres que los hombres, éstos quedan relegados a secundarios de la historia. 

Bueno pues lo dicho. Si quereis leer una historia corta de sagas familiares que se lee de forma fluida ésta es vuestra historia. En mi opinión ha sido un poco previsible en su argumento y le falta emoción. Pero le reconozco el mérito a la autora de haber sabido escribir una historia cuidada en su prosa que se lee de un tirón.


"Miro hacia el fondo, a donde mi vista miópica no alcanza. Allí están plantados los tilos, los majestuosos y viejos tilos de troncos anchos, dando sombra al paseo. Los tilos..., sus árboles predilectos."



María José Moreno

María José Moreno nació en Córdoba hace cincuenta y cuatro años. Es médica psiquiatra y profesora titular de la facultad de Medicina de su ciudad natal. Inició su andadura en la literatura de ficción con un relato corto presentado en el 2008 al II Premio Internacional de Relato Breve Universidad de Córdoba, y con el que obtuvo un accésit. En 2009 inauguró su blog literario, Lugar de Encuentro, un importante referente para la publicación de sus relatos. Ha asistido a numerosos cursos y talleres de literatura y escritura creativa.
Bajo los tilos se convirtió desde el momento de su publicación en un fenómeno de ventas en formato digital, con más de seis meses en el top 100 de ebooks más vendidos.

domingo, 14 de septiembre de 2014

El "sarrablés" O el Aragonés del Serrablo


 Continúando con la entrada anterior en la que hablábamos del Museo Etnológico de Sabiñánigo (Museo Ángel Orensaz y Artes del Serrablo) que visité este verano en el Pirineo Aragonés, yo quería dedicar una entrada única al lenguaje. Ya sabéis cómo me gustan estos temas, porque son nuestra cultura, nuestra riqueza, nuestras señas de identidad y deberíamos hacer todo lo posible por no perderlas.

En este Museo, que cómo os comentaba nos pareció tan interesante, dedicaban algunos paneles al lenguaje, y más concretamente a El Sarrablés.

El sarrables es una variedad del dialecto aragonés, es el aragonés del Serrablo. Un dialecto que procede del latín.  

El español es la lengua oficial de España. Pero tenemos más lenguas: El catalán (en Cataluña y las Islas Baleares), el valenciano (en la Comunidad de Valencia), el gallego (en Galicia) y el euskera (en el País Vasco), son las otras lenguas oficiales que se hablan en España y, por lo tanto, también son la lengua de las universidades en estas Comunidades Autónomas junto con el español. Todas son lenguas romances, o derivadas del latín, menos el euskera, más antigua, y de la que se desconoce su origen. 

Por otra parte existe el aranés, dialecto del gascón hablado en el Valle de Arán, que también tiene el tratamiento de lengua cooficial en su territorio.

Por otra parte, el aragonés y el leonés, también proceden del latín, pero no tienen el reconocimiento "oficial" de lenguas, y se les considera dialectos. Tanto al aragonés o baturro como al asturleonés, se los considera en peligro de extinción. También podrían nombrarse el árabe, común entre los españoles de Ceuta y Melilla, o el caló, de origen romaní y empleado por la comunidad gitana de España.

Y por supuesto, el Sarrablés, esta variedad del aragonés minoritaria también está considerado en peligro de extinción.


He encontrado en internet esta defición de la Gran Enciclopedia Aragonesa:

Sarrablés

Contenido disponible: Texto GEA 2000
(Ling.) hablado en el valle del Sarrablo o Serrablo (que, al estar regado por el río Guarga, recibe también la denominación de Guarguera). Hoy está casi desierto y, en los escasos núcleos habitados las personas mayores utilizan —familiarmente, y cada vez menos— vocabulario y giros aragoneses. La fonética es común a la de otras zonas altoaragonesas. En morfología, los artículos son o, a, os, as. La formación del plural se efectúa añadiendo una -s al singular: cochíns (cerdos); los acabados en -er, -ero, lo hacen en -érs (sin pronunciar la r): mullérs, cordérs (corderos). Como demostrativo de segundo término se emplea ixe, ixa, ixos, ixas, que en algunos lugares se pronuncia con ch. Se conservan también los indefinidos bel, bella (algún, -a) muito (mucho), otri (de otro). En el verbo, los imperfectos de la segunda y tercera conjugaciones mantienen la -b- etimológica: quereba, partiba. Los participios acaban en -au/-ada (1.ª conjugación), -íu/ida (2.ª y 3.ª). El complemento pronominal ne/en es muy usado, siendo sus valores los mismos que en otras zonas. (Gramática.) En cuanto al léxico, se conserva muy bien en las denominaciones de la vida agrícola, pastoril y en las relativas a la topografía.


http://www.elcastellano.org/artic/lenguas.htm 
http://www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=11543

viernes, 12 de septiembre de 2014

Museo Ángel Orensanz y Artes de Serrablo en Huesca




Hoy quería hablaros de un Museo que conocí en este julio pasado. 

