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martes, 30 de octubre de 2018

Miguel Hernández y Serrat. Elegía a Ramón Sijé. Aniversario nacimiento Miguel Hernández




Miguel Hernández nació el 30 de octubre de 1910 en Orihuela. 

De familia humilde, desarrolla su capacidad para la poesía gracias a ser un gran lector de la poesía clásica española. Forma parte de la tertulia literaria en Orihuela, donde conoce a Ramón Sijé y establece con él una gran amistad.
Ramón muere de una septicemia fulminante a los 22 años. El poeta se había distanciado de él y a su muerte le escribe esta soberbia elegía.





(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.



Miguel Hernández (Libro El rayo que no cesa)

martes, 28 de marzo de 2017

75 años sin Miguel Hernández





Hoy es el 75 aniversario de la muerte del poeta Miguel Hernández Gilabert, nacido un 30 de octubre de 1910 en Orihuela (Alicante), y muerto de tuberculosis en una prisión en Alicante en 1942.

Hoy no procedía otra entrada que una dedicada a él y a la poesía.


 
CARTA


El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.

Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.

Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia,
desgastados por el tiempo.

Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.


En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.


Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.

Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.

Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.


Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.

Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.


Miguel Hernández








Y ahora un poema dedicado a Miguel Hernández de Aureliano Cañadas, poeta compañero a quién admiro mucho por su buen hacer y su talante:




NO SEPAS LO QUE PASA


                   


                    En cuclillas, ordeño


                    una cabrita y un sueño.


 


                    No sepas lo que pasa


                    ni lo que ocurre.


 


 


Si en vez de ponerme a ordeñar sueños


hubiera continuado ordeñando mis cabras,


ahora volvería con ellas por los campos de Orihuela


y al llegar a casa, levantaría al niño por el aire,


lo llevaría a su cuna y cuando se durmiera,


nos meteríamos entre las sábanas con olor a membrillo.


Pero Dios me tocó con su dedo más hierro, Josefina,


con aquel que señala al poeta, ciega sus miles ojos,


aparta del aliento de la rosa su aliento


para que cante en las trincheras.


Y ¿qué podía hacer yo, sino encender ese canto


y levantar el puño?


 


Y ese niño, ese niño que necesita


unos brazos para copiar su fuerza,


y, obstinado en su resentimiento, tal vez


se niegue un día a saber cuanto ocurrió:


en su memoria sólo guardará la cara oculta de los héroes,


lo que es único e irrepetible en ellos.


 


Y este dolor, Josefina, este dolor en el pecho.


 
                                     
AURELIANO CAÑADAS