Hoy es el 75 aniversario de la muerte del poeta Miguel Hernández Gilabert, nacido un 30 de octubre de 1910 en Orihuela (Alicante), y muerto de tuberculosis en una prisión en Alicante en 1942.
Hoy no procedía otra entrada que una dedicada a él y a la poesía.
 
CARTA
El palomar de las cartas
 abre su imposible vuelo
 desde las trémulas mesas
 donde se apoya el recuerdo,
 la gravedad de la ausencia,
 el corazón, el silencio.
 Oigo un latido de cartas
 navegando hacia su centro.
 Donde voy, con las mujeres
 y con los hombres me encuentro,
 malheridos por la ausencia,
 desgastados por el tiempo.
 Cartas, relaciones, cartas:
 tarjetas postales, sueños,
 fragmentos de la ternura,
 proyectados en el cielo,
 lanzados de sangre a sangre
 y de deseo a deseo.
 Aunque bajo la tierra
 mi amante cuerpo esté,
 escríbeme a la tierra
 que yo te escribiré. En un rincón enmudecen
 cartas viejas, sobres viejos,
 con el color de la edad
 sobre la escritura puesto.
 Allí perecen las cartas
 llenas de estremecimientos.
 Allí agoniza la tinta
 y desfallecen los pliegos,
 y el papel se agujerea
 como un breve cementerio
 de las pasiones de antes,
 de los amores de luego.
 Aunque bajo la tierra
 mi amante cuerpo esté,
 escríbeme a la tierra,
 que yo te escribiré. Cuando te voy a escribir
 se emocionan los tinteros:
 los negros tinteros fríos
 se ponen rojos y trémulos,
 y un claro calor humano
 sube desde el fondo negro.
 Cuando te voy a escribir,
 te van a escribir mis huesos:
 te escribo con la imborrable
 tinta de mi sentimiento.
 Allá va mi carta cálida,
 paloma forjada al fuego,
 con las dos alas plegadas
 y la dirección en medio.
 Ave que sólo persigue,
 para nido y aire y cielo,
 carne, manos, ojos tuyos,
 y el espacio de tu aliento.
 Y te quedarás desnuda
 dentro de tus sentimientos,
 sin ropa, para sentirla
 del todo contra tu pecho.
 Aunque bajo la tierra
 mi amante cuerpo esté,
 escríbeme a la tierra
 que yo te escribiré. Ayer se quedó una carta
 abandonada y sin dueño,
 volando sobre los ojos
 de alguien que perdió su cuerpo.
 Cartas que se quedan vivas
 hablando para los muertos:
 papel anhelante, humano,
 sin ojos que puedan serlo.
 Mientras los colmillos crecen,
 cada vez más cerca siento
 la leve voz de tu carta
 igual que un clamor inmenso.
 La recibiré dormido,
 si no es posible despierto.
 Y mis heridas serán
 los derramados tinteros,
 las bocas estremecidas
 de rememorar tus besos,
 y con su inaudita voz
 han de repetir: 
te quiero.
Miguel Hernández
Y ahora un poema dedicado a Miguel Hernández de Aureliano Cañadas, poeta compañero a quién admiro mucho por su buen hacer y su talante:
NO
SEPAS LO QUE PASA
                    
                    En
cuclillas, ordeño
                    una
cabrita y un sueño.
 
                    No
sepas lo que pasa
                    ni
lo que ocurre.
 
 
Si
en vez de ponerme a ordeñar sueños
hubiera
continuado ordeñando mis cabras,
ahora
volvería con ellas por los campos de Orihuela
y
al llegar a casa, levantaría al niño por el aire,
lo
llevaría a su cuna y cuando se durmiera,
nos
meteríamos entre las sábanas con olor a membrillo.
Pero
Dios me tocó con su dedo más hierro, Josefina,
con
aquel que señala al poeta, ciega sus miles ojos,
aparta
del aliento de la rosa su aliento
para
que cante en las trincheras.
Y
¿qué podía hacer yo, sino encender ese canto
y
levantar el puño?
 
Y
ese niño, ese niño que necesita
unos
brazos para copiar su fuerza,
y,
obstinado en su resentimiento, tal vez 
se
niegue un día a saber cuanto ocurrió:
en
su memoria sólo guardará la cara oculta de los héroes,
lo
que es único e irrepetible en ellos.
 
Y
este dolor, Josefina, este dolor en el pecho.
 
                                      
AURELIANO
CAÑADAS