Y le dije a la Mila
que nos acercáramos a ver al Cristo de los Huevos y que luego una buena torrija.
Y ella que me mira con ojos espantados y me salta que no me tenía por tan deslenguada,
y para más inri ¡piripi! y que con el cariño que siempre me tuvo ¡había que ver
cómo me había vuelto! Resumiendo: que la llame solo para planes como ¡Dios
manda! “Pero ¿Y esto que es? ¿Pues no te comenté ayer que estaba pasando las de
Caín y que mejor saliéramos a merendar? Y me respondiste que antes la obligación
que la devoción, que me iba a sentir mejor… Pues eso te propongo pasar primero
por el Cristo de los Huevos que nos pilla de paso y así le rezas, sobre todo tú,
que sé que tampoco te vas a quedar tranquila si por acompañarme no te acercas, siendo
los días que son...”
¡Ni terminar me
ha dejado! otra vez ha empezado con la matraca de que si encima con recochineo,
que cómo me gusta poner el dedo en la llaga, que no respeto sus creencias, que la
traigo por la calle de la amargura, qué menudo calvario de vecina, y va y
cierra la puerta. ¿Cómo? A todo esto, yo, aguantando de pie derecho el sermón
de la Mila, en el rellano también, abriendo mi puerta, sin saber ni qué
relataba porque me urgía entrar en casa para poner en agua el bacalao. Pero no
contenta con el responso, sin decir hasta luego siquiera, va y me cierra la
puerta en las narices. ¿Será posible? Pero claro ni pararme quise porque me
corría prisa lo del potaje.
Pero ¡ay! una vez
que lo hilvané en un santiamén de pronto caí en el guiso sí, pero en el que se
estaba haciendo la Mila en su cabeza, así que dejé el tinglado cociendo muy lentito,
y con las mismas, abrí otra vez mi puerta y toqué a la suya y nada más abrir la
espeté: “Pero tú ¿¡Qué potaje te estás haciendo en la cabeza?!” Y sin dejarla ni contestar, seguí con mi
filípica. “Que el Cristo de los Huevos es de verdad, Mila, de verdad, que aquí
no hay palabrotas que valgan, que tiene ¡4 huevos! Por falta de uno. Y está por
Malasaña y yo te voy a llevar allí, aunque sea atada, vamos. ¡4 huevos de avestruz!
Qué ya te veo en los ojos que vuelves a crucificarme… Y luego además,
para que veas que no soy rencorosa de que hayas pensado tan requetemal de mí, iremos a
La Duquesita a tomarnos unas torrijitas con las que te vas a chupar los dedos ¿Estamos?
Que piensas unas barrabasadas Mila, unas barrabasadas que ya te vale… Que una
cosa es que yo no esté para jolgorios, con esta procesión que llevo por dentro
por el Judas de mi marido y otra que no respete tu fe y tus tonterías. Que
tengo que tener contigo más paciencia que el santo Job, Mila. Que una cosa es
que no esté hecha una magdalena y otra que no tenga sentimientos, no fastidies,
con lo buenas vecinas que hemos sido toda la vida de Dios… Venga anda, avíate y
aquí paz y después gloria.
Cristo de los huevos de la Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat en la calle San Bernardo de Madrid. Barrio de Malasaña. "El Cristo de Burgos, un Cristo con pelo natural realizado en el XVIII en Burgos, al que los castizos conocen como “el de los huevos”, por cuatro huevos de ñandú colocados a sus pies que fueron traídos de América por un devoto." Dicen también que tiene los huevos porque lo encontraron en el mar, flotando, con un nido de huevos de gaviota entre los pies.
El Monasterio y la Iglesia de Montserrat de la calle San Bernardo fueron fundados por Felipe IV en 1642 para acoger a los monjes castellanos que tuvieron que abandonar Montserrat durante la sublevación de Cataluña que se produjo ente 1640 y 1652. Entonces El monasterio de Montserrat era el centro Benedictino más importante de Cataluña. Los monjes castellanos fueron expulsados del monasterio durante la insurrección y fueron acogidos en esta iglesia construida al efecto.