Me estoy refiriendo al Museo Etnológico de Sabiñánigo o lo que es lo mismo el Museo Ángel Orensanz y Artes de Serrablo. Está en Huesca, en el Pirineo Aragonés, en el Puente de Sabiñánigo.




Me gustó mucho. Se trata de dos casas pirenaicas típicas de piedra unidas por un voladizo, con tres plantas cada una, donde vamos recorriendo diferentes aspectos del modo de vida del lugar.Sus objetos, sus costumbres, sus tradiciones, la religiosidad e incluso sus pueblos y rutas.

Además se puede conocer la obra del escultor oscense Ángel Orensanz, miembro del patronato del museo, mediante la contemplación de algunas de sus obras. Después vimos que tenían diversas actividades culturales, como las "charlas al amor de la lumbre" o el Premio Internacional de Escultura Ángel Orensanz.

Es un museo de esos que no son nada aburridos, sino todo lo contrario. Hay un montón de salas sumamente entrenidas. Es muy interesante, la verdad. Os invito a que si estáis por allí pasando unos días, en cualquier momento os acerqueis a conocerlo porque merece la pena.






No me resisto a dejaron con los protagonistas de la visita...



miércoles, 10 de septiembre de 2014

"Una historia antigua" Un artículo de Antonio Muñoz Molina


Me ha encantado y quería compartirlo con vosotros...

Aquí lo tenéis:


http://cultura.elpais.com/cultura/2014/06/19/babelia/1403179487_377420.html


Una historia antigua

En el corazón de cualquier relato está el misterio de lo que no llega a decirse


Cientos de miles de jóvenes en EE UU lucharon en las guerras de la última década, dejando a sus Penélopes detrás. / Reuters / Erik de Castro

"Nos contamos historias a nosotros mismos para seguir viviendo”. Me acordé de esas palabras de Joan Didion conversando con una mujer que probablemente había leído muy poco o nada y que sin embargo era una excelente narradora y hablaba un español empapado de literatura: de novelas sentimentales, de boleros, de telenovelas. Es una mujer de casi sesenta años que no ha tenido mucha suerte en su vida, pero que la cuenta con esa extraordinaria desenvoltura narrativa del habla colombiana, en la que nunca falta el humorismo, y en la que la guasa amortigua o endulza hasta lo más cruel. Emigró a Nueva York cuando era muy joven. Tuvo un hijo con un hombre que desapareció en seguida. Con la esperanza de poder pagarse los estudios de Medicina, su hijo se alistó en el ejército cuando empezaba la invasión de Irak. Lo enviaron allí, y ella dice que le rezaba todos los días al Señor pidiéndole que se lo devolviera vivo y entero. “Dios mío, no me lo devuelvas quemado, o sin piernas, eso no”. Hablaba con él de vez en cuando por Skype y lo notaba trastornado por dentro, horrorizado de lo que veía. “Mamá, esto es el infierno”. Tenía 22 años y se había casado un poco antes de viajar a Irak, “con una gringuita rubia, linda, con los ojos azules”. El hijo la llamó cuando ya solo le quedaba una semana en la zona de guerra. Uno o dos días después de hablar con ella, el blindado en el que viajaba rebotó sobre una mina y murieron él y sus tres compañeros de patrulla.

Años después de perder a su hijo, ella sigue extraviada en el mundo, en una rara viudedad que no le impide teñirse el pelo, arreglarse, vestirse con colores claros y oros, con una casi exuberancia muy habitual en esta zona entre colombiana e indostánica donde vive, Jackson Heights, en Queens. Tenía dolores muy fuertes de espalda y le dieron el disability, como ella dice, de modo que pudo jubilarse y cobra una pensión. Pasa temporadas largas en Colombia, en la ciudad querida de su origen, Pereira. A la entrada de su apartamento hay una estantería baja en la que se alinean ordenadamente zapatillas caseras, calzado de deporte, tacones. En medio del calzado femenino hay unos zapatos grandes masculinos que fueron de su hijo. Para seguir viviendo, esta mujer cuenta lo buen chico que fue siempre, lo estudioso en la escuela, siempre alejado de las malas compañías del barrio, resuelto a llegar a ser un buen médico.

Pero no quiere dar por terminada su vida. Sueña, dice, con encontrar a un hombre que la quiera de verdad, que le hable con dulzura al oído y, si hace falta, le cuente mentiras bonitas. “¿No es eso lo que nos gusta a las mujeres?”, dice medio en broma, entre la guasa y la melancolía, “¿que nos cuenten mentiras?”. Y entonces, ya empapada sin saberlo de literatura, nos cuenta que de joven vivió un gran amor, un verdadero amor, no con el padre de su hijo, sino antes, una vez que se fue a España con todos sus ahorros para buscar trabajo. Él era de Barcelona, pero se conocieron en Canarias. “Recorrimos en su carro las siete islas, una por una”. Terminaban de visitar una isla y embarcaban el coche para explorar la próxima. Buenos hoteles, restaurantes. Luego viajaron por toda la Península, durante un año entero. Dice el nombre y los dos apellidos, complicados y prometedores como los de un galán de telenovela. En vez de buscar trabajo, gastó con él todos sus ahorros, en plena felicidad, yendo a todas partes, comiendo y bebiendo muy bien, a veces demasiado, porque los españoles toman vino con todas las comidas, y además usan mucho el ajo, de modo que a ella le parecía a veces que le olía un poco a ajo el sudor.

“¿No es eso lo que nos gusta a las mujeres?”, dice medio en broma, “¿que nos cuenten mentiras?”
Volvió a Colombia enamorada y en quiebra. Habían planeado seguir viéndose, pero había demasiada distancia. “Y entonces no era como ahora, no había celulares, nada más que cartas, que tardaban tanto, y una llamada de teléfono costaba carísima”. Al hablar de él siempre dice su nombre y sus dos apellidos, como para confirmar la realidad administrativa de su existencia. Dice que sigue soñando con él. Sueña con él como era entonces, exactamente así. No lo sabe imaginar gordo, mayor, calvo, con el pelo blanco. Sueña que vuelven a encontrarse. Pero se queda pensativa y dice que ha pasado tanto tiempo que si lo viera quizá no lo reconocería. Su hermana, muy acostumbrada a sus historias, la mira con ironía y le dice: “Eres una Penélope”.

Pero ella no ha escuchado nunca ese nombre y no conoce la historia. Me veo cumpliendo la singular tarea narrativa de contar la espera de Penélope y el regreso de Ulises a Ítaca a una persona que la está escuchando por primera vez, y que me mira con una expresión muy atenta, con la curiosidad pura de saber qué sucede a continuación, asombrada y conmovida por la obstinación de los dos esposos a lo largo de 20 años, Ulises sobreviviendo a aventuras y naufragios, Penélope destejiendo de noche lo que ha tejido de día para prolongar la espera, el perro viejo y ciego que reconoce antes que nadie a su amo. La Odisea está irrumpiendo por primera vez en la imaginación de alguien, no como una obra literaria solemne, sino como una fábula, una más entre los relatos que nos contamos los unos a los otros a diario, o que nos contamos en silencio a nosotros mismos, fantaseando, mintiendo. Pero lo prodigioso y lejano resulta de inmediato familiar: hay un hijo que abandona muy joven la casa en la que se crio sin la presencia de un padre; hay un soldado que está punto de no volver de una guerra que no parecía terminar nunca; hay un hombre y una mujer que se encuentran después de haberse esperado y recordado tanto y ahora no se reconocen, porque han pasado 20 años. Para estar segura de que el recién llegado es Ulises, Penélope lo pone a prueba. Hay una sola cosa íntima que solo él puede saber. El reconocimiento indudable sucede en el secreto de la cámara nupcial. En la pesadumbre del relato surge un indicio de picardía que a nuestra interlocutora le hace sonreír, porque ni la soledad ni el luto le han apagado una crédula expectación de los placeres de la vida. Se pregunta qué prueba podría ponerle ella a su amante español si volviera a encontrarse con él, si lo mirara y no estuviera segura de reconocerlo, al cabo de una ausencia más larga ya que la de Ulises. Y comprende instintivamente que en el corazón de cualquier historia está el misterio de lo que no llega a decirse